Disclaimer:

Los personajes no me pertenecen... son de la brillante Stephanie Meyer *-*
yo sólo los adapté a una genial historia de Lynne Graham.


" Atrapada en tí "

(un matrimonio diferente)

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Argumento:

Bella Swan, una muchacha muy joven, prudente y hermosa nunca había entendido el por qué su esposo la había ignorado por completo durante los cinco largos años que llevaba de casada con él. De pronto se entera que toda la culpa la tenía su padre por chantajear a su marido, lo que obligó al pretencioso y posesivo Edward Cullen a casarse con ella.

Pero cuando Bella decidió olvidar el doloroso pasado y construirse una nueva vida junto al hombre que realmente la amaba, Edward apareció diciendo que ya estaba preparado para el matrimonio y que a partir de ese momento, ella iba a dormir en su cama...

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Capítulo 1:

Bella bajó deprisa los escalones que daban al bar y entró. Estaba oscuro y lleno de bebedores que aprovechaban la hora del almuerzo para tomar un trago. No veía a Jacob; no era lo suficientemente alta como para divisarlo entre las cabezas de hombres de negocios trajeados que tenía a su alrededor. Mientras se abría camino entre los clientes, sintió un estremecimiento. La idea de que la vieran allí, de que la reconocieran la aterraba. Por ello fue un alivio distinguir entre la multitud en el extremo opuesto del local la cabellera oscura de Jacob.

Jacob Black era alto, de buen porte y atractivo, tenía unos profundos ojos negros y una bronceada piel, que lo ayudaban frente a cualquier propósito de conquista. Al instante que la vió aproximarse, se puso de pie, y Bella se sintió orgullosa.

- Llegas tarde – se quejó él.

- Lo siento, no pude escaparme antes – explicó ella jadeando, mientras se dejaba caer en el asiento y echaba otra ojeada al lugar, temerosa de encontrar alguna cara conocida.

- No sigas. Estás en otra parte de la ciudad.

Bella bajó la cabeza, escondiendo la cara ruborizada detrás de su melena castaña oscura.

- ¡Ese hombre de allí me está mirando!

- La mayoría de los hombres miran a las mujeres bonitas... y tú eres exquisitamente bonita, mi amor – murmuró Jacob en voz baja, adoptando un tono íntimo mientras le tomaba la mano-. Me fastidia ver que te miran todos cuando pasas.

- ¿De verdad? – preguntó ella asombrada por sus cumplidos.

- ¿Por qué no vamos a mi apartamento? – sonrió Jacob dibujando el labio inferior con el dedo.

Bella se puso rígida.

- No puedo. Todavía no. Ya sabes cómo me siento – musitó. El miedo se había apoderado de ella.

Él cambió su expresión por un gesto frío y duro.

- Jacob, por favor...

- Por lo que se ve, estás jugando conmigo mientras tu esposo está de viaje. - volvió a quejarse con reproche.

- Te amo – los ojos chocolate de ella se llenaron de tristeza y ansiedad.

- ¿Entonces cuándo vas a decirle que quieres divorciarte? – le exigió.

- Pronto. Estoy buscando el momento apropiado – Bella se había puesto pálida, y en los rasgos bonitos de su cara expresaba cierta tensión.

- Teniendo en cuenta que él solo duerme contigo una noche al mes, puedo esperar sentado aquí hasta el año que viene, según tú. - se detuvo unos instantes. - Tal vez lo ames al desgraciado...

- ¿Y crees que es posible? Tú sabes bien que nuestro matrimonio no es como otros. - le explicó demandando su serenidad, ella no podía entender por qué Jake siempre le decía lo mismo cuando hablaban de su esposo. Ella no lo amaba, de eso estaba segura.

- ¿Y no quieren los periódicos aprovecharse de esa situación? – se rió Jacob burlón.

- No me hace ninguna gracia, Jacob.

- Bueno. Lo único que me tranquiliza es saber que si yo no soy tu amante, él tampoco lo es. Un verdadero misterio. Mírate. La esposa virgen después de cinco años. Y sin embargo a él rara vez no se le ve con una jovencita colgada del brazo. Quizás sea un homosexual no declarado.

El estómago de ella se revolvió. Pensó que había sido una locura contarle a Jacob la verdad sobre su matrimonio. No se trataba de que fuese a usarlo en su contra. Le tenía verdadera confianza a Jacob, pero se daba cuenta de que su confesión podía resultar peligrosa, pero igual accedió a confesar todo, para calmar los celos de Jacob hacia Edward.

- ¡No hables así de él! – se quejó Bella.

- ¿Acaso no estás cansada de él? No creo que jamás tengas la valentía de decirle que quieres ser libre nuevamente. Me parece que estoy perdiendo el tiempo contigo.

- No, eso nunca – dijo ella aterrada ante la idea de perderlo.

No podía imaginarse volver a los tiempos de su vida sin Jacob. Una vida aburrida, vacía. Días interminables. Sin ninguna vida social. No tenía amigos. La observaban en todos los sitios a los que iba. La puerta de su cárcel se había cerrado el día de su boda, y ella había sido tan tonta, tan ingenua de no darse cuenta hasta que había intentado pasar las rejas.

- ¿Entonces cuándo? – presionó él.

- Pronto. Muy pronto. Te lo prometo. - le dijo con voz dulce agarrandole la mano.

- No entiendo por qué no recoges tus cosas y te vas. No se puede decir que no tengas motivos para divorciarte de él. El adulterio no va a pasarse de moda mientras ande por ahí Edward Cullen. - volvió a reclamar. Ella trataba de ser lo mas tranquila y serena posible, pero, pareciera que Jacob se habia propuesto fastidiarle el día.

- Tengo que hacerlo bien, Jacob. ¿No crees que le deba eso al menos?

- No creo que le debas nada. Ni siquiera es tu esposo ante los ojos de la iglesia ni de la ley – Jacob insistió.

- ¡Me tengo que ir! – dijo Bella mirando el reloj de pulsera.

Jacob le rodeó los hombros y la besó con demostrada maestría.

- Te llamaré – le prometió -. Te quiero.

Bella salió corriendo. Estaba cerca de la peluquería en la que había reservado hora para una larga sesión de masaje. Era demasiado arriesgado encontrarse con Jacob. Y su cabeza le decía que cuanto más tardase en confesarle la verdad a Edward y pedirle el divorcio, más se arriesgaba a que fuese descubierta. Pero, entonces, ¿qué importaría realmente?

A Edward no le importaba lo que hacía ella. Lo veía una vez al mes cuando él pasaba por Londres, y el año anterior ni siquiera lo había visto con esa frecuencia. A veces Edward le pedía que organizara una cena de negocios. Pero no era frecuente. Había ocurrido pocas veces, y muy espaciadas. Incluso se solía comunicar con ella a través del personal de su empresa, en caso de necesitarlo.

Durante el tiempo que llevaban casados, Edward no la había invitado a salir nunca, ni siquiera la había llevado a una fiesta. Solía llevar a otras mujeres en ese caso, pero a su esposa jamás. Edward dormía en el ala de la casa que había acondicionado para sí. E incluso las pocas noches que habían dormido bajo el mismo techo, lo había oído salir tarde, y regresar al amanecer. Es decir que ni siquiera se podían contar esas noches como compartidas con él.

Por un momento recordó cuánto había llorado y se había preguntado qué había hecho para que las cosas fuesen así, y que podía hacer para atraer su atención. Con rabia, quiso borrar esos recuerdos de su mente. El tiempo se había ocupado de que aquellos tiempos hubiesen quedados sepultados. La joven novia había crecido y era más sabia ahora.

- Lo siento. Me olvidé de la cita – murmuró Bella en la recepción de la peluquería, y además insistió en pagarla de todos modos.

El propietario, Mike, le ofreció comenzar con ella una sesión inmediatamente, pero ella se disculpó diciendo que se le hacía tarde, y se sentó a esperar a su peluquero.

- ¡Oh! Señora Cullen, su guardaespaldas ha dejado un mensaje para usted – le dijo Mike bajando la voz y la cabeza.

Bella se puso tensa y pálida.

- Tranquilícese – Mike la miró con complicidad -. He dicho que estaba en la sesión de masajes.

- Gracias – ahora Bella se había puesto colorada.

- Será mejor que le dé el mensaje. El señor Cullen le está esperando en casa.

¿Que Edward qué? Edward la estaba esperando... ¿Edward, que nunca la había esperado en cinco años? ¿Edward estaba en casa cuando no lo esperaba hasta la siguiente quincena? Involuntariamente, Bella se estremeció; se le revolvió el estómago. Sintió terror.

Mike se sentó a su lado, y le dijo:

- Pequeña, tú no eres el tipo de chica para jugar a esto.

- No sé lo que estás...

- Llevas viniendo a este salón desde hace cinco años. Y desde hace dos meses no haces más que ponerte colorada – suspiró -. Y no quisiera pasar a la historia como un estúpido capaz de facilitarle una coartada a la señora Cullen. Me da la impresión de que tu marido es un tipo capaz de romperle los dedos a quien haga una falta así. Me dan temblores de sólo pensarlo.

- Lo siento – Bella se sintió avergonzada.

- Y yo siento no poder ayudarte más, porque ha sido bonito verte feliz por un tiempo. - le dijo con total sinceridad.

- ¿Señora Cullen? - preguntó una voz de pronto. Sonó gruesa y fría.

Bella miró a Boyce, su guardaespaldas, que proyectaba una sombra grande y oscura sobre ella se puso de pie, Boyce le echó una mirada de desconfianza a Mike, quien se encontraba demasiado cerca de la esposa de su jefe.

Tan pronto como se acomodó en la limusina se desmoronó. Mike sabía que ella estaba viendo a alguien. Se sentía tan humillada. Y también se sentía terriblemente culpable. Se peluquero además tenía miedo de verse envuelto en un escándalo matrimonial. Aunque lo cierto era que nada de eso sería posible, ya que Edward no tenía ni la menor idea de lo que hacía ella. Pero el dicharachero Mike, que tantas veces se había reído de sus depresiones, estaba sinceramente asustado.

Todo el mundo le tenía miedo a Edward. Y sin embargo ella jamás lo había oído gritar. Durante los primeros tiempos de su matrimonio, Bella había sentido terror hacia Edward, pero con el tiempo ese terror se había ido difuminando, y adquiriendo la forma real de la indiferencia de Edward hacia ella. Simplemente parecía que Bella no existía en la escala de seres humanos importantes para Edward. Él se había casado con Bella para obtener las acciones que su padre le había cedido a ella. Su esposa era parte de un acuerdo de negocios, nada más.

Y sin embargo, ella hubiera jurado que había habido momentos, al principio de la relación, en que Edward la había mirado con odio; un tiempo en que cada palabra de él sonaba como una amenaza hacia ella, cuando la sola presencia de Edward la hacía sentir en peligro. Entonces había aprendido a evitarlo siempre que podía. Había aceptado casarse con ella por las acciones. Pero no obstante el divorcio no parecía ser una idea que lo convenciera. Y esto era algo que Bella no alcanzaba a comprender.

Y ahora Edward, que no había dado la más mínima señal hacia ella en cinco años, había vuelto a casa y la estaba esperando. Era algo que la ponía nerviosa. Subió los escalones de la enorme casa aferrada a su bolso como si buscase protección en algo.

"La esposa infiel", pensó con tristeza.

Pero ella no era su esposa en realidad, se recordó, como lo había hecho desde que había conocido a Jacob. Tendría que haberle pedido su libertad mucho tiempo atrás. Pero su padre se hubiese puesto fuera de sí, y se hubiera sentido terriblemente decepcionado.

Bella se había pasado los primeros diecisiete años de su vida complaciendo a su padre, Charles. Y hacía cinco años, por consejo suyo, se había casado con Edward, y ése había sido el error más grande de su vida. Edward le había quitado la libertad, y no le había dado nada a cambio. Pero todo eso era historia pasada, se recordó a sí misma. Hacía apenas dos meses que su padre había muerto, a causa de la enfermedad coronaria que había dañado su salud durante años.

- El señor Cullen la está esperando en la sala – le informó Ben, el mayordomo.

Bella se puso más nerviosa aún. Como norma general, ella no veía a Edward hasta la hora de cenar, por lo que sospechó que algo no iba bien.

Edward estaba de pie, cerca de la chimenea recubierta de mármol. Era un hombre alto, que irradiaba una presencia extremadamente masculina. Alguna que otra vez, Bella había sentido que su corazón se estremecía al mirarlo, que se le aflojaban las piernas, y que le costaba pronunciar cualquier palabra frente a él. Ahora en cambio, ella lo veía como si entre ellos hubiera una mampara de cristal. Había aprendido a distanciarse de él, como primera medida.

Edward Cullen, el legendario magnate londinense, poseedor de un gran poder y una gran fortuna. Tenía una elegancia natural que aumentaba con el exquisito gusto en la elección de la ropa: zapatos de piel acabados a mano, o un fabuloso traje en tela de mohair y seda.

"Era un hombre por el que cualquier mujer se moriría", había pensado Bella con la ingenuidad y excitación de los diecisiete años. Ahora tenía 22 años, y todos esos pensamientos quedaron en el olvido.

Y Edward en efecto, era un atractivo hombre, seductor por donde se lo mirase: un cabello rebelde, desordenado por naturaleza de color castaño con reflejos cobrizos al sol, piel blanca y suave y ojos verdes profundos. él lo sabía, sabía que era un hombre intimidante y atractivo, y le gustaba que así fuera porque se valía de ello cuando le venía bien. Una vez, aunque ella casi no lo recordaba, ella había sido el blanco de esa energía sexual que irradiaba.

Pero luego todo había cambiado.

Bella entró en la sala. La tensión flotaba en el ambiente. Los intensos ojos verdes de Edward la miraron detenidamente.

- Tienes corrido el carmín – pronunció seriamente, pero con una textura exquisita. Los dedos de él volaron hacia su boca. Luego frunció el ceño y le dijo - No tenemos mucho tiempo, así que voy a ser muy breve y directo. Nos vamos a París.

- ¿A París? – preguntó Bella como un eco, más que sorprendida.

Pero Edward ya había abierto la puerta, y le decía impaciente:

- Vamos.

- ¿Quieres que vaya contigo a París? ¿Yo? ¿Ahora mismo? - le preguntó asombrada.

- Sí.

- ¿Pero por qué?

- Un asunto relacionado con la herencia de tu padre.

Bella estaba más que sorprendida, ya que no se imaginaba que pudiera haber algo pendiente con relación a la herencia de su padre.

A pesar de que Edward no se había molestado en ir al funeral de su padre, había asumido con arrogancia la responsabilidad de dar instrucciones a sus abogados para liquidar sus propiedades. Mientras Bella lloraba la muerte de su padre, sumida en la gran pérdida que significaba para ella, e incapaz de ocuparse en ese momento de cuestiones materiales, Edward había vendido todos los bienes que tenía su padre, absolutamente todos.

Su hermosa casa, sus inversiones, sus exquisitos muebles y efectos personales habían sido convertidos en dinero en efectivo siguiendo las instrucciones de Edward. No le había dejado a Bella ni un solo recuerdo. Su padre, Charles Swan, podría no haber existido, si sus bienes hubieran tenido que testificar sus cincuenta y tantos años de vida en la tierra.

Bella había quedado impresionada por la falta de sensibilidad de Edward, pero cuando se había dado cuenta de ello ya era tarde para intervenir. Como siempre, sus obedientes empleados habían cumplido sus órdenes eficientemente.

- ¿Algo que has pasado por alto?

- No. Algo que andaba buscando, finalmente lo he localizado – dijo con gravedad en el gesto -. Por lo menos es lo que creo. Y por tu propio bien, ruega que no me haya equivocado.

- ¿Por mi propio bien? No entiendo de qué me estabas hablando – dijo ella aterrada.

- Espero que no – dijo él dándose la vuelta.

Bella fue hacia la escalera. Una mano fuerte la frenó.

- ¿Adónde crees que vas?

- A cambiarme– contestó ella mirando la mano que la sujetaba, algo que le extrañaba, ya que Edward no la tocaba nunca.

- No hay tiempo para ello. El jet está listo para despegar.

- ¿Regresaremos esta noche? No llevo nada de equipaje – exclamó ella mientras él la llevaba hacia fuera.

- Te arreglaras sin él. - finalizó sin dejar de mirar al frente, con una mirada perdida.

Luego, ya en la limusina, preguntó Bella:

- ¿Qué ocurre?

Edward no le hizo caso y se dispuso a hablar por teléfono durante un buen rato en francés.

Ella no entendía una palabra. A su mente acudió el recuerdo del día de la boda, cuando ella le había dicho que intentaría aprender y dominar todas las lenguas que él sabía para estar a la par, y poder ayudarlo en los negocios, pero él la cortó con tono serio y frío.

- No pierdas el tiempo.

Ésa había sido la primera grieta que se había abierto en su mundo de fantasía. Antes de que se hubiera terminado el día, la grieta se había hecho más profunda, pero le había llevado algún tiempo de realidad el desvanecer por completo aquel mundo de fantasía que ella tanto ansiaba.

La situación con Edward la había desquiciado, pero sin embargo guardaba la compostura. Había aprendido a disimular sus emociones delante de él, y ahora estaba sentada tranquilamente en el coche, con las manos sobre el regazo, como si en su interior no sintiera un temporal.

- ¿De qué se trata todo esto? – preguntó Bella por segunda vez.

Hubo un silencio sepulcral.

- Creí que los asuntos de la herencia de mi padre ya estaban todos resueltos – insistió Bella.

- ¿Estás segura? – respondió Edward con calma.

Algo en el tono de su voz le inquietó. Se volvió hacia él, y se encontró con una mirada de hielo. Tenía la sensación de que se avecinaba un desastre, y el terror a enfrentarlo le provocaba un cierto mareo.

- Si al menos me explicaras. ¿Qué...? – comenzó a decir Bella.

- ¿Por qué tengo que darte yo explicaciones?

El desprecio de su contestación la silenció. De pronto se vio sumergida en un recuerdo atemporal:

"Eres tan joven...Debes ser la secreta fantasía de todo hombre" – le había dicho una vez con una voz sexy y aterciopelada. la había hecho estremecer.

¿Quién iba a pensar que esas seductoras palabras habían sido pronunciadas por el esposo que la había ignorado durante los últimos cinco años? Sin embargo, Edward había dicho eso la primera vez que se habían visto. ¿Por qué había mentido? ¿Por qué? ¿Acaso había sido por sus tremendas ganas de conseguir las acciones? Seguramente sí. Porque estaba claro que ella no había sido nunca la secreta fantasía de Edward Cullen. Él la había usado, igual que su padre, que se había dejado llevar por la fortuna y el status de Edward.

Apenada por sus pensamientos, Bella miraba por la ventanilla. Echaba de menos a Jacob. Jacob, quien no había sabido siquiera quién era ella la primera vez que se le había acercado. Jacob, el primer hombre que la había tratado como un ser humano con sentimientos y necesidades, y con opiniones propias. Jacob sólo la quería a ella. No trataba de usarla.

En París, le diría a Edward que quería divorciarse. No quería arriesgarse a perder a Jacob. Y estaba deseosa de vivir su propia vida, hambrienta de la libertad que se dibujaba en el horizonte. Edward le había robado su libertad, los años de adolescencia, cuando ella tendría que haber estado saliendo con chicos, divirtiéndose y enamorándose. ¿Por qué no iba a tener derecho a añorar lo que nunca había tenido?

Sentada en el jet privado ojeó unas revistas, pero no dejó de notar que la azafata se apoyaba en el hombro de Edward, como si fuera de un harén, y quisiera ganarse los favores del sultán. La atractiva mujer trataba de seducirlo. Reconocía todos los síntomas. ¿Quién mejor que ella para reconocerlos? Al fin y al cabo ella también había sido una víctima de Edward. Pero ahora estaba lejos de él, y se sentía orgullosa de la distancia que había podido poner.

Edward Cullen, era un hombre con un temperamento acorde con su origen misterioso, con un aspecto de estrella de cine, no se le movía un pelo, ni física ni emocionalmente. Era además un hombre despiadado, caprichoso, arrogante y perverso con sus enemigos o con aquellos que se le oponían. Si ella hubiese sido su mujer real, no se hubiera arriesgado a andar con otro hombre.

Una limusina los recogió en el aeropuerto de "Charles de Gaulle", y los condujo por una ciudad atestada de coches. Se bajó del vehículo. El orgullo le impedía preguntar nuevamente adónde iban, simplemente observaba. Él se bajó también, y se dirigió al edificio más cercano. En la mano llevaba un maletín de ejecutivo. Y el edificio, por su apariencia, debía ser un banco.

Tres hombres los esperaban dentro. Uno de ellos a quien Bella reconoció como el representante de su padre, quiso hablar con ella, pero Edward se lo impidió de manera poco caballerosa. Siempre era así. Intolerante, grosero hacia quienes él consideraba seres inferiores a él. Como el hombre de mediana edad, cara colorada y tensa, que los acompañaba.

Subieron al ascensor. ¿Acaso había una nueva oferta de acciones en su valiosa línea de barcos? ¿Cómo podía ser tan codicioso un hombre con toda la fortuna y el poderío que tenía Edward? ¿Pero acaso no se había casado con ella por codicia?

El representante de su padre puso una llave en la mano de Bella sorpresivamente, y se dispuso a partir.

- Dámela a mí – dijo Edward tenso.

Debía de ser la llave de una caja fuerte, propiedad de su padre. Por primera vez no hizo caso y se dirigió directamente hacia donde estaba el representante del banco, que ponía en ese momento una caja fuerte sobre una mesa, y luego abandonaba la habitación vacía.

- Bella – protestó Edward.

Bella no quiso mirarlo. Pero dijo:

- Si es de mi padre, es mío.

- Ten cuidado con lo que dices.

Sus palabras la hicieron estremecer. Lo miró y se sintió paralizada. En el rostro de Edward se adivinaba la agresión y la violencia a punto de estallar.

Bella cejó en su intento, y súbitamente dejo la llave al lado de la caja.

- Si está en esta caja, puedes quedarte tranquila. Pero si no está, puedes considerarte afortunada si llegas a ver el día de mañana.

No entendía a qué cosa se refería que pudiera estar en la caja. Un sudor frío se apoderó de ella. Sus piernas se debilitaron. Sus ojos color chocolate lo miraron incrédulos. Pero él no la estaba mirando. Estaba metiendo la llave en la caja, temblándole el pulso.

Bella se lamió los labios secos en un gesto ansioso. Debía tratarse de algo más que acciones. Nunca había visto a Edward perder el control de ese modo. Y ahora, fuese lo que fuese lo que estaba dentro de la caja, estaba frente a él.

La caja estaba llena de papeles. Edward comenzó a revolverlos, dejando de lado las fotos y cartas, que quedaron esparcidas por toda la mesa. Estaba pálido, y su búsqueda se iba haciendo más desesperada a medida que avanzaba.

Bella fijó la vista en un sobre grande dirigido a una persona de la que jamás había oído hablar. Ni siquiera reconocía la letra. Entonces vio una foto grande en la que se veía a hombres y mujeres en actividades obscenas. Sintió disgusto. No entendía por qué su padre las guardaba.

- ¿Qué es todo eso? – preguntó a Edward, puesto que era evidente que él sabía bastante más que ella acerca de la caja y su contenido.

Él pasó la foto sin demostrar un ápice de asombro.

- ¿Qué es? – preguntó él repitiendo sus palabras con una mueca que simulaba una risa cínica -. ¡Es una caja de vidas destrozadas! Los secretos de otra gente. ¡Tu padre vivía a costa de sus víctimas y de su miedo, el muy cerdo!

Bella se puso lívida, pero lo increpó:

- ¿Cómo te atreves a hablar así de mi padre?

Edward no la estaba escuchando. Seguía buscando entre los papeles como un poseso.

- Qué me obligase a revolver entre esta basura es el último de sus insultos. ¡Yo, Edward Cullen, ensuciándome las manos, porque no hay nadie en quien pueda confiar como para que hurgue entre esta colección de errores humanos! ¡Sus trofeos! ¡En lugar de tirarlos los ha conservado hasta el final, el muy cochino!

Bella casi no se sostenía de pie. No podía dar crédito al crimen que se le imputaba a su padre. Y en su incredulidad todo se le hacía confuso.

- ¿Qué está diciendo? – la voz de ella sonó tan débil que apenas se oyó.

- ¿Estás sorda? – la miró Edward sin piedad -. ¿Por qué crees que me casé contigo? ¿Por tu cara bonita y tu educación de convento? ¿Por tu habilidad para actuar como una dama y saber colocar adornos florales en la casa?

- Por las acciones – alcanzó a pronunciar ella.

- ¡No había acciones! ¡Era todo mentira! ¡Ésa línea de barcos ni siquiera existió! – gritó él con furia, sus palabras retumbando en la habitación.

- Me estás mintiendo – contestó Bella a punto de desfallecer.

La atención de Edward estaba puesta en el documento que tenía en ese momento en sus manos. De pronto, sin aviso alguno previo, dio un puñetazo sobre la mesa.

- ¡Es sólo una copia!

- ¿Una copia de qué?

- ¡Y éste es el fin! - volvió a exclamar.

Edward parecía un león dispuesto a comérsela.

- El original te lo dio a ti, ¿no es verdad? ¿Te lo dio a ti para dejar a salvo...?

- ¿Qué cosa me dio? –dijo Bella con las justas, casi no podía articular palabra.

- Tú sabes de qué estoy hablando. No te hagas la inocente – dijo él yendo a un rincón de la habitación -. Si no está aquí, lo tienes que tener tú. Charles no era ningún tonto. Y sabía que me desharía de ti si caía en mis manos. Así que te lo dio a ti. Entonces, ¿dónde está?

- ¡Basta ya! ¡Déjame en paz! – gritó a pesar del terror que sentía.

- Si no me dices dónde está el certificado, soy capaz de cualquier cosa. ¡He vivido extorsionado durante cinco años para proteger a mi familia, y no pienso vivir así un día más!

Edward había pronunciado por fin la palabra, "extorsionado". No podía ser cierto. Su padre no podía haberle hecho un chantaje. Bella estaba a punto de desfallecer.

- Siempre me he preguntado por qué lo había hecho así...que tú tuvieras que ser mi castigo de por vida – soltó Edward como pensando en voz alta -. Pero te diré una cosa, preciosa. Prefiero ir a la cárcel por estrangularte antes que cumplir esta otra sentencia.

Aterrada, Bella miraba la cara de Edward, y finalmente, de manera misericordiosa, dejó de verla, al mismo tiempo que Bella se desvaneció.

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Notas:

Sugerencias, dudas, comentarios, haganmelo saber por favor! Se apreciaria muchisimo si me dejan algun review, así sabré si desean que continue subiendo los capitulos de esta historia, que como les dije, es muy interesante, y genial.

Besos,

Lucia.

P.D. no olviden pasarse por mis historias. ^_^