¡Muchísimas gracias por los reviews! Me han hecho muy feliz, de verdad –silba-

Antes de nada me gustaría dejar claras algunas cosas. "La señorita Juana" a la que se refería Romano en el primer capítulo es Juana la loca, pero en la época en la que están ahora mismo la reina ya hace mucho tiempo que ha muerto…de hecho, la historia se encuentra entre 1565 y 1583 que es poco después de los comienzos de la rebelión de Flandes (aka Holanda) y antes de la guerra contra Inglaterra (la famosa derrota de la armada). No es que vaya a tener mucha relevancia en la historia, pero quería dejarlo claro.

Ahora, otra cosa importante que aclarar. Esta historia es shota, lo que quiere decir que tarde o temprano pasará lo que tenga que pasar. Así que lo siento mucho si esperabais ver a Romano de mayor. Seguramente algún día escriba lemon Spamano con los dos adultos. Así que paciencia

Disclaimer: Hetalia sigue sin pertenecerme. Es obra de Hidekaz Himaruya.

POV España


No había nada como recoger los tomates frescos de la huerta un día soleado de verano. El sudor me refrescaba la frente y el suave tacto de las hortalizas era tan agradable…

Sin embargo…me sentía triste. Muy triste de hecho…suspiré y me levanté. Dando por finalizada la recolecta y andado como alma en pena de vuelta a casa.

¿Qué es lo que me tenía tan afligido? Fácil…mi Romano… mi pequeño tomate… ya se estaba haciendo un hombre. Casi ni me lo podía creer. No es que no me llenara de orgullo todo aquél tema. Él era más o menos como un hijo para mí. Pero igual me dolía pensar que dejaría de ser un niño para siempre…

Y que comenzaría a interesarse en formar relaciones…

Ese pensamiento me hizo cerrar el puño molesto. Me disgustaba pensar en ello…ni siquiera sabía el motivo de tal enfado…quizás me trataba de un típico padre "posesivo". A lo largo de mi vida había visto muchos padres así…aunque normalmente esa situación se daba cuando eran hijas…no hijos.

Es que… ¿no era demasiado pronto? Ya sé que él no iba a continuar siendo un niño bajo la tutela de su jefe toda la vida…pero había ocurrido tan rápido…

De todas formas no era eso lo único que me preocupaba. En sí me preguntaba si había hecho bien en explicarle todo de golpe… Q-quizás tendría que haber dividido la enseñanza por pautas e írselas explicando a medida que crecía…no soltárselo todo de una…aunque tampoco es que se lo hubiera explicado todo de todo….esas cosas ya las iría aprendiendo con el tiempo.

Volví a cerrar mi puño y me adentré en la casa. Le cedí la cesta de tomates a una criada para que los guardara y decidí que era hora de trabajar en serio unas horas…ser un país era duro…y en ocasiones también muy aburrido…

Me adentré en mi despacho y observé la montaña de papeles que debía revisar…suspiré resignado y me senté de un impulso, tomando la pluma colocada en la mesa.

Al cabo de un buen rato…quizás horas…no sabría decir, descubrí un documento que me llamó la atención, uno en el que recibía novedades sobre la rebelión de Flandes. Grr…Holanda siempre se había mostrado reacio y distante conmigo. Pero jamás sospeché que llegaría hasta tal punto. Su rebeldía había llegado demasiado lejos. Encima el maldito Inglaterra le estaba ayudando…ese metomentodo…como siempre tratando de darme por saco…

Comencé a pensar en las "razones" de Holanda para querer independizarse…y aunque las razones "políticas" me molestaban como nada…tenía que reconocer que sus motivos religiosos sí que los llegaba a entender un tanto.

Y es que…si había algo que asustaba en esa época…era la Inquisición que dominaba en mis tierras. Predicaban la palabra de Dios y eso en sí estaba bien…pero sus métodos eran excesivos y demasiado violentos…

Cerré los ojos, descansando la vista y suspiré pesadamente. El silencio de la sala se vio interrumpido inesperadamente por un intenso grito que provenía de fuera de la sala.

–¡Españaaaaaa! ¡Maldito bastardo de mierda! ¿ ¡Dónde cojones está mi cena! ?– Escuché que exclamaba la indudable voz de Romano. Me levanté del sillón y salí de la habitación, para encontrármelo de frente con una mirada desafiante.

–Romano, estaba trabajando ¿no te puede hacer la cena alguna criada? ¿O mejor aún Bélgica? – Le regañé (o al menos lo intenté porque no podía evitar sonreír. La verdad es que me gustaba que Romano me reclamara la cena de esa forma, así me olvidaba un rato del trabajo)

–Cállate y haz tu deber, maldito…

–Vale, vale…– Le tomé de la nariz para picarle un poco. Tras oír un par de insultos, aparté mi mano y, por culpa de la costumbre, me incliné para tomarlo en brazos. Él también acostumbrado, levantó los brazos para facilitarme la tarea. Cuál fue nuestra sorpresa cuando no conseguí levantarlo a la primera, como tantas veces había hecho en el pasado siendo Romano más joven.

–Ja, ja, ja, Romano.– Me reí al ver su cara de confusión. –Ya estás demasiado grande. Así que, ale ¡andandito!

–¿Q-qué?– Sus ojos abiertos de par en par se entrecerraron y, frunciendo el ceño, me dedicó una mirada bastante enfadada. –¡Idiota! M-menudo debilucho estás hecho….ni que estuviera gordo.

–Que no, hombre. De hecho antes estabas bastante más gordito que ahora.– La mirada de enfado se convirtió en una mirada de odio en segundos. Quise reírme pero era mejor no encender aún más la mecha, así que me apresuré a decir. –Ahora estás más grande, es diferente. ¿Te acuerdas de lo que hablamos hace ya un tiempo? Sobre lo de crecer y tal. También se refería a este tema. Un día de estos pegarás un estirón y quién sabe… ¡a lo mejor hasta me superas a mí!

Sabía que ese comentario lo alentaría, ya que noté cómo sus mejillas se enrojecían y su rostro se tranquilizaba, pero seguía estando en tensión.

–Eso no es excusa imbécil, vaya "imperio" que eres si no puedes ni tomar a un niño en brazos…– Le miré en silencio durante unos segundos, hasta que se me ocurrió una gran idea, sonreí y, ni corto ni perezoso, me agaché lo suficiente como para tomarle de las piernas con una mano y, con la otra agarrar su espalda. No tardó en sorprenderse y comenzar a removerse violentamente. –¿ ¡Q-qué demonios estás haciendo, bastardo de mierda! ?

–Sólo te muestro que aún puedo llevarte en brazos, aunque de forma un poco diferente ¿no te gusta? – Le pregunté satisfecho al ver el gran rojo escarlata de sus mejillas y observar que no parecía saber qué contestar. –Así es como se lleva a las princesitas ¿lo sabías, Romano?

–¿ ¡P-princesi…! ?¿De qué vas? ¡No me gusta! Suéltame, suéltame ¡suéltame! – Gritó mientras se sacudía. Yo me dediqué a reír a carcajadas y no le permití bajarse. Ya que me había desafiado ahora tendría que aguantarse~ (incluso aunque eso supusiera un horrible dolor para mí en cuanto se bajara y me diera un cabezazo)

Sin embargo, al cabo de un rato de andar con él en brazos por el pasillo para llegar al comedor, Romano dejó de forcejear y simplemente se quedó quieto. Eso sí, esquivando mi mirada. Me extrañó bastante pero no comenté nada.

Cuando llegamos al comedor le solté cuidadosamente. Curiosamente el cabezazo que esperaba nunca dio comienzo, en su lugar, Romano sólo se sentó en una silla y me dirigió una mirada de soslayo.

– Que sepas que eres un estúpido.

–No me digas que te has enfadado por eso. – Comenté incrédulo. Comprendía que estuviera algo molesto, por algo me esperaba el cabezazo, pero de estar molestillo a enfadarse de esa forma había un tramo…

– ¡Pues claro que me has cabreado!– Exclamó dando un golpe a la mesa del comedor –Anda, deja de hacer el gilipollas y haz de una vez la cena, tengo hambre.

Suspiré. Después de todo, lo que más le importaba al joven e incomprensible italiano era la comida… Me di la vuelta para dirigirme a la cocina, no sin antes girarme para darle un último vistazo al chico… fui tan sólo un instante, él ya no me miraba fijamente, pero juraría que vi una pequeña sonrisa en sus labios…

Aunque probablemente fue sólo mi imaginación…


La cena trascurrió rápidamente, yo no tenía mucha hambre y Romano parecía impaciente por acabar. Nada más terminar se dispuso a largarse casi sin decir una palabra (y sin recoger su plato, por supuestísimo).

– ¿Adónde vas tan rápido?– Pregunté antes de que se fuera. Era raro que se diera tanta prisa en comer. Con lo mucho que le gustaba a él saborear todo tipo de platos (qué se le va a hacer si es un glotón).

–Y a ti qué te importa– Contestó como si nada. Al observarme fruncir el ceño ante esa respuesta decidió corregirse y entrar en detalles. – Joder, me voy a la cama a dormir ¿qué voy a hacer si no?

–Entonces… ¿No se te olvida decirme una cosa?

Che cosa?– Inquirió con un gesto de confusión –Ah, vale... pff, qué tontería. "Buenas noches".

–Buenas noches– Le contesté sonriendo, si había algo que me gustaba, era que mis subordinados se "despidieran" de mí al irse a la cama. Por alguna razón me tranquilizaba. –Que descanses~

El italiano se fue sin decir nada más. Me pregunté si realmente se había enfadado tanto tras haberle tomado en brazos de esa forma… tan sólo era una broma… Tampoco es que tuviera mala intención. Empecé a debatir en si tendría que disculparme con él o no… y en si era mejor hacerlo en aquél momento o el día siguiente.

Me decidí por recoger primero la mesa y pasarme por su habitación después, si dormía entonces ya me disculparía con él el día siguiente. Recogí los platos y comencé la búsqueda de su habitación (lo malo que tenía vivir en un sitio tan grande). Por suerte no me llevó demasiado tiempo encontrarla. No llamé a la puerta sino que abrí con cuidado para no hacer ruido, por si ya estaba durmiendo. Comprobé que no había rastro de luz por lo que probablemente ya estaría soñando con tomatitos.

Comencé con la ardua tarea de cerrar la puerta cuidadosamente con tal de no hacer absolutamente ningún ruido. Pero cierto sonido… "inusual" que escuché de dentro de la habitación me dejó helado e inmune como una piedra.

Ni hablar…

No podía ser que justo hubiera pillado a Romano en uno de esos momentos…

¡Quién demonios me mandaba ser tan oportuno!

«¡Dios mío del amor hermoso, Dios santo, DIOS! ¿Cómo puedo tener tan mala suerte? Si Romano se da cuenta de que le estoy escuchando me matará de la forma más sanguinaria posible y… ¡hasta es capaz de reclamarme independencia al más puro estilo holandés!» Pensé aterrorizado, quería salir cuanto antes de allí y dejar de invadir su intimidad de aquella forma, pero los nervios me impedían cerrar la puerta de forma silenciosa. Así que tenía que tranquilizarme o Romano se daría cuenta de que le había escuchado ¡pero cómo hacerlo si seguía oyendo a Romano gemir de esa forma! Además de que me había quedado completamente congelado. Realmente lo estaba pasando mal, pero todo empeoró en cuanto pude reconocer un nombre en la voz entrecortada del italiano.

–Ah…Nhg….Antonio…

«Imposible…»

Conseguí cerrar la puerta como pude… realmente no lo hice tan silenciosamente como quise en un principio, pero tampoco lo hice lo suficientemente ruidoso como para que el niño se diera cuenta. Además de que no podía aguantar más escuchando "eso". Tras cerrar me fui con paso acelerado al patio a tomar el aire.

Era imposible que él me hubiera nombrado… ¡a mí! ¡Entre todo un repertorio de personas…! «Seguramente escuché mal…» Pensé tratando de tranquilizarme «Probablemente dijo…no sé… ¡no se me ocurre nada que rime con Antonio!»

–¿España?– Escuché de pronto una voz femenina que me llamaba.

La voz me sonaba bastante, me giré para reconocer quién era y, tal como había sospechado, se trataba de la esposa del rey Felipe, Isabel.

–¿Qué haces aquí a estas horas?– Continuó hablando tras confirmar que era yo.

–Hace poco que terminé con unos papeles y sólo tomaba el aire ¿y vos? No es una hora muy común para estar paseando…

–No podía dormir… me tiene demasiado acongojada pensar en que existen…ese tipo de personas…– Su última frase la dijo casi en un susurro, su voz denotaba desprecio. Casi quise no preguntar, pero llegados a este punto tenía que hacerlo.

–¿A qué se refiere?

–He recibido noticias de que la Inquisición se ha encargado de un grupo de personas. Hombres. Que mantenían relaciones entre ellos… ¿Por qué rebelarse de esa forma ante lo que dicta Dios? No consigo entenderlo…

La miré a los ojos y ella me devolvió la mirada. No pude contestarle. No sabía que decir, ni que hacer. Sólo esperé a que la mujer continuara con su habla o que se marchara… al parecer optó por la segunda opción y se fue dejándome solo y con un nuevo problema en la cabeza. Siempre me había considerado una persona a la que no le gusta darle muchas vueltas a la cabeza, pero con todo lo que estaba ocurriendo…

Yo mismo había tenido relaciones con hombres muchísimo antes de que la Inquisición tomara lugar. Nunca sentí que hubiera cometido ningún error. Jamás… pero tampoco pensaba volver a hacerlo…

No es sólo que tuviera metido en la cabeza que estaba prohibido y que estaba mal.

También tenía miedo.

–Y ahora qué hago…– Murmuré tras suspirar pesadamente…