Ya no se me ocurre cómo decir que los personajes no me pertenecen, así que... ahí les va: Mambrú se fue a la guerra, ¡qué dolor, qué dolor, qué pe NÁ!


De una maldición con poca suerte


Capítulo I | De una buena razón por la que Kagome querría matar a Naraku.


—Oh, esto es bueno…

Kagura giró los ojos. Aquello sonaba tan mal como se veía. ¿Cómo era siquiera posible?

Le empezaba a dar asco que Naraku estuviera tan obsesionado con aquella cosa de... ¡ni siquiera sabía qué era! Las batallas y la habilidad que se requirió para conseguir esas basuras (y que nadie sospechara nada) y él estaba ofreciendo su alma al demonio para tener… escúchenla, ¡ella ni siquiera sabía de qué iba el asunto!

¡Exacto! Sus pensamientos eran solo titubeos. No estar al tanto de lo que planeaba Naraku era ya algo habitual, pero este nuevo plan misterioso incluso le metía miedo.

—¿Estás... jugando? —murmuró, entrecerrando los ojos. Naraku estaba de espaldas a ella, inclinado sobre la mesa, susurrando cosas sin sentido… ella sabía que todo se dirigía a sus enemigos. Porque, claro, su amo y señor ahora había decidido jugar con críos.

Nah, si Naraku era cada día un poco más chiquilín, malcriado y caprichoso.

El hanyō se carcajeó. Dejó el caldero y los ingredientes a un costado, parecía sacado de una película de Harry Potter.

—No entiendes nada, Kagura. —Caminó hasta la ventana y observó el cielo claro, en una pose tranquila con las manos juntas en la espalda.— Mi buena suerte significa el infortunio de esos desagradables humanos —sonrió—. Aunque déjame decirte que las cosas se pondrán… hasta ridículas.

La demonio de los ojos rojos hizo una mueca, sin atreverse a replicar. Lo que decía no tenía sentido, pero ¿cuándo lo tenía? Una parte de ella quería creer que funcionaría… es decir, sería jodidamente genial. Por otra parte, eso parecía tan probable como ir a nadar con el monstruo del lago Ness. De todos modos, su pregunta salió a la luz.

—¿Y qué si pierdes la suerte?

Naraku observó el horizonte con calma, meditabundo. Sin responder a su pregunta, ordenó a Kagura que se encargara de un trabajito, y ella abandonó la habitación al instante. Cuando se encontró solo, siguió mirando por la ventana sin cambiar la pose ni la expresión.

Sabía la respuesta a la pregunta de la mujer de los vientos y salió casi en un susurro de su boca.

—Entonces, estoy cagado.

Y era casi exactamente como acabaría todo.


Kagome se estiró con pereza y miró a un costado (con un ojo cerrado) a su mesa de luz. El despertador marcaba las 9.14 a.m. Volvió a estirarse y se incorporó con infinita paciencia.

Tenía suerte de que aquel día (su día libre de la caza de fenómenos y la búsqueda de fragmentos) no tenía que estudiar, presentarse a algún examen o ponerse al día con algo. ¿Razón? Se encontraba de vacaciones. (Y eso que ni siquiera se había enterado hasta un día antes, cuando sintió que iba a quemar la casa y correr por la ciudad con las bubis al aire.)

Había pedido algo de tiempo a sus amigos allá en la otra época y, después de que Inuyasha dejara de comportarse como un imbécil y aceptara a regañadientes, ella volvió a su hogar, contenta, tranquila, con ganas de saludar a su familia. Y todo para encontrar con una gran montaña de nada y una nota pegada en la heladera con la pulcra letra de su madre avisándole que habían decidido tomarse unas vacaciones de verano de verdad y que en ese momento estaban rumbo a Brasil, al otro puto lado del mundo.

Kagome tuvo suerte de no sufrir un infarto o un ataque de pánico (aunque si comenzó a gritar).

Así que así estaba la cosa: vacaciones (y no se hubiera dado cuenta si no era por haber consultado el calendario luego de leer la nota de su madre). Y encima, ahora era libre de correr en pelotas por la casa gritando «¡Fuego!» y nadie le diría absolutamente nada... ¡porque nadie estaba ahí ni en los alrededores para escucharla! Porque se suponía que los Higurashi viajaban a Brasil para curar una enfermedad inexistente en su hija, «la de las enfermedades raras».

Eso era terriblemente genial. Sobre todo porque la dejaron ahí, sola en su casa.

«Un gran poder implica una gran responsabilidad», resonó en su mente. Pero se cagaba tanto encima de la habilidad para ver los fragmentos..., ¡se perdió un viaje a América! ¡América!

Suspiró y abrió las cortinas, dejando que la luz solar iluminara su habitación. Se rascó la nuca, desordenando aún más sus cabellos negros, y se acomodó el sostén sin cuidado. Sí, porque no había nadie en el maldito templo y ella podía andar en interiores si así se le ocurría.

Y así era.

Bostezando, bajó las escaleras a paso normal tirando a lento. Caminó arrastrando los pies descalzos hasta la cocina, conteniendo otro bostezo y refregando un ojo con el puño.

Abrió la heladera y observó adentro con parsimonia, buscando el yogurt con los ojos entrecerrados. La luz iluminó su piel desnuda y las estrellas dibujadas en su calzón, mientras el frío la envolvía rápidamente. Tomó el envase mientras se acomodaba el calzón, que se le había incrustado en la raya (ese tipo de cosas que una no puede hacer en público, pero eso no quita que te esté jodiendo la vida).

Se giró sin prestar atención, llevando el yogurt en una mano, rascándose sin cuidado con la otra, mientras cerraba la heladera con una patada suave. Alzó la vista.

Inuyasha la observaba desde la puerta de la cocina, con la boca un poquito abierta y las mejillas sonrojadas.

Cri.

Cri, cri.

Kagome ahogó un grito y le tiró el yogurt por la cabeza, para pasar a taparse el torso con ambas manos, al tiempo que daba pasitos rápidos hacia algún lugar para esconderse.

Inuyasha gruñó algo y se pasó la manga por la cara, que ahora goteaba yogurt.

—¡Esto costará quitarlo, Kagome! —bufó, tocando su cabello. Kagome lo fulminó con la mirada, escondiéndose detrás de una silla. Él se sonrojó y pasó a mirar a un costado—. Como sea, tenemos que irnos.

Estás de joda. ¿«Como sea, tenemos que irnos»? Era para matarlo a «Siéntate»'s.

¿Disculpa? —susurró, apretando los dientes—. ¿Qué ocurre?


Kagome estaba nuevamente vestida e Inuyasha olisqueando su cabello (recién lavado), cuando ella casi escupió, de mal humor:

—¿Cómo se hizo Naraku del control de algo como la suerte? —Alzó las cejas antes de continuar.— ¿Y cómo es que creen eso?

Inuyasha dejó a la vista su mueca de «me jode responder tus preguntas», mas no dijo nada como eso.

—Ya nos han pasado una o dos cosas… Y a ti también —aseguró. Kagome se sonrojó de manera inevitable—. Miroku y Kaede comenzaron a atar cabos sueltos, creen que tienen algo.

Kagome suspiró, pero no se rindió. Realmente, aquello no tenía ni pies ni cabeza.

—¿Y bien? Supongamos que lo logró, que tiene la suerte de su lado, mientras a nosotros nos pasa todas estas desgracias —suspiró, haciendo ademanes a medida que hablaba—. ¿Cómo hizo, de todos modos? ¿Voló hasta el otro lado del arco iris o secuestró a un duende?

Inuyasha frunció un poco el ceño (claramente, aquello no le causaba gracia alguna y mucho menos entendía las referencias), pero respondió con tranquilidad:

—Miroku habla de una maldición.

No viajó a Brasil porque… ¿lo más probable es que estuviera maldita? ¿Cómo en las películas? ¿Maldita? Solo porque… ¿Qué? ¿Porque Naraku no se contentaba con haberles cagado todo su pasado, sino también quería cagarles su presente y asegurarse el poder en el futuro? ¿Eso era? ¿Naraku quería cagarles la existencia? ¿Naraku quería cagarles la existencia maldiciéndolos, condenándolos a tener mala suerte y privándole de su viaje a Brasil?

Genial.

Iba a matarlo.