Capítulo Diecisiete

–Parezco una ballena –murmuró Bella, mirándose en el espejo.

–No es verdad –sonrió Rosalie, intentando colocarle el velo. Estás preciosa.

–Estoy gorda.

–No estás gorda. Estás embarazada de ocho meses.

Bella se puso de perfil.

–Ni siquiera al niño le gusta este vestido. Lleva una hora quejándose.

–Probablemente, estará intentando decirte que te tranquilices un poco.

–Ya –murmuró ella.

Alice entró en la habitación, con una sonrisa en los labios.

–Todo está preparado –sonrió su hermana mayor. Bella, estás radiante.

–Llevo una hora diciéndoselo, pero no me cree.

Bella sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas y tomó un pañuelo de papel para evitar que se le corriera el maquillaje.

–Me alegro tanto de que estéis aquí conmigo. Ojala estuviera mamá.

–Renée está aquí, cariño –dijo Rosalie. Alice asintió, besando a su hermana.

–Bajaré a decirles que pueden empezar –dijo después.

Bella respiró profundamente, nerviosa.

–Vale.

Cuando escucharon las primeras notas del piano, Rosalie precedió a la novia por la escalera decorada con gardenias. A medio camino, Bella pensó que debería haber ido al cuarto de baño una vez más. La presión en su vientre era tremenda, como si llevara un saco de patatas a puntos de estallar.

Pero entonces vio la preciosa cara de Edward, sus intensos ojos verdes clavados en ella y olvidó todo lo demás. Aquello era lo que siempre había soñado, el hombre al que había creído que nunca encontraría. Era la mujer más afortunada del mundo.

Y, frente al sacerdote, delante de todos sus seres queridos, se miraron uno al otro. Edward habló con voz clara y firme. Bella se bebía cada palabra, como si quisiera memorizarlas.

Pero cuando llegó su turno, tuvo que arquear la espalda, intentando aliviar el dolor. Bella repitió las palabras después del sacerdote, respirando penosamente. Gotas de sudor perlaban su frente y empezó a notar que la habitación daba vueltas. Tuvo que sujetar las dos manos de Edward para no caerse mientras él le ponía el anillo.

–Puede besar a la novia –escuchó la voz del oficiante.

Edward iba a besarla cuando Bella se echó hacia adelante, sujetándose el vientre.

–Oh, no. Oh, Dios mío.

– ¿Qué te pasa, Bella? –preguntó Edward.

Ella se levantó un poco el vestido y los dos miraron aterrorizados las manchas en el satén del traje y en la alfombra.

–He roto aguas... –empezó a decir ella. En ese momento, una contracción la hizo caer de rodillas. Oh, Edward. Es demasiado pronto.

Edward se arrodilló a su lado, sujetándola.

–Tienen que firmar la licencia de matrimonio –dijo el sacerdote.

Bella empezaba a levantarse cuando volvió a sentir otra contracción, aquella vez más fuerte. Sujetándose a Edward, consiguió firmar el papel y después miró a su nuevo marido.

– ¿Es normal que vengan tan seguidas?

Edward se volvió hacia Jacob.

–Jake, ve por tu furgoneta. Que alguien llame al hospital y les diga que vamos para allá. Y avisa al doctor Wilson.

Edward la estaba ayudando a entrar en la furgoneta, cuando Kevin salió de la casa con su maletín negro.

–El doctor Wilson ya está avisado.

–En caso de que no lleguemos a tiempo... –dijo Edward, mirando a Kevin.

– ¿Cómo que si no llegamos a tiempo? –repitió Bella, histérica.

– ¿Te importaría venir con nosotros, Kevin?

– ¿Nunca has colaborado en un parto?

–Una vez, hace unos meses.

–Pues yo no tengo más experiencia que tú –murmuró Kevin para que Bella no lo oyera.

– ¿Queréis que conduzca yo? –preguntó Jake.

– ¡Sí! ¡Entra en la furgoneta de una vez! –gritó Bella. De repente, los médicos no le caían tan mal. Al contrario. Cuantos más, mejor.

Otra contracción hizo que se doblase de dolor y lanzó una maldición entre dientes.

–Nosotras iremos detrás –dijo Rosalie.

Ángela le dio a Edward un montón de toallas limpias antes de que la furgoneta se pusiera en marcha. Bella jadeaba como la habían enseñado en las clases de parto sin dolor y Edward la miraba, sin poder disimular su miedo.

De repente, Bella sintió la necesidad de empujar y apretó los dientes con tal fuerza que pensó que se le iban a romper.

– ¡Está pujando! –gritó Edward. Jake aceleró y, cuando tomaba una curva, Bella tuvo que sujetarse para no caer del asiento. Kevin le daba instrucciones a Edward y Bella seguía pujando, incapaz de resistir, mientras la furgoneta se dirigía a toda velocidad hacia el hospital. .

–No falta nada, cariño. Aguanta un poco más...

Bella se apoyó sobre los codos e hizo un último esfuerzo…

–Ya está. Aquí está tu niño, mamá –dijo

Edward, levantando una cosita húmeda y enrojecida para que Bella lo viera, antes de caer hacia atrás, exhausta.

En ese momento, llegaban al hospital y Kevin ayudó a Edward a cortar el cordón segundos antes de que unas enfermeras envolvieran al niño en una toalla y lo llevaran dentro. Después, colocaron a Bella en una camilla.

– ¿Está bien? ¿Es grande? –preguntó ella, sin soltar la mano de su marido.

–Es precioso. No es muy grande, pero lo suficiente.

– ¿Estás seguro?

–Voy a verlo ahora mismo –dijo él, cuando Bella estuvo en la habitación. Enseguida vuelvo –añadió, besándola en la frente.

El médico de guardia estaba ayudándola a expulsar la placenta cuando Wilson se acercó a su cama.

–Veo que no te he hecho falta –sonrió el hombre, tomando su mano. Entonces se dio cuenta de las flores blancas en el pelo y el vestido de novia y lanzó una carcajada. Bueno, supongo que tengo que felicitarte... por varias cosas. ¡Desde luego, nunca olvidarás este día! –exclamó. En ese momento, empezó a sonar su busca. Y parece que no eres la única. Voy a hacer una llamada. Enseguida vuelvo –sonrió el ginecólogo, dándole palmaditas en la mano.

Edward entraba en ese momento empujando una cunita.

–Mira quién ha venido a verte –dijo, sin disimular su orgullo. La enfermera terminó con Bella y dejó sola a la nueva familia. Edward colocó al niño a su lado.

–Oh, Edward –murmuró ella, mirando a su hijo, envuelto en una mantita azul. El corazón no le cabía en el pecho. Es perfecto, ¿verdad?

–Desde luego.

– ¿Cuánto pesa?

–Dos kilos nueve noventa. No me quiero imaginar lo grande que hubiera sido si esperas unas semanas más.

Bella deseaba tomar a su hijo en brazos, pero por el momento se contentaba con acariciar su mano y observar la felicidad en la cara del padre.

– ¿Dónde están mis hermanas?

–Me parece que Alice se ha desmayado en el vestíbulo –sonrió Edward.

–Dios mío –rió ella. ¿Y Rosalie?

–Le han puesto respiración asistida, creo.

Bella rió y tuvo que sujetarse el vientre.

– ¿La vida va a ser siempre así?

–Mientras esté casado contigo, señora Cullen, creo que sí.

Señora Cullen. El nombre más hermoso del mundo.

– ¿Y cuánto tiempo crees que puede durar eso? –preguntó ella, secándose una lágrima.

– ¿Quieres decir cuánto tiempo vamos a estar casados? –preguntó él. Bella asintió, acariciando la mano de su marido. Yo diría que unos cuantos niños más y unos cincuenta años, más o menos.

– ¿Y después? –sonrió ella.

–Quizá para entonces lo mejor será volver a casarnos –sonrió Edward. Bella dejó caer la cabeza sobre la almohada, tan feliz que no podía decir nada. ¿Sabes una cosa? No he tenido oportunidad de darte un beso.

Suavemente, Edward puso los labios sobre los de su mujer y Bella pensó que nunca un beso le había sabido más dulce. La mirada de amor de aquel hombre le llegaba al fondo del alma... de una forma que no podría describir con palabras. Gracias, Bella. Por nuestro precioso hijo... por ser mi mujer... pero sobre todo por haber insistido conmigo.

Ella acarició su mejilla, aún incrédula de haber encontrado a aquel hombre que era todo suyo, aquel día, el día siguiente... para siempre.

Los dos volvieron a mirar a su hijo. Tenía el pelo claro, tan revuelto como el de su padre y Bella sonrió.

–Se parece a su papá –dijo, volviéndose hacia Edward. Los ojos del hombre estaban llenos de lágrimas.

–Sí, se parece mucho a mí, ¿verdad?...

Fin.

Un saludo especial, a todas las que se dieron el tiempo de seguir esta historia, a las que tuvieron paciencia, para esperar por un capi nuevo
Tambien A mi amiga Karen M. Que me tiene un paciencia enorme Te quiro amiga...Espero les halla gustado un beso a todas bye.