Hola a todos, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que aparecí. Sinceramente, sufrí un bloqueo. entre la universidad y algunos problemillas que tuve, no tenía ninguna gana de escribir. Cero patatero. Pero al final lo he conseguido. ¡He renacido! :D

Este es el capítulo que más me ha costado escribir nunca. Lo he reescrito varias veces hasta que me ha gustado cómo ha quedado, aunque haya tardado la tira. También es el capítulo más largo que he escrito nunca. Bueno, supongo que es una buena forma de volver, ¿no?

Muchas gracias a todos los que me habéis escrito, opinando sobre el último capítulo y la historia en general. A veces encuentro la inspiración leyendo vuestros ánimos. ¡Me hacéis sentirme mal por tardona! xD

Os recuerdo el rating de la historia y la advertencia que hice sobre éste al principio de todo. Espero que realmente disfrutéis leyendo este capítulo.

Bueno, vamos allá.


~Capítulo once.- Celos ~


Unos agudos chillidos atravesaron la imperturbable quietud del bosque, dejando a su paso un estridente eco. Un rato antes, el absoluto silencio habría llevado a pensar que ningún ser habitaba en él, pues ni tan siquiera se oía el rumor del viento. No obstante, una bandada de pájaros emprendió el vuelo, asustada por el atemorizador grito proveniente de entre las raíces de un centenario árbol, en el mismo centro de la frondosa foresta. Las gruesas y rugosas raíces salían de la tierra y se entrecruzaban formando retorcidos puentes entre sí en el aire, dando un improvisado cobijo a las criaturas que se internaran allí. Debajo de dos de ellas había estado durmiendo Rin, quien ahora se hallaba completamente despierta. El sudor frío le recorría su pálida frente y gran parte de la espada, a la que se había pegado incómodamente su ya bastante usado kimono. Desorientada, buscó la fuente de aquellos entrecortados lamentos. Sólo vio a Jaken, arrodillado junto a ella. La miraba con un ceño de preocupación, agitado.

—Rin, ¿qué ocurre?, ¿has visto algo? Para de gritar. Alguien podría oírte —Miró hacia atrás con expresión vigilante, entrecerrando sus ojos para inspeccionar la serena y sombría naturaleza que los rodeaba.

La joven se llevó la mano a la garganta, sorprendida de no haberse dado cuenta de que ella era la que emitía esos desagradables sonidos. Calló al instante y se sumó al silencio de Jaken, mirando también por encima de las raíces con cautela. Esperaba no haber llamado la atención de algunos de los demonios que los perseguían. Ambos, agazapados encima de la húmeda tierra, esperaron largos minutos. La quietud del lugar parecía verdadera. Si alguien la había oído al menos no lo demostraba. Suspiraron de alivio y relajaron su rígida postura. Jaken se volvió nuevamente hacia ella, más molesto que otra cosa.

—Tonta, ¿acaso te has mordido la lengua? ¡Ten más cuidado, que no estamos aquí por puro placer! Si nos matan porque eres una niña torpe, volveré de entre los muertos y oirás al viejo Jaken, ya verás que sí. ¿Es que tengo que explicártelo todo?

Rin le miró ceñuda sin decir nada. No se había mordido la lengua, evidentemente —le ofendía que pudiera pensar que pegaría semejantes alaridos por una razón así de estúpida—. Se recostó otra vez en el suelo, blando por las lluvias de los últimos días. Hacía mucho tiempo que no había estado tan cómoda. Su espalda al menos agradecía el cambio. Mirando al cielo, apenas visible entre las hojas de los altos árboles, suspiró quedamente. ¿Por qué entonces no podía dormir? Puede que su cuerpo estuviera bien en ese agradable lugar, pero su mente aún permanecía lejos de allí. Cada vez que cerraba los ojos, la fría y cruel mano de Rantiru recorría cada parte de su ser sin contemplaciones, mientras se burlaba de ella al oído susurrándole las atrocidades que pensaba hacerle. En sus sueños —en sus pesadillas— nunca había llegado a escapar de ese abominable lugar. En ocasiones se encontraba en la sucia mazmorra, pero no estaban ni Kristen ni Senna. Solamente Shin y su taimada sonrisa. Otras, las peores, se hallaba en aquel minúsculo cuarto, sobre la cama con aquel duro colchón. Nunca llegaba a quitarse los brazaletes de las muñecas, pues Kristen nunca había llegado a darle la ganzúa para poder escapar. Mientras luchaba, Rantiru hacía lo que quería con ella. Su mente había trazado un retorcido escenario, lleno de dolor y espanto para la pobre Rin. Una auténtica tortura. En este lugar, el demonio cumplía la amenaza que le había formulado: pasar toda la noche divirtiéndose a su costa. Era un sueño, lo sabía, pero no por ello podía evitar despertarse con el corazón en un puño, a veces llorando y dolorida. Había tratado por todos los medios de no preocupar a Jaken, así que no le mencionó lo de sus pesadillas porque eso significaría tener que contarle lo que había sufrido en la lóbrega mansión. Aún no estaba preparada para eso.

Esa última vez se había despertado chillando. Afortunadamente Jaken la tenía por un desastre de persona. El que pensara que se había mordido la lengua la salvaba de dar una excusa que con seguridad olería a mentira. Sin embargo, algo en aquel asunto la inquietaba. ¿Por qué soñaba ese tipo de cosas cada vez que dormía? No había tenido un segundo de paz. Además, no tenía sentido. En sus pesadillas no pasaba nada de lo que en realidad había ocurrido. Era un historia reescrita. Un final alterno a los verdaderos acontecimientos. Soñaba con torturas o violaciones que jamás se habían llevado a cabo. ¿Cómo podía su mente imaginarse eso, si nunca había visto ni oído nada igual? Muchas de las cosas que Rantiru le hacía mientras su mente divagaba no las entendía, dada su poca experiencia en ese aspecto de la vida. Entonces, ¿por qué se las imaginaba con tanta claridad? Rin se abrazó el cuerpo con ambos brazos, de espaldas a Jaken. Tampoco entendía por qué se despertaba dolorida, como si en verdad pasara lo que soñaba. No, no tenía sentido.

—Abuelo Jaken, ¿crees que el amo Sesshomaru tardará mucho más en regresar?

El demonio sapo estaba recogiendo ramitas secas de entre las raíces y las apilaba para encender un fuego con su bastón. Su tripa rugió entonces por el hambre. Se acercó a gatas hacia la pequeña fogata.

—¿Cómo quieres que lo sepa? Cuando esté aquí, habrá regresado —le espetó malhumorado arrojando hojas marchitas al fuego y preparando el conejo que iba a asar.

—Lleva dos días fuera ya —repuso Rin ayudándole a colocar la comida adecuadamente sobre la fogata. Arrugó la nariz ante el olor. Detestaba comer conejo, pero esos momentos devoraría hasta a Ah-Un —. Este sitio no me gusta. Es demasiado silencioso.

—A mí tampoco me gusta, pero el señor Sesshomaru dijo que esperáramos aquí a que volviera, así que es seguro. Y tenía razón, como siempre. No hemos sido molestados por nadie desde que se fue, y eso que antes nos había estado atacando una veintena de demonios día tras día, después de encontrarte. Ah-Un ha sobrevolado varias veces la zona y no ha visto nada sospechoso. Deja de quejarte y duerme si tanto te aburres.

—No quiero dormir —murmuró Rin mirando como las llamas crepitaban.

Sesshomaru no había hablado con ella desde que abandonó la mansión. Se había limitado a acomodarla sobre el lomo de Ah-Un y a ordenarle a Jaken que se diera prisa. Ella actuaba como de costumbre —alegre y optimista, con su habitual sonrisa en la cara— para que nadie se preocupara, sólo que más cansada por el mal trago que había pasado, pero no conseguía respuesta alguna por su parte. Apenas la había mirado. Rin se temía que estuviera enfadado con ella, tal vez por la última vez en que se habían visto. Se ruborizó al recordar su declaración. Mientras había paseado a lomos del demonio dragón, observaba el suave balanceo de los cabellos de Sesshomaru. Entendía que no quisiera hablar de lo ocurrido hacía dos semanas, pero… ¿Y su secuestro? ¿No le preguntaba quién le había hecho eso, ni qué había pasado? Había querido contárselo, pero su mirada distante le hizo cambiar de idea. Se deprimió pensando que le daba igual.

Hacía dos días se había marchado por donde habían venido. Lo único que les dijo es que permanecieran en aquel bosque hasta que regresara. No mencionó ni a donde iba ni por qué. Rin y Jaken tampoco preguntaron. La joven cogió el muslo que le tendía su acompañante. Pegó un mordisco a la rojiza carne, pensativa. Tal vez había sido lo mejor, que no preguntara. ¿Qué iba a decirle? Sabía que debería informarle de todo lo que había visto y oído, pero le avergonzaba mucho su actitud. Lo había hecho por supervivencia, lo tenía asumido, aunque eso no la hacía sentir menos incómoda. Si no hubiera conocido a Himeko, jamás se le habría pasado por la cabeza hacer la mitad de las cosas que hizo. Kami, sólo era una simple chica de campo.

Volvió a escudriñar el estrecho y musgoso camino por el que habían llegado. Si bien no estaba en los mejores términos con Sesshomaru, le echaba mucho de menos. Apenas había pasado tiempo con él y había vuelto a irse. Y aquel lugar era horriblemente silencioso. Si tuviera que quedarse a vivir allí, estaba segura de que se volvería completamente loca. Dio otro mordisco desganado al conejo asado.

"Bueno, al menos tengo a Jaken".


La mansión estaba refulgente de vida. Criados, tanto demonios como humanos, corrían arriba y abajo con gran ansiedad. Su amo estaba en un estado de completa furia y no toleraba el más mínimo desliz de nadie. En lo que llevaban de mañana, ya habían sido ejecutados tres miembros del servicio. El mozo de cuadras no había controlado con la suficiente fuerza al caballo del amo y éste había salido galopando, dejando atrás a un rojo Rantiru, que se cayó sobre su trasero al no esperar que saliese en estampida. Ese sí había sido un error garrafal y todos estaban de acuerdo en que ese mocoso idiota había tenido lo que se merecía. Pero la criada a la que se le había derramado un poco de vino de la copa del señor o el mozo que había tropezado y caído a sus pies… Bueno, todos estaban frenéticos, pensando quien sería el siguiente en recibir toda la cólera de su amo. Además, la bruja había escapado y era posible que aún andara por ahí. ¿Qué harían si se la encontraran? Las brujas eran seres perversos y crueles. Se comentaba que se bañaban en la sangre de sus víctimas para permanecer siempre jóvenes. Los criados tenían muchas cosas de las que preocuparse. Tanto era su afán de que todo fuese perfecto y tanta su concentración, que no notaron que una alta figura caminaba entre ellos con paso sereno y elegante.

Una regordeta criada que no miraba por dónde iba se cruzó en su camino y se chocó contra el intruso. Retrocedió varios pasos al rebotar en el duro pecho. Vio el elegante atuendo del hombre y lo recorrió con la mirada, ruborizándose por el camino. Al llegar a sus ojos, perdió todo el color de golpe y se escabulló a toda prisa mientras murmuraba una torpe disculpa. Sesshomaru no dio importancia al asunto y continuó caminando, imperturbable. Pocos le intentaron frenar dentro de la casa —casi toda la resistencia había estado en los alrededores y la entrada—, y quienes lo intentaban retrocedían al verlo mejor. No necesitó preguntar dónde estaba su objetivo; podía olerlo. El rastro lo guió hasta el piso superior. Allí apenas había criados —estos se escondían en la planta baja—, pero hizo cuenta de un par de guardias. Detrás de ellos había una gran puerta de roble, adornada con detalles fruto de una gran labor de artesanía. Pero a Sesshomaru esas cosas no le interesaban. No se detuvo al ver a los guardias ponerse alertas y sisearle que se quedara donde estaba. Sólo tuvo que hacer un ligero movimiento y letal con sus garras para que la sangre de ambos demonios salpicara las paredes y el suelo. Uno de ellos, aún con vida, se sujetaba la garganta, que sangraba a borbotones. No intentó detener a Sesshomaru, quien en esos momentos entraba en la sala. La puerta derecha se descolgó de la bisagra y cayó hacia delante, tirando a su vez un extraño jarrón que adornada la estancia sobre una delicada mesita. Los pedazos de cerámica se esparcieron por la alfombra.

—Siempre tan destructor, Sesshomaru. Tu madre no te enseñó a llamar en casas ajenas, ¿verdad?

Sesshomaru posó su tranquila mirada en un sillón del fondo de la sala, dónde descansaba de forma aparentemente apacible el dueño de la casa. En su mano derecha tenía cogida una copa de vino. Un anillo de oro con una extraña piedra oval en su centro abrazaba uno de sus delgados y fríos dedos. Era la viva imagen de la despreocupación. Al verle parado en el umbral de la puerta, rió suavemente y le hizo una seña para que se acercara.

—No te quedes ahí, hombre. Entra y charlemos. ¿Quieres una copa de vino? —le ofreció arqueando las cejas, haciendo un gesto hacia su mueblebar.

Sesshomaru avanzó en la sala con parsimonia, sin echar un triste vistazo a las obras de arte de las paredes o a los lujosos y trabajados muebles. Él sólo tenía ojos para el demonio que le observaba sentado con una sonrisa de suficiencia en la cara, como si fuese el mismísimo emperador. Soltó un leve carraspeo antes de hablar:

—¿Así va a ser? ¿Falta de modales y una copa de vino? No sé por qué, pero no me extraña.

Rantiru le miró con inocencia y sonrió más ampliamente.

—Oh, vamos, Sesshomaru. Nunca es tarde para aprender modales. Aunque igual sí que lo es para ti. Y creo que una copa de vino es lo mínimo que puedo ofrecer al hombre que no va a salir vivo de esta sala —comentó como si tal cosa, saboreando para sí cada palabra. Realmente era la viva imagen de la despreocupación y la seguridad en sí mismo.

Sesshomaru simplemente arqueó una ceja para fastidio del otro.

—Ah, ahora entiendo que solamente te estás dando un último homenaje. ¿Debo esperar entonces a que acabes para terminar la decoración de esta sala? El color de tu sangre combinará muy bien con las cortinas —Una de sus afiladas uñas rasgó las finísimas cortinas borgoña de la habitación mientras hablaba. Rantiru se removió en la silla, un poco más tenso.

—Vaya, normalmente no eres tanto de amenazar de forma tan poética, Sesshomaru. ¿Qué ha sido del simple "Te mataré, bastardo" al que tan acostumbrado nos tienes? Se nota que a tu lado está una compañía femenina que te enseña a hablar con más florituras. Encantador. Muy encantador.

El ceño del demonio blanco tembló ligeramente. Rantiru se sintió complacido de que sus pullas por fin empezaran a dar resultado. Si no estaba enfadado, sería aburrido matarle. No, le quería furioso y rabiando como el perro que era. Sólo había comenzado a crisparle. Cuando acabara con él y se lanzara a su cuello, lentamente lo eliminaría. Se tomaría su tiempo porque quería verlo retorcerse. Sería su sangre la que decorara la sala. No se le ocurría adorno mejor. Sus tripas se removieron ante la expectación.

—Tienes buen gusto, Sesshomaru —le comentó balanceando su copa con la mano suavemente. Rozó con sus labios el anillo de oro y rió por lo bajo—. Bueno, un gusto un poco basto, pero bueno al fin y al cabo —le observó por el rabillo del ojo. Estaba quieto como una bella estatua, verdaderamente inexpresivo. Eso le molestaba de sobremanera. Le preguntó con un tono ligero, sólo para provocarlo—: Dime, ¿ya la has besado?

—Eso no es de tu incumbencia, Rantiru. Aunque veo que te sigue gustando meterte en asuntos ajenos —contestó con voz suave y fría. Pero a él no le engañaba esa aparente indiferencia.

—¿Eso es un sí? Me decepcionas, amigo. La pobre besaba tan mal que parecía que fuera una cría a la que le dieran su primer beso. Eso con un buen maestro no pasa —le reprendió con sonrisa indulgente, como si él fuera su torpe alumno.

Sesshomaru dio un amenazador paso hacia él, pero ninguno más.

—No soy tu amigo, escoria. Y es normal que no disfrutes de un beso cuando obligas a una mujer a dártelo. Hasta alguien tan estúpido como tú debería saber algo tan simple como eso. Tal vez te estoy sobreestimando.

Sin dejarse amedrentar e insultar, Rantiru pegó un sorbo a su copa de vino. Seguía con una sonrisa en los labios. ¿Cómo no iba a estar contento? Su desagradable enemigo pasaría a mejor vida esa noche. Pero antes le mostraría lo insufrible que podía ser esta.

—¿Obligando? —inquirió elevando las cejas con exagerada incredulidad— Me parece que te han informado mal, amigo—remarcó con placer la última palabra. Soltó una risa gutural antes de proseguir—¡Obligada! Por Kami, ¿hablamos de la misma mujer? ¿La misma que me besó dos veces en esta misma sala? Aunque admito que el segundo beso fue mucho más interesante que el primero —Le confió mientras le guiñaba un ojo—. Sesshomaru, te equivocas de medio a medio si piensas que no disfruté de aquello. Esos labios sabían a gloria —Llevo su mano izquierda a la boca y se la acarició con sus delgados dedos.

—Inventado esas ridículas historias sólo empeoras tu ya de por sí precaria situación, Rantiru—le previno Sesshomaru. Su voz no sonó totalmente calmada, sino que tuvo un leve altibajo.

—Confieso que me gusta inventar historias para provocar a la gente, pero en este caso es innecesario. Ella me ha dado bastante material. Tendrías que ver cómo se agarraba a mí cuando mi legua invadía su boca. Aún me estremezco al pensarlo.

Ahora que había dado con un blanco seguro a la serenidad de Sesshomaru, no podía parar viendo cómo se desmoronaba su soberbia estampa. Rantiru había exagerado al decir eso, ahora sí que se estremecía de placer. Su gran afición había sido siempre la de enfurecer a sus adversarios con sus viperinas palabras, pero no recordaba haber disfrutado nunca tanto. No era para menos, pues ahora se enfrentaba al "gran y poderoso señor de las tierras del oeste", Sesshomaru, hijo de Inu no Taisho. El asesino de su hermano. Reprimió la oleada de ira que le embargó y la escondió bajo una sonrisa confiada. No le convenía caer él en su propio juego.

—Sigue por ese camino y te arrancaré la lengua —gruñó el demonio blanco. Sus dorados ojos brillaban con un indescriptible fulgor.

Vaya, se estaba enfadando.

—¿Oh? ¿No te gusta este tema de conversación? —preguntó con falsa sorpresa— ¿A qué viene esa agresividad, Sesshomaru? No es muy educado de tu parte atacarme así mientras me limito a informarte de lo ocurrido aquí hace unos días. Otra persona me agradecería la consideración.

El demonio lo miró con fijeza, sin mediar palabra. Rantiru no se dejó intimidar por aquella taladradora mirada, ni por asomo. Continuó con ligereza:

—Creo que en el fondo sabes que tengo razón, ¿no es cierto? Sabes que ella no se negó. Al principio es verdad que se resistió, pero más tarde demostró que era pura fachada. Las mujeres son así, les gusta hacerse las difíciles.

—Esta conversación me aburre. Creo que ya es hora de matarte.

—Me sorprendió que me encontraras tan rápido y que cuando llegaste a mi hogar fueses directo hacia mí sin vacilar —siguió mirando la copa distraído, como si tomase su amenaza como un simple comentario del tiempo—. Pero luego comprendí que era normal. Después de todo, te envié a alguien cargado con mi olor, ¿no?

Sesshomaru comenzó a caminar tranquilamente hacia él. Su cara volvía a ser un rostro inexpresivo, como si estuviera esculpido en piedra. Rantiru pasó por alto aquel gesto que otro habría considerado como un avance peligroso.

—De todas formas, hay algo que no entiendo. La pequeña bruja ha vuelto a ti. Y eso que parecía arder en deseos de quedarse, porque no escapó cuando tuvo la oportunidad. Pero el hecho es que la tienes. Ya no tenías nada que hacer aquí. Me enfadé bastante cuando se fue (en un descuido mío, debo admitir) porque pensé que entonces ya no te vería. No obstante, aquí estás —Se inclinó hacia delante en el sillón—. La pregunta es: ¿por qué tanta molestia? ¿Por qué no la cogiste y te fuiste lejos? ¿Por qué arriesgarse?

El demonio blanco se detuvo. Rantiru pensó que no respondería. Esa pregunta no había ido con intención de provocar —bueno, no mucho—, en realidad era un asunto que le carcomía de curiosidad. Él de verdad había creído que no volvería. Su anzuelo había sido la chica, y al escapar ésta pensó que había perdido su oportunidad de venganza. Había llegado a la conclusión de que se encontraría a la chica en su huida y que se irían por donde habían venido. Su alegría fue mayúscula al enterarse por la mañana —una desastrosa mañana, dicho sea de paso— de que el demonio se acercaba con paso tranquilo pero constante a su hogar. Sí, el momento de ajustar cuentas estaba cerca. Casi podía saborearlo.

Sesshomaru le sorprendió al responder con un tono que podría cortar el aire:

—Yo protejo lo que es mío, y ella es mía.

Rantiru se echó a reír, como si hubiese contado un chiste.

—Vaya, vaya, ¿y eso lo sabe Rin? Porque no lo parecía cuando me acariciaba el pecho con esas suaves manos y me pedía que la follara, sentada a horcajadas encima de mí. Al principio parecía muy inocente, pero al final, como el resto, resultó ser una put…

No pudo terminar la frase. Se sintió golpeado violentamente por un duro y filoso muro de aire, que lo impulsó varios metros hacia atrás, contra una estantería llena de libros que se desplomó con él debajo. Varios gruesos tomos le golpearon la cabeza con ruidos sordos. Maldiciendo furiosamente, se quitó de encima el mueble haciendo un esfuerzo con la espalda. Sesshomaru observó serenamente cómo se arrodillaba farfullando y se arreglaba la ropa, desgarrada parcialmente por los golpes. Al demonio le faltaba el aliento.

Rantiru se tocó la mejilla y vio con incredulidad que en su mano había sangre. ¿Sesshomaru había hecho eso? "No puede ser", pensó aturdido. De alguna manera, él había conseguido alcanzar su rostro con la garra derecha, de la que goteaba sangre del confundido demonio. Había pasado en un segundo, incluso si había parecido fuera de su alcance, a varios metros de él y quieto. Su mejilla le escocía por la honda y sangrienta herida. Gruñó sentidamente al caer en la cuenta de que no había sido golpeado con un muro de aire, sino que simplemente le había rozado con las uñas. Al entender las implicaciones de aquello, se puso pálido. Demonios, ¿qué había salido mal? Sesshomaru no debería ser capaz ni siquiera de acercarse a él a menos de un metro sin caer presa del dolor. Todo su poder debería haber sido sellado. En eso se basaba su plan. Al fijarse mejor, descubrió alarmado que tras su tranquilo y frío rostro se ocultaba la fuerza con la que tantos habían perecido. ¿Por qué? Miró su anillo con trémulo terror. El plan estaba fallando, ¿qué había ido mal? Había seguido cada paso minuciosamente.

—¿Eso es todo, Rantiru? Tanta palabrería y resulta que no eres más que una piltrafa —se burló Sesshomaru con una ligera sonrisa. Sus ojos seguían fríos como el hielo. — Levántate. Me gusta ver arrodillados a mis pies a los gusanos como tú, pero prefiero matar a la gente cuando está de pie. Cuestión de comodidad. Arriba —ordenó con su tan característico tono suave, pero cargado de autoridad.

No podía leer su mente. No sabía cómo, pero Sesshomaru siempre había sido un experto en poner la mente en blanco, como si no pensara en nada. Por mucho que lo intentaba, no lograba captar el más ínfimo pensamiento. Desconocía cómo lo había hecho para estropearlo todo, pero lo había hecho. Si conservaba su poder, él no era capaz de vencerlo en una pelea de iguales.

—¿Qué has hecho con los reszorns, maldito? —gruñó Rantiru poniéndose de pie de un salto, ofendido por cómo era insultado.

Sesshomaru lo miró sin dejar traslucir su sorpresa. Echó un detenido vistazo a la habitación, reparando en ciertos objetos a primera vista inofensivos. Sí, allí había reszorns. Recordaba haberlos visto en otra parte, aunque no sabía entonces lo que eran. Tampoco recordaba dónde. Debía proceder cuidadosamente.

—Lo cierto es que no he hecho nada. No esperaba ni que tuvieras algo como un reszorn. Creo que ya entiendo a que venía la arrogancia de antes, debiste pensar que me tenías. Tu cobardía no deja nunca de sorprenderme. En fin, es evidente que alguien de tu limitada inteligencia no sabría usarlos correctamente contra mí. Vas a tener que pelear con tu poder, por insuficiente que sea —La sonrisa sin alegría de Sesshomaru le asustó más que la amenaza velada. Intentó no traslucir su temor y sonrió a su vez con sorna. Control. Debía recuperar el control de la situación. Era el único camino para salir vivo de aquello.

—Sí que te tomas en serio lo de esa niña, ¿eh, Sesshomaru? Aunque la palabra "niña" no es la que mejor la define. Ya tuve tiempo de comprobar detenidamente que ya estaba hecha toda una mujer —Pasó la legua sobre sus resecos y ensangrentados labios para reforzar lo que decía.

Esperaba que el demonio se lanzara contra él, furioso, y que le diera tiempo a trazar una huida adecuada. La furia no era una buena aliada en un combate de mentes. Si atacaba sin pensarlo, Sesshomaru perdería la frialdad necesaria para deducir el siguiente paso del adversario. La chica era su talón de Aquiles e iba a usarlo en su contra. Sin embargo, sentía que empezaba a repetirse, aunque la baza de la pequeña Rin era una apuesta segura. Contra todos sus pronósticos, Sesshomaru lo miraba con total aburrimiento.

—No entiendo por qué sigo aquí escuchando tonterías. Está claro que sólo deseas provocarme para que te mate rápidamente, pero no pienso caer en una trampa tan burda. Algo así sólo lo harías tú… o tu hermano, Kentiru. Patética familia de imbéciles.

Al oír mencionar a su amado hermano en esa sucia boca burlona, los ojos de Rantiru lo vieron todo rojo. Olvidó todo pensamiento de huir. Le mataría. Él lo mataría y vengaría a su hermano. Ese maldito demonio prepotente y traicionero. Creí que era mejor que ellos, pero iba a demostrarle lo contrario. No sabía quién era él, el nuevo poder que tenía. No conocía el dolor que había sufrido, ni las cosas que había hecho por crecer en la escala demoníaca. Se plantaba ante él, con su aire indolente y siempre seguro de sí mismo, como si el resto no fuera digno de estar en su presencia. Aquello se acabaría. Iba a matarle.

Sesshomaru observó el cambio en su adversario sin exteriorizarlo. No pensaba ejecutar un movimiento más de lo necesario. Aquel no era un rival lo suficientemente digno como para batirse contra la Bakusaiga. Cuando se arrojó contra él como una bestia embravecida, se limitó a apartarse de su trayectoria y a golpear duramente su nuca con el dorso de su mano. Rantiru cayó al suelo con un quejido. Con un pie, Sesshomaru dio una vuelta al cuerpo tendido ante él y se lo plantó en el pecho.

—Como estaba diciendo: patética familia de imbéciles. Nunca debiste cruzarte en mi camino, ni tu hermano, dicho sea de paso. Los seres débiles e insignificantes como vosotros no tienen nada que hacer contra mí.

Rantiru empezó a reírse. Su risa estaba a veces entrecortada por una violenta tos, que hacía que su cuerpo se convulsionase bajo su pie. Un fino hilo de sangre le cayó por la comisura del labio, pero eso no borró la sonrisa del demonio. Qué estúpido había sido al ceder a su provocación. Él mejor que nadie sabía cómo era ese juego, y aún así había caído como un principiante. Nunca había subestimado a Sesshomaru, y por ello había trazado un elaborado plan para poder luchar con él con superioridad en poder y fuerza. No contó con que los reszorns fallaran. Y ahora se lanzaba contra él como si la situación hubiera cambiado, como si el plan estuviera yendo sobre ruedas. Miró directamente a esos dorados ojos, que parecían capaces de helar hasta un volcán en erupción.

—Nuevamente te fallan los modales, Sesshomaru. ¿Qué vamos a hacer contigo?

—La escoria como tú nunca aprende a callarse —comentó el hombre de cabellos plateados mirándolo con indiferencia, como quien observa una hormiga.

—Deberías darme las gracias. Después de todo, ahora que la he enseñado a besar, la zorrita podrá complacerte mejor. Fue un verdadero placer, aunque es un poco lenta, si sabes a lo que me refiero.

Sesshomaru hincó una rodilla a su lado, acto que Rantiru aprovechó para escabullirse. Una rápida mano le cortó el paso, agarrando su garganta con fuerza e impulsándole bruscamente contra el suelo. Jadeó, tratando de respirar. Notaba la sangre agolpándose en su cara. Con sus manos trató de despegar la garra del demonio, que lo tenía bien asido, pero fue inútil. Sin soltarle un ápice, Sesshomaru acercó su rostro tranquilo al de Rantiru. Sus ojos brillaban con gélida furia.

—Te lo advertí, bastardo. Creí haber sido claro—con el índice y el pulgar, cogió la lengua de Rantiru, que ya no sentía ganas de reír— Debes saber que yo siempre cumplo mis promesas —el demonio trató de apartarse de él con todas sus fuerzas al sentir como las uñas se incrustaban en su lengua cada vez más y más. Poco después, de un brusco tirón, Sesshomaru le enseñó su propia lengua, poniéndola frente a sus ojos. Rantiru, atónito, la miró unos instantes sin reaccionar. Luego, soltó un fuerte alarido.

Sesshomaru se puso de pie, posando su vista en los reszorns. ¿Cuánto tiempo llevaba allí y cuánto habrían recolectado? Miró al ser que se retorcía en el suelo escupiendo sangre y analizó fríamente la situación. No debía permanecer allí mucho rato. Esos malditos aparatos estaban operativos, aunque el estúpido demonio no parecía saber cómo funcionaban. Si se quedaba más tiempo a su alcance, podría llegar a tener problemas. Tenía que acabar ya con ese asunto.

Al volverse de nuevo hacia Rantiru, comprobó que el demonio ya no respiraba. Miraba el techo con ojos sin vida, vidriosos. Sesshomaru se quedó un momento ahí, observándole en silencio. Luego limpió con la ropa de Rantiru sus garras manchadas de sangre, dio medio vuelta y volvió por donde había venido, sin mirar el cadáver que dejaba atrás. Nadie opuso resistencia, pues a la ida ya había matado a todos los guardias que trataron de frenarle. Los criados se apartaron discretamente de su camino sin atreverse a mirarlo demasiado. Habían oído los ruidos y gritos de su amo en la planta superior. Proceder con cautela era lo más sensato.

Abandonó la mansión y pronto se internó en la espesura. Siguió el sendero que había utilizado a la ida no prestando atención a los cuerpos de los guardias que habían salido antes a recibirle. En cuestión de minutos, había dejado la mansión atrás. El silencio lo rodeaba, sólo roto por la brisa colándose por el bosque. Poco a poco fue ralentizando su paso hasta que finalmente se detuvo. Estuvo unos momentos así, mirando a la nada, de pie en medio del camino empedrado. Con un rápido movimiento, cortó el rugoso tronco de un árbol junto al sendero. Luego, otro, y después, otro. A su paso dejó taladas una docena de gruesas magnolias, obstaculizando parte del camino que había dejado atrás. Paró para coger aire y expulsarlo muy lentamente. Como si eso fuera a servir para algo. Sus ojos ya no eran dorados. Brillaban rojos, letales. Siseó con furia mientras derribaba un par de árboles más.

Había sido un idiota. En vez de escuchar sus palabras, debía haber pasado directamente a lo que había ido: matarle. Pero no, había oído detenidamente cada una de las tonterías que habían salido de la boca de esa repugnante criatura. Si hubiera seguido el plan, podría haberse dedicado a hacerle sufrir con cada segundo. Hasta respirar se le habría hecho un suplicio. La continua alusión a Rin le había hecho perder los estribos y hablar de más, uniéndose a su juego. ¿Qué demonios le pasaba? Él nunca perdía el control. Pero lo había perdido, y por eso murió tan rápidamente Rantiru. Se sentía furioso consigo mismo.

Sabía que el demonio había pretendido burlarse de él para que se enfadara y cometiera un error. En otra ocasión no habría funcionado ya que él sabía mantener sus emociones a raya. Su problema fue que Sesshomaru no se enfureció cuando le escuchó decir esas cosas. No, el ansia de sangre le había estado matando bastante antes de llegar, mucho antes de ver su desagradable cara. Desde que encontró a Rin con mirada cansada y malherida. Desde que el olor de Rantiru le llegó desde el cuerpo de su protegida, que tan descuidadamente él había dejado a merced de su enemigo.

Con un amplio movimiento, descargó un golpe en el abedul que se había quedado mirando. El tronco del árbol se hizo astillas y salió disparado hacia atrás, derribando árboles más frágiles y pequeños a su paso y quedando al final atrapado entre las ramas de otro más grande.

Su enemigo estaba muerto. Había realizado aquello para lo que había vuelto. No obstante, no estaba satisfecho. La ira seguía en cada fibra de su ser, y ya no podía escudarla tras un rostro tranquilo. La misma idea le rondaba la cabeza, una y otra vez.

Ese cerdo no había sufrido lo suficiente.


—¿Hay alguien ahí? ¿Holaa?

Rin y Jaken se levantaron de un salto, repentinamente alertas. El día había trascurrido tranquilo desde que habían hablado esa mañana. Rin estaba aburrida de no hacer nada y pensar en sus sueños y en su situación con Sesshomaru —sobre todo esto último—. La espera se le estaba haciendo eterna, y Jaken no era el mejor conversador. En un momento de locura, casi deseó que Himeko estuviera allí con sus gestos raros y palabras sarcásticas, pinchándola con cualquier tema vergonzoso o comprometido que se le hubiera ocurrido en ese instante. Reparó en su ausencia al reincorporarse al grupo, pero como Sesshomaru no le había dirigido la palabra, no supo qué había sido de ella. Tampoco Jaken resultó muy esclarecedor. Cuando se quedaron solos en ese lugar, tras la misteriosa partida del demonio, le comentó que se le hacía raro que Himeko no estuviera allí, esperando tirarle de la lengua. Jaken simplemente soltó un gruñido y siguió con lo que estaba haciendo. Rin no insistió más en el tema, aunque le picara enormemente la curiosidad.

—No te muevas, Rin. Podría ser alguien peligroso —le dijo quedamente Jaken recogiendo el bastón que había dejado en el suelo.

Rin asintió con la vista puesta entre los árboles, de donde había venido una voz.

—¿Hay alguien ahí? —se volvió a oír, esta vez más cerca.

La joven notó esa voz familiar, pero aún estaba demasiado lejos para saberlo con seguridad. Un destello rubio se vislumbró subiendo una cuesta formada en la foresta. La figura avanzaba con facilidad entre rocas y raíces, con una gracia que Rin soñaba con tener algún día.

Jaken se pasaba el báculo de las cabezas de una mano a otra, preparado para atacar a la primera oportunidad. Unas hojas secas crujieron un poco más cerca, aplastadas por alguien que se caminaba bordeando su emplazamiento. La joven forzó su vista para tratar de distinguir los rasgos de su repentina compañía.

La voz volvió a sonar, ahora próxima a ellos.

—¡Holaa! ¡Si hay alguien ahí, conteste por favor!

Rin abrió mucho los ojos, sorprendida, al recordar dónde había escuchado esa voz. Encantada, dejó de ocultarse y corrió al encuentro de la persona, ignorando la alarmada orden de Jaken de volver a ocultarse. El pequeño demonio trató de seguirla, pero se tropezó con una raíz baja y se estampó de cara contra el suelo. La joven bordeó unos árboles y subió una resbaladiza cuesta, tropezando en varias ocasiones con piedras picudas o resbalando en el pringoso barro, pero no llegó a caer, aunque sí pegó un par de traspiés. Sonrió al ver a una mujer rubia apartar furiosamente con un palo unas zarzas que se le habían enredado en el pelo.

—¡Kristen!

Unos ojos azules se volvieron hacia ella, olvidándose por un momento de las plantas que la retenían sin piedad.

—¿Rin? —dio un paso para acercarse pero la zarza le impidió dar otro. Soltó una maldición por el tirón de pelo y volvió a tratar de desembarazarse de aquellas espinas. Rin se acercó para ayudarla y, en dos o tres movimiento, liberó a la mujer. Ésta suspiró aliviada acariciando el dolorido cuero cabelludo —Vaya, sí que eres oportuna. Gracias.

Rin sonrió al notar la turbación en la voz de la mujer. No parecía muy complacida de que hubiera necesitado ayuda. Realmente era una mujer guerrera, tan obstinada y orgullosa como cualquier soldado. Le acomodó sus extrañas ropas, desordenadas con el forcejeo con la planta.

—No hay de qué —contestó arreglando su manga, torcida y arrugaba en un codo. La miró de reojo mientras lo hacía —. Me alegro mucho de verte sana y salva, Kristen, pero ¿qué haces aquí?

La última vez que la había visto, era cuando intentaron escapar de las mazmorras de la mansión de Rantiru. Ella y Kristen, una occidental mujer humana, junto a Senna, un extraño demonio con la apariencia de una niña, unieron fuerzas para huir utilizando el brazalete que llevaba la extranjera. No sabía que se trataba de un objeto único y sagrado, para asombro de Rin, que se preguntaba cómo habría llegado a su poder. Siguiendo el plan de Senna, Kristen utilizó una ganzúa para quitarle los hierros que la impedían usar su magia, para entonces poder borrar las líneas sobre las que la niña demonio estaba tumbada y que la retenían. Todo salió bien, y usaron el brazalete de Kristen en un tiempo record, excavando un túnel para aparecer lejos de allí. En ese punto se complicaron las cosas.

—Escapé, como puedes ver. Salí por la entrada de servicio, caminando para no llamar la atención. El alboroto que había por la casa me ayudó bastante. En cuanto me alejé un poco, eché a correr como alma que lleva el diablo y no miré atrás.

—¿Sólo tú? —inquirió Rin extrañada — ¿Y Senna? Os fuisteis por el mismo camino.

El rostro de Kristen se ensombreció ante la mención de su compañera de celda. No habían congeniado bien el tiempo que pasaron juntas y por poco se matan, de no ser que Rin estaba allí para templar los ánimos de ambas. La mujer ya había dejado claro su intenso odio a los demonios, y el hecho de que Senna fuera una víbora en miniatura no arreglaba mucho a calmar las cosas.

—Esa maldita demonio se largó, no sé cómo. En un momento me seguía corriendo, y al siguiente había desaparecido. No puedo decir que me preocupara mucho por ella, ni mucho menos. Por mí puede pudrirse en el infierno —de golpe interrumpió su acalorada réplica y la miró a los ojos con fijeza. La cogió los brazos con involuntaria fuerza, haciendo que Rin pegara un respingo, y le preguntó meneando la cabeza—. ¿Pero qué importa esa tarada? ¡Me preguntas que qué hago aquí, pero fuiste tú la que se quedó en ese horrible lugar! ¿Cómo conseguiste escapar? Creí que te habrían atrapado los guardias. Te esperé dos horas en un sitio elevado para ver si salías, pero no fue así. Me fui pensando que jamás te vería, pero aquí estás. Me alegro de que tu mala decisión no te robara tu última oportunidad de irte de ese sitio.

—¿Mi mala decisión? No te entiendo.

—¡Maldición, chica, lo del crío monstruoso! —Kristen movió ambos brazos en un impaciente aspaviento, como si fuera obvio a lo que se refería— ¡Te quedaste ahí para ayudarle aunque fuese un enemigo! En aquel momento pensé que habías perdido el juicio. Los guardias nos perseguían y tú insistías en pasar al lado de esa cosa como si nada.

Rin puso los brazos en jarras, empezando a enfadarse.

—¡Tú querías matarlo! ¿Y yo soy la loca? Alguien debería ayudarte a controlar tu genio, algún día te jugara una mala pasada y no estaré ahí ni para ayudarte ni para decirte: "te lo dije".

—Pues gracias a mi genio logré salir de ese sitio en perfectas condiciones.

Con un bufido, Rin dio una vuelta sobre sí misma con exagerada lentitud.

—¿Te parece que me falte un brazo?

—No seas tonta y contesta a la pregunta que te he hecho, venga. ¿Cómo lograste escapar, por el amor de Dios?

—Es un historia… complicada.

—Pues ya puedes empezar a…

Un furioso grito distrajo su atención. Rin se volvió para mirar cuando se escucho de nuevo su nombre, pronunciado con gran enfado. Jaken se abría paso entre la maleza a duras penas, cojeando de una de sus cojas piernas. La joven se mordió el labio, culpable. Había oído al demonio caerse, pero no se había detenido para comprobar que estaba bien. La visión de Kristen la había hecho olvidarse de su entorno. Pobre abuelo Jaken.

—¡RIN! ¡Ven aquí ahora mismo o te vas a enterar de quién soy yo! —gritaba mientras se acercaba a paso lento pero decidido hacia donde se encontraban las dos mujeres.

Rin iba a ir donde él, pero Kristen se movió más rápido. Le arrojó una piedra que encontró en el suelo, que le pegó en medio del pecho. Jaken soltó un violento resuello. Clavó su amarilla mirada en la mujer desconocida. Era muy alta, le sacaba una cabeza a Rin, y lo miraba de manera amenazadora.

—Eres una chica muy problemática, Rin. Sales de un problema para meterte en otro —la regañó Kristen sin apartar los ojos del demonio sapo. Puso la punta del palo que asía en su dirección— No tengas miedo, yo me libraré de él. Ponte detrás de mí.

Jaken, quien tampoco despegaba sus ojos de ella, traía consigo su báculo. Hizo un gesto a Rin hacia su espalda, apremiándola.

—Cuántas tonterías. Rin, ponte a mi espalda. Esta noche cenaremos algo con un poco más de consistencia —sonrió maliciosamente.

Kristen pegó una patada al suelo, levantando polvo.

—¡En tus sueños, demonio del infierno! —le escupió iracunda.

Rin refrenó su deseo de acercarse a un árbol y darse de cabezazos contra él. Actuaban como si el otro fuera un temible adversario y aquello fuera una pelea a muerte. Oh, y la estaban ignorando completamente, como siempre, ¡para protegerla del otro! Aquello era de risa.

—No pienso moverme de aquí —Jaken y Kristen le soltaron casi al mismo tiempo que era peligroso que se quedara ahí, y ella replicó, exasperada—: ¡Kami, que sois un demonio sapo que apenas levanta dos palmos del suelo y una mujer humana con un palo! Estoy bastante segura de que hasta yo podría con vosotros —dijo con el rostro encendido, señalándose con el dedo.

Kristen se echó a reír, perdiendo un poco de su amenazador aspecto, pero sin apartar el palo de la dirección a Jaken.

—No digas tonterías, Rin. Tú no harías daño ni a una mosca.

Jaken avanzó hacia ellas un par de pasos más, cojeando visiblemente. Su rostro estaba serio, y Kristen volvió a adoptar una postura de ataque, pero éste ni siquiera la miraba.

—¡No pienso repetirlo! Ven aquí ahora mismo.

Rin soltó un hondo suspiro y se puso frente a él arrastrando los pies. Se arrodilló para ver mejor si su pierna no había sufrido un daño grave, pero Jaken la puso en pie de un tirón de su kimono.

—¿Ahora te preocupas? —rezongó el demonio sapo situándose delante suyo y moviendo su báculo amenazadoramente frente a las narices de Kristen, que lo miraba como si fuera un molesto insecto. —Mira, humana, no sé quién eres, pero tienes tres segundos para desaparecer. Yo soy Jaken, el humilde servidor del gran amo Sesshomaru. Corre ahora que puedes, o luego será demasiado tarde.

Rin rodó los ojos ante tanto dramatismo, pero Kristen pareció tomarse en serio la amenaza. No conocía a Jaken, así que no podía saber que era pura fanfarronería. Se preparó para defenderse con mirada fiera.

—Parad ya, los dos —les dijo Rin tratando de ponerse en medio suyo, pero el demonio se lo impedía con sorprendente facilidad, a pesar de su corta estatura —. ¡Kristen, él es mi amigo, el abuelo Jaken! Y ella es Kristen, abuelo Jaken. Me ayudó a escapar hace unos días. Dejad esta estúpida pelea vuestra.

Ellos la ignoraron y se dispusieron a atacar, lanzándose contra el rival y blandiendo su arma. Rin cerró los ojos y se concentró en el báculo y el retorcido palo. Cuando los abrió, observó complacida cómo Jaken y Kristen miraban, incrédulamente, sus armas en el suelo. Cuando intentaron cogerlas de nuevo, no pudieron. Era como si estuvieran pegadas a las piedras. Volvieron la vista hacia Rin, muy pagada de sí misma.

—¿Veis? No soy tan inútil como parece —sonrió la joven—. Ahora, nos sentaremos y hablarem…

Pero volvieron a pasar de ella. Kristen lanzó un grito de guerra y agarró a Jaken por un brazo para golpearle, pero el cuerpo del demonio era resbaladizo. Intentó llegar a su garganta y Jaken le salió al paso abriendo mucho la boca. La mujer gritó de nuevo, esta vez con un chillido agudo.

—¡Rin, tu bicho me ha mordido! —se quejó Kristen dolorida. Agitaba su brazo para desembarazarse de Jaken, pero la tenía bien sujeta— ¡Y me sigue mordiendo!

—Como no paréis ya, os voy a dar el coscorrón de vuestra vida. ¡Ambos sois amigos míos, así que no hay peligro! Dejad de hacer el tonto —Rin se sintió rara reprendiendo a alguien, para variar.

El demonio se bajó con un elegante salto. Mientras Kristen se sujetaba y acariciaba el lastimado brazo, Jaken le dirigió una risita burlona.

—Tienes suerte de tener mal sabor, humana.

Más tarde, después de otra discusión y de que Rin quitara su encantamiento al palo y el báculo, estaban sentados otra vez entre las raíces. Kristen continuaba enfurruñada. Jaken, por su parte, había recuperado el buen humor al autoproclamarse vencedor en la pelea. Silbaba despreocupadamente mientras reordenaba las alforjas de Ah-Un, que llevaba un largo rato dormido. Cuando regresó, se sentó junto a ellas, apoyándose en el tronco del árbol. Fruncía el ceño.

—He estado pensando y hay algo que no entiendo. Rin, dijiste que ella te ayudó a escapar, ¿no? —Espero a que la joven asintiera para continuar—: entonces, ¿por qué no os encontramos juntas?

—Porque yo escapé antes —explicó Kristen, peinando distraídamente sus dorados cabellos con los dedos. Afortunadamente, sus ganas de pelear se habían esfumado. No la conocía mucho, pero Rin ya había comprendido que era de naturaleza conflictiva. Estaría ahora demasiado cansada para replicar algo ofensivo.

El ceño de Jaken se intensificó.

—¿Antes? ¿Por qué? ¿Escapasteis por turnos? Eso no tiene sentido.

—Ella quiso quedarse, a saber por qué. Huyó después, tampoco sé cómo.

—Yo no quería quedarme y lo sabes —protestó Rin. ¿Acaso era algo tan extraño que quisiera salvar una vida? Siempre le habían enseñado que cada ser tiene derecho a vivir, ya fuera un animal, un humano, un demonio, hasta un árbol. ¿Tan malo era que lo creyera?

Kristen se encogió de hombros.

—Pues no parecía eso. Si hubieras querido irte, te habrías ido con la rarita y conmigo.

—¿Rarita? ¿Había alguien más con vosotras? —preguntó Jaken, a quien seguir la conversación le estaba costando horrores.

—Sí, Selena o algo así. Un demonio. Un bicho raro, si me preguntas. No te pierdes nada por no conocerla —le aseguró sin dejar de acariciar su larga cabellera. Rin resopló. No pensaba dejar así el asunto.

—¿Por qué razón habría querido yo quedarme en ese sitio, eh?

—Esa es, sin duda, una buena pregunta.

Todos se sobresaltaron al escuchar esas palabras tan suavemente formuladas y tan cerca de ellos. El corazón de Rin latió con fuerza en su pecho. ¿Cuándo había llegado? No habían oído pisadas, ni nada que rompiera el silencio del bosque. Sin embargo, había aparecido a su lado con su tranquila y regia estampa. Jaken se puso de pie apoyándose en el báculo y esbozó una sonrisa de completo placer.

—¡Señor Sesshomaru, estáis aquí! No os oímos llegar. Sentaos y descansad, por favor —le ofreció cediéndole su sitio bajo el árbol.

Sesshomaru no le hizo caso. Miraba a Kristen, quien a su vez lo observaba boquiabierta. Nunca había visto a nadie remotamente parecido a él. Siempre había considerado a su padre como el hombre más guapo del mundo, rubio, alto e imponente; pero ante el ser que la miraba desde arriba quedaba como un simple mozo medianamente atractivo. Los cabellos de —¿cómo había dicho el sapo que se llamaba?— Sesshomaru eran largos y blancos, tan lisos que parecían haber sido planchados. Su rostro era de facciones suaves y con elementos extraños, con dos marcas rojas en cada mejilla y una media luna en su frente. Sin embargo, lo más atrayente de él eran sus ojos, dorados como el oro. Más alto que su padre, pero no tan corpulento, tenía un aspecto felino, pero eso no le restaba masculinidad. No, en absoluto.

—Sesshomaru, eres realmente hermoso —le dijo sinceramente. Rin y Jaken se giraron hacia ella como dos resortes, impactados por la sorpresa. El demonio se recuperó primero y, enfadado, dio en la cabeza a Kristen con su báculo. Ella le gruñó frotándose donde le había golpeado.

—¡Eres una mujerzuela insolente! ¿Cómo te atreves a tutearle y a hablarse así? —la espetó echando chispas por los ojos— ¡Él no es un simple campesino para que te dirijas a él de ese modo! Pide disculpas y…

—Suficiente, Jaken.

—Pero, amo Sesshomaru, ella le ha hablado de forma tan maleducada que yo…

—He dicho que es suficiente —repitió con una advertencia implícita en la voz. Jaken bajó la cabeza, murmurando contra Kristen por lo bajo. Sesshomaru se volvió hacia ella—¿Cuál crees que es la respuesta a la pregunta?

Kristen parpadeó, confundida. Frunció el ceño tratando de comprender lo que le estaba diciendo.

—¿Pregunta? No me has hecho ninguna pr…

—Por qué habría querido quedarse en ese sitio —la cortó el hombre con voz dura.

Rin le miró sin entender. ¿Por qué le preguntaba a Kristen eso, si ni siquiera la conocía? ¿No sería más fácil hacerle esa pregunta a ella? Tampoco la había mirado desde que llegó. Inspiró profundamente, aprovechando que Kristen no decía nada y le habló por primera vez, con voz trémula:

—Amo Sesshomaru, ¿por qué no me preguntáis eso a mí?

El demonio se volvió hacia su tímido rostro y la miró con indiferencia heladora. Rin se estremeció bajo esos ojos que jamás le habían dirigido una mirada igual. ¿Qué ocurría? Algo iba mal.

—Porque prefiero preguntárselo a ella, Rin —Sesshomaru había vuelto su vista hacia Kristen para contestarla con frialdad— Ahora responde a la pregunta, humana. ¿Por qué habría querido quedarse en aquel lugar?

La pobre mujer abrió y cerró la boca en varias ocasiones, sin saber qué decir. Algo había cambiado. Notaba la tensión en el ambiente. Sesshomaru hablaba con un tono que se asemejaba a un cuchillo cortando mantequilla. Tenía una expresión tranquila, aunque sus ojos la hacían palidecer. Era como mirar dos heladores abismos de oscuridad. Ese hombre le daba miedo. Cayó en la cuenta entonces de que la había llamado humana. Volvió a despegar sus labios y se forzó a preguntar con la boca seca:

—¿Me has llamado humana? ¿Acaso tú no eres humano?

Se asustó al ver cómo el hermoso rostro de Sesshomaru se crispaba ligeramente, como molesto por lo que había dicho. Por el contrario, habló con voz serena, con una suavidad que podría confundirse erróneamente con dulzura.

—¿Te parezco un insignificante humano?

Cuando los ojos de Kristen se encontraron con los de él, se echó a temblar. ¿Lo había encontrado atractivo? No, un hombre tan aterrador no podía resultarle hermoso. Sentía que, si respiraba demasiado fuerte, podría molestarlo y aplastarla. No parecía de los que se lo pensaban dos veces antes de mancharse las manos de sangre. Sus manos. La mujer las contempló más detenidamente, conteniendo el aire que llenaba sus pulmones. No eran manos, más bien eran garras. Dios, era un demonio. Uno muy poderoso, lo presentía en los huesos. ¿En qué lío se había metido ahora? Tembló con más evidencia.

Rin captó el temor que inundaba el rostro de Kristen y se adelantó para protegerla.

—Señor Sesshomaru, la estáis asustando. Quizás, si no sois tan duro, ella podría tratar de…

—No interfieras, Rin—la acalló sin contemplaciones. No parecía que fuera a ceder. Su insistente mirada a la aterrada humada hizo que esta se apresurara a contestar su primera pregunta, obviando la de si parecía un humano pues a todas luces le había ofendido. Nada más lejos de su intención.

—Yo no sé por qué ella no huyó, señor. Yo insistí en que viniera con nosotros pero no me hizo caso. Quiso quedarse a ayudar a un niño, aunque fuera del enemigo. No entiendo por qué lo hizo si era un demonio y podría estar cayendo en una de sus trampas. La cogí del brazo para que escapara conmigo cuando oí que los guardias se nos echaban encima, pero ella se soltó y quiso quedarse. Yo me marché corriendo. Pero no penséis que soy una persona desagradecida, no, señor —se apresuró a señalar, segura de que la creía una cobarde sin escrúpulos—. Rin hizo mucho para que yo consiguiera huir, así que colé mi ganzúa entre los pliegues de su kimono por si le era útil en un futuro. No volví a verla hasta esta tarde.

Había hablado atropelladamente para no perder el valor y poder soltarlo todo. No deseaba quedarse a medias y enfadarle. El demonio fruncía el ceño mientras la escuchaba. Kristen esperó al terminar que le preguntara algo más, en vano. Los tres observaron después de unos instantes de silencio cómo Sesshomaru avanzaba a través de las enrevesadas raíces con fluidez y elegancia, ondeando tras de sí su pelo y holgadas ropas. Jaken y Rin intercambiaron una mirada entre ellos y asintieron. Kristen vio callada cómo los dos se ponían manos a la obra y recogían el campamento a una sorprendente velocidad, guardando la comida que habían recogido y doblando sus mantas. Rin aseguró las alforjas de Ah-Un, ya despierto y listo para partir, y siguió a Jaken, quien le decía que se apresurara o los dejaría atrás. La joven miró a su espalda y vio a la mujer agazapada en el suelo, con mirada baja. Se acercó a ella, compasiva. Parecía realmente intimidada. Cuando ésta levantó la cabeza, se topó con una mano tendida para ayudarla a levantarse.

—¿Vienes con nosotros, Kristen?

Ésta miró su mano y a ella. Después de una breve cavilación, la aceptó y se pusieron en marcha.


Dos días habían pasado desde que abandonaron aquel silencioso e inquietante bosque, aún de noche. No descansaron hasta varias horas más tarde, cuando Rin y Jaken tropezaron varias veces y cayeron por no ver el camino que seguían. Era una noche verdaderamente oscura. Sesshomaru le indicó a Jaken que se establecerían a un lado del camino y éste acató su orden ladrando a su vez otras a las dos mujeres que les acompañaban. Sorprendentemente, Kristen no discutió en ningún momento. Aún no se había recuperado de la charla con Sesshomaru y le faltaba mucho para acostumbrarse a su presencia. Rin trató de consolarla mas fue inútil. El demonio la había impresionado de verdad.

Ahora se hallaban atravesando unos campos de siembra bajo la anaranjada luz del atardecer. Los labradores que trabajaban allí los miraban pasar con curiosidad. Rin pensó que debían verse como un extraño y variopinto grupo. Inclinó la cabeza para espiar disimuladamente a la mujer rubia que caminaba cabizbaja a su lado. No había conseguido que le dijera cuál era su objetivo, a quién perseguía. Ella sólo hablaba de venganza, pero no entraba en detalles de contra quién en específico era esa venganza ni dónde se hallaban esos demonios. Rin se olía que ni siquiera ella conocía la respuesta y por eso le daba evasivas. Sentía pena por Kristen. Sabía bien lo que era perder a toda su familia y verse rodeada de pronto de extraños. No se le estaba haciendo muy fácil.

Miró entonces la espalda de Sesshomaru, delante de ella. No había hablado con Rin desde la conversación que habían mantenido en el bosque, ni siquiera para pedirle que fuera a buscar alguna rama, o decirle que se quedara donde estaba. Que comiera, que se durmiera, algo. Como hacía siempre. Al único que dirigía la palabra era Jaken, y estaba segura de que era porque Kristen le evitaba como si se tratara de un terrible monstruo. A Rin, ni los buenos días. Días antes había hecho contestar a Kristen una pregunta sobre ella, no permitiéndole participar. ¿Qué sentido tenía eso? Algo andaba mal, pero no sabía el qué. Una sospecha la sacudió violentamente. ¿Era por su confesión de amor? Tras pensarlo unos instantes, desechó esa posibilidad. Sesshomaru parecía distante con ella, pero dudaba que fuera por eso. Ante todo, era un hombre justo. No la castigaría con su indiferencia por algo que Rin no podía controlar. Debía haber algo más, pero no había conseguido quedarse con él a solas para preguntárselo en la intimidad. Le incomodaba airear sus problemas con él delante de Jaken y Kristen y que ellos vieran su mortificación cuando Sesshomaru le explicase por qué se comportaba así.

—Oye, ahí hay una cabaña que parece que está deshabitada. No me apetece volver a dormir al aire libre —dijo entonces Kristen, rompiendo el silencio del grupo.

Rin se dio cuenta de que estaba anocheciendo y se habían adentrado de nuevo en una zona boscosa, esta vez más animada. A lo lejos oía una cascada y el fluir de un río, junto al aleteo de un pájaro que se posaba en una rama y los escrutaba con sus pequeños ojos. Jaken carraspeó y miró inquisitivamente al demonio blanco, que no había dicho nada. Parecía ver algo que el resto no, entre la desordenada foresta.

—Amo Sesshomaru, ¿nos podemos quedar en ese lugar a pasar la noche?

Él lo miró y se encogió ligeramente de hombros.

—Haced lo que queráis.

Siguió caminando sin echar una última mirada atrás. Jaken le explicó a Kristen que no los abandonaba, que volvería al amanecer como solía hacer. La mujer sonrió, tranquila ahora al marcharse él con su amenazante aura demoníaca. Por fin podía estar despreocupadamente a sus cosas. Rin tan sólo observaba como el demonio desaparecía en el follaje, y salió de su estupor cuando alegremente la llamó Kristen, yendo hacia la cabaña. Entró tras de ellos sin decir nada. La casa de madera estaba frugalmente compuesta por una mesa llena de polvo, un par de sillas que cojeaban de sus patas y un futón lleno de pulgas saltarinas. El olor a cerrado era penetrante. Abrieron todas las ventanas haciendo un esfuerzo por que los marcos no se rompieran, prácticamente roídos por las termitas, para ventilar la única habitación. Rin miró por una de ellas el lugar por el que Sesshomaru se había marchado. Si bien su comportamientos de los últimos días había sido inusual, no le extrañaba que no durmiera con ellos. El demonio prefería descansar bajo el cielo nocturno. Ella también había llegado a apreciar lo bueno que podía ser un lecho de hierba y tierra.

Sus acompañantes hablaban de qué comerían, comentado haber visto unas jugosas bayas cerca y también unos árboles con fruta madura. Rin se disculpó diciendo que no tenía hambre y que iría a dormir ya. Acomodó un par de mantas mientras Kristen y Jaken iban a recolectar su cena y se echó sobre su improvisada cama. El sueño se apoderó de ella y sus párpados cayeron, de pronto pesados. No notó cuándo volvieron.

Una pesadilla la despertó pasada la medianoche, sacudiéndola. Rin se incorporó sobre un codo frotándose los ojos. Era extraño, pensó, esa vez no había sido tan terrible como las anteriores. Rantiru se había limitado a mirarla como si fuese a matarla, sin moverse de su sitio. De entre sus labios salía mucha sangre. Estaba muy herido, con una grotesca marca en la cara desgarrada por una afiladas garras. No llegaba a atacarla. Si bien la visión era siniestra, no iba con ella. Era como si los sueños perdieran fuelle.

Bostezando, vio que Kristen y Jaken dormían a pierna suelta sobre el desaliñado futón. Por lo que pudo comprobar, divertida, el demonio tenía una mano de la mujer plantada en la cara, sin inmutarse. Alguien había hecho un nuevo amigo. Sólo esperaba que hubieran desparasitado antes el futón. Un par de vueltas en su improvisada cama bastaron para que decidiera que no tenía nada de sueño. Se puso en pie despacio y sin hacer ruido para no despertarles —aunque con los ronquidos de Kristen podría haberse caído de morros al suelo y no habrían escuchado nada—. Fue hacia la puerta con cuidado de que ésta no hiciera muchos chirridos al girar en las oxidadas bisagras. El aire nocturno la acogió con su frescura. Por suerte estaban en primavera y aquel viento no le helaba los huesos —de hecho contrastaba agradablemente con el calor que hacía en el interior de la cabaña—. Cogió aire y lo soltó lentamente, tratando de decidir qué hacer. "Bueno, puedo ir a ver la cascada. Tal vez consiga darme un baño si el río no es muy profundo", se dijo pensando que hacía mucho tiempo que no se daba uno. Con esa idea en la cabeza, se guió por el ruido a través del bosque. Había una enorme luna llena, por lo que no le fue muy difícil ver el camino. Ah-Un, que dormía fuera de la cabaña, levantó un poco la cabeza al oírla pasar y luego volvió a cerrar los ojos enterrando la cabeza entre sus patas.

Llegó a su destino pasado un cuarto de hora caminando. La cascada caía como una fina y estruendosa cortina de agua sobre un pequeño estanque. Éste tenía una pequeña abertura que dejaba pasar pequeños hilos de agua al riachuelo que discurría sobre y entre escarpadas piedras. Rin se agachó hacia el estanque y comprobó encantada que cubría lo necesario para darse un baño, pero no tanto como para ahogarse. Además, la temperatura era perfecta. Se deshizo de sus sandalias con un par de patadas y el obi pronto le siguió. Se estaba abriendo el kimono y dejando que cayera a sus pies, quedando sólo con una camisa fina y la ropa interior, cuando oyó un ruido a sus espaldas.

—Rin, ¿qué haces aquí?

Casi la mata del susto. Dio casi una vuelta sobre sí misma para localizar el origen de la voz, y lo encontró tumbado a unos metros de ella, con la espalda apoyada en el tronco de un árbol. La observaba atentamente. Ruborizada hasta la raíz del pelo, Rin se acomodó sus ropas tan rápido como pudo. Por Kami, ¿cómo podía no haberle visto? ¿Y por qué él no la había avisado antes de que estaba allí? "Al menos no ha esperado a verte desnuda", dijo una molesta vocecita en su mente.

—Señor Sesshomaru, perdón por no haberos visto.

—¿Qué haces aquí? —repitió con tranquilidad él, sin despegar su mirada de ella.

—Pues… iba a darme un baño —contestó turbada, señalando con un dedo el estanque. De pronto esas atractivas aguas parecían muy lejanas.

—Deberías irte a dormir.

Rin negó con la cabeza. Lo último que le apetecía ahora mismo era volver a la cabaña, y no sólo por los ronquidos de Kristen. Superada la vergüenza de haberse encontrado con él en aquella vulnerable situación, se sentía feliz de haber conseguido al fin un momento a solas con el demonio después de tantos infructuosos intentos. Aquella era una gran oportunidad para poner las cartas sobre la mesa.

—Amo Sesshomaru, yo… me gustaría…

—Vete a dormir. Ya, Rin.

—No quiero irme a dormir. Quiero quedarme aquí —insistió tratando de no sonar lastimera.

Sesshomaru se incorporó un poco, separando su espalda del árbol y mirándola fríamente, tanto que Rin pudo verlo aun en la oscuridad sólo opacada por la luz de la luna.

—No pongas a prueba mi paciencia y vuelve con los otros, ahora.

Rin tragó saliva. Hizo un nuevo intento.

—¿Acaso hay peligro por aquí cerca y por eso no puedo quedarme?

Se miraron un rato en silencio. El viento agitaba y levantaba un mechón de pelo del demonio, colocado sobre uno de sus hombros. Rin se estremeció ligeramente de frío mientras esperaba.

—No, no hay peligro.

Se lo temía. Sesshomaru estaba echándola porque no quería quedarse con ella a solas. Esa idea le partía el alma. ¿Qué había hecho tan mal para que la tratara así? Él jamás la había ahuyentado de su lado. Aunque el resto no lo viera, se preocupaba seriamente por ella, y también por sus sentimientos. No diría algo que sabía a ciencia cierta que la lastimaba. Pero lo estaba haciendo.

—Creo que voy a tratar de poner a prueba vuestra paciencia —le dijo desafiante, tragándose el nudo de la garganta.

—¿Piensas que eso es inteligente? —inquirió frunciendo levemente el ceño.

—Yo sólo quiero hablar con vos, amo Sesshomaru. Por favor, sólo un momento. Lo necesito —le imploró mientras se acercaba. Se arrodilló a su lado, pero él ni la miró.

—Lo que necesitas es irte a dormir. Esta charla me aburre.

Su tono era en verdad de indiferencia. Rin sentía que poco a poco perdía el control de sí misma. Se esforzó por no llorar. Ya no era una niña. No iba a dejar que viese cuánto le afectaban sus palabras, aunque eso la matara. Antes debía descubrir lo que pasaba. Alguna razón oculta debía haber para todo aquello.

—¿Por qué estáis enfadado conmigo, amo Sesshomaru? —le preguntó en voz tan baja que creyó que él no la escucharía, pero lo hizo.

El demonio se apoyó de nuevo en el tronco. Relajó su postura y alzó su cabeza, con los ojos cerrados, dejando que su pelo cayera como una blanca cascada. Su boca se movió en una extraña sonrisa.

—¿Por qué iba a estar enfadado contigo? ¿Has hecho algo para merecerlo? —preguntó a su vez Sesshomaru. El desdén que teñía su voz provocó que Rin se sentara rígida, con la espalda tan recta que le dolía.

—Yo creo que no lo merezco, amo Sesshomaru —osó decir ella todo lo digna que pudo. ¿Y acaso mentía? Ella no había hecho nada. Siguió diciendo—: Os he seguido siempre y os respeto. Mi lealtad hacia vos es…

—¿Lealtad?

Se había incorporado de golpe y la miraba muy cerca de su cara. Rin soltó un gritó ahogado y trató de alejarse, pero una de las manos se situó a su espalda y le impidió huir de él. Casi respiraba el fresco aliento del demonio. Sus ojos estaban clavados en los de ella, mirándola con furia contenida. Trató de irse otra vez, pero él siguió sin dejarla.

—¿Me hablas de lealtad, Rin? ¿Sabes lo que esa palabra significa? —Su voz sonaba dura y seca. El corazón de Rin latía a toda prisa, por el miedo, pero no a él, sino a lo que pudiera decirle. Desconocía de qué estaba hablando, pero en esos momentos podría ordenarle que se marchara para no volver nunca más. Que se alejara de él. Eso no podría soportarlo.

—No sé de qué… ¿por qué decís eso?

El demonio la observó fría y detenidamente. No pareció compadecerse al ver a Rin temblar, afligida. Su rostro era pura determinación, cosa que asustó a la joven sobre todas las cosas.

—Tú lo sabes bien.

Rin entendía ahora que, por muy suave que fuera su voz, transmitía mucha fuerza. Nunca se había situado en el lugar de los contrincantes de Sesshomaru para llegar a comprender eso. Era aterrador.

—Os juro que no. Por favor…

—Bien, dime, Rin. ¿A quién debes lealtad? —preguntó con voz serenamente cruel.

Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—A vos, siempre a vos, amo Sesshomaru.

—¿Te unirías a mi enemigo por propia voluntad, sabiendo de primera mano que quiere matarme? —continuó ignorando su sollozo de manera implacable.

—No, nunca. Es la pura verdad. Por favor, creedme —suplicó Rin sin ya poder evitar que las lágrimas resbalasen por sus mejillas.

Sesshomaru la fulminó con la mirada y se levantó con brusquedad, dejando atrás todo rastro de tranquilidad y sosiego. La joven le observaba, de espaldas a ella abriendo y cerrando sus garras rápidamente. Parecía tener ganas de matar. Y sólo Rin se encontraba en el paraje.

—¿Entonces debo suponer que las palabras de esa basura son mentira? ¿Qué no lo besaste en más de una ocasión por propia voluntad? ¿Que no acariciaste el pecho desnudo de esa rata con tus manos, porque así lo deseabas? ¿Me has sido leal, Rin? —Sus palabras eran como dardos directos a la diana, que en este caso era el corazón de Rin, pronto a hacerse añicos. Inspiró profundamente antes de ponerse de pie y contestar.

—No, no es mentira.

Era lo único que Sesshomaru necesitaba oír. Sin decir nada más, echó a andar, lejos del lugar. Lejos de ella. Rin no podía permitirlo. Corrió tras de él para alcanzar su veloz paso y tironeó de su kimono para detenerlo. Su respiración era agitada mientras que la de él estaba completamente controlada. Y su voz sonó calmada cuando dijo:

—Suéltame, Rin. La paciencia nunca ha sido un rasgo con el que me hayan identificado, y esta noche no me siento muy paciente.

—Por favor, escuchad lo que tengo que deciros.

—He escuchado de ti más que suficiente —le aseguró con una frialdad que ni por asomo le había dirigido nunca. Se giró lentamente hacia su rostro lloroso y le explicó con una voz razonable que Rin odió—: Mañana vamos a hacer siguiente. Iremos a un pueblo cercano y te quedarás allí con tu amiga, la otra humana. Buscaremos un sitio apropiado para ti. Dudo que eches en falta nada —añadió esto último con dureza.

—El único sitio apropiado para mí es junto a vos —decía la joven, inundada por la tristeza. Todos sus temores se habían hecho realidad. Él, aunque no lo había dicho explícitamente, la creía una traidora. Iba a abandonarla al día siguiente. Su mundo se estaba derrumbando y ella no podía hacer nada para remediarlo. Entre sollozos, trató de explicar—: Yo no quería besarlo porque me gustara. Le odiaba y le odio todavía, amo Sesshomaru. Sólo intentaba diferentes tácticas para huir.

—Interesantes tácticas, como poco —comentó Sesshomaru con sequedad.

—Es la verdad, creed en lo que digo.

—¿Cómo también debo creer en lo que me dijiste justo antes de que te secuestraran, cuando estábamos solos? ¿Qué parte de esta historia es verdad? No tengo tiempo para desperdiciarlo con algo así.

Rin se quedó pasmada ante el giro de la conversación. ¿Se refería a su confesión de amor? ¿Por qué sacaba a relucir eso en estos momentos? Sus ojos se llenaron de nuevo de lágrimas porque pensaba que intentaba reabrir su vieja herida. No había sido suficiente el haberla rechazado, sino que lo repetía ahora que se disponía a abandonarla. Nunca se había dado cuenta de lo cruel que podía llegar a ser. Debía odiarla con toda su alma.

Sesshomaru la miró esperando una respuesta, impaciente. Rin se había quedado callada con mirada perdida. Bien, eso sería todo, supuso el demonio con estado de ánimo sombrío. Se puso en marcha para alejarse de allí. No quería permanecer a su lado y comprobar que todo lo que había dicho Rantiru era cierto. Había sido un estúpido yendo a vengarla, cuando había olido del cuerpo de Rin la esencia de Rantiru. Ahí debía haber atado cabos, pero no concebía entonces que Rin lo hubiera traicionado. Tampoco después de su encuentro con esa escoria demoníaca creía del todo en sus palabras. No obstante, ahora obtenía su confirmación de boca de ella. No podía confiar en nadie, por muy inocente y dulce que fuese en apariencia. Nunca, en sus más de mil años de vida, se había comportado de forma tan ilusa. Él no era un vengador. Había quedado en completo ridículo al pretenderlo. No podía continuar a su lado si no podía confiar en ella. No era un error que se permitiría repetir. La decisión estaba echada.

Si lo tenía tan claro, ¿por qué le costaba tanto dejarla atrás? Le había dado sobradas razones para hacerlo. A otros por mucho menos les habría partido por la mitad. Pensándolo detenidamente, estaba siendo compasivo, un rasgo que odiaba, pero no concebía el tener que matar a Rin, por mucho que se hubiera ofrecido alegremente a su enemigo. Esa idea le repugnaba más que el hecho de ser considerado compasivo.

Algo le golpeó el brazo, pero como apenas lo sintió, lo ignoró. Otra vez lo golpearon en su brazo, y luego en la espalda. Sesshomaru se detuvo y fue a quitarse de encima el molesto insecto cuando sólo encontró a Rin. Sorprendido, vio como descargaba sobre él sus pequeños puños con todas sus fuerzas, que no eran nada comparadas a la resistencia del demonio. Le agarró de los antebrazos y la obligó a mirarlo, con el ceño fruncido. El rostro de Rin denotaba furia.

—¡Atacadme!

—Basta ya, Rin.

—¡No, no quiero! ¡Atacadme, golpeadme! —gritaba sin dejar de hacer eso mismo con los pies, ya que sus brazos estaban atrapados. Sesshomaru pensó que debía de estar lastimándoselos, aunque él apenas sentía un cosquilleo.

—Es suficiente, Rin. Vuelve a la cama —La voz de Sesshomaru llegó a Rin, razonable y serena. Ella no estaba con ánimos para escuchar cualquier cosa, por muy razonable que pudiera ser.

—¡Repulsión! —gritó con todas sus fuerzas.

Sus manos, que apuntaba a Sesshomaru gracias a que él la mantenía sujeta, lograron su objetivo. El demonio retrocedió con un par de saltos hacia atrás, sin ningún rasguño. Rin, llena de pesar, no se sintió horrorizaba por lo que acababa de hacer. Lo había perdido todo. Eso era lo único que le quedaba, y pensaba utilizarlo. Sesshomaru la miró duramente.

—Se acabó, Rin. Estás yendo demasiado lejos.

Rin sacudió la cabeza, con la cara húmeda por las lágrimas. Pero ya no lloraba, ahora sólo estaba furiosa. Y dolida, muy dolida.

—Pienso repetirlo otra vez.

—¿Quieres que te haga daño? —le replicó fríamente. ¿Acaso había perdido el juicio?

Con incredulidad, vio con asentía enérgicamente.

—¡Sí, eso es lo que quiero! ¡Hacedme daño, golpeadme con todo vuestro poder! —gritaba con voz que rozaba el histerismo. Estaba rota de dolor. Más calmada, prosiguió—: Si me odiáis, haced lo que hacéis siempre que alguien os molesta. Castigadme. Tal vez, después me perdonéis. No vais a hablar conmigo, ni escuchar lo que tengo que decir, así que esta es la única manera. Pegadme. Descargad vuestra ira en mí.

—No voy a hacer tal cosa, por todos los infiernos.

—Si no lo hacéis, será que me odiáis más de lo que pensaba. ¡Repulsión! —exclamó antes de que Sesshomaru se diera la vuelta y se marchara. Puede que ahora quisiera matarla. Llegados a ese punto, le daba igual. —¡Venid a por mí! ¡Repulsión! —Sesshomaru evitó los dos balanceándose sobre sí mismo y se acercó a ella con paso veloz. Antes de que le lanzara otro, le agarró las manos con fuerza, muy cerca de su pecho—¡Repulsión! —El hechizo impactó muy efectivamente, dada la cercanía del objetivo. Con seguridad, eso había tenido que doler. El demonio gruñó por la molestia y la tumbó utilizando su propio cuerpo para inmovilizarla, con sus manos por encima de su cabeza para evitar sus hechizos de repulsión— ¿Vais a castigarme ahora? —preguntó Rin esperanzada, sin preocuparse por su indefensa postura.

Sesshomaru la besó violentamente en respuesta. La joven abrió mucho los ojos al sentir esos finos labios apretarse con fuerza sobre los suyos. Lo estaba haciendo otra vez. Maldita sea, ¡volvía a hacer lo mismo! Le mordió y aprovechó que él retrocedía un poco soltando otro gruñido enfadado para espetarle:

—¡No pienso permitir que me beséis para hacerme callar! Desde que volvisteis no habéis hecho otra cosa. Dejad de jugar, estoy harta. ¿Para esto regresasteis? ¿Para darme la espalda a la mínima oportunidad, sólo porque os han hablado mal de mí? Dijisteis que después de todos esos años volvisteis a por mí porque no os disgustaba mi presencia, queríais que os acompañara. Pero me abandonáis a la primera de cambio sin darme la oportunidad de explicarme. ¡Dejaros de juegos, no soy una niña! Simplemente dejadlo —acabó gimiendo, sin poder evitarlo. Se sintió profundamente patética. Había vuelto a llorar.

Sesshomaru la escuchó pacientemente, sin liberarla ni cederle más espacio. Descendió otra vez sobre su boca, ignorando las acaloradas protestas de su pequeña cautiva, y la besó con firmeza aplastando cualquier resistencia que opusiera. Después de todo, él era más fuerte. Rin se debatía inútilmente, obcecada en no dejarse engañar de nuevo. Una de las manos de Sesshomaru fue hacia su rostro. Cruzándolo, la obligó a despegar sus labios. Sintió que su corazón daba un vuelco al notar la lengua del demonio internarse en su boca y acariciar su propia lengua, lenta pero implacablemente. Trató de ponerse en pie aún sabiendo que no iba a dejarla hacer tal cosa. La había fijado al suelo y no iba a moverse de allí. La mano que sujetaba su cara resbaló por su cuello, tal vez tratando de que aceptara lo inevitable. Pero eso ya no hacía falta. Poco a poco, la empezaron a atacar extrañas y hasta entonces desconocidas sensaciones. Unas electrizantes descargas recorrieron su cuerpo, deseoso de retorcerse bajo el de Sesshomaru sin conocer la razón. Soltó un gemido ahogado y se abandonó a él. Era tan posesiva como el demonio. Él la impedía pensar con claridad. Su lengua bailaba junto a la suya, primero tímida y luego con la misma exigencia. De pronto notó que los separaba demasiada distancia, por lo que elevó su cuerpo para pegarse al de Sesshomaru. Él descendió al ver que estaba en una postura incómoda, hasta que la espalda de ella volvió a tocar el suelo, sin dejar de besarla.

Ninguno de los anteriores besos podían compararse a ese. Apenas tenían sentimiento, sólo podían interpretarse como suaves caricias sin más significado que el de captar su atención o distraerle. Éste era diferente. No parecía tener la intención de callarla o cualquier objetivo similar. Rin sentía lo que era la pasión. Y aquel beso era violenta, ruda y desnuda pasión. Sesshomaru estaba plantando su reclamo a través de él, marcándola. No conocía ese lado tan primitivo suyo. Todo rastro de frialdad o calma brillaba por su ausencia. Ella respondía saliendo al paso con ímpetu, aunque seguía sin dejarle libres las muñecas. Únicamente le permitía moverse debajo de él, ansiosa por recibir algo que no lograba entender. Una emoción salvaje la embargaba. Con un jadeo, su boca se desprendió de la suya. Le pareció oír un suspiro por parte del hombre, pero fue algo tan bajo que no podía asegurarlo. Se dio cuenta de que por fin sus manos estaban libres y sonrió por el cúmulo de sensaciones.

Miró a Sesshomaru sonriente, contenta por cómo había terminado todo, pero lo que vio la dejó petrificada. El demonio se había quitado su estola, la armadura parcial y el obi y los sujetaba con una mano. Su rostro no traslucía ningún sentimiento. Nada por lo que se podría deducir que segundos antes había compartido un fogoso beso. Retrocedió en el suelo al ver que se acercaba de nuevo a ella. No entendía qué se proponía. Pasó de largo, junto a la joven en el suelo, y se sentó bajo el mismo árbol que cuando le había encontrado.

—Ven aquí, Rin —le dijo dando una ligeras palmaditas a la hierba junto a él.

La joven obedeció a paso vacilante. Le temblaron las piernas cuando se sentó junto a él.

—¿Por qué os habéis quitado parte de la ropa, amo Sesshomaru?

Él no contestó. Volviendo a incorporarse, la obligó a tenderse encima de la peluda y sedosa estola blanca. Rin lo miró sin comprender. Cuando quiso levantarse, él la detuvo.

—Amo Sesshomaru, ¿por qué me… ?

—No hables, Rin —le dijo acallándola. No fue una orden dura ni cortante, sólo una indicación de lo que debía hacer.

Suavemente se cernió sobre ella, sin tocar su cuerpo con el suyo en ningún momento. Rin contuvo la respiración, expectante, deseosa de que volviera a besarla. Suspiró de placer cuando él acató su silencioso deseo. La joven entrelazó sus dedos tras el cuello del demonio atrayéndolo hacia ella y mostrándose tan apasionada como le dictaba su cuerpo. Sentía mucho calor. Una débil ráfaga de viento frío le rozó su pecho. A su espalda, la esponjosa prenda la acariciaba. Sobresaltada, su dulce ensoñación se disipó de golpe. ¿Por qué sentía la estola en su espalda? Bajó su vista y comprobó que su kimono estaba por su cintura, al igual que su holgada camisa interior. Llena de rubor, trató de taparse, pero Sesshomaru se lo impidió agarrando su mano. Ella lo miró, con el corazón en un puño:

—¡Amo Sesshomaru! ¿Se puede saber que estáis haciendo?

—Sólo seguía tu consejo —le respondió éste tranquilamente, como si no estuviera medio desnuda bajo su cuerpo. Si algo había que concederle, era que en cualquier situación podía mostrarse perfectamente impasible.

—¿Qué consejo? —exclamó con voz aguda.

—Dijiste que me dejara de juegos, ¿no es verdad?

Rin soltó un hondo lamento. ¿Era eso? ¿Sólo le devolvía sus palabras? Kami, no se lo había esperado. Qué humillante. Aquello era peor a que la golpeara. Si buscaba una manera de avergonzarla al punto de querer huir a esconderse debajo de la piedra más cercana, lo había conseguido.

—Así que, después de todo, vais a castigarme. Muy bien, lo he entendido, dejad que me levante, por favor —le pidió dejando notar la decepción que sentía.

Sesshomaru la observó sin acceder a su petición ni decir nada. Su apuesto rostro estaba tenuemente iluminado por la luz de la luna. Los dorados ojos brillaban al contemplarla. Rin volvió a sentir cómo su corazón quería salir de su pecho, desbocado. Cayó llena de turbación en que permanecía todavía desnuda de cintura para arriba. Una de las manos del hombre acariciaba suavemente su clavícula, siguiendo el recorrido por su piel. La joven cerró los ojos disfrutando del toque, impotente. Los labios de Sesshomaru se posaron en su cuello, saboreándolo y dándole algún pequeño mordisco. Su mano había llegado al final de la clavícula y continuaba bajando. Cuando tuvo en su poder uno de sus pechos, Rin gimió sin poder contenerse.

La voz de él sonó ronca, suave y, al mismo tiempo, perturbadora.

—¿Castigarte? Eres de lo peor para el ego masculino.

La joven no pudo replicar, pues su boca volvía a estar ocupada. No entendía nada pero tampoco lo necesitaba. Su cuerpo temblaba ansioso por que las expertas manos del demonio lo recorrieran de arriba a abajo. Nunca había experimentado nada semejante. Después de un rato, ya no podía contener sus gemidos contra la boca de Sesshomaru. Estaba totalmente avergonzada de soltar semejantes sonidos y que él los escuchara. ¿Creería que era una tonta escandalosa? Esperaba que no parase por ello. Las manos del demonio sabían exactamente dónde necesitaba ser tocada. Su cuerpo ardía.

Cuando la boca de Sesshomaru bajó hasta su pecho y lo tomó, Rin creyó estar viendo las estrellas. Susurró su nombre ahogada entre estremecimientos. No sabía que esa parte de su cuerpo podía ser tan sensible. Su vientre se le revolvió, pidiendo algo. La joven sufrió ese extraño malestar con gran aguante, pues no le dolía exactamente. No le había ocurrido antes. Sesshomaru, notando su confusión, le abrió más el kimono. En un par de movimientos, estaba desnuda, y el demonio ni siquiera había parado de acariciarla. Rin gimió echando la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, cuando la lengua de Sesshomaru insistió en rodear la cima de su pecho. Sus dedos bajaron por su vientre plano y siguieron descendiendo. Al sentir una caricia en un lugar tan íntimo, Rin protestó avergonzada. No creía estar lista para que se tomara semejantes libertades, pero Sesshomaru volvió a mostrarse intransigente y la besó para que no dijera nada. Sus caricias fueron ganando profundidad, y aunque Rin se resistía al principio por la nueva intimidad alcanzada, acabó agitándose y apretándose contra él, pidiendo con voz entrecortada que siguiera.

Sesshomaru sonrió mientras la complacía. No sin satisfacción, comprobaba que Rin se entregaba a él sin tapujos. Sabía que no debía continuar con aquello. Sólo traería complicaciones en el futuro, mas no deseaba detenerse. Su mente le ordenaba que no siguiera, recordándole por qué era una mala idea la unión con su protegida. Era demasiado pronto. Debía concentrarse en su objetivo, lo que hacía sólo serviría para distraerlo. Ella era demasiado inocente. Pero el dulce abandono con el que le obsequiaba su pequeña humana le encendía la sangre como no le había pasado en siglos, casi desde su juventud. Por primera vez en mucho tiempo, dejó los consejos de su experimentada mente en un segundo plano. Esa noche sólo hablaba su cuerpo.

—Dime, Rin, ¿decías la verdad?

Como no contestó pasados unos segundos, detuvo su caricia, para decepción de Rin. Se revolvió contra su mano para que continuara. Se sentía muy bien cuando la tocaba.

—Amo Sesshomaru, seguid.

—¿Decías la verdad aquel día, Rin? ¿Cuándo me llevaste al bosque para hablar a solas conmigo? —le preguntó con voz enronquecida, contemplando la expresión ruborizada por el placer de la joven tumbada bajo él. No sabía por qué, pero necesitaba conocer la respuesta.

Rin salió lentamente de la dulce y placentera ensoñación y se esforzó por concentrarse. Recordó ese día, su confesión. No había estado del todo segura de que esos eran sus verdaderos sentimientos, pues sólo había ido porque Himeko la alentó a hacerlo. Ahora no tenía ninguna duda.

—Sí, decía la verdad. Os amo —Rin gimió audiblemente al notar aquellos dedos volver a trabajar. Controlando su temblor, le preguntó tímidamente —Amo Sesshomaru, ¿estáis haciéndome el amor?

El demonio sonrió de tal forma que le derritió el corazón.

—¿No crees que es un poco tarde para hacer esa pregunta?

—Estoy asustada.

Sesshomaru se inclinó sobre su ella y aspiró la fragancia de sus morenos cabellos desordenados. Olían a flores y tierra. Aquel característico olor que había tenido desde que era una niña. Pero ya no parecía una niña, ni física ni mentalmente. Pecaba de ingenuidad e inocencia, pero realmente había cambiado con el paso de los años, madurado. Como demonio, apenas era un suspiro en el tiempo, aunque para ella realmente habían ocurrido muchas cosas. Y las que quedaban por pasar.

Se puso de pie para terminar de desnudarse. Rin lo observaba con ojos muy abiertos, ruborizándose más si cabe. Sin embargo, no podía apartar la vista. Kami, era tan hermoso. Apenas le había visto cuando le ayudó a lavarse en los baños de la casa de Ryota, sumergido como estaba en el agua. Ahora todo su cuerpo se le mostraba sin ningún tipo de obstáculo. Alto, imponente y pálido, parecía esculpido en piedra por un hábil artista. No había una gota de grasa en aquella gloriosa figura, que aunque era delgada tenía unos bien formados músculos, desde el amplio pecho hasta las piernas. Cuando siguió con la mirada más allá de su ombligo, se quedó sin respiración. Tal vez sería buena idea parar. No estaba preparada para continuar.

—Señor Sesshomaru, no deberíamos seguir. Hace un poco de frío y…

—Yo te quitaré el frío —¿Captaba cierta diversión en su voz? No, seguramente se lo imaginaba.

Rin se incorporó para sentarse, tapando su pecho con sus brazos. Ahora se sentía tímida y torpe. ¿Cómo había conseguido llegar a ese punto? Las caricias de Sesshomaru tenían gran parte de la culpa. Se sonrojó al pensar dónde la había tocado y cómo lo había disfrutado. Volvió a mirarle y el color la abandonó. Había sido muy agradable —más incluso que eso—, pero no podía dar el siguiente paso.

Cuando Sesshomaru volvió a posicionarse sobre ella y la tocó con sus habilidosas manos, balbuceó:

—No puedo continuar. Perdonadme.

Cerró los ojos para no ver su enfado. Cualquier hombre estaría molesto si la mujer se echaba atrás en un momento como ése. Al no escuchar una réplica, le miró y se encontró una suave sonrisa. Sus ojos, tan dorados como el oro, la contemplaban con una calma tranquilizadora. Era como si nada malo pudiera pasarle mientras él estuviera allí, simplemente mirándola. Movió los pies al sentir un leve cosquilleo en sus dedos.

—No tengas miedo, Rin.

—Pero… yo no… Yo nunca…

Quiso decirle que, aunque pensara que ella conocía lo que iba a pasar, nunca había experimentado una cosa igual. Lo sucedido con Rantiru había sido una pesadilla llena de dolor que prometía más dolor. Ahora se enfrentaba a un increíble reto que temía estropear por su ignorancia.

Sesshomaru la cortó meneando ligeramente la cabeza. Su largo pelo le hizo cosquillas en la cara.

—Lo sé, no esperaba otra cosa. No debes tener miedo, Rin. Yo voy a protegerte.

No necesitaba escuchar nada más. Sonrió como una tonta y dejó que él la colocara. Sí, él la protegería, como siempre había hecho. Si estaba con ella, podía superarlo. Sintió como todos sus temores se disipaban como una fría niebla, dejando desnudo algo más que su cuerpo.

—Pues ven a mí, Sesshomaru. Te estoy esperando.

No notó que lo estaba tuteando. Sesshomaru sí. Con un gruñido apenas contenido, se arrojó sobre sus labios como si fuera una bestia hambrienta. Lejos de sentir miedo, Rin respondió con su propio voraz apetito. Sus lenguas se entrecruzaban, luchando por quién tomaría el mando. El demonio parecía llevar una clara ventaja, pero la joven se defendía con gran habilidad. Aunque no poseyera una vasta experiencia, se dejaba llevar por lo que el cuerpo le pedía. Y pedía a Sesshomaru. Cuando un dedo la penetró arqueó involuntariamente la espalda, con un grito sofocado. El hombre comprobó que estaba de sobra preparada, por como arremetía contra él. Su propia necesidad no podía esperar más a ser satisfecha. Antes había dicho que esa noche no se sentía especialmente paciente, pero cada uno de sus actos lo había contradicho. Su límite había llegado. Lentamente entró en su cuerpo, y al llegar a la barrera que le impedía continuar, empujó con una firme y decidida embestida.

Rin sollozó de dolor y le empujó con ambas manos el pecho para separarse de él. Le suplicó que parara. Sesshomaru maldijo para sus adentros. No sabía cómo proceder con una virgen. Las veces que había necesitado a una mujer, se había acostado con algunas mujeres demonio que poseían bastante más experiencia que él. No sabía cómo tranquilizarla para que remitiese el dolor que le causaba. Además, era un suplicio estar en su interior sin moverse.

—Rin, relaja tu cuerpo. El dolor pasará pronto —le susurró suavemente acariciando su mejilla.

Ella asintió con lágrimas de dolor en sus ojos. No estaba muy convencida, pero no quería ofender a Sesshomaru. Hasta que la había penetrado, había sido increíble. Si tenía que sacrificarse para que él también disfrutara, lo haría. Le debía eso y más. Relajó su cuerpo como le había indicado, preparada para aguantar todo el dolor que vendría. Apretó mucho los labios cuando comenzó a moverse en ella. Entonces, la mano que había estado acariciando su estómago para tranquilizarla, bajó hasta donde sus cuerpos se unían y la acarició en su punto más sensible. Espasmos de placer la sacudieron violentamente. Clavó sus uñas en la espalda de Sesshomaru con fuerza. Con voz ronca y entrecortada, le pidió que hiciera eso de nuevo. El demonio se rió con voz suave y ronca, de una forma que Rin no había escuchado antes. En el momento en que empezó a moverse con ella, primero despacio y luego aumentando la fuerza y la velocidad, creyó caer en un dulce abismo. Su cuerpo se convulsionaba por el placer. Se apretó contra el cuerpo de Sesshomaru gimiendo su nombre. Entonces él, que había permanecido plenamente consciente de sus actos y procedía de manera metódica en su seducción, se dejó abandonar. Se movían al mismo tiempo con igual furia, dando y exigiendo de igual manera. Pronto, Rin sintió como su cuerpo se sacudía, invadiéndola una euforia con un placer indescriptible. No pudo contenerse. Simplemente gritó.

Cuando abrió los ojos, un rato después, la calma poco a poco se hacía espacio en su cuerpo, cubierto por una fina capa de sudor. Cada fibra de su ser temblaba. Soltó un suspiro entrecortado y sonrió. Le llevaría un rato recuperarse de la experiencia. Sesshomaru, por su parte, ya no se movía sobre ella y jadeaba ligeramente. Rin se sorprendió, pues no parecía que hubiera hecho un esfuerzo mayor a en cualquiera de sus peleas. Sin embargo, parecía algo cansado. Rodó y se colocó a su lado, tumbado también en su blanca estola. La joven se lamentó de que se hubiera separado de ella, pero una brazo la rodeó y la atrajo hacia él. Rin apoyó su cabeza en su pecho, con una sonrisa encantada. Ninguno de los dos dijo nada durante un largo momento. La brisa nocturna refrescaba sus acalorados cuerpos. Era realmente reconfortante.

—¿Os he complacido, amo Sesshomaru?

"Efectivamente, vuelvo a ser el amo Sesshomaru".

—Sí —la dijo acariciando su pelo, desperdigado por sus hombros y espalda.

Rin esperó algún halago, pero éste no llegó. Bueno, eso habría sido demasiado. Sesshomaru era Sesshomaru, después de todo. No era como si ahora fuera a hacerle una oda a su belleza o a alabar su habilidad en verso. Era un hombre de pocas palabras, y esa noche le había transmitido con su cuerpo más de lo habría podido soñar. Había estado magnífico. Mañana se despertaría ruborizada hasta los pies al recordar lo que había hecho, seguramente. Rin abrió los ojos. Mañana. Cielos…

Se separó de Sesshomaru y se sentó junto a su lado, con expresión seria. Se le había olvidado. El demonio la miró frunciendo el ceño al notar que dejaba su lugar sobre su pecho.

—Vuelve aquí, Rin.

Ella, de espaldas a él, no obedeció. En cambio, le preguntó con voz tranquila:

—¿Esto era una despedida, amo Sesshomaru, antes de que me dejéis mañana en un pueblo con Kristen?

Sesshomaru suspiró y alzó los ojos al cielo, pidiendo paciencia. ¿Realmente creía que tomaría su cuerpo y luego la desecharía? Aunque debía admitir de mala gana que su comportamiento podía interpretarse así. Después de todo, últimamente se había movido como un estúpido humano. Aquello era una buena lección de humildad para él, el poderoso demonio que había logrado alcanzar a su padre en poder y posición, sin conocer la derrota en combate.

—¿Vuestro silencio es un sí? —inquirió Rin en voz baja.

—Deja de decir tonterías y vuelve aquí, Rin —le ordenó cortante —No vas a irte a ninguna parte, ni mañana ni nunca —No, porque le pertenecía. Lo que había dicho a Rantiru era cierto. Ella era suya.

Esas fueron quizás las palabras más dulces que había escuchado en su vida. Volviendo a refugiarse en sus brazos, se acomodó somnolienta. El día que a todas luces le había parecido el más horrible de su existencia ahora lo encontraba como el más pleno e increíble. Era feliz, acurrucada contra el cuerpo del demonio que amaba. Él no le había dicho a su vez que la amaba, ni creía que fuera a hacerlo nunca. Eso no la apenaba pues sabía era un sueño imposible. No por ello se sentía menos llena o satisfecha. Sintió que el cúmulo de emociones y acontecimientos empezaban a hacer mella sobre ella. Cerró sus ojos sin dejar de sonreír. Esa noche, ninguna pesadilla consiguió perturbar su tranquilo sueño.

Sesshomaru notó el preciso momento en que la respiración de Rin se normalizó y se relajó en sus brazos. Empezaba a comprender por qué había actuado de la forma en que lo había hecho, siendo impetuoso, terco y hasta irrazonable. Cosas nada propias en él. Suspiró al rememorar todo lo acontecido en los últimos días.

Fue hasta la mansión de Rantiru sin escuchar la historia que Rin hubiera tenido que contarle, algún dato importante a tener en cuenta, sólo porque había percibido el olor de un demonio en ella. Había cedido a las provocaciones de esa basura sin pararse a pensar que sería más correcto interrogarle a fondo para conocer el nombre de su cómplice, pues sabía que no trabajaba solo. Era un simple peón manejado por alguien más importante que él. Había obviado todo eso por simple orgullo, enfurecido como un simple demonio adolescente. Cuando había vuelto, ignoró a Rin a propósito. Ni siquiera le dio la oportunidad de explicarse, aunque confesara que parte de la historia que Rantiru le había contado era verdad. La humilló, provocando su llanto y sus súplicas. Hasta la amenazó con abandonarla. ¿Y todo por qué?

Por celos.

Sí, esa emoción tan humana que no había padecido en toda su larga existencia. Ni siquiera había sentido envidia de su hermano, Inuyasha, cuando la Tessaiga lo escogió a él. Lucharon, la espada hizo su elección y él perdió. Fin de la historia. En esta ocasión había sido diferente. Le había hecho perder el control el simple pensamiento de que Rin podía no ser suya, que había decidido pertenecer a otro. Había caído presa de pura ira, que sumado a que era culpa suya que atraparan a Rin — pues él la dejó a su suerte después de que confesara sus sentimientos y él se fuera— había conseguido enloquecerlo. Siempre había sido posesivo con lo que consideraba suyo. Esta vez no había sido diferente. Lo extraño de la cuestión era que no había procedido como siempre, fría y sistemáticamente. Los celos le habían vuelto estúpido, y posiblemente débil. Miró a Rin, quien dormía plácida con una sonrisa en el rostro.

Debía encontrar el Elíxir de Kami. Si tenía que vivir con esos estúpidos sentimientos humanos, al menos sería lo suficientemente fuerte para sobrellevarlos.


Me muero de la expectación. He estado preparando la transición de Sesshomaru durante capítulos, pero me temía llegar a este punto por si no lograba darle credibilidad. En fin, espero haberlo logrado. Prometí lemon y aquí os lo sirvo. Espero que os haya gustado.

Como siempre, me alegra recibir vuestros review. Me ayudáis más de lo que pensáis.

Un beso,

Neissa.