Título: De Venecia
Prompt: Gafas
Extensión: 554
Advertencia: Uso de nombres humanos. (Bernard/Sve para Suecia). Muy centrado en él.
Notas: Ambientado en una época muy, muy lejana. Me recuerda a una novela que escribí hace un par de añetes...


Había una vez un joven rubio que padecía una dolencia terrible. Reposaba tanto entre las sábanas que las lámparas de aceite permanecían apagadas todas las noches. La reina, cuando podía, lo iba a visitar y le mesaba los cabellos.

Él prefería cerrar los ojos y dejar pasar el tiempo sin tener que mirar un punto fijo, olvidando las grandes batallas, sus bravos guerreros conquistando más y más tierras.

Nadie era capaz de decirle exactamente de dónde provenía, y habían probado tantas y tantas cosas que cuando cualquier sabio le ofrecía algún remedio, les lanzaba una de sus miradas aterradoras.

Con eso ya no se acercaban más.

Había una vez un joven pero poderoso país que no padecía como representación, si no como él, Berwald, un adolescente en pleno proceso de crecimiento y madurez. Alguien que sólo se atrevía a mirar a través de la estrecha ventana de su cámara y que provocaba rumores a doquier.

Hasta que un día apareció un mercader que provenía de las tierras más cálidas, del Mediterráneo, y tras superar todos los obstáculos llegó hasta el castillo donde se encontraba el poderoso reino de Suecia, quien en esos momentos estaba con uno de sus mejores amigos (¿o quizá el peor de sus enemigos? Los hechos de dichas leyendas se confunden).

El otro rubio le hablaba hilando un tema tras otro, tanto, que sólo se percató de la presencia del buhonero cuando lo anunció una de las criadas. El hombre se acercó y se arrodilló humildemente, al lado de la cama.

—Mi señor —chapurreaba en una mezcla de lenguas—, bien tengo que ofreceros un regalo que pudiera ser de vuestro placer.

Suecia no comprendía nada. Obviamente, las lenguas nórdicas no entraban en el bagaje cultural del pobre mercader.

Sin embargo, lo entendió todo cuando se sacó del bolsillo cuidadosamente una pequeña caja de oro y de plata. Más cariñoso que con una amante, más misterioso que las bailarinas de Bizancio, levantó la tapa y sostuvo entre sus dedos el objeto que debía vender a aquel gran reino.

—De las fértiles tierras de Venecia he comprado este increíble presente, con una serie más de cristales para que se adecuen a su vista, oh, gran reino.

Suecia sostuvo la montura entre sus dedos, viendo cómo el comerciante le animaba a ponérselas, cómo Dinamarca miraba ilusionado la escena, deseando probárselas también. Suecia se las acercó, ¿quién sabe?, medio tembloroso.

El cambio fue brutal.

—¿Puedo, Sve? ¿Puedo?

—No. Espera.

Tuvo que intentarlo una segunda vez para preguntarse cómo se había aclarado aquel mundo tan borroso, y descubrió que no habría una buena respuesta en siglos, pero al menos podía contemplar el bosque, el cielo, las nubes, aquel pajarillo que atravesaba la vista, incluso a Dinamarca.

Aunque tuviera que sujetárselas con la mano izquierda experimentó una sensación muy cercana a la calma y al hecho de que parecía haber solucionado sus dolores de cabeza. ¿Quién podía saberlo entonces?

Había una vez un joven reino que dejó de serlo, y que todavía conservaba aquella cajita. Cuando de tanto en tanto Dinamarca se atrevía y se colaba en su casa, deslizándose con los zapatos en la mano y una sonrisa de travieso en el rostro, las pillaba sin conmiseración e intentaba descifrar cómo sería ver el mundo de Suecia a través de ellas.