Título: Manichino.
Fandom: Assassin's Creed.
Personajes: Ezio, Leonardo.
Palabras: 427.
Advertencias: pequeños spoilers de AC2 de la llegada a Venecia.
Notas: tiene delito que haya escrito fic cuando ni siquiera he terminado el juego aún; pero es que tenía que hacerlo. Leonardo es tan... adorable XD. O sí, y el título es tan original como decir maniquí en italiano. Me he superado. Como no he avanzado mucho más, os pido por favor que no me contéis detalles de nada :D


Cuando Antonio desapareció tras la puerta de su despacho, Ezio estuvo tentado a entrar de inmediato y continuar con el propósito que le había llevado hasta Venecia. Le intrigaba que aquel extraño grupo conociese su existencia, así como sus actos en Florencia y la Toscana; pero la bolsita de florines de su cinto le recordó a cierto amigo. O más bien, a algo que cierto amigo le había pedido unas pocas horas antes con voz algo lastimera y ojos vidriosos. Ezio se dio una reprimenda mental por permitirse aquella escapadita, pues el tiempo apremiaba; sin embargo, la voz de su conciencia le decía que tenía que hacerlo antes de que las cosas se complicasen aún más.

Así que, con paso resuelto y el rostro oculto tras la capucha, Ezio se adentró en las concurridas callejuelas de Venecia y serpenteó por ellas hasta que alcanzó su objetivo. Oculta tras un grupo numeroso de ciudadanos, que chismorreaban arremolinados en círculo, vio el puesto del mercader de arte. El tendero daba voces a diestro y siniestro, aunque sus gritos no resaltaban especialmente entre los alaridos procedentes de los puestos colindantes. Ezio se aproximó hasta allí, y contempló con alivio y una sonrisa en los labios el muñeco articulable de madera al que Leonardo le había echado el ojo.

Lo cogió rápidamente, aunque dudaba de que nadie fuese a pelearse con él por semejante objeto; y le dejó al tendero cien florines sobre el mostrador. Aceleró el paso y se alejó de allí lo más deprisa que pudo, mientras de fondo escuchaba los insultos indignados que el tendero le dedicaba por haberle pagado menos del precio real del muñeco.

Minutos más tarde, alguien traqueó con insistencia la puerta del taller de Leonardo. El artista tardó varios segundos en reaccionar ante la llamada, enfrascado en el contenido de la caja que había transportado desde Florencia. Cuando se apresuró para abrir, ya no había nadie esperando en el umbral de la puerta.

Sin embargo, al bajar la vista hasta el suelo, sus ojos se abrieron como platos. El muñeco de madera de la tienda de arte estaba allí, en su portal, y llevaba una pequeña nota colgada en el brazo. Leonardo, sin poder evitar el entusiasmo casi infantil que aquella sorpresa le había producido, tomó el muñeco y la nota al instante. Una sonrisa apareció, sin disimulo, cuando leyó el contenido de la misma:

Me debes un retrato por esto.

La sonrisa del artista se pronunció aún más. No tendría ni que haber visto la caligrafía para saber la identidad del remitente.

-fin-