Capítulo 29

Nota: Toda historia llega a su final en algún momento… en realidad tenía pensado algo más para este fic, pero se me agotó la inspiración y me colgué de otras cosas escribiendo en el foro de DB. De todos modos les invito a disfrutar de ello, agradeciéndoles de antemano por su paciencia y preferencia.

Después de una larga noche Miroku e Inuyasha, acompañados por Hachi, se dirigieron una vez más a la región Oeste para así verificar los rumores sobre la retirada intempestiva de los yōkai, a la vez de cobrar por los servicios pendientes de la ocasión anterior. Posteriormente, terminado el trabajo, retornaron a su aldea.

Durante el camino de regreso el joven Hoshi se abstuvo de preguntarle a su amigo semidemonio si se había tomado la molestia de leer el pequeño libro que le prestó desinteresadamente, y el Hanyō no dijo ni media palabra sobre el tema… bueno, los resultados saldrían a la vista cuando por fin fijara la fecha para celebrar su tan ansiado matrimonio. Lo necesario ahora era volver al lado de sus seres queridos, ya que el monje llevaba unos veinte días fuera de casa, alejado de su bella esposa y sus tres hijos por cuidar a su anciano y enfermo mentor, y los extrañaba como no tienen idea. Bueno, incluso el ojidorado quería ya estar con la morena dueña de su corazón, para así dejar muy en claro que ya había llegado el momento de unir sus vidas de una vez y para siempre.

Al llegar a los límites del poblado cada quien tomó su propio rumbo.

Muy bien, mi estimado Inuyasha, salúdame a la señorita Aome y espero podamos vernos más tarde —se despidió Miroku un tanto apresurado, sin disimular las ganas que tenía de ver a su esposa y apretarla entre sus brazos—. Anda ya, Hachi, mis hijos me esperan —añadió al dirigirse a su leal sirviente tanuki, quien cargaba con casi todo el equipaje, urgiéndole a apurar el paso.

Si, jefecito, como usted diga… esto pesa un poco —contestó el mapache resoplando un tanto agotado, inclinándose levemente por el peso de los bultos que llevaba a cuestas.

Vamos, vamos, no te quejes, que mi Sango va a darte de comer en agradecimiento por tus servicios… así que puedes decir que te va a ir bien —le replicó el joven monje con algo de severidad. A veces parecía algo cruel en su trato con el metamorfo, pero en realidad lo estimaba y por supuesto que no dudaría en brindarle su ayuda cuando lo necesitara.

Inuyasha se hizo el desentendido ante esa escena y le respondió a su amigo lanzándole una leve mirada escrutadora, ya que intuía que el monje había llevado al tanuki de niñero para que él pudiera divertirse con su mujer. De sólo pensarlo sintió náuseas.

¡Keh!, oye, Miroku, procura no pasarte de… bueno, tú entiendes —dijo ásperamente sin ocultar el gesto de desagrado.

Descuida, Inuyasha, el romanticismo se disfruta mejor ante la calidez de la hoguera y bajo las estrellas —fue la respuesta del aludido sonriendo pícaramente antes de tomar el sendero que conduce a su hogar—. Y ya pronto pensarás lo mismo cuando te cases con la señorita Aome, yo sé lo que te digo —añadió soltando una leve carcajada, pasando por alto el momentáneo sonrojo de su amigo y el de su sirviente.

¡Eso quisieras tú, pedazo de…! —bufó Inuyasha recuperándose casi al instante, viéndolo alejarse—. Imbécil… —murmuró al final y se encaminó a la cabaña de la anciana Kaede, pues Aome había decidido permanecer al lado de la buena mujer mientras no fueran esposos.

Antes de llegar olfateó un poco el aire para comprobar que sus ocupantes estuvieran ahí, pero sólo percibió el aroma de Lin.

¡Keh, mierda!, ¿a dónde diablos se habrán largado Aome con la vieja? —bufó entre dientes, levemente molesto porque su chica no lo esperara.

En fin, era seguro que la jovencita sabía la respuesta, así que no tenía más que preguntarle. Sin avisar penetró en la vivienda y levantó un poco la voz para que ella lo oyera, procurando modular el tono para no espantarla.

¡Oye, Lin!, ¿a dónde fueron Aome y la anciana Kaede? —preguntó con educación presentándose frente a la pequeña. La encontró acomodando algunas hierbas medicinales dentro de una caja.

— ¡Oh, señor Inuyasha, es bueno verlo otra vez! —la niña le saludó con su acostumbrada amabilidad y duce sonrisa, como si estuviera aguardando a propósito por su llegada—. La señorita Aome no está aquí —añadió en tono tierno a modo de explicación.

— Este… sí, ya me había percatado de eso —el ojidorado tuvo que ocultar la ironía ante eso y conservó el tono cortés. Si llegaba a ofender la susceptibilidad de la chiquilla podría ser gravemente lastimado por Sesshōmaru—. ¿Y a dónde se fue? —volvió a preguntar con calma.

— Ella y la abuela Kaede fueron al antiguo templo en donde la señorita Kikyō se preparó como sacerdotisa —le contestó su interlocutora con entusiasmo, añadiendo más que feliz—. Y cuando yo sea más grande también entrenaré ahí, ya que la abuela Kaede me dijo que tengo oculto un gran poder espiritual… ¿no le parece maravilloso?, llegaré a ser la sacerdotisa de la aldea cuando la señorita Aome y usted ya estén muy viejitos para enfrentar a los malos espíritus —dijo dirigiéndole una mirada de complacencia, como si esperara su aprobación.

— Eee… sí, sí, me parece muy bien —el joven de cabellera plateada pareció un poco perplejo ante el cúmulo de información no pedida. Por unos segundos su memoria recordó que en ese lugar se enfrentaron contra Tsubaki, una malvada sacerdotisa envidiosa de Kikyō, y que buscó dañar también a Aome—. Creo que… creo que mejor voy a buscarlas —dijo intentando alejarse de la chiquilla… a su parecer Lin era demasiado parlanchina.

— Espere aquí, señor Inuyasha, le aseguro que no han de tardar ya que salieron desde la mañana —dijo la pequeña tomándole suavemente por la amplia manga del traje—. ¿Por qué no mejor me cuenta cómo les fue a usted y a su Excelencia en la región Oeste?… —agregó a modo de pregunta, mostrando su curiosidad. Al momento añadió con algo de seriedad—… fíjese que Ahome y Kikyō le preguntaron mucho por su papá a la señorita Sango, y hasta Miatsu lo extrañaba. Ya hace varios días que su Excelencia se fue… por cierto, ¿él también regresó o vino usted solo? —y al final le interrogó con visible duda.

— No, también Mir… es decir, su Excelencia Miroku está aquí —tartamudeó un poco afirmando con la cabeza, y terminó dejándose caer sentado junto al fogón para acompañar a la niña.

— ¡Qué gusto! —la pequeña pelinegra se sentó a su lado, y volvió a sonreír dispuesta a platicar—. Hace unos días los tres estuvieron muy llorones, y por eso es que a veces la señorita Sango parecía desesperada.

— Ya me imagino —el Hanyō soltó un suspiro para no desesperarse también.

En vista de que el semidemonio no tenía ánimo para contar sus hazañas es que la niña se decidió a relatar su última aventura vivida al lado del Señor Sesshōmaru, ya que, como Inuyasha y Aome habían pasado la última luna nueva fuera de la aldea, específicamente en la época actual, y a su regreso el Hanyō se había ido por su Excelencia, consideró importante contarle los detalles de eso. Y cada vez que Lin hablaba de Sesshōmaru Inuyasha tenía que guardarse una mueca de fastidio… la actitud y devoción de la muchachita hacia su gran hermano Daiyōkai le parecía bastante exagerada, más prefirió dejarla hablar en tanto su imaginación divagaba un poco hacia el futuro que ya le parecía cercano, evocando la placentera estampa de cuando nacieron las gemelas de Miroku y Sango: en ella se veía a una feliz Aome mostrándole a un recién nacido con orejitas y plateados cabellos, mientras él sonreía enternecido antes de tomarlo entre sus brazos. Volvió a la realidad de sopetón y sacudió la cabeza un poco asustado, levantándose precipitadamente, inquietando con ello a Lin.

Señor Inuyasha, ¿le sucede algo? —por lo mismo la pequeña interrumpió su disertación y lo miró con preocupación.

No… no es nada, descuida —le contestó el semidemonio recobrando la conciencia del lugar donde se encontraba. En ese momento a su olfato llegó un conocido y dulce aroma que se aproximaba… la oportunidad que esperaba para apartarse de la jovencita—. Aome y la anciana Kaede ya están cerca —y salió sin más de la vivienda.

Rápidamente llegó donde el Árbol Sagrado y se encaramó en él, ya que desde ahí arriba dominaba la entrada de la aldea. El sentido no le había engañado, ya que divisó a Aome acercándose con la anciana Kaede, y las dos parecían muy contentas. Torció momentáneamente el gesto al notar que la joven vestía el típico traje de sacerdotisa… en su opinión nunca se vería del todo bien con esas prendas de época. Pero ese no era momento para criticarla por sus atuendos, y su corazón brincó de gusto nada más verla. Así que, ni tardo ni perezoso, descendió de entre las ramas y en menos de un minuto las alcanzó.

¡Aome, Aome! —exclamó visiblemente emocionado, presentándose frente a ellas de un salto.

Obvio que, ante la repentina aparición, la primera reacción de las mujeres fue dar un salto hacia atrás, claramente asustadas.

¡Aayy! —el grito de Aome fue muy agudo, pero, en cuanto lo reconoció, no dudó en abalanzarse a sus brazos—. ¡Oh, Inuyasha, has vuelto! ¡Qué alegría! —le dijo rebosante de felicidad, plantándole un beso en la mejilla que lo dejó anonadado por un segundo.

Bienvenido seas, Inuyasha —le dijo Kaede sonriendo aliviada—. Me imagino que su Excelencia ya está con la familia —agregó.

Eee… sí, sí… Miro… —y él tartamudeó más que avergonzado por traer a la joven morena casi sobre su persona, más se repuso y no dudó en abrazarla un poco más, respondiéndole a la anciana mujer—… su Excelencia Miroku ya se encuentra también en casa.

Pero cuéntanos… ¿pudieron acabar con los yōkai que quedaban? —intervino la pelinegra regalándole una sonrisa dulce, soltándolo de entre sus brazos y tomándole una mano.

Pues claro, esos no eran más que pedazos de mierda —contestó el ojidorado con algo de presunción, aunque tenía ganas de decirle tantas cosas más importantes en ese momento que el exterminio de basuras yōkai.

Bueno, bueno, tenemos que preparar la cena… Lin nos espera y Shippou no ha de tardar en llegar — habló Kaede una vez más retomando el andar, entendiendo, al ver la cara del semidemonio, que pretendía tratar otro asunto.

… vaya, yo le había prometido a Sango que iría a visitarla más tarde… —murmuró Aome algo contrariada, así que, soltando a su amado, caminó también con ella.

¡Keh!, Sango va a estar muy ocupada con Miroku —ese comentario no le hizo mucha gracia al joven peli plateado, quien no dudó en externar su sentir de forma un tanto burlona mientras cargaba al hombro varios de los costales que las mujeres traían con ellas—. Esta noche no va a poder dormir temprano como en los últimos días —puntualizó convencido y tajante.

Inuyasha… ¿ya vas a empezar con tus prejuicios tontos? —por lo que la joven no pudo dejar de reprocharle.

¿Qué?, tú sabes que es verdad lo que digo… la dichosa cuarentena ha concluido si no mal recuerdo —dijo él maleducadamente en un tono de fingida inocencia, y luego agregó con fastidio—. Para suerte la del idiota pervertido de Miroku, hasta creo que fue todo premeditado.

Como sea, esto es un asunto entre ellos —detalló la pelinegra.

Aome tiene razón, Inuyasha —les interrumpió Kaede con seriedad, tratando de que ese par de peleoneros mantuviera la calma—. Es bastante bueno el que su Excelencia tenga una dichosa vida matrimonial al lado de su esposa —subrayó sonriendo un poco.

No, si yo no digo que eso me moleste —rezongó el aludido a modo de defensa—. Ultimadamente me vale "#$ lo que hagan o dejen de hacer.

Entonces no se diga más y no hagas más comentarios mordaces sobre ellos —puntualizó la joven morena intentando saldar la discusión, simulando no haber escuchado la mala palabra.

¡Keh!, tú fuiste la que empezó con esto al mencionar que tenías que ir a ver a Sango precisamente hoy —el Hanyō la miró de fea manera, sintiéndose ofendido—. Como si no supieras que ese maniaco de Miroku va a querer recuperar el tiempo de separación… incluso hasta trajo a su sirviente el mapache para que le cuide a las chamacas y al crío —detalló sin ocultar su repulsión.

Oye, yo sólo mencioné que le prometí visitarla. Si el monje Miroku no hubiera llegado hoy por supuesto que iría a su casa —Aome se molestó ante lo dicho y lo miró también con gesto retador… pensó en mandarlo de boca a comerse el polvo del sendero.

Muchachos, muchachos, por favor, estén tranquilos esta noche… —Kaede tuvo que intervenir una vez más y les pidió serenidad agitando las manos—. ¿Acaso no tienen mucho de que platicar entre ustedes? —añadió mirándolos con leve severidad.

Ambos enrojecieron ante estas palabras y desviaron la vista momentáneamente.

Yo… lo siento, anciana Kaede… Inuyasha, ¿me perdonas? —dijo Aome al segundo, mirando a sus acompañantes con verdadera aflicción, especialmente al joven de dorados ojos.

No… no tienes de que disculparte, Aome, yo fui el grosero… —él también contestó abochornado, enrojeciendo de la pena al agachar las orejitas. Si tuviera rabo era seguro que lo metería entre las piernas para mostrar su arrepentimiento.

Entonces apuremos el paso porque ya todos queremos cenar —a lo que la buena de Kaede se dio por bien servida y los instó a continuar su camino, sonriendo con discreción.

Al llegar a la cabaña se encontraron a un sonriente y orgulloso Shippou mostrándole a la pequeña Lin el pergamino con sus últimas calificaciones aprobatorias, y ella lo miraba con bastante admiración, halagándolo por ser tan listo. Tuvieron una buena cena en tanto el kitsune hizo una narración detallada del pesado examen que realizó para subir de grado, hasta les presumió la felicitación que le habían dado al ser uno de los alumnos más avanzados… el pequeño zorro sabía emplearse a fondo cuando se lo proponía. Y tan esponjado estaba que ni le importó la mueca desdeñosa del Hanyō ante sus aventuras. Porque claro, Inuyasha prefirió no abrir la boca y dejarlo hablar no obstante considerar parte de la historia como exageraciones del chaparro molestón. Ni bien terminaron de cenar y el ojidorado optó por salir de la vivienda para dirigirse al Árbol Sagrado, despidiéndose de todos, incluso de Aome, de la forma más educada que pudo, pero con una breve mirada le dio a entender a la joven que fuera a buscarlo en cuanto tuviera tiempo… entre más privacidad tuvieran para hablar sería mejor.

Ya recostado entre los ramales del árbol meditaba en muchas cosas, inclusive se divirtió un buen rato imaginando las barbaridades y ridiculeces que Miroku haría con Sango a esas horas, más le dio un poco de asco el "oírlo" hablar cursilerías baratas. Y, en cuanto percibió el aroma de la pelinegra acercándose por el sendero, esas imágenes fueron momentáneamente sustituidas con ellos dos como protagonistas. Asustado por la revelación sacudió la cabeza para borrar esas ideas cochambrosas de su cerebro, cayendo estrepitosamente al suelo. Tan distraído estaba que no pudo ni sostenerse.

¡Mierda! —bufó al momento en que su espalda dio en el piso—. ¡La culpa de todo es de ese par de enfermos! —exclamó mirando hacia arriba antes de enderezarse, como si le increpara al árbol por el doloroso castigo.

¡Inuyasha! —Aome se percató de lo sucedido, acercándose a él a toda prisa y agachándose a su altura—. ¡¿Pero qué fue lo que te ocurrió?!, ¿acaso te caíste? —le preguntó más que asombrada por verlo ahí, en esa singular posición boca arriba.

No, Aome, así bajé a recibirte… —le contestó un poco irónico mirándola fijamente con enfado—… ¿qué no ves? —recriminándole al momento.

Mmm… —la joven hizo un mohín de disgusto ante ese tono maleducado—. Entonces mejor me voy —y se levantó para volver sobre sus pasos, dándole la espalda con petulancia.

Oye… nadie dijo que podías irte —por lo que el joven tuvo que levantarse de un salto para agarrarla de una mano e impedirle que se alejara, atrayéndola hacia él con un poco de brusquedad—. Que delicada eres… —añadió mirándola con un brillo de diversión en las doradas pupilas. Al instante la rodeó por el talle con un brazo, moderando la voz—. Mejor vamos arriba, así que agárrate bien —agregó y, tomando impulso, dio un brinco alto.

Ella se abrazó a su cintura para permitirle libertad de movimiento y así pudiera asirse de una rama. En cuanto encontró una rama adecuada el ojidorado la acomodó con suavidad y se quedó junto a ella, sentado en una posición un tanto incómoda para mirarla de frente.

Inuyasha… ¿ya has pensado en…? —Aome también fijó la vista en su rostro, más ya no pudo terminar la frase porque se sentía completamente acalorada. De hecho sus pómulos estaban tan rojos como si fuera una manzanita.

Sí, ya he pensado en ello —le contestó el aludido sin quitarle la mirada de encima, guardando una mueca de complacencia ante la evidente turbación de ella.

¿Y…? —las pupilas achocolatadas reflejaron un poco de ansiedad.

Pues… yo digo que… —ahora el enrojecido fue otro, ya que esa bella mirada café siempre le había parecido linda, y se silenció por un instante.

En realidad le gustaría que la boda fuera al día siguiente, pero estaba consciente de que le eran necesarios unos días más para darse ánimo y hacerlo bien. Además no quería que ella pensara mal de él si es que acaso volvía a regarla.

Inuyasha… —entonces la mirada de Aome se hizo tierna, entendiendo su indecisión… no quería ni tenía porque presionarlo otra vez—… si… si tú quieres no nos casamos —susurró antes de suspirar por lo bajo.

¿Eh?... ¿por… por qué dices semejante cosa? —esas palabras tomaron por sorpresa al Hanyō, y en su rostro se reflejó una mueca de preocupación… ¿de verdad ya no quería casarse con él?—. ¿Acaso ya no… ya no me quieres? –le preguntó algo abatido.

No es eso, no seas tonto… en estos tres años sin ti me di cuenta que te amo demasiado y por ello pude volver a tu lado, porque quiero vivir contigo siempre —le respondió ella con firmeza, acercándosele un poco más para acariciarle una mejilla con ternura—. Es sólo que no quiero obligarte a hacer algo que te cueste trabajo, así que podemos… —añadió bajando nuevamente la voz, agachando la cabeza y tartamudeando al continuar, sonrojándose una vez más—… podemos únicamente vivir juntos en… en unión libre —concluyó en un susurro de voz.

¿Unión libre?... ¿qué significa eso? —después de quedarse boquiabierto por una fracción de segundo, como procesando la información, el peli plateado preguntó con extrañeza.

Pues que… —Aome tomó aire para explicarse con calma—… no es necesaria una ceremonia de boda igual a la que tuvieron Sango y el monje Miroku para vivir como un matrimonio, ya que únicamente podemos instalarnos en una choza y estar juntos –después se armó de valor para mirarlo nuevamente a los ojos, aunque el rubor de sus mejillas no disminuyó ni un ápice- . Por cierto, ¿cómo pensabas vivir al lado de Kikyō?, ¿acaso ibas a casarte con ella? —le preguntó a bocajarro con sincera curiosidad, tomándolo desprevenido.

Etoo… bueno, yo… Kikyō… ella… —a lo que él tartamudeó dudoso, intentando recordar—… en realidad nunca me dijo nada sobre… sobre casarnos —y esta vez desvió la vista, sintiéndose apenado y confundido—. De hecho ni yo… ni yo lo había pensado —afirmó avergonzado.

Aome guardó silencio un instante. Acercándose otro poco a Inuyasha apoyó su cabeza en el hombro masculino, sin preocuparse porque pudieran caerse.

Lo verdaderamente importante es que estemos de acuerdo en muchas cosas de ahora en adelante —le dijo en un suspiro ahogado y emocionado, sintiéndose feliz de estar a su lado—. No te mortifiques más y solamente dime cuándo es que deseas que vivamos juntos.

Pero… ¿no estaría mal visto por… por las personas de esta aldea? —él aún se mantuvo un poco tieso… ¿de verdad la joven del futuro estaba dispuesta a olvidar la ilusión de la boda por complacerle?—. Al fin y al cabo eres la próxima sacerdotisa del lugar —hizo la puntual observación con seriedad. A veces la gente se dedicaba a juzgar sin conocer la verdad de las cosas, y no era su intención arruinar el reciente prestigio de la muchacha.

Vamos, Inuyasha, a mí no me inquieta mucho la opinión de ellos —le dijo ella con un deje de seriedad sin cambiar de postura—. Me interesas tú y tus sentimientos… quiero que seamos felices juntos, no es forzoso hacerlo así.

No, no, Aome… vamos a casarnos como tú quieres porque… —una sensación de calor se apoderó de los sentidos del Hanyō, y su corazón latió deprisa. Aome siempre había sido una mujer tan especial pues, a pesar de todo, lo ha amado como es y, a pesar de que esos momentos de duda e indecisión de su parte la lastimaba en lo más profundo de su corazón, permaneció fiel a la promesa de seguir a su lado… ella volvió para estar nuevamente unidos y ya no lo abandonaría hasta que realmente la separación fuera inevitable—… yo también lo quiero así —sus doradas pupilas brillaron al acercarla más a su cuerpo, tomándola suavemente del mentón para mirar directamente el fondo de sus pupilas cafés—. No me preocupan tampoco los demás, tú eres lo primordial para mí y deseo hacer las cosas como deben ser porque te amo.

Una atmósfera perfecta para el romance. Ya iban a besarse cuando perdieron el equilibrio, más afortunadamente el Hanyō se movió con agilidad en esta ocasión y pudo aterrizar con cuidado en el suelo, llevándola bien sujeta en sus brazos.

¡Pero qué susto! —dijo la chica colgada de su cuello, con los ojos desorbitados del asombro.

¡Bah!, no tienes de que asustarte, Aome, yo soy experto en las caídas —ironizó el joven sin soltarla de su abrazo, y después volvió a la mirada de calidez que tenía antes de caer— Aome… —y le habló con ese tono tierno y salvaje a la vez.

Y ahora sí… fue un beso suave y lleno de amor, de profundidad de sensaciones que no podían expresarse con palabras.

Bueno, Inuyasha, entonces dime para cuando fijamos la fecha de la boda —dijo una sonriente Aome en cuanto se dejaron caer entre las raíces del Árbol Sagrado, tomándole cariñosamente una mano.

Aome… —el ojidorado la miró también y después desvió la vista hacia el pequeño fragmento de la luna en creciente—, ¿cuánto tiempo necesitas para tu adiestramiento de sacerdotisa? —le preguntó, volviendo a fijar los dorados orbes en el bello rostro de su amada.

¿Eh? —la aludida no pudo disimular su asombro ante el cuestionamiento tan fuera de lugar—. ¿Y eso qué tiene que ver? —le interrogó, intrigada por el cambio de tema.

Es mejor que primero dediques un tiempo a tu preparación, para que te sientas más segura como la encargada de la aldea y los aldeanos confíen más en tus habilidades —contestó él con serenidad y calma—. Ya te espere por tres años y puedo esperarte la vida entera —agregó, acariciándole suavemente la mano que tenía entre la suya.

Inuyasha… —los orbes cafés retornaron a la ternura, sintiendo su corazón latir conmovido—, son dos meses mínimo, debo permanecer en ese lejano templo y…

Oye, tómatelo con calma y no te preocupes por nada más —el peli plateado le sonrió con sinceridad para brindarle confianza—. Así el idiota de Miroku y Sango organizarán mejor la ceremonia y… bueno, yo también me preparó para decir… lo que tengo que decir —agregó levemente apenado.

Inuyasha… —a ella casi le salen lágrimas de alegría.

Ya vete a dormir, o podría aparecerse una bestia peligrosa para comerte… —el semidemonio recuperó el tono irónico y un tanto duro, levantándose y levantándola impetuosamente—… y créeme, no estoy para salvar niñas bobas —agregó al final con un deje burlón, empujándola suavemente por el sendero.

Oye… Inuyasha, yo no soy una niña boba —la chica se quejó empleando un tono un tanto infantil, resistiéndose un poco.

Pero yo sí soy una bestia peligrosa —le dijo él mordazmente mientras la empujaba—. Aunque… tal vez no te coma. No te ves nada bien —añadió carcajeándose un poco.

Eres un… tonto —por lo que la joven no pudo evitar imitarlo, aunque quiso mantenerse muy digna.

La tonta eres tú —le contestó Inuyasha serenándose, y esta vez la levantó como costal de papas, acomodándola en su hombro—. ¿Sabes, Aome?, eres muy lenta —expresó con gravedad, tomando velocidad.

¡Inuyasha, no hagas eso! ¡No me gusta ir así! —por supuesto que Aome no dudó en levantar la voz.

Ya deja de gritar, vas a despertar a la gente con tus alaridos y de seguro pensarán que estás loca de remate —el aludido le habló a modo de regaño, como si la joven no tuviera ninguna razón de mostrar su malestar.

La muchacha se debatió un momento en su interior… lo mandaría a tierra por bocón e impertinente; afortunadamente la razón se impuso y decidió dejarlo hacer, ya que lo más probable es que, con la fuerza del conjuro, ella sería también arrastrada al suelo. No tuvo más remedio que taparse la boca para acallar sus risotadas, ya que a esa hora, aproximadamente las diez de la noche, era inadecuado estar haciendo ruidos raros que podrían asustar a los tranquilos aldeanos.

Al llegar a la cabaña de Kaede Inuyasha depositó a Aome con suavidad en tierra y, dándole un rápido y fugaz beso de despedida se retiró por donde vino. Decidió hacerlo así ya que si no le tomaría la primera palabra y se la llevaría a vivir con él en unión libre, y no quería romper el juramento dado.

Y así el tiempo pasó…

El breve periodo de separación fue aprovechado por el Hanyō para viajar a la región Oeste una vez más, tomándose unos días para investigar más a fondo el asunto del ataque de los yōkai sin el pendiente de que su amada lo esperaba. Quería enterarse personalmente, a través de Koga, lo sucedido en esas tierras y la relación que Sesshōmaru podría tener con ello. Pero por obvias razones el Ōkami no le contó casi nada ya que es fiel al Gran Señor Demonio que les dio un territorio para vivir, y no andaría divulgando sus asuntos privados. Así que al semidemonio no le quedó más que conformarse con la poca información y evitar una contienda, dado que los hijos mayores del lobo ya eran lo suficientemente veloces a pesar de su corta edad, por lo que bien podrían sostenerle una batalla… no le gustaría que Aome se enfureciera con él por haber ido de provocador.

La espera les pareció eterna al principio, pero la ansiada fecha se aproximó mucho más rápido de lo que se pensaba.

Se fijó el día especial cuando fuera la primera luna nueva después del regreso de la joven sacerdotisa, y los pormenores de la ceremonia fueron minuciosamente supervisados y coordinados por Sango y Miroku, quienes voluntariamente se ofrecieron a ello para permitir que su amiga del futuro se fuera tranquila y el ojidorado se dedicara a relajarse; la pareja de esposos había esperado por el feliz momento en el que al fin sus camaradas de aventuras fueran un matrimonio. Claro que contaron también con la ayuda los demás amigos, como Shippou, Kohaku y Kirara, Hachi, Kaede y, por supuesto, la pequeña Lin. El kitsune se dedicó a repartir las invitaciones a todos los conocidos en el transcurso del viaje por la Shikon no Tama; los otros apoyaron en diversidad de actividades (y me quedé sin saber cómo se preparaba una fiesta en el Sengoku…XD) como los adornos, el "mobiliario" para la ocasión, el banquete con platillos especiales para el novio, etc., etc., etc.

Y al fin, después de tanta expectativa, el día señalado de la luna nueva llegó al lugar.

Ya con los últimos preparativos listos, nuestros amigos fueron a arreglarse de la forma adecuada para la ocasión, las damas en casa de Kaede y los caballeros en casa de su Excelencia, porque Miroku ayudaría a Inuyasha a vestirse con el elegante traje que habían traído de la época futura, el de tono azul oscuro regalo incondicional del gerente y accionista mayoritario de la SONHY.

El joven Hoshi no vaciló en mostrar su asombro al contemplar tan fino vestuario, e incluso soltó un silbido de admiración en cuanto el ojidorado se lo colocó.

Vaya, vaya, Inuyasha, quién lo diría… si hasta pareces todo un terrateniente —le dijo empleando un tono levemente divertido—. Ahora date la vuelta para que pueda verte mejor.

¡Argh, mejor cierra la boca, Miroku idiota, que no estoy para tus bromas! —el peli plateado no dudó en bufar su malestar, lanzándole a su amigo una mirada fulminante. Al instante intentó serenarse un poco—. La verdad es que me siento como payaso con esta ropa tan rara —externó sin que le bajara la irritación, volviendo a mirarse al espejo con desagrado.

Oh, por favor, Inuyasha, este tipo de telas no se consiguen en nuestra época —le reprochó el monje, acercándosele para acomodarle bien la parte superior del traje—. Se siente tan suave… -agregó con complacencia.

Pues a mí no me agrada para nada… —puntualizó el semidemonio, más al momento cambió la mueca de enfado por una de preocupación —. Oye, Miroku, ¿en… en serio me veo bien con esto? —preguntándole a su amigo en tono inseguro.

Oye, si dices que la señorita Aome lo escogió especialmente para ti es porque ella consideró que te verías más guapo con él, así que siéntete seguro —a lo que el aludido ojiazul no vaciló en sonreír ampliamente.

Inuyasha se sonrojó ante estas palabras, por lo que decidió manifestarle a su compañero de aventuras cuál era el motivo de su apuro.

Eto… tengo un poco de nervio, no me siento muy bien para hablar —le confesó atropelladamente, agachando la cabeza para ocultar su turbación.

Por supuesto que Miroku ya había percibido que el Hanyō casi caía en crisis nerviosa, así que serenó un poco la expresión y le habló con ese tono de amabilidad que le había dado su profesión, sin reprocharle por nada, ya que, en esas circunstancias, lo único que verdaderamente quería escuchar el futuro desposado eran palabras de aliento.

Inuyasha, Inuyasha, tú tranquilo que nada malo va a pasarte… es normal que te sientas así de nervioso, yo te entiendo perfectamente ya que tuve que pasar por lo mismo cuando me casé con Sango –le dijo mientras continuaba acomodándole el traje, palmeándole los hombros para confortarlo—. Te recomiendo que te relajes y enfoques tu vista exclusivamente en la señorita Aome y todo saldrá bien… nadie más debe existir en tu mente en esos momentos —finalizó, dedicándole una nueva sonrisa complaciente.

¡Keh!, para ti es fácil decirlo, Miroku… —le rezongó el semidemonio con su brusquedad habitual—. A ti siempre se te ha dado bien eso de expresarse en público y decir cualquier estupidez.

Inuyasha, Inuyasha, mi amigo Inuyasha… el hecho de que yo hable sin inhibiciones no fue sencillo; sé que es muy complicado y más si no estás acostumbrado a tratar con la gente —por lo que el joven Hoshi retomó su gesto profesional pidiéndole calma con un movimiento de la mano—. Pero olvida por un instante que estarás acompañado, para ti únicamente es la señorita Aome frente a tus ojos, y esa es la imagen que debe dominar tu mente… ella y tú solos.

Bueno, el ojidorado no pudo negar lo convincente del argumento y hasta tragó ruidosamente saliva al recordar a Aome y su angelical presencia en el lindo vestido blanco que usó en la época moderna… era una linda estampa que lo había acompañado desde entonces. El rubor volvió a colorear sus mejillas por lo que no se percató de la llegada de dos curiosos a la habitación.

Etoo… pues… pues… —dijo en un tartamudeo—… no… no me molestes, tengo que… tengo que pensarlo bien.

Tómate tu tiempo para que afines detalles, pero no vayas a tardarte más de lo debido —Miroku encogió los hombros con resignación, lanzándoles una miradita de reojo a los recién llegados—. Por lo pronto iré a echarles un vistazo a mis bellas mujeres… Sango ha de estar esperado por mí —agregó sin disimular un gesto de pícara satisfacción, imaginando cómo se vería su guapa esposa en un trajecito fuera de lo común, un traje traído de la época actual por Aome.

Miroku… ¡deja tus marranadas para ti, pedazo de enfermo mental!—y claro que el peli plateado no pudo evitar molestarse al entender las morbosas ilusiones de su amigo, y casi se arroja sobre él para meterle unos zapes por impertinente.

Señor Inuyasha, no se enoje —Kohaku era de los llegados e intervino respetuosamente en la conversación, acercándose a su cuñado por si tenía que salir huyendo—. Excelencia, será mejor que nos vayamos, recuerde que usted también debe arreglarse para la ceremonia —y, dirigiéndose a Miroku lo jaló con cuidado de la túnica para conducirlo a la otra habitación—. Ya después podrá ver a mi hermana.

Tienes razón, Kohaku, entonces acompáñame porque voy a necesitar tu ayuda –el monje entendió la petición y concedió en retirarse con el jovencito a su habitación.

Inuyasha, deberías hacer caso a los consejos de Miroku… aunque está medio zafado no deja de tener razón la mayor parte del tiempo —y, en cuanto se alejaron, Shippou habló por primera vez en todo ese lapso, usando un tono de voz serio y maduro para un chico de su edad—. Así que relájate y concentra tus pensamientos en Aome —agregó, fijando las verdes pupilas en el rostro de su amigo.

El Hanyō soltó un suspiro y se dejó caer al piso sin mucho cuidado por arruinar el traje. Sus amigos estaban en lo cierto, lo verdaderamente importante en ese día era casarse con Aome, como Dios manda y como se lo había prometido… los metiches invitados no debía arruinarle el momento.

Y, pasando con las chicas…

Sango terminó de arreglar a sus gemelas con unos de los lindos kimonos que Aome le había obsequiado y ahora se dedicaba a su persona, ya que las pequeñas eran las encargadas de llevar la cola del vestido de la novia y tenían que estar presentables. Las niñas se dejaron peinar por Lin, la cual presumía otro hermoso traje chino de seda, regalo de Sesshōmaru, pues en los últimos meses había estirado bastante… el kimono que usaba hace mucho tiempo ya no le quedaba para nada. Por su parte Miatsu jugaba él solito con unas sonajas, regalo también de la pelinegra, ya que había sido cambiado antes que sus hermanas.

Ahome, Kikyō, estense quietas para que Lin pueda acomodarles el cabello —dijo la yōkai taijiya mirando con un poco de seriedad a sus hijas, ya que habían empezado a jalonearse el kimono la una a la otra—. En cuanto terminen pueden ir con su padre para que le presuman la ropa –agregó con más ternura.

Sí mami —respondieron ambas al unísono, y se sentaron tan tiesas como estatuas levantando exageradamente la cabeza.

Muy bien, pero no es necesario que se alcen de esa manera —la castaña no pudo evitar sonreír grandemente, ya que sus niñas eran tan ocurrentes e ingeniosas.

Primero peinaré a Ahome —habló Lin después de soltar una breve risa, siendo secundada por sus "discípulas". Miatsu intentó voltearse en su silla, mostrando curiosidad por lo que hacían sus hermanas—. Señorita Sango, luce usted muy linda en ese vestido, y por eso su Excelencia la quiere tanto –añadió la jovencita al mirar a la castaña con admiración y respeto.

Muchas gracias por tus palabras, Lin —la aludida se dirigió a acomodar a su bebé de forma adecuada para que no se cayera, hablando también en tono amable. En ese momento acababa de aplicarse un ligero maquillaje para resaltar sus pómulos y sus labios—. Tú también estás muy linda, y luces como toda una señorita.

Y es que el vestido que Aome le obsequió a Sango sería todo un revuelo en la fiesta, ya que era de tela de raso en azul metálico y le ajustaba bastante bien a su esbelta silueta. Asimismo calzaría un par de sandalias no muy altas y que combinaban a la perfección con la ropa. El atuendo de la novia también sería sensacional, pues utilizaría el hermoso vestido blanco adquirido en su época y con el que estaba decidida a matrimoniarse. Lin terminó de peinar a las gemelas y también levantó sus negros cabellos en una cola alta.

¡Oooohhhh!, ¡mami es más bonita! —cuando las niñas miraron bien a su progenitora no dudaron en mostrar su asombro, señalándola con su dedito—. ¡Y papi es un manolarga! —y, al mencionar a su progenitor, no hicieron más que carcajearse con diversión… tal vez no entendían del todo las excesivas mañas de su padre pero estaban conscientes de que, a veces, su mamá se enojaba con su papá por eso.

Yo espero que la señorita Aome ya no tarde en arreglarse, o el señor Inuyasha se va a desesperar —fueron las palabras de Lin con un deje de intranquilidad dirigiendo la vista hacia el fondo de la vivienda, hacia la habitación donde Aome y Kaede se encontraban y en la que habían entrado por lo menos media hora antes que ellas—. Creo que mejor iré a ayudarle –comentó como quien no quiere la cosa, pidiendo permiso con una reverencia.

Eso me parece muy bien, Lin, pero no vayas a preocuparla con eso porque debe estar tranquila —Sango hizo la observación conservando la calma, ya que a su pequeño hijo le dio hambre en ese preciso momento y empezó a berrear con desesperación exigiendo su alimento—. No llores, Miatsu querido, mamá está aquí… —le dijo tiernamente al tiempo que lo tomaba entre sus brazos e intentaba descubrir el seno para alimentarlo, pues el corte del vestido no era el adecuado para la lactancia—… Vaya, estos atuendos son muy bonitos pero nada convenientes —suspiró con resignación dejándose caer algo descompuesta sobre los cojines que sirven de asientos—. Niñas, tendrán que esperarme para que vayamos con papi —y les habló a las gemelas en maternal tono de mando, ya que las chiquillas se disponían a seguir a su "maestra". Y las infantas, un tanto enfurruñadas, se acomodaron junto a ella.

¿Se puede pasar? —ni bien transcurrieron cinco minutos cuando una voz familiar les llegó desde afuera.

¡Es papi!, ¡papi! —Kikyō reconoció la voz de su padre, el cual saludó desde afuera para evitar algún disgusto.

¡Y tío Kohaku! —dijo Ahome asomándose a la ventana. Las dos chiquillas salieron disparadas sin que Sango pudiera detenerlas.

Menos mal… sólo espero que de verdad Miroku ya esté listo para la ceremonia —bueno, la castaña no hizo más que suspirar con alivio, concentrándose ya solo en el bebé.

¡Papi, papi! —las niñas se abalanzaron sobre Miroku y por muy poco caían al suelo junto con él ante su ímpetu.

¡Mis mujercitas, mis amores! —ya recobrado el equilibrio el monje las levantó en un abrazo apretado, y ellas le plantaron un beso en ambas mejillas—. Pero que lindas señoritas me encontré aquí… díganme una cosa, preciosas, ¿les gustaría vivir junto a este hombre tan guapo? —añadió juguetón y cariñoso, guiñándoles un ojo travieso al tiempo que las apretaba otra vez, dándoles varios besos juguetones. Ambas se carcajearon y le tironearon de los cabellos hasta despeinarlo.

Kohaku mantuvo su distancia al ver a las niñas salir como torbellinos, y suspiró brevemente con una mezcla de conmiseración y ternura… sus sobrinas eran unos diablillos con carita de ángel. Aprovechando la distracción de su cuñado entró en la cabaña para saludar a su hermana, sonrojándose avergonzado por encontrarla en esa postura tan comprometedora.

Hola her… perdón, no sabía que… no quise molestarte -dijo tartamudeando, desviando la mirada con prontitud.

Kohaku, no seas tímido, eres mi hermano pequeño y no me molesta el que estés aquí… además ya sabes que esto es normal para mí y que Miatsu es muy tragón –le respondió Sango con una sonrisa dulce sin dejar de alimentar a su menor hijo-. ¿Y Miroku no venía contigo? –al instante le hizo la pregunta, extrañada de no ver a su marido en la puerta.

Ya vendrá con las niñas –respondió el joven sonriendo tontamente.

Ouch… oigan, mis niñas, no le hagan eso a su pobre padre —por cierto que afuera Miroku reprendió cariñosamente a sus gemelas bajándolas en cuanto pudo librarse del tormento—. Oh, veo que me han despeinado —observó con resignación al tocarse la cabeza.

¡Papi, mami bonita está allá! —las mellizas no pararon de reír divertidas y señalaron hacia el interior de la cabaña, instando a su progenitor a entrar.

Entonces no le hagamos esperar más –bien, el monje no se hizo del rogar así que, tomando a sus hijas por una mano, entró con ellas-. Sango, amor mío… —saludando a su mujer con un tono cortés y caballeroso. Tenía toda la buena voluntad de decirle los mejores cumplidos cuando la viera en su lindo vestido pero no pudo ya que, al notar en que postura se encontraba, tan provocativa para sus exacerbadas pasiones, no dudó en relamerse los labios de puro gusto… hacía unos días que no tenían acción nocturna por obvias razones—… ¡ah, querida, luces tan seductora mostrando tus encantos maternos en todo su esplendor! —exclamó en ronca y ahogada voz.

¡Miroku, no digas esas cosas!… —y era lógico que ella enrojeciera intensamente por una fracción de segundo… únicamente a su marido se le ocurría hablar de esa manera delante de la gente. Después le dirigió una mirada de reproche, hablándole en tono serio—. Querido, hazme el favor de serenarte y llevarte a las niñas, ya los alcanzaré en cuanto terminé de darle de comer a Miatsu —y, ya sin prestarle atención, desvió la mirada para acomodar al bebé en el otro seno, haciendo el esfuerzo de cubrirse el anteriormente descubierto. Pero el monje no parecía dispuesto a abandonar la habitación y dejarla sola, mirándola con ojos de borrego a medio morir y dejándose llevar por sus pensamientos subidos de tono.

Vamos, niñas, vamos al templo y no vayan a ensuciar sus kimonos —ante eso Kohaku fue el que tomó a las pequeñas entre sus brazos, saliendo con ellas tan rápidamente como pudo.

No podemos culpar a Miroku por sus fantasías… el término de la cuarentena después del nacimiento de su menor hijo había sido lo máximo ya que, gracias a los artilugios de la época moderna que la señorita Aome le había obsequiado en forma desinteresada y noble, Sango no había puesto muchos pretextos para el deleite íntimo durante algunos intervalos nocturnos, inmediatamente de que los niños se dormían. Claro que ahora debían ser más discretos y cuidadosos para ello, ya que el pequeño Miatsu se ganó a pulso el título de "hombrecito de la casa" que le puso su padre; a veces se dormía con dificultad y despertaba con facilidad a altas horas de la noche, como si presintiera que su progenitor traía el ánimo a flor de piel… no pensaba compartir a su mamá con nadie, ni siquiera con él. Y por ende, si el niño lloraba, era seguro que las gemelas despertaban también, así que se sucedía todo un "show" por recuperar la paz nocturna en esos días.

Unos diez minutos después, cuando el pequeñuelo ya dormía profundamente satisfecha su hambre, Sango levantó la vista al sentir la presencia de su marido perdiendo el tiempo, y no dudó en amonestarlo moderando la voz para no despertar al angelito.

¡Miroku!… ¿podrías cargar a Miatsu para que me arregle? —le llamó con tono molesto en tanto apartaba al nene dormido de su pecho.

¿Eh?, ¿qué? —él reaccionó y, ante la mirada de su mujer, enrojeció avergonzado—. Lo siento, Sango, es que… —decidió callar y, muy solícito, tomó delicadamente al niño en sus brazos, sobándole la espaldita para que sacara el aire, permitiéndole así a su esposa acomodarse el vestido de forma adecuada—. Pero que… que bonita ropa te obsequió la señorita Aome, te ves tan bella como siempre —le dijo en un susurro ahogado, recobrando la mirada hombre apasionado.

Eres un adulador —observó la castaña sin perder la seriedad, colocándose adecuadamente la parte de arriba de su vestido. Volvió una vez más la mirada hacia su amado y le sonrió con dulzura al notar bien el estado en el que se encontraba—. Mírate nada más… seguramente las niñas te despeinaron —le dijo amorosamente acariciándole el copete alborotado, e intentó colocar algunos mechones en su lugar.

Bueno, un poco, nada grave —él le sonrió también.

Bien, entonces ve con ellas y esperen por nosotras ya que Aome no ha de tardar… lo mejor que puedes hacer ahora es estar con Inuyasha —Sango retomó la seriedad y le quitó con delicadeza al bebé-. Acostaré a Miatsu -y pensaba alejarse para cumplir con su cometido más su cónyuge la atrajo a él y le dio un pequeño y ardiente beso en los labios, eso sí, sin apretarla demasiado para no lastimar al niño.

Amor mío, ¿sabes lo que me gustaría hacer está noche? —le dijo en tono seductor.

Miroku, cariño… —la dama lo miró apasionadamente por un segundo y, casi al instante, volvió a poner un leve y lindo mohín de disgusto—… ¿podrías esperar hasta que estemos en casa? —añadió reprochándole en tono endurecido, dándole la espalda para acostar a su hijo—. Inuyasha te espera —puntualizó al enderezarse, cruzándose de brazos.

OK., ya te entendí, por ahora tengo que cumplir con mis sagrados deberes espirituales de monje… —el ojiazul no hizo más que encogerse de hombros encaminándose a la puerta. Antes de salir le dirigió una mirada pícara lanzándole un beso al aire—… la carne viene después.

¡Anda ya! —ella se guardó una carcajada y le indicó con la mano que se fuera.

En cuanto su amado se retiró la yōkai taijiya pretendía dirigirse al fondo de la vivienda con la intención de apoyar a su querida amiga a darle los últimos retoques de su arreglo personal… era el día en el que la belleza de Aome debía resaltar más. Pero tuvo que detenerse un momento pues en ese preciso instante asomó por la puerta el anciano patriarca de la aldea, quien sería el encargado de entregar a la joven sacerdotisa en el altar puesto que ella no tiene parientes en esa época.

Dispense usted, señora Sango, su Excelencia me dijo que podía pasar… -habló el anciano hombre en tono amable y respetuoso-… ¿ya está lista la señorita Aome? —preguntando con educación.

No hay problema, señor patriarca, me imagino que no ha de tardar —le contestó la muchacha igual de atenta, dedicándole una respetuosa reverencia—. Si gusta pasar yo iré a cerciorarme… permítame por favor.

Muchas gracias y adelante… -el viejecito le tomó la palabra adentrándose a la estancia y ocupando uno de los asientos- . Por cierto, déjeme decirle que luce usted bellísima… espero sepa disculpar mi atrevimiento y no le diga nada a su Excelencia —añadió, agachando un poco la cabeza para mostrar su pena… no estaba nada bien andar mirando a la mujer de otro, ni en esa ni en otra época.

No… no se preocupe —por lo que un leve y breve rubor coloreó las mejillas de la dama, entendiendo que las intenciones del patriarca no eran malas en ningún sentido. Ella nunca estuvo acostumbrada a ser piropeada hasta que Miroku le dedicó elogios subidos de tono, y aun así no podía dejar de abochornarse cada vez que su marido le brindaba palabras lisonjeras, especialmente si lo hacía frente al resto de la gente. Pero jamás había pensado en recibir halagos de otro hombre.

Justo entonces la novia hizo su aparición, y se veía realmente espectacular enfundada en su vestido blanco. La pequeña Lin y la anciana Kaede, quien llevaba puesto un nuevo traje de sacerdotisa, la acompañaban y se notaban muy contentas.

¡Wow, Aome, luces maravillosa! —la de larga cabellera castaña abrió sus bellos ojos con asombro al contemplar a su amiga—. Me muero por ver la cara de Inuyasha… —agregó con algo de picardía al tiempo que sonreía con suficiencia.

Oh, Sango, muchas gracias —Aome se mostró un poco apenada por el énfasis de su compañera ante la mención de su futuro esposo—. Y tú también te ves hermosa, me da gusto que el vestido te haya quedado bien… ¿ya te vio el monje Miroku? –preguntó con curiosidad para cambiar de tema.

Te lo agradezco tanto, Aome, el vestido es muy bonito pero… —la castaña contestó con tono afable, más se mostró levemente contrariada cuando fue a recoger a su bebé de la silla—… no fue muy cómodo en cuanto Miatsu me pidió de comer. Y ya te imaginaras lo que pensó Miroku al verme así de ocupada –agregó, soltando un suspiro bajo.

… — a la pelinegra le brotó una pequeña e imperceptible gota anime, haciendo una mueca boba de vergüenza—… sí, me lo imagino. Ese vestido no es el modelo adecuado para el periodo de lactancia.

Bueno, bueno, chicas, es mejor que nos demos prisa o los señores van a desesperarse… —intervino Kaede después de haber intercambiado algunas palabras con el principal del poblado—… y lo digo principalmente por el novio.

La abuela Kaede tiene razón, señorita Aome —y esta vez fue Lin la que opinó. Había escuchado la breve conversación de las amigas sin borrar la sonrisa en su rostro—. Usted ya sabe que el señor Inuyasha es muy impaciente y puede hacer un berrinche si no llegamos ya.

Eso es verdad, Lin, no los hagamos esperar más —la joven de negra cabellera no tuvo que meditar la respuesta, conociendo cómo se las gastaba su amado semidemonio—. Muchas gracias, señor patriarca, es usted muy amable al llevarme —y saludó dulcemente al anciano hombre que la entregaría en el altar, tomándose de su brazo y dedicándole una sonrisa sincera.

Para mí es todo un honor, señorita Aome —le respondió el viejecito sintiéndose halagado—, ya que una linda mujer como usted merece casarse como es debido.

Salieron de la cabaña y se encaminaron al templo en donde se oficiaría la ceremonia.

Bueno, antes de la celebración veamos lo que hacían los caballeros.

Aproximadamente había pasado una media hora desde que Inuyasha estaba ahí en el templo, dando vueltas como león enjaulado. Trataba de disimular su inquietud repasando mentalmente las palabras extravagantes con las cuales sellaría en definitiva su unión con Aome. Shippou estaba quietecito en un rincón sin atreverse a decir ni pío para no enfurecer a su amigo ojidorado y ganarse un "suave" coscorrón. Kohaku y las niñas también habían llegado y tampoco se atrevieron a interrumpir las cavilaciones del Hanyō, y de hecho el joven exterminador optó por llevar a sus pequeñas sobrinas a admirar más de cerca la decoración, pues las chiquillas no podrían mantener la calma admirando al "Perrito" en ese estado de nerviosismo. Todo se encontraba adornado a la usanza del Sengoku para este tipo de rituales, con bellas flores típicas de la zona y lindas farolas conmemorativas.

Asimismo algunos invitados habían llegado ya, más se abstuvieron de incomodar al novio y prefirieron ubicarse en un buen sitio para no perder detalle de la celebración. Cuando Miroku arribó al lugar saludó con cortesía a las personas que ya los acompañaban, y posteriormente se acercó al futuro desposado, con cuidado de no asustarlo, y así brindarle el sosiego que su alma expectante requería en esos momentos.

Inuyasha, tranquilo que ya estoy aquí —y le habló con amabilidad en tono bajo, evitando así ser escuchados por los otros presentes, ya que el joven peli plateado casi se comía las garras de tanto estrés—. La señorita Aome ya no tarda, así que relájate y respira hondo.

El Hanyō decidió seguir el consejo de su amigo y aspiró una buena bocanada de aire para refrescar sus ideas. En poco tiempo la anciana Kaede se presentó al lugar siendo auxiliada por Lin; Sango venía detrás de ellas y se dirigió a Kohaku, indicándole en voz baja hacia donde debía llevar a las gemelas.

Prepárese, Excelencia, y tú también, Inuyasha… la novia estará aquí de un momento a otro —les dijo Kaede con seriedad en cuanto tomó asiento, y la jovencita se retiró rápidamente en la misma dirección por la que su pecoso amigo salió con sus sobrinas.

Respira hondo, Inuyasha, se acerca la hora… -por lo que el monje se acomodó en su puesto de honor tras palmearle una vez más el hombro a su camarada. Casi al segundo volvió la vista hacia su amada esposa, quien se había sentado en las bancas de enfrente para estar cerca, y le dedicó un nuevo guiño travieso, a lo que ella le mandó un discreto beso.

Retomando la compostura el joven Hoshi adoptó el gesto serio y profesional requerido para tan solemne acto. Se le veía tan diferente de cuando empezaron sus aventuras, hace tres años atrás… la madurez adquirida a sus escasos 21 años le ha asentado muy bien, y el entrenamiento espiritual le ha permitido ascender de nivel. Ya ha cambiado vestuario morado de encima de la túnica por el hábito amarillo oro, señal de que ya puede hacerse cargo de un templo y tener discípulos. Pero eso es algo que no es relevante para este momento.

Inuyasha tembló ligeramente al querer que se lo tragara la tierra, más resolvió pasarse un buen trago de saliva para darse valor. "Bien, tú puedes hacerlo, no vas a quedar como un idiota delante de ella y de todos estos…" se dijo a sí mismo tratando de conservarse sereno también por fuera "Ya después podrás disfrutar del banquete, pero primero lo primero, concentrar tus pensamientos en…" repasó mentalmente antes de que la hermosa presencia de Aome llenará el lugar, lo cual lo dejó momentáneamente sin respiración mientras los invitados soltaban susurros y murmullos colectivos admirando tan bonito traje.

La joven sacerdotisa lucía ese bonito y sencillo vestido que había adquirido en su época pero, al ser un modelo bastante fuera de lo común en ese período, le daba un aire de "Princesa". Todos los ojos se perdieron un momento en esa visión tan angelical, y el novio más que todos. Las gemelas de Miroku y Sango fueron las encargadas de llevar la cola del vestido y Lin tiraba pequeños pétalos en el camino de la novia. Ante lo bonitas que se veían sus mellizas el ojiazul tuvo que guardar la compostura para no soltar un suspiro… esperaba que pasaran muchísimos años para que alguna de ellas le entregara su corazón a otro hombre que no fuera él.

Y así, caminado al compás de una suave melodía nupcial, Aome se acercó al altar y se acomodó al lado de su querido Inuyasha. El susodicho estaba tan extraviado en sus ensoñaciones que no puso atención al breve sermón que su amigo y padrino oficiador de ceremonias decía en esos momentos, ya que su enamorado corazón latía casi a mil por hora perdido en la dulce fragancia que desprendía la piel de su adorada pelinegra. Por obvias el monje tuvo que darle un disimulado puntapié, atrayendo así su atención.

Ejem, ejem… —carraspeando levemente para darle tiempo de volver a tierra—… mi estimado Inuyasha, por favor, ha llegado la hora de decirle tus votos a la señorita Aome, lo que siente tu corazón en este momento —y le lanzó una mirada seria, dándole a entender que recordara el motivo por el cual estaban ahí.

… este… ¿qué?... —a lo que el joven peli plateado parpadeó un poco, sacudiendo la cabeza para despejar su mente—…yo… lo siento —se excusó, abochornándose un segundo. Y la joven no tuvo de otra más que poner los ojos en blanco por un segundo… de verdad, dos meses pasaron y aun su amado no había controlado sus nervios.

Los votos, Inuyasha, los votos… esas palabras con las que le expresaras a la señorita Aome por qué quieres casarte con ella –el joven monje habló sin perder la compostura, empleando ese tono exageradamente profesional que utilizan los sacerdotes en este tipo de ceremonias.

Sus amigos, la anciana Kaede, Sango, Shippou, Kohaku y la pequeña Kirara, sentados en los asientos de enfrente, disimularon una sonrisita boba ante ese lapsus.

Este… Aome… yo… —bien, Inuyasha tomó delicadamente las lindas y frágiles manos de Aome entre las suyas, después de haber levantado cuidadosamente el velo que cubría el rostro de la joven—… yo tengo que… tengo que… —tartamudeó con nerviosismo antes de pasarse un poco de fluido bucal por la garganta.

Pero esta vez continuó hablando, expresando con soltura aquellas palabras que ya tenía planeadas. Y las palabras fluyeron de su boca, palabras que expresaban un cúmulo de emociones guardadas en su interior desde hace mucho tiempo:

… Eres hermosa, amada mía… Tus grandes ojos tras el velo son dos palomas, tus oscuros cabellos son como los rebaños de cabras que retozan en los montes… Toda tú eres hermosa, amada mía, y en ti no hay defecto alguno… Tú eres lo más bello que alguna vez pude mirar —se tomó un breve respiro para soltar un suspiro bajo y apasionado, sin dejar de observar a su novia con cariño.

Y de los orbes achocolatados brotaron pequeñas gotas… esas palabras eran tan hermosas y sinceras, tan sinceras como cuando le declaró su amor al fin, en una noche en medio del bosque. El Hanyō reanudó su discurso mientras le dedicó una suave caricia para limpiarle la mejilla.

… Prendiste mi corazón, amada mía, has apresado mi alma con una mirada de tus ojos… ¡Cuan hermoso es tu amor, más agradable que el vino y más que toda especie de fragancia es tu aroma!... —las doradas pupilas tenían un resplandor cálido… ese resplandor que únicamente era dedicado a la joven morena—… tus labios, novia mía, destilan miel, y la fragancia de tus vestidos es perfume que me embriaga. Si… fue como un sueño lo que viví al verte cruzar, y mi corazón comenzó a latir cual nunca jamás… Por eso tomé la decisión de vivir a tu lado y te pido te cases conmigo, porque yo te amo.

Los invitados dejaron escapar una exclamación colectiva de emoción, ya que eran los votos más impresionantes que habían escuchado en tres años. Bueno, hasta Miroku, el rey de la "cursilería", se sorprendió un poco y disimulo una risita; "Quien te viera, Inuyasha, saliste peor de cursi que yo…" se dijo a sí mismo para después dirigirse a la novia con la seriedad que impone el ritual. Los ojos de Aome no dejaban de temblar al conocido estilo de un famoso anime de los ochentas, consiguiendo que el semidemonio volviera a sentirse avergonzado.

Señorita Aome, ahora es su turno. Diga usted los votos salidos de lo profundo de su alma —le dijo el ojiazul en tono educado y profesional.

Oh, Inuyasha, yo… yo también te amo y… —el tono de voz de la muchacha era tan emocionado que por un momento parecería que se desmayaría, más soltó un sencillo y sensitivo discurso que ya tenía preparado con antelación. La chica había aprovechado también el tiempo para poder expresar con palabras todos los sentimientos que el ojidorado había despertado en su espíritu, dejando escapar un suspiro alto al compás de su ansioso corazón-… Cuando te vi también sentí lo mismo, el tiempo se detuvo para mí… El amor llegó sin pedir permiso, y desde entonces no podía dormir porque solo pensaba en ti —no pudo reprimir un sollozo pero continuó hablando, evitando que le temblara la voz—. Quiero pasar mi vida entera a tu lado, vivir junto a ti y caminar unidos de la mano… mostrándonos amor sincero, eternamente enamorados —el torrente de lágrimas de felicidad ya no pudo detenerlo, por lo que la voz se le quebró al final—. Tu amor es lo que he… lo que he anhelado… y es… es el regalo que Dios me ha dado.

Los murmullos y suspiros colectivos se hicieron presentes otra vez… todos se entusiasmaron ante el llanto sincero y las lágrimas de amor de la feliz desposada. Sango casi imita a su amiga, rememorando el instante en el que ella estuvo también ante el altar.

Muy bien, muy bien, nosotros, la sociedad, somos testigos de este juramento —pero la ceremonia tenía que terminar adecuadamente, así que Miroku interrumpió las ganas que tenía Inuyasha por confortar a su amada Aome, para continuar hablando con toda la solemnidad del mundo, como si no le afligiera demasiado el escándalo que daba la novia—, así que, en este momento, declaro a estos ciudadanos como marido y mujer ante el Dios de las alturas… adelante ya, Inuyasha, puedes besar a tu esposa —puntualizó sin cambio aparente, pero con una mirada más pícara que sólo el ojidorado pudo notar.

El sonrojó del aludido aumentó por unos segundos, más, entendiendo ya que la ceremonia estaba hecha, le tomó la palabra a su amigo y besó lenta y suavemente a la que ahora es su compañera de por vida, abrazándola con cuidado y acariciándole la espalda con mucha ternura. Los invitados prorrumpieron en aplausos.

En cuanto la recién casada recuperó la tranquilidad todos se dirigieron a la fiesta.

Nota: ¡Al fin, la boda más esperada de la historia! El sueño de todos se hizo realidad y ya Kagome e Inuyasha son un matrimonio. Este no debería ser el final del fic ya que tenía algunas ideas locuaces para más allá de la boda, aunque también pensaba terminarlo en la boda de alguien más que no les digo quien sería… jajaja, pero bueno, eso quedó en el suspense desde que mi cautivo cerebro fue atrapado por los Saiyajins de "Dragon Ball" y su mundo, otro de mis animes favoritos. Las palabras de los contrayentes son fragmentos modificados del Cantar de los Cantares 4:1 – 11, y de la canción "Enamorados" de Tercer Cielo. Sean felices y gracias por leer este loco fic!