Riddikulus

Disclaimer: No soy rubia, ni inglesa, ni mucho menos soy J.K Rowling, la única dueña de este maravilloso mundo Potteriano.


Sirius se echó sobre la silla a reirse. Se rió con ganas, y estuvo así un buen rato, hasta sentir que le dolía el estómago y le faltaba el aire, y aún así no podía parar. Sencillamente, el hecho de imaginar a Snape con el atuendo de la abuela de Neville Longbottom, era algo por lo cual él hubiese dado toda su fortuna con tal de verlo.
Habían pasado dos años de aquel hecho, pero recién allí, en Grimmauld Place, su amigo Remus había logrado contarle lo que había ocurrido en su primera clase como profesor de Defensa para, los del aquél entonces, tercer año.

—Tal vez, sino hubiera hecho eso, Snape no hubiese delatado, mi "pequeño problema peludo", y hoy seguiría dando clases —dijo Lupin algo arrepentido.

—¡Oh, vamos Lunático! Estuvo genial. Creo que te luciste. Rayos, hubiera sido genial verlo —respondió Sirius con una sonrisa en su rostro, que parecía rejuvenecerlo bastante años.

Remus se quedó pensativo unos instantes, y sonrió. Sí, él también se había divertido en aquella ocasión. Luego miró a su amigo, y los dos rieron como si volviesen a tener quince años y hubiesen hecho una travesura. Una de las tantas.

—James, seguro se enorgulleció de tí. ¡Rayos, Remus! Definitivamente fuimos una mala influencia en tu persona.

—Lo dije durante siete años, en Hogwarts, pero no me escucharon.

—Afortunadamente. ¿Qué hubiese pasado sino? El pobre Neville, seguro no hubiese sabido como combatir su boggart —respondió divertido —Lobo malo —finalizó trantando de recobrar la compostura, pero no pudo y no porque no tuviese voluntad.

Severus Snape, acababa de aparecer en el Cuartel de la Orden, en el preciso momento en que los dos amigos terminaban de hablar de él. Sirius observó al recién llegado, con una mirada picaresca y volvió a reir. De espaldas a ellos, Lupin también esbozaba una sonrisa.

—¿Qué es lo gracioso, Black?

—Nada que te importe, Quejicus ¿Me buscabas?

—Si —dijo de mala forma —toma, esto te lo manda Dumbledore —agregó extendiéndole una carta.

—Gracias. ¿Harry está bien?

—Tan bien como podría estar alguien a quien le manipulan la mente, Black. Pero sí, está bien. Debo retirarme. Adiós.

—Adiós… Riddikulus.. digo, Quejicus —se despidió Sirius.

Severus se frenó y los miró a los dos con odio. Ahora entendía de que se reía Black antes que llegara. Maldito licántropo. Finalmente, desapareció pero las risas del animago, retumbaban en sus oídos.

—Eso estuvo mal, Sirius. No debiste. —le reprochó Remus.

—Lo sé, pero no pude evitarlo… y tú tampoco. Yo no me hubiese reído si tú no hubieses convertido a Quejicus en una abuelita.

Lupin negó con la cabeza resignado, mientras se dirigía a la cocina a prepararse un té. Sirius se quedó allí pensando. Era gracioso, había que admitirlo. Él le había dicho a Harry que nunca nadie deja de ser un Mortífago, pero evidentemente un Merodeador jamás dejaba de serlo tampoco. Sirius volvió a reir, y de la cocina escuchó perfectamente como su mejor y único amigo también reía.