Como siempre, los personajes no me pertenecen, vivid con ello como lo hago yo.

Kuga Natsuki

Natsuki Kuga, una belleza peli-azul y ojos verde esmeralda estaba concentrada leyendo en su despacho del Departamento de Arqueología de la Universidad de Tokio. Le habían rechazado de nuevo su proyecto sobre la localización verdadera de la tumba del mítico Gilgamesh. Recientemente, unos investigadores alemanes habían encontrado un lugar muy parecido al descrito en la "Epopeya de Gilgamesh" como última morada del gran héroe. Ella era experta en Cultura Mesopotámica, y estaba muy interesada en dicho hallazgo. Había propuesto un proyecto, pero éste había sido rechazado. Ello significaba que no podría costearse la visita in situ de la susodicha tumba, y que no podría aportar nada en los siguientes descubrimientos. Al parecer, el estado Japonés estaba más interesado en los nuevos hallazgos arqueológicos en el propio país, más que en un lejano Irak, donde, por supuesto, el dinero a invertir era considerablemente mayor.

Se fue muy airada hacia su casa, montada en su flamante Ducati. Le encantaba el sonido del viento mezclado con el de su potente motor. Finalmente, llegó a su casa. Como siempre, el ascensor estaba roto, y se dispuso a subir las escaleras. De camino al quinto piso, se encontró con una anciana que subía las escaleras pesadamente, con dos bolsas del supermercado en las manos. Subía lentamente, y Natsuki, aunque era llamada por sus amigos como la "Princesa de hielo", era en verdad una persona muy amable.

- ¿Quiere que la ayude? – Dijo educadamente Natsuki.

- Muchas gracias, joven. No me vendría mal una ayudita. Y mucho mejor si es de una muchacha tan guapa como tú.

Natsuki cogió las bolsas, poniéndose toda colorada, y acompañó a la que resultó ser su vecina del mismo piso. La verdad es que hacía poco que se había mudado, y no conocía a nadie en todo el edificio.

- ¿Y se puede saber cómo se llama la bella joven que me ha ayudado a subir mi mercancía? – Preguntó la anciana.

- Kuga… Natuki Kuga, señora.- De nuevo ese rojo desagradable…

- Yo soy Fujino, Chiyo Fujino.

- Encantada.

- ¿Te gustaría pasar a tomar el té?

- Muchas gracias, señora Fujino. Será un placer.

La mujer le inspiraba confianza, así que Natsuki se hizo muy amiga de la sabia señora Fujino. Normalmente iba a su casa a tomar el té, o la ayudaba a subir la compra, incluso algunas veces le hacía ella misma la compra. Por su parte, la Sra. Fujino le contaba historias sobre su juventud y sobre su familia. Había tenido dos hijos, un hijo y una hija, pero su hija murió trágicamente en un accidente de tráfico cuando era muy joven. Su hijo era un rico empresario que se había casado con una aristócrata de Kioto, y habían tenido una hija, Shizuru. Chiyo idolatraba a su nieta, y le contaba a Natsuki lo guapa e inteligente que era. Natsuki, por su parte, pensaba que sólo era adoración de abuela.

Natsuki le contó que había sido la hija de una importante investigadora, Saeko Kuga, la cual había hecho descubrimientos importantes en investigaciones genéticas, y que su padre las había dejado cuando Natsuki era sólo un bebé. También le contó su frustración por no conseguir fondos para su investigación. La Sra. Fujino le ofreció ayuda en alguna ocasión, ya que su familia tenía contactos y eran ricos, pero Natsuki declinó amablemente su oferta. No quería aparecer aprovechada. En general, hablaban sobre temas diversos, y pasaban tardes muy agradables, con alguna que otra ocasional subida de colores en la cara de la bella joven. A la Sra. Fujino le encantaba ponerla colorada. Sobre todo, intentaba emparejarla con su adorada nieta, pero Natsuki no tenía intenciones de, como ella decía, amarrarse. De vez en cuando, hablaban sobre cosas más serias.

- Natsuki, soy una mujer mayor. Ahora que estoy al final de mi vida, empiezo a tener miedo a morir. – Le dijo una vez Chiyo, en una de sus conversaciones.

- ¿Ha vivido una vida plena? – Le preguntó Natsuki, después de unos segundos, como sopesando lo que decir.

- Sí. – Dijo Chiyo, después de pensarlo largamente.

- Entonces no creo que tenga nada que temer. – Dijo Natsuki con una gran sonrisa.

Chiyo la miró intensamente, y se sonrió.

- Eres una mujer sabia. Demasiado para tu edad. – Dijo Chiyo.

Natsuki sólo sonrió, y tomó un pequeño sorbito de té.