Disclaimer:

Severus, lamentablemente, no me pertenece, y los demás personajes de la saga HP, tampoco, ya que son de J. K. Rowling.

Nota de autora:

Aquí estoy de nuevo con la continuación de mi anterior historia "Él, que me hizo comprender el bien y el mal", así que, si no habéis leído la primera parte, es conveniente que lo hagáis, porque sino no sabréis de qué va la cosa XD

Siguiendo la tónica, este fic se llama "Ella, que le dio luz a mi vida". El título está sacado de la misma canción que el otro, y fue idea de mi amiga R., por lo que, desde aquí, quería darle las gracias por la sugerencia, ya que es perfecto porque guarda total coherencia con el anterior fic y con la idea general de la historia.

Esta continuación será bastante más corta que la primera parte y los capítulos serán mucho más breves, porque aquel fic transcurría a lo largo de más de dos décadas y había muchas cosas por relatar; éste otro, en cambio, comprende un período de tiempo mucho más corto.

Por último, comentar que la historia está contada desde un punto de vista diferente a la anterior, como en seguida comprobaréis.

Un saludo.


Capítulo 1 – El amanecer

No sabía que el despertar pudiera ser tan hermoso. Los rayos de este sol matutino, al que hasta hoy no había considerado más que una molestia, se filtran por la ventana lamiendo tu piel con languidez, y creando infinidad de destellos en tu pelo, igual que si fuera de seda. Me parece estar observando el lienzo de una de esas bellezas de antes, aquellas que volvían locos a los pintores hasta que perdían la última brizna de cordura de tanto pensar en ellas.

Te remueves inquieta en tu sueño, te das media vuelta y, todavía con los ojos cerrados, me buscas en mi lado de la cama con la mano. Te la sujeto. Estoy aquí. Duerme tranquila. Al tocarte sueltas un pequeño suspiro y te calmas. Sonrío. Es como si quisieras asegurarte de que no soy un sueño, de que no voy a volatilizarme en cuanto abras los ojos, como si quisieras comprobar mi corporeidad aún estando dormida. Has estado haciendo eso cada día desde nuestro reencuentro. Como también, cada noche, has estado pidiéndome que te despertara en cuanto lo hiciera yo, pero no he tenido valor para hacerlo ni una sola vez, porque tenerte así, dormida junto a mí, es un placer del que no soy capaz de privarme.

Repaso lentamente tu figura desnuda con la mirada, demorándome en cada lunar, cada curva, cada brillo y cada sombra. Nadie más ha recorrido tu piel de terciopelo, nadie más se ha reconfortado nunca en tu calidez. Tu cuerpo es sólo mío. El único templo donde puedo hallar el perdón por mis pecados, que son muchos.

Reconozco tus cicatrices. No son tan numerosas como las que yo mismo he coleccionado a lo largo de mi vida, pero algunas tienes. Las más largas son los fantasmas de las heridas que te infligieron los mortífagos que atacaron tu tienda en Hogsmeade.

Sin embargo, las marcas en la piel sólo muestran una parte del daño que hemos sufrido; el resto, el dolor que va por dentro, aunque mortifique mucho más que cualquier maldición que se haya inventado, no se ve reflejado en el exterior, y yo sé que soy culpable de buena parte del que te ha tocado sufrir a ti, mi niña. Muchas de tus cicatrices invisibles llevan mi nombre.

Te mueves otro poquito más y dejo de respirar; pronto despertarás, la luz del sol está intentando desvelarte, la muy canalla, pero quiero alargar este instante lo máximo posible. Resiste, mi niña, resiste.

Cuando te quedas quieta de nuevo me acerco a oler tu pelo, sumerjo mi nariz en esas hebras de fina seda y aspiro profundamente, cerrando los ojos.

Vuelvo a apartarme para estudiar cada centímetro de tu rostro. Eres preciosa, por dentro y por fuera, y me perteneces, tu alma lo mismo que tu cuerpo. Todavía no sé qué diablos he debido hacer bien para tener tanta suerte, primero, por salir con vida de toda aquella locura; y segundo, y mucho más importante, por tenerte siempre a mi lado. La única que no me ha abandonado jamás, la que ha permanecido junto a mí contra viento y marea, atenuando mi soledad, sanando mis heridas poco a poco, sin siquiera darme cuenta. Lo único bueno de mi miserable existencia.

Me parece un milagro increíble y, si esta es mi oportunidad de empezar de cero, de cambiar mi destino, de ser un hombre diferente; entonces pienso aprovecharla al máximo: quiero ser para ti el hombre que necesitas y mereces, te demostraré que te amo cada día del resto de mi vida, y mi único propósito a partir de este momento será hacerte feliz. Porque ahora que la guerra ha terminado y ya no quedan promesas por cumplir, por fin puedo dejar atrás a Lily, a Potter, al Lord, e incluso al anciano director que me ha estado manejando a su antojo durante tantos años. Porque si por alguien vale la pena cambiar y dejarlo todo atrás, es por ti, mi niña tonta.

Abres los ojos despacio, todavía llenos de los restos de tu sueño, y parpadeas para enfocarme bien. En esos momentos, en los que aún estás entre el mundo de los sueños y el de la vigilia, es cuando me gusta más observarte.

En cuanto tus ojos me encuentran susurras mi nombre, te incorporas y con una deliciosa sonrisa tus labios buscan los míos, hambrientos. En medio de ese beso que te ha arrancado un suave gemido, vuelvo a recostarte contra la cama y sujeto tu rostro con mis manos, quiero seguir contemplándote un poco más.

-¿Cuánto hace que estás despierto? Eres muy malo, te pedí que me despertaras cuando lo hicieras tú, siempre me haces lo mismo – protestas con un encantador mohín.

-¿Desde cuándo eres tú la que da las órdenes aquí?

Ya está, mi incorregible naturaleza me ha vuelto a traicionar. Acabo de proponerme hacerte feliz y lo único que hago es fastidiarte. Pero es que adoro verte fruncir el ceño, te pones tan bonita cuando arrugas los labios de esa manera, casi como en un pucherito de cría pequeña, que resulta irresistible.

Sonrío y tu enfado vacila.

-Verás –aclaro–, lo que pasa es que estaba intentando decidir cómo me gustas más, si cuando estás dormida, totalmente indefensa y a mi merced, o justo cuando te acabas de despertar y todavía me ves entre brumas.

-¿Por qué? ¿Es que no te gusto estando despierta del todo? – Preguntas, fingiendo enojo.

-Por supuesto que sí. Lo que me lleva a otro dilema que pretendía discernir más tarde. ¿Estás más hermosa cuando estás a punto de llegar al orgasmo o justo después, cuando reposas en mis brazos, saciada y feliz?

Te ruborizas ligeramente y haces una pequeña mueca.

-Cuidado con lo que dices, podría acostumbrarme a que me dediques palabras tiernas.

-Si no te gusta que te diga esas cosas, me temo que tendré que buscarme a otra más agradecida que tú…

-Eres un canalla – mascullas.

Sí, lo soy.

-Y tú una niña tonta – susurro junto a tu oído.

Mi aliento te hace cosquillas en la oreja, y te estremeces en mis brazos como la rama temblorosa de un sauce llorón.

-Sí – replicas –, pero soy tu niña tonta.

Touché.

Beso tu sonrisa de suficiencia al saberte vencedora de nuestro fugaz combate dialéctico. Aún más que hacerte enfadar, me gusta hacerte sonreír, y después borrar esa sonrisa a besos.

Recorro la suave piel de tu cuello y tus brazos me rodean intentando acercarme más a ti. Tus manos en mi espalda presionan ansiosas mientras yo sigo bajando hasta encontrar el valle de tus pechos. Me siento indeciso unos segundos: ¿derecha o izquierda? Escojo un camino al azar sabiendo que después seguiré también el otro, y empiezo a lamer el oscuro pezón, que se endurece de inmediato. Tu respiración se acelera y mis manos reclaman explorar el territorio con total libertad, por lo que les concedo permiso para campar a sus anchas por tu cuerpo. Vibras y te estremeces debajo de mí, me encanta la sinuosa manera en que te retuerces de placer con un simple roce de mis dedos.

Empiezo a descender hacia tu vientre con mi lengua, pero cuando llego a tu ombligo, tus manos me detienen y me instan a subir de nuevo. No quieres perderme de vista, no quieres que me aleje, quieres tenerme siempre delante para saber que estoy aquí, temerosa de que me desvanezca en el aire, de que sólo sea producto de tu imaginación. Te aterra perderme de nuevo, ha sido así desde que me trajiste de vuelta a través del tiempo y de la muerte.

La primera vez que te hice el amor después de toda la locura, te pusiste a llorar en el preciso momento en que el orgasmo azotaba tu cuerpo furiosamente, y te aferraste a mí con fuerza, con desesperación, casi con pánico.

-No debes temer nada – te dije entonces –, no pienso volver a abandonarte. Tengo intención de amarte durante tantos años como estés dispuesta a aguantarme a tu lado.

Pero seguiste llorando y susurrando mi nombre incansablemente. Bebí tus lágrimas con ternura. Sé cuánto me habías añorado. Sé por lo que has debido de pasar estos cinco años, durante los que has estado intentando encontrar la manera de engañar a la muerte, de conseguir lo imposible. Sé lo que es el dolor de la pérdida, yo he sentido lo mismo durante media vida. Uno no cree poder recuperarse de algo así. Y a veces, no puede.

Por eso entiendo que todavía tengas miedo, aún es pronto para que empieces a sentirte segura. Y yo sé tener paciencia cuando es necesario.

De modo que sigo tus reglas, vuelvo a escalar tu cuerpo hasta quedar rostro con rostro, para que puedas mantener el contacto visual durante todo el rato.

Me pongo encima de ti y abro tus piernas con las mías. Te muerdes el labio, anhelante, tus mejillas están ya ardiendo, como el resto de ti. Quiero avivar más tu fuego, quiero quemarme contigo.

Empiezo a penetrarte despacio, disfrutando cada segundo de ti, cada milímetro de ti. Estás caliente y húmeda, preparada sólo para mí. Gimes descontroladamente cuando empiezo a moverme en tu interior.

Tus labios jadeantes, hinchados y enrojecidos por el deseo me provocan un ansia que sólo se sacia mordiéndolos, chupándolos, degustando con delirio su delicioso sabor una y otra vez.

Los movimientos se hacen más intensos, más profundos, llego tan adentro que tú y yo casi somos uno. Podría pasarme toda la vida aquí contigo, fusionados.

Tu boca entreabierta emite unos adorables sonidos de placer que me cautivan, me embelesan, y acelero el ritmo con pasión salvaje.

-Severus – me llamas entre jadeos.

-Estoy aquí – susurro.

Estoy aquí, mi niña.

-Estoy contigo – añado.

Gimes más fuerte, clavas tus uñas en mi espalda y siento cómo te convulsionas irrefrenablemente, mientras vuelves a gritar mi nombre y me arrastras contigo en esa ola de goce infinito. Oírte gritar mi nombre mientras llegas al orgasmo. No hay placer que se le pueda comparar.

Beso tu rostro con dulzura, todavía dentro de ti.

-Te quiero, Severus – jadeas cuando recuperas el habla, con una voz que escucho directamente con el corazón, sin pasar siquiera por mis oídos –, te quiero tanto…

Me miras con una adoración que nunca he comprendido. Tus ojos son tan expresivos… pones todo tu corazón en ellos, todo tu amor por mí en ellos, en esos ojos castaños a los que tanto he hecho llorar. Tus ojos dicen tanto sin pronunciar una palabra, que me parece estar leyendo directamente tu alma a través de esas ventanas de color miel.

-Yo también – susurro.

Nunca he sido muy bueno declarando mi amor, si así hubiera sido, toda mi vida habría discurrido de forma diferente.

Vuelvo a besar tus labios, bebiendo la vida de ellos. Con cada beso. Con cada beso me das la vida.

Me apretas contra ti y acaricias mi cabello, mientras hundo mi nariz en el hueco de tu cuello para aspirar el aroma de tu piel y de tu pelo. De pronto, se oye un chasquido en la habitación y levanto la cabeza para encontrarme con Eenie.

Planes mentales del día:

-Hacerle de nuevo el amor a la hermosa joven que vive en mis brazos.

-Matar a esa elfina aguafiestas.

-Regresar a lo que estaba haciendo y volver a hacerle el amor a Julia hasta que yo reviente o hasta que ella me eche de la cama a patadas.

Sí, decididamente, soy un cabrón con suerte, aunque primero tengo que solucionar un pequeño problema.

-¡Eenie! – Rujo indignado por la interrupción – ¿No sabes que no debes aparecer a menos que se te llame?

-Eenie lo siente mucho, amo, pero Eenie tiene un mensaje para entregarles de parte de los señores. Eenie ruega humildemente que el amo la disculpe.

Resoplo y hago un gesto con la cabeza para invitar a hablar a la elfina.

-Los señores dicen que hoy celebrarán el desayuno en el jardín y que esperan que se reúnan con ellos allí.

-Está bien, ya puedes irte, Eenie, muchas gracias – dices con amabilidad, intentando consolar a la elfina, que se ha quedado algo compungida.

Mientras la criatura se desaparece, me reprendes por mi actitud.

-No seas tan duro con Eenie, la pobre también ha sufrido mucho con tu ausencia. Se alegró tanto de volver a verte…

Lo sé, pero está en mi naturaleza, soy el escorpión que mata a la rana que le está ayudando a pasar el río.

Recuerdo la cara de emoción de la elfina cuando volvió a verme y no puedo evitar sentirme conmovido, pero me lo quito de la cabeza con rapidez.

-¿Realmente tenemos que bajar?

-¡Severus! – Te escandalizas – Claro que sí, ¿no querrás ser tan grosero con nuestros anfitriones después de que nos han invitado?

Me lo pienso unos segundos, como si no fuera una pregunta retórica, y me das un suave golpe en el pecho.

-¡Severus! – Repites.

-Oh, está bien, está bien –refunfuño–. Pero supongo que al menos no te opondrás a que tomemos primero una ducha juntos.

Me sonríes con picardía y ya no sé si seré capaz de abandonar la cama.