Acá les dejo otro capítulo del Duque Rebelde, sé que les va a gustar :) Comentarios y demás abajo...Recuerden que esta historia le pertenece a Long Julie Anne, sólo la adapté. La mayoría de los personajes pertenecen a Naoko Takeuchi :3


Capítulo 24

La nota decía:

Querida Tía:

Espero que esta carta la encuentre bien de salud y humor. Discúlpeme por entrometerme una vez más en su pacifica vida en Escocia…

«¿Pacífica?», pensó lady Beryl, riéndose, mientras escuchaba cómo la señorita Honeywell hacía añicos otro de los grandes clásicos con su trompeta.

pero le escribo para cambiar mis planes, o más bien hacerla partícipe de ellos. No iré a Escocia como había sido planificado en un principio, pero mi esposa y yo estaríamos complacidos si nos honrara con su visita en Londres, dentro de una semana. Como puede ver, han sucedido muchas cosas desde la última vez que le escribí. Todo está bien, y le aseguro que no se puede encontrar a un hombre más feliz en toda Inglaterra. Esperamos su respuesta con ansias y le contaremos nuestra historia cuando nos encontremos.

Con afecto.

Endimion Edward Darien Chiba Mamoru

Duque de Dunbrooke

Lady Beryl miró fijamente durante un instante aquella prominente firma al final de la carta y la tocó una vez con delicadeza. Entonces el joven Endimion reclamaría su derecho de nacimiento; no se había dado por vencido, después de todo. Ansiaba que fuera de verdad feliz. Había sólo un modo de descubrirlo.

—¿Señorita Honeywell?

La Señorita Honeywell alejó los labios de la trompeta.

—¿Sí, lady Beryl?

—Le pido disculpas, pero me necesitan en Londres y debo hacer los arreglos necesarios de inmediato. ¿Me disculpa? Podremos reTomar las clases a mi regreso.

La Señorita Honeywell, boquiabierta ante la idea de que alguien que ella conocía viajara a la elegante Londres, asintió en silencio y con obediencia, Tomó su trompeta y se retiró de la habitación.

¿Quién podría llamar a la puerta a esa hora? El día apenas había perdido la tonalidad rojiza del amanecer. Mina Gilhooly se acomodó el cabello y fue deprisa hacia la puerta.

—Un paquete, señora —dijo un hombre joven.

¿Un paquete? ¿De su hermana que se encontraba en Irlanda quizás? No era muy probable. Ninguno de sus parientes había contraído matrimonio con alguien que tuviera suficiente dinero como para enviar regalos de sorpresa.

—¿Quién te ha enviado, chico? No tengo dinero para darte por el trabajo que te has Tomado.

—No se preocupe, señora. Ya me han pagado. Y debo darle un mensaje. —El chaval retrocedió, aclaró su voz, miró hacia el cielo como si las palabras que estaba por pronunciar estuvieran escritas allí.

—«Sabrá quién le ha enviado esto cuando lo abra y vea lo que hay dentro».

Mina lo miró con ira.

—Mejor dime quién te ha enviado, chaval. Te daré una paliza si es una broma.

—Abra la caja, señora.

Mientras lo miraba una vez más con el entrecejo fruncido, Mina Tomó la caja y la dejó sobre la mesa; luego tiró de las cuerdas y levanto la tapa. Había una capa de papel; revolvió hasta que vio la fina chaqueta marrón oscuro. Debajo había un chaleco a rayas doradas.

Los Tomó, uno a uno, con manos temblorosas. Las pertenencias de Darien Chiba. ¿Por qué Darien se lo había enviado? La chaqueta estaba descosida en la manga. Ambas prendas estaban muy gastadas. ¿Dónde estaba Darien?

Había oído un ruido sordo cuando levantó el chaleco de la caja; algo se había caído de él. Buscó en la caja para investigar. Y vio un fajo de libras esterlinas.

Muchas libras.

Quinientas libras en total.

Más dinero del que había visto en toda su vida. Dinero suficiente como para llevar una vida cómoda.

El chaval observaba su cara con interés. La mujer había palidecido, luego había recuperado el color rosado, había vuelto a palidecer y la boca había quedado abierta y los ojos en blanco del asombro.

Decidió que era el momento de entregar el resto del mensaje.

—El duque de Dunbrooke, a quién usted conoce como Darien Chiba, le envía estas cosas para que lo recuerde siempre y le agradece todo lo que ha hecho por él. Él y su esposa Serena la visitarán pronto.

Mina simplemente lo miró con la boca abierta y la nueva fortuna entre sus manos. Pasó un minuto. Y al final recuperó la voz.

—Sabía que no era irlandés.

El chaval encogió los hombros, hizo una pequeña reverencia y se retiró.

Londres se empequeñecía cada vez más.

O mejor dicho, Londres se alejaba cada vez más.

Un viento favorable sopló contra las velas del The Standard, alejándolo inexorablemente de su círculo social, de Inglaterra, de… todo.

Se aferró a la baranda y observó cómo Londres se desvanecía, mientras la cubierta se movía con sutileza debajo de sus pies. Bajó la mirada para ver cómo se abría paso el barco a través del agua verde y azulada. Dejaba grandes remolinos de espuma a su paso, una especie de huella que desaparecía mientras se alejaban. Le agradó la idea de una huella que desaparecía detrás de él, sin dejar rastro del paso por allí. Un delicado rocío caía sobre su rostro. Para su sorpresa, la sensación le pareció agradable.

Trasladó la mirada a la palma de su mano, donde una hermosa mujer le devolvía la mirada desde un resplandeciente relicario. Deslizó el pulgar sobre el rostro de aquella mujer sólo una vez, pensativo, y luego cerró el relicario. Cerró la mano con fuerza sobre el objeto durante un instante, como convirtiendo en recuerdo la sensación que le provocaba. Y luego, extendió el brazo y arrojó el relicario al mar.

Formó un arco en el aire, centelleó por un instante fugaz a la luz del sol y luego cayó en las olas que provocaba el barco y desapareció.

—Dramático, pero necesario, Drew —dijo Lita—. Podríamos haberlo empeñado.

Sin embargo, con sinceridad, había disfrutado más de lo que creía al ver cómo el océano se tragaba el relicario. Sintió que algo renacía cuando la alhaja voló por el aire. Y ahora que había desaparecido, se sintió… liberada. Debería darle las gracias.

Pero Furuhata parecía saber lo que ella estaba pensando.

—Ahora puedes ser quien quieras ser, Lita —dijo—. Patricia, Lita, la reina Isabel. No tenemos recuerdos. ¿Cómo se enterarán los norteamericanos? Se dice que son ignorantes.

Furuhata le sonrió. Lita le devolvió la sonrisa. «De vez en cuando, la simplicidad de Furuhata hace que parezca un sabio al hablar», pensó.

El duque de Dunbrooke le había dado a cada uno mil libras, el relicario y un pasaje a Norteamérica donde utilizarían los recursos que fueran necesarios y que tuvieran al alcance para empezar una nueva vida. No regresarían a Inglaterra. Nunca. Esa era la condición, a cambio del dinero. El duque también se había encargado de la deuda de Furuhata. Una vez más, cuando se poseía una de las fortunas más grandes de toda Inglaterra, se podía ser generoso para liberarse de un par de personas molestas.

La humillación había sido abrasadora: en la biblioteca de lady Wakefield, Lita había observado cómo el rostro del único hombre que había amado alguna vez, el hombre que quizá aún amaba (aunque no se permitía considerarlo como posible) reflejaba belleza, y luego desprecio, y luego… nada. Endimion Mamoru, tan vigoroso y bien parecido como el día en que la había dejado, la consideraba una asesina. Y estaba claro que más allá de una especie de aprecio desapasionado por su rostro y una cierta cantidad de odio y desprecio, no sentía nada por ella. Nada más.

En tierra inglesa, a Lita le había costado aceptar la idea de que no volvería a sentir otra cosa que no fuera angustia, vergüenza y orgullo herido. Sin embargo, de pie y en la cubierta del The Standard, Lita comenzó a analizar la posibilidad de reinventarse a sí misma una vez más.

Lita miró a Furuhata, que tenía los ojos brillantes y el rostro en dirección a la brisa del mar, y se preguntó si el destino querría mantenerlos unidos. No se habían hecho ninguna promesa. No habían hecho ningún plan. Pero allí estaban, juntos, con una historia y secretos compartidos, y con la oportunidad de dejar el pasado atrás. Intentaría no pensar más allá de ese momento.

Y de verdad, Furuhata parecía… feliz. Y además, sentirse liberado de una deuda agobiante le daría ánimo a cualquiera.

—Y tú, Drew —dijo—, ahora puedes ser quien quieras.

Le sonrió, le Tomó la mano y la llevó a sus labios.

—Me encantaría ser alguien que no se mareara en el mar —expresó.

Rió. Furuhata vaciló por un momento casi imperceptible y luego, con afabilidad, la Tomó por la cintura. Y Lita dejó que lo hiciera, un poco sorprendida al encontrar alivio en ese gesto. Juntos y en silencio se despidieron de Londres.

Había estado trabajando en el despacho del piso superior, revisando los papeles y los libros de su padre y preguntándose si debían trasladarse a Keighley Park de inmediato, cuando lo sorprendió un sentimiento de intranquilidad. Al parecer, durante los últimos días, no podía pasar más de una hora sin ver o acariciar a su esposa.

La encontró donde había imaginado: acurrucada en el gran sillón junto al fuego, en la biblioteca. Con el instinto que guía a los irremediablemente curiosos, había descubierto la biblioteca de su padre casi de inmediato, y había encontrado un libro sobre Dios sabe qué cosa en el cual sumergirse. Era muy probable que tuviera dibujos escabrosos. El cabello brillaba con suavidad a la luz del fuego: cobre, oro, bronce, castaño y otros matices intermedios. Había intentado con poco entusiasmo atarlo por detrás con un lazo, pero una gran parte de la cabellera se había escapado y se rizaba con alegría alrededor de las mejillas y la frente.

Aún no había notado su presencia en la puerta de la biblioteca y se gratificaba con la sorprendente extravagancia de tan sólo caminar alrededor de ella, quizá incluso ir de paseo al club sólo para demostrar que estaría allí cuando regresara, que siempre estaría allí.

Se colocó junto a Serena incluso antes de terminar ese pensamiento. Levantó la mirada, sorprendida, y entonces, sus ojos se iluminaron del modo en que siempre lo hacían cuando se posaban en él después de haber estado lejos de ella un tiempo. Sintió que su corazón se le comprimía en el pecho. Deseó que siempre pudiera generar ese brillo en los ojos de su amada.

Se arrodilló junto a ella.

—¿Interesante, el libro?

—Excelente. Esquemas maravillosos sobre cuál es el mejor modo de tratar una herida en la cabeza. ¿Te gustaría verlo?

—Gracias, pero no.

Serena rió.

—¿Cómo está tu brazo?

—Casi curado. —Lo extendió y lo movió como prueba.

Con una sonrisa, se inclinó para hacer a un lado con una caricia el mechón de cabello ondulado que le cubría los ojos.

—Me gusta —pronunció.

—¿El que, pequeña Sere?

—Tu mechón.

—Oh. Es un poco molesto.

—Hace que te parezcas a Byron.

—Oh, sí, y es exactamente como me quiero ver, como Byron.

Rió otra vez.

—Quizá deberías intentar escribir poesía. Podrías comenzar con una oda a mi nariz o algo parecido. Un poco de competencia para Furuhata.

—Por lo que sé, el mundo ya tiene suficientes poetas, y además están aquellos que se creen poetas. Tengo mucho quehacer como duque y esposo. Y además, escogería otras partes de tu cuerpo como tema de mi oda.

Serena rió. Darien Tomó la mano que lo acariciaba y la besó con suavidad para poder mirarla a los ojos con cariño.

—¿Darien?

—¿Sí?

—¿Estará todo bien? ¿Me refiero a lo ser duque?

—Bien, debo admitir que es entretenido sorprender al círculo social una y otra vez. Primero mi resurrección; luego mi repentino matrimonio con una dispensa. Apenas pueden esperar a ver qué haré a continuación. He comenzado a sentir una especie de responsabilidad social, ¿sabes?, para mantener a la alta sociedad bien provista de chismes.

Estaba hablando en broma, pero no del todo.

—Darien. ¿Estará todo realmente bien?

Suspiró. De modo que ella no iba a permitir que pasara por alto el tema con una sonrisa.

—Los arrendatarios de Keighley Park me necesitan —dijo lentamente—. Y quizá pueda ayudar en el Parlamento.

—Deseas conocer Norteamérica.

—Y tú deseas extraer balas de mosquete de la gente y suturar esas heridas, tareas que no se encuentran entre las obligaciones habituales de una duquesa. ¿Serás feliz, pequeña Sere?

—Ahora que he deleitado a mi madre más allá de toda razón al contraer matrimonio con un duque, y ahora que Rei se unirá en matrimonio con un coronel y será feliz, supongo que yo también lo seré.

Darien sonrió.

—Quizá podamos encontrar el modo de hacer todo lo que deseamos —agregó él con suavidad.

—Quizá —respondió con el mismo tono suave—, quizá podríamos contratar a Chester Sharp como nuestro cochero para que nos lleve a Keighley Park. Sin duda, alguien en el pueblo tendrá una herida que necesite sutura, o un emplasto, o lo que sea. Algo lo suficientemente espantoso para satisfacer tus deseos de curar.

Sonrió con picardía y su corazón volvió a comprimirse.

—Te amo, Serena.

Se deslizó de la silla para ponerse de rodillas junto a él y entrelazó sus brazos alrededor de su cuello.

—Te amo, Darien. No necesitas preocuparte por nada. Seremos muy felices, ¿sabes?

—Lo sé.

La besó con cariño, pero el beso pronto se volvió feroz, como la mayoría de los besos de esos días, y de antes y del futuro. Todo lo demás, excepto el sentimiento de cada uno, dejó de importar.

FIN


FIIIIIIIIN me encantó la historia, odio esa palabra :FIN