Fic: Ángel demoníaco.

Género: Romance/Drama/Aventura. También habrá toques de humor, pero serán ligeros por cuestiones de trama.

Pareja principal: Sesshomaru/Rin.

Advertencias: De momento no va a pasar nada fuerte, pero más adelante habrá violencia y ligera sangre. Oh, y lemon. De momento he puesto Rating T, pero pondré M cuando lleguen las escenas fuertes.

Disclaimer: Inuyasha no me pertenece, sólo escribo sobre él.

Nota: Este fic puede leerse sin haber visto mi otra historia, "Retazos de una sonrisa", pues ésta se compone de viñetas sobre la infancia de Rin junto al señor Sesshomaru. Haré leves referencias, pero nada importante. Sí hay un hecho relevante, pero como lo explicaré aquí mismo no pasa nada (si alguien tiene curiosidad, la historia está a su disposición en mi perfil).

Para los que leyeron "Retazos de una sonrisa": Este prólogo es una versión extendida del epílogo de Retazos, por lo que sólo tienen que ir directamente a la parte donde finalicé éste. Ya sé que lo había mencionado en el otro fic, pero siempre hay por ahí algún despistadillo. :P

Bueno, aquí va la historia. Espero que os guste.


~Prólogo~


Rin se incorporó soltando un suspiro de fatiga y se pasó una mano por su sudorosa frente. El trabajo y el calor eran dos elementos que no convenía unir, estaba claro.

―¡Rin, aquí hace falta más agua! ¿Te importaría traer un par de cubos del pozo?

La joven miró hacia el camino y se encontró con una muchacha regordeta que hacía exagerados aspavientos para ser divisada. Rin volvió a suspirar. El día no parecía tener fin.

―¡Claro, Karin! Enseguida os llevo los cubos.

La mujer asintió complacida y se dio la vuelta para dirigirse a la aldea, en donde le aguardaba mucho trabajo. Rin observó cómo marchaba con aire pensativo. Karin era una de las pocas amigas que ella tenía, por mal que empezaran en un principio.

Ambas habían sido secuestradas hacía cuatro años por una banda de bandidos liderados por un poderoso demonio. Iban a ser utilizadas como esclavas en algún remoto lugar sin posible esperanza para el futuro, pero fueron rescatadas por el señor Sesshomaru, quien había asesinado al demonio que las tenía cautivas, un extraño ser llamado Kentiru. Rin se quedó unos momentos traspuesta. "Señor Sesshomaru…". Sacudió la cabeza para alejar ese pensamiento de su cabeza y se dirigió con paso decidido al pozo cargando dos cubos vacíos.

Karin y Rin no se llevaron bien en el momento del secuestro. La primera odiaba y temía a los demonios, y había tratado de consolar a Rin cuando ésta le dijo que ella viajaba con dos. La niña se molestó porque juzgara sin saber, pero no quiso discutir con la cautiva ya que tenía la firme seguridad de que el señor Sesshomaru iría a buscarla. Ahora extrañaba aquellos tiempos en los que era capaz de mantener una chispa de esperanza en su corazón. Pero ya no era una niña.

Tiró de la cuerda del pozo para sacar el segundo cubo lleno de agua y se encaminó hacia la aldea. La señora Kagome había organizado una jornada de fiesta en celebración del cuarto hijo del monje Miroku y su esposa, Sango, por lo que todas las gentes del poblado estaban de aquí para allá ayudando con la comida y los festejos.

―Karin, aquí tienes el agua ―informó al detenerse junto a la mujer que se encontraba removiendo con gracia un humeante caldero con estofado. El agradable olor hizo rugir las tripas de la joven.

―Muchas gracias, querida. ¿Qué haría yo sin ti?

Realmente, la relación había cambiado mucho entre ellas. La última vez que Rin había visto a Karin se encontraba alejándose junto al señor Sesshomaru en busca de Jaken y Ah-Un, dejando atrás a las temerosas mujeres que habían sido hechas prisioneras por los bandidos. Ellas habían tratado de hacer entrar en razón a Rin para que no se fuera con un demonio tan peligroso, pero ella las había ignorado. ¿Peligroso el señor Sesshomaru? Jamás me haría daño, se había dicho mientras caminaba a su lado, mirándole con adoración. Ahora comprendía que había muchas formas de hacer daño.

―Por cierto, te estaban buscando por la zona de los caballos.

―¿En serio? ―inquirió hundiendo los hombros. Estaba agotada.

Karin le dio unas palmaditas en la espalda.

―Ánimo. Kami recompensa a quienes trabajan su tierra con sudor y sangre.

Curiosamente, esas palabras no la animaron. Se dirigió arrastrando los pies hacia donde le había indicado la mujer. Allí la esperaban dos hombres, que solicitaron su ayuda para trasladar unos cuantos tablones a la plaza. ¿En qué estaba pensando la sacerdotisa para la celebración? Rin deseaba preguntárselo, malhumorada por el agotamiento y la sensación de suciedad en su cuerpo sudoroso. En un descuido, tropezó y cayó al suelo junto a los tablones que transportaba en su espalda.

Soltó un gemido adolorido y trató de levantarse, cuando se topó con una mano extendida que cogió para darse impulso y ponerse finalmente en pie.

―Rin, ¿te has hecho daño? ―preguntó Kohaku preocupado mientras recogía lo que se le había caído.

―No mucho. Gracias, Kohaku ―dijo esbozando una mueca y llevándose una mano a la espalda. Se maldijo interiormente por su torpeza.

―Mira, se te ha manchado tu precioso kimono ―se lamentó el hombre sacudiendo el polvo adherido a la prenda con cuidado. Se detuvo unos instantes y bajó la cabeza, ruborizado levemente―. Es una pena, estás muy hermosa con él.

―Te agradezco el cumplido, pero sólo es un kimono ―comentó ella haciendo un gesto con la mano de indiferencia. Kohaku no señaló el cuidado con el que siempre trataba esa prenda, al igual que todas las demás que Sesshomaru le había regalado años atrás. No dijo tampoco que por qué no se ponía otros kimonos que le quedaran mejor ―en dos años había crecido mucho― o los modificaba de alguna manera. Rin no quería hablar de ese tema, y él no deseaba recordárselo.

―Claro, por supuesto ―asintió no muy convencido. Se puso serio de pronto―. Rin, quiero hablar contigo esta noche, en el lago. ¿Vendrás?

―Sí ―aceptó ella, sorprendida por la gravedad que apreciaba en su joven rostro.― Cuando el sol se ponga, allí estaré.

Kohaku la sonrió con ternura. Con un arranque de entusiasmo, cogió dos tablones y la ayudó a llevarlos a la plaza, en donde ambos se separaron para continuar con sus tareas. "¿No se terminará el día nunca?", se quejó nuevamente para sí Rin mientras recorría una calle en busca de un barril de agua con el que refrescarse.

―¡Kagome, estás aquí!

Sorprendida, Rin se giró hacia donde provenía la voz. Distinguió la figura de un monje avanzando a través de la polvareda. Éste se detuvo a unos pasos de ella, desconcertado.

―Vaya, Rin, eres tú. Te había confundido con Kagome ―murmuró Miroku, mirando confundido a un lado y a otro.

―Me pasa tantas veces al día que ya he adoptado ese nombre ―bromeó la joven mientras tosía entrecortadamente por el polvo levantado. Había dejado de extrañarse de que la confundieran con la mujer, pues todo el mundo decía que eran muy parecidas.

―¿No tienes entrenamiento con ella hoy?

―No, es un día de descanso ―contestó ella, pensando interiormente que prefería diez días de entrenamiento intensivo antes que trabajar en una de las celebraciones de la sacerdotisa regional. Eso la recordó algo―. ¿No debería estar su excelencia haciendo compañía a su esposa?

―Ah, he dejado a Sango durmiendo. Ha sido un parto difícil ―aseveró pasando a su lado. Le obsequió con una amplia sonrisa y posó una mano en su hombro―. Hoy estás deslumbrante, Rin, pero tu hermosura se vería amplificada mediante una bonita sonrisa. Hace mucho que no te veo con una en el rostro. ¿Me harás el favor? ―pidió con falsa súplica, juntando las manos.

Rin movió la cabeza con exasperada diversión. Desde que se había casado, Miroku era un fiel marido dedicado por completo a su mujer. No obstante, seguía con su afición de cortejar a jovencitas en broma, para molestia y enojo de su esposa.

―¡Monje! ―La puerta de una casa se abrió de imprevisto y dejó ver a una atractiva mujer realmente enfadada.― ¿Se puede saber qué haces?

―Sango, ¿qué haces levantada? ―preguntó con preocupación el hombre acercándose a ella e instándola a volver a entrar en la vivienda― Vamos, debes descansar.

―¡Con un hombre como tú cualquiera descansa tranquila! ―se quejó ella mientras se dejaba empujar con suavidad por Miroku.

Rin vio entrar a la pareja y suspiró. Le encantaría compartir su felicidad, pero sabía que ya no era posible. Haciendo acopio de toda la energía que le quedaba ―la cual no era mucha― y habiéndose echado un buen chorro de agua fresca por encima, se encaminó dispuesta a cumplir con eficiencia todas las tareas que le encomendasen.

Quedaba un largo día por delante.


La noche estaba sumida en un agradable silencio, sólo roto por el canto eventual de algún grillo o el corretear de unos zorros. Rin se recogió sus piernas mientras recorría con la mirada el oscuro lago, apacible y sereno. Verdaderamente era una noche perfecta. Era una lástima que ella no estuviera de humor para disfrutarla.

Recordó entristecida lo ocurrido en ese mismo lugar tres noches antes, tras la celebración del nacimiento del cuarto hijo del monje Miroku. Luego del enorme esfuerzo, la comida y los bailes organizados por la sacerdotisa Kagome habían sido como un bálsamo milagroso sobre los fatigados aldeanos, y Rin lo había disfrutado como la que más. Cuando empezó a escurecer, se dio un largo baño en el lago para refrescarse y aliviar su cuerpo entumecido. En el momento en el que se secaba el pelo, había aparecido Kohaku en la orilla. Su rostro mostraba turbación, pero también firmeza. Rin leyó la determinación en sus ojos. Mientras con una mano continuaba frotando una suave tela contra su cabello, le indicó con la otra que se sentara a su lado. Éste lo hizo callado y cabizbajo, como si meditara sobre algo. El silencio reinó durante unos largos instantes. Rin había cerrado los ojos, dispuesta a disfrutarlo. Era una de las cosas que más le gustaban de Kohaku: su carácter callado. Le proporcionaba una tranquilidad que no había sentido con nadie. "O casi nadie", se recordó frotándose con un poco más de fuerza de la necesaria.

―Rin ―dijo rompiendo al fin la quietud de la noche.

―Dime, Kohaku.

―¿Quieres casarte conmigo? ―preguntó con rubor en las mejillas, oculto a los ojos de Rin por la negrura de la noche.

La joven se quedó unos instantes estática, como si le hubieran lanzado una maldición de parálisis. O le hubiesen pedido en matrimonio, lo cual era lo mismo en la cabeza de Rin.

―Kohaku ―pronunció con cuidado mirándole a los ojos y dejando a un lado la prenda que utilizaba para secarse―. No puedo casarme contigo.

El hombre le lanzó una mirada de frustración y respiró hondamente antes de preguntar tranquilamente:

―¿Por qué?

―No te amo, Kohaku.

―¡Pero podrías amarme! ―exclamó desesperado poniéndose en pie― Con el tiempo, tú…

―El tiempo no influiría en mi corazón. Entiéndelo, por favor. Eres un gran amigo y te quiero, pero sólo eso. Jamás podría llegar a amarte como esposo.

El enfado por el despecho recorrió velozmente por el agraciado rostro del cazador de demonios.

―Rin, tu edad para casarte está llegando a su fin. Esta primavera has cumplido los dieciocho años. Casi todas las muchachas de tu edad ya tienen un hijo o dos a los que cuidar. No puedes seguir retrasando lo inevitable. Yo te quiero, te he querido desde el momento en que te conocí, ¿por qué no lo ves? Si no es conmigo, será con otro.

―Por favor, Kohaku, no quiero oírlo ―susurró Rin en voz baja y entristecida.

El hombre se había quedado mirándola un par de minutos y luego se había marchado rápidamente, dejándola allí sola con sus pensamientos. La joven había dejado escapar unas lágrimas por Kohaku. Ya nada iba a volver a ser como antes entre ellos. Había cruzado la línea que lo impedía.

Rin suspiró a la vez que se tumbaba en la tierra. Ese día había llovido y podía notar la humedad en su espalda, pero no le dio importancia. No había rechazado a Kohaku porque no le quisiera ―aunque ese sentimiento no llegara a amor―, ni porque no fuera un gran hombre de buen corazón. En realidad, de pequeña siempre se había visto casada con alguien como él, soñando con esperarle con la comida en la mesa mientras él regresaba de un día de intenso trabajo. Se había imaginado dándole un suave beso y viéndose rodeada de sus hijos, unos niñitos adorables iguales a su padre.

Pero claro, eso había sido antes de que unos bandidos mataran a sus padres. Había sido antes de que fuera brutalmente asesinada por unos lobos. Había sido antes de ser devuelta a la vida por su amo, el demonio más poderoso de su tiempo, el señor Sesshomaru.

Todos los hombres que había conocido posteriormente los había comparado inconscientemente con él, resultando inevitablemente todos perdedores. No se había casado por su culpa, por su aparente perfección. Y estaba decidida a no llegar nunca al matrimonio. Esa era la razón por la que se entrenaba desde hacía cuatro años con la sacerdotisa Kagome, volverse tan fuerte que no tuviera que depender de ningún hombre en su vida. Como sacerdotisa no tendría la obligación de casarse y sería una persona importante en el poblado, ayudando a los heridos y protegiendo a la aldea de los demonios.

Pero esa era una mentira a medias. La decisión de volverse una sacerdotisa la había tomado hacía dos años, no cuatro. En aquellos tiempos se encontraba alborozada y feliz a la espera de algo que nunca llegó. Pudo mantener sus esperanzas un año más, pero poco a poco esa luz en su corazón se fue apagando hasta extinguirse por completo. No iba a volver. Aunque se lo había prometido, no iba a cumplir su palabra.

Dos años, Rin. Cuando hayan transcurrido, volveré a ti para saber tu decisión.

Y ella ilusamente había creído que regresaría a la aldea ese mismo día pasados los dos años. Recordaba su nerviosismo, su expectación ante la visión de verle de nuevo y viajar con él como cuando era una niña. Pasaron horas, pero ella siguió fuera, esperándole en la orilla del lago. Una semana, dos. Cuando llegó el mes, se dijo que había entendido mal al señor Sesshomaru o calculado mal el día de su regreso. Pero siguieron pasando los meses, y él no venía. Karin trató de convencerla de que no volvería, que lo más seguro es que la hubiera dejado en la aldea para criarse con gente "normal" porque los demonios no se paseaban por ahí con humanos ―a no ser que fuera como alimento o diversión nocturna, por descontado―. Rin no había querido escucharla, pero paulatinamente fue cediendo antes los consuelos de la mujer, que siempre tuvo un hombro sobre el que llorar para ella. Sesshomaru la había abandonado.

Cuando llegó a concebir esa idea, se entrenó con más ahínco junto a la sacerdotisa. Temía quedarse sola en compañía de sus desoladores pensamientos, y se esforzaba en el día a día en volverse más fuerte, en no tener que depender de nadie. En hacerse invulnerable. Pero siempre terminaban los entrenamientos, siempre llegaba la hora en la que debía acostarse. Y era justamente ahí cuando lloraba durante horas, hasta quedarse dormida. Soñaba con campos llenos de flores donde sólo estaban Sesshomaru y ella. Una pequeña Rin le acariciaba el pelo o tocaba la flauta mientras el demonio blanco descansaba con los ojos cerrados posando la cabeza en su regazo. Le dolía despertarse, pues sabía que no era un sueño: era un recuerdo.

Rin se estiró lentamente sobre la hierba húmeda. Se había prometido meses atrás no volver a llorar por él. No merecía la pena verter lágrimas si no iba a arreglarse así la situación. Ese fue el día en que olvidó cómo se sonreía. Estaba decidida a borrarle de su mente, su belleza, sus suaves palabras, su agradable olor, su atrayente aura. Todo. Lanzando todos sus kimonos al lago se había dicho que en el caso de que regresara, no volvería con él. Le había hecho demasiado daño. No obstante, horas después había regresado al lugar para recoger las empapadas prendas. Que él se las hubiera regalado en los dos primeros años de su estancia en la aldea no quería decir que debiera deshacerse de ellas. Eran hermosos kimonos, y a ella le gustaba llevarlos. Seguía siendo una ilusa, por supuesto, pues pensaba todavía que él volvería; en su corazón sólo había cambiado la respuesta que le daría.

Un suave ronroneo llamó su atención y se incorporó para mirar qué ocurría. Soltó un gemido de dolor en el proceso. Aún tenía el cuerpo adolorido por el día de la celebración pues no había dispuesto de tiempo libre para descansar ―retomó los entrenamientos al día siguiente―. Con una mueca de molestia se puso en pie y se sacudió el kimono, ligeramente manchado por la tierra y la hierba. A simple vista no se veía a nadie en los alrededores, pero recordó unas palabras: No te he dicho que veas nada, te he pedido que mires, tonta.. Irónicamente, Jaken la perseguía con sus consejos y reprimendas aún estando ausente. Le echaba de menos.

Volvió a escuchar el ronroneo y prestó más atención, tratando de vislumbrar algo en la oscuridad que reinaba en el bosque que había junto al lago. Vio una cola enorme y se alarmó. ¡Un demonio! Empezó a buscar mentalmente hechizos de rechazo y parálisis cuando oyó el sonido junto a ella. Pegó un salto al tiempo que ahogaba un grito de miedo, pero pronto se dio cuenta de que el demonio no era otra que Kirara, la mononoke de Kohaku. Iba a acariciar su suave pelaje cuando ésta salió de nuevo corriendo hacia el bosque. Rin la vio marchar con preocupación. "Kirara parecía inquieta, ¿hay algo en el bosque?". No le dio especial importancia tras pensarlo un rato, pues si de verdad hubiera algo peligroso en los alrededores, avisaría a Inuyasha en vez de merodear por ahí sola.

Volvió a tumbarse con pereza ―esta vez fue más lista y lo hizo sobre una roca plana seca―. No tenía sueño y tampoco le apetecía volver a la aldea de momento, así que se puso a contar distraídamente las estrellas como cuando era niña y el cielo era su techo. Empezó a soñar pronto. Se encontraba en un hermoso paraje echando una carrera al señor Sesshomaru, que no quería dejarse vencer. Su risa era como un eco en su mente, y en medio de su ensoñación deseó volver a reír como antaño. Abrió los ojos de repente, y se sintió desconcertada. Se había despertado sin que nada perturbase su sueño. Echó un vistazo al ambiente y supo que algo andaba mal.

El silencio era aterrador. No se oía nada salvo su respiración agitada. El bosque parecía haber sido congelado en el tiempo; ni siquiera los grillos entonaban su melodía. Rin se puso alerta. En todos sus años de convivencia con demonios había aprendido que los animales eran los que mejor captaban el peligro, y que huían ante la presencia de un ser especialmente poderoso. Se levantó de la piedra y se dispuso a correr en dirección de la aldea, pero una voz tan suave como el terciopelo y fría como el hielo la detuvo:

―Rin.

La joven se quedó estática en el sitio, sin atreverse a mover un solo músculo. No era un sueño. Él estaba ahí, tras ella. Inspiró y espiró hondamente, tranquilizando el alocado ritmo de su corazón. Lo consiguió tras unos instantes de pesado silencio y, sin girarse a mirarlo, se sentó en la orilla del lago abarcándose las piernas flexionadas con los brazos.

―¿A qué habéis venido, señor Sesshomaru? ―preguntó modulando la voz para parecer indiferente y fría. No se dio cuenta de que sus nudillos estaban blancos por la presión que ejercía contra sus piernas. Su labio inferior temblaba ligeramente.

El demonio blanco no se movió de su sitio, a las espaldas de Rin. Le extrañó la actitud de Rin, pero no comentó nada, como era su costumbre. Apreció los cambios que habían hecho mella en la joven. Su pelo negro había crecido hasta media espalda, y su cuerpo decididamente no era el de la niña que había dejado en la aldea cuatro años atrás.

―Vengo a por ti, Rin.

Rin se estremeció al escuchar esas palabras que tantas veces había soñado. Pero se ordenó a sí misma no reaccionar. Ya no era una niña ingenua e ilusa.

―Tal vez no quiera hacerlo. Tal vez haya cambiado de opinión.

El silencio volvió a posarse sobre ellos. Tras unos instantes, Rin no pudo resistir la tentación de mirarlo aunque fuera una vez más. Se quedó sin respiración ante esa visión. Después de dos años si verle, había empezado a creer que su perfección y su belleza habían sido imaginaciones suyas, producto de su idealizada mente. Estaba equivocada. Su pelo blanco se balanceaba delicadamente al compás del suave viento que soplaba. Sus ojos refulgían con una preciosa tonalidad dorada que siempre habían provocado que las rodillas de Rin temblasen como si estuviera en medio de una tempestad. Seguía siendo esbelto, imponente, aterrador. Todo un señor demoníaco. Y en su boca se asomaba una media sonrisa maliciosa.

―¿En serio? ―dijo lentamente. Rin no reaccionó ante la sonrisa: ni representaba alegría ni tan siquiera estaba completa. Sesshomaru la miró profundamente, como si pudiera ver a través de ella. ― Jamás lo habría creído ―continuó impasible con los ojos puestos en ella, quien empezó a sentir aflorar de nuevo su nerviosismo―, sobre todo después de todas aquellas veces en las que me preguntaste si quería ser tu compañero.

Rin se sonrojó hasta la raíz del cabello. No había pensado que saldría con esas. Todavía hoy le avergonzaba su precoz actitud para con el señor Sesshomaru. ¡Kami, le había propuesto matrimonio! Evidentemente, ella no sabía qué significado tenía la palabra "compañero" para los demonios y, en su tierna inocencia, le había preguntado si quería ser el suyo. Se refería, por supuesto, a acompañarle por el resto de su vida y a no tener que quedarse en una aldea de humanos ―como había acabado, tristemente―, y por esta razón no había entendido la respuesta de Sesshomaru: Pregúntamelo dentro de unos años. Cuando Inuyasha le había dicho años atrás por qué había dicho su hermano eso ―entre carcajadas―, ella se había sentido mortificada. El medio-demonio la consoló al ver su intenso rubor comentando que sólo era una niña cuando lo preguntó, y que era culpa de Sesshomaru por haberlo malinterpretado. Sus palabras no surtieron mucho efecto, precisamente.

Y ahora estaba utilizando una tontería de su niñez para hacerla entrar en razón. ¡Increíble!

―Ha pasado mucho tiempo desde eso ―dijo turbada desviando sus ojos de los de él.

―¿Mucho tiempo? En ocasiones olvido que eres humana ―comentó con los ojos entrecerrados. Para él, que había vivido siglos, dos años eran unos cortos instantes.― ¿Ya no deseas escuchar una respuesta?

―Hace demasiado me cansé de esperar. Es más, creo que el hecho de que lleguéis con dos años de retraso es suficiente respuesta.

Sesshomaru frunció los labios ligeramente ante sus palabras. Rin había cambiado mucho verdaderamente, quizás más de lo que le habría gustado. ¿Dónde estaba esa niña feliz y alegre con una sonrisa siempre dibujada en el rostro? Se molestó interiormente por la debilidad que demostraba. Eso no debería afectarle, ni por asomo.

―¿Por qué te muestras tan fría, Rin? ―inquirió tras un incómodo silencio.

Rin soltó una carcajada seca, sin alegría, al percibir el tono helador del demonio blanco.

―¿Y vos me lo preguntáis, amo Sesshomaru? Nadie os supera en frialdad. El hielo se queda corto a vuestro lado ―murmuró con voz queda. Deseaba alejarse de allí. Verle de nuevo le estaba haciendo muchísimo daño. Ansiaba volver a ser una niña para que su relación volviera a ser la misma. Pero sabía que era imposible.

La joven mantuvo la cabeza agachada, negándose a mirarlo. Por eso no vio la exasperación en los ojos de Sesshomaru y su impaciencia por que aquella tonta conversación se acabara. Nunca fue un demonio de muchas palabras, ciertamente.

Como nadie decía nada, Rin le miró y abrió la boca para decir que volvía a la aldea, pero al ver a Sesshomaru acercarse a ella no dijo nada. Éste acercó una mano a su rostro y la joven no pudo evitar recordar la vez que la había acariciado el rostro para consolarla, hacía cinco años. No se movió del sitio por eso, esperando un simple gesto, y fue por eso que quedó tan perpleja cuando Sesshomaru la acercó con firmeza hacia él con un brazo.

Sintió los labios del demonio sobre los de ella, y se vio morir y renacer de nuevo. Las sensaciones que recorrían su cuerpo eran increíbles, desconocidas para ella hasta ese momento. Siempre había pensado que su primer beso lo obtuvo cuando "chocó" accidentalmente con la boca de Sesshomaru ―y eso que ella buscaba la mejilla, que conste―. Debía replanteárselo: esto era un beso, lo otro había sido un roce casual de labios. No había percibido la diferencia entre ese gesto y un beso auténtico porque los siguientes que había recibido no fueron más que robados cuando iba distraída. Ahora estaba completamente segura de una cosa: éste era su primer beso. El que se lo estuviera dando su querido señor Sesshomaru no hacía sino idealizar aún más la situación.

Él no profundizó el beso, sino que se mantuvo en esa misma postura durante unos instantes más. Por lo general rehuía el contacto físico, pues era un guerrero y no se dejaba cegar por cosas tan insustanciales, pero tuvo que reconocer que la sensación de besar a su joven humana era, ante todo, agradable. Cuando las manos de Rin rodearon su espalda, se supo vencedor.

―¿Ha sido esto lo suficientemente cálido para tu gusto? ―susurró con voz suave separándose de ella unos centímetros. La muchacha lo miró con una mezcla de aturdimiento y ensoñación. Satisfecho, la soltó y se alejó unos pasos ― Espero que haya servido para derretir la coraza de hielo que has forjado a tu alrededor. Me sorprende que un ser tan cándido como tú haya podido llegar a eso.

Rin seguía con mirada confundida, y retrocedió lentamente con la vista fijada en él.

―¿Por qué lo habéis hecho, señor Sesshomaru? Odiáis este tipo de cosas. No… lo entiendo.

―Es simple ―explicó con tranquilidad ―. Recuerdo que tú adoras el contacto: lo demostrabas con cada gesto cuando me acompañabas. Sólo te he concedido lo que deseabas ―añadió esbozando una suave sonrisa, apenas perceptible. Rin sintió cómo iluminaba todo el lago con su hermosura.

Después de un año sin siquiera intentarlo, Rin dibujó en su rostro un esplendorosa sonrisa. Sesshomaru no había cambiado nada: seguía esquivando las cuestiones que consideraba espinosas. Evidentemente, ese "lo que deseabas" le incluía, pero ella no quiso sacarlo a relucir. Era una de las cosas que le más gustaban y exasperaban al mismo tiempo de él.

Posó la mirada en su rostro atentamente y observó anonadada su sonrisa, creyéndola imposible. Y es que el señor Sesshomaru no sonreía, esas cosas eran de humanos o de idiotas ―Rin había supuesto cuando lo dijo que hacía referencia a su hermano Inuyasha―, y él era un señor de los demonios. Rin estuvo durante dos años tratando de arrancarle una sonrisa sin éxito, y al final se había dado por vencida pensando que igual era verdad de Sesshomaru no era capaz de hacerlo. Por tanto, todo esto debía ser un sueño ―iban mejorando indudablemente su calidad―, no había otra explicación. ¿En qué mundo Sesshomaru ―¡su señor Sesshomaru!― la besaría para luego sonreírla? Se parecía demasiado a aquellos sueños que había tenido de pequeña, en donde el demonio la hacía muchos regalos mientras la sonreía con dulzura ―qué imaginación, por Kami―. Convencida, abrió la boca para preguntarle directamente si estaba soñando, pero la cerró con las mismas. ¡A quién se le ocurría! Representaba un doble problema para ella: si de verdad era un sueño y ella lo descubría, despertaría tan pronto como se lo confirmara; si, por el contrario, no era un sueño y se habían besado, él pensaría que era una tonta por preguntar una cosa así ―o tal vez su ego subiera por las nubes, quién sabe―.

"Rin, deja de pensar cosas estúpidas", se reprendió mentalmente. Había algo mucho más simple que eso y menos vergonzoso. Se llevó ambas manos a la espalda y se dio un fuerte pellizco en una. El quejido que salió de su boca provocó que Sesshomaru alzara una ceja, interrogante ante la expresión concentrada y abstraída de la muchacha. Sonrojada, preguntó con voz entrecortada:

―¿Por qué tardasteis dos años en volver, amo Sesshomaru? ―Esa era una cuestión muy importante para ella, y deseaba que él no la esquivara.

Antes de contestar, se sentó en la orilla del lago justo en el mismo lugar que ella había ocupado antes.

―Necesitaba estar alejado de ti, Rin ―admitió con sinceridad, con la vista puesta en las oscuras aguas.

La joven inspiró profundamente y soltó el aire de forma lenta. Sin hacer caso al daño que sus palabras le ocasionaban, preguntó serenamente mientras se sentaba a su lado:

―¿Por qué?

―Necesitaba saber la diferencia ―contestó escuetamente él. Rin lo miró con el ceño fruncido: era demasiado valioso para ella el saber lo que ocurría como para dejarse vencer por sus crípticas palabras.

―¿Qué diferencia? ―insistió.

―La diferencia entre que me acompañases en mi viaje… y que no lo hicieras. Decidí estar tanto tiempo de esa manera como me llevara conseguir mi respuesta.

―¿Y cuál fue?

Sesshomaru la miró largamente. Sus ojos dorados estaban oscurecidos por la noche, pero seguían poseyendo su característico brillo. Rin le devolvió ensoñada la mirada, olvidando momentáneamente de qué estaban hablando.

―No me disgusta tu presencia.

Ya le había dicho anteriormente esas palabras. Hacía cuatro años y medio, ella le había preguntado entristecida si no le hacía feliz, pensando que esa era la razón por la que no la sonreía. Él le había contestado: Tu presencia no me disgusta. La reacción de Rin al escucharlas aquella vez no se parecía ni por asomo a la de ahora. Con un resuello de alegría, le abrazó con fuerza pillándole por sorpresa. Él todavía no se había acostumbrado a la manía que tenía Rin con abrazarle, así que le posó simplemente una mano en la espalda, gesto que ella esperaba.

―Rin, tengo que hablarte de algo importante ―dijo con voz grave.

La joven lo soltó y lo miró con curiosidad.

―¿Sí, amo Sesshomaru?

―He recorrido una larga distancia durante el tiempo en que no has estado junto a mí, y me ha llegado la pista de una poderosa fuente. ―Rin lo miró con el ceño fruncido. ¿Qué tenía que ver eso con ella?― Durante muchos años he estado tras ella, y sólo para seguir el rastro de Naraku pausé mi objetivo. Estando él muerto, retomé mis pasos y conseguí algo que buscaba que me conducirá a la fuente. ¿Comprendes?

Rin asintió, sin entender todavía su punto. Ante su gesto, Sesshomaru continuó:

―La fuente destila el llamado Elíxir de Kami, una poción capaz de aumentar la fuerza demoníaca de forma similar a la de la perla de Shikon, pero sin su poder de conceder deseos. Si tomara el elíxir, llegaría a alcanzar a mi padre. Me convertiría en el demonio más fuerte que jamás haya existido.

Rin esbozó una amplia sonrisa, encantada.

―¡Eso es estupendo, señor Sesshomaru!

―Pero no es todo ―dijo mirándola brevemente―. Según sé, Naraku escondió el elíxir en algún lugar remoto. Para él era especialmente valioso, pues no sólo da poderes a los demonios, sino también a los humanos. Siendo un simple medio-demonio, pudo aprovechar al máximo sus propiedades ―comentó en tono desdeñoso.

―¿Qué clase de poderes da a los humanos?, ¿más fuerza?

―No, eso está reservado para nosotros, los demonios. A los humanos os entrega una facultad exclusiva nuestra, la longevidad casi eterna.

Rin empezó a atar cabos en su mente, perpleja. Le miró boquiabierta, ¿estaba sugiriendo lo que creía? Sesshomaru desvió su mirada de la de ella, molesto.

―Yo voy a fundar un imperio, uno más grande, poderoso y próspero que el de mi padre. Pero eso me llevará siglos; no se hace de un día para el otro. Jaken participará en él, al igual que tú ―dictaminó con frialdad.

―No me habéis preguntado si es eso lo que deseo ―comentó Rin suavemente.

―Ya sé la respuesta, por lo que sería un gasto inútil de saliva y tiempo, pues conociéndote sé que te irías por las ramas.

Rin no se dejó ofender por sus palabras pues, por mucho que pasara alejada de él, siempre recordaría su carácter helador e indiferente. No importaba: ella veía lo que había detrás de cada palabra, su significado oculto. No iba a preguntar qué lugar ocuparía en su imperio, pues sabía de antemano que esquivaría la cuestión con alguna respuesta cortante y seca. Así era el señor Sesshomaru. No podría quererle de otra manera.

Al ver que el demonio blanco se ponía de pie, ella se apresuró a imitarlo con un entusiasmo que no había sentido en mucho, mucho tiempo.

―¿Y cuándo vamos a ir a por ese elíxir?, ¿esta misma noche? ¿Puedo llevar equipaje? Quiero conservar los hermosos kimonos que me regalasteis. Podría dejar una nota a la anciana Kaede o a la señora Kagome. Sé escribir, ¿sabéis? ―aseguró orgullosa mientras empezaban a caminar y ella se situaba a su lado― Aprendí hace tres años. Me lo enseñó la señora Kagome, que apenas era una recién casada. Recuerdo cómo reñía a Inuyasha por cualquier cosa y él se molestaba y se iba a un rincón enfurruñado. Ella le seguía más tarde para que se le pasara y…

Sesshomaru no la interrumpió en su incesante parloteo mientras la joven trataba de ponerle al día. Se sentía aliviado de que esa apariencia fría e indiferente sólo hubiese sido eso: una simple capa exterior. En el fondo seguía siendo aquella niña alegre y cálida. Bueno, quitando lo de niña. Rin no notó la penetrante mirada de su acompañante mientras relataba aquella vez en la que Shippo había cortado el pelo a Inuyasha mientras dormía, y éste había montado en cólera y empezado a perseguirle por toda la aldea con Tessaiga desenfundada. Estaba todavía riéndose cuando oyó una voz familiar:

―Vaya, vaya, ¿a quién tenemos aquí? Una niña tonta paseando a altas horas de la noche, cuando cualquier bestia puede devorarla. Pero claro, ¿qué se puede esperar de una niña t…? ―Jaken fue bruscamente interrumpido, pues Rin le había encontrado tras un árbol y había corrido a abrazarlo. El pobre demonio apenas podía respirar.

―¡Abuelo Jaken!

―¡Suéltame, Rin! Quiero vivir para ver un hermoso mañana ―se quejó al tiempo que la joven retrocedía, sonriente ―. Sigues igualita que hace dos años, con una tonta sonrisa en los labios. Pensé que en este tiempo habrías conseguido un poco más de cabeza, pero veo que me equivocaba.

Rin apenas prestaba atención a las palabras falsamente malhumoradas de Jaken, pues había visto a una niña de pie junto a Ah-Un. Era realmente extraña; tenía el pelo rojo como el fuego, muy revuelto, y ojos violáceos. Unas marcas negras se dibujaban en su cara, y las facciones de su rostro eran similares a las de una muñeca. No aparentaba más de siete u ocho años. Iba a preguntar quién era cuando escuchó lo que Jaken le estaba diciendo:

―… esa Kagome. Cuando nos dijo ese viajero que te entrenabas con ella todos los días no di crédito. ¡Tú, con lo vaga que eres! Nunca creí que quisieras ser una bruja y que fueras a aprender magia.

―Sacerdotisa ―corrigió distraídamente mirando en dirección a Sesshomaru, quien se encontraba alejándose con expresión grave junto a la niña. Ésta tenía una mirada casi tan fría como la de él, pero además Rin percibió cólera en ella. ¿Qué pasaba con esa cría?

¿Por qué el señor Sesshomaru no había mencionado que sabía que ella estaba aprendiendo magia para ser una sacerdotisa? Tal vez no le diera importancia porque él tenía suficiente poder por los dos ―o los tres, si contaba a Jaken―. En su mente, se imaginó a Sesshomaru protegiéndola de cualquier mal, seguro de su fuerza. "Como un príncipe…", pensó entrecerrando los ojos, ilusionada.

―¡Eso no va a pasar! ―exclamó sonrojada para sí misma sacudiendo la cabeza entre risas. Se estaba volviendo tan audaz como Karin, pensaba entre risitas.

Jaken la miraba con completa perplejidad.

―Sigues exactamente igual ―aseveró como si le estuviera comunicando que le quedaban tres meses de vida ―. Y desde ya te informo que todo lo que has aprendido no va a servir de nada en nuestro viaje, y que no te creas superior por haberte entrenado con una sacerdotisa. El amo Sesshomaru y yo tenemos un objetivo en mente y no queremos que estorbes. Supongo que ahora podrás sobrevivir sola, por lo que te dejaré sola cuando le acompañe a alguna batalla. Eres tonta, pero podrás comprender cosas tan simples como que el fuego quema o que las bayas venenosas no son muy nutritivas… ―Jaken lo pensó un momento y soltó un quejido.― ¡Maldición, no, no lo entiendes! Ya me veo cuidándote de nuevo. ¿Por qué no serás autosuficiente o, por lo menos, no tan débil? Si tan sólo fueras una demonio, me quedaría más tranquilo. Pero eres humana. Y débil y tonta.

Rin le palmeó la espalda amistosamente.

―Seguimos sin novia, ¿eh, abuelo Jaken?

No muy lejos de allí, Sesshomaru giró la cabeza ante el eco del grito ¡INSOLENTE! que resonó a lo largo del bosque. Negó con la cabeza, entre divertido y exasperado. Rin estaba haciendo de las suyas con Jaken. Interiormente, seguía siendo la misma alegre pícara. Aunque a él no le importaba, por supuesto. Volvió a mirar a la niña que tenía delante suyo con renovada seriedad. No le gustaba que le ordenaran nada, por muy importante que fuera lo que quisieran decirle.

―Que sea rápido, Senna. Odio perder tiempo en nimiedades.

La pequeña le sonrió con frialdad, mostrando una hilera de afilados dientes. Sesshomaru no se inmutó ante aquel intento de intimidación. Ella había sido la que le había dicho que debía hablarle de un asunto vital, ¿y ahora se quedaba quieta tratando de que se acobardara? Senna no le conocía lo suficiente como para saber que ese tipo de tonterías no funcionaban con él. Como no abría la boca para decir algo, el demonio se giró dispuesto a regresar, sin molestarse en mirarla de nuevo, pero ésta por fin habló:

―Detente, Sesshomaru ―dijo fastidiada. Los que escuchaban su voz se quedaban perplejos, pues parecía imposible que alguien con un aspecto tan infantil como ella pudiera tener semejante gravedad en sus palabras. Por supuesto, no podían deducir a simple vista que estaban ante una demonio de más de tres mil años de vida.

―Dime lo que tengas que decirme o lárgate ―ordenó con frialdad Sesshomaru sin volverse.

Senna resopló y se cruzó de brazos, molesta ante su actitud.

―No me hables así Sesshomaru, soy varios siglos mayor que tú. ¡Espera! ―exclamó al ver que empezaba a alejarse, cansado de escuchar tonterías. Se puso delante de él y le fulminó con la mirada ― Por todos los infiernos, eres tan impaciente y altanero como lo fue tu padre. Lo que quiero decirte es importante, y espero que me escuches con atención.

El demonio la miró fijamente, y ella lo tomó como una aceptación. En sus ojos violetas apareció una sombra que los llenó de oscuridad.

―Jaken me contó todo lo que pensabas hacer, tu viaje por el elíxir de Kami. ¿Crees que haces lo correcto? El camino para conseguirlo es muy peligroso, y eres el único sucesor digno de Inu no Taishou. ―No mencionó a Inuyasha pues, en su opinión, un medio-demonio era una aberración de la naturaleza.

―Lo que yo haga no es de tu incumbencia ―espetó secamente a la niña.

―Como antigua consejera de tu padre, ya creo que me incumbe. No olvides que él valoraba mucho mis palabras. Tal vez te convendría hacer lo mismo.

Sesshomaru reprimió un bufido. Nada de eso era nuevo para él; conocía a la perfección a todos los sirvientes allegados a su padre. Esa era la razón por la que la había permitido acompañarle hasta la aldea de la sacerdotisa Kaede. No sabía qué buscaba allí, pero tampoco le importaban sus asuntos. Miró a Senna desde toda su altura y esbozó una media sonrisa ―la consejera de su padre siempre se había sentido acomplejada por su baja estatura―, a lo que ella respondió con una mirada furiosa.

―Muy bien, ¿cuál es ese valiosísimo consejo que me convendría escuchar? ¿Tal vez algo con respecto a mi seguridad? ¿Una predicción milagrosa que me salvará la vida? ―inquirió con sorna.

―Mantén a esa humana alejada de ti.

Toda diversión se borró del rostro del demonio, que la miró con repentina tranquilidad. Senna conocía esa mirada: su padre había tenido una igual a esa. Si su hijo poseía su carácter ―y estaba segura de que sí―, se aproximaba peligro. Pero ella no era débil, y había llegado a adorar a Inu no Taishou. Debía hacerlo.

―No me malinterpretes, Sesshomaru. No te estoy diciendo que pongas tierra entre vosotros dos. Mi consejo se refiere a que no dejes que te controle, que te debilite. Que te vuelva su marioneta.

―¿Qué tonterías son esas, Senna? ―La voz de Sesshomaru competía en frialdad con un témpano de hielo.

―Dime, ¿cómo murió tu padre? ―le espetó muy seria.

Sesshomaru no vaciló en responder.

Cuando selló a Ryûkotsusei, no pudo sobrevivir a las heridas que éste le había infligido.

―Podría haberse salvado ―le contradijo la consejera demonio―, pero no lo hizo. ¿Y por quién? Por Izayoi, esa débil humana. Le dije que no se viera con ella, que la olvidase pero, por primera vez, desoyó mis consejos. Ya sabes cuál fue el resultado. Un edificio en llamas fue su tumba ―sentenció con voz mortífera. Tras unos instantes en los que reinó el silencio, añadió―: ¿Y bien, Sesshomaru? ¿También tú te dejarás matar por una humana?

―No soy como mi padre. Y no sé a qué viene todo esto, pero se va a acabar ahora. ―Con esto, echó a andar sobre sus pasos, pero esta vez Senna no fue sutil y lo detuvo asiéndole fuertemente del brazo.

―¡Eres estúpido, Sesshomaru! ―La expresión asesina en el rostro del demonio hizo que moderara su voz, por lo que continuó―: Sólo te estoy diciendo esto porque no deseo que la historia se repita. ¿Una humana, Sesshomaru? Va a morir en el viaje, y tú vas a seguirla como no cambies de actitud. Un demonio que se enamora de una humana no sobrevive mucho tiempo.

―¿Amor? El tiempo te ha vuelto una necia, Senna ―dijo con desdén. Sus ojos aún refulgían, iracundos.

Ella lo miró largamente y suspiró.

―No bajes la guardia, Sesshomaru. No dejes que ella te vuelva débil. ¿O es que lo que deseas es que ese Inuyasha te sustituya y ocupe el lugar de tu padre? No, por supuesto, que no ―añadió ante la expresión del demonio―, pero es lo que pasará como hagas como tu padre y no me escuches. Sé bien que ella es bonita, pero tú nunca te has fijado demasiado en esas cosas, y mucho menos en humanos. Me preocupas, Sesshomaru.

La niña demonio se internó en el bosque y comenzó a alejarse, pero sus palabras llegaron al demonio con claridad:

―Mantenla como una simple sirvienta y tendrás un poderoso imperio. Ámala, y tendrás tu propia tumba.

Sesshomaru vio sombríamente cómo el bosque se la tragaba a ella y a sus proféticas palabras. Su rostro se mostraba imperturbable, pero su mente trabajaba a gran velocidad. Luego, él mismo fue tragado por la bruma, escuchando a lo lejos la alegre y despreocupada risa de una joven humana.


¿Qué tal?, ¿os ha gustado? A los que hayáis leído "Retazos de una sonrisa" me imagino que esto os sabrá a poco. Pero no os preocupéis, porque publicaré pronto el primer capítulo. ;)

Cualquier crítica u opinión es bien recibida, para eso está el botón de review.

Nos leemos,

Neissa.