Perdidos entre Pesadillas

by Eve Sparda

Capítulo 1

Era una noche oscura y fría. Como cada noche desde aquel día. Parecía que los elementos se ponían de acuerdo cada vez que Chris tenía que ocuparse de una misión relacionada con Umbrella. Y aquella no era una excepción, pensó mirando el cielo surcado de estrellas mientras a su espalda su compañera manipulaba la cerradura de la entrada. Todo estaba demasiado tranquilo: una mansión abandonada en mitad de la nada, una puerta enorme que les invitaba a entrar y ni un sólo guardia en varios kilómetros a la redonda. Sospechoso. Jill se había reído de sus miedos y le había dicho que aquella podía ser la oportunidad definitiva para acabar con todo. A Chris también le habría gustado que así fuera, acabar de una vez con todos los quebraderos de cabeza que Umbrella y su daños colaterales les daban y liberarse de su peso, incluso se permitió fantasear con la posibilidad de que aquello ocurriese, pero el agente estaba demasiado acostumbrado a que sus corazonadas no fallasen y esta vez no iba a ser una excepción y lo sabía, allí había gato encerrado.

El sonido de la cerradura al saltar le sacó de sus cavilaciones y se giró para mirar a Jill. Ésta se pasaba la mano por la frente para limpiar las pocas gotas de sudor que pudiese tener y guardó las ganzúas en la bolsa. Chris se acercó a ella:

– No has perdido tu toque – dijo el hombre mientras le dedicaba una sonrisa.

Jill le devolvió una sonrisilla pícara cargada de significado para los dos agentes y sujetó la puerta entreabierta:

– Los caballeros primero – dijo mientras hacía una reverencia.

Los dos agentes entraron por la puerta con sendas armas preparadas para cualquier eventualidad que pudiesen encontrar. En ese mismo momento, la sonrisa se le congeló en la cara a Chris. Habían pasado muchos años, había visitado muchos sitios, conocido a mucha gente y hecho infinidad de cosas, pero aquel hall infernal nunca se borraría de su mente, pues fue el final de su vida tal y como la conocía. Aunque, para qué negarlo, nunca pensó que fuera a ver una reproducción tal fiel o, al menos, tan parecida como aquella: la misma escalera que llevaba al piso de arriba, la misma distribución del espacio, las mismas puertas a los lados... lo único que variaba en el cuadro eran las horribles manchas de sangre y el olor a muerte que impregnaba el lugar. Sabía que su corazonada no había sido en vano.

Jill se acercaba a la escalinata con la pistola en alto con la intención de observar mejor la escena luciendo el mismo gesto de desconcierto que el propio Chris y éste ni tuvo que preguntar el porqué. Seguía de cerca a su compañera mirando con detenimiento la sangre y los cadáveres de los hombres que habían pertenecido al cuerpo de seguridad de Spencer. Habían sido asesinados de un modo "poco convencional", lo cual ya daba a Chris una idea del calvario que aquellos hombres habían sufrido antes de exhalar su último aliento. Jill subía por la escalera para examinar más de cerca el cuerpo de un hombre que se encontraba tendido el la parte superior cuando un rayo iluminó el cielo trayendo consigo la caída de otro cuerpo desde el piso de arriba. Aquel pobre hombre debía de haber muerto en una posición precaria y al subir Jill había caído por su propio peso y rodado hasta llegar al suelo. Pobre infeliz. Chris se acercó a su compañera, le hizo un gesto y sacó la radio con la intención de comunicar a sus superiores lo que había pasado:

– Águila A a Nido, repito, Águila A a Nido, hemos encontrado los cadáveres de los guardaespaldas de Spencer. Parece que han sido asesinados de un modo brutal. Cambio.

– Nido a Águila A, recibido, continúen con la misión y estén alerta. Corto.

Chris puso los ojos en blanco y se encogió de hombros. Tampoco iba a esperar que les dijeran que volvieran a casa, tenían que seguir con la misión pasara lo que pasara. Miró hacia la pasarela del piso superior y comprobó que allí había más cadáveres, más sangre y su parte favorita: puertas que cerraban los lados de la pasarela.

Cómo me gusta que sean fieles a la tradición – pensó mientras los dos agentes subían por la escalera al piso superior.

Jill agarró el picaporte de una de aquellas puertas enrejadas y tiró. Nada. La chica se encogió de hombros y no pudo evitar sonreír.

– Está bien, quédate aquí mientras voy abajo. Conociendo a Spencer seguro que en esta sala habrá algún mecanismo para abrirlas. ¿Quién sabe? Una palanca, un interruptor, un simón, un puzle de cuadros, ya sabes, esas cosas que le gustan al viejo Oz.

Jill meneó la cabeza mientras se reía e hizo amago de tirarle la pistola a la cabeza. Chris bajó sonriendo y pensando que había subido cinco puntos, por lo menos, en la valoración de Jill. Si la apretaba un poco más ese día quién sabía cómo podían acabar. Las misiones cansan y uno necesita apoyo moral. Y para eso estaba el tío Chris y su carisma innato.

El olor que desprendía el hall se coló en su nariz y le hizo volver a la realidad. Allí estaba siempre Umbrella, metiéndose en su vida, reclamando su atención y retándolo una vez más. Pero él ya era perro viejo. Cuando hacía un mes había llegado aquella información a la central, casi no se lo había creído. Por fin sabían donde se encontraba Ozwell E. Spencer, la cabeza de Umbrella Inc. en la sombra. Su nueva guarida era una mansión solitaria en un paraje de acantilados en Europa. Parecía bastante extraño que, después tantos años de búsquedas infructuosas, de la noche a la mañana recibieran una información tan exhaustiva sobre el paradero de Spencer. Pero los dos agentes no podían permitirse el lujo de recular sólo por una sospecha menor, tenían que ir a por todas y poner fin a aquel jueguecito macabro. Sólo ellos podían hacerlo y los dos eran plenamente conscientes.

¿Quién iba a pensar que la cosa se iba a torcer tanto? Bueno, realmente cualquiera se lo habría olido. Las misiones que tenían de por medio a Umbrella siempre te daban la patada. Y ésta no iba ser menos. Pero al menos tenían experiencia en patadas y aquello les daba ventaja. Chris se jugaba lo que fuese a que el interruptor de las puertas estaba en aquella sala y a la vista, su intuición no le solía fallar, y la parte trasera de las escaleras tenía todas las papeletas para albergar el dispositivo. Sin pensarlo dos veces dio un rodeo a la sala y bajo los escalones que se encontraban en la trasera de la escalera. Era un pequeño pasillo que bordeaba la sala y que tenía a un lado otra puerta enrejada y al otro el famoso interruptor. Chris se apuntó la victoria y lo pulsó. Oyó la voz de Jill desde el piso de arriba diciéndole que ya estaban abiertas. El agente notó en la nuca una ráfaga de aire que lo obligó a girarse y prestarle atención a la puerta que tenía a sus espaldas. Era como las de arriba, algo más oxidada y pesada, pero también tenía rejas y se abría con un tipo de mecanismo que tenía al lado en la pared. Al otro lado estaba muy oscuro, pero cuando sus ojos se acostumbraron a la falta de luz, Chris pudo discernir entre las sombras un largo pasillo de piedra que, por la ráfaga que le había rozado antes, daba al exterior de alguna forma.

Ya tendremos tiempo de ocuparnos de esto más tarde – pensó mientras volvía presto al lado de Jill.

Ella ya había abierto una de las puertas y se dedicaba a rebuscar en los bolsillos de los hombres que yacían en el suelo.

– Pero bueno, ¿ahora te dedicas a saquear cadáveres?

– Tú lo has dicho: son cadáveres. No van a necesitar la munición y nosotros probablemente sí – dijo mientras le lanzaba un cartucho para la pistola. – Lo que les ha atacado no era precisamente un cachorrito juguetón, así que déjate de moralidades.

Ahora la bromista es ella – pensó el joven guardando la munición en su bolsa – Ya de paso mira a ver si llevan el reloj y la cartera encima y nos sacamos un plus.

– Muy gracioso – Jill le golpeó en el pecho con un spray de primeros auxilios y se levantó para examinar el otro lado del pasillo.

Al final del pasillo se encontraba otra puerta a la que no podían acceder porque a mitad de camino había un agujero de unos dos metros y medio de largo que se notaba había sido hecho por una fuerza descomunal. Los dos agentes trataron de buscar alguna forma alternativa de pasar por allí. Finalmente desistieron, pues parecía que la única vía era aquel pasillo destruido.

– Tengo una idea – dijo de pronto Jill – ayúdame a saltar.

– ¿En qué estás pensando? Es un espacio enorme, Jill.

– No te preocupes, soy más ligera y ágil, lo sortearé sin problemas. A fin de cuentas, hay una diferencia de cincuenta kilos entre tú y yo.

– Pero son cincuenta kilos de puro músculo.

– Lo que tú digas. – Chris colocó las manos para hacer de apoyo a los pies de Jill y ésta saltó aprovechando el impulso del joven, llegando al otro extremo sana y salva. – Chris, voy a intentar abrir la puerta desde este lado, espérame abajo.

– Ah, ¿pero estaba cerrada? – dijo pensando en la puerta que se encontraba a mano izquierda desde la entrada.

– Sí, querido, y bien cerrada. Lo he comprobado mientras mirabas embobado a ese pobre hombre del hall. – le replicó la joven desde el pinganillo en el interior de la sala a la que daba la nueva puerta.

– Estaba pensando en cosas importantes – se defendió el joven.

– Ya, ya – se burló Jill con voz cantarina. – Ya está abierta.

Las dobles puertas se abrieron dejando ver un inmenso comedor, algo más pequeño que el de la mansión de Raccoon pero igualmente decorado: una larga mesa con sillas, chimenea a juego, una pasarela superior, un reloj de pie y una incorporación nueva, una especie de apartado justo a la izquierda desde la entrada. Casi no prestó atención a Jill hasta que ésta no le habló en un tono muy alegre.

– Mira, mira lo que he encontrado.

Chris se giró para mirar a la chica y comprobó que tenía un nuevo juguete en las manos, un rifle de precisión bastante nuevecito y con todo el cargador lleno.

– Ey, ¿dónde has encontrado eso?

– Estaba en el piso de arriba apoyado contra la pared.

– Claro, la señorita tiene un rifle nuevo y aquí al menda que le den con su pistolita.

– ¡No seas infantil! Esto es el primero que lo ve, el primero que se lo queda.

– Muy bien, Jill, te tomo la palabra.

Dicho esto, Chris se dirigió al pequeño apartado del comedor dispuesto a inspeccionar. Había una mesa de escritorio contra la pared y esto fue lo primero que llamó su atención, ya que encima de ella había un libro abierto, como invitándoles a que leyeran lo que contenía. Chris no se lo pensó dos veces.

– ¿Qué dice? – Preguntó Jill intrigada. Estaba acostumbrada a que las notas y diarios que había por las instalaciones de Umbrella detallaran información vital sobre lo que había ocurrido y esperaba que aquellas páginas explicaran la masacre del hall.

– No mucho, parece una especie de diario de un tal Patrick... parece ser que era mayordomo de Spencer desde hace muchos años. Pero no da ningún detalle destacable... – Chris pasó de página y una nota cayó al suelo. Jill la recogió y la leyó detenidamente.

– ¿Qué es?

– Parece una especie de contraseña. – Jill la guardó en un bolsillo – Algo me dice que la vamos a necesitar.

Otra puerta al fondo de la estancia les invitaba a continuar y, cuando comprobaron que no había nada más de importancia en la sala, siguieron adentrándose en la mansión. Esta nueva puerta daba a un pequeño recibidor con una escalera para subir al segundo piso. En el recodo de la escalera había una pequeña puerta.

– Hay que revisarlo todo – dijo Chris mientras la abría. Esta puerta conducía a un servicio con un sólo retrete. Chris cerró la puerta algo molesto.

– Siempre me he preguntado por qué sólo tienen un baño en estas mansiones tan grandes.

– Supongo que no tenían demasiado tiempo de usarlo mientras huían de los zombies y demás.

– Eso ha sido cruel – dijo Chris sonriendo pícaramente.

La escalera tampoco daba demasiadas opciones, pues sólo llevaba a una única puerta solitaria. Los dos agentes la abrieron satisfechos de haber terminado de inspeccionar aquella parte de la mansión, pero otra vez, toda satisfacción quedó en nada cuando vieron lo que les esperaba. Un elegante piano de cola, negro y majestuoso, con la partitura abierta, deseando que alguien tocara hermosas melodías con él. Los dos agentes tragaron saliva y se acercaron cautelosos, aunque ya sabían exactamente la melodía que debían tocar.

– Esto es demasiado macabro – dijo Jill mientras se posicionaba delante del piano.

– Ya, parece que se estén riendo de nosotros – Chris se acercó a la pared contigua a inspeccionar lo que parecía una puerta camuflada. – Jill, creo que ese piano activa esta puerta. Como si fuese a ser de otra forma – pensó el joven pesaroso.

– Hace mucho que no hago esto... – Jill colocó los dedos en las teclas del piano tratando de recordar sus viejas lecciones. – Vale, creo que ya lo tengo.

A la vez que las notas de Sonata de Medianoche llenaban la estancia, la puerta secreta se fue elevando, dejando a la vista un pequeño departamento sin nada destacable salvo un emblema pegado en la pared. Chris, a sabiendas de lo que hacía, tomó el emblema y lo guardó en la bolsa sin decir palabra. Fue a encontrase con Jill cuando lo oyó. Un crujido en las escaleras. Los dos agentes se giraron velozmente y apuntaron con sus armas hacia la puerta.

Nada.

Ya se estaban relajando y bajando la guardia cuando un segundo crujido, éste más fuerte, volvió a ponerlos en marcha.

Silencio otra vez.

– Quizás es sólo la madera, estás casas tan viejas hacen ruidos muy raros – comentó Chris, pero ni él mismo se creía esa excusa.

Antes de que Jill pudiese decir nada, la puerta de la entrada estalló en mil pedazos. Los jóvenes observaron con los ojos como platos como un ser inmenso cargado con un arpón entraba en la estancia.

Y sin llamar a la puerta, – pensó Chris – bueno, sí ha llamado, pero se la ha cargado de paso.

Aquel monstruo repugnante parecía salido del mismísimo infierno o de la mente del científico más retorcido que Umbrella hubiese podido tener. Debía de medir unos dos metros de alto, tenía una especie de bulbo en la espalda que le hacía de joroba y una cara formada por una horrible y dentada boca que parecía el menor de los problemas después de observar el tamaño, los músculos y el arma de aquella bestia. El agente comprendió que no parecía haber entrado para que admiraran su fisionomía cuando alzó el arpón otra vez para destruir algo más animado: a ellos dos. Esquivando el golpe, Chris disparó su arma y Jill lo imitó, pero las balas parecían rebotar y el monstruo continuaba impasible su ola de destrucción.

– ¡No le hace efecto! Necesitaríamos un arma más potente, ¡mierda! ¡Tenemos que largarnos!

Sin embargo, aquel ser no parecía tan de acuerdo y decidió ejecutar otro golpe con la intención de no fallar. Lo tenían muy crudo, porque el monstruo no dejaba ni un sólo flanco descuidado y era imposible tanto atacarle como huir. Fue Jill la que dio con la solución:

– Chris, ¡dispara a su espalda! Tiene una especie de ojo, ¡podemos cegarlo y huir!

Chris localizó con rapidez aquel punto y aprovechó que Jill trataba de llamar la atención de aquella bestia para disparar un par de tiros a aquel ojo amarillento que tenía en la joroba. El segundo de los disparos dio en el blanco y el monstruo comenzó a aullar y a convulsionarse como si le hubieran arrancado el alma. Chris agarró a Jill y juntos abandonaron la habitación a zancadas, los gritos desgarradores todavía persiguiéndolos, y no pararon hasta llegar al hall. Cuando cerraron la puerta y no escucharon los gritos del monstruo aprovecharon para recuperar el aliento.

– ¿Qué... demonios era.. ah... esa … cosa?

– No lo.. sé, – dijo Chris jadeante – pero parece que... ya hemos resuelto el misterio sobre quién... acabó con los guardias.

– Si acabó con los guardias no es una bestia de Spencer.

– Entonces parece que tenemos más compañía en la casa de la esperada. – A Chris sólo se le ocurría una persona que pudiera haber surcado mares y montañas para encontrar a Spencer y soltar criaturas por la casa para causar el caos, pero prefirió no expresar sus pensamientos en voz alta, por si se hacían realidad. – Tendremos que ser muchos más cautos.