Nota de autora: ¡Hola a todos! Este es mi primer fic que subo, pues soy nuevita en esta página. Bueno, no tan nueva porque me he pasado desde varios años atrás para leer historias de acá, pero nunca me habìa registrado. En fin, quiero aclarar que los capítulos tienen un cierre y no se continùan en algún capítulo siguiente, salvo que tengan "Primera parte", "Segunda parte" y eso.

¡Lo había subido antes y me habìa olvidado de este pequeñísimo detalle...!

ICarly ni sus personajes me pertenece, es creación de Dan Schneider... Tan sólo me pertenece esta historia y algunos que otros personajes inventados...

Capítulo 1: Sam gana otra vez

Era una mañana de un lunes lluvioso cuando Carly llegó al colegio con un paraguas mojado, cerrado en la mano. Su cabello apenas se había mojado, lo que agradecía porque, si no, se iba a enfermar más de lo que ya estaba (tenía un pequeño resfriado). En cambio, Freddie, quien se acercó a ella al verla acercarse a su casillero y después de que él cerrara el suyo, estaba mojado de pies a cabeza y chorreando casi. Carly estaba guardando uno de los libros que no utilizaría en la clase que se avecinaba y lo vio.

—Hola, Freddie —saludó Carly, extrañada, viéndolo tan mojado.

Freddie la saludó con cara de malhumor, al tiempo que se acomodaba bien la mochila.

—Pero ¿qué te pasó? ¿Hoy no te trajo tu mamá en el auto? —le preguntó Carly, sorprendida todavía por la condición de su amigo.

—No es eso. Lo mojé yo —dijo una voz a la espalda de Carly, quien volteó a mirar y vio a Sam, que se acercaba a su casillero, el de al lado de Carly. Sam tuvo que darle un pequeño empujón a Freddie para que saliera de enfrente de su casillero y él la miró de mala gana.

Carly la miraba sorprendida.

—¿Y por qué le hiciste eso? —le preguntó, sin írsele la sorpresa y retándola apenas, mientras ella abría su casillero y acomodaba algunos libros dentro.

—Estaba muy seco —le contestó Sam encogiéndose de hombros, restándole importancia al asunto.

—¡Ahora me voy a enfermar por tu culpa, Sam! —le recriminó el chico furioso.

—Tu mamá te va a cuidar muy bien... Sos su niñito —dijo Sam, pellizcándole los cachetes a Freddie.

—¡Sam! ¡Sam! —se quejó Freddie apartando las manos de ella de su rostro.

—Vayamos a clase —dijo Carly, fastidiada de las constantes peleas de sus amigos.

Después de que Sam cerrara su casillero, los tres comenzaron a caminar hacia su primera clase, Freddie en silencio y todavía furioso con Sam por su ocurrencia.

—¿Viniste con tu mamá en el auto? —le preguntó Carly a Sam en el camino hacia el aula.

—Hoy me quedo a dormir en tu casa.

Carly se quedó pensando, si Sam se invitaba sola a dormir a su casa (unas cuantas veces ya), era porque había pasado algo con su madre.

—¿Qué pasó con tu mamá, ahora?

—¿Cómo sabés? —preguntó Sam—. De acuerdo, esta vez se le dio por perfumar, cada noche, los rincones de la casa con un perfume nuevo... Y no precisamente con un olor rico.

—¿Se parece al pis de gato? —preguntó Carly.

—¡No, peor! —exclamó al tiempo que entraban al aula y se dirigían a sentarse al fondo—. Ojalá fuera eso.

—¿A qué huele? ¿Qué olor es peor al de pis de gato? —preguntó Carly confundida y con mirada de repugnancia, al tiempo que se sentaba al lado de Sam y Freddie en un banco de enfrente al de Sam.

—El de Freddie —contestó la chica.

Freddie escuchó y volteó a mirar a Sam con mirada desagradable:

—¡OYE!

Carly giró los ojos y prefirió cambiar de tema, a la vez que Freddie volvía a sus asuntos, sacando el libro de la mochila y algunos útiles, poniéndolos sobre el pupitre. Estaba furioso. Sam siempre tenía que molestarlo y aquello a ella le gustaba mucho... Pero a él no tanto. Es decir, envió su celular a Acapulco... (¿Y ella le compró otro? ¡Pero claro que no!), lo golpeaba constantemente, lo insultaba, le hacía bromas... Ay, pero cómo le encantaba cuando la situación se revertía y era él quien molestaba a Sam... aunque el jolgorio no duraba demasiado porque la chica enseguida tomaba represalias.

—De seguro no será nada que tenga que ver con los perfumes de mi mamá —aquel comentario de Sam sacó a Freddie de sus pensamientos, pero no comprendía de qué estaba hablando. Lo único que supo fue que lo que había dicho hizo que Carly largara una risita—. ¡Hey, cabeza de zopenco! —se dirigió Sam con brusquedad a la nuca de Freddie, pero éste no se dio por aludido—. ¿Nos enviaron algún vídeo?

Freddie seguía sin darse vuelta, estaba ojeando un libro. Por supuesto sabía que Sam se estaba dirigiendo a él, pero hasta que no le hablara correctamente...

—¡Freddie! —lo llamó la dulce voz de Carly, como él la catalogó, y sin dudarlo, él giró para mirarla inmediatamente.

Sam giró los ojos porque había interpretado el comportamiento de Freddie... Siempre detrás de Carly sin percatarse de que ella nunca le iría a hacer caso. No contaba que ella se hubiera enamorado de que una vez le hubiera salvado la vida. Está bien, había algunas circunstancias en que ella pensaba que las cosas no eran tan así (como cuando los vio bailando juntos, bien pegaditos, aquella canción lenta... Ough, qué asco) Pero otras veces, la mayoría de las veces (aquellas que superaba con creces esas raras circunstancias), Carly no le hacía caso.

—¿Sí, Carly? —preguntó el chico con mirada embelesada.

El chico seguía con las esperanzas, pensó Sam. Era un nerd tonto. Le molestaba que estuviera detrás de Carly... Que estuviera detrás de Carly y no se diera cuenta de que ella no gustaba de él, que quedara claro.

—¿Algún vídeo?

—No me fijé todavía.

—Bueno, después de clases vengan a casa los dos y pensamos algo para el próximo programa.

—De acuerdo —dijeron Sam y Freddie al mismo tiempo.

Al segundo, Sam y Carly sacaron los libros que utilizarían en esa clase y Carly miró extrañada el libro de Sam.

—Sam, ese libro es el de Historia —le previno a su mejor amiga.

—¿Y qué tenemos ahora?

—Matemática —contestó Carly, como si fuera obvio.

—¡Ah! —exclamó Sam encogiéndose de hombros—. Da igual.

Aquello hizo que Carly riera otra vez, pero negaba con la cabeza con desaprobación. Su mejor amiga era incorregible.

Ya habían terminado las clases, y Carly y sus amigos estaban llegando a la puerta del departamento de Carly; toda una odisea, puesto que Luwbert se había puesto a gritarles porque habían entrado algo mojados y habían ensuciado el vestíbulo con sus pisadas y, además de bancarse la saliva del portero, tuvieron que soportar ver, mientras los retaba, la gigante verruga con pelo que tenía en la cara.

—¿Escucharon cantar a la Señorita Briggs? —preguntó Carly mientras introducía su llave en la cerradura de la puerta.

—Se parecía a mi mamá en la ducha —comentó Sam—. Es decir, igual que como cuando canta Freddie...

Freddie miró a Sam con mirada de irritación.

—¿Qué? Todos te hemos escuchado cantar —aclaró Sam, como si tal cosa, acomodándose la mochila al hombro.

—Ahora no recuerdo nada de eso —habló Freddie—. Todavía tengo el recuerdo asqueroso de la verruga de Luwbert.

Carly pudo abrir la puerta al tiempo que Sam decía:

—No más asqueroso que tú, Fredward.

Carly entró al departamento y luego lo hizo Sam.

—Seguro me amas mucho —le dijo Freddie a Sam al tiempo que ella entraba.

Sam cerró la puerta con algo de brutalidad.

—¡Sam! —la retó Carly.

—¡¿Qué? —preguntó la rubia.

—¡Freddie!

—¿El tonto de tu amigo?

—¡Abrí la puerta!

Sam giró los ojos y le hizo caso a su amiga, mientras Carly se acercaba al espacio en el living donde Spencer tenía en las manos unos largos alambres y los miraba con confusión. Al abrir la puerta, Sam vio a Freddie mirándola fulminantemente, frotándose la nariz con una mano. Después él entró al lugar.

Freddie sabía que la mínima mención o burla de que ella estaba enamorada de él podía enfurecer a Sam, sin embargo, la chica nunca podía contener sus instintos salvajes y entonces debía golpearlo o algo así... Y ahí estaba, con la nariz doliéndole y con Sam mirándolo seria. Pero más allá de una mirada de bestia o un golpe, Sam no mencionaba nada cada vez que le largaba que estaba enamorada de él, salvo la primera vez que lo mencionó. Pero la chica no aguantaba que siguiera repitiéndole lo mismo.

—Me golpeaste la nariz con la puerta —le espetó Freddie a Sam—. Seguro me quedó un moretón.

—Pero no quedó más deforme —dijo Sam, volviéndose hacia Spencer, a quien Carly ya se había acercado y observaba con interés.

—Hola, Spencer, ¿qué haces? —le preguntó Sam al acercarse a él seguido de Freddie, que se frotaba la nariz todavía.

El hermano de Carly miró a los chicos sólo unos segundos para decir: "¡Hola, chicos sin casa!" y luego volvió a mirar los alambres que estaban a sus pies y a los que sostenía él.

—¿Y eso para qué es? —preguntó Carly, que había intentado descifrar el comportamiento de su hermano quedándoselo mirando ceñuda, pero como no había conseguido que le llegara alguna explicación, tuvo que preguntar.

—Estoy pensando hacer una escultura con esto, pero todavía no se me ocurre nada.

—Ya se te ocurrirá —dijo Carly.

—Necesito Jamón —dijo Sam sin importarle las dudas de Spencer y acercándose a la heladera.

Carly y Freddie la siguieron, mientras Spencer seguía con sus dudas, mirando los alambres que sostenía en una mano y rascándose la cabeza con la otra.

Sam cerró la heladera frustrada.

—Oye, Carly, tienes que llenar tu refri... ¿Qué voy a comer, si no?

Carly miró a Sam fulminantemente y Freddie ceñudo, pero Sam los miraba como si estuviera locos.

—¿Qué? —preguntó como desorientada.

—Bien, ¿alguna idea impresionante para el show? —cambió de tema Carly—. Que no tenga nada que ver con el olor de tu mamá, Sam —advirtió.

—Olvídalo —respondió Sam.

—Y nada sobre mi olor —dijo Freddie fríamente a Sam—. ¿Qué tal si pedimos sugerencias a nuestros fans?

—¿"Nuestros" fans? —preguntó Sam—. ¿Quién sería fan de un tecnicucho?

—Qué cruel —dijo Freddie.

—Bueno, basta, chicos —los interrumpió Carly.

—Sin mí, el programa no es nada... No las vería nadie... ¿Y quién haría los efectos especiales, eh? ¿Tú?

—¡Claro! —exclamó Sam sin saber qué decir y mirando a otro lado que no fuera el chico o Carly.

Freddie sonrió mientras alzaba sus cejas, una expresión de que tenía una idea. Como seguía mirando a Sam, ella le espetó:

—¿Querés que te golpee? ¿Qué miras?

—¿Qué te parecería apostar?

—¡Oh, no! ¡Otra apuesta más no, por favor! —suplicó Carly.

—¿De qué hablas, Fredward? —preguntó Sam sin comprender.

—Este fin de semana vas a tener mi trabajo en Icarly. Si sale mal, harás lo que yo diga por una semana.

—No, no apuesten, por favor, ¡no! —seguía suplicando Carly mirando con terror a Freddie y a Sam sucesivamente. Todo se estaba yendo de control.

—Y si sale bien, harás lo que yo diga por una semana. Acepto —dijo Sam apretando la mano de Freddie.

—Entonces, yo ocuparé tu lugar —dijo Freddie.

—¡Y apostaron! —exclamó Carly como un lamento.

—¡AAAAAAAAH! —escucharon los chicos viniendo de Spencer. Los tres voltearon a mirarlo y vieron que el hermano mayor de Carly había hecho tal lío con los alambres que se había envuelto de pies a cuello con ellos—. ¡AYUDA! ¡AYUDA! ¡AAY!

Inmediatamente, los chicos corrieron a ayudarlo. Sam largó una risa por la situación.

Al día siguiente, Sam entraba a la escuela primero que sus amigos; estaba buscando a Jeremy y esperaba que ninguno de sus amigos se diera cuenta de aquello. No lo veía por ninguno de los pasillos de la escuela hasta que oyó su continuo estornudo y lo vio después, con unos libros en la mano, pasando por al lado de ella y siguiendo camino, pero Sam le agarró del brazo y lo detuvo:

—¡Espera, espera, espera!

Y lo atrajo hacia el lado de ella.

—¿Qué ¡Achis! Ocurre? ¡Achis!

Con cara de asco, Sam se limpió la cara con la manga derecha de su remera. Sabía que tenía que hacer un gran sacrificio para ganarle la apuesta a Freddie, y eso era lo que iba a hacer; no iba a perder ante Fredward Benson... Ni aunque luego tuviera resfrío y estornudara diez mil veces al día.

¡Achis! Jeremy volvía a escupirla.

No iba a dejar que Freddie le ganara aunque tuviera que soportar la saliva de Jeremy.

—Oye, no tolero la saliva de otros —le avisó.

—¡Achis! Lo ¡Achis! Siento. ¿Qué pasa? ¡Achis!

—Vos que sos excelente con lo técnico, necesito que me ayudes.

—¿Saldrías conmigo? ¡Achis!

—¡Claro que no! —espetó Sam.

—¿Entonces, qué me das a cambio? ¿Le dirías a Carly que saliera conmigo? ¡Achis!

—¡Hey! ¡Acabas de decir que querías salir conmigo!

—Lo dije para que no te enojaras ¡Achis!

¿Por qué se iba a enojar si pensaba que ningún chico quería salir con ella? Entonces, lo agarró del brazo, lo dio vuelta en el aire y lo hizo caer de espaldas al piso.

¡Achis! ¡Achis!

—¡Me vas a ayudar quieras o no! —ordenó Sam con cara de desquiciada.

Y como era de esperarse, Jeremy aceptó con temor a sus requerimientos. Mientras Jeremy seguía en el piso, acordaron que se verían seguido para llevarlos a cabo... Aunque a Jeremy no le parecía buena idea.

—Nos vemos en el receso entonces, y recuerda, esto es un secreto —dijo Sam, yendo a su casillero, pero dejando al chico tirado en el suelo.

A espaldas de ella, Jeremy se puso de pie, la miró con temor, vio que no lo estaba mirando y salió corriendo.

Freddie llegó cuando la chica ya había guardado algunos libros al azar en su mochila, pues le había dado flojera leer el horario de clases.

—¿Estás lista para perder este sábado?

Freddie quería provocarla... Lo sabía... Y lo estaba logrando... Lo agarró del brazo y lo dobló hacia su espalda.

—¡Ay, Sam, Sam, qué haces! ¡Sam! ¡Ya déjame!

En ese momento, llegó Carly, vio la situación, y con voz y mirada de mamá, pidió que dejara el brazo de Freddie. Sam lo soltó con brusquedad y Freddie se frotó cerca del hombro, mirando a Sam ceñudo.

—Ay, no seas niñita —le espetó Sam.

—¡Sam, te advierto, ya deja de molestarme!

—¡Ay, y qué vas a hacerme...!

—Chicos... —decía Carly, pero ninguno la escuchaba.

—¡Cosas feas!

—Uuhh, qué miedo...

—¡CHICOS!

Sam y Freddie se dedicaron últimas miradas enfurecidas y luego miraron a Carly, que les dijo que ya fueran a clase que había sonado el timbre.

—¡Agg, todo esto me da hambre! —exclamó Sam y sacó una bolsa de costillitas de la mochila.

—¿Trajiste costillitas a la escuela? —le preguntó Carly.

—¿Quieres? —le convidó Sam acercándole la costillita que había estado masticando.

—No, gracias.

Sam no insistió y siguió comiendo.

—¡Oigan! ¡Todavía no pensamos nada para el show! Así que después tendrán que venir a casa...

—Yo no puedo... —dijo Sam enigmáticamente, siguiendo con las costillitas.

—De acuerdo —contestó Freddie al mismo tiempo que Sam.

—¿Por qué no puedes Sam? —preguntó Carly entrando los tres al aula -. ¡Siempre puedes Sam!

—Tengo cosas que hacer —contestó Sam.

—¿Cosas como qué? —siguió preguntando Carly.

—Mi mamá...

—Ya, ya —la cortó Carly—. No necesitamos saberlo.

Apenas sonó el timbre que anunciaba el fin de la clase, todos empezaron a guardar sus cosas y a colgarse la mochila al hombro, menos Sam que se había quedado dormida en la mesa. Tenía los brazos cruzados a la mesa y la mejilla apoyada. Freddie la vio y sonrió. Era el momento adecuado para hacerle algo. Intercambió una mirada con Carly, quien largó una risita, pero no se dio cuenta de las intenciones de Freddie.

—No puedes creer que Sam puede estar apacible y agradable a veces, ¿no? —preguntó Carly.

—Claro.

Carly se adelantó a él para salir del aula pero Freddie se quedó mirando a Sam.

—¡AAAAAH! —le gritó cerca del oído, como un desaforado.

—¡Ay! —se despertó Sam asustada—. ¡Me tengo que ir!

Se levantó del banco, agarró la mochila y salió corriendo del aula. Freddie la siguió con la mirada, extrañado. No quería que lo golpeara, ¿o sí? Claro que no. Él quería molestarla a ella pero no que Sam le devolviera el golpe. Freddie salió del aula y encontró a Carly sola en su casillero.

—¿Y Sam? Creí que vendría contigo —le dijo la chica.

—Desapareció... La desperté con un grito y salió corriendo.

—¿Salió corriendo? —se sorprendió Carly.

—Sí, yo también me sorprendí... ¿Qué le pasa? ¿Se va corriendo y no me rompe un brazo?

—Bueno, por lo menos, te ha dejado un poco en paz, ¿no?

—Sí, claro que sí —se apresuró a decir Freddie.

—Espero que salga corriendo así antes del show... ¿Sam ocupando tu lugar? Qué idea más ridícula.

—Va a perder...

—¿Eso es lo único que te importa?

Era sábado, día del show, y sólo faltaban unos minutos para que empezara. Freddie estaba sentado en uno de los pufs del desván, de brazos cruzados, viendo a Carly caminado de un lado a otro por enfrente de él, largando quejidos de preocupación de vez en cuando y retorciéndose las manos. El suelo hacia ¡plaf! ¡plaf! Por cada paso que ella daba. Freddie suspiró.

—¿Puedes calmarte?

Carly se detuvo en su camino y se volvió a mirar a Freddie con cara de susto e indignación a la vez.

—¡¿Cómo quieres que me calme? —gritó como una histérica—. ¡Dejaste Icarly en manos de Sam!

—¡Lo sé! ¡Sólo quería defenderme!

—¡Vaya forma de hacerlo!

—Tranquila —dijo Freddie, poniéndose de pie y acercándose a ella—. Sam vendrá y dirá que no puede hacerlo y me dejara todo a mí. Ella sabe que no entiende nada sobre lo técnico. Sam tampoco querrá que se arruine el programa.

—Cierto, cierto —suspiró Carly de alivio.

—Y entonces, yo ganaré la apuesta y Sam tendrá que obedecerme por una semana —sonrió el chico.

En aquel instante, se abrió el ascensor y Sam salió de él.

—¡Hola, chicos! —exclamó Sam muy alegre—. ¿Empezamos ya? —preguntó la chica, poniéndose detrás de la mesa donde descansaban los cables, la cámara y la laptop de Freddie. Estaba todo desconectado ya que Freddie no se había molestado en conectarlo porque Sam debía hacerlo ese día.

Carly y Freddie intercambiaron miradas algo aterradas, al darse cuenta de que la predicción de Freddie no iba a realizarse. Entonces, Sam empezó a manipular todos los cables, enchufándolos donde correspondía y, cuando terminó, agarró la filmadora y la puso a la altura de su ojo derecho, apuntando hacia Freddie y Carly.

—¿Y chicos? ¿Están listos? ¡Ya casi es la hora!

Freddie y Carly se dirigieron una última mirada. Carly se quedó muy quieta en el lugar con los ojos bien abiertos mientras Freddie se movía con nerviosismo.

—5, 4, 3, 2... —contó Sam.

—¡Hola, a todos! —exclamó Freddie y como vio que Carly no estaba dispuesta a hablar, le dio un pequeño empujón para que reaccionara.

—¡Esto es Icarly! ¡Y como verán, tenemos un desastroso, digo, un pequeño cambio hoy!

—Sam y yo hemos apostado que ella no podría manejarse con lo técnico y le he cedido mi lugar.

—Espero que sólo por hoy —habló Carly—. Saluda a nuestros "compuvidentes", Sam.

Sam hizo un primer plano de su cara.

—¡Hola, compuvidentes! —y después volvió a dirigir la cámara hacia los chicos, que todavía seguían aterrados por la circunstancias.

S in embargo, todo estaba bajo control. Sam lo estaba haciendo excelente, hizo los efectos especiales muy bien y en el momento preciso y además pudo poner lo vídeos para que se vieran en la tele y hacer un pequeño acercamiento para que abarque toda la pantallita.

—¡Adiós, a todos!

—¡Hasta el próximo ICarly! —exclamaron Carly y Freddie y luego Sam apagó la cámara, la apoyó sobre la mesa y se acercó sonriendo a los boquiabiertos Freddie y Carly.

—Tú... Tú... ¿Cómo lo hiciste? —balbuceó Freddie incrédulo.

—Mamá sabe —contestó Sam con una sonrisa—. Ay, Freddo, Freddo, prepárate esta semana.

—¡Ay, no! —se lamentó Freddie—. ¿Por qué siempre me ganas las apuestas? ¡No se vale!

—Fredward, ahora vamos a Licuados Locos y me vas a comprar dos licuados.

Freddie no lo podía creer. Ya había perdido varias apuestas con Sam... ¿Pero qué hacía para ganar? Tenía que jugarle otra apuesta más para poder ganarle de una vez. Se quedó pensando en todo eso mientras se dirigía con Carly y Sam a Licuados Locos. Sam seguía bailando, alzando sus brazos y moviéndolos en el aire, diciendo: "Te gané, te gané, te gané", desde que salieron del edificio y eso es lo que menos soportaba. Esta vez iba a proponer una apuesta en la que seguro él ganaría. ¿Pero cuál?