Título: Lealtad

Nº de palabras: 649

Personajes/Pairings: España x Bélgica

Advertencias: Ligero Lime.

Disclaimer: Hetalia no me pertene, es obra de Himaruya Hidekaz.


LEALTAD

Antonio no esperaba ninguna visita ese día y, sin embargo, alguien llama a su puerta. Corre a abrir con una gran sonrisa en sus labios, la cual se amplia, con un destello de ilusión en sus ojos verdes, cuando ve a Bélgica. Nada más abrir sus brazos, ella capta el gesto y se lanza a ellos para fundirse en un abrazo.

Ríe, alegre. Lovino es su consentido, pero Bel es su perdición.

Emma entra a la casa y deja su chaqueta en el vestíbulo. Se adelanta hacia el salón, no necesita que Antonio la guíe porque se sabe el recorrido. Y tampoco se siente cohibida de ocupar su sitio en el sofá, sabe que hay confianza. Al español tampoco le gustaría que fuese de otra manera.

Ambas naciones empiezan a charlar animadamente, preguntándose cómo va todo, porque hace tiempo que no se ven. Y es que Antonio, salvo contadas ocasiones, no suele ir a casa de Bélgica, es ella la que siempre va a verle. Unas veces antes, otras después, pero siempre vuelve.

El tiempo pasa volando entre risas, y España ve en su reloj que ya es la hora de cenar. Invita a la belga a quedarse, quien, viendo que no lo tenía previsto, insiste en cocinar. Antonio simplemente asiente, sin dejar de sonreír, pues sabe que, aunque intentara convencerla, no lo conseguiría. Y es que, en el fondo, le gusta verla cocinar, le recuerda al tiempo en que todos vivían juntos en aquella casa.

Emma se pone manos a la obra. El español la ve desde el comedor, sin perder detalle de sus gráciles movimientos. Observarla desde el marco de la cocina sería un error, a Bel le incomoda que la miren mientras trabaja. Le echaría si no pretende ayudarla. Antonio deja escapar una pequeña risa al recordar las primeras veces, cuando las mejillas belgas se tornaban rojas como sus amados tomates.

"Belgique es una linda gatita~" comentó en su momento Francis, ante la mirada ceñuda del español. Prusia rió por lo bajo. "Oui, oui, es tan sutil e independiente como un gato, pero también muy cariñosa. No como su hermano. Oh, ahora que está conmigo la…" pero el francés rápidamente enmudeció cuando sintió la mirada de Antonio, esa que infundía más miedo que respeto, provocando que el albino estallara en escandalosas carcajadas.

Aún con todo, tenía razón. Bélgica era como un gato.

Insinuante y con elegancia, la rubia se acerca bajo las sabanas al español, dibujando trazos sin sentido en su pecho descubierto. Él sonríe y la atrapa entre sus fuertes brazos, a lo que ella responde con un suave ronroneo.

Antonio juega con los mechones de pelo rubio que se escapan, rebeldes, al rostro de la belga, hasta que Emma decide que quiere más. Con su característica sonrisa felina, acerca su cara a la del español, entrelazando sus finos dedos entre su cabello castaño. Sin dejar de sonreír, España acepta la invitación implícita y la besa, con dulzura; pero cuando ve que ella le corresponde sin reservas, el beso se vuelve más pasional. La mano morena recorre su pierna con maestría, disfrutando la suavidad de aquella piel de porcelana.

Sus ojos verdes chocan una vez más en una mirada cómplice. Sonrisas que lo dicen todo. Un beso que lo culmina.

Antonio había escuchado alguna vez que los gatos son los que eligen a sus dueños. Y piensa que es cierto.

Al contrario que muchas de las naciones que tuvo bajo su mando, Bel no lo abandonó por voluntad propia. Le apoyó hasta el último momento, hasta que finalmente tuvo que ir con Holanda. Pasó por las manos de muchos imperios antes de conseguir su independencia.

Pero no volvía a ninguna de ellas.

Solamente a las suyas.

— Te quiero –le susurra al oído, y una dulce sonrisa cruza los labios de Emma.

Bélgica era una linda gatita y, como tal, ya había escogido a su dueño.