"Ruleta Rusa".
SebasCiel.
By: Sinattea.
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Disclaimer: -No longer required-
Summary: -No longer required-
Nota (Será muy larga, pero les recomiendo leerla completa antes de conocer el Post-Ruleta-Rusa ^_^): Primero que nada quiero decir que estoy... conmovida por todos esos reviews tan épicos que dejaron. Ironía que el capítulo en el que yo (¡ ¡y a mucha honra! !) maté a Ciel es el que mayor respuesta ha tenido... aunque no del todo positiva, jeje. Alguien me ha concedido el título de "monstruo", y hay quien me ha dicho que su odio por mí puede más que su amor. ^^ Supongo que puedo dejar la historia así, entregarles el funeral de Ciel y confirmar que me he convertido en un monstruo... De hecho, alguien me retó sin querer con un "¡No puedes dejarlo así!", y mi vena diabólica inspiró a mi vocecita interna a decir: ¿Cuánto apuestas a que sí puedo?
Pero primero tengo una confesión por hacer: soy adicta a los finales felices. Creo que en la vida se tienen suficientes finales tristes, y no tendría caso que nuestros refugios (libros, películas, fics, anime, etc, etc.) nos traicionen con conclusiones "realistas", porque no queremos ver lo que podríamos apreciar a través de nuestras ventanas, sino que queremos algo que nos dé esperanza y nos ayude a mantener nuestra fe en la bondad del destino. Sin importar que tan iluso, irreal, cursi o fuera de carácter pueda ser... ¿Cierto?
Siempre he querido creer que "Después de la tormenta llega la calma", y que una vez que hemos tocado fondo lo único que nos queda es subir hasta el cielo. Con esto estoy, de cierta forma, confirmándome esa creencia. Esta idea fue llevada a término más que nada para consolarme, porque yo también quiero bañarme en luz después de haberme hundido en la oscuridad.
Les confieso que tenía (y aún tengo) mucho temor de publicar este "extra", porque en esos maravillosos reviews hubo quien aceptó el trágico final y elogió el fic en general, por su trama y proceso (mi corazón fue dichoso al leer esas palabras ^/ / /^). Porque, aceptémoslo, somos seres humanos y nuestra vena masoquista está demasiado exaltada, secretamente disfrutamos de ese perenne regusto amargo en la garganta.
Pero nunca dejaremos de esperar que alguien llegue y nos brinde un dulce momento para contrarrestar, así sea por lo que dura un parpadeo, el mal que no supimos evitar.
Yo espero desde lo más profundo que con estas palabras logre sanar una herida y no crear otra peor, porque la decepción puede ser más venenosa que el mismo dolor.
Dejo todo en sus manos. Yo ya he terminado mi trabajo.
Y estoy lista para tirar del gatillo...
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Epílogo: Eternidad.
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Si tan sólo pudiera seguirlo…
No podía manejar la culpa que lo calcinaba desde el centro de su ser. Y el dolor, el terrible, infernal y agonizante dolor… No llegó a tiempo para salvarlo. Le había fallado…
Las lágrimas de Sebastian hervían y se convertían en vapor al caer y salpicar contra la sangre de Ciel. Si pudiera… si la pistola que sus pequeños y delgados dedos todavía sujetaban sirviera de algo… Sebastian la tomaría y se perforaría también el cráneo, y se uniría para siempre a Ciel en un retrato de oscuridad y muerte…
Pero todo intento sería en vano. Lo había perdido para siempre… Tendría que enfrentar una eternidad de vivir con el dolor resquebrajándolo por dentro…
Si tan sólo pudiera imitar su muerte y seguirlo al inframundo… ¿Qué caso tenía siquiera pensarlo? Un disparo no podría matar a Sebastian. Nada podía matar a un demonio, mucho menos una simple bala…
Sebastian aferró a su Bocchan con mucha más fuerza, como si a base del abrazo pudiera fusionar su cuerpo con el del niño.
El tetragramatón estaba a punto de desaparecer…
"¡NUNCA!"
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Habían transcurrido ya seis días; seis días en los que Sebastian no había hecho otra cosa más que velar por su joven amo. Había depositado su cuerpo sobre la cama en la que tantas veces lo arropara en el pasado, prendió velas por toda la recámara, y desde entonces se dedicó a esperar, sentado al lado de la pequeña figura inanimada.
Volvió a calarse los guantes, y honestamente temía quitárselos. No quería ni imaginar la visión de su mano sin la estrella tatuada en el dorso de la misma.
Había limpiado cuidadosamente el cuerpo de Ciel, poniendo especial atención en su rostro, que volvía a ser tan angelical como siempre; le había cerrado los ojos… y los labios. Cambió las ropas ensangrentadas por un traje de gala, de tela negra y detalles en azul medianoche (que combinaba con sus ojos), con botones de plata; las ropas sucias Sebastian las mantenía sobre su regazo mientras permanecía al lado de lo que quedaba de su querido Bocchan. De vez en cuando hundía la nariz en los pliegues de esa tela, inhalando el perfume de la muerte de Ciel, tratando de detectar la más mínima diferencia entre ese aroma y aquél que desprendía el cuerpo sobre la cama.
No había nada más por hacer. Sólo esperar, en ese estado autómata, guardando el anillo de la familia Phantomhive en el bolsillo de su pantalón, como una reliquia.
Podría tardar días, años… la eternidad, mas a Sebastian no le importaba; estaba decidido a no apartarse ya jamás de su lado.
"Ciel…"
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Una profunda y agitada bocanada de aire. Un jadeo que asemejaba un grito.
Abrió los ojos y su cuerpo se echó involuntariamente hacia adelante, como queriéndose levantar. Apoyando su peso sobre los codos mientras trataba que su cabeza no cayera hacia atrás le sobrevino un terrible acceso de tos; estaba tan oscuro que no supo si lo que resbaló por la comisura de su boca fue saliva o sangre.
Cuando terminó dejó colgar la cabeza hacia atrás y dobló las rodillas para dar a su cuerpo recostado boca arriba más estabilidad; en esta postura recuperó la normalidad en su respiración (seguro había sido sólo otro ataque de asma).
Volvió a abrir los ojos, el cuarto estaba completamente a oscuras, salvo por la llama endeble de un par de velas a punto de extinguirse en un rincón lejano.
¿Dónde estaba? Le parecía reconocer el lugar, excepto que su mente estaba exenta de recuerdos, muy a duras penas recordaba cómo mover los dedos de los pies.
"¿Qué demonios está pasando?".
- ¿Ciel? – pronunció una voz desde algún punto de la oscuridad - ¿En verdad eres tú o…? – No, no podía ser cierto; no podía ser él. Seguro se trataba de otro de esos espectros que, cual buitres, acudían como por invocación a las escenas de las muertes más violentas; seguro otra vez estaban aleteando cerca de la cama. Y él que creía que ya los había ahuyentado a todos…
Ojalá y la voz hubiera terminado la frase; hubiera dado más tiempo para reconocerla. Sintiendo que su corazón dejaba de latir por un instante, obligó a su tieso y entorpecido cuerpo a girar la cabeza para poder constatar si esa voz era realmente la de…
- ¿Sebastian? – jadeó Ciel, su garganta tan seca que casi pareció un graznido, como si no hubiera pronunciado palabra, o respirado, por días.
Ahí estaba, sentado junto a su cama (porque ahora se daba cuenta que era su cama), su silueta perfectamente fácil de adivinar aun en la oscuridad: su mayordomo.
- ¡Ciel! – el tono de alegría, alivio y duda sonaba tan extraño en la grave voz del demonio, casi como si él creyera que todo eso era una especie de sueño. Pero los demonios no pueden soñar… ¿o sí?
Antes de dejarle articular cualquier otro pensamiento, Sebastian se lanzó sobre la cama y lo envolvió en sus brazos y lo besó a la vez deseoso y delicado, como si tuviera miedo de lastimarlo. Ciel supo entonces que estaba alucinando, no podía ser posible que su demonio lo tratara con tanta ternura.
De repente lo recordó todo: el sufrimiento, la soledad, la ruleta rusa…
"Seguramente este es mi último pensamiento – razonó -. Dentro de poco moriré y Sebastian desaparecerá, junto con todo lo demás… Y así… termina… mi… vida…"
Ciel cayó inconsciente entre los brazos de Sebastian, y el demonio no pudo hacer otra cosa que reír, reír sin saber cuál de todas esas nuevas emociones lo impulsaba a ello: desconcierto, alivio, felicidad, rabia, mucha rabia… Eran tantas las opciones…
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La próxima vez que Ciel abrió los ojos se arrepintió de haberlo hecho. Era de día y tanto cortinas como ventanas estaban abiertas de par en par, la luz lagañosa de un sol de invierno filtrándose a chorros.
Ciel estaba mareado y le dolía mucho la cabeza, casi como si fuera a estallarle en mil pedazos de un momento a otro. Torpemente, se incorporó sobre el costado y observó a su alrededor. Seguía estando en su cuarto, recostado sin cobijar sobre su propia cama; estaba vestido de gala y sobre la almohada, a un lado de su cabeza, descansaba una rosa blanca, a la que cuidadosamente le habían arrancado todas las espinas.
Sebastian no se veía por ningún lado. "¡Ese demonio! – pensó Ciel, enfurecido - ¡De nuevo me ha dejado solo! ¿Cómo… cómo se atreve?".
Presa de la ira, Ciel bajó de la cama de un salto y rápidamente se dirigió al pasillo. Tenía que encontrar a Sebastian. ¿Qué se creía, llegando inesperadamente y salvándolo de forma inexplicable, para luego dejarlo botado en un rincón de la mansión? No, era suficiente. Ciel tenía que… ponerle fin a todo eso. Sí, fin… Pero cada que se le ocurría volver a pensar en "romper el contrato" la cabeza volvía a agobiarle con ese dolor punzante. Se sentía confundido a más no poder y sus memorias estaban borrosas, desordenadas. Debía encontrar a Sebastian, ya luego se ocuparía de lo demás.
Recorrió la mansión de un rincón al otro abriendo puertas y más puertas, pero sin resultado. Donde quiera que se encontrara el mayordomo seguramente lo estaba evitando. "Ah, no – rugió el niño interiormente -, ¡no te lo permitiré! ¡Sebastian, te ordeno que…!". El hilo de pensamiento dejó lugar a un quejido de dolor, de nuevo esa palpitación en la cabeza. Ciel se talló la frente tratando de aplacarla, y tanto se concentró en eso que de alguna manera inexplicable pudo bloquear la jaqueca y prestar atención a sus sentidos. Le parecía escuchar algo en el primer piso, cerca de la biblioteca.
Con la esperanza de que se tratara de su mayordomo, el chico Phantomhive se apresuró hasta allí. Abrió la pesada puerta de un simple empujón, y ahí, de espaldas hacia él y con la vista fija en el paisaje más allá de la ventana, estaba Sebastian Michaelis.
Ciel quiso gritarle en cuanto lo vio, pero no logró que las palabras salieran de su boca.
- Por fin despertaste – dijo Sebastian, extrañamente gutural. Levantó la mano derecha formando un puño y la estrelló contra el vidrio frente a él - ¡¿No te das cuenta de la estupidez que cometiste?! ¿Por qué lo hiciste? ¡El azar va más allá de mis posibilidades! ¡ ¡Podrías haber muerto! !
- ¡ ¡Eso es lo que quiero! ! – rugió Ciel, súbitamente reencontrando su voz - ¡Y tú eres el estúpido! ¡ ¡Idiota! ! ¡Todo es tu culpa y te niegas a reconocerlo!
- Mi culpa… – Sebastian apretó la mandíbula, esforzándose por sosegar la opresión en el pecho. Sí, el lo sabía, en buena parte era su culpa, por no haber despertado a tiempo. Llevaba dos días enteros parado frente a esa ventana, reflexionando sobre cómo todo lo que había pasado era su culpa.
- Tu culpa – reafirmó Ciel -. Ahora lo recuerdo… la fábrica en East End… ¡ ¡Te odio! ! ¡A ti y a tu estúpido contrato!
- ¡El contrato que salvó tu vida! – restregó Sebastian, fuera de control, irritado, y manteniendo su espalda hacia Ciel.
- ¿Y eso a mí de qué me sirve? ¿Qué sentido tiene que me salves, una y otra vez, ¡si sólo lo haces por el contrato!? ¡Tú me abandonaste, me olvidaste!
- ¡Tú diste una orden! ¿Lo recuerdas? – alegó el demonio, tratando de decidir si era o no el momento de hacer que Ciel aceptara su buena parte de responsabilidad por toda esa tragedia.
- Claro… Todo lo que te preocupa son las órdenes, lo que estipula tu estúpido contrato. ¡Puedo morir y a ti te dará exactamente igual! Yo no te importo… – el exabrupto había tocado a su fin, y ahora Ciel se rendía ante esa parte solitaria y triste que sufría por el desamor del demonio -. Y ni siquiera sé por qué quiero ser importante para alguien… algo como tú…
- A veces me sorprende lo necio y estúpido que eres – gruñó Sebastian, por fin girándose para mirar al chico. Estaba demasiado molesto como para enternecerse con la frágil figura que estaba frente a él - ¿Tú crees que por un mísero contrato me arriesgaría tanto? ¡ ¡Me estoy convirtiendo en humano y no es por el contrato, es por ti, Phantomhive! !
- ¿Qué? – si Ciel había estado enojado, lleno de odio, confusión y cobardía, en ese segundo todo desapareció. ¿Qué había dicho Sebastian?
- Pero no eres más que un niño caprichoso y ciego que cree que puede jugar con la vida y la muerte y solucionarlo todo poniéndose una pistola contra la cabeza… – Sebastian avanzó y se inclinó ligeramente para que Ciel escuchara a la perfección lo que, rechinando los dientes, estaba por decirle - Te odio por lo que hiciste…
Ciel sintió un golpe seco en el pecho.
- ¿Por qué me estás diciendo todo esto, Sebastian? – quiso saber, sintiéndose herido e insignificante como lo hiciera desde principios de toda esta locura.
- ¡Si no eres más que un niño! ¡Sólo eso y nada más! ¿Cómo es posible que yo…? – Sebastian detuvo sus palabras en seco y se obligó a inspirar hondo. Todavía no aprendía a controlar eso de las emociones y la confusión, y no entendía por qué tenía tantos deseos de golpear a Ciel y arrojarlo contra el muro cuando un par de días atrás había estado tan agradecido de escuchar su voz - Vete – le advirtió en tono imperativo y ligeramente amenazante -. Vete.
Igual de confundido que el mayordomo, y con lágrimas escociéndole en los ojos, Ciel salió corriendo de la biblioteca, desconsolado, aturdido, tropezando con sus propios pies. Al doblar en un pasillo cayó de nuevo y esta vez no fue capaz de levantarse, permaneció de rodillas, sollozando, con el corazón martilleándole en el pecho… y su cabeza no se quedaba atrás. El chico elevó las manos y enterró los dedos entre su propio cabello, presionando su cráneo como si mediante eso pudiera mitigar el dolor. No lo consiguió y tuvo que hacerse un ovillo sobre el suelo, las manos contra su pecho y la cara contra sus rodillas.
Fue entonces cuando pudo percibir algo extraño: sangre. Había sangre en la punta de sus dedos, pero sólo en los de su mano derecha. Intrigado, Ciel volvió a llevarse la mano al cabello tras unos segundos de muda observación, y ahora su mano estaba aún más teñida de rojo. Gotas de sangre escurrieron por su brazo.
Ahora Ciel estaba asustado; se dio cuenta luego de que escuchó un grito que, increíblemente, había escapado de sus propios labios.
- ¿Qué está pasando? – gimió, su mano temblando frente a sus ojos.
- No sanará hasta que la transformación se haya completado – murmuró la voz de Sebastian a sus espaldas.
Ciel sintió cómo esas manos enguantadas se deslizaban por su cintura y lo ayudaban a ponerse en pie.
- ¿Q-qué quieres decir?
- ¿Todavía no lo entiendes? – inquirió el demonio, ligeramente exasperado. Ciel lo miró fijamente, sin parpadear, sin comprender. Sebastian suspiró - Sígueme.
Caminando con tranquilidad fingida, propia de un mayordomo, Sebastian guió a Ciel hasta el estudio y abrió la puerta para él, revelándole el macabro espectáculo de una habitación bañada en sangre. Sólo a medias, Ciel comenzaba a comprender.
- Aquí es donde… donde…
- Felicidades, Bocchan – dijo Sebastian, un dejo de burla en su voz (definitivamente el sarcasmo era el sistema de defensa del demonio, lo mismo que lo era para Ciel) -. Lo lograste, perdiste en la Ruleta Rusa. Ganaste tu partida de ajedrez.
- Pero… eso no puede ser… Significaría que yo… que yo estoy…
- Estás muerto, Ciel – confesó Sebastian -. Cuando vine por ti… estabas muerto.
- Pero entonces… esto no es real.
- Júzgalo tú – dicho esto Sebastian dio media vuelta y salió del estudio.
No quería estar cerca de Ciel, no aún, le producía demasiadas emociones encontradas mirar esos ojos de azul intenso. Sebastian no sabía qué pensar, no sabía definir lo que sentía, y eso le parecía tan ridículo. Ahora, viendo las cosas en perspectiva, se daba cuenta que la vida de los demonios era tan sencilla: inmortales, poderosos, y sin la capacidad de que su estado de ánimo se altere. Debió notarlo antes, lo mucho que había cambiado debido a Ciel. Se supone que los demonios no sienten nada, y sin embargo, desde mucho antes que Sebastian empezara a fantasear con probar los labios de su joven amo, Ciel ya tenía la capacidad de hacerlo enojar, y el enojo, aunque parezca una emoción afín, es algo que la naturaleza de un demonio no puede experimentar. Sebastian, al tercer día de servicio, ya comenzaba a ver inestable su antes inexpugnable temple, y cuando Ciel se puso a actuar como niño caprichoso y a arrojar los postres por los aires, Sebastian Michaelis se molestó por primera vez en su existencia.
En realidad siempre había sido obvio. Más que eso, parecía destino.
"Un demonio creyendo en el destino. Tiene que ser la primera vez que se escucha una idea tan absurda" se burló de sí mismo.
Sin embargo, todo en los últimos tiempos resultaba tan absurdo, desde el comportamiento de Ciel hasta el suyo. Era insólito, una experiencia que no debería suceder ni una sola vez en la vida de un demonio… Y, sin embargo, allí estaba Sebastian, con el poder de un demonio y, súbitamente, el corazón de un humano.
Y cómo era impredecible ese nuevo corazón, lo tenía mareado, y la ironía lo molestaba porque no había nada más azaroso que un corazón. Qué mejor ejemplo que él mismo, incapaz de desenmarañar sus propias emociones. Por un lado estaba dolido, mucho, por la muerte de Ciel, por esos minutos angustiosos que parecieron siglos en los que lo creyó perdido para siempre. Estaba muy enojado consigo mismo porque sabía que pudo haber evitado todo lo que pasó con Ciel, sus ideas sombrías y la degeneración de su deseo suicida; si tan sólo se hubiera tomado el tiempo de hablar con él, sin títulos de amo y sirviente, pero no lo hizo porque su estúpida arrogancia de demonio no le permitía reconocer que existía un sentimiento por él, estaba más enfocado en ser el perfecto mayordomo que demandaba el contrato.
Pero también estaba enojado con Ciel, más de lo que jamás creyó que podría enojarse, porque, de habérselo propuesto, el chico Phantomhive también podría haber evitado la tragedia, si tan sólo hubiera querido ver las sutiles señales que Sebastian le mandaba; después de todo, para alguien que lo conocía tan bien como Ciel, Sebastian podía resultar incluso obvio. Peor aún, le guardaba rencor, y por qué no, un dejo de odio: Sebastian no podía perdonarlo por haberse suicidado.
Pensar en una vida sin Ciel le generaba una angustia sin precedentes. Los demonios odian el cambio, va en contra de su naturaleza oscura y estática, de lo que representan. Sebastian lo odiaba porque ya se había acostumbrado a la rutina de su joven amo, a ser lo primero que él viera por las mañanas, a bañarlo y vestirlo día con día, a escuchar su voz llamando su nombre a cada minuto. Le gustaba tener a Ciel presente en cada momento de su existencia, aportándole propósito y significado. Y pensar que todo eso estuvo a punto de extinguirse, y que, a pesar de sus esfuerzos, desaparecería ahora que ya no estaba el contrato de por medio, lo ponía de un humor irritable, rencoroso: él y Ciel nunca volverían a la normalidad, si es que ésta en algún momento existió para ellos.
Esas emociones lo embargaban con tanta fuerza que casi lo hacían olvidar lo agradecido y dichoso que se sentía de que Ciel hubiera despertado y vuelto a la vida.
Y como si todo esto no fuera suficiente, Sebastian también estaba molesto y confundido porque no terminaba de entender todas sus nuevas emociones ni por qué él, de entre todos los demonios, tenía que experimentar esa transformación interna. ¿Por qué fue justo él quien acudió al llamado de Ciel? Habiendo tantos humanos y tantos demonios, el simple hecho de que se hubieran encontrado el uno al otro bastaba como argumento para creer en el destino. De estar al servicio de cualquier otra persona, Sebastian jamás hubiera cambiado, no se hubiera aferrado a su amo de la manera en que lo hizo. ¿Y Ciel? ¿De haber tenido a otro demonio bajo sus órdenes, se habría enamorado igual? "No" negó Sebastian con contundencia, sintiendo un vacío amargo en la garganta. ¡Ah, magnífico, agrega celos en el cóctel emocional! "Esto no podría ser más complicado".
La voz de Ciel que lo llamaba con urgencia lo hizo dudar.
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Ciel estaba completamente atónito, lo único que lo mantenía atado a la realidad era la sangre en su mano. Escuchó los pasos de Sebastian alejarse, vio la pistola y el casquillo en el piso, su silueta dibujaba en sangre… Él, en efecto, había muerto. ¿Cómo era posible que estuviera entonces allí, viendo su escenario de suicidio como si fuera una escena del crimen cualquiera?
E iluminado por un chispazo de cordura, el niño se abalanzó sobre el escritorio, rebuscando ansioso en los cajones hasta que dio con algo que fungiera como espejo. Miró su rostro, que al principio le resultó ajeno; no se reconoció sin el parche y sin el ojo púrpura.
"Rompí el contrato" entendió, un fantasma de júbilo y satisfacción creciendo en su interior. ¡Era libre! No obstante, la sombra de la duda, de la necesidad, fue capaz de opacar a la parte de él que quería cantar victoria.
- ¡Sebastian, espera! – lo llamó, echando a correr tras sus pasos. Le dio alcance en mitad del pasillo, donde el mayordomo seguía insistiendo en darle la espalda.
- ¿Qué quieres? – resultaba extraño verlo actuar de esa manera tan… natural, dejando de lado el porte de mayordomo que había adoptado tan religiosamente durante años. Sin embargo, Ciel no estaba sorprendido; no por eso.
- Déjame ver tu mano – pidió el niño.
Sebastian resopló molesto, pero no opuso resistencia, se quitó los guantes, y dio media vuelta; su despreciable remolino de emociones podía aguardar un par de minutos.
Dando pasos cortos y con las rodillas temblándole, el niño cerró la distancia entre él y el mayordomo y tomó su mano entre las suyas: no había rastro del tetragramatón.
- Rompí el contrato – musitó Ciel.
- Dime algo que no sepa – Sebastian apartó su mano y de nuevo se puso en marcha. Todavía no se sentía listo para enfrentar a Ciel, no con todas esas emociones tan negativas superponiéndose al alivio y la felicidad de tenerlo de nuevo con vida: aún quería golpearlo.
- ¡Sebastian! Por favor no te vayas… – habló Ciel, deteniéndose justo a tiempo para no parecer que rogaba.
Increíblemente, Sebastian se detuvo; liberó un suspiro resignado, con leves tintes de frustración, y decidió que ya no valía la pena seguir esquivando a Ciel; no cuando equivalía a evadirse a sí mismo.
Él y Ciel se miraron a los ojos con una intensidad eléctrica, tanto así que el menor se quedó sin aliento. Tuvo que carraspear y reunir todo el valor y el orgullo que le quedaban para poder hablar, aunque lo hizo prácticamente en un susurro.
- Me debes una explicación – dijo -. Si el contrato ya no existe… ¿entonces por qué estoy vivo? Tú me salvaste. No tenías por qué y me salvaste…
- Ya te expliqué todo en East End. No quisiste escuchar y te clavaste una bala en la cabeza. ¿Qué caso tiene que te lo explique ahora? – contestó Sebastian con cierta indignación.
- ¿Por qué me salvaste? – insistió Ciel, ahora sí suplicante.
- Yo no miento – le recordó Sebastian -: ya no me interesa tu alma.
- ¿Y entonces por qué lo hiciste? – Ciel no lograba entender, tenía miedo de dar una interpretación errónea a las palabras del demonio; no quería arriesgarse, sólo quería que él fuera claro - ¿Qué es lo que te interesa de mí si no es mi alma?
- Si eso no lo entiendes, yo no voy a explicártelo.
- Sebastian, yo… – ¿por qué no podía reunir el valor de simplemente preguntarle? Si hubiera tenido las agallas desde aquella noche en que Sebastian le diera su primer beso nada de eso habría pasado. "¡Sólo hazlo y demuéstrale que no eres un niño!" - ¿En verdad te importo? ¿En serio te preocupas por mí?
Sebastian no pudo negar que la actitud directa de Ciel lo sorprendió de manera muy grata. Esa era su cura, era lo que necesitaba para volver a sentirse como él mismo. ¿Cómo podía algo tan complicado resolverse con algo tan simple? Ah, el impredecible latir de un corazón…
- Más de lo que estoy dispuesto a admitir – dijo con voz lo más neutral posible luego de unos segundos. "Yo sólo quería… protegerte".
- ¿Por qué me dejaste creer que me habías dejado solo? – llegado este punto Ciel comenzó a derramar diminutas lágrimas.
- ¿Cómo se supone que diga que no sabía qué hacer? Todos estos… sentimientos, esta humanidad… No la entiendo, y no iba a permitir que tú te dieras cuenta de ello – reconoció el demonio con una pizca de desdén, recuperando ese acento demoniaco. Lo único que Ciel pudo pensar entonces, es que el cinismo de su mayordomo no conocía límites… pero tampoco lo hacía su encanto.
- Eres un imbécil – se quejó -. Un idiota arrogante y cínico…
- Tú no te quedas atrás: idiota, orgulloso y suicida.
Había algo tan burlesco, desvergonzado y encantador en la manera en que ahora Sebastian se dirigía a él que Ciel pudo imaginar que se encontraba en otro tiempo, en un momento previo a la ruleta rusa, al beso y todo lo demás. Eso se sintió muy bien.
- Soberbio, diabólico y… tan distante. Y aun así creo que siento algo por ti – confesó Ciel, desviando la mirada y retrocediendo un paso o dos, sintiendo los ardientes ojos de Sebastian clavados en él. "Sí, mírame, Sebastian, escúchame. No soy un niño, no para ti…" -. No quería… no soporté saber que sólo permanecías a mi lado por el contrato, y creí que, si lo rompía, podría obligarte a…
- Silencio – le mandó Sebastian al tiempo que apoyaba su mano en la tersa mejilla de Ciel. El mayor se agachó hasta quedar a la altura de Ciel y sus labios flotaron por encima de los del joven por unos segundos, llenándolo de una extraña ansiedad.
Entonces posó la otra mano sobre el rostro de su antiguo amo y lo jaló hacia él para besarlo sin limitaciones. Esta vez Ciel sí pudo sentir el placer asfixiante de tener a su antiguo mayordomo tan cerca, y le costaba creer que, después de haber añorado su contacto durante tanto tiempo, finalmente él lo estuviera complaciendo.
Dejándose llevar por el placer, Ciel aferró a Sebastian por la corbata y entreabrió los labios, rogándole por más. Sebastian no tardó en satisfacer sus deseos, y su lengua se infiltró en el beso, deliciosa y experta. De pronto Ciel ya estaba contra la pared, los brazos de Sebastian sujetándolo fuertemente por la cintura mientras él cerraba sus piernas alrededor del torso del mayor, deseando que el contacto físico fuera más íntimo…
- ¿Sebastian? – se las ingenió Ciel para murmurar entre besos. El mayordomo hizo una breve pausa en su juego labial para mostrarle que lo escuchaba con atención - ¿Recuerdas que, en Buckingham, te pedí que me… enseñaras algo? – Sebastian nunca lo admitiría, pero recordaba cada segundo de esa noche con lujo de detalle. Se limitó a asentir vagamente; Ciel se ruborizó -. Aún…aún quiero aprender esa lección.
- Yes, my Lord – el demonio sonrió contra los labios del chico, besándolo, acto seguido, con intensidad aún mayor. Ciel casi olvida su propio nombre.
Sebastian llevó en brazos a su precioso niño a la habitación, y tras un diálogo tenso y excitante entre sus miradas, Ciel se recostó sobre la cama invitando a Sebastian a unírsele, no con palabras, sino con su misma postura. Todo en su ser, cuerpo, mente y alma, llamaban a su mayordomo y le rogaban, una y otra vez, que lo hiciera suyo.
Mientras se desprendía de saco, chaleco y camisa (de la manera más sensual posible para deleite visual de Ciel), Sebastian tuvo tiempo de recordar qué fue lo que le hizo dudar la noche de la fiesta, cómo su recién adquirida consciencia le había reprochado que Ciel todavía era un niño y qué él no debía corromperlo, que eso estaba mal. "Muy tarde – pensó el demonio -, ya hemos rebasado por mucho la línea entre el bien y el mal. Y Ciel… ya no es un niño". Él se aseguraría de eso.
Con el torso al desnudo y todo su cuerpo exudando el aroma que a Ciel tanto intoxicaba, Sebastian se colocó encima del chico, apoyando su frente suave y delicadamente contra la de Ciel. Ambos cerraron los ojos, queriendo sentir su presencia así, limpia y casta, por unos segundos, antes de olvidar la humanidad y reemplazarla por salvajismo. Sebastian estaba seguro que llegaría a esos extremos, había deseado a Ciel por demasiado tiempo.
La mano de Ciel acarició su rostro.
- Sebastian – susurró el niño - ¿y si estuviera enamorado de ti? – planteó la posibilidad, ruborizándose violentamente. Su aliento volviéndose más cálido de lo habitual.
Sebastian encontró ese gesto irresistible y tentadoramente tierno, igual que lo hiciera aquella lejana noche cuando regresaban de la mansión Arlington. No pudo controlarse en ese entonces, y ahora simplemente no quería reprimir el deseo.
- Claro que lo estás – presumió, con algo similar a una sonrisa torcida decorando sus perfectos labios, que rápidamente encontraron nuevamente los de Ciel.
Impaciente por sentir esa blanca piel contra la suya, Sebastian se deshizo de las ropas superiores de Ciel con mano experta, y al ver su inmaculado pecho expuesto y palpitante no pudo evitar acordarse de qué fue, exactamente, lo que lo hizo caer rendido por Ciel. Podía ser egoísta, malcriado y frío, sí, pero ante los ojos de Sebastian, el niño era la encarnación de pureza, firmeza y belleza. Todo lo que Sebastian encontraba intrigante, atrayente y "bueno" convergía sobre la pequeña figura de Ciel.
Y Ciel merecía más que el arrebato animal que amenazaba con adueñarse de sus impulsos.
- Seré muy amable – prometió. La voz del mayordomo sonaba más suave e hipnótica que nunca, y Ciel empezó a temblar ligeramente, presa de la emoción de tener a Sebastian tan cerca que podía sentir su respiración y los latidos de su corazón.
- No, quiero que seas apasionado.
- ¿Es una orden? – se mofó Sebastian. Se inclinó hasta que su boca rozó el oído izquierdo de Ciel, con exquisita seducción - No, tenemos la eternidad para eso. Tu primera vez la haré… especial.
- Sebastian… – sólo entonces Ciel tuvo verdaderamente claro la intensidad del sentimiento de Sebastian hacia él; se sintió protegido, seguro, amado… - Lamento haberme suicidado – dijo rápidamente, antes de que su cerebro registrara la disculpa y le impidiera pronunciarla.
- Shhh – Sebastian silenció a Ciel de forma definitiva con besos en el cuello, mientras sus manos lo recorrían de pies a cabeza, haciéndolo gemir de placer.
El gozo que le producían las caricias de Sebastian no tenía límites, cada beso, cada toque se sentía eléctrico y lo hacía estremecerse embriagado en placer. Su cuerpo estaba listo, Ciel lo anhelaba más que cualquier otra cosa, y Sebastian también…
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Ciel dormía plácidamente, su mejilla apoyada sobre algo muy suave y cálido. No recordaba con precisión en qué momento se había quedado dormido, pero sí que recordaba con lujo de detalles todo lo que había pasado antes de eso.
El chico abrió un ojo azul y echó un vistazo a su alrededor; era de noche, y la luz de la luna espiaba tras las ventanas. Debía ser una noche muy fría, porque los vidrios se habían cubierto de escarcha; de no ser por ese detalle, Ciel Phantomhive no se hubiera dado cuenta de ello, todos sus sentidos estaban embriagados de Sebastian.
Ciel se acomodó, cerró con más fuerza su brazo alrededor del torso de Sebastian, y restregó levemente la mejilla contra su pecho, porque el desnudo cuerpo del mayordomo era ese algo suave y cálido sobre lo que Ciel dormitaba. Poco más abajo, los cuerpos de ambos eran un revoltijo de piernas y sábanas.
- Siempre pensé que tu piel sería fría – le dijo, dibujando círculos con el dedo sobre el perfecto abdomen de su demonio, al adivinar, por su respiración, que Sebastian estaba despierto.
- Es fría. Supiste calentarla bien…
El rostro de Ciel se tiñó de un intenso rojo.
- Idiota – repuso con gesto de puchero, impactando un leve golpe en el pecho de Sebastian. El mayor se limitó a reír por lo bajo y le acarició los cabellos a su querido niño. Ciel se reacomodó sobre el torso de Sebastian para poder mirarlo a los ojos - ¿Puedo preguntarte algo?
Sebastian miró a Ciel imitando su seriedad, y le dijo, honestamente, que después de la noche anterior podía preguntarle lo que quisiera. Aunque naturalmente omitió la primera parte de la frase al hablar.
- Tengo curiosidad – prosiguió Ciel -, si me quieres a mí y no a mi alma, ¿por qué defendías tanto el contrato?
- Soy un demonio, ignorar el contrato era ignorar mi naturaleza. Además, el contrato era la excusa perfecta para estar siempre a tu lado, aunque no quisieras.
- Pero eso que dijiste… sobre convertirte en humano…
- No es como si fuera a dejar de ser inmortal – dijo Sebastian con demasiada burla.
- Ah, claro… – Ciel se avergonzó por haber hecho un comentario tan bobo.
- Digamos que ahora soy más que un demonio… Y tú pronto serás mucho más que un humano, Ciel.
- ¿A qué te refieres? – quiso saber Ciel, molesto porque comenzaba a comprender - ¡¿Qué hiciste, Sebastian?!
- ¿Qué se suponía que hiciera? – espetó el mayordomo - Las balas no lastiman a los demonios. Si te convertía en uno como yo, te haría inmune a la herida – Sebastian recorrió el perfil de Ciel con sus manos seductoras, aplacando su ánimo.
- Dijiste que yo ya estaba muerto…
- Aún no se disolvía del todo el contrato. Mi sello estaba hecho con tu sangre, con una parte de tu… esencia – explicó.
- ¿Me devolviste… la vida que te di a cambio de firmar el contrato? – Ciel estaba impresionado, eso sí que encajaba con la definición de un acto desinteresado y noble. ¡Sebastian en verdad lo quería!
El demonio se encogió de hombros como queriendo restar importancia al asunto.
Ciel se incorporó sobre la cama, tratando de digerir toda esta nueva información. Ahora entendía a qué se refería Sebastian, por qué le había hablado de una transformación y de la eternidad. Con la mirada ausente, Ciel se llevó la mano a la cabeza, a su herida de bala, y permaneció un buen rato mirando sus dedos manchados de sangre.
"Después de todo lo que pasó… de todo lo que intenté… y ahora jamás moriré".
- Hace frío – dijo el niño de pronto.
Sebastian lo observaba en silencio; al escucharlo se acercó, plantó un beso sobre su hombro, sobre la herida en su cabeza, y luego, sin decir nada, se levantó de la cama y regresó con su camisa y pantalones puestos y en las manos la camisa de dormir de Ciel. Lo vistió como hiciera antaño, salvo que esta ocasión todas las caricias "prohibidas" fueron necesarias y muy bien recibidas. Cuando abrochaba el último botón, se dio el lujo de cerrar la distancia entre él y el niño para besarlo.
- ¿Y ahora qué va a pasar? – murmuró Ciel una vez se hubieron separado.
- Te convertirás en un demonio – dijo Sebastian, con los ojos rojos y brillantes, y un par de colmillos asomando entre su sonrisa -, y estaremos juntos por la eternidad… Te guste o no - añadió con mordacidad y encanto.
- Ya no soy tu amo – le recordó él -. No tienes por qué ser mi mayordomo.
- Entonces seré tu amante – resolvió Sebastian con picardía, arrodillándose frente a Ciel y tomando su mano izquierda entre las suyas, para deslizar en su pulgar el anillo con la gran piedra azul de la familia Phantomhive.
Ciel miró a Sebastian y al anillo alternativamente, con los ojos abiertos como platos, y tras unos instantes de silencio rompió a reír. La habitación se inundó con el eco cristalino de la bella y delicada risa de Ciel, y su mirada reflejaba que no sabía si llamar a Sebastian "idiota" por enésima ocasión o dejar de lado su orgullo y lanzarse a sus brazos. Afortunadamente el orgullo ganó por mucho, y eso era lo que a Sebastian más le agradaba de Ciel.
Era la segunda vez que Sebastian lo oía reír así, con esa pureza (porque su Ciel era puro y él había asesinado a esos ángeles maniáticos para demostrarlo), y muy en el fondo esperaba que no fuera la última. Nunca se lo diría, por su ego que no, pero Ciel no se imaginaba lo mucho que él amaba su risa, y el infinito deleite que le causaba el saber que él, y solamente él, Sebastian Michaelis, era capaz de sacar a la luz esa sublime faceta de Ciel Phantomhive.
Permanecieron tomados de la mano, clavando su mirada en los ojos del otro por minutos enteros, quizá horas; el tiempo tenía ahora un significado completamente nuevo porque… no tenía ya ningún significado. Sólo por romper la tensión del momento, Sebastian depositó un beso sobre la mano de Ciel. Las mejillas del niño enrojecieron contra su voluntad.
Después de todas las respuestas aún faltaban miles de preguntas, y ninguno de los dos sabía bien cómo reaccionar o qué hacer a continuación, pero por el abismo que ahora tienen la eternidad para averiguarlo.
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No existen los finales, sólo los inicios.
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Nota (Síp, también muy larga):
Siempre he sabido que tengo problemas con los finales, normalmente empiezo veinte historias y sólo una la llevo a término. Es mi maldición, supongo, y mis historias originales son las que más la sufren.
No dejo de pensar en lo mucho que prolongué este epílogo, y que me volé la barda con el OoC. ¿Quién lo diría? No soy romántica, ¡soy cursi! De la hipoglucemia he saltado a la diabetes, ¡tanta miel! Pero bueno, ¿no me habían pedido algunas de ustedes solucionar este problema? ¿No pidió alguien una sobredosis de SebasCiel? Jeje, y aún así, no pude escribir nada explícito. No puedo escribir lemmon, soy biogenéticamente incapaz. Además, he descubierto que la relación de estos dos me gusta mucho más cuando las cosas son sutiles, ¡dejemos algo a la imaginación, que tan rica es!
Creo que después de tanto llorar todos tenemos derecho a que se nos derrita el corazón con la ternura, ¿no? Aún temo haber metido la pata con esto, si no les gusta teniendo en cuenta el contexto previo siempre puedo borrar el capítulo y conservar el final original trágico y desgarrador.
Por cierto que les confieso que, "originalmente", el plan era que Sebastian llegara justo a tiempo y recibiera la bala por Ciel, pero me gustó mucho más la versión aquí publicada. Todo el fic se centra en el dolor de Ciel; Sebastian tenía que sufrir también, ése sería el auténtico detonante.
Y Sebastian llegó tarde por, por lo menos, cinco minutos. En verdad falló. Pero supo salvar a Ciel, todos sabemos el por qué.
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Y ahora no me queda más que agradecer. Agradezco al destino porque hizo que se cruzara en mi camino la canción "Russian roulette" de Rihanna al mismo tiempo que un episodio de aburrimiento/inspiración en clase de Ética Ciudadana para que así naciera el primer capítulo de este fic.
Agradezco a mi musa que, a veces de mala gana, pero me llevó a terminar este proyecto luego de ¿qué? ¿dos años y medio después de su inicio? -facepalm-
Pero sobre todas las cosas, agradezco a mis lectores, que me regalaron palabras tan dulces y me han acompañado a lo largo de este largo y arduo camino, siempre motivándome a seguir adelante. ¡ ¡Todos ustedes valen oro! ! Espero haberles podido hacer un poco de justicia, porque se merecen sólo las mejores lecturas. ^ ^
Y el Oscar es para...
E and Y, Akemi Nekoeda, Miel110, Addi Winchester,
Love-girl2015, Princesa Lunar de Kou, Crosseyra, HBluesHeart,
Mininahermosa29, AliceHearts'Queen, AliceMichaelis4242564,
Namikaze yuki, sweetdemonenvy, jrdsebmalmarshal,
M, MariiEzz, Whatsername-Sama, SebaCielForever.
qaroinlove, Natasha Dalton, Rebeca18, L.F.L
y muchas personas más. (^_^)
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Addi Winchester tiene mención honorífica y una galleta de chocolate por adivinar sin querer el auténtico final, por bautizarme un monstruo (¡y a mucha honra!) y por ser Team Winchester. ^^
Pero la verdad que a todos les debo muchísimo, no sólo a los que están en esta breve lista, sino a quienes desde el primer capítulo me estuvieron acompañando, pero creo que ya hice estas notas demasiado largas. Ustedes saben quiénes son y lo mucho que valen. ^^
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Gracias por haber llegado conmigo hasta el final y aún más lejos.
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Sus reviews decidirán si yo gané o no en mi juego de la Ruleta Rusa.
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Auf Wiedersehen! ! !
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