Capítulo XIII: "La despedida"

Sentí algo de pena por haber dejado a Len solo en el cruel desierto —seguramente porque no le daba ni diez minutos de vida sin mí a ese cabeza hueca—, por lo que, cuando pude terminar mis asuntos, me dirigí a toda prisa hacia donde él se suponía que estaba. Busqué cerca del oasis y para mi sorpresa encontré una especie de muro de piedra, en el que pude distinguir al pequeño rubio en la cima, mostrándome su espalda. Caminé a su dirección y me percaté de un detalle: estaba hablando con algo, o alguien… o tal vez ya había enloquecido por el calor.

—¿No puedes ver que aquí no es? Piensa un poco… todo es diferente. —Hizo una pequeña pausa, por lo que intuí que su amigo imaginario le estaba contestando—. Sé que es el día, pero me hubiera gustado encontrar el lugar. No quiero… desviarme del rumbo y luego perderme, ¿qué sería de mí si eso ocurre? ¿Qué sería de mi alma si nunca más vuelvo a verla a ella?

Tenía un mal sabor en la boca, como ese que queda después de fumar cigarrillos de mala marca. Tragué como pude saliva y me detuve a veinte metros del muro. Aunque no pudiera distinguir nada coherente de la conversación, una parte de mí sabía que iba por mal camino.

—Por allí comienzan mis huellas en la arena. Espérame esta noche, que te prometo llegar a tiempo. —Veinte metro y todavía no entendía lo que Len estaba diciendo. Luego de un profundo silencio, mi amigo prosiguió—. Dime… ¿cuán efectivo es tu veneno? ¿Dolerá?

Mi corazón dio un vuelco por las últimas palabras del chico e instintivamente miré a los pies del muro: una pequeña porción de arena se movía de manera alborotada, mostrando a un pequeño escorpión de color rosa levantando su cola erguida hacia la figura del principito. No sabía con exactitud cuán peligroso podía ser ese animal, pero como hablaba él, lo mejor no sería arriesgarse. Agarré un cuchillo que tenía entre mis ropas (el cual llevé por si encontrábamos situaciones como esta) y aceleré el paso tanto como mi cuerpo me permitía. Tal fue mi desgracia que el bicharrajo de color extravagante pareció haberme escuchado —puedo jurar que me miró— y se escondió de mi campo de visión, desapareciendo entre el desierto.

Suspiré y maldije mi suerte prácticamente desde que nací, resignándome a la pura realidad de que había un escorpión suelto por algún lugar cercano a nosotros y que Len se había vuelto un depresivo suicida. Llegué al lado de mi amigo en pocos segundos, justo cuando él trataba de bajarse con infructuosos resultados. Torció la boca. No pude evitar notar su palidez.

—Está más alto de lo que esperaba.

Bajé la cabeza y extendí mis brazos, a punto de rodearlo.

—Salta, yo te agarraré. —Esperé un poco y nada. Levanté la vista y encontré a Len mirándome con sus ojos muy abiertos, en señal de curiosidad—. ¡Sólo hazlo antes de que me arrepienta! —grité, con nada de paciencia.

Sin otra demora, sentí cómo el cuerpo del rubio caía sobre el mío, llevándonos al arenoso suelo con rapidez. Mis heridas volvieron a doler asquerosamente y no pude evitar lanzar gritos y maldiciones a diestra y siniestra. Creo que debí de haber calculado mejor el peso del rubio y mi propia condición física antes de realizar esas clase de acciones.

El principito no tardó en levantarse y mirarme a los ojos… o por lo menos eso distinguía entre mi padecimiento.

—¿Tienes la jaula? —preguntó curioso, levantando más mi ira.

—Mira, pequeña sanguijuela, aquí las preguntas las haré yo. —No sé cómo ni por qué, pero agarré el cuello de la camisa de él y lo acerqué a mi rostro—. ¿Qué es toda esta historia de escorpiones y veneno? ¿Qué rayos estás pretendiendo? —Mi amigo se apartó de mí con brusquedad, lo que me causó más pena que enojo.

Fue hacia el lago y mojó su cabeza, para luego volver a mi lado y abrazar mi cuello con sus temblosos brazos. Pude sentir cómo su corazón latía aceleradamente, al igual que el de un colibrí. Un colibrí después de haber sido disparado a través de una AK-47.

—Estoy tan feliz —habló— de que hayas encontrado las bengalas. Estoy seguro que volverás a tu casa pronto…

Abrí mis ojos, completamente shockeado. Lo aparté con una mano para poder sentarme y mirarlo a la cara. Su sonrisa era tan forzada y melancólica.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté, como siempre, sin tener respuesta.

De considerarlo suicida, pasé a loco, iluminado o clarividente, pues justamente había tenido la suerte de mi vida encontrando esas bengalas de emergencia debajo de los asientos de los pilotos.

—Yo también debo regresar esta noche… Rin… la necesito. —Miró todo el paisaje, como si estuviera buscando a la chica entre los montes de arena—. Es más lejos, seguramente también más difícil.

No pude más, sobrellevado por el sentimiento de angustia que comenzaba a aflorar en mí. Atraje otra vez a Len a mi cuerpo y correspondí su abrazo. Se sentía como si fuese un niño pequeño, pero al mismo tiempo, adulto que terminó de perderse en un abismo a gran velocidad. Un abismo del cual yo no estaba en condiciones de salvarlo.

Se encontraba mirando al horizonte, sin ningún brillo, completamente serio.

—¿Tienes la jaula o no? —volvió a preguntar, sacándome de mis divagaciones.

Lo solté, aún sin quererlo realmente, busqué entre los bolsillos de mi pantalón y saqué una hoja deteriorada y amarillenta, haciendo que las demás que estaban con ella —llenas de mis apuntes sobre su aventura— se desparramaran en la arena. Sin miramientos, mi amigo la tomó y la guardó entre sus prendas.

—Es un complemento… tendrás que reiniciar al pájaro luego de instalarlo —susurré, en mi último intento de parecer gracioso y alivianar la tensión.

—Tengo tu pájaro y su jaula para guardarlo. —Volteó la vista hacia mis hojas, en forma estoica—. Tú tienes una pésima caligrafía.

Y otra vez la ira asesina crecía en mí.

Pude comentarle la comodidad que uno podía tener escribiendo en medio de la arena o sobre sus propias piernas, con un portafolio como único soporte, pero cerré la boca. Casi inmediatamente de hablar, el principito comenzó a temblar exageradamente, lo cual era un claro síntoma de un ataque de nerviosismo. Se recostó en la arena a mi lado, manteniendo las convulsiones de su cuerpo.

—Si estás tan asustado, no tienes que hacerlo —aseguré con un hilo, tratando de convencerlo una vez más.

Él sonrió con dulzura —aún temblando—, yo me pregunté cuál era la gracia del asunto.

—Luego lo estaré mucho más.

Me paralicé por completo, sintiendo como si el muchacho fuese imposible de reparar. Comprendí que me había acostumbrado demasiado a él, a sus preguntas idiotas, su risa y voz insoportables… mi oasis de cordura en el desierto.

—¿Con qué objetivo? ¿Volver a ser miserable?

—Esta noche es cuando cumplo un año lejos de casa… tal vez así sea más fácil regresar.

—Podría ser más tiempo. —Mis ojos se mojaron. Maldita sea, ese no era un momento para ser débil y llorar—. Podrías venir conmigo y vivir como una persona normal… ¡nos rescatarán a los dos!

Len no respondió, parecía sólo seguir calculando distancias. Mis sentidos lógicos y paternales aumentaban a cada momento.

—¿Qué tal si Rin, el perro y tu viaje fue sólo un sueño?

El rubio pareció haberse enojado con eso, me miró de la forma más helada que hubiera contemplado jamás en alguien, negando sin necesidad de palabras mis argumentos.

—No puedes negar la existencia de lo que está alojado profundo en el corazón, sólo le causaría más daño.

—¿Y no te lastimarías también con ella a tu lado?

—El alma se alimenta de muchas cosas. Es lo que hace tan variados a los humanos.

Callé por un segundo, pues no tenía una objeción sólida a lo que había declarado.

—Para ti es sólo algo ordinario, una chica más. Para mí, es la razón por la cual pude comenzar a distinguir la materia de su igual… porque todo se volvió distinto, único, pero a la vez complemento de un todo.

—Eso no tiene ningún sentido —expresé, con la cabeza dándome vueltas.

Mi amigo rió.

—Es como el agua que encontramos en el oasis. —Señaló el pequeño lago, intentando resaltar su ejemplo—, era tan buena por el hecho de ser nuestra; bebimos con dicha porque era nuestra recompensa, aunque hubiera sido sólo agua ordinaria y sucia.

—Sigo sin entender.

—No hay nada que entender: sólo sentir. —Y rió una vez más, haciendo que nuevamente dudara de su cordura.

El ocaso se postraba ante nosotros, dejando nuevos pensamientos de angustia en mi ya muy atacada cabeza. En cualquier momento Len podría… y yo no tendría la suficiente fuerza como para impedirlo. Creo que eso podía compararse con la impotencia que siente un doctor cuando sabe que un paciente va a morir y no había nada que hacer al respecto.

—Te daré un regalo que, precisamente, será como el agua —pronunció, desconcertándome aún más.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, ignorando mis infructuosos anteriores intentos para con indagar con Len.

—Las computadoras tienen muchas utilidades y significados para las personas. Para los buscadores son fuentes de conocimientos, para otros asistentes, medio para contactarse con sus seres queridos, simple distracción o un estorbo. Pero ellos nunca podrán tener lo que te daré: ¡todas las computadoras del mundo!

—Explícate, por favor —pedí, con toda la seguridad de que mi cara estaba igual que un famoso meme que expresaba desconcierto.

—Cuando escuches a una computadora prenderse, como me has explicado antes, te acordarás de mí y podrás reír con todos mis recuerdos. Serían iguales pero únicas y complementarias de ti. ¡Tendrás computadoras que ríen!

Se carcajeó ante sus palabras. Yo le hubiera dicho que era la cosa más incoherente que había escuchado en mi vida de no haber sido por mi fatal estado de ánimo. Sólo lo dejé ser.

—Cuando te recuperes, todas las personas lo hacen, estarás feliz de haberme conocido. Serás mi amigo por siempre y querrás compartir la felicidad que te aseguro que tendré al volver a casa. Algunas veces sólo prenderás tu computadora para escuchar ese sonido y acordarte de mi risa, otras tratarás de buscarnos entre tus archivos, y comenzarás a reír. Te mirarán asombrados, eso sí, te creerán un loco…

—No dudo para nada en eso último.

—Entonces, sabrás que te he jugado una mala broma. Será como si te hubiese regalado un pequeño cencerro tintineante para que lo cuelgues en tu corazón. Procura no perderlo, ¿sí?

Nos pusimos serios, aún contemplando los tonos rosados del cielo.

—¿Sabes? No quiero que te quedes ahora… está comenzando a anochecer. Deberías idear tu plan de rescate.

—Estás más loco de lo que pensaba si crees que me iré así como así.

—Será horrible, parecerá que estoy sufriendo, porque no sé si pueda disimular el miedo y acongoja que tendré en mi corazón. ¡No quiero que presencies eso!

—No te dejaré.

¿Para qué mentir ahora? Estaba preocupado, más de lo que me agradaría admitir. Talvez una parte de mí seguía pensando que podía salvar a Len de su destino autoimpuesto, matando al escorpión antes de que lo picara y llevándolo a rastras conmigo al avión, donde tiraría la bengala y los dos seríamos rescatados… ¿Y luego qué?

—Bueno, creo que no tendrá ánimos para una segunda picadura, así que haz lo que quieras.

Se levantó y comenzó a caminar rápidamente hacia una duna sin particularidad alguna, quizás no una que fuera visible a simple ojo, alejándose de mí. Sentí una pena terrible. Luego de unos pasos, se paró en seco y volvió, para tomarme de la mano y levantarme con dificultad.

—Tendrás pena, parecerá que muero. Aunque no lo creas, creo que ya estoy algo acostumbrado a eso. —Yo callé—. Es algo lejos, supongo, y no puedo llevar este cuerpo cansado. —Seguí sin pronunciar palabra alguna. El principito pareció perder el ánimo y comenzó a mirar mi mano atrapada entre la suya, lanzando un suspiro—. Sólo quedará una carcasa, como esas que se cambian de los celulares, pues no son tan importantes. —Un pequeño gimoteo salió de su boca, pero todavía no lloraba como siempre lo hacía—. Será agradable, yo también recordaré nuestro encuentro siempre que pueda, para que sea mi oasis si vuelvo a deprimirme. Tú tendrás un cencerro y yo un charco de agua lleno de buenos momentos. ¡Será tan placentero!

No dijo otra palabra, pues comenzó a llorar a mares, típico de él. Le abracé con gran cariño, comenzando a soltar yo también mis propias lágrimas. El cielo comenzó a oscurecerse más y más, anunciando el final del día… y de nuestro encuentro.

—Ya es hora… debo ir allí. —Separó mis brazos de su cuerpo y me dedicó una sonrisa melancólica—. Por favor, procura ser feliz.

Caminó un poco más y se sentó en la cima de la duna. Yo no tuve el valor de seguirle.

—¿Sabes? Rin, soy responsable de ella… del pedazo de corazón que me dio para ser su dueño y el que yo le di sin darme cuenta. ¡Ella es tan delicada y yo tan ciego!

Toqué mis sienes, abrumado por todo. Por un segundo, Len volteó a verme.

—No te preocupes, también cuidaré el pedacito que tú me diste, haz lo mismo con el mío, ¿sí?

Se levantó y dio un paso. El escorpión picó con su cola su pantorrilla y el rubio exhaló un pequeño suspiro que pareció de liberación. Se mantuvo inmóvil en mi memoria, siendo iluminado por los últimos vestigios del Sol, resaltando aún más el color de su cabello y figura.

Después, sin previo aviso… cayó suavemente sobre la arena.


Volví a mi avión completamente destrozado, no me animé a enterrar los restos de Len, porque se sentía como admitir mi derrota. No fue sino hasta llegar a mi destino que yo mismo también me sentía desfallecer, sabiendo que mi cuerpo también había llegado a su límite. Estaba rodeado de cadáveres y una parte de mi cerebro se resignó a pensar que me convertiría en uno dentro de poco.

Entrecerré los ojos y tomé la pistola de bengalas, a la vez que me acostaba al lado de la estructura de metal. Sólo tenía una oportunidad, sino… no quise pensarlo. La garganta se me secó y mi cabeza pesaba.

Vi cómo unos puntos se movían a la distancia entre las dunas, por lo que, con mi poca energía, disparé al aire, siendo enceguecido por una luz refulgente y roja sobre mí. Luego de eso, sólo me desmayé.

Desperté en una cama de hospital, con vendas limpias y una bolsa de suero goteando conectada a mi brazo derecho. Apenas pude articular palabra, vino una enfermera con un brusco acento a asegurarme que todo estaba bien y podría regresar a mi país natal muy pronto. Añadió también la suerte que tuve al ser rescatado en un lugar tan vasto y peligroso como el desierto.

Luego de una dolorosa recuperación, en la cual varios policías me hicieron pequeñas preguntas y me regañaron por haber enterrado a los cadáveres en una escena de desastre (yo traté de explicarles que ningún hombre podría mantenerse muy cuerdo con cuerpos sin vida rodeándolo y viéndolos cada día), pedí que buscaran el cuerpo de un pequeño muchacho de cabello rubio cerca de un oasis. No lo encontraron, en su lugar me dieron un pequeño artefacto electrónico bastante extraño —creo que nunca en mi vida he visto otro igual— que se encontraba completamente inservible.

Al retornar a mi país natal, mis compañeros se alegraron infinitamente de verme vivo, diciendo pequeñas bromas sobre que ya estaban decidiendo quién se quedaría con mis trabajos y cómo repartirían mis bienes personales. Los adultos no son buenos para tratar de alivianar tensiones. Muchos me vieron decepcionado, a lo que yo aludí el cansancio, por lo que decidieron darme mi acostumbrado aislamiento.

Ya fue hace un gran tiempo, no lo sé con exactitud, desde que ese pequeño principito se llevó mi pájaro; pero no me he consolado del todo de mi experiencia. Por más que quiero asegurarme de que él regresó a su vida junto a la muchacha que amaba y deseaba proteger tanto… siguen habiendo algunas dudas en mi cabeza.

¿Qué tal si la jaula es una versión antigua y, por lo tanto, viene con las bisagras oxidadas? El pájaro podría escapar y dañar a Rin. ¿Qué tal si a ella le desagradó la idea y decidió huir? Mientras más nos alejamos de nuestros seres queridos, comenzamos a acostumbrarnos a la soledad, Len habrá quedado desolado, con un ave que trataría de replicar las notas que cantaba su amada, sin lograrlo. ¿O, puede que, todo haya terminado para bien? Esa es la opción que más me confortaba. El cencerro en mi corazón no deja de titilar de alegría. A veces el artefacto parece encenderse y lanzar una risita, otras, sólo creo que es mi imaginación.

El Universo se comprende de preguntas, pero esa es la que más me atormentaba. Sólo es cuestión de pensarlo: ¿Los cambios son buenos? Así los ojos cambian para mostrar otra realidad, sin ser errónea o acertada, sólo diferente. Es algo que los adultos no pueden asimilar del todo.

Me enterré más en mi trabajo, sólo para poder estar en las computadoras más tiempo sin levantar sospechas, en mi mundo feliz y triste. Intercalando las estadísticas de ganancias con mi biografía electrónica. Nunca le conté la historia a alguno de mis colegas, por lo que esta debe ser la primera vez que me atrevo a sacarla de mis archivos ocultos para exponerlo al público en general.

Por eso sólo puedo pedir un favor a cambio de su lectura: si alguna vez en su camino encuentran a un extraño muchacho de ojos azules y cabellos rubios recogidos en una coleta, si ríe sin razón aparente, no responde preguntas por más amenazas que le digas y sienten una extraña sensación de querer protegerlo, no dudarán ni dos segundos que se trata de mi muy querido amigo. Si es así, ¡apiádense de mi alma y háganmelo saber en el periodo más corto de tiempo…

Porque aún le debo un buen puñetazo.

-.-.-.-

¡Y ese fue el capítulo final de la historia, amigos! De verdad estoy muy feliz de haber llegado hasta este lugar. Agradezco a quienes han dejado reviews y favoriteado: SessKagome and Shade Shaw, Hikari xd, Kahx5, ArikelDelaRosa, sugA u-u, Toph Kagamine McCormicK; como así quienes sólo pusieron esta parodia de mala muerte en favoritos o alertas: Aniiiiiixx, Atsuko Yowane, ClassicLolita. DancingQueen, Hermione-Kagamine, Montserrat Fujioka, ¡de verdad mil gracias!

Ahora, si no se han dado cuenta, todavía no pondré fin a este proyecto. El libro original no tiene más capítulos, es verdad; pero como es mi versión, decidí hacerle un epílogo. Espero tenerlo pronto y que les guste. Esperen por él.

Por ahora, seguiré estudiando Derecho Privado antes de que mi novio me regañe por distraerme. Deséenme suerte en mi examen de mañana.

¡Un abrazo, mis amigos!

Neko C.