Bueno, hola! Después de un tiempo bastante largo dedicándome simplemente a la lectura al final me he animado a subir una historia. He escrito fics anteriormente, pero esta es la primera vez que escribo uno sobre Harry Potter. ¿Y por qué? Porque sencillamente adoro el pairing de Katie y Oliver y llevo meses con esta historia en la cabeza. Todavía no está acabada aunque llevo bastantes capítulos avanzados, así que espero poder colgar regularmente. Aprovecho la ocasión para agradecer a Núnna el ser mi beta y sus valiosos consejos (tanto sobre la historia como ajenos a ella ;] ) .

Aclarar una cosa más, en mi fic, que está emplazado durante el tercer libro de Mrs. Rowling, Katie es solamente un año menor que Oliver Wood que está en séptimo, con lo cual va a sexto curso en este momento. Esto lo hice porque según iba escribiendo me parecía todo un poco demasiado pedófilo para mi gusto (aunque sea platónico... qué queréis, soy un poco antigua e_e). Y nada, sin más dilación... espero que os guste y os animéis a dejarme un riviú! =)

Disclaimer: No me pertenece nada que podáis reconocer (por ahora... muahaha! *risa maligna y conspiradora*)


CAPÍTULO 1

El amor familiar es desordenado, pesado y de un patrón molesto y repetitivo. Igual que un mal papel de pared. Patrick Jake O'Rourke

—¡Katie! ¡Arriba, Katie, vamos! ¡Vas a llegar tarde a la estación! —escuchó la chica, cubierta hasta la cabeza con las sábanas de su cómoda y mullida cama. Acto seguido, su madre dio un par de golpes a la puerta con la mano abierta, haciendo que Katie profiriese un gruñido de asqueo. ¿Por qué siempre había que levantarse cuando estabas en lo mejor de un sueño? No era justo.

Aún así, y lanzando otro nuevo bufido más, se arrastró hasta el cuarto de baño de su habitación para intentar espabilarse un poco antes de emprender su camino hasta King's Cross. Si sus amigos la viesen tal y como estaba en ese momento, ojerosa, despeinada y malhumorada, seguramente se espantarían y saldrían corriendo en dirección contraria.

—¡Vamos cielo! ¿Quieres que el tren salga sin ti? —El hecho de que su madre, que debía estar en la cocina, la llamase con aquella voz cantarina y feliz la enfureció todavía más, y la terminó de sumir en la miseria. ¿Cómo podía la gente mostrarse tan contenta siendo tan temprano? Era puro masoquismo.

Escuchó a su madre hablar con su padrastro, también en aquella voz melosa. Volvió a bufar. Normalmente no era tan gruñona, ni siquiera a las 7 de la mañana, pero después de un viaje de 9 horas en avión desde Nueva York hasta Londres y de una horrible sensación de jet-lag no podía culparse enteramente a Katie. El niño que estaba sentado detrás de ella en el avión y que no había parado de dar patadas durante todo el trayecto sin dejarla dormir tenía una enorme porción de la culpa. Maldito niño… Si hubiese podido usar su varita lo habría convertido en cacahuete. Por desgracia todavía no se sabía ese hechizo, pero se hizo una nota mental para preguntárselo a la profesora McGonagall.

Se vistió con los vaqueros y la camiseta de tirantes que había dejado preparada la noche anterior antes de cerrar el baúl con todas las cosas que se llevaría a Hogwarts y se peinó el largo cabello ondulado de color rubio oscuro. Con un soplido hacia arriba se retiró el pelo de la cara y se puso una chaqueta ligera.

—¡Inga! ¡El desayuno! ¡Katie va a llegar tarde! —volvió a escuchar a su madre berrear desde la cocina cuando abrió la puerta de su habitación —. Stanny, dile al chófer que ponga el coche en marcha, cuanto antes salgamos antes llegaremos allí.

Katie empujó el baúl fuera, y cruzó una mirada de comprensión con Inga, su criada, que se encogió de hombros. Al contrario que la mayoría de familias de magos, su madre no se había contentado con un elfo doméstico y había contratado a una bruja que hacía las labores de la casa. A Katie le caía genial, aunque le daba pena que tuviese que aguantar a su madre las 24 horas del día, 7 días a la semana. Si hubiese sido ella, ya se habría suicidado.

—Señorita, deje que la ayude con la maleta —Inga cogió la varita mágica e hizo flotar el baúl. Katie sonrió agradecida, ya que a ella no le estaba permitido hacer magia fuera del colegio aún.

Bajó las escaleras que daban al primer piso delante de Inga con su escoba en la mano, y se encontró a su madre vestida con uno de sus trajes de diseño y con una taza humeante de café en la mano. Al contrario que de costumbre, ya que generalmente desayunaban en el comedor, estaba de pie ante la encimera de la cocina con su marido sentado a su lado. Tenía la boca llena de cereales. Sus cereales. Eso no mejoraba su humor, pero se limitó a sonreír con condescendencia. Stanford había pagado esos cereales al fin y al cabo.

—¡Ah! —el marido de su madre tragó los cereales y le sonrió —. La bella durmiente ya se ha levantado. ¡Sírvete! Tenemos tortitas, bollos, tostadas… —'Stanny' siempre era muy amable con ella. Adoraba a su madre, y por eso ella lo adoraba a él, pero le pasaba como con el pica-pica que vendían en Honeydukes: Demasiado terminaba irritándote la boca y dándote ganas de gritar '¡NO, NO, NO!'.

—Gracias Stanford —respondió ella, sentándose en uno de los taburetes altos de la cocina y sirviéndose una tostada con mermelada de fresa, su favorita.

Stanford era precisamente lo que alguien como Evelyn necesitaba, un hombre acercándose a la cincuentena, rico, atractivo y con más paciencia que un Santo. Ella se alegró cuando lo conoció, pensando que esa cualidad sería adecuada, conviviendo con alguien como su madre desde luego iba a necesitarla. Pero resultó que eran tal para cual. Qué cosas tiene el amor…

—Katie, cielo… ¡Te dejé una falda nueva en tu habitación! ¿Es que no puedes arreglarte un poco? Es el primer día en el colegio al fin y al cabo —protestó su madre, dejando la taza de café en la encimera.

Ella sonrió falsamente. Estaba acostumbrada a esa clase de cumplidos por parte de su madre, y es que desde que Evelyn Bell se había convertido en Evelyn Spencer al casarse con Stanford, todos sus caprichitos se habían vuelto realidad y se había convertido en una madre de la jet-set. Iba a actos benéficos, donaba dinero a San Mungo y siempre llevaba los últimos modelitos de diseño.

No era una mala madre, y Katie la quería muchísimo, pero tenían caracteres totalmente opuestos. Y no es que a ella no le gustase ponerse un vestido o una falda de vez en cuando, sabía arreglarse, pero no veía la lógica de tener que subirse a un tren durante 4 horas y llevar una falda de Dior que haría que no pudiese poner los pies sobre el asiento de en frente sin que los gemelos Weasley empezasen con sus comentarios. Evelyn se ponía tacones hasta en la ducha, estaba segura aunque todavía no lo había comprobado.

—Deberías decirle a tu padre que podía comprarte más ropa. ¡Con la de tiendas que hay en Nueva York y sólo te traes una escoba nueva! —concluyó Evelyn, poniendo los ojos en blanco.

Sólo una escoba nueva… Debería de haber visto las peripecias que habían tenido que hacer para que no dijesen nada en el aeropuerto. La galería de arte de su padre la había hecho pasar como una antigüedad, así que no habían hecho demasiadas preguntas.

Katie agarró la escoba con más fuerza y miró a su madre recelosa. No era que pensase que iba a quitársela, pero era capaz de arrancarle los pelos de la cola para hacerse un tocado, y no pensaba permitir que mancillase su nueva Nimbus 2000. Katie se había enamorado de esa escoba en el momento en que había visto a Harry Potter montar en ella. Había sido amor a primera vista.

La chica carraspeó y siguió a su madre, que enseguida se subió en el coche. Stanford se sentó al lado de su madre y enseguida se pusieron en marcha hacia el centro de Londres. Katie estaba nerviosa, tenía muchísimas ganas de volver a ver a sus amigos y se moría por volver a volar. En Londres no tenía un sitio para poder hacerlo y su padre era muggle, con que no había tenido oportunidad de estrenar la escoba.

La plataforma de los andenes 9 y 10 estaba atestada de personas. Reconoció a varias como alumnos de Hogwarts, pero no distinguió a ninguno de sus compañeros de equipo ni tampoco a Leanne. Caminaba más deprisa de lo normal, deseosa de atravesar la barrera que la llevaría al andén 9 y ¾ y a su sexto año en Hogwarts.

Cuando por fin llegó junto al tren, se dio cuenta de que el ambiente estaba algo crispado, los padres abrazaban a sus hijos y los niños miraban a su alrededor con algo de temor en sus ojos. Entonces vislumbró a lo lejos una figura encapuchada que le puso los pelos de punta y le causó un escalofrío.

—¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué hay dementores en la estación, mamá? —preguntó extrañada, sin dejar de mirar a la criatura.

—Oh, cielo, ¿no te lo dijimos anoche? Es un preso que se ha escapado de Azkaban, Sirius no sé qué, ¿no se ha sabido nada en América? Ha salido hasta en la televisión muggle… —Evelyn miró a Stanford, que extendió su brazo para darle a Katie un periódico que tenía en la mano.

La chica observó a conciencia la fotografía que había en la portada de El Profeta de aquella mañana. Un mago pálido y desgreñado la miraba desde allí y volvió a sentir otro escalofrío. 'Sirius Black sigue suelto', rezaba el titular. Con cara de pocos amigos, devolvió el periódico a Stanford.

—No escuché nada de eso en Nueva York… ¿Creen que estará aquí? ¿A plena luz del día y con la estación a rebosar? —preguntó Katie, mirando hacia el tren.

—No se sabe qué demonios hará… Pero lo encarcelaron por matar a trece personas con sólo un hechizo —empezó a decir Stanford, sin ser consciente de las miradas asesinas que le lanzaba su esposa —. Es el primero que consigue escaparse de Azkaban, ¿sabes? Debe haber utilizado magia oscura poderosísima, dicen que era el lugarteniente de… —pero entonces Evelyn le clavó el codo en las costillas y se calló; se dio cuenta de por qué su mujer quería que se callase y carraspeó —. En fin… Hace mucho de todo eso, ¿quién sabe? —concluyó su padrastro.

Katie asintió con la cabeza —Sí… Ahora me siento mucho más tranquila, ¡gracias! —respondió con sarcasmo. Su madre miraba a su marido con una sonrisa que reflejaba claramente que no le había hecho ni pizca de gracia que hubiese dicho tanto a su pequeña e inocente hija (que había convivido con un basilisco enorme que petrificaba a las personas y por lo tanto no sabía lo que era el miedo). Cierto era que no se trataba de una situación agradable ni tranquilizadora, pero se iba a Hogwarts, el lugar más seguro del mundo, ¿no? Con Albus Dumbledore en el castillo no se imaginaba que Black fuese a arriesgar el pescuezo.

En el tren ya había gente, pero la mayoría de alumnos estaban todavía en el andén despidiéndose de sus familias. Katie suspiró y se volvió hacia su padrastro y su madre, que ya tenía lágrimas en los ojos.

La chica trató de no poner los ojos en blanco de manera demasiado obvia y tan solo suspiró. Su madre era buena persona, pero toda una reina del drama. —Mamá… —Protestó.

—Lo siento, lo siento —se disculpó Evelyn, haciendo aspavientos con las manos como para secarse las lágrimas —. Es que… Voy a echarte de menos, Katie —y la abrazó con fuerza.

Katie sonrió y le dio unas palmaditas en la espalda —Y yo a ti, mamá —y se separó de su madre, que buscaba un pañuelo en su minúsculo bolso de Prada. La chica se despidió de Stanford con otro abrazo más corto y menos emotivo.

—Pasa un curso genial, Katie —le deseó su padrastro, con una sonrisa sincera.

—¡Katie! —escuchó gritar a su espalda. No tuvo más de medio segundo para darse cuenta de que era su amiga Leanne cuando esta se le abrazó casi tirándola al suelo —. ¡Hola, Katie! ¡Qué guapa estás! ¡Te he echado de menos! ¿Qué tal los TIMOS? ¿Te has cortado el pelo? —le dijo entusiasmada, muy rápido y sin soltarla —. Señor y señora Spencer, ¿qué tal el verano?

—Muy bien Leanne, Stanford y yo estuvimos en París, fue muy romántico. —Evelyn agarró el brazo de su marido.

Leanne también sonrió y después agarró a Katie —Bueno, subamos ya o no encontraremos compartimentos libres. ¡Adiós señor y señora Spencer! —y arrastró a Katie hasta el vagón más cercano.

La chica sonrió automáticamente al verse inmersa ya en el ambiente del tren. Se dejó guiar por Leanne hasta un compartimento que estaba vacío.

—¿Has oído lo de Sirius Black? Es espeluznante… —Empezó Leanne sentándose frente a ella, a lo que Katie asintió —¿Qué tal Nueva York? ¿Has conocido a muchos chicos guapos allí?

—Oh, sí… Me pasé todo el mes ayudando a mi padre en su galería rodeada de gente de su edad. Muchas oportunidades para eso.

—Oye, igual resulta que te van mayorcitos, ¿cómo vas a saberlo si no lo pruebas? —bromeó su amiga, guiñándole el ojo. —¿Qué tal han ido los TIMOS, por cierto? ¿Extraordinario en todas las asignaturas, para variar?

Katie le hizo un mohín —Pues claro que no —le dijo, cruzando los brazos —. En todas no… —continuó con la voz más débil.

Su amiga le respondió con otra mueca. La puerta del compartimento se abrió en ese instante, mostrando a dos muchachos pelirrojos y prácticamente idénticos.

—¡Pero bueno! ¡Si son las chicas Gryffindor! ¿Qué hacéis aquí tan solas? —dijo uno de ellos.

—Seguro que hablar mal de nosotros, o de los chicos que se han ligado en verano, ¿verdad?

Katie sonrió y negó con la cabeza, era imposible distinguir cuál de los dos era Fred y cuál era George.

—¡Katie me estaba contando sus ligues de la galería! ¿Verdad, Katie? – dijo Leanne, frotándose las manos.

—Mis novios este verano han sido Kandinsky y Monet, nadie más. —respondió Katie, haciéndole un gesto de burla a su amiga —. ¿Y vosotros qué? ¿No contáis nada nuevo? ¿Qué tal el verano del clan Weasley?

—Oh, ha sido una pasada —comenzó Fred —. ¿Podemos contároslo sentados? O estáis esperando compañía… —dijo el pelirrojo con ojos suspicaces.

Katie le dedicó un mohín y le hizo señales para que se sentase con ellas, levantándose después para ayudarles a ellos y a sus muchos hermanos a subir el equipaje al tren.

—¡Egipto ha sido increíble! —contaba George –. Hemos visto pirámides, tumbas… Quisimos encerrar a Percy en una de ellas pero desgraciadamente mi madre nos pilló. Fue una pena, ¿verdad, Fred?

—Desde luego, intentamos descifrar algunos de los jeroglíficos para convertirlo en escarabajo pelotero pero eso tampoco sirvió.

Katie soltó una risotada —Así que fue un viaje bastante poco fructífero por lo que veo —la muchacha vio en ese momento a Angelina Johnson que subía al vagón; le sonrió y le saludó con la mano.

—¡Hola, chicos! —saludó Angelina, subiendo su baúl al tren.

Los Weasley y Leanne la recibieron con el mismo entusiasmo, pero la respiración de Katie se cortó cuando vio quién subía detrás de Angelina. Oliver Wood, el capitán del equipo de Quidditch, estaba ayudando a la chica con su maleta y en cuanto la hubo subido, hizo lo mismo con la suya propia.

Era una estupidez, a lo largo del verano se había prometido a sí misma que su pequeño enamoramiento estúpido y sinsentido se había terminado, que las cosas serían distintas ahora que iba teniendo una edad, pero toda su fuerza de voluntad se fue al garete cuando le vio aparecer en el tren. ¿Por qué tenía que sentirse así todavía después de cinco años? ¡Era horrible y totalmente injusto! Sin que pudiese evitarlo una sonrisa de genuina felicidad se plantó en sus labios y trató de no híper ventilar y de que Leanne no la viera para que no le echase otra charla.

—¡Pero si es el malvado capitán! —exclamó Fred, acercándose para dar a Oliver unos golpes en la espalda —. ¿Vienes con nuevas formas de tortura para nosotros, tus humildes siervos?

Oliver sonrió y siguió hacia delante —Todavía no has visto nada, Weasley —le dijo siguiéndole la broma, con aquel acento escocés que hacía que a Katie le saltaran todas las alarmas —. ¡Katie, hola! —la saludó al llegar a su altura —. ¿Has pasado un buen verano?

—¡Claro! —respondió con el mismo ímpetu e intentando que no le temblase la voz —. ¿Y tú? ¿Has hecho algo más que pensar en el Quidditch durante estos meses?

—¡Por supuesto que sí! ¡Muchas, muchísimas cosas interesantes! —respondió Oliver, marcándose un farol.

—Hm… —la chica, que conocía muy bien al guardián, no se lo tragó ni por un instante. Pero tenía que reconocer que volver a tener aquella sensación de cosquilleo en el estómago hacía que le diese igual —. Menos mal que estás aquí, ¿sabes que Fred y George intentaron encerrar a Percy en una pirámide de Egipto? Nos hacía falta alguien razonable —le explicó a Oliver, llegando al pasillo de los compartimentos donde les esperaba Leanne.

—¿Dentro de una pirámide? Pobre Percy… Tampoco es tan malo —Rió Wood, ante la perspectiva de ver a uno de sus amigos en una situación como esa —. ¡Ya veréis! Tengo nuevas tácticas para probar en cuanto podamos, y he confeccionado nuevos posibles calendarios de entrenamientos para empezar cuanto antes. ¡Empezaremos de madrugada! Buena manera de comenzar el día, ¿verdad? —dijo el capitán, agarrando a Fred por el hombro y entrando a su compartimento, ajeno a las caras de espanto de los miembros del equipo.

Katie miró a Leanne y suspiró —Vale, retiro lo de razonable…