Perdidos entre Pesadillas

by Eve Sparda

Capítulo 3

Chris no estaba acostumbrado a tropezar. Sus últimos encontronazos con el suelo habían quedado muy atrás en el tiempo, en aquellos años en los que vestía pantaloncitos cortos, llevaba una pelota en la mano y mantenía una relación suicida con los columpios. Siempre se había vanagloriado de su sentido del equilibrio y sus compañeros también se ocupaban de inflarle el ego con sus comentarios de admiración hacia sus cualidades físicas. Incluso alguna vez había recurrido a estos "reflejos felinos" para ligar con alguna chica… sin demasiado éxito en la mayoría de los casos.

Por esta razón, se sorprendió cuando cayó de bruces al suelo tras saltar de aquel pozo. Tocó el suelo en primer lugar con las rodillas y frenó el impacto del golpe apoyando ambas manos. Dio las gracias a dios o al ser que estaba allí arriba riéndose de él de que llevara el cuerpo tan protegido que lo único que sintiera herido fuera su propio orgullo.

– Menos mal que no me ha visto nadie… ¡Jill!

Chris se incorporó con la velocidad de un rayo para buscar a su compañera. Dio una vuelta sobre sí mismo y, al no encontrarla, gritó su nombre:

– ¡Jill! ¿Dónde estás?

¿Dónde habría caído? ¿Y si se había hecho daño y estaba vagando sola en la oscuridad? Chris ya iba a gritar su nombre otra vez cuando Jill salió de entre las sombras, tranquila como quien da un paseo por el parque.

– ¿Tanto miedo te da la oscuridad que no quieres quedarte solo? – Jill se cruzó de brazos y sonrió divertida.

– Encima de que me preocupo por ti… – Chris resopló y arqueó una ceja – ¿Dónde estabas?

– Sólo quería echar un vistazo, pero no he visto mucho.

Chris echó una mirada de reconocimiento al lugar en el que se encontraban. Parecía una especie de prisión sucia y abandonada, donde el olor putrefacto que había notado en la mansión se había multiplicado por mil.

No tardaron mucho en descubrir el foco de aquel olor infernal: las celdas y los pasillos de aquella prisión improvisada se encontraban ocupados por los cadáveres en descomposición de aquellos que habían tenido la mala suerte de ser utilizados como cobayas. La mayoría de ellos eran ya un amasijo de carne putrefacta, pero algunos cadáveres se mantenían todavía enteros, con la carne oscura y fétida todavía pegada a sus maltrechos huesos.

– Hay tantos…

– Siempre me he preguntado cómo es posible que con la cantidad de personas que Umbrella y Spencer utilizaron en sus experimentos, nadie hubiese dado la voz de alarma y denunciase sus desapariciones y hayamos tardado tanto en dar con sus escondites.

– Supongo que siempre utilizaban trabajadores o personal del servicio de las instalaciones. Así todo quedaba en casa y nadie notaba la ausencia.

Los dos agentes avanzaban por el pasillo central, siguiendo el único rastro de aire fresco que había en la zona, aquel que Chris había percibido en la mansión. Iban tan concentrados en observar los horrores que les mostraban las celdas a su paso, que no se percataron del cuerpo que yacía tendido en su camino.

Jill tropezó y notó que el pie se le quedaba enganchado. Al girarse para comprobar qué era lo que le impedía continuar, se dio cuenta de que el cadáver del suelo no estaba tan muerto como parecía y trataba de clavarle los dientes en el talón. Jill gritó y tiró con fuerza del pie. Chris se giró sorprendido y apuntó al ser con su arma:

– ¡Un zombie! ¡¿Aquí también?

Jill se unió a él y trató de disparar al zombie con su pistola. Dos disparos consecutivos resonaron en el túnel y el ser dejó de moverse, inerte. Los dos agentes se miraron.

– ¿Estás bien?

– Sí… me ha cogido por sorpresa… parecía que…

– ¿Qué?

– Que me estaba pidiendo ayuda.

– Como todos…

Los dos avanzaron por el estrecho pasillo sin hablar durante un largo rato, sumidos en sus pensamientos y en sus recuerdos. Habían pasado algunos años ya desde lo de Raccoon City y las heridas estaban más o menos cicatrizadas, pero los recuerdos de lo vivido no desaparecían y, aunque por el día no parecían más que bruma que enturbiaba la mente, por la noche lo oscurecían todo y se proyectaban en sesión continua. Lo que Chris más revisitaba en sus peores pesadillas era la muerte de Richard: cómo le gritó para que se apartara, cómo saltó para empujarlo y cómo el tiburón le arrancó la mitad del cuerpo de un mordisco. Su mejor amigo, el tipo con el que tomaba algo después del trabajo y con el que contaba chistes, compartía problemas y se divertía en general. Su incompetencia a la hora de reaccionar en aquel momento todavía le perseguía como un pesado fardo del que no se podía librar.

Doblaron la esquina y se dieron de bruces con una pared que cortaba el pasillo y cualquier salida posible. Chris apoyó el brazo contra la pared y suspiró:

– Parece hecha de adobe… no querrían correr riesgos y que los presos escaparan por la puerta de atrás.

Jill iba a replicar con algo pero se paró en seco a escuchar. Un pequeño ruido, casi imperceptible, como un zumbido, o como si alguien arrastrara algo metálico por el suelo…

– ¡Chris! ¡Apártate de la pared!

La advertencia llegó tarde y Chris tardó en reaccionar cuando un enorme arpón de metal destrozó la pared como si de papel se tratase, permitiendo el paso al horrible monstruo que les había acechado en la mansión.

Jill fue la primera en pasar a la acción y trató de acertar al ojo que la bestia tenía en la espalda, pero falló por unos centímetros y las balas impactaron en la masa bulbosa que formaba su joroba. El monstruo lanzó el arpón contra ellos y los agentes se encontraron con la imposibilidad de esquivar el golpe debido a la estrechez del pasillo, por lo que se arrojaron al suelo con el tiempo justo de evitar que aquella arma les partiera por la mitad. ¿Cómo demonios iban a escapar de él en ese espacio tan pequeño? Acabar con el monstruo era indispensable, claro…

¡La Mágnum!

Chris se echó la mano al cinturón y asió el arma pero, antes de que pudiese contar el plan a su compañera, ésta tuvo la fatal idea de de incorporarse para darle una patada a la bestia en la cara. El monstruo se revolvió y comenzó a agitar el arpón de un lado a otro de forma descontrolada mientras profería unos alaridos escalofriantes.

– ¿¡Pero qué demonios has hecho!

– ¡No lo sé! Lo he hecho sin pensar…

Chris se apartó de la bestia descontrolada y trató de apuntar a su punto débil con la Mágnum. La primera bala impactó de lleno en su cabeza, salpicando a los agentes de sangre y causándole a su enemigo un dolor indescriptible. Chris se echó un poco más hacia atrás para salir del alcance de arma y probó suerte una vez más. Disparó dos veces seguidas consiguiendo acertar en el ojo del monstruo además de hacerle un boquete en la joroba con la segunda bala. La bestia aulló, dio un par de bandazos con el arpón y cayó al suelo con un gran estruendo, levantando una capa de polvo.

C'est fini – Chris volvió a guardar el arma y se apoyó en la pared mientras se secaba el sudor de la frente.

– Chris…

– ¿Qué ocurre?

– Tu brazo… – Jill sujetó el brazo con el que Chris se había limpiado la frente y le mostró el antebrazo. Estaba amoratado y sangraba levemente. – No te preocupes, yo me ocupo de ello.

– Ni lo había notado – dijo mientras Jill rebuscaba en su equipo. – El caso es que ahora que lo dices, sí me molesta un poco.

– Seguramente te lo hizo algún trozo de la pared cuando el monstruo la reventó… ¡pero no hay nada que un spray de primeros auxilios no pueda curar! – Jill le mostró el spray sonriendo de oreja a oreja, como si de la protagonista de un anuncio se tratara. Chris resopló y dejó de mala gana que Jill aplicara el producto sobre su brazo herido.

– No me gustan estos sprays. Son extraños y huelen raro. ¡Y además contaminan! Tenía que haberme preparado mi propio cultivo de las hierbas de Raccoon. – Una vez había cometido el error de expresar esta opinión en voz alta delante de otras personas a parte de Jill. Cuando habían pedido explicaciones sobre estas maravillosas hierbas, Chris había tratado de transmitir sus cualidades lo mejor posible con la intención de convertir a aquellos pobres infieles. Al final, el grupo entero había acabado a carcajada limpia haciendo comentarios sobre la legalidad del uso de aquellas hierbas y Chris estuvo aguantando comentarios de ese estilo durante toda la semana. Desde aquel día se había guardado muy bien sus opiniones al respecto de los sprays pero, aún así, de vez en cuando seguía deseando a aquel grupo de personas enfermedades incurables.

Jill le echó un poco de spray en la cara a modo de castigo:

– Son efectivos y baratos, y no creo que te apetezca ahora mismo ir a Raccoon City a recoger hierbas ¿verdad? La mezcla del virus de Umbrella con los restos de la bomba me hace desconfiar de las bondades de todo lo que crezca allí.

Chris trató de sonreír pero sólo consiguió forzar una mueca. No podía desprenderse del recuerdo de esa ciudad. ¿Qué demonios había encontrado allí para que todo le hiciera pensar en ese lugar? Estaba más claro que el agua, pensó mientras observaba a Jill recoger sus cosas, pero a veces se hacía el loco.

Cuando hubieron ordenado sus enseres y Chris se hubo asegurado de que su brazo estaba en perfectas condiciones, continuaron por el nuevo pasillo que el monstruo había abierto. El aspecto del lugar no cambió demasiado pues las celdas seguían rodeándolos, llenas de cadáveres y porquería. Al final del pasillo una escalera oxidada les condujo a un segundo nivel con más celdas, aunque mejor iluminado y, como Chris comprobó al instante, mucho mejor ventilado. La brisa que llevaban sintiendo desde la entrada del pozo se había incrementado y Chris ya podía oler la lluvia, la niebla y todas aquellas esencias que el agente relacionaba con la noche. Tras girar un último recodo, los dos agentes se encontraron con una puerta por la cual el aire nocturno entraba a raudales. Esta salida daba a una especie de patio circular al aire libre hecho de piedra, coronado por una torreta central del mismo material. Los dos agentes se detuvieron en el umbral para observar con detenimiento la nueva zona y poder llenar sus pulmones de aire puro. El momento podía haber resultado perfecto para relajarse si no hubiese sido por aquel ruido de fondo tan molesto, como una fricción constante, un roce pesado, como si se arrastrara un gran peso, un gran peso de metal.

– ¿Oyes eso?

– ¡Oh, dios, sí! Pensaba que habíamos acabado con él, ¿qué hacemos?

Chris recorrió el patio rápidamente buscando una salida y visualizó una puerta al fondo del mismo. Los sonidos cada vez se oían más cerca.

– ¿Sigues teniendo el rifle, Jill?

– Sí, no lo he usado todavía.

– Bien, hagámoslo así: sube a esa torreta y equípate con el rifle, desde esa distancia te será fácil acertar al monstruo y éste no podrá alcanzarte.

– ¿Quieres que te cubra? ¿En qué estás pensando?

– Mientras me ocuparé de asegurarnos una salida.

Jill subió a la torreta en un par de rápidas zancadas y Chris se apresuró hacia la puerta. Al poco notó cómo el ruido metálico aumentaba y Jill realizaba el primer disparo. Chris alcanzó la puerta y giró el picaporte sin éxito.

Como imaginaba, está cerrada.

El joven tenía una larga trayectoria resolviendo los macabros acertijos de Umbrella y sabía que en ese tipo de situaciones la llave nunca estaba demasiado lejos.

Y tanto… – pensó Chris mientras observaba la reja que bloqueaba el final del pasillo en el que se encontraba la puerta, tras la cual el agente pudo vislumbrar un cofre.

Más disparos y Jill que gruñía. Chris alcanzó la reja en varias zancadas para darse de bruces contra una nueva manivela.

Genial, Spencer, te has lucido en el diseño de la casa, aunque lo encuentro algo recargado para mi gusto y sobre todo muy molesto para huir.

El agente no tuvo mucho tiempo para seguir siendo sarcástico, pues Jill vociferaba su nombre desde su posición de francotiradora.

– ¡Chris! ¡Detrás de ti! ¡No puedo con todos!

¿Todos? – pensó Chris al darse la vuelta para enfrentarse a uno de aquellos "marineritos". Porque, como pudo comprobar al instante, el ser que les había perseguido desde que entraran en la mansión no había estado solo en todo el tiempo.

Chris tuvo tiempo de rodar sobre sí mismo para esquivar el avance del monstruo y desenfundar la fatal Mágnum. Tenía un problema muy serio entre manos y poca munición: la llave estaba probablemente en el cofre tras la verja y necesitaba la ayuda de Jill para manipular la manivela y llegar hasta ella, pero la joven se encontraba en ese momento demasiado lejos enfrentándose a su propia versión del infierno en forma de arpón. Estaban jodidos. Estaba harto de Spencer y de su obsesión con las manivelas que siempre les aguaban la fiesta, a no ser….

¡Bingo! – pensó Chris. Seguramente el viejo no hubiese contado con el efecto que producía un bicho de una tonelada al chocarse contra su preciosa verja.

El agente rebuscó en su equipo hasta que encontró lo que quería y se pegó a la pared. La bestia avanzaba lenta pero decidida llevando tras de sí el enorme ancla. Cuando estuvo a la distancia apropiada de Chris, éste sacó la granada de humo que había estado guardando, la arrojó al suelo cerca del monstruo y dio una voltereta para situarse detrás de éste. Cuando la bomba explotó, Chris se protegió los ojos y la boca, pero la bestia no tuvo tanta suerte y reaccionó igual que en aquel pozo, gritando y zarandeando el arpón a lo loco, momento que Chris aprovechó para dispararle en el ojo con la Mágnum. El monstruo cayó inerte hacia atrás destruyendo la verja que impedía acceder al cofre. El agente lo abrió a través de los restos de la verja y el cuerpo del monstruo y cogió la llave. Detrás de él, Jill seguía disparando y manteniendo a raya al otro ser.

No hay tiempo. ¡Jill, lo tengo! ¡Vámonos!

La joven se echó el rifle a la espalda, saltó de la torreta y, esquivando al monstruo lo más rápido que pudo, llegó a donde Chris utilizaba la llave para abrir la puerta. Ya al otro lado, el agente cerró la puerta y volvió a echar la llave.

– No creo que eso sirva de mucho si vuelven por nosotros.

Chris ya había pensado en eso, así que echó un rápido vistazo a su alrededor. Se encontraban en patio circular idéntico al anterior, salvo por la ausencia de una torreta central, la cual había sido sustituida por unas escaleras de piedra que llevaban a una doble puerta de madera. A su lado, dos hendiduras en un panel de piedra servían de mecanismo de cierre para la misma.

– ¿Ves eso? – Jill asintió con la cabeza – Esos discos que faltan en las hendiduras tienen que estar por aquí.

– De acuerdo, separémonos, ¿tienes encendido el intercomunicador?

– Siempre – dijo Chris llevándose la mano al oído – no vaya a ser que te vayas con otro y no me entere.

Jill le dio un empujón amistoso y salió corriendo en sentido contrario a la búsqueda de las piezas que necesitaban. Chris sabía que tenía que hacer lo mismo, pero los alaridos y golpes que oyó en ese momento al otro lado de la puerta por la que habían entrado le helaron la sangre.

¡Muévete, idiota! ¡No hay tiempo! – Y Chris echó a correr por el pasillo que tenía delante.

La noche se había vuelto más fría con el paso del tiempo y, a aquella hora de la madrugada, el aire nocturno le erizó a Chris el vello de la nuca y los brazos, lo que el joven interpretó como una mala señal.

Cuando salga de aquí me voy a pasar una semana durmiendo con el teléfono descolgado y comiendo mierda precocinada… ¡y pobre del que se atreva a molestarme! – Se pasó la mano por la nuca, – pero primero voy a encontrar el disco antes de que uno de esos marineros me impida volver a comerme tres pizzas de queso seguidas.

Chris siguió avanzando y revisando todo a su alrededor hasta que dio con un hueco sospechoso en la pared. Debía medir un metro cuadrado de diámetro y aproximadamente un metro y medio de profundidad. El agente se asomó tan convencido de que allí saldría un zombie, uno de los marineros o un Tyrant en bermudas, que se sorprendió cuando descubrió un triste y solitario baúl que contenía el disco que estaba buscando.

Casi al instante, Jill se comunicó con él por el intercomunicador:

– Chris, he encontrado una de las piezas.

– Justo a tiempo, yo ya tengo la mía. Vamos, salgamos de aquí.

Los dos agentes se encontraron en las escaleras y colocaron sus respectivas piezas en los orificios adyacentes. La puerta emitió un ruido apagado y se abrió, permitiéndoles continuar. Un viejo puente de madera los recibió al otro lado. Nada más poner un pie en él, Chris notó que se movía y crujía, por lo que trató de aminorar el paso y cuidarse muy bien de dónde pisaba.

– ¿Has visto eso? Allí, al fondo – Jill señaló al otro lado de donde se encontraban, al final del puente. – Parece un anexo a la mansión, como un pequeño palacete... ¿crees que Spencer está allí?

– Si no está allí, que me expliquen por qué construyó está monstruosidad en mitad de la nada... y quizás me de por mirarme la suela de las botas a ver si lo he pisado de camino y no lo he vis...

El precario puente no aguantó más tiempo el peso de los dos agentes y se vino abajo, cortando la conversación y enviándolos de nuevo a la oscuridad. Aunque esta vez la caída la frenó el agua. Chris sacudió los brazos con repugnancia y comprobó que todo estaba en su sitio. Desafortunadamente la mayor parte del equipo había desaparecido, seguramente arrastrada por la corriente de agua putrefacta de aquel sistema de alcantarillado en el que había aterrizado. Al menos el traje le protegía bien y el agua no le calaba el cuerpo. Esta vez, Jill no estaba a su lado, ni siquiera conseguía localizarla en la distancia. El agente se llevó las manos a los oídos rezando para que por lo menos el intercomunicador siguiese allí. Al encontrarlo dio un suspiro de alivio y trató de localizar a su compañera:

– ¿Jill, me oyes? ¿Estás bien? ¿Dónde estás?

Silencio. Estática. Silencio.

– ¡¿Jill! Soy Chris, ¿estás ahí? ¡Responde!

– Estoy bien, estoy bien... – la voz de la joven sonaba apresurada. – Es sólo que no encontraba el pinganillo... he perdido la mitad de las cosas en el agua.

– Yo también he perdido el equipo, no tengo ni arma... estás en una especie de alcantarilla, ¿verdad? ¿Tienes algún arma?

– Nada, yo también estoy desarmada... Chris, ¿dónde estás? Lo mejor ahora es que estemos juntos, nos defenderemos mejor.

– ¿Estás preocupada? No hay problema, mientras yo esté aquí no va a pasarte nada – Chris esbozó una sonrisa tontorrona ante la idea de ver a Jill corriendo a sus brazos para que la protegiese.

– Te estoy viendo sonreír como un idiota como si estuvieses a mi lado... ¡muévete y salgamos de aquí!

– Vale, vale, no hace faltar ponerse así... – el agente toqueteó el GPS del reloj que llevaba mientras daba las gracias porque no lo hubiese perdido en la caída y porque todavía funcionase. – Ya te tengo, no te muevas, que voy para allá.

Cuando los dos estuvieron por fin reunidos otra vez, Jill le hizo un saludo con la cabeza y siguió para adelante como si Chris no existiese.

Vale, maravilloso, ahora está enfadada... – el joven sacudió la cabeza y siguió a su compañera por los oscuros túneles del alcantarillado, – al menos podía haberme dado las gracias por ir a buscarla.

Siguiendo el túnel llegaron a una zona más amplia con varias bóvedas que decoraban el techo, sujetas por columnas de piedra rojiza. Chris miró las bóvedas de forma distraída, mientras pensaba en cómo demonios iban a salir de allí y se imaginó buscando una vía de escape a través de las tuberías de algún retrete. Unos chapoteos monstruosos seguidos por dos alaridos infernales hicieron que incluso aquella idea alocada le pareciese la mejor alternativa.

– Son ellos... – Jill miró hacia la oscuridad tras de sí con el rostro pálido.

¡Ah! ¿Ahora ya no estás enfadada? – Chris se giró en la dirección de la que provenían los rugidos y habló tranquilizador – No tienen por qué saber que estamos aquí, continuemos buscando una salida sin hacer ruido y moviéndonos despacio.

Continuaron su camino en silencio, dirigiéndose hacia el fondo de aquel amplio túnel abovedado. Chris se sentía atraído, sin razón alguna, por aquellas enormes y oscuras bóvedas que los observaban desde arriba y caminaba sin quitarle ojo a sus arcos carcomidos por la humedad y el tiempo. Había algo en ellas que lo inquietaba. Sintió la necesidad de pararse a observarlas mejor, pues no era la primera vez que el hecho de no echar un segundo vistazo a algo les había causado problemas, y si no, que se lo preguntasen a Jill y a aquella escopeta tan suculenta de la mansión Spencer en Raccoon.

– ¿Qué ocurre? – Jill estaba más nerviosa de lo normal y sus labios anormalmente blancos no ayudaban a ocultarlo. Incluso se había llevado la mano instintivamente a la funda del arma antes de darse cuenta de que ya no tenía ninguna.

– Nada, es sólo que… – Chris se quedó de piedra al comprobar lo que pendía sobre ellos. En la oscuridad era difícil distinguir las formas y menos las que estaban lejos, pero leves rayos de luz nocturna se colaban por los huecos en las piedras y, dependiendo del lugar en el que uno se encontrara, se podía ver casi con total claridad. Y así fue como Chris descubrió los enormes y mortíferos pinchos de hierro que les amenazaban desde el techo. – ¡Una trampa! Maldito viejo loco, tiene protegidos hasta los desagües, tiene que haber más por la zona… – El joven no esperaba que el viejo Oz fuese a faltar a la tradición y a colocar la activación de aquella trampa demasiado lejos de su foco de acción – Los viejos siempre se aferran a sus costumbres… ¿dónde estará esta vez la manivela? – Lo que no esperaba era que la manivela estuviese tan cerca. En una de las columnas de la bóveda que sujetaba la trampa había una manivela oxidada y herrumbrosa esperándolos a los dos. – Si cualquiera de nosotros hubiésemos activado esa manivela podríamos haber muerto sin darnos cuenta… – A lo lejos, en el fondo del pasadizo, les esperaban más bóvedas similares.

– ¡No es momento para echarse un sueño, Chris! ¡Tenemos que irnos!

– Chissss, no levantes la voz, tengo un plan para deshacernos de esos dos monstruos para siempre.

El plan era sencillo: mientras uno de los dos atraía a un monstruo por separado hasta una de aquellas trampas, el otro esperaba pacientemente a que la bestia se pusiese debajo de los pinchos para activar el mecanismo. Era relativamente sencillo, la mayor dificultad radicaba en conseguir atraer sólo a un monstruo y que el otro no les siguiera de cerca. Chris ya se estaba preparando para marcharse cuando Jill se le adelantó:

– ¿A dónde vas?

– Esta vez yo me ocupo de atraerlos, estoy harta de servir de refuerzo. Y además, yo soy mucho más ágil y rápida, ¿recuerdas?

– Jill, estarás más segura si te quedas aquí…

– Chris, no tienes que cuidar de mí, te lo dije antes, yo pasé las mismas pruebas que tú. Soy tu compañera. Déjame que también te proteja a ti. ¿Confías en mí y en mi capacidad para mantener tu culo en su sitio?

Chris suspiró derrotado.

– Claro, Jill, por supuesto que confío en ti.

El agente agarró la manivela arrepintiéndose cada cinco segundos de haberle dejado marchar. ¿Y si le pasaba algo? ¿Y si no calculaba bien y alguna de aquellas bestias le agarraba? Está desarmada, maldición… No tardó en escuchar chapoteos de pies que se acercaban y el rugido de una bestia algo cabreada.

Viene uno sólo, perfecto. Chris se puso en posición.

Jill abandonó la oscuridad rauda y pasó por debajo del techo abovedado echando un último vistazo para comprobar que el monstruo seguía detrás. Tras esto, se paró en seco delante de su enemigo, fuera del alcance de la trampa. La bestia aceleró al ver que su presa se había detenido y entró de lleno en la trampa, momento que Chris aprovechó para girar la manivela y hacer funcionar el mecanismo. Los viejos engranajes chirriaron y dejaron escapar trocitos de oxido, el doble techo con pinchos se separo unos centímetros y cayó precipitadamente sobre el monstruo. El impacto fue tal, que la base de cemento de la trampa se abolló al chocar contra el cuerpo de aquel demonio. Sólo cuando Chris vio la sangre fluyendo libremente por debajo de la estructura se permitió soltar el aliento y la manivela que todavía apretaba con fuerza con las manos. En la distancia, la otra bestia aulló respondiendo al estruendo provocado por la caída de la trampa.

¿Se comunicarán de alguna forma? – Chris se frotó las manos dormidas por la presión de apretar la manivela. Buscó con la mirada otra trampa a su alrededor, pero no parecía que hubiese ninguna cerca.

– Sigamos moviéndonos, tiene que haber otra trampa por aquí.

El único pasillo visible les llevaba a través de un largo corredor de piedra, donde se podía ver una serie de pasillos en lo que parecía un segundo piso. Decidieron no arriesgarse a subir y continuar explorando el corredor en el que se encontraban. El nivel del agua les llegaba en esta zona por el pecho y costaba bastante moverse. Tras varios giros y cambios de sentido, los dos agentes llegaron a una zona espaciosa y bien iluminada, con un amplio techo abovedado donde Chris vislumbró varias trampas. En una de las paredes, donde se encontraban varios focos que iluminaban el área, los jóvenes vieron una vieja y oxidada escalera de mano. Jill se asomó y comprobó que, hasta donde llegaba a ver, estaba completa. Chris hizo el amago de subir por ella, pero Jill le cogió del brazo y sacudió la cabeza:

– Será mejor que acabemos con la bestia que queda, no sabemos si vamos a tener problemas con ella más adelante y además estamos desarmados. Esta es nuestra oportunidad.

Chris abandonó la escalera resignado y agarró la manivela más cercana, posponiendo su deseo volver a estar seco otra vez.

– Ahora vuelvo – Jill marchó otra vez hacia la oscuridad y lo único que alcanzó a ver de ella fue su coleta balanceándose mientras corría. Parece que esos bichos ya no le dan miedo. Todo aquello le hizo pensar irremediablemente en Claire, su pequeña hermana, que siempre llevaba coleta y que, desde hacía años, no le tenía miedo a nada ni a nadie. Cuando era más pequeña, la joven siempre corría a él cuando pensaba que por las noches había algún ser horrible en su armario o debajo de la cama. Incluso la película de terror más cutre hacía que esa noche tuviese que tener la luz de la mesilla encendida. Y de pronto un día tuvo que coger una pistola y enfrentarse a todos sus miedos ella sola. Ya no necesitaba a su hermano mayor. Chris se sintió terriblemente viejo allí en la oscuridad mientras esperaba que la mujer de su vida volviera sonriendo y moviendo su coleta. Ojalá pudiera protegerlos a todos, pensó. La vida le había dado muchos golpes, pero pedía muy poco para ser feliz.

Esta vez Jill tardó más en volver y venía más agitada que la vez anterior, incluso tenía algunos rasguños en la mejilla. Al agente no le dio tiempo casi a preguntarle qué había pasado porque el invitado especial le seguía a muy poca distancia y a una velocidad exorbitada.

Me pregunto si se habrá enterado de lo de su compañero.

Jill conseguía mantenerse alejada de él a duras penas y grandes gotas de sudor perlaban su frente debido al esfuerzo. Chris soltó la manivela y salió en busca de Jill.

– ¡NO!

– Sí – Chris agarró a Jill de la cintura y tiró de ella hacia un lado. La joven estaba empapada y casi no podía tenerse en pie del esfuerzo por lo que cayó de espaldas en el agua nauseabunda. Chris aprovechó el desconcierto del monstruo para darle un empujón y, haciendo uso de la inercia, arrojarlo dentro de la trampa. Cuando se echaba hacia atrás para asir la manivela, tocó la mano de Jill que ya se encontraba en posición para activar el mecanismo. En un abrir y cerrar de ojos el techo cayó y se hizo el silencio en las alcantarillas.

– ¿Estás bien? – Chris agarró con suavidad la barbilla de su compañera y le alzó la cara para comprobar sus heridas. – ¿Qué ha pasado allí dentro?

– Estás como una cabra… ¡¿Cómo se te ocurre soltar la manivela? – Chris le echó una mirada seria y siguió inspeccionado sus mejillas. Jill se resignó y bajó la vista incapaz de afrontar esos ojos. – Saltó de arriba, desde aquellos pasillos que vimos antes… casi no me dio tiempo a esquivarlo… – Chris hurgó en los bolsillos y sacó un pañuelo empapado para limpiar la sangre seca – me rozó la cara con el arpón. Si no llego a reaccionar rápido ahora no tendría cabeza.

– He oído que algunas personas pueden sobrevivir sin cabeza y llevan una vida casi normal – Jill le dio un empujón cariñoso y Chris sonrió. – Venga, en serio, asegúrate cuando volvamos a casa de que tienes puesta la antitetánica, no creo que esos marineros le echasen muchos 3 en 1 a sus arpones.

– Chris, nací en América, no en la selva, claro que tengo puesta la antitetánica – Chris disfrutó al ver como el color volvía al rostro de su compañera y sus ojos volvían a sonreírle. Los dos miraron la escalera con deseo.

– Si esta escalera no nos lleva a Spencer me voy a casa.

– Y yo me voy contigo. – Chris hizo que Jill fuera primero para vigilarla desde abajo y cuando hubo comprobado que la joven subía sin problemas siguió su camino hacía las alturas. La escalera era vieja y chirriaba, lo cual le recordó al puente que se desmoronó bajo sus pies, pero parecía más estable y soportaba bien el peso de los dos agentes. Al final, sin muchos contratiempos consiguieron alcanzar la superficie y aspirar el fragante aire del exterior. Al levantar la vista, vieron que la escalera les había dejado justo al final del puente caído y pudieron ver la entrada al palacete anexo a la mansión.

Chris puso un pie en la escalinata que llevaba a la entrada e hizo una señal a Jill. Ésta asintió, se colocó su lado y cuando los dos estuvieron preparados, abrieron la puerta que tenían delante. Chris ya casi había olvidado la escena dantesca del hall de la mansión y parecía que aquello había pasado hacía años, sin embargo, aquel lugar infernal no tenía intención de dejarle olvidar y había procurado repetir la escena una vez más: todo el pasillo que tenían delante estaba lleno de los cadáveres destrozados de los miembros del cuerpo de seguridad de Spencer… al menos los que quedaban en el anexo y que no habían sido masacrados en la mansión. Las paredes y el techo tenían grotescas mancha de sangre y los cuerpos se encontraban desmadejados y esparcidos a lo largo del pasillo. Jill hizo una mueca de repulsión, pero no había tiempo para llorar por ellos. El agente se dio cuenta de que el primer cuerpo a su izquierda había muerto con la pistola en la mano y no tardó en apropiarse de ella. Recordó el reproche que le había hecho a Jill por registrar los cuerpos cuando estaban en el hall, pero entonces no se imaginaban lo que les esperaba y Jill tampoco intentó recordárselo. Sólo cuando los dos estuvieron equipados otra vez con las armas e ítems de los miembros de seguridad, pudieron seguir adelante, esperando que el final de su misión estuviese ya próximo.

Al menos Chris podía dar gracias porque esta vez el camino estaba claro. No tenían más que avanzar por ese pasillo en forma de C hasta llegar a… ¿otro pasillo? ¿Algún nuevo peligro? ¿El final de su misión? Quién sabía lo que había tras esas dobles puertas que señalaban el final del recorrido. Jill alzó la mano para agarrar el picaporte y Chris sintió un escalofrío que le puso el vello del cuello de punta. ¿Por qué estaba tan nervioso? Había hecho aquello miles de veces: entrar, apuntar y preguntar. Acababan de terminar con dos monstruosidades casi inmortales, por lo que enfrentarse a una tercera ahora sería pan comido. Además, ¿qué podía hacerles un anciano en silla de ruedas? Aún así, Chris sintió que algo no cuadraba, que algo estaba mal. Quiso hacer partícipe a su compañera de ello, pero Jill ya había abierto la puerta, así que no tuvo más remedio que seguirle a su interior.

Lo primero que el agente pensó es que estaba oscuro, demasiado oscuro. Tan oscuro que no podía pensar ni respirar. Levantó el arma instintivamente, como su compañera, pero ¿cómo iban a darle a nada con toda esa oscuridad? Fuera se oían truenos, una tormenta del demonio acababa de desatarse. De pronto, como si hubiesen escuchado sus pensamientos, un rayo deslumbrante estalló iluminando la estancia por completo durante un segundo. Las imágenes quedaron grabadas en la retina de Chris: una espaciosa biblioteca, una balconada con un ventanal gigantesco al fondo, una silla de ruedas bajo él, un hombre muerto en el suelo y la figura de otro de pie a su lado, de espaldas.

¡No!

Los ojos de Chris se fueron acostumbrando a la luz poco a poco y el hombre de espaldas se fue haciendo más nítido. Alto, rubio, con gafas de sol y vestido de negro. Dios no podía ser tan cruel.

Albert Wesker comenzó a darse la vuelta, reaccionando tarde a las dos personas que habían entrado en la sala. Chris y Jill le apuntaron. Jill gritó algo, quizás "¡quieto!" o "¡manos arriba!", pero Chris estaba demasiado ocupado intentando no temblar como para escucharle. Veía de reojo el cadáver en el suelo y vio que era Spencer, pero no podía estar seguro porque el sudor comenzaba a metérsele en los ojos.

¿Dónde está ahora el bravo y socarrón Chris Redfield? – le reprochó su mente. – ¿A esto te reduces cuando las cosas pintas feas?

No – se dijo, – yo soy mucho mejor que todo eso… ¡yo soy mucho mejor que él!

– ¡No te muevas, Wesker! – Chris se acercó al centro de la sala. – ¡¿Qué le has hecho a Spencer?

– Dios mío… – Jill observó el cuerpo inerte en el suelo, – le ha atravesado el pecho…

Wesker los miró fijamente y Chris puedo observar al en su rostro… ¿Ira? ¿Frustración? No estaba seguro, pero aquel sentimiento lo abandonó pronto para dejar paso a su habitual actitud calmada y sarcástica.

– No tengo tiempo para jugar con vosotros ahora, acabemos con esto rápido.

A Chris casi no le dio tiempo a prepararse antes de ver cómo su antiguo capitán barría a Jill con un codazo en el estómago y acto seguido se dirigía hacia él para hacer lo propio. Chris se agachó tan rápido como pudo, pero eso sólo empeoró la situación ya que Wesker aprovechó su posición para propinarle un puñetazo en plena cara y dejarle durante unos segundos atontado. Jill le disparó desde su posición y, mientras Wesker esquivaba los proyectiles, echó a correr hacia él, se colocó a su espalda y le lanzó una patada alta.

La patada pasó por encima de la cabeza de Wesker, que se agachó y derribó a Jill golpeándole las piernas. Chris le agarró por el cuello del abrigo y trató de hacerle una llave, pero la jugada le salió al revés y Wesker aprovechó el impulso de la vuelta para golpear a Chris y mandarlo lejos.

Atacarle por separado era imposible, así que los dos agentes trataron de abordarlo a la vez. Jill volvió a disparar a Wesker y Chris avanzó desde detrás intentando propinarle un puñetazo. Wesker esquivó las balas, el puñetazo, estiró las manos para agarrar a los dos agentes por el cuello y chocó sus cabezas entre sí, como si del beso más agresivo del mundo se tratase.

Jill fue la primera en levantarse y la primera en caer otra vez, ya que Wesker le agarró por el cuello y la empotró contra una columna, ahogándola. Chris se arrojó contra el ex capitán intentando utilizar el peso de su cuerpo y la inercia para derribarlo, pero Wesker seguía siendo demasiado rápido, arrojó a Jill contra la estantería del fondo, cogió a Chris por el cuello de la camisa y lo arrastró por encima de la mesa de roble que presidía la balconada.

Es imposible, este tío lo esquiva todo – pensó Chris mientras caía contra el duro suelo de mármol de la balconada, bajo el ventanal.

En las ocasiones más extremas, hay veces en las que el cerebro se bloquea y el mundo se observa a través de los sentidos. Chris sintió el tacto de la mano enguantada de Wesker al cerrarse sobre su cuello, sintió como su cuerpo perdía densidad al ser elevado varios centímetros del suelo y sintió la oscuridad, aquella oscuridad que todo lo rodeaba, engulléndole poco a poco. No podía ver, no podía pensar, no podía respirar. La presión sobre su garganta se acentuaba y el mundo se iba a la mierda progresivamente.

– Se acabó, Redfield.

Todo ocurrió muy rápido. Un grito lejano. Ruido de pasos. La presión en su cuello que desaparecía. Su cuerpo que caía. Un ruido de cristales. Una ráfaga de viento helado.

Chris se levantó lo más rápido que pudo, aunque su cerebro tardaba en asimilar lo que había ocurrido. Pero, ¿quién podría aceptar que tu compañera, tu mejor amiga, tu otra mitad se había arrojado por un ventanal con tu peor enemigo para salvarte la vida?

Era de locos. Chris se asomó al ventanal destrozado a duras penas. Gritó su nombre y el eco se lo devolvió burlándose de él. Y a su alrededor la oscuridad crecía. Subía del acantilado más allá del ventanal. Venía del cielo nocturno. Provenía de sus recuerdos hechos trizas. Lo engullía todo a su alrededor. Lo atrapaba. Como en una pesadilla de la que no se podía escapar.