Advertencias: Tomates. Capítulo serio. Nico y . Sangre, sangre, ¡SANGRE! (muy desagradable)


Capítulo 3: El vaso de gazpacho


La cara que puso Lovino "No-soy-gay" Vargas al notar la baba de su amigo cayéndole por la cara era digna de ser retratada. Dejó los sentimientos cursis de lado y se apartó de Antonio, puesto que tenía bien claro que prefería pasar frío antes que estar empapado por aquella sustancia viscosa. Sabiendo que provenía de la boca de Antonio, no le extrañaría nada que fuera radiactiva.

Aprovechando que era libre de nuevo, se levantó y se acostó al lado de la chica desnuda. Le tocó la mejilla un momento y, a juzgar por un gruñido que emitió, parecía que era Gilbert después de todo. Entonces el ave de corral no había mentido cuando había afirmado que por las noches adoptaba el cuerpo de una moza atractiva. Si no fuera porque ella en realidad era un pollo, Lovino habría intentado cortejarla como buen caballero que era. Porque tal y como plasmaba su apodo, él no era homosexual.

— Qué chica tan guapa — dijo una voz extremadamente aguda.

— Desde luego — contestó Lovino, ensimismado.

— Piel pálida, cabellos largos y plateados… Cualquiera diría que es la hija de la mismísima luna — añadió la misma voz.

— No me gusta que esté tan pegadita a Antonio, ¿qué se cree? — cruzó los brazos, haciendo un puchero ridículo — Lo conoce desde hace menos de un día y ya está pegándole las tetas a la espalda.

— Qué desgracia…

— ¡Y que lo digas! Encima de día se transforma en una gallina repulsiva — se estremeció —. Qué asco me da.

— Desearías perderla de vista, ¿cierto?

— ¡Y que lo digas!

Lovino giró la cabeza para entablar contacto visual con sus interlocutores. Si bien ya era raro de por sí estar charlando con seres misteriosos que le hablaban de aquella ave de corral, lo cierto es que Lovino justamente no se esperaba estar hablando con unos tomates que medían un metro de altura. Quizás él era un simple muchacho de pueblo y no estaba acostumbrado a ver mundo, pero él juraría que aquellos engendros no eran normales.

¡Los tomates estaban hechos para comer, no para hablar con ellos!

Aterrado por aquellos monstruos, intentó chillar como si le fuera la vida en ello, pero uno de ellos le tapó rápidamente la boca con una de sus manitas verdes. Para empeorarlo todo, le dedicó una mirada propia de un asesino en serie. ¡Unos frutos le iban a degollar! Uno de los tres monstruos cogió una navaja mágica y amenazó con ella a Lovino para que dejara de forcejear.

— ¡Hola, soy una navaja y te voy a rajar! — exclamó el arma blanca con toda la alegría del mundo.

— Aún no, navaja, aún no — señaló el tomate barbudo —. No nos conviene matarlo todavía

Los tomates rieron macabramente y con las miradas clavadas en los ojos aterrados de Lovino. Ya que tenía poderes, ¿por qué no los podía utilizar para salvarse de aquellos locos? Pero la pregunta que más se repetía en la mente de aquel pobre muchacho era qué le habría hecho a Mochimérica para que lo castigara de aquella forma. Que unos tomates, su alimento predilecto, fueran los que estaban a punto de arrebatarle la vida era cruel e incluso irónico.

—¡Maite! ¡Tomás! — El tomate más anciano alzó los bracitos — ¡Cogedlo!

Los lacayos asintieron y agarraron a Lovino de tal forma que no pudiera escaparse. Lograron atarle las manos y las piernas a un palo tal y como si fuera un marrano. Sonrieron complacidos, orgullosos de su gran capacidad para torturar a los seres humanos.

— Como protestes, te arranco ese rulito de cuajo — amenazó Maite, la más violenta de los tres tomates.

Lovino no pudo hacer nada, salvo rezarle a Mochimérica y desear en silencio que Antonio fuera a rescatarle.


Lo más aburrido que podría sucederle a alguien era ser una nube. Siempre en el cielo, paseando lentamente y achicharrándose con el sol. Por la noche estaban algo mejor, pero dado que todo estaba completamente oscuro, no podían disfrutar de las vistas que su alta posición les ofrecía.

Ruterfordia, una nube normal y corriente con un pasado turbio, notaba que algo la atormentaba del peor modo posible. Su mejor amiga — de la que estaba enamorada — la miró interrogante. Ruterfordia suspiró.

— Ay, Estroncia… — se sonrojó — Tengo un problema.

— ¿Cuál?

— No he comprado tampones ni compresas… — ya estaba completamente escarlata — No sé qué puedo hacer.

— Descárgalo todo sobre esos dos de ahí — señaló a dos personas que dormían en el bosque —. Total, los humanos no tienen sentimientos.

— ¡Cierto, Estroncia! ¡Muchas gracias!

Ambas rieron, contentas con la vida por haberles ofrecido la oportunidad de contar la una con la otra. Ruterfordia dio un brinco y dejó que unas misteriosas gotas rojas cayeran solamente sobre Antonio y Gilbertina, quienes obviamente despertaron rápidamente al notar que algo muy asqueroso los empapaba. Gilbertina alzó el puño y maldijo a las nubes por ser unas guarras gamberras. Antonio, todavía sin ser consciente de qué estaba sucediendo, buscó a su amigo con la mirada, pero no lograba encontrarlo.

Lovino no estaba.

— ¡Gil, Gil! — puso una mueca de asco al ver que la chica estaba cubierto de rojo — ¡Lovino no está aquí!

— ¿Y qué más da?

— ¿Cómo que qué más da? — sujetó a Gilbertina María por los hombros, visiblemente molesto — ¡Sabe Dios lo que le pudo pasar a Lovino! ¿Y si lo secuestró un trensexual de esos?

Giraron la cabeza y, efectivamente, había un trensexual mirándolos sospechosamente, como si supiera más de lo debido. Gilbertina optó por ignorar al medio de transporte de mirar lascivo y pegó su cuerpo desnudo al de Antonio. Era de noche y hacía frío y ella no era tan boba como para pescar un resfriado pudiendo evitarlo.

— Mira, fijo que fue a mear — respondió con su voz de hombre.

— ¡Lovi nunca va a mear solo! — la preocupación en su voz era ya más que obvia — ¡Siempre quiere que lo acompañe y le sujete el espagueti y…! — se detuvo al notar la mirada horrorizada y asqueada de la muchacha — ¡Ay, te digo que le ha pasado algo! ¿Y si le han secuestrado?

— Yo lo vi todo — dijo al fin el tren —. Unos tomates vinieron y se lo llevaron a Nítamot.

— ¿Nítamot? — Gilbertina palideció — ¡Pero si eso está en el quinto carajo!

— ¡Pues tenemos que ir a Nítamot! — cruzó los brazos.

— ¡Ni hablar, pimpollo! — su semblante se tornó triste de repente. Un rubor un tanto ridículo adornó sus mejillas — Tengo que llegar adonde la bruja de las montañas ya — frunció el ceño —. ¡Y ya es ya!

— Pero a ver, id a rescatar al chico cuanto antes posible y así podréis ir adonde la bruja — opinó el trensexual, doctorado en Solución de Problemas.

Antonio y Gilbertina María lucharon ardientemente con sus miradas, pero al final acabaron cediendo e hicieron caso al tren. No obstante, antes de emprender su viaje para rescatar a Lovino, fueron al río para secarse. Aunque hubiera gente que los pudiese tachar de locos, les resultaba desagradable estar empapados de menstruación de nube.

Para que ella no pasase frío, él le entregó su chaleco — lo justo para que Gilbertina se tapase los pechos — y los pantalones, los cuales obviamente eran demasiado grandes para la joven. Antonio se resignó con una camisa y los calzoncillos ceñidos que le había regalado Lovino por su cumpleaños.


Los ojos de Lovino no podían creerse lo que estaban viendo. Quizás pecaban de incrédulos, pero no consideraban normal que un poblado conformado por tomates estuviera ante ellos. Los tomates, tan salvajes como eran, lo echaron de cualquier manera en la plaza del pueblo. Era una humillación.

— ¡Tomatinos, he aquí el hombre de la cara roja! — anunció el tomate anciano.

Los tomates aplaudieron como si estuvieran poseídos por un mono con platillos. El único que mantenía la compostura y miraba a los demás como si fuera una panda de lunáticos era un pequeño tomate con gafas de sol.

— ¡Hijo, aplaude! — ordenó Tomás, uno de los tomates secuestradores.

— ¡Me niego! — protestó Tomasito, cruzando los brazos y poniendo un mohín.

— Ay, tu hijo es un rebelde sin causa — comentó Maite con un deje socarrón.

— ¡Sin más dilación, llevemos al hombre de la cara roja ante nuestro líder!

Volvieron a coger a Lovino y lo llevaron solemnemente hasta una misteriosa casucha que parecía que se iba a caer en cualquier momento. Sin embargo, por dentro era espaciosa y estaba decorada con todo tipo de adornos majestuosos y propios de un noble. Dejaron a Lovino en el suelo del modo más brusco posible, justo ante el trono donde se hallaba un hombre joven cuya sonrisa dejaba ver un colmillo sonriente.

— ¿Quién eres tú? — preguntó Lovino sin reprimir su asco por los tipos con colmillos.

El joven miró a Lovino con una sonrisilla que pecaba de codiciosa. El colmillo reía a carcajada limpia como el maniaco que era. Dejó su vaso de gazpacho en el suelo y se levantó haciendo aspavientos, que según él eran gráciles y elegantes, mas ante los ojos de los demás seres humanos eran simplemente patéticos.

— ¿Que quién soy yo? — preguntó alegre y con un toque ligeramente burlón —¡Sangre, sangre, SANGRE! ¡Soy Nicolae Dragomir!

«Este payaso debe de creerse muy famoso e importante», se dijo Lovino a sí mismo mientras intentaba levantarse.

— ¡Y yo soy Serghei! — el colmillo se presentó encantado de la vida.

— Al chico no le importa tu orientación sexual — Nicolae lo regañó —. En fin, ¡bienvenido seas a mi morada! — extendió los brazos — Venga, ya puedes fregarme los platos. ¡Sangre, sangre, SANGRE!

— ¡¿Pero tú quién coño te crees que eres? — preguntó Lovino aterrado y sonando mucho menos valiente y decidido de lo que se había propuesto.

— Nicolae Dragomir, si ya te lo he dicho.

— Esto, señor — el tomate anciano carraspeó —. Este no es un esclavo que hayamos capturado para usted, sino el hombre de la cara roja.

— Ya veo — alzó una ceja —. Pues nada, casémonos. ¡Sangre!

— ¡Que no soy gay! ¡No me voy a casar con un tío que tiene un colmillo parlante!

— Serghei soy yo — matizó el colmillo.

— ¡Y tú calla, que los dientes no hablan! — Lovino retrocedió un par de pasos, aterrado por aquel circo de monstruos — Antonio… ven y sálvame…

Continuaron con aquella discusión hasta que la poca paciencia de Nicolae se consumió. Iba a casarse sí o sí.


Gilbertina María tenía un gran problema: su personalidad cambiaba un poco cuando contaba con el cuerpo de mujer. A ella le gustaba más su asombrosa personalidad de hombre, pero no podía hacer nada al respecto. Los senos la atontaban y, lo peor de todo, también atontaban al prójimo.

— Odio las tetas — las manoseó con odio —. Dormir con ellas es incomodísimo.

— Pues a mí me gustan — sonrió con un deje algo pervertido y a la vez soñador —. Son suaves y blanditas.

— ¡Las tetas sólo traen desgracias! — protestó — Cuando era pequeño toqué sin querer las de la bruja y me empezó a odiar. Luego, cuando me convirtió en mujer, el maldito mago se enamoró de mí por las tetas. ¡Y ahora la maldita bruja se va a casar y yo no puedo hacer nada por impedirlo porque o tengo cuerpo de mujer o soy una gallina! — se aferró al brazo de su acompañante — Este cuerpo no está a la altura de mi genialidad. Con lo guapo que yo era…

Antonio sonrió enternecido al ver que Gilbertina María estaba mostrando su faceta frágil y tierna una vez más. Le dio un beso en la frente y le sonrió para que la muchacha alegrara la cara, pero ella estaba ya demasiado ensimismada intentando solucionar sus propios problemas.

— Oye, Gil, hagamos una promesa — ella lo miró interesada —: yo te ayudaré en todo lo que pueda para impedir la boda de la bruja y tú me ayudas a rescatar a Lovi, ¿te parece?

— Te iba a ayudar de todas formas porque yo lo valgo — sonrió orgullosa —. Pero si tanto insistes…

— Me alegro de tener un amigo, o amiga, con quien contar — sonrió de oreja a oreja —. Gracias.

Gilbertina no respondió, simplemente asintió con la cabeza y se aferró de nuevo al cuerpo de su amigo. ¡Por fin alguien le aceptaba a pesar de ser una gallina que se transformaba cada noche! Sin embargo, despertó de sus cavilaciones al ver que ya habían llegado a Nítamot. Quedaron boquiabiertos al ver que unos tomates enormes caminaban, conversaban y trabajaban como la gente normal y corriente.

— Con esos me hacía yo una ensalada… — murmuró Antonio con la babilla cayéndole por el mentón.

Unos tomates guerrilleros intentaron atacarles, pero Antonio respondió con un golpe con las nalgas que los dejó inconscientes. Sonrió orgulloso ante la mirada asombrada de Gilbertina.

— ¿Acabas de pegarles… con el culo? — preguntó incrédula.

— ¡Sí, mi culo atrae la buena suerte y es un arma muy eficaz!

Ella prefirió no mirar las posaderas de su amigo porque aún conservaba un poco de decencia en su cuerpo de doncella. Llegaron hasta la casa del jefe del poblado y entraron para preguntar por el paradero de Lovino. Para su sorpresa, nada más pisar el pie en aquella morada tan excéntrica vislumbraron a "No-soy-gay" aterrado y rojo como un tomate, ya que un hombre misterioso le había quitado la camisa para hacerle algo indecente.

— ¡Lovino! — exclamó Antonio, desenvainando la espada.

«¿Para qué lleva espada si luego ataca con las cachas?», se preguntó a sí misma Gilbertina. Lovino, nada más ver que su salvador y la otra habían llegado, suspiró aliviado e intentó zafarse una vez más del malvado Nicolae para emplear a Antonio como escudo.

— ¡Antonio! — extendió los brazos. En vez de utilizarlo como escudo se lanzó a sus brazos como un bebé koala — ¡Ese tipo es un lunático! ¡Dice que quiere casarse conmigo y no sé qué más mierdas…! ¡Y me quitó la camisa! ¡Y fijo que ahora me quería tocar el espagueti! ¡Y tiene un colmillo que habla! ¡Y…!

— Tranquilo, Lovino — le acarició la cabecita —. Ahora que he llegado, no tienes nada que temer — le dirigió una cargada repleta de furia a Nicolae —. ¡Tú! ¿Cómo osas tratar tan mal a mi buen amigo?

Nicolae no contestó porque estaba demasiado encandilado observando a la hermosa mujer que acababa de entrar en la sala. Cabello largo, liso y sedoso. Piel blanca como la leche. Ligera de ropa. ¡Era la mujer perfecta! Se acercó a ella corriendo y le tomó las manos rápidamente, arrodillándose ante ella.

— ¡Tú! ¿Querrías ser mi esposa? —le besó la mano — ¡Tengo que casarme antes que la maldita bruja de las montañas y creo que me acabo de enamorar de ti!

— Eso no te lo crees ni tú — opinó Serghei.

— ¡Pero señor, le hemos traído al hombre de la cara roja porque podría brindarle toda la sangre que usted necesita! — el tomate anciano intentó persuadir a su amo — ¡Recuerde que usted es hemofílico!

— ¿Tú… conoces a la bruja de las montañas? — preguntó Gilbertina ligeramente colorada. Eso ya fue suficiente para que el tomate anciano diera el visto bueno y Nicolae bebiera los vientos por ella.

— ¡Esa petarda es mi enemiga! — contestó sonriente, como si estuviera diciendo algo normal y corriente — Y tengo que ganarle y contraer matrimonio antes que ella.

Gilbertina meditó. Ella — o él — quería impedir la boda de la bruja y quizás pudiera aliarse con Nicolae para conspirar junto a él, pero luego se dio cuenta de que aquello no serviría nada. Ella quería casarse con la bruja, aunque le costase admitirlo.

— Ni hablar — dijo tras mucho pensar —. ¡Alguien tan genial como yo no se va a casar con alguien tan patético como tú, bufón!

— Mira, o me caso contigo por las buenas o por las malas — susurró con tono amenazador. El colmillo rió a carcajada limpia.

Antonio, en una de aquellas olas de inteligencia que inundaban su cerebro cada vez que el alba se acercaba — lástima que a aquellas horas él soliera dormir —, se dio media vuelta y deslumbró a Nicolae y al tomate anciano con el destello de su trasero. Aún con Lovino pegado a él y dándole la mano a Gilbertina, huyó de la cabaña lujosa tan rápido como pudo y sin pantalones, dado que su amiga aún los llevaba puestos.

— ¡Alto ahí! — gritó Serghei, el colmillo.

Corrieron de todos modos y, nada más salir de la cabaña, notaron que los primeros rayos de sol estaban iluminando el poblado. El cuerpo de Gilbertina comenzó a brillar y a flotar en el aire, experimentando todo tipo de cambios acompañados de música y efectos especiales.

— ¡No permitáis que salgan del pueblo con vida! — ordenó el tomate anciano, que inexplicablemente logró reunir a un escuadrón enorme de tomates soldado.

— ¡Antonio, tenemos que huir!

— ¡Pero Lovi, Gil aún se está transformando!

— ¡Me cago en la puta! ¡Tú, transfórmate más rápido y deja de flotar, cojones! ¡Das miedo!

Gilbert, ya de nuevo con su cuerpo de gallina, aterrizó, pero notó que estaba rodeado por todas partes de soldados. No tenían escapatoria. Nicolae salió también de la cabaña con una sonrisa maquiavélica y con su vaso de gazpacho en mano. No le extrañó ni un ápice que su adorada dama se hubiera transformado en un ave de corral gigante — quizás no había llegado a la conclusión de que eran la misma persona —.

— Estamos jodidos, ¿y ahora qué hacemos? — preguntó Lovino entre dientes.

— ¡Tú, usa tu culo y sálvanos!

— ¡Gil, mi culo no vuela!

Lovino notó cómo sus poderes habían vuelto a despertar. Su rulito se estiró y comenzó a brillar. Todos los presentes lo miraron asombrados, preguntándose qué era aquel aura tan extraña y poderosa que estaban sintiendo. Tomó la mano de Antonio — gesto gratuito, ya que no influía en nada con lo que tenía planeado hacer — y con su rulito tocó el ala de Gilbert. Tomatín y Tomatán se subieron a lomos de su gallina y emprendieron el vuelo.

— ¿Desde cuándo puedo volar? — preguntó Gilbert asustado.

— Desde que te manipulo con mi rulo mágico — explicó con un tono solemne.

— ¡Lovi, tus poderes son geniales! — le sonrió ilusionado — Si no fuera porque tengo que agarrarme a la espalda de Gil para no caer y convertirme en puré, te daría un abrazo enorme.

— Y tú calla, que mucho culo de la suerte y mucho blablablá, pero a la hora de la verdad no haces nada — frunció el ceño con un rubor que adornaba sus mejillas.

Desde el suelo, Nicolae agitó el puño con fuerza y les lanzó todo tipo de maldiciones a aquellos desgraciados.

— ¡Algún día nos volveremos a ver las caras! — vociferó a los cuatro vientos.

— ¡Y no tendremos clemencia! — secundó Serghei.

Tenían bien claro que aquello no podría quedar así. Si Nicolae Dragomir aseguraba que se iba a casar con la chica pálida de cabellos plateados antes de que la bruja de las montañas contrajera matrimonio, ¡cumpliría su palabra!


Notas: Tananán. Este capítulo me quedó serio… Pero en fin. Nicolae Dragomir es el nombre que le di a Rumanía… porque sí. Iba a llamarse Florin, pero le dejé Nicolae porque así se le puede llamar Nico :3 Y Dragomir suena muy misterioso. No es un vampiro, que conste.

Y la vaina de Antonio aparece por arte de magia cuando él quiere porque es un regalo de Lily y... eso.

¡Y como siempre, muchísimas gracias a todos los que os molestáis en dejarme un review! Se agradece mucho, de veras :'D

PrussianAwesomeGirl: Si mueres épicamente es porque eres épica ;) ¿Te sube el ánimo? Ay, siento que estoy haciendo un bien social (?) *u*

Ariadonechan: Ay, no soporto a los morancos (opinión impopular) D: "Culito Bello" acabará con quien Mochimérica diga, niña º_º

The-sweetest-revenge: La madre que me hizo… no había pensado en lo de las plumas hasta que viniste tú a recordármelo… D'x Joé, qué asco… Ahora no dejaré de pensar cosas raras por tu culpa. En cuanto a lo de los trenes: ¿y por qué no? xD Te explicaría cómo copulan, pero es demasiado pornográfico ù_u Besos a ti también~

RechelHina: El nombre del tren le queda bien xD Una chica preciosa con la voz de Gil debe de ser algo muy perturbador, sip.

Loto de Origami: La verdad es que no. Está más preocupado por la boda de su hijo que de otra cosa D: Gracias a ti por el review ;)

Yakumo2112: Me alegra que te hayas reído~ Gil es el personaje perfecto para las situaciones raras xD Oh, no había interpretado lo de luceculo de esa forma… xD

Jackce: Cuando es chica no es nada genial porque tiene sentimientos femeninos y cursis (?)

Yaya Romance: Un viaje con Gilbert siempre es mil veces mejor~ Lovino no es gay, simplemente le gusta mirar culos masculinos. ¡NADA MÁS! ;A;

Rainele8: Claro que puedes usar Gilpollo: es un gran mote. Si tomara Activia solucionaría uno de mis grandes problemas, pero detesto su sabor *llanto de estreñida* Las palabras suecas ponen cachonda a cualquiera, aunque yo creo que las alemanadas del Lidl también tienen su encanto.

Pues eso~ Nos vemos~