Título: Sin luna
Prompt: Sereno
Extensión: 505
Advertencia: Uso de nombres humanos (Antonio para España, Francis para Francia). ¿Un poco de OoC?
Notas: El sereno era una figura que hubo en España, ahora desaparecida. Era un vigilante nocturno que velaba por la seguridad y atendía todos los problemas que pudiera haber. Chueca es un barrio de Madrid. El jefe es Franco. Y la canción que canta cierto francés es «Tu nombre me sabe a yerba» de Joan Manuel Serrat.


—¡Sereno!

La voz se alzaba en la noche sin luna. Una figura uniformada, poco renqueante, avanzaba con rapidez por las calles de Chueca.

—¡Sereno!

Lo admitía. Había sustituido al sereno original, amigo en los tiempos revueltos y que aquella noche se encontraba en el hospital; nacía su primer nieto y él no podía perdérselo. Los ojos verdes brillaban con alegría entre las farolas, respondiendo a esa llamada de voz enronquecida.

Aquella noche se había escapado del Prado. De nuevo. No entendía si el jefe hacía la vista gorda, gorda, o ya no le importaba qué hiciera su gran imperio español. Incluso el guardia civil le saludó discretamente, llevándose la mano a la frente, un breve saludo militar.

—¡Sere...! —La señora que lo estaba llamando paró de pronto—. ¡Eh! ¡Usted no es el sereno!

—Me ha dejado a cargo del barrio, buena señora. Soy de su confianza.

—Eso espero. Mire a este borrachín —lo señaló con una expresión de disgusto—; se ha instalado en la portería y no para de molestarnos con sus gritos.

Había una figura acurrucada, los cabellos rubios apagados, los ojos azules lejanos, la barba más alargada de lo que él mismo habría deseado. Cuando lo vio, al borracho le apareció una sonrisa estúpida, distante, distante.

—Si es un perro, me muerde —resopló España.

Se agachó a su misma altura, los mocasines jugando con una colilla tirada.

—¿Podrá llevarlo a algún lugar donde no nos moleste, sereno?

—Claro. Mis disculpas, señora.

Le costó levantarlo y empezar a arrastrarlo, pero el deber lo había llamado y tenía que responder.

—No sé qué haces aquí, Francis, pero te llevaré a mi casa.

Una voz muy débil le susurró en el hombro, porque no era capaz de llegar al oído:

—¿A la casa grande?

—A la casa grande, sí.

Francis esbozó una mueca que pretendía ser piropo.

—...Estás muy atractivo con ese traje. Te shienta bien.

—Gracias. ¿Qué haces aquí?

—Emborracharme de ti, Antooonio. Porque no me contestas a las cartas, ni a los telégrafos, ni a las —¡hip!— llamadas —levantó la camisa bien planchada y acarició la tersa piel—. Porque quería veeeeeerte.

—¿Por qué?

Porque te quiero a ti, porque te quiero... —desafinó.

—Me pitan los oídos.

—¿Por qué sherá? Toniiiiii, quédate conmigo.

Llevó sus manos más allá de lo descriptible e intentó besarle en la nuca, con tan mala pata que casi cayeron los dos.

—¿Y la noche como sereno?

—Que she vaya a la poooorra, la noche. No quiero que me dejes, coooooño.

—Pero porque eres tú, ¿eh?

Justo cuando llegó el chófer en el coche que nadie se esperaría en una zona como aquella, el sereno volvió a ser llamado. Francia se quedó en el coche, él volvió a recorrer las calles; se sentía algo culpable, pero en la casa grande ya lo tratarían bien.

Y ya lo compensaría todo con la llegada del sol.