Besos. (Drabbles Francia-España)

Último drabble: Beso negro... Sobran las explicaciones, ¿no?

Advertencias: Este es el último drabble. Todo lo bueno se acaba. Les voy a echar de menos. T.T

Disclaimer: Ay si Hetalia fuese mío...*Trollface* Lo mal que me lo iba a pasar yo si Hetalia fuese mío.


Beso negro .

Francis debía admitir que había veces en las incluso él entendía que las insinuaciones a España estaban fuera de lugar. No porque no las sintiese o porque el español no las mereciese. Todo lo contrario. Las veces en las que Francis se veía incapaz de soltar ninguna frase subida de tono al moreno era porque lo que sentía en ese momento no se podía explicar con palabras, tal era la emoción que le embargaba.

Uno podía pensar que todo era porque Francis había pasado más de un día sin acostarse con nadie. Toda esa gente no conocía bien al francés. Sus allegados sabían que el día en el que Francis no tuviese sexo era tan físicamente posible como que la Tierra fuese más grande que el Sol.

No, el verdadero motivo estaba en Antonio. Cuando Francis no tenía capacidad mental para lanzarle ningún tipo de piropo, era cuando el español estaba concentrado tocando la guitarra. Una arruga de seriedad cruzaba su entrecejo y la vez su rostro era el más tranquilo que le había visto el francés en mucho tiempo. Ese momento Francis, aparte de sentir ese deseo que siempre salía a la luz cuando miraba al español, notaba como un nudo se formaba en su garganta. Ese nudo estaba ocasionado por mil y un emociones que le rodeaban. Sentía orgullo: el orgullo que puede sentir un amigo al ver como su compañero salía de un agujero negro, el mismo orgullo que sentía una persona al ver a su hermano pequeño triunfar en todo; el orgullo de un amante que ve como su acompañante era el centro de todas las miradas. Otra era la ternura: ternura por ver que ese hombre, a pesar del tiempo que había pasado, no había cambiado en lo esencial, sino en pequeños detalles que hacían más evidente su maduración.

Y cuando Antonio terminaba de tocar y alzaba su mirada y "casualmente" se encontraba con los ojos azules de Francis observándole con mayor intensidad de la habitual y le sonreía, entonces llegaba la última emoción. Una que Francia no sería capaz de decir en voz alta, pero que sin palabras se le daba muy bien expresar.

Y eso era lo que hacía siempre después de que el español dejase de tocar. Le levantaba de dónde estuviese sentado sin dejar de mirarle con esa intensidad. Antonio hacía un comentario casual diciendo que estaba raro. Francis le sonreía mientras le decía que no fuese idiota, que estaba perfectamente.

Entonces siempre le besaba con ternura, dejándose llevar por esos sentimientos que tenía dentro. Acariciaba interminablemente el cuerpo del español mientras le guiaba hacia atrás, dejándole al lado de un sillón, de una cama o de lo que hubiese cerca. En esta ocasión era el sillón del español.

Lo curioso de esas ocasiones, era que España no se resistía. Mostraba la misma osadía que el rubio y se dejaba llevar por la marea. De hecho tenía en sus ojos una mirada parecida a la del francés, aunque ninguno de los dos se daba cuenta. En ese momento solo importaba que Antonio desabrochaba la camisa del francés y que Francis se deshacía con elegancia del pantalón del español, siempre sin romper el beso, como si temiesen que al romperlo todo ese huracán emocional se perdiese.

Una vez eliminados los pantalones de España, Francia separó sus labios solo para cambiar el lugar del cuerpo del español que se dedicaban a adorar. Sin perder esa intensidad y calma que llevaban siempre en esas ocasiones, el galo bajó por el cuello del español, mordiendo con suavidad y despertando los jadeos de Antonio. Y ambos se enardecían. Y sólo entonces Antonio le pidió que fuese más rápido. Y Francia, como si de un esclavo se tratase, le obedeció. Hizo que el español se arrodillase en el sofá, dejando su pecho pegado al respaldo y su delicioso trasero apuntando a él. Las manos francesas descendían con suavidad, mientras su dueño encendía aún más las ansias de los dos mordisqueando la oreja izquierda del hispano.

En ese momento descendió y comenzó a adorar los dos cachetes que conformaban su bien formado trasero. Primero con besos y chupetones que dejarían marca en sus nalgas. Antonio jadeaba al notarlos. Era como si el francés quisiese marcarlo como suyo. Como si al hacerse dueño de su culo pudiese ser dueño de toda su alma. Después Francis atacaba más hacia el centro, rodeando su ano y sin acercarse a él. España notaba como sus ganas de matarle aumentaban. En momentos como ése sentía como si Francis jugara con él. De los dos el que más ganas tenía era el francés, y sin embargo el muy condenado parecía disfrutar haciéndose de rogar. Un día pillaría la revancha y sería el francés el que rogase para que continuase. Pero mientras tanto, al español le tocaba tragarse un orgullo casi más grande que él y gemir pidiendo al rubio que se diese prisa. Y tras una mueca rebelde, Francis besaba por fin su atractiva entrada. Tras unos segundos de suspense, el francés sacaba un poco la lengua para empezar a lamer y a acostumbrar la apertura que se iba calentando paulatinamente, casi a la misma velocidad en la que el español gemía.

Francis siempre dedicaba un buen rato en prepararle en esas ocasiones. El desenfreno y la lujuria quedaban en un segundo plano lejano por culpa de la sensualidad y la emotividad.

Y cuando penetraba con cuidado el español, este siempre inclinaba su cabeza, cerrando los ojos con fuerza debido al placer que sentía. Un placer que les unía como nunca antes lo habían hecho. Francis hacía que España girase la cabeza para besarle mientras comenzaba un profundo vaivén, lento, persuasivo, incitante. Como si necesitase persuadir a España para que le aceptase dentro.

Acababan casi siempre con el francés sentado mientras el español le cabalgaba, mostrando la casta española y dejando que él llevase el ritmo, que él gobernase al francés con sensual poderío.

Llegaban al orgasmo con sus labios enredados, con los brazos del español en el cuello del francés y con las manos del francés abarcando con posesividad la cintura todavía con camisa del español.

Sólo entonces Francis sentía como ese nudo en su garganta se desanudaba un poco y miraba a los ojos al español, quien todavía jadeaba por el reciente ejercicio. Tras una sonrisa y otro beso, se abrazaban, acunándose ambos. Formando las mismas palabras con los labios sin pronunciar sonido alguno y, sobre todo, sin que el otro lo viese.

Porque, aunque las palabras no fuesen necesarias, a veces tenían que fingir que las decían. Sólo por probar a ver si se sentían mejor.

Y, teniendo en cuenta que ambos se dejaban arropar, se podía decir que sí se sentían mejor.


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