El secreto de Terry, final.

Pudo haber optado por la incineración, pero de alguna forma se le ocurrió que era mejor idea un mausoleo. No tenía intención de visitarla, por supuesto, sin embargo sentía que era necesario ese último homenaje a la pobre Susana, no porque haya sido su esposa, su madre, su abuela, bisabuela, sino porque Susana representaba el último lazo con ese mundo que ya había desaparecido.

Susana chocheaba desde hacía trece años, ya no lo reconocía, pero a veces se ponía a hablar sola y entre las frases inconexas que lanzaba, Terry pudo reconstruir algunos de los secretos que ella planeaba llevarse a la tumba, como por ejemplo las cartas que Candy le envió, una para preguntarle de su vida, otra para anticiparle su matrimonio con Albert, y varias más para contarle de su vida y pedirle una respuesta.

Terry nunca leyó esas cartas porque Susana se había encargado de destruirlas, asustada ante la posibilidad de perderlo. Ya era muy tarde para sentir rabia por eso. Candy y Albert se habían casado, fueron felices, estrellas de la sociedad de su tiempo y se habían olvidado de él.

También supo que Candy fue a ver a Susana después de casada, para saber de él, de Terry. Susana le mintió, claro, asegurando que eran felices y no necesitaban nada. Candy jamás volvió.

Pero Terry la veía casi cada semana, se las arreglaba para asomarse a la habitación matrimonial y la contemplaba mientras ella se peinaba en el espejo. Alguna vez Candy tuvo que haberlo visto a través del reflejo, pero seguramente pensó que era una ilusión óptica.

Y ahora Susana, la que había salvado su vida, estaba muerta y a punto de ser sepultada en el hermoso mausoleo que su "bisnieto" había diseñado para ella.

Susana jamás le perdonó que se negara a convertirla. Cuando se enteró de la verdad no tardó en recuperarse del susto de saber que vivía con un vampiro; casi inmediatamente le pidió que la transformara.

-No – dijo Terry -. No le daría esto ni a mi peor enemigo.

-¡Pero, Terry, si yo te adoro! ¡Quiero vivir contigo para siempre, los dos jóvenes eternamente, juntos ante el mundo!

Terry se mantuvo firme y no cedió ante las súplicas de Susana, ni siquiera cuando ella amenazó con suicidarse. La madre de Terry, que estaba a punto de emigrar a Inglaterra, le encontró la razón a su hijo y Susana – cuya madre ya había muerto – no se encontró con nadie que la apoyara en su deseo.

Y tuvo que resignarse a envejecer mientras él continuaba eternamente joven y guapo.

Unos años después se instalaron en Inglaterra, huyendo de los cazadores de vampiros. Albert estuvo a punto de matar a Terry, pero se arrepintió en el último instante y lo envió fuera del país. Terry fingió su muerte y se hizo pasar por su propio hijo, el vivo retrato de su padre. A regañadientes, Susana le tuvo que seguir el juego, pues era la única manera en que podía seguir junto a Terry. Les llegaron muchas cartas de pésame, pero ninguna de la familia Andley. Tiempo después, cuando Susana chocheaba, Terry se enteró de que ella las había destruido. Así que jamás supo cómo Candy había tomado su muerte. De hecho, aunque a veces volvió a Estados Unidos, jamás trató de encontrarse con Candy. Ni siquiera sabía si estaba viva o muerta. Suponía que estaba muerta, claro, casi todos los de su generación lo estaban. Menos Susana, que parecía inmortal.

Los años pasaron tan rápido que a Terry se le confundían los acontecimientos. Ahora, mientras observaba cómo sepultaban a su "bisabuela" Susana, que había vivido cien años, recordaba algunos hechos inconexos: su participación en la segunda guerra mundial, su breve viaje a Estados Unidos (al enterarse de la prematura muerte de Albert), su encuentro con Annie moribunda en un hospital de Alemania en los años 60 , su intento de conocer alguna otra chica que le arrancara a Candy del corazón... pero nada resultaba.

Los últimos años se había alejado de Susana y si la visitaba de cuando en cuando era porque ella le recordaba el tiempo pasado, el tiempo en el cual había conocido a Candy.

Las cosas habían cambiado mucho de cuando él era un jovencito. Si hubiera conocido a Candy en este tiempo, pensaba él, no la habría dejado ir, jamás habríamos perdido el contacto. Una llamada al teléfono móvil, un correo electrónico, un mensaje de texto, hubiéramos tenido todo eso para comunicarnos. Nada nos habría separado.

Y pese a eso, Terry era un nostálgico y extrañaba el ritmo suave el mundo antiguo, esas tardes eternas del verano y las noches en las cuales parecía que transcurría toda una vida. No, definitivamente estos años no son propicios para el romance, pensaba después, estos jóvenes de hoy sólo piensan en el sexo y el romance ya pasó de moda hace más de treinta años. Es mejor que Candy no haya conocido este mundo. No le habría gustado.

Y ahora sepultaban a Susana, su último lazo con ese mundo antiguo. El ministro terminó su oración y Terry se acercó para dejar una rosa sobre la tumba de Susana, sonriendo levemente al recordar que las rosas eran la flor de su único verdadero rival, Anthony.

Tal vez estoy idealizando a Candy, pensó él, así como ella idealizó a Anthony. Ella lo recordaba perfecto, y creo que siempre estuvo algo enamorada de esa imagen que permanecía en sus sueños. Y yo he idealizado a mi dulce Candy, ya no recuerdo sus defectos, sólo sus virtudes, es como la virgen católica que me cuida y a la cual espero llegar algún día, cuando muera, si es que hay algún cielo para los que son como yo.

-Es hora de irnos, Terry – dijo una mujer vestida enteramente de negro, cubierta por un vistoso sombrero del mismo color.

Ambos dejaron el cementerio, evitando a las numerosas personas que querían dar el pésame al famoso piloto de carreras Terry Granchester, hijo del cantante, nieto del escritor, bisnieto del actor del mismo nombre.

-Se ha cerrado un ciclo – murmuró Terry.

-No seas cursi – pidió la mujer, e iba a seguir hablando cuando se les acercaron las cámaras.

-¿Ha sido doloroso, Terry? - preguntó un reportero.

-Dicen que ella te crió – repuso otro.

-¿Acompañas a Terry por amistad o por amor, Nore? - inquirió un tercero.

Terry lanzó una carcajada al oír esta última pregunta. La mujer lo miró severamente, lo tomó de la mano y huyeron de los reporteros.

-Ahora todos pensarán que somos novios – se quejó la mujer.

-Nos seas cínica. Asume que acudiste al funeral para que nos vieran juntos, madre – repuso Terry con voz cansina -. Te mueres de ganas de que un escándalo reflote tu carrera.

-Es lo único que puedo hacer, Terry – respondió ella guiñándole un ojo – ya sabes que en la actualidad valen más los escándalos que el talento. Un par de veces que me vean contigo y me consigo un contrato en Hollywood.

Eleonore Baker – ahora llamada Nore Sweet – llevó a Terry a un restaurante donde sería fácil que los fotografiaran.

-A veces pienso que es mejor que tu carrera tenga problemas – murmuró Terry – es la única manera en la que me puedo encontrar contigo.

-Eres demasiado mayor para depender de tu madre, Terry – respondió ella – tienes más de noventa años, deberías ser más independiente.

-Al menos apareciste ahora, con la muerte de Susana.

-¿Te entristece?

-No, pero... siento que ella era lo único que me ataba a Candy.

Terry no dijo más y se quedó mirando al vacío. Eleonore se mordió los labios y decidió hablar.

-Creo que sería mejor que te dedicaras de nuevo a la actuación. Te veía más feliz cuando eras actor, escritor, cantante... pero, ¿piloto de carreras? Es algo tan poco romántico... por eso estás así, tan melancólico. Andar metido en las tuercas no le hace bien a tu temperamento.

Terry no quiso decirle que había elegido esa profesión tan prosaica porque se le haría fácil fingir su muerte. Desde hace varios años él había decidido que, al morir Susana, estaría libre para suicidarse y ver si en el "Otro Mundo" lo esperaban Candy o la condenación eterna.

-Sí, puede ser que tengas razón – dijo él.

Eleonore se iluminó.

-¡Es magnífico! Pienso presentarle a un productor una idea que Robert y yo hemos estado madurando. Se trata de una mujer joven que no encuentra el amor, esa seré yo, claro, y conoce a un hombre algo más joven que oculta un secreto, y ese serías tú. Hay algunas escenas subidas de tono, pero nada demasiado fuerte, queremos que sea una película familiar. ¿Qué te parece?

-Magnífico.

-¡Gracias! Iré a reunirme inmediatamente con Robert... te llamo mañana.

Eleonore salió precipitadamente del restaurante en busca de Robert mientras Terry se quedó en la mesa, pensando en cómo suicidarse. Lo más lógico sería lograr que alguien le cortara la cabeza...

-¿Eres Terry Granchester, el piloto?

La voz de la chica lo transportó a aquellos años en el colegio San Pablo, a su adolescencia, a su primer y único amor. Lentamente se giró.

La chica no tendría más de veinte años y era el vivo retrato de Candy, pero con el cabello más oscuro. La sorpresa dejó a Terry sin habla.

-¡Es maravilloso encontrarte aquí! ¡Soy tu admiradora número uno! Sigo todas tus carreras y hasta conseguí construir una réplica del primer auto que usaste... Oh, pero qué torpe soy. Debería primero ofrecerte mis condolencias por la muerte de tu bisabuela. De hecho, estoy en este restaurante con mi tatarabuela, que conoció a tu bisabuela... uy, parece trabalenguas. Estoy segura de que a ella le saldrían mejor las condolencias, porque ella la conoció.

La chica tomó a Terry de la mano y él, aturdido, se dejó llevar sin haber entendido bien sus palabras. ¿Su tatarabuela que conocía a Susana? ¿Acaso podía ser...?

Una hermosa anciana, elegantísima, y con el suave cabello blanco peinado hacia atrás, revolvía enérgicamente una taza de té.

-¡Tata! ¿No me digas que le echaste azúcar al té? ¡Lo tienes prohibido! - la regañó la chica.

A la anciana le brillaron los ojos con un resplandor travieso que Terry inmediatamente reconoció.

No, esto no podía estar pasando...

-Un poco de azúcar no me hará daño. Soy enfermera y sé de lo que hablo, Josy – repuso la anciana majestuosamente, y luego reparó en el acompañante de su tataranieta. La cuchara se soltó de sus manos y salpicó té en el mantel. Luego se puso de pie rápidamente. Terry comprobó que era más baja de lo que recordaba.

-¿Qué te hice que vuelves a verme de tu tumba? - susurró la anciana, tocándose el corazón, asustada como nunca, pensando que veía visiones.

La chica rió alegremente.

-¡Tata es muy bromista! Mira, este es Terry Granchester, el piloto de carreras. Es bisnieto de la señora Susana...

-Sé quien es, Josy, no me hables como si no entendiera las cosas, que aún no estoy senil – reclamó Candy y se sentó majestuosamente, invitando a Terry con un gesto a hacer lo mismo.

-Terry vino para que le des tus condolencias – informó Josy muy oronda, sentándose lo más cerca posible de su ídolo.

-Se las daré a su debido tiempo – repuso Candy -. Ve a lavarte las manos que ya nos sirvieron el té y apuesto a que tienes las uñas llenas de grasa.

-¡Tata, no me avergüences! - refunfuñó Josy, pero partió de inmediato al baño.

Terry y Candy se quedaron en silencio por un momento.

-Creo que los genes de Terry Granchester son muy fuertes, porque tú eres su vivo retrato – dijo Candy después de un rato de embarazoso silencio.

-Supongo – repuso Terry.

-Tan elocuente como los jóvenes de hoy – se burló ella, y mordió con gusto un pedazo de pastel - ¿Eras muy cercano a tu bisabuela?

Terry apretó los puños, luchando contra el deseo de abrazarla y decirle la verdad.

-No, pero ella me contó cosas de usted.

-¿Cómo qué?

-Que fueron rivales por el amor de mi bisabuelo.

En ese momento llegó Josy y se emocionó.

-¿Así que era verdad, Tata? ¿Que le rompiste el corazón al famoso actor Terry Granchester?

Candy suspiró, ignoró a Josy y miró fijamente a Terry.

-Tu bisabuelo era el hombre más bello y fascinante que he visto en mi vida. Me volví loca por él apenas lo conocí. Hubiera sido capaz de hacer lo que él me pidiera. Lamentablemente, jamás me pidió lo que yo quería – repuso, lanzando una risita pícara.

-¡Tata! - se admiró Josy – Yo creía que en esos tiempos los jóvenes no pensaban en... tú sabes...

-Vamos, Josy, éramos adolescentes y teníamos hormonas que nos revoloteaban por todo el cuerpo... si me hubiera dejado llevar por mis impulsos, este caballerito y tú serían parientes – rió Candy.

-Tata, eres terrible – dijo Josy, tomó la taza de té y se manchó la falda.

-Ay, mi torpe pecosa... - dijo Candy.

Josy se marchó al baño, repelándose mentalmente su torpeza. ¿Cómo se le ocurría mostrarse así ante el piloto Terry Granchester? De seguro que él pensaría que era una tonta.

-No la juzgues por lo que hizo, es algo torpe pero una buena chica – defendió Candy a su tataranieta.

-Como tú – murmuró él.

Candy se quedó mirándolo.

-¿Qué has dicho? - preguntó.

-Nada, que seguramente se parece a usted cuando era joven. De hecho, se nota que es una mujer muy enérgica y cuando se ríe, las pecas le bailan sobre la nariz como hace ochenta años.

La mirada de Candy se puso melancólica.

-Tu bisabuelo se burlaba de mis pecas. Y me enrabiaba que lo hiciera, pero en el fondo me gustaba porque eso era señal de que se fijaba en mí. Me rompió el corazón cuando tuvimos que separarnos, ¿sabes? Pero era nuestro deber. Él debía cuidar de Susana y yo traté de hacer lo mejor que pude con mi vida. Supongo que nuestra decisión les parecerá ridícula a los jóvenes de hoy, pero no me arrepiento. Bueno, no me arrepiento casi nunca – sonrió tristemente al decir esto y miró para afuera.

-¿Le gustaría haberse reencontrado con él? - le preguntó.

Ella vaciló antes de contestar

-Durante un tiempo deseé que él rompiera nuestra promesa, pero él cortó toda relación conmigo. Le escribí varias veces y jamás me respondió. Hasta lo visité... qué vergüenza. Supongo que yo era parte de un pasado que él deseaba dejar atrás.

-Es que él jamás se enteró de la visita, ni de las cartas – se apresuró a decir Terry – Mi bisabuela me contó que las rompía por celos, porque sabía que él siempre estuvo enamorado de usted.

A ella se le iluminaron los ojos.

-Gracias por decirme eso. Sufrí mucho cuando supe de su muerte y, Dios me perdone, me dolió más que la muerte de mi propio esposo. Y eso que creí que me casaba enamorada de Albert.

-Si él hubiera vuelto a usted después de la muerte de su marido, ¿lo habría aceptado?

Candy suspiró y entrecerró los ojos.

-Creo que eso jamás lo sabremos, ¿no, jovencito curioso? Mira, ahí vuelve mi alocada Josy. Es un espíritu libre, como yo lo era cuando joven. No me molestaría si me dejan disfrutar mi té en paz y se largan a pasar la tarde juntos.

Josy venía toda empapada y sonrojada por su torpeza. Terry se paró en cuanto la vio, pues Candy le había dado una patada en las canillas.

-Este jovencito quiere llevarte a pasear, Josy, y yo quiero quedarme acá tranquila. Ustedes dos me marean – dijo Candy con impaciencia.

-Pero, Tata... - reclamó Josy.

-¡Nada de Tata! Vete de una vez que ya me aburrieron ustedes dos. Y nada de ir al motel que está al frente, ¿eh? Al menos elijan uno que no esté tan expuesto.

-¡Tata! - se horrorizó Josy.

-¿Qué dije? - preguntó Candy en un tono falsamente inocente, y le guiñó el ojo a Terry.

Terry por un instante pensó en decirle la verdad. Sin embargo, luego comprendió que no podía. No tenía derecho a profanar los recuerdos de Candy con la verdad. Ella había atesorado en su corazón las memorias de ese amor de juventud, en los cuales ambos eran bellos, jóvenes y felices. Más valía que no supiera que en realidad se había enamorado de un vampiro confundido y solitario.

Sonriendo, besó la mano de Candy y se despidió. Ella abrió mucho los ojos y le apretó la mano.

-Los chicos de hoy no se despiden con besos en la mano, Terry – le dijo ella al oído.

Fin