Me desperté a mitad de la noche, sentía todos los músculos agarrotados y adoloridos, miré a mi alrededor desorientada al no reconocer esa habitación, pero rápidamente los recuerdos llegaron a mi, había llegado a esta casa un día antes, había discutido con Edward y después de que se disculpara habíamos tenido sexo salvaje, era cierto lo que se decía acerca del sexo de reconciliación, era buenísimo.
Suspiré mientras miraba el reloj de la mesita de noche, marcaba las 4:50 a.m. Me hundí más en las cobijas, la habitación estaba en penumbra y en algún momento de la noche la chimenea se había apagado, dejando que poco a poco el amplio espacio se enfriara. Me di la vuelta tratando de buscar calor en el cuerpo de Edward, tanteé entre las sabanas pero no lo encontré, la cama estaba vacía, y yo me estaba congelando.
Sentí una punzada de decepción al darme cuenta de que se había escabullido en algún momento de la noche y no podía evitar sentirme usada, como una esposa del siglo XIX cuyo esposo la visita algunas noches para engendrar un heredero al titulo, y una vez completada la tarea, el Lord volvía a la comodidad de su propia habitación, conectada a la de su sumisa esposa, para dormir tranquilo. No sabía si reírme o llorar ante mis pensamientos, últimamente había leído muchas novelas de romance de época.

Me hice un ovillo en la cama tratando de entrar en calor, pero no funcionaba. Me levanté de la cama y prendí la luz, tratando de buscar en algún lugar un encendedor o fósforos para avivar el fuego, ya que solo quedaban leves brazas, pero fue inútil. Miré la pequeña campanilla que me informaron que debía tocar si necesitaba algo, pero no me atrevía a despertar a nadie y menos por algo tan insignificante como avivar el fuego, seguro pensarían que soy una chiquilla consentida.

Caminé hacia el baño, donde estaba la puerta que comunicaba mi cuarto con el de Edward y muy lentamente abrí la manija, la calidez del cuarto entró al baño y me di cuenta de que la tenue luz de las llamas de la chimenea alumbraba la recamara. Miré el fuego con anhelo y me mordí el labio dudando, Edward se había ido de mi lado porque no quería estar conmigo.

Pude verlo recostado sobre las cobijas, solo con unos bóxer puestos, la luz que desprendía el fuego de la chimenea hacia parecer su cabello aún mas cobrizo.

Fui rápidamente hacia mi cama por mi edredón y entré a la habitación de Edward tratando de no hacer ruido. Decidí no molestarlo metiéndome en su cama por lo que me fui directamente hacia la chimenea donde doblé el edredón por la mitad y me acosté sobre el como si fuera un saco de dormir.
El suave calor de las llamas relajó todos mis músculos adoloridos y casi sin darme cuenta me quedé dormida otra vez.

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—Isa— escuché que alguien me llamaba con voz suave—Isa, querida.
Gemí con fastidio y me di la vuelta. Se rió.

—Nena, es hora de despertarse.
Abrí un ojo y la luz que entraba por las ventanas me lastimó la vista. Traté de enfocar a Edward y lo encontré enfrente de mi, en un sofá verde oscuro de terciopelo, me sonrió con él ceño fruncido.
—¿Porqué dormiste en el suelo?—preguntó extrañado.
—Tenía frío, la chimenea de mi recamara se apagó, el cuarto estaba helado, no quería molestar a los sirvientes así que al ver que la tuya estaba bien vine a dormir aquí.
—Eso pensé, pero porqué dormiste en el suelo, debiste despertarme y dormir en mi cama.
—Bueno…como te fuiste a mitad de la noche, pensé que te molestaba dormir conmigo, que preferirías dormir solo—me sonrojé.
—No hay nada que me moleste hacer contigo, no vuelvas a dormir en el suelo —me respondió negando con la cabeza—vamos al comedor, Zafrina preparó un desayuno especial para darte la bienvenida puesto que ayer no pude presentarte al servicio—comentó apenado. Me quité la cobija de encima y estiré mis brazos tratando de desperezarme, Edward rápidamente se levantó y se dirigió al baño. Fruncí el ceño ante su comportamiento y luego pude ver que uno de mis pechos sobresalía por el escote del camisón, lo cubrí de nuevo avergonzada.
Me levanté y me dirigí a mi habitación sin entrar al baño, puse mi maleta sobre mi cama rezando porque Alice haya puesto en ella algo decente. Me decidí por unos jeans, un suéter de punto rosa palo y unos botines de tacón bajo en color café claro, me lavé el rostro, los dientes y me cepille el cabello, me maquille levemente. Tocaron la puerta.
—Pase—dije dudosa.
Edward abrió la puerta.
—¿Estás lista?—preguntó, yo asentí mientras lo miraba, estaba acostumbrada a verlo con sus caros trajes de negocios y hoy, tan informal con sus jeans negros y su suéter verde oscuro parecía mas joven y mas guapo, sus ojos resaltaban, brillantes. Caminé hacia él y me dirigió a lo que supuse era el comedor. Al entrar vi una enorme mesa con diez sillas que parecían muy cómodas, a cada lado de las puertas dobles había un sirviente. Una joven con la cara llena de pecas y sonrisa amistosa sé acercó a mi cuando me senté, para poner la servilleta sobre mis muslos, Edward se sentó a mi lado.
—Este es un comedor realmente grande—le dije admirando el lujo.
—Este es el desayunador, es el salón para las comidas pequeñas e informales—sonrió mirando mi mueca impactada.
Su celular comenzó a sonar, él miró la pantalla y volvió a guardarlo. Las puertas que estaban en el otro extremo de la estancia se abrieron y varios sirvientes pasaron por ellas sosteniendo varias bandejas que dejaron una a una sobre la mesa. Después se encaminaron a mi lado, donde se pararon formando una línea.
—Isa, me gustaría presentarte al servicio, ella es zafrina, la cocinera—señaló a una mujer bajita y regordeta, sus ojos tenían una chispa de alegría mientras me miraba, sus mejillas eran gruesas y parecía que el sonrojo nunca la abandonaba, me inspiró confianza al instante.—Los gemelos son Leo y Colin.—señaló a dos chicos altos y flacos, les sonreí tratando de ser amigable.—Son hijos de Zafrina y a Eric, el chofer ya lo conoces. Ella es la señora Gianna y su hija Maggie—señalo a la chica pecosa que me había puesto la servilleta al sentarme, parecía muy linda.—Falta Liam, el joven que se encarga de las caballerizas, pero se quebró un pie y tiene incapacidad.
—Gustó en conocerlos—dije educadamente—soy un poco mala con los nombres, pero prometo memorizarlos rápidamente; Zafrina, preparaste todo un banquete, no debiste molestarte—dije admirando la comida, Edward me sonrió cálidamente.
—No se preocupe señorita, ha sido un placer, cuando el señor Edward me habló de usted supe que tenía que hacer algo especial.—fruncí el ceño mirándolo.
—Bueno, ella es Isabella, ella manda en esta casa, así que me gustaría que estén atentos a sus necesidades.—todos asintieron mientras yo sentía el sonrojo subir por mi cuello hasta mi frente. Se retiraron dejándonos solos.
—No debiste hacer eso, yo solo soy una invitada, no es como si fuera la señora de esta casa—lo reprendí levemente, él abrió la boca para decir algo pero el sonido de su celular volvió a interrumpir. Gruñó molesto mientras miraba la pantalla.
—Tendré que cambiar de número—murmuró.
—¿Qué pasa?—le pregunté curiosa al ver que ignoraba la llamada.
—Es un tal señor Whitlock, al parecer dirige una empresa de publicidad e insiste en que nos reunamos para hacer un trato, ya le he dicho que tengo un buen publicista, aunque últimamente no congeniamos mucho.—me erguía en la silla al escuchar que nombraba a mi amigo—y tampoco deja de llamarme un tal McCarty, trabaja en una compañía de acero, y me está ofreciendo su material, la verdad si me interesa su oferta, le he dicho que no estaba en el país y él ha ofrecido trasladarse a donde yo estoy para que podamos hablar, pero aún no lo decido.—tomó un sorbo de café y señaló mi comida—deberías comer o se enfriará.
Tomé el cubierto y comencé a comer, tratando de que no se notara el temblor de mi mano, estaba delicioso. Lentamente me fui relajando, le di un sorbo al café, Edward ya había terminado y se dedicaba a mirarme mientras le daba el último mordisco a mi pan tostado con mermelada de fresas. Tragué mientras lo observaba levantarse hacia mi, se inclinó y me besó, sus labios se amoldaron a los míos rápidamente, sabia a café y a mermelada. Delicioso. Pasé mis manos por su cuello y su cabello, acariciandolo. Gemí y el se separó inmediatamente. Suspiré frustrada y me removí en la silla tratando de disimular mi excitación. El me sonrió tensamente.
—Aunque está nublado no parece que vaya a llover—mencionó mirando al cielo, por la ventana—¿te gustaría una buena cabalgata?—me sonrojé, su sonrisa se congeló.—No quería decir…me refiero a que podríamos cabalgar, tengo algunos caballos—dijo apresuradamente.
—Me encantaría, aunque debo decirte que nunca he montado a caballo.
—No te preocupes, yo te enseñaré—dijo mientras tomaba mi mano y la guiaba a sus labios.
Lo deseaba. Él pareció verlo en mis ojos y me soltó.
—Iré con Colin para que ensille los caballos, cuando estes listas reúnete conmigo en el jardín trasero. —asentí y él salió amasándose el cabello nerviosamente. Me quedé sola.
Estaba a punto de levantarme cuando el teléfono comenzó a sonar de nuevo, miré la pantalla y reconocí el número de Jasper, miré a mi alrededor verificando que estaba sola y contesté.
—Jasper—le hablé en voz baja.
—¿Bella?—contestó sorprendido—¿cómo estás? Estábamos preocupados por ti, no haz respondido ninguna de nuestras llamadas.
—No traje conmigo mi celular Jazz, ni siquiera he encontrado un teléfono, afortunadamente Edward acaba de olvidar el suyo en la mesa. Y estoy bien, estamos en Londres, me trajo a una casa de campo en Kent, me parece.
—Que Bueno que estás bien, Bella, esto ya se salió de control, nada de esto estaba planeado.
—Jazz, realmente yo…
—Solucionaremos esto.
—Jazz—traté de cortarlo.
—Solo espera, Bella, lo arreglaremos.
Traté de decirle que estaba bien y que no debía preocuparse, pero la llamada se cortó.
Dejé el celular en donde estaba y suspirando me dirigí hacia el jardín trasero.
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En mi Facebook podrán encontrar imágenes de la casa de campo y de otras cosas, por si gustan agregarme.
Es LIly Cullen Madero.