¡COMO DOS JODIDAS GOTAS DE AGUA!
by Silenciosa
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Disclaimer: No me pertenece South Park. Todo lo que hago lo hago por y para el disfrute de mi jodida imaginación y la de aquellos que me leen. Nada más.
CAPÍTULO XXVI. Traición.
" Apresúrate a amar antes de que el
silencio se convierta en desesperación
insoportable, el tiempo en incierta
sensibilidad al igual que cualquier
felicidad, débil pathos que se difumina
tan velozmente. El amor es aún demasiado escaso
y demasiado tardío. No escribo sobre ello
muy a menudo. Apresúrate a amar. "
Apresúrate, Jan Twardowski.
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Kevin McCormick apenas podía articular palabra. ¿Acaso las manos y las rodillas le temblaban solo a él? Toda idea sobre su deseo de venganza había desaparecido de golpe. Le invadió un infame sentimiento de terror. Sin poder hacer nada, una nueva realidad quedaba esclarecida de entre las sombras, una diferente y transformadora. Pudo paladear entonces su almuerzo en el fondo de la garganta, alzándose de sus entrañas contra natura.
Vomitó.
Quedó el regusto a porquería en su boca; un revulsivo del acto que se desencadenaba violentamente ante sus ojos.
Los soldados de la S.W.A.T. se habían apostado del lado donde se encontraba Kevin. Se protegían tras los vehículos blindados mientras disparaban a bocajarro una segunda ráfaga de munición; apuntaban a la criatura albina, la cual frenó nuevamente las balas a un par de centímetros de distancia de su cuerpo para luego hacer que cayeran al suelo en otra sonora lluvia de metal.
Tras el ataque, hubo un silencio, uno demencial y cargado de impotencia. Kevin tomó valor y abrió un poco los ojos en un intento por enfocar a través de la capa de humo generada por la refriega entremezclada al mismo tiempo con la lluvia y la niebla. El sudor frío que discurría por su frente y las lágrimas le escocían los ojos, por lo que le entorpecían la visión. Consiguió abrir la mirada del todo cuando los gritos de horror comenzaron a alcanzar un cariz más intenso y violento. Más que meros gritos, estos se habían convertido en alaridos de dolor.
El sonido de huesos resquebrajarse se convirtió en el sonido más repugnante y estremecedor que Kevin hubo escuchado en su vida. Se cubrió el rostro con las manos, entre gritos, rezando por no acabar en el mismo estado que los soldados de su alrededor. La furia terminó con un silencio. Cadáveres de militares hinchados de manera grotesca comenzaron a anegar el trecho de varios metros que anunciaba la fachada de la estación de ferrocarril. Las ropas de sus uniformes habían cedido, desgarradas, y bajo estas la piel había cedido hasta desgarrarse en tiras.
Este descuartizamiento ejercido por la fuerza invisible fue demoledor. Del torso de los soldados se les había sido desencajado el esternón, extraído en gran parte hacia fuera ―y con él, el costillar, rasgándose desde el centro con la misma facilidad con que es arrancada la espina dorsal a un pez—. Sus cajas torácicas desencajadas hacia fuera ponían al descubierto algo asqueroso, una especie de revoltijo de vísceras y órganos que supuraban a la intemperie. Y, en derredor de los muertos, había pintura negra. No eran manchas definidas, sino un manto arbitrario espeso y denso como un peligroso lago nórdico de tundra. Quedaron restos de cadáveres enmarañados e irreconocibles; ojos fuera de las órbitas, hemorragias profundas que escupían sangre espesa, bocas llenas de últimas palabras abruptamente aplacadas por la misma mente adolescente.
Ningún miembro S.W.A.T. había podido escapar del poder invisible, si bien letal, de Bradley Biggle, por muy valerosa que hubiera sido su resistencia; heridos de muerte cayeron uno tras otro, como moscas.
"Dios Todopoderoso, ¿qué demonios es este chico?", pensó Kevin, aterrado. Involuntariamente, se había puesto la mano cubriendo la parte inferior de su rostro como si buscara ahogar alguna revelación o para silenciar un grito. Al no hallar en sí la respuesta, su respiración se descontroló por completo. Tomó aire con suma dificultad; el ansiado oxígeno no parecía alcanzar sus pulmones. ¿Por qué caían con tanta facilidad sus últimas esperanzas, después de tanto esfuerzo y deseo por cumplir con su cometido? Sus ojos conocían la respuesta, por lo que Kevin derramó lágrimas de ira al admitir lo que sus labios todavía se oponían a pronunciar.
Iba a morir.
Iba a morir y no podía hacer nada para evitarlo. Pensó que no se merecía esto, no se merecía morir así. No después de todo lo que había sufrido su familia. Kevin maldijo a Kenny con todo su ser. También maldijo a Bradley Biggle por haber echado por tierra sus últimas esperanzas de cumplir con su venganza. Respiró, tiritando de frío, el hedor a sangre que cargaba la atmósfera. No cabía duda de que, efectivamente, lo que vivía era del todo real.
En su cabeza se multiplicaron los ruidos del pánico; el latido de su corazón, el tartamudeo de la mucosa, el chirrido ahogado dentro del paladar, manos temblorosas... No, era mentira: era su cuerpo entero el que temblaba.
Escuchó el rezo de un Padrenuestro, despertando inesperado en sus oídos. Los primeros versos se habían abierto camino entre sus pesadillas flotantes, devolviéndolo a la realidad. Kevin abrió los ojos y prestó atención al lugar del que provenían. No dio con el hombre que recitaba aquella plegaria, pero lo oía perfectamente. ¿Estaría detrás de él?
Muy despacio y sin despegarse contra el vehículo blindado, Kevin McCormick volvió la cabeza para mirar por encima del hombro hacia la fachada de la estación. La niebla y el aguacero impedían una buena visión, pero no podían ocultar la figura de un hombre a tan solo un par de pasos más allá. Contando con Kevin, quedaba otro superviviente que aún no había sufrido la ira de Biggle: era el tipo trajeado el que también seguía vivo. Debía ser tal el grado de paroxismo de aquel hombre que por lo visto únicamente se veía capaz de orar una plegaria. El caro traje que llevaba —ahora completamente sucio por el barro— reflejaba humillación. Tenía también la cara descolorida y no podía apartar la mirada del muchacho albino, no mientras se acercaba a paso lento, si bien determinado, hacia su dirección.
En reacción, Kevin hizo pegar su espalda todo lo que pudo contra el vehículo y hacerse un ovillo con las piernas. Deseaba pasar inadvertido a ojos de Bradley. Este pasó por su lado, sorteando cadáveres, sin hacerle el menor caso: iba directamente hacia el otro hombre. En medio de la desesperación, Kevin se preguntaba por qué. ¿Por qué iba a morir en un lugar tan miserable? Pensar así le procuraba una agonía muy profunda. Incluso allí, entre los cuerpos inertes de los militares muertos, Kevin comenzaba a asumir que pronto acabaría de la misma manera. Por mucho que huyera, como la presa que presiente al hambriento cazador ya tras sus talones, no tendría escapatoria. Estaba metido de lleno en una carrera que no podía ganar. Únicamente podía agazaparse y esperar a que llegara su turno.
En un abrir y cerrar de ojos, Kevin vio cómo el intento del hombre del traje por levantarse y huir fue frenado por la misma fuerza invisible que había descuartizado brutalmente a los soldados de la S.W.A.T. El tipo trajeado se resistió pataleando y aferrándose al suelo con ambas manos, dejando la huella del arrastre hecho con los dedos. La misma fuerza invisible lo había apresado por un tobillo y seguía arrastrándolo hasta dejarlo ante los pies de Biggle, sucio y tembloroso como aquel animal que está a punto de ser aniquilado en un matadero. Bradley, en cambio, miraba al hombre con sus intensos ojos azules, sin pestañear ni una sola vez y con aquella boca inexpresiva; labios sellados en una línea muy fina. El hombre, sin dejar de forcejear, pegó una sarta de improperios y alaridos frustrados.
—Cualquier esfuerzo que emplees será inútil —sentenció Bradley. Su tono de voz era monótono, muy lineal y carente de expresión. Era la primera vez que hablaba desde que había llegado.
—¡Vamos! ¡Mátame de una vez y acaba con esto! —El agente del Gobierno trajeado, retorciéndose en el suelo como una serpiente herida, vociferó presa del descontrol—. ¡En el nombre de Dios espero que te atrapen y acaben por fin contigo y con esa plaga pestilente de engendros que son como tú!
Bradley carcajeó sutilmente. Era semejante a la risa franca de un niño pequeño.
—Me divierte con qué facilidad vilipendiáis los humanos el nombre de vuestro dios inventado. Creo que no hay otra palabra en este planeta que haya sido tan manchada y dilacerada como esa. —Carcajeó, esta vez, con mayor soltura que antes—. ¡En el nombre de Dios! Los humanos, con vuestras disensiones religiosas, habéis matado y os habéis dejado matar en el nombre de Dios. Habéis creado un monigote imaginario con el cual expiar las culpas acumuladas en vuestra conciencia. Qué lamentables podéis llegar a ser muchos de vosotros.
Bradley Biggle, vestido de Kenneth Stuart McCormick, se agachó con un flexionar de rodillas, quedando cara a cara con el ahora desquiciado hombre. Mediante la fuerza invisible, Bradley tiró del pelo de este hacia arriba a fin de que irguiera la cabeza y lo mirase directamente a los ojos. El hombre del traje se quejó en consecuencia, dejando escapar un gruñido de dolor. Kevin, a algo más de dos metros, lo presenciaba todo sin ser capaz de reaccionar. Únicamente sus oídos eran capaces de funcionar.
―¿Sabe una cosa? ―inquirió Bradley―. Conozco a un hombre limpio en cuanto lo veo. Lamento decir que ese no es su caso. Usted no es ninguna víctima, señor Mueller. Sé perfectamente quién es usted: trabaja para la Agencia Central de Inteligencia desde hace décadas. Ha hecho cosas terribles a cambio de puñados increíbles de dinero, ¿no es así? Usted no es un hombre limpio, sus manos están cubiertas de sangre y, por lo tanto, no tiene derecho a hablar en el nombre de ningún dios.
Bradley calló y no hizo más que mirarlo durante los segundos siguientes.
―¿Eres... telekinético? ¿Puedes mover cosas con tu mente, cierto? ―soltó el estupefacto hombre―. ¿El otro chico es igual de peligroso que tú?
"¿Telekinético?", pensó consternado Kevin. ¿Acaso eso explicaba lo de la fuerza invisible? No cabía duda de que era así. "¿El otro chico?, ¿se estará refiriendo a Kenny?", tampoco pudo dudar en que así era.
Bradley, en principio, no respondió ni tuvo intención de hacerlo. Henry Mueller esperaba una respuesta.
―Sí, el que buscáis es más peligroso que yo.
―¡No puede ser!, ¡mientes!
Bradley negó con la cabeza una única vez.
―Ha llegado la hora de ser recibido por Madre, señor Mueller, junto al resto de su escuadrón militar ―sentenció Bradley. Lo había dicho tan bajo que Kevin casi no logró captarlo. En su voz se percibió cierta solemnidad―. Espero que, para la próxima vez si es que la consigue, haga algo mejor con su vida.
―¡Vete al infierno, mocoso hijo de perra! ―replicó el hombre, desafiándole una vez más y escupiendo después una sarta de maldiciones.
Kevin no supo muy bien qué ocurrió después: la niebla adjunta con la lluvia no le permitía observar bien. Lo que sí pudo apreciar fue que el hombre dejó de patalear y quedó completamente rígido e inmóvil cual estatua de piedra. Y con bastante dificultad, Kevin pudo cerciorarse al fin: la cara del hombre había adoptado una extraña expresión. Tenía los ojos reducidos a rajas como las de un niño que imita la mirada de un oriental, y la boca también extendida por las dos esquinas, estrechándola y confiriéndole una sonrisa sardónica.
―El Gobierno... ―intentó decir sin apenas entendérsele al tener las facciones estiradas al máximo y en contra de su voluntad―. Si me pones un dedo encima...
―Te aseguro que no te lo pondré ―dijo Bradley, sin necesidad de mentir.
―¡Monstruo! ―insultó al chico aun teniendo el rostro desencajado―. ¡Eres un monstruo!, ¿me has oído bien? ¡Todos los tuyos y tú no sois más que basura híbrida que deberíamos haber exterminado en su debido momento cuando el proyecto se nos fue de las manos! ¡Nunca representasteis algo más para nosotros que meros experimentos! ¡No sois nada! ¡Nada!
In extremis, ante tal declaración de odio, Bradley dio rinda suelta a su poder mental.
El rostro de Henry Mueller empezó a rasgarse. La raja se inició por las comisuras de la boca, cuya línea de sangre se desgarró hasta las sienes, dejando a la vista dentadura y lengua. Otra raja surgió en el puente de la nariz y se extendió hacia arriba, atravesando la frente, como una grieta; y otra, hacia abajo, seccionando aun más los labios, la barbilla y el cuello..., hasta el torso. En cuestión de un minuto, Henry Mueller tenía el traje del todo ensangrentado, teñido de rojo. Un traje beige oscuro que se había vuelto más oscuro y húmedo, chorreando sangre por las mangas de la chaqueta y el dobladillo de los pantalones. Henry Mueller había dejado de insultar a Bradley: llevaba muerto desde el inicio de dicho minuto a causa de la conmoción.
Satisfecho, Bradley Biggle dejó de arrodillarse, se levantó y liberó al hombre de su telekinesis. El cadáver cayó abruptamente al suelo como una marioneta a la que la han cortado los hilos. Yació sobre su propio charco de sangre y durmió para siempre.
Bradley, sin inmutarse, miró por última vez al infortunado. Respiró profundamente y expulsó el aire que le quedaba como si por fin hubiera sido liberado de una profunda determinación. Luego, cambió de dirección y se dirigió hacia Kevin.
Los ojos del chico albino que lo escrutaban, sin manifestar expresión alguna, eran de un azul magnético, muy brillante.
Por su parte, Kevin sintió el aire atragantársele en la garganta. Se levantó de golpe y le crujieron los ligamentos nada más hacerlo. Sabía que, si permanecía en el suelo, su vida acabaría fácilmente sentenciada. Los miembros se le habían entumecido de estar tirado en el suelo frío y fangoso, por lo que se movía como un viejo o un cojo. Quizá era tal deplorable su estado que por eso Bradley no le atacaba de buenas a primeras, ya que simplemente le miraba, y el intenso color de sus ojos ―el único detalle visible que podía distinguir en su rostro― se acrecentaban mientras se le acercaba a paso regular. Comprendió que había cometido un error regresando a South Park.
Dios no estaba con él.
Kevin trastabilló unos pasos hacia un lado y huyó. La mejor opción que pudo barajar en su estado era esconderse en el bosque, el cual representaba su única posibilidad de sobrevivir. A pesar del torrencial que caía, la oscuridad y la poca visibilidad debido a la niebla, era una opción más acertada que esconderse dentro de la estación. Con un poco de suerte, si se escondía bien, Bradley no lo encontraría.
En su huida, mientras se tambaleaba por el bosque sin mirar ni una sola vez atrás, sentía que Bradley lo estaba siguiendo: lo acechaba desde alguna parte no muy lejana, esperando a que vacilase y cayese para poder cogerle impunemente. Su sistema, traumatizado como estaba, aún no le falló: le quedaba vigor en sus músculos, un vigor que no había sentido nunca antes. Incluso los rasguños producidos por los arbustos arañando piernas y brazos al cruzar, palpitándoles fuerte, estaban llenos de vida y lo celebraba.
Celebrara poder seguir vivo pero... ¿hasta cuándo?
Sumido en aquella determinación, dejó que el instinto guiara sus pies y así llegó a una especie de cerro escarpado. Trepó por este, escalando rocas con una facilidad que le hizo reír como un demente. Ni siquiera sabía qué demonios estaba haciendo. ¿Huir? Volvió a reír de la misma enfermiza manera. ¿Se puede huir de alguien como Bradley Biggle? Ya no corría por temor a la persecución, sino por el placer de sentir sus miembros en movimientos y sus sentidos a toda velocidad. Tenía la sensación de que aquella huida sería lo último que haría en la vida.
Era evidente que Dios o lo que fuera que estuviera ahí "arriba" no estaba de su parte; sin embargo, él no se rendiría tan fácilmente.
Un par de segundos más de escalada y halló una amplia caverna. Las paredes del interior y el suelo estaban compuestos por minerales encostrados que brillaban y lanzaban efímeros destellos como fulgores de estrellas lejanas. Moviendo lo menos posible sus articulaciones, rebuscó en sus bolsillos hasta dar con su encendedor. Este se le pegó enseguida a la mano debido al sudor. Tenía los dedos tan adormecidos que se los podría haber cortado sin que le doliera. Giró con un pulgar la rosca, chispeó reticentemente y ardió con una llama vacilante. Se adentró en la caverna sin pensárselo dos veces. El frío que sintió allí dentro le penetró la cabeza, el pecho, los dientes, los ojos y los dedos como agujas ensartadas, intensificándose al llevar la ropa empapada por la tormenta. La sangre, parecía habérsele paralizado en las venas; la saliva, se le resecó en la lengua; y el agüilla que había comenzado a asomarse por borde de la nariz, la sorbió. La sensación del frío aumentaba con su avance, aseteándolo de tal forma que ni siquiera podía darse la vuelta para cerciorarse de no haber sido seguido. Sobre su cabeza, colgaban estalactitas agudas como lanzas. El suelo que pisaba, mal nivelado, se inclinaba hacia un agujero profundo que ni con la ayuda de la llama emitida por el encendedor supo atisbar a qué profundidad estaba el fondo.
Si realmente había una galería de agua allí abajo tenía que estar congelada. Caer desde tan alto tendría como solución la muerte. Todo lo que pudo hacer fue mantenerse de pie, bordeando el agujero con sumo cuidado y evitar resbalar.
Inesperadamente, la llama del encendedor parpadeó cuando una repentina ráfaga de aire pasó por su lado. La llama murió y el encendedor no volvió a prender ninguna más. La respiración de Kevin se agitó compulsivamente. Un mar de oscuridad latente lo envolvió todo.
―¡Joder! ¡Mierda! ―exclamó al quedarse a oscuras y lanzando el encendedor lejos al serle inservible.
Nunca sabría si su voz puso en sobre aviso a Bradley que se encontraba afuera de la caverna o si Dios lo abandonó por completo en ese instante e invitó al chico a adentrarse en ella. Pero cuando Bradley estaba a un par de pasos de distancia ―lo pudo percibir, pero no ver―, Kevin se desplomó contra el suelo. Entumecido hasta los huesos, asustado y sin esperanzas, se estrelló contra el suelo, llevándose las manos a la cabeza.
―¡¿Qué infiernos está ocurriendo, maldita sea?! ―gritó el sonido ronco que raspaba su garganta con limaduras incontenibles; las palabras salieron tropezándose unas con otras en desordenada liberación como una confusa bandada de buitres.
―Precisamente eso, McCormick. Los infiernos se han desencadenado ―le dijo Bradley. Kevin pudo dilucidar con dificultad las Converse blancas, propiedad de Kenny, puestas en los pies del hijo de los Biggle. Así de cerca estaba Biggle en aquel momento, prácticamente Kevin estaba ante sus pies. Verlo vestido y tan parecido al que una vez aceptó como un hermano hizo que le saltaran las lágrimas―. Una cosa más: debo decirte que vas a ser padre. Tu novia está esperando un hijo tuyo.
Kevin quedó aturdido.
Un bebé. Iba a ser padre de un bebé.
―Si no hubieras venido, Kevin, tu vida sería ahora muy diferente. Madre te ofreció una oportunidad, una que merecías, y tú la has desechado por el único motivo de vengarte y hacer daño. No debiste entrometerte en esto... Te lo advertí en su momento, ¿lo recuerdas?
Esa fue su última idea, la de que iba a ser padre y que no vería crecer a su futuro retoño, hasta sentir cómo la fuerza invisible se enroscaba alrededor de sus brazos como dos serpientes venenosas. Y fue entonces cuando Kevin comprendió, al encontrarse con la luciferina mirada ausente de Bradley reluciendo en medio de la oscuridad, que había algo peor en el mundo que el terror. Peor que la muerte en sí. Era el sufrimiento sin esperanza de salvación. Había obrado mal, Kevin lo reconoció. Había tenido otra oportunidad, una nueva vida en Nevada cuando decidió marcharse de South Park hace cuatro años atrás y, dicha nueva vida, con su regreso por un exclusivo deseo de venganza, se había esfumado. De nuevo, su idea de crear una familia de verdad le fue truncada.
Derrotado esperaba a que su vida acabara; su cerebro ya le pedía a su cuerpo que dejara de existir.
―Ve con Madre, Kevin.
Escuchó decir a Bradley, pero apenas le prestaba ya atención. En contra de su voluntad, su cabeza fue ladeada con un rápido aunque violento giro hasta sobrepasar el límite, como una manivela movida sobre su eje, contraviniendo las leyes de la razón y de la anatomía. Kevin se asfixió cuando su cuello giró sobre sí mismo como una cuerda de carne; las cervicales quedaron reducidas a astillas de hueso, mientras que músculos y cartílagos en un montón de fibras desvencijadas. Le sangraron los ojos, le estallaron los oídos y murió antes de poder sentir la cúspide febril de dolor. Bradley le había procurado una muerte rápida.
Un leve empujón al vacío del agujero.
Segundos más tarde, el cadáver de Kevin McCormick yacía unos veinte metros más abajo sobre la que sería su tumba: la superficie congelada de una galería que, al cabo de unos días, se derretiría, las aguas regurgitarían y se hundiría hasta el fondo.
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Stanley Marsh se sentía incapaz de hacer algo; la angustia y la desesperación de no saber qué hacer. En aquel instante, Stan se inclinaba a creer que el pesimismo de Schopenhauer era una verdad casi matemática: el mundo se había convertido para él en una mezcla de manicomio y hospital; saber de más constituía una locura o una enfermedad y únicamente la felicidad podía venir de la inconsciencia y la ignorancia.
Miró por una de las ventanas de la planta baja situada en el salón principal de la casa de los McCormick que daba a la calle. Para su asombro, el alumbrado eléctrico se apagó justo en ese momento. Todo quedó oscuro a su alrededor, sombrío cual interior de ataúd.
No poco después, las intensas luces de los focos perteneciente a varios vehículos alteraron la negrura del ambiente, apeándose justamente delante de la casa de los McCormick. Stanley, consternado por lo extraño de la situación, no supo reaccionar cuando un grupo de soldados de élite del Gobierno y dos hombres vestidos con traje derribaron la puerta y entraron. Lo apuntaron con el arma, entre gritos para que se llevara las manos a la cabeza y permaneciera inmóvil. Stan hizo lo que le pedían y, después de identificarse entre balbuceos, dos soldados tiraron de él y lo empujaron hasta meterlo dentro de unos de los vehículos. Estos tenían una fuerza brutal, tiraban de él como si fuera una marioneta inservible. Le quitaron el abrigo que llevaba puesto y lo cachearon hasta cerciorarse de que no llevaba nada sospechoso encima. Solo unos vaqueros y camisa a botones oscuros, húmedos y embarrados después de su pelea con Kevin McCormick en el cementerio. No fue necesario cachearle de más para darse cuente de que Stan no podía ocultar nada debajo de la ropa. Ellos solamente seguían unos procedimientos establecidos.
―¿Y qué haces aquí? ―le preguntó uno de los dos hombres con traje. Uno de los soldados lo enfocaba con una linterna apuntando directamente hacia su cara. Apenas podía mantener la mirada al ser deslumbrado por la luz.
―Venía a hacerle una visita a mi amigo ―mintió esta vez―. Quería saber cómo se encontraba tras el entierro de su padre.
En el rostro de ambos hombres no había ni un asomo de expresión. Con ojos prestos lo observaban atentamente, de la misma manera que se aseguraría de que un marco colgado a la pared no estaba torcido. De manera muy homogénea y sin resquicios.
―¿Y dónde están ellas? ―El mismo hombre que antes le había preguntado se estaba refiriendo, evidentemente, a Carol y Karen McCormick.
―No... no lo sé. ―Y si Stanley igualmente lo supiera, tenía claro que les mentiría, pero la realidad también se confluía con otra: no tenía ni idea dónde podrían estar; sin embargo, suspiraba de alivio al saber que ellas habían podido escapar a tiempo. En aquel momento buscó la manera de aparentar incongruencia y desconcierto. Realmente sentía ambas cosas: aún no era capaz de imaginarse en qué se había involucrado de manera indirecta. Pero visto lo visto, la causa era obvia: Kenny.
Uno de los militares subalternos lo sujetó violentamente por detrás, pasándole los brazos por las axilas y uniéndolos en la nuca a fin de movilizarlo; y otro, le hizo oler un trapo de cloroformo hasta quedar inconsciente en contra de su voluntad. Intentó forcejear, exasperado, todo lo que pudo, pero acabó perdiendo la consciencia al cabo de efímeros segundos.
Cuando Stanley Marsh despertó, estaba encerrado en una pequeña habitación sin ventanas. Las paredes eran blancas y tenían forma cúbica. Lo habían dejado tumbado sobre una cama estrecha. Por lo demás, el inmobiliario era inexistente.
Stan quedó sentado; temblaba. Tenía el cuerpo entumecido, tanto que ni siquiera podía levantarse de la cama, sintiendo aún el olor del cloroformo incrustado a la memoria de su olfato.
¿Saldría vivo de allí?
La inseguridad ante una posible respuesta hizo que un firme sentimiento de terror tomara el control de sí mismo.
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Cuando terminaron de cruzar el bosque, llegaron a uno de los tramos de asfalto de la Route 34 dirección norte con conexión a Estes Park. Como era de esperar, la carretera estaba vacía, desprovista de almas. Durante el trayecto hasta allí ninguno de los dos había abierto la boca. Lo perceptible eran sus respiraciones agitadas, el trasiego eléctrico de la tormenta y el monótono e incesante ruido de sus pisadas atravesando charcos de lluvia que anegaban a mansalva el suelo de asfalto.
Craig se percató en Kenny, en lo arrimado que estaba y en la manera tan decidida con que se sujetaba a su mano. Ya había atardecido y el paisaje nocturno fluía alrededor de ellos, como una corriente marina surcando el fondo. Entrelazó sus dedos con los gélidos de Kenny, quien aceptó este contacto más cercano de sus manos al instante.
El destino había desempeñado un papel extrañamente importante en su romance con Kenneth 'Kenny' Stuart McCormick. A veces parecía que dicho romance había estado sujeto a cualquier acontecimiento que viviesen. Las circunstancias que hilvanaban el destino de ambos se mantenían inalterables, tanto en lo externo como en lo que parecía referirse al mundo interior de cada uno. Pero, mientras antes la determinación de Craig había estado revoloteando insegura a su alrededor, ahora esta misma determinación parecía haberse posado sobre él. Ella, Madre, era quien estaba dirigiendo sus vidas con su mente, como hacía con centenares, con millares de personas, preparando todos los encuentros, coreografiando victorias y derrotas bajo el peso de una misma balanza, guiándoles ciegamente hasta la que fuera su última voluntad.
Claro que Craig buscaba a Kenny, independientemente de las argucias predestinadas de Madre. Solo cuando se percibía esos hilos invisibles que atan a las personas con otras se conocería entonces lo acertado de la frase "El mundo es un pañuelo". Tal vez lo era. A pesar de su ámbito inmenso, devorador, a los ojos del Hombre, la casualidad no tenía lugar. El mundo es un pañuelo: en él no habrá dos seres, lugares o momentos idénticos. Su contemplación puede llegar a ser insoportable, pues cada hecho, cada ser, únicos, abocetados en una vida sin cuadro previo, formaban parte de un mismo torbellino de creación.
Ciertamente, eran muy diversas las circunstancias que se habían ido combinando hasta llegar a cimentar la base de la tangible determinación que Craig sentía. Su carácter respondía a esa seguridad de cómo debía actuar sin acarrear en él ningún tipo de confusión, sino que se ajustaba a una readaptación de todo su paisaje vital. Se encontraba en territorio desconocido, sintiéndose el menos indicado a la hora de actuar en aras de ser el guía de Kenny, pero a medida que transcurrían los minutos tras su reencuentro, Craig supo que estaba haciendo lo correcto: con su unión, las líneas comenzaron a fluir y a trazar abriendo amplias vistas sobre nuevos horizontes, tomaban posesión de ese destino que estaban empezando a compartir de nuevo, y a considerar que, realmente, Kenny le pertenecía. Pero nunca antes había sentido con tanta claridad que también él, Craig, le pertenecía a Kenny. Y era precisamente esta última impresión la que llegaba completar su recién nacida determinación, dándole un sagrado sentimiento de permanencia.
Tal y como Bradley le había asegurado antes de despedirse tras su charla en la cripta de los McCormick, Craig encontró un coche aparcado en la cuneta, a la sazón de quince metros de distancia.
―Vamos, Kenneth. ―Craig aceleró el paso de ambos, tirando de su acompañante.
Una vez hubieron alcanzado el vehículo, se soltó del agarre de manos que habían mantenido y abrió la puerta del copiloto, haciendo un leve ademán con la cabeza para que Kenny entrara dentro. El chico hizo lo que le pedía y, quitándose Craig la mochila que había estado cargando a las espaldas, la dejó en los asientos traseros. Justamente, como le había asegurado Bradley, encontró lo que andaba buscando: un pequeño estuche de tela marrón enrollado varias veces sobre sí mismo y atado con un lazo también hecho del mismo textil. Craig desató el nudo y desenroscó el estuche; en su interior había estrechos bolsillos donde habían sido guardados una decena de jeringuillas ya preparadas con sus respectivas dosis: un líquido blanquecino semitransparente, visualmente mucilaginoso, tan denso como el aceite.
Craig tomó una de las jeringuillas desechables, cerró la puerta trasera que había abierto y se dirigió de nuevo a Kenny. Se inclinó un poco y posó su mirada a la misma altura que la de Kenny, para luego quitarle el tapón de precintado a la jeringuilla y buscar el consentimiento de lo que estaba a punto de hacer.
"Antes de salir de South Park, deberás inyectarle a Kenny una dosis de glucógeno y quitina. Encontrarás en los asientos traseros un estuche con diez inyecciones de esta composición ya preparadas", le había dicho Bradley antes de despedirse de él. "Como te he dicho, nuestros organismos necesitan absorber una mayor cantidad de sacáridos debido, en gran parte, por tener una mayor actividad cerebral. La quitina, por otro lado, le proporcionará a Kenny las enzimas necesarias para la correcta fluidez de su transdiferenciación celular sin que absorba energía electromagnética del entorno y produzca tormentas como esta."
Kenny parecía saber lo que estaba a punto de hacer, así que se deshizo del abrigo, en silencio, y desabrochó un par de botones de la camisa para dejar al aire una parcela de piel descubierta perteneciente a su hombro derecho, el más próximo a Craig.
"Recuerda, Craig, que Kenny solo será percibido por mis hermanos si su energía se dispara para absorber el electromagnetismo de las tormentas. Mientras su organismo esté bien, su energía pasará desapercibida... incluso para mí. Haz que coma y tome cosas con exceso de glúcidos. Ya sabes que él es un tozudo y, tal y como está su estado de ánimo, como si tienes que obligarlo a tragar comida con un embudo. Si ves que las cosas van a peor no dudes en inyectarle una de las dosis que te he preparado. Úsalas con cabeza, no las desperdicies. Si no, tendréis a mis hermanos siguiendo vuestros pasos; un descuido y no tendréis escapatoria. Es importante que tengas esto muy en cuenta."
Tras el pinchazo, Craig cubrió el hombro del chico con la camisa mientras le miraban directamente esos inconfundibles ojos blue velvet.
―Bradley me dijo que la inyección te dejará aturdido durante un par de horas. Podrás descansar mientras yo conduzco ―susurró Craig según seguía escrutando aquel par de enigmáticos ojos. La última frase parecía preguntarla y, al mismo tiempo, querer confirmarla.
Kenny asintió y dejó caer levemente sus párpados, sin más. No parecía inquietarle el no saber a dónde se dirigían. Emocionalmente el chico estaba rendido y, junto a la dosis que ya estaba empezando a surgir efecto en su organismo, no dudó en seguir sus indicaciones. Verle de esa forma ―derrotado y hundido como nunca antes; oscuro y carente de aquella brillante luz que tanto encandilaba a Craig―, le dolió profundamente en el alma. En consecuencia, el estable pilar que había en el corazón de Craig había quedado reducido a un remolino de humo. Se inclinó un poco más y estrechó a Kenny entre sus brazos. Necesitaba aquel abrazo como un condenado la salvación eterna. A respectivos lados de la cabeza, como tímidas criaturas escondidas en lo más recóndito de un bosque virgen, se asomaron ligeramente dos pequeñas orejas rosáceas entre aquella mata espesa y revuelta de cabellos demasiado rubios, albugíneos. Kenny rodeó sus hombros empleando sus brazos, estaba respondiéndole el abrazo. Prolongaron aquel ansiado abrazo durante unos segundos más, volviendo a sentir profundamente cómo el tiempo se tornaba de nuevo relativo, pero a corazones dispuestos no se les antojaba tan largo. A Craig le resultaba extraño, incluso le parecía bastante ilógico, que otras personas vivieran sus vidas en el mismo mundo que ellos en aquel momento.
Deshicieron lentamente el abrazo poco después, no había nada más qué decir, no al menos con los labios.
Craig cerró la puerta del copiloto, rodeó el vehículo hasta abrir la puerta del conductor y sentarse dentro. Como era de esperar, las llaves ya estaban puestas en el contacto. La luz del interior que les estaba alumbrando fue bienvenida por ambos después de haber estado durante el largo trecho que habían caminado prácticamente a oscuras. Craig echó un primer vistazo al interior del vehículo. Como había estado abstraído mirando el penoso estado físico de Kenny, no se había fijado, pero aquel no era un coche normal en ningún sentido. El equipamiento era de óptima calidad; la comodidad de los asientos de cuero sintético, extraordinaria, y sobre todo, reconfortante. El interior olía a nuevo y parecía estar insonorizado, por lo que apenas entraba el ruido de la tormenta. Y la marca del vehículo ―ni más ni menos que un Mercedes-Benz negro como la noche― denotaba que era bastante caro. No tenía ni la más idea de dónde lo había podido sacar Bradley, pero tampoco deseó imaginárselo, aparte de que saltaba a la vista que la matrícula pertenecía a otro Estado. Bradley lo había dejado premeditadamente ahí para así facilitarles la huida de South Park. Fue encender el motor y un celestial bramido de motores que auguraba una cantidad desmesurada de caballos de potencia, hicieron un brutal eco a través del espacio. Volvió a mirar a Kenny, este quedó recostado y con el rostro apoyado en el cristal de la ventanilla.
La niebla comenzó a disiparse y la lluvia aminoró al cabo de la media hora tan pronto como Craig hubo emprendido el viaje. La luz de los faros del automóvil reverberaba sobre la líneas de circunvalación pintadas en el asfalto de la carretera. Los cables del tendido eléctrico, la carretera, el manto espeso de la arboleda, todo confluía a su dirección en el avance, percibido con mayor densidad cuando elevaba un poco la velocidad. En su conjunto, la visión que tenía Craig en medio de la latente oscuridad apenas redimida por las luces de antiniebla delanteras, el espacio se le antojaba abstracto; un espacio de rectángulos, líneas de sombras rectas y curvas desdibujadas por la noche que resquebrajaban su verdadera forma a la luz del día.
Tomó la carretera que iba de Estes Park a Boulder, ciudad situada al oeste de Longmont, tomando la Route 36, dirección sur. De vez en cuando, miraba de reojo a Kenny, quien había quedado dormido profundamente. Durante el trayecto montañoso, apenas contó más de diez casas. No fue hasta alcanzar el recóndito Heil Valley, que parecía un valle perdido del Edén, cuando atisbó las primeros ranchos y granjas. Dicho lugar había permanecido ajeno a la tormenta eléctrica azotada en South Park; el cielo a pesar de estar cubierto de nubes, estaba en calma y la niebla había descampado hasta desaparecer. El paisaje montañoso revestido por bosques de coníferas fue sustituido paulatinamente por uno ampliamente dibujado de bosquecillos crespos de nogales que quedaban recortados por extensas praderas. A lo lejos, la cadena montañosa Longs Peak era claramente visible como una sombra alargada, de un azul más oscuro que el cielo. Tras una curva del camino solitario, la empinada cortinilla de nogales se abrió y el racimo de luz dorada de la ciudad de Boulder fue del todo visible, apiñado y brillante en medio de la nada, que se semejaba tanto más a una aparición etérea en cuanto que sus edificios iluminados hacían pensar, más que en su plano de ciudad en sí.
A esas alturas del trayecto, dio con los primeros vehículos, fluyendo como uno más dentro de la circunvalación. Atravesó Boulder sin pararse siquiera para tomar enseguida la Interestate 25, dirección sur. Llevaba dos horas conduciendo y, a pesar de ello, no tenía intención de bajarse del Mercedes-Benz.
Los bosques y las praderas fueron siendo sustituidos, poco a poco, por el aliento árido de la estepa. El verdor de la hierba también cambió, adquiriendo un tono amarillento. Los nogales fueron sustituidos por árboles más pequeños; las hayas, por arbustos achaparrados, de hojas rígidas y espinosas, y cactus columnarios; un cielo anegado por nubes espesas por uno estrellado y de impronta veraniega. En dirección sur, había unos ochos grados más de diferencia desde que había dejado atrás Boulder y Colorado Springs, por lo que tuvo que parar en una cuneta a fin de deshacerse torpemente del abrigo y la chaqueta que llevaba aún puestos y retomar el camino poco después.
Craig agradeció el hecho de que Bradley les proveyera de un depósito de gasolina prácticamente lleno, pero ahora, tras casi cuatro horas de viaje, la luz del indicador ya había comenzado a parpadear, indicando que ya se estaba utilizando el depósito de reserva y que este pronto también se vaciaría. Habiendo comprobado unos carteles viales colocados en un lado de la carretera, dedujo que le faltaban un par de millas para alcanzar otra ciudad: Pueblo, también conocida esta ciudad como "La Ciudad del Acero". Estando prácticamente a mitad de camino, tuvo que tomar la primera salida a la derecha, dejando atrás la Interestate 25 y entrar en la gasolinera que había divisado desde la autopista. Parqueó el coche y un empleado le llenó el depósito vacío de gasolina. Nada más salir del coche para ir a pagar, un áspero olor a calor le inundó el pecho. Puede que dicha sentencia no tuviera sentido pero, para las personas que han vivido siempre en una región sepultada en nieve prácticamente durante todo el año, sabrían a qué olor se estaba Craig refiriendo.
Quedó por segundos escuchando la quietud del espacio. Más allá, las luces de Pueblo ponían algo de vida frente a la nocturnidad silenciosa de la estepa que se expandía por todas las direcciones, sin apenas desniveles geográficos, ni colinas ni cerros interrumpían la línea recta de tierra que se confluía con el horizonte. La bóveda celeste era impresionante... salvo por las dos anchas fajas de nubes ennegrecidas que se extendían como un par de inmensas alas de halcón, por lo demás, las estrellas fulguraban con suma nitidez. Ya estaba en movimiento, pagando la gasolina en el interior del pequeño edificio perteneciente a la gasolinera, cuando solo buscaba la quietud de presenciar aquel nuevo paisaje que se extendía majestuoso ante él.
"Mientras tú estés con él, todo fluirá como debe ser, Craig", las palabras de Bradley seguían haciendo mella en su cabeza. En ese instante, Bradley le había sonreído. Era la primera vez que lo veía sonreír de manera tan natural, con los ojos humedecidos. Por el instante de esa sonrisa, Craig más que a Bradley, sentía que estaba ante el risueño Kenny. "Este planeta como cualquier otro de semejantes características funcionan bajo los mismos principios regidos en Madre, siendo estos principios suyos los que se encargan de mantener el equilibrio entre proporciones opuestas. En cualquier mundo, estés en el mundo que estés, este equilibrio es, en la mayoría de los casos imperceptible a nuestros ojos. Es este un principio inmutable , independientemente del mundo en el que nos encontremos."
»Como te dije antes, lo más importante para este mundo en el que vivimos es mantener dicho equilibrio. Nosotros ―mis hermanos, Kenny y yo mismo― estamos desequilibrando dicha balanza natural y solo hay dos formas de estabilizarla.
»La primera tiene que ver con el objetivo que quieren llevar a cabo mis hermanos. Por si no lo sabes, Kenny es mucho más peligroso al tener la capacidad de controlar grandes cantidades de la energía de este planeta. Si mis hermanos consiguen tenerlo de su lado, posiblemente utilicen su poder para restablecer un nuevo equilibrio con la exterminación de la raza humana. Mis hermanos creen que están haciendo lo correcto... pero yo sé muy bien que no es así. Ellos no pueden escuchar a Madre y, aunque saben ya que lo que están haciendo no está acorde con sus deseos, prefieren desoírla tal y como hacéis los humanos, y demostrarle que pueden crear dicho equilibrio por sí solos. Es en la segunda forma donde entras tú en escena.
»Hay una frase de Carl Jung escrita en una de sus obras que lleva rondando en mi cabeza durante estas últimas horas. Dice así: "Donde hay luz, tiene que haber sombra y donde hay sombra tiene que haber luz. No existe sombra sin luz, ni la luz sin su respectiva sombra." Ese psicólogo no iba mal encaminado, ¿sabes? Si hay algo que he comenzado a comprender del mensaje de Madre es la noción más importante: Todos estamos aquí para reencontrarnos, para equilibrar la balanza y reunirnos con la otra mitad que en nosotros falta. La vida se extingue allí donde existe el constante empeño de borrar estos reencuentros y uniones por la vía de la violencia.
»Craig, ¿recuerdas cuando te dije que Kenny y tú os complementabais? No lo decía desde un punto de vista meramente conceptual ni mucho menos. Tú tienes lo que a Kenny le falta y Kenny tiene lo que a ti te hace falta. Os habéis compenetrado, vuestras energías lo han hecho, y ello ha ejercido un gran impacto en lo que a vuestro destino se refiere. Por así decirlo, ambos habéis construido una especie de anticuerpo frente al virus: mis hermanos. Desde luego, esta es una analogía sesgada, porque desde la perspectiva de mis hermanos sois los humanos la verdadera enfermedad. Yo serviré de conducto, os ayudaré a acabar con ellos."
"¿Pero por qué soy inmune a esos hermanos vuestros, Bradley?", había tenido que preguntarle al no poder resistir por más tiempo el suspenso de semejante contubernio.
"Ya te lo he dicho: porque Kenny y tú os atraéis mutuamente, con bastante intensidad.
"Nos atraemos mutuamente", había balbuceado aun no pudiendo asimilar semejante sentencia.
"Sí, mutuamente y con bastante intensidad. Vosotros dos ya sois uno; vuestras energías se han unido y se han convertido en una. Si tú mueres, Kenny también morirá... y de manera definitiva."
Tomando nuevamente el asiento del conductor, Craig posó su mirada en Kenny, quien todavía seguía inmerso en el letargo, ajeno a lo intrincado que se habían tornado sus recuerdos y pensamientos. Miró a su alrededor al llegar a un cruce y, próximo a la gasolinera, localizó el brillante cartel de un motel de carretera.
"Somos uno. Si yo muero, Kenneth morirá", no dejó de susurrar su conciencia cual eco radiofónico prolongándose lentamente entre la inmensidad del espacio.
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Bradley usó su telekinesis para llegar cuanto antes a la casa de sus padres adoptivos. Tal y como esperaba, la zona residencial permanecía tranquila; no había ni un alma en la calle. El aguacero propugnado se había apaciguado de pronto, como si alguien estuviera cerrando poco a poco el grifo del cielo, por lo que también había una mejor y mayor visibilidad: la niebla había disminuido y los relámpagos dejaron de iluminar intermitentemente el cielo. Dejándose caer contra el suelo sin antes frenar levemente sus pies antes de rozarlo, Bradley aterrizó justamente frente la fachada donde había sido criado. En silencio, volvió a mirar en derredor agudizando los oídos. No escuchaba nada salvo la apaciguada lluvia. Tampoco sentía ningún tipo de energía salvo... una energía pequeña, diminuta. Esta se encontraba en el interior de su hogar.
Bradley sonrió.
―Tweek ―susurró con los comisuras aún arqueadas hacia arriba.
Se dirigió rumbo al interior. Como previó, Tweek le había hecho caso y ya lo esperaba en su casa. Tenía el tiempo justo para decirle lo importante que era para él; no pensaba irse sin antes despedirse. Con anticipación sabía que en un buen puñado de minutos, más vehículos de la S.W.A.T. vendrían a apresarlos a Kenny y a él. Kevin le había delatado también a él y tenían previsto atraparle, pero, a ojos del Gobierno, no darían con Bradley sino con Kenny: Bradley se haría pasar por Kenny y se dejaría atrapar, ese sería el siguiente paso de su plan. Atacaría desde dentro del sistema y se haría con toda la información que tenía que ver con el mensaje estelar captado por el Radiotelescopio de Arecibo en la noche anterior. Estaba completamente seguro de que dicho mensaje le daría las claves necesarias para conocer la mitad de sus genes. Por otra parte, había escuchado a Madre decirle claramente antes de su encuentro con Craig que "Carol e hija están lejos. Al sur", supuso que ella misma había intervenido y había hecho que la madre artificial de Kenny y su hermana de pega huyeran de South Park antes de que las encontraran los emisarios enviados por el Gobierno.
A Bradley le latía el corazón con acuciada rapidez. Llevado por la inquietud, Bradley rodeó la vivienda, se hizo impulsar el cuerpo mediante la telekinesis y entró por la ventana que daba a su habitación. Sin embargo, lo que vio tras la ventana, no fue del todo un buen augurio: Tweek estaba tirado en medio de su habitación, completamente inconsciente.
―¡Tweek! ―Bradley hizo abrir la ventana con su telekinesis de un solo golpe. Luego, corrió hacia el inerte cuerpo del chico, sin dejar de llamarle por su nombre, y se arrodilló a su lado―. ¡Tweek! ¿Estás bien? ¿Puedes oírme?
Más calmado, Bradley escuchó lo que parecía ser murmullos del inconsciente de Tweek Tweak al estar soñando. Eran pesadillas lo suficientemente confusas como para no entenderlas. Lo zarandeó por los hombros a fin de despertarlo y sacarlo de su inconsciencia. Después de intentarlo varias veces, Tweek movió sus parpados ligeramente. Tuvo la mirada perdida hasta que pudo tener noción de sí mismo y enfocar de pronto sus ojos verdes en Bradley. El gesto desorientado de Tweek cambió rápido por otro de puro terror. Los latidos del corazón de Bradley se aceleraron en respuesta.
―¡Están... e-están aquí! ―tartamudeó Tweek, incapaz de articular bien las palabras.
Bradley no tuvo que esperar demasiado tiempo para reaccionar. De pronto lo notó. No estaba soñando; algo ocurría en realidad. Cuatro energías de radiante poder habían aparecido espontáneamente junto a ellos. Las figuras se perfilaban en medio de la oscuridad y le miraban a la cara desde arriba. Durante una fracción de segundo más, su mente e despejó, ató cabos y supo quiénes eran los recién llegados.
Eran sus hermanos. Entre ellos, adivinó la amenazadora energía de Berenice. ¿Desde cuándo habían aprendido a ocultar sus energías? Bradley no tenía ni idea de cómo hacerlo. Por otra parte, Tweek estaba a su lado, completamente paralizado por el terror.
De pronto, una fuerza invisible hizo que su espalda se engarrotara. Intentó contraatacarla con su telekinesis, intentando impulsar dicha fuerza que le oprimía con un fuerte empujón y apartarla lejos.
―¿Crees que no nos daríamos cuenta, Gokzarah? ―La voz de Berenice había resonado entre las cuatro paredes de la estancia―. Qué equivocado estás al querer traicionarnos a nosotros, a tus propios hermanos. Y todo por culpa de este humano enfermo. ¿Qué tiene de interesante, eh? ¿Acaso tiene que ver su esquizofrenia, Gokzarah?
Ante los ojos de un enmudecido Bradley, vio cómo la misma fuerza que lo retenía a él lanzaba a Tweek al otro lado de la habitación, cuyo frágil cuerpo se estampaba violentamente contra el escritorio. El quejido de dolor proferido por el muchacho esquizofrénico hizo saltar todas las alertas en Bradley, quien era incapaz de hacer que su telekinesis se deshiciera de dicha fuerza que lo retenía sin contemplaciones. Pateaba y tiraba con todo la energía que podía. Pero no servía de nada.
―¡No! ―gritó―. ¡Dejadle en paz!, ¡él no tiene nada que ver en esto!
―Pues yo creo que sí que tiene que ver ―le respondió Berenice mientras lanzaba a Tweek, cual marioneta, y hacerlo estrellar contra la pared de enfrente. Este ni siquiera le dio tiempo de soltar un grito.
Tweek se desplomó contra el suelo, ante sus ojos; una brecha sanguinolienta había comenzado a discurrir por su rostro. Aún retenidas sus fuerzas, Bradley se limitó a dejar de usar su telekinesis para luego comenzar a temblar.
―Por favor... dejadle. Haced lo que queráis conmigo, no pondré resistencia, pero, por favor, dejadle en paz. No le hagáis más daño, no le matéis. Por favor..., por favor.
De sus ojos azul índigo brotaron por primera vez lágrimas.
La misma enorme fuerza tiró de él desde su espalda. Una mano sin cuerpo ni forma. Le jaló hacia arriba, remontándole del suelo. Escuchó un grito de fondo; era la voz de Tweek proferir su nombre. Bradley no pudo resistirlo cuando dicha mano penetró limpiamente a través de su espalda y se dirigió directamente al corazón.
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El efecto de la dosis dejó de notarse primero en los dedos, luego en los brazos y en el medio del pecho ―que dejó de respirar profundamente para tomar una respiración menos pausada―, y después se extendió una gran corriente eléctrica que despegó por los músculos y huesos, como si de pronto dejara de flotar sin límites sobre un lago de agua salada. Cuando esta vigorosa energía se extendió por sus tejidos, Kenny experimentó un fuerte sentimiento de miedo; los últimos recuerdos todavía no llegaban a ser asimilados en su cerebro. Pasaron de repente una serie de imágenes, como si estuviera viendo una película: recordó su reencuentro con Craig.
Escuchó que abrían una puerta. Sentía que lo cargaban en brazos como quien carga a un niño que había caído dormido en el sofá y lo llevaban hasta su cama. El calor le era familiar y agradable, demasiado cercano y confortante como para no tentar desearlo como suyo. No creyó estar dormido cuando se encontró que realmente lo cargaban en brazos y que lo desplomaban sobre una cama, tan suave y cuidadosamente, que apenas los muelles hicieron eco de su penoso chirrido. El calor se desprendió de él y seguidamente escuchó un apacible ruido de abrir una maleta y más movimientos silenciosos a su alrededor. Kenny simuló dormir cuando escuchó un suspiro ―de tranquilidad o frustración, no sabía con certeza― que parecía que no tenían intención de hacer.
Ese calor nuevamente se acercó a él y se inclinó para quitarle los zapatos, deshacerle los mechones de la cara y besarle, sin hacer presión con los labios, sobre la frente.
Una enorme sensación de paz inundó a Kenny, quien no tardó en quedarse nuevamente dormido.
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FIN CAPÍTULO XXVI.
Saludos :) . Como siempre, después de un larguísimo paréntesis, aquí tenéis un nuevo capítulo para esta historia "interminable" xD. Me ha costado un mundo poder acabarlo, aun así, he disfrutado mucho escribiéndolo y, cómo no, me encanta poder compartirlo con vosotros. Espero que os haya gustado tanto como a mí.
Tampoco podían faltar aquí mis eternos agradecimientos, sobre todo, por los reviews recibidos dándome valiosos consejos y palabras de ánimo. ¡Muchísimas gracias!
Un fuerte abrazo.
Silen.