Título:Él no cambia
Sumary:Post-Manga. Aunque había abandonado su época y a su familia por estar con él, las cosas no son como Kagome las imaginaba. Todo por culpa de un estúpidamente tímido semi-demonio. Todo seguía como antes, porque él no cambia…
Ranking:K+
Género:Romance/Humor/Comedia/Drama
Advertencia/Recomendación:Quizás un poco de OoC.
Cantidad de palabras:6,375
Disclamer:InuYasha sí es mío. Solo que los derechos de autor, legales y demás son de su amada creadora Rumiko Takahashi… Tan sólo es cuestión de esperar 50 años para que él pase al dominio público y lo haré completamente mío (O.o?)
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¡Mil gracias por ser seguir a esta autora tan patitosa y su historia aún más patitosa, las amo, los amo con el corazón!
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Capítulo Final: Algo así como una confesión
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Con una venita sobre la frente a punto de explotar, él se cruzó de brazos, tratando con todo el fervor de su enfurecida alma no atacar a esas pequeñas dobles molestias. Clones del mal que insistían en mostrarles muy orgullosas aquellas aberrantes creaciones que le tenían tan exaltado como ahora.
Por su culpa la aldea entera le dedicaba esas sonrisitas estúpidas de autosuficiencia al igual que los peores amigos de la historia, situados justo al frente, riendo como idiotas mientras empujaban a Kagome en su dirección, más roja que un tomate, el color carmín, el pimiento y la sangre juntos. Debía decir que los superaba por mucho.
Las gemelas rieron ante la escena, aunque no la entendían. Sin darle importancia siguieron danzando con sus creaciones en la mano, dando vueltas sin parar, no dejaban de exhibirlas con orgullo puesto que ya habían notado que el perrito las seguía con una mirada divertida y escalofriante.
El dúo molestias se sentó al frente, después de alentar (o más bien obligar) a la pelinegra a estar a su lado, causando que además de su mal humor, el ambarino compartiera ese tono rojizo imposible de comparar con las cosas rojas de la vida común. —InuYasha, ¿no tienes algo que decir? —Insinuó la castaña, con una sonrisa que Kagome catalogó como pícara y maliciosa. Se encogió aún más en su lugar. Nunca en su vida volvería a ver a su amiga de la misma manera…
—Aún no lo puedo creer. —Exclamó el monje desde su sitio, en una esquina de la rustica cabaña de madera. —Vamos en un paseo familiar y nos encontramos con semejante indecencia…—El pelinegro cerró sus ojos, alzando sus manos ya agregó en tono melodramático, ignorando la ceja alzada de su amigo perro y su rostro que claramente le daba un mensaje de muerte. — ¿Quien lo diría? —Sango soltó una risa mal disimulada y las pequeñas gemelas dejaron de danzar para volver a mostrar con vanidad sus dibujos a su madre. — ¿Ven? —Señaló Miroku a sus pequeñas con una seriedad que ambos casi le creen. Casi. Podían imaginar cuanto estaban disfrutando de eso. —Mis pequeñas hasta han hecho dibujos de aquello que las traumatizó, sólo a ustedes se le ocurre.
Sí, ese hombre ya lo sabía. Estaba cavando su propia tumba al ser tan cínico, pero este instante era más valioso que cualquier otra cosa que pudo llegar a vivir, simplemente por molestarlo. Pero por su honor de monje y prestigio como figura religiosa que no era solamente por eso…
¡Por Buda lo juraba!
Miroku poseía un alma caritativa, aunque incluso su esposa lo dudase. Él comprendía a la perfección como es que aquellos jóvenes desencaminados no encontraban el sendero de luz que los llevaría a la felicidad y paz eterna, ah, el amor era algo realmente mágico ante sus vívidos y experimentados ojos azules y… ¿A quién engañaba? Era simplemente que ahora quería joder.
Y es que sí, sólo a dos idiotas como ellos se les ocurría desmayarse con un beso.
¿Qué pasaría si tuvieran que pasar algo más entre ambos? Por Buda, quizás nunca llegaría a ver a sus sobrinitos…
Meneó la cabeza en señal de negación mientras la castaña asentía, compartiendo sus pensamientos sobre aquellos dos. No, no era el momento de pensar en malhumorados bebés de tiernas orejas que fácilmente les quitarían de encima a sus "adorables" hijas cuando quisiera descansar. En el fondo sabía que, de ser necesario, tanto él como su mujer estarían dispuestos a desnudarlos…
En fin, el tema era otro, de momento.
Aún recordaba la noche anterior, cuando estaban dando un pequeño paseo familiar (que tenía como objetivo cazar a ambos jóvenes y planear una estrategia) se encontraron con la tierna escena de un InuYasha sonrojado besando a una inconsciente Kagome.
Siguió en sus memorias, controlando la sonrisa de cuanto habían visto.
La joven despertó en ese momento diciendo algo sobre un sueño, dándole un beso y cayó al suelo antes de darle tiempo a responder. El ambarino, no soportó la cantidad exorbitante de líquido rojo que se acumuló en su rostro y algo terminó por escurrirse de su nariz antes de dar una pequeña siesta contra una roca en el suelo…
Carcajadas, risas, dolores de estómago y algunos calambres fueron las reacciones que ambos esposos intentaban ocultar al observar la entretenida escena mientras sus pequeñas y el bebé los miraban con confusión.
Y no era para menos, para el matrimonio ver de primera mano cuán tontos podían ser sus amigos era como para morirse de risa por el mes entero. Tanto el pervertido como la exterminadora desearon que existiera algo con que grabar la impresión del momento, pero esas cosas solo existirían hasta la época de la chica del futuro. Lástima, tendrían que vivir con el recuerdo…—No puedo creer que lo vi… —Murmuró el pelinegro modulando su voz para entenderla. InuYasha seguía al frente fulminándolo con la mirada. Limpió unas lágrimas que salían de sus ojos azules.
—Ni yo… Después de eso tuvimos que llevarlos en Kirara hasta nuestra cabaña. —Comentó su esposa, mientras instruía con una mano a las pequeñas gemelas que venían acompañándolos. Entre sus brazos acurrucó a su bebé, asegurándose de sostenerlo con fuerza.
Y la mirada cortante de InuYasha no se hizo esperar. Pero por supuesto, el monje quería seguir tentando a la suerte. —Les demostraré el primer dibujo, donde ambos están sentado dándose un beso. —Deseó agregar que ese fue el primero en presentarse ante toda la población humana disponible al momento, pero eso ya lo sabían. —Segundo y tercer dibujo, Kagome avienta a un ogro anciano feo y luego lo besa. —Vio que él apretó sus puños, pero no le dio importancia. —Y en ésta, caen desmayados.
— ¿Así, Miroku? —Sí, así hubiera querido contestar el pelinegro pero desafortunadamente el tiempo no le alcanzó. Un puño se estrelló de lleno en su rostro y le hizo perder el conocimiento de manera tal que hasta a su bella esposa le preocupó que se lo hubieran dejado más tonto de lo que era.
Mientras Sango examinaba a su marido, las gemelas bailaron alrededor, jugando a ver quien pisaba menos al señor pervertido…
¿Se necesitaría decir que en ese juego eran muy, pero muy malas?
InuYasha sin más reacción que una sonrisa de satisfacción y victoria tomó bruscamente ala pelinegra de la manga y la arrastró consigo afuera de la cabaña. Aunque en realidad le molestaba la reacción tan salvaje de su amigo canino ella sólo les sonrió deseando que arreglaran su situación amorosa de una vez; si finalmente InuYasha había decidido actuar no debía intervenir, o bien podría esperar a la quinta era glaciar de la que Kagome a veces hablaba.
Y debía admitirlo, Miroku se lo buscó. —En serio amor, a veces eres un problemático…—Le dio un beso en los labios y lo recostó en sus piernas. Con una sonrisa tranquila en sus labios tomó la última hoja que faltó de mostrar. Un dibujo que superaba con creces a todos los demás de arte infantil; una pelinegra tumbada sobre el césped iluminada en el área del pecho por una marca circular y a una lucecita como luciérnaga, sobrevolando y desapareciendo aquello que les llamó la atención. —Olvidaste decirles que desapareció la marca extraña de Kagome en ese instante…
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No le importó mucho si le causaba dolor aquél brusco agarre. Tenía tanta rabia y desazón en su interior que si la soltaba sentía que dejaría ir algo importante, una parte de su ser que dejaría diseminada por las infértiles tierras de alrededor.
La oportunidad de mayor importancia en sus escasos doscientos tres años de vida.
Escuchó las quejas de ella, intentando liberarse, pidiendo las correspondientes explicaciones a sus cambios tan bruscos y un sinfín de palabras inútiles que salían de su boca sin parar. Se detuvo unos segundos dispuesto a gritarle que callara de una vez, o al menos hiciera silencio mientras llegaban, pero su respiración se dificultó. No lo sabía, si mal no recordaba no le había pasado antes en toda su vida… Pero definitivamente en este momento estaba pasando.
Los labios de Kagome seguían moviéndose, balbuceando palabra sin sentido con un ritmo suave e hipnótico, tentándole a detenerlos con los meneos de los suyos. Inconscientemente relamió los suyos, mientras seguía mascullando sin parar, aún recordaba la textura y ese apetecible sabor dulce que experimentó al chocar boca con boca.
Tal vez antes no se había dado cuenta de manera consciente, pero no era la primera vez que notaba que la chica del futuro era realmente hermosa. Su cuerpo había madurado bastante en esos tres largos años de ausencia, sus caderas ensanchadas y la cintura estrecha que podría atrapar con una mano. Y ese leve carmín de sus mejillas se veía… tierno.
Se sonrojó sin remedio mientras veía el rostro indescifrable de la azabache, ahora gesticulando la rabia de saberse ignorada. ¿También debería prepararse para ir probando de nuevo la seca y húmeda tierra? — ¡Abajo! —Gritó ella, ofreciéndole de manera clara y concisa su respuesta.
—Feh… ¿Por qué rayos lo hiciste, Kagome? —Preguntó exasperado, intentando en vano que sonara como un grito las palabras que mascaba junto a la tierra y el césped. Se levantó de golpe, escupiendo el desagradable sabor y los pensamientos buenos que hubiera rondando en su cabeza hasta hace pocos segundos.
—M-me…—Balbuceó ella, sonrojándose tanto como antes estaba él. InuYasha clavó aquellas orbes de ámbar sobre sus ojos, furioso por un motivo que no sabía y de paso poniéndola más nerviosa. —M-me m-miras raro…—Y su rostro se coloró.
Él no dijo nada mientras continuaba examinándola con sus ojos de ámbar. A ella ya le dolía la muñeca. Con ayuda de su mano sana la giró débilmente intentando aplacar el dolor, mientras respiraba profundo tratando de serenarse; y de paso ver si la sangre en sus mejillas circulaba de vuelta por su cuerpo.
Sinceramente no quería estar cerca de él luego de lo ocurrido el día anterior. Pensar que ella lo había besado y sus razones era algo de lo que no quería hablar ni en un millón de años; se suponía serían amigos y nada más. Casi podía jurar que la razón por la que cuando despertó InuYasha estaba ahí, frente a ella con los labios implantados sobre los suyos en un beso era por un accidente, una tontería, travesura o cualquier otra estupidez antes que por mérito propio.
Alzó la mirada, buscando el chico perro. Bueno, quisiera o no lo tendría que encarar para poder volver, de otro modo si intentaba huir lo más seguro es que antes fuera sujetada de nueva cuenta y arrastrada literalmente a donde fuera que la quisiera llevar. InuYasha parecía pensativo y…
¿Desde cuando InuYasha era tan rojo?
Empezando del primero de sus cabellos hasta terminar en la punta de los pies él era color rojo. Se frotó los ojos, intentado ver si realmente no estaba delirando; efectivamente ese canino tenía tal color. Una repentina e histérica risa se apoderó de Kagome pensado seriamente si tanto pensar ene l nombre del color no la volvería tan roja como él.
Respiró y se dispuso a despertarlo de su trance, cuando un pinchazo de dolor detuvo su mano derecha. Aún dolía su muñeca… ¿Por qué con cada toque de ese hombre terminaba lastimada?
Debería pensar seriamente en denunciarlo con el monje o algo así. Para algo Sango lo nombraba su nuevo padre adoptivo impuesto. ¿O no? —Kagome…—Murmuró condolido, con la pequeña mueca de ternura que estaba frente a sus ojos le asaltó el irresistible deseo de abrazarlo y decirle lo lindo que se veía sonrojado, más se contuvo.
InuYasha sonrió un poco viendo como ella hacía demás gestos raros. ¿Así la miraría él? Si así fuera se sentiría muy bien, como quien alcanza una sabiduría que nadie más posee. Kagome por fin volvía a aquellas morisquetas dulces e inocentes que por tanto tiempo la habían abandonado.
Tomó su muñeca y la besó suavemente, plenamente enterado a su modo de que cada vez que era brusco le dejaba una marca; tenía que controlar su fuerza. Por un instante se le antojó probar un poco más de piel, tan dulce como ella. ¿Sería ella juiciosa de advertir que se veía indefensa y pequeña? La chica no resistió el contacto, arrebatando su mano y causando el derrumbe de la sonrisa masculina. —Gracias
"Gracias" Me dices y
extrañamente me hieres.
Como si lanzaras un hechizo mágico
que duele aún después del adiós.
No quiso ver su rostro un momento más ni imaginarse esa mueca de desprecio que tendría al contacto. No supo la razón exacta pero lo hirió. —InuYasha, quiero volver…—Musitó ella, débilmente. Sintiéndose cobarde.
Él permaneció ahí, inmóvil mientras intentaba tragar para sentir la hiel de su garganta. Kagome parecía herida de tocarlo, como si él produjera daño. Y quizás era así, sus confusiones, palabras filosas y contactos bruscos provocaban que esa persona siempre cercana se fuera retirando. De paso en paso, de momento a momento pero constante en dar marcha atrás; y fue en ese momento que ocurrió.
Algo le decía que no le iba a permitir irse. Ni ahora ni nunca más. Nunca fue su intención herirla, pero parecía ser experto en hacerlo con facilidad sin necesidad de nadie más; un terror se instauró en su pecho a vivir sin el contacto suave de ella junto a un sabor amargo mientras la imaginaba feliz.
Mucho más feliz sin él.
Un pequeño peso de sus ojos se fue resbalando, liberando la presión con la que le obligaba a ver y cayó al fin en el frío suelo. Como si se derribara la venda de sus ojos, dejándole ver todos los daños que había hecho hasta ahora: un a Kagome temerosa de hablar, creyendo firmemente en que cualquier palabra acerca de lo que sentía, fuera lo que fuera, lo arruinaría todo.
¿Acaso ya era tan tarde?
Un amargo vestigio.
El sabor de la vida…
El sabor de la vida…
Lo miró de reojo, mostrando cuanto dolor podría caber en una persona. Vio pánico reflejado en sus preciosos orbes ahora ensombrecidos por la culpa y ansiedad; cada poro de su piel mostraba cuanto miedo tenía a la soledad, a que ella quisiera marcharse cobardemente y nunca volver a tocar un tema como el de los sentimientos.
Miró su cuerpo, interesada en las curiosas marcas y cicatrices que llevaba impregnadas por todos lados pero ya no las sentía. No negaría que se sorprendió un poco, pero comprendía perfectamente el por qué estaban ahí; demasiadas, casi cubriendo su cuerpo, las heridas de su corazón expuestas físicamente.
Estaba herida, ya había recibido muchos, tal vez demasiados golpes. Si veía atrás miraba siempre su rostro lleno de lágrimas silenciosas mientras la única persona de la que jamás se quiso enamorar le hacía sufrir por amar a otra.
¿Más doloroso? Que en esa situación la única que llevaba el título de otra era ella.
La segunda en llegar a su vida.
Notó cuando él cristalizó sus ojos, ahogando el dolor. Esta vez no fue necesario pensar nada más, se lanzó a él dispuesta a abrigar su corazón, con sus delgados y frágiles brazos lo rodeó con su cuerpo, temblorosa, intentando abarcar la mayor cantidad de él que pudiera cobijar bajo sus sollozos. También lloraría por él. Le demostraría que frente a él había dos personas dispuestas a entregarle todo cuanto necesitara de ellas; para InuYasha estaban su amiga pelinegra y ella con los sentimientos que no podría decir.
Quizás con el tiempo podrían madurar y entregar su amor sin salir lastimada.
Estoy atrapada entre la amistad y el amor
Como una fruta inmadura
Que sueña con el día de su maduración
La sintió, consolándolo a él. Y a pesar de que era él quien debería abrazarla para protegerla de todo, mermar sus daños y pedir perdón no quería que lo soltara. Sólo un momento, unos instantes más de ser egoísta y dejar que ella llenara el alma vacía que era , que no recibió amor, que no podía dar amor por desconocerlo.
Cuando ella lloró lo agradeció, aún era muy orgulloso para llorar por sí mismo.
La rodeó más fuerte queriendo transmitir las sensaciones que le confundían. Antes había sido herido tantas veces que ya no reconocía lo que era el sentir en paz y alegre, era muy curioso como el tener así entre sus brazos podía cerrar heridas reabiertas.
Si ya era muy tarde para ponerle nombre a esos sentimientos no quería saberlo. Aquellas marcas simbólicas en su cuerpo demostraban cuanto estaba dañado su corazón.
Tendría que conformarse con este momento por el resto de su vida.
Tendrían que hacerlo los dos, incapaces de dar un paso para arruinarlo todo.
Trato de dar un paso adelante,
Pero soy incapaz.
¿Qué nos está frustrando, baby?
—Gracias, Kagome…
—Gracias, InuYasha…
El viento se llevó las palabras. Pero su significado se quedó a taladrar cada corazón.
Cuando me dices "Gracias"
Extrañamente me hieres
Como si lanzaras un hechizo mágico
Que duele aún después del adiós.
Un amargo vestigio
El sabor de la vida…
El sabor de la vida…
—Soy tu amiga, estoy contigo…—Susurró cerca de su oído. El calor estremeció sus sentidos negándose a la sensación de perderlo. Dolía, hería terriblemente. Su visión se transformó en algo parecido a la de un cuarto oscuro a pesar del pleno amanecer y la persona que abrazaba se desvanecía lento, absorbida por la sombra que les tragaba.
—Idiota…—Musitó con un deje de rencor. Kagome suspiró mientras las lágrimas ya no solo se llevaban ajenos sentimientos; podía ser pequeña, demasiado pequeña, pero por la persona amada intentaría ser fuerte. Mirando el hermoso amanecer se dijo que detendría sus lágrimas.
No iba a llorar, ese… Ese era un hermoso cielo bajo el cual estar.
Palabras dulces e insípidas conversaciones
No me provocan ningún interés
Aún cuando la vida no resulta como quieres
No significa que la has desperdiciado
Se soltó con lentitud, deseando nunca acabar de recorrer con la piel de sus yemas aquél tacto cálido y masculino. Con su toque de imponencia, causando escalofríos en su cuerpo como sólo InuYasha sabría hacerlo. — ¿Pasa algo malo? —Cuestionó, intentando obtener alguna respuesta que le hiciera entender lo que sentía él.
—No es nada. —Contesta apenas esbozando una sonrisa que se antoja falsa. InuYasha deseaba que le dijera si a ella le dolía estar con él. Si lo odiaba. Si lo veía como a un amigo realmente. Si iba más allá y podría aspirar a ser un hermano por lo menos. El acercamiento terminó por fin, mientras ella frenaba abruptamente sus lágrimas. —Vamos a casa —Ordenó y dio media vuelta con la amargura corroyendo su garganta. InuYasha con la congoja de no creer en sus palabras.
"¿Pasa algo malo?" preguntas
Mientras esbozando una falsa sonrisa en mis labios
Te digo: "No es nada"
Más al decir adiós
Mi rostro vuelve a enmudecer
Por alguna razón me duele
Tratar de creer en ti
Esa sensación de vacío se acrecentó en su pecho. Se ahondó, hasta causar un agujero difícil de rellenar y su mano dolió hasta que se movió por voluntad propia, tomando de la manga de sacerdotisa a la pelinegra. Sus resplandecientes ojos de color chocolate se clavaron en él y por primera vez en mucho tiempo sonrió con autosuficiencia, con el ego hasta las nubes.
Sin esa venda era capaz de ver los sentimientos de ella plasmados como una obra de arte. Hermosos, maravillosos, algo que jamás tuvo capacidad de calcular, pero maltratados por los años. El calor recorrió su cuerpo al igual que la sangre invadió sus mejillas. —Kagome, ¿Qué sientes por mí?
Honestamente quiero ser capaz de valorar
Tu indiferencia
A caricias tibias más que a un frio diamante
Es a lo que quiero aferrarme
En este poco tiempo que tenemos tú y yo
Es el sabor de la vida…
Preguntó, invadiéndolo de pronto tanto la vergüenza como la dicha. Quizás no era un genio al entender a otras personas, pero esta vez no se cegaría. En esos ojos vio sentimientos como los suyos y que le darían la respuesta. —InuYasha…—Llamó su atención la pelinegra, roja como un color fosforescente.
Quizás estaba en lo incorrecto. Tal vez estropearía todo por lo que había luchado junto a él. Pero mirando sus bellos ojos vertidos de miel podría asegurar que al final sus sentimientos eran algo que tendrían que salir de sus pulmones.
Algo le decía que era ahora o nunca. —Si el querer estar a su lado por siempre y no dejarle sufrir jamás, desear besar sus labios, compartir juntos los problemas y encontrar la solución…—Sus ojos se llenaron de lágrimas, de emoción. El ambarino comenzaba a creer que sufriría un paro cardiaco de la ansiedad. —Yo… Si querer cada tonta actitud y aceptar lo idiota… —Se acercó a él.—…Imbécil…—Sus brazos rodearon su cuello.—…estúpido…—InuYasha la recibió, intentando coordinar los pensamientos que se agolpaban en su mente.—…Y lo insensible que eres al preguntarme eso… Si es aceptarlo, entonces es que te amo.
—Kagome…—Murmuró él, chocando sus labios. Paseando frenéticamente sus manos sin pudor por la espalda femenina, moviendo frenéticamente sus labios en un beso donde la inexperiencia pasó a segundo plano dejando a la pasión desbordante gobernar sobre sus lenguas y el calor del momento.
Era una guerra. Una donde el resultado de pasar de un labio a otro aquellos sentimientos era sencillamente maravilloso. Si todo eso era como le decían los humanos llamado amor ya no quería tener dudas.
Algo como el amor, solamente entre ellos.
Se separaron despacio, permaneciendo abrazados con la sonrisa impregnada. Hace tanto que no estaban así; sin embargo aún faltaba, por lo menos esa noche, una última cosa. Kagome sonrió con satisfacción, recordando aquello que faltaba y que iba a disfrutar. —InuYasha…
— ¿Qué? —Respondió molesto. Ella sonrió con una inusual picardía y malicia, seguramente sabía que quería decir.
—No me has dicho que sientes tú…
"Me gustas mucho" en vez de "Te amo"
Es la frase que te queda mejor
— ¡Y-Y-y-y-yo-o! —Gritó, alarmado y saltando hacia atrás. Estaba tan exaltado que eso se le había olvidado; sus planes estaban arruinados. Después del beso ya había decidido que le diría todo y por eso mismo la había arrastrado con él, en espera de buscar donde no ser vistos. Pero… ¿¡Porque ella sonreía de ese modo!?
No le inspiraba confianza. ¿¡Con que la besara no era suficiente!? —Ka-ka-go-go-m-me…—Susurró entrecortadamente. Intentaba, con la mirada de borrego a medio morir, demostrarle que no había porque ser cruel con él. Ya habría su tiempo… ¿Verdad?
— ¡InuYasha! —Gritó con molestia la azabache. — ¡Si no me lo dices pensaré que sólo juegas conmigo! —Así, atrabancada, explosiva y simplemente Kagome como solía ser se alejó rudamente, empujándolo al suelo y empezando a sollozar. Dios, la situación era tan bizarra para él. ¿Cómo diablos había cambiado todo en un solo instante? —Debí saberlo… ¡No me quieres!
—Kagome…—Estiró su mano nervioso, intentando tocarla pero ella le miró con rencor y lo paralizó al momento. —No hagas esto…
— ¿¡Y que es lo que hago!? —Soltó toscamente. — ¡Si me espero a que lo digas ya habré reencarnado cinco veces! ¡¿No ves que eres alguien estúpidamente ingenuo!? —Parloteó, sin control. Hundiendo con fuerza el dedo índice en el pecho del desconcertado semi-demonio. ¿Cómo cambiaban las cosas de un momento y se volvían extrañas? — ¡¿Me estas escuchando, InuYasha! Tú no necesitas el empujón… ¡Sino que te tiren al barranco!
— ¡Basta! — Gritó ahora él, harto de tantos reclamos. Frunció el ceño mientras una vena le resaltaba en la sien y Kagome sonreía nerviosa, intentando calmarlo; ahora sí ¿verdad? Y mientras ella terminaba de despertar a los perezosos de la aldea él callado. —Lo diré si te callas…
—D-De acuerdo…
—Kagome… yo…—La chica le miró expectante. —Y-Y-yo… y-y-yo-o—Kagome se molestó, causando más nervios en él. Detectó unos pequeños movimientos tras los arbustos, más los ignoró. —Y-y-yo…—Y un sonido hueco se hizo, causando la rabia repentina. —Yo… ¡Iré a matar a Miroku!
— ¿Eh?
Y como alma que llevaba el diablo se encaminó a los arbustos de atrás donde notó como de la nada salieron muchas figuras. Contando eran al menos unos veinte humanos, todos con un lienzo en mano y brocha en la otra, mirando aterrorizados como InuYasha se dirigía a ellos sonriendo sádicamente.
—Miroku…—Llamó al que comandaba la misión. —Debe ser tu obra si no he podido oler sus esencias…—El aludido le clavó sus ojos azules serenos. Parecía demasiado tranquilo para alguien que caminaba directo a la muerte. Dio un largo suspiro.
— ¡Te mataré! —Gritó, pero fue detenido…
— ¡Tú no matas a nadie hasta que te me declares! —La azabache furiosa le zarandeó con tanta fuerza pudo, importándole muy poco quien estuviera ahí espiándolos.
— ¡Dibujen, dibujen mientras puedan! —Lanzó como grito de guerra el monje, viendo como todos con los sentimientos de terror a flor de piel dibujaban cuadro a cuadro la "romántica" declaración. —Kagome nos protegerá, pero dibujen que mañana tenemos la reconstrucción de hechos frente a la aldea. ¡Todos los cuadros son valiosos!
—Dímelo InuYasha o te mueres…
—Y-y-yoy-yo…—Sudor frío le recorrió las sienes, pero prefirió eso antes de ver los ojos enrojecidos de rabia de su amada pelinegra…—Y-y-yo-o-yo-yo… t-t-t-te a-a-a-a… —Lo zarandeó más fuerte.
— ¡Sin tartamudeos!
—Y-y-yo a-am-… ¡M-me gustas! —Kagome lo soltó, dejándolo caer al piso de una buena sentada. Bien, había soltado las benditas palabras…
—Es aceptable, por ahora. —Esbozó una sonrisa. Él la miró con horror. — ¡Abajo! —InuYasha se hundió en la tierra, lamentándose de que volviera el carácter fuerte de la pelinegra, y peor, reforzado.
Bueno, al menos ya se acordaba que el tatuaje extraño no estaba y les dejaría en paz, podría besar a la mujer siempre que quisiera y a partir de ahora serían una familia unida que cada vez que ella se enojara lo mandaría cinco metros bajo tierra…
— ¡Ya viene, corran!
Escuchó el grito colectivo. Saltó, dispuesto a desquitarse con los demás, sin matarlos. Quería hacerlos sufrir lento. Miroku se las pagaría…
¿¡En que jodido lío se había metido al enamorarse!?
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Sango le codeó el costado derecho con bastante fuerza, ocasionando un golpe real que lo obligó a toser momentáneamente, el de cabello negro se puso pálido unos instantes pero pronto recobró la postura; a su mujer pareció no importarle el hecho de lastimarlo y, sinceramente, a él tampoco pues la risa volvió a apoderarse de sus entrañas al instante.
La exterminadora volvió a codearlo, intentando en vano controlar esas sonrisas extensas en su bello rostro; Miroku a su lado le instaba con la mano sobre sus labios a callarse, pero la situación hacía que él mismo no siguiera su consejo.
Y así, ambos, sin poder dominar los impulsos decidieron rendirse a la alegría y disfrutar el tiempo que les quedaba de vida hasta que una bestia siniestra sin corazón se soltara y los destazara a todos.
Unos cuantos metros adelante, una maravillosa escena para sus bolsillos llenaba de orgullo al monje. Sus hermosas gemelas giraron al sentir la mirada de su progenitor clavada en sus nucas y voltearon para sonreírle con la misma malicia de un buen negocio del azabache; algo en su interior le dijo que debía tener cuidado de esas niñas en un futuro muy próximo…
Los murmullos que no cesaban llamaron de nueva cuenta a la situación a las castañas y comenzaron a exhibir imagen por imagen, otra vez. La gente de la aldea miraba con fascinación cada cuadro de arte expuesto por las pequeñas nuevas comerciantes, cultivadas con la misma esencia, manía y alevosía que el padre; sus pequeñas manitas levantaron cada hoja, una tras otra para exponer la historia y los aldeanos aplaudieron mucho más.
Las hojas de papel antiguo desfilaron ante el brillante Sol matutino, mostrando la confesión más bizarra de la historia con un medio demonio cazando, una azabache furiosa detrás de él y media aldea corriendo por sus vidas mientras que el resto ya yacía en humilde paz sobre el suelo después de semejantes golpes sobrehumanos.
Y es que… Ese momento fue verdaderamente épico.
Todos recordaron con sonrisas como, después de declarársele en muy malos términos a la sacerdotisa de su pueblo, el medio demonio protector de su comunidad terminó amenazando a cada provinciano con sus garras, siguiéndole de cerca la chica de cabellos negros para asegurarse de que el único muerto fuera su pareja recién anunciada.
Varios prefirieron tirarse al césped y fingir su inconsciencia, lo que les funcionó extrañamente pues el albino estaba tan frenético que pasaba de largo cuando no veía movimiento, otros tantos fueron pasados por alto y la mayoría aprovechó para huir cuando InuYasha anunció a todo pulmón que su objetivo era el monje refugiado en su cabaña cubierta por pergaminos sagrados.
Mismos que destazó con cruel y sardónica sonrisa.
Y justo antes de que alguien pudiera interferir en la peor paliza en la joven vida de su eminencia, las gemelas se abalanzaron contra él, felices de ser visitadas por el perrito y provocaron que el medio demonio cayera hacia atrás en un serio golpe, perdiendo el conocimiento automáticamente. Patéticamente salvados por una roca…
Si con simplemente espiarlo y evidenciarlo frente a tanta gente en su torpe confesión de amor fue capaz de atacarlos… Seguramente lo que hicieron después acortaría su esperanza de vida a menos de la mitad. Pero todos sabían que valió la pena. —Cuando pervertido toca a Sanguito mieltas colen…—Mencionó la gemela mayor, con sonrisa orgullosa ostentando un elaborado trabajo de un pelinegro acariciando los atributos posteriores de su esposa y su gesto de horror cuando ve a InuYasha tras de él.
—Incuye dlibujo de que toca…—Acotó la otra, mostrando otro bien elaborado dibujo del trasero de la castaña, lo más valioso que decía tener su padre en honor a la belleza perfecta de su madre. Los hombres inmediatamente corrieron a su alrededor con dinero en mano y alzándolo lo más alto que pudieran, las mujeres les dejaron ser porque ya veían venir la masacre.
Acomodado en su extremadamente cómodo sitio se dispuso a tomar una taza de té verde, divino ofrecimiento de la anciana Kaede que fue a divertirse un rato con su espectáculo… Al menos así era hasta que escuchó a sus gemelas ofrecer el diseño tan preciado que tardó meses en confeccionar, llevándose también meses de esfuerzos y dolorosas cachetadas de su amada que se negaba a tal tontería.
Se levantó de su sitio a toda prisa y corrió a salvar su bosquejo antes de que los habitantes masculinos o su propia mujer destruyeran su joya de mayor valor; claro, después de Sango, las gemelas, su hijo y el perfecto atributo de su esposa en la realidad.
La castaña bufó furiosa en su sitio, repitiendo mentalmente que nada cambiaba al monje degenerado, aunque luego suspiró. A pesar de todo era feliz pues la alegría y felicidad en el ambiente volvían a reinar gracias a la nueva relación de sus mejores amigos.
Y pensando en eso… ¿Dónde andaban los dos?
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Ella le miraba con ojos culposos. Sabía que su único delito era presionarlo para confesar una verdad ya ni tan oculta, como un secreto a voces que por orgulloso capricho se negaba a soltar.
Entre las pequeñas lágrimas que asomaban a sus ojos pudo ver como se transparentaban hasta volverse tan acaramelados como los de él. Su silueta, destacada apenas por el traje blanco y rojo de sacerdotisa le daba un aire especial de madurez que volvía irresistibles sus rasgos infantiles.
Kagome era como un pequeño oasis de ensueño que sólo aparecía una vez en la vida y daba gracias a cualquier Dios de los cielos por darle ese carácter fuerte que le obligara a abrir los ojos.
Mas brillante que el propio Sol era su pequeña y preciosa joya que solo resplandecía para él; ahora lo recordaba. Porque cuándo enfrentó a los demonios con valentía y coraje la única razón que le impedía salir de ese mundo sin más era su amada pelinegra que el destino le había regalado.
No pudo contener el galope repentino que vino a dar su corazón cuándo recordó que había sucedido tan sólo la noche anterior. La azabache sonreía tan maravillosamente, anudando en su estómago un sinfín de bellos e inquietantes sentimientos que jamás había experimentado con la sacerdotisa de barro. Ambas eran similares pero tan diferentes a la vez, destacando el hecho de que con ese misma sonrisa le enseñó a tener amigos, a derramar lágrimas por otros y confiar en los demás.
Esa dulce joven le había demostrado que podía ser un humano normal sin tener que sopesar esa sangre por sus venas.
Suspiró sin percatarse, atrapado en el bello color chocolate de su mirada ansiosa, confundiéndolo al punto de ponerlo nervioso y empezar a sudar. Un imperceptible rubor se formó en sus mejillas, odiándose por ser alguien tan vulnerable en temas del amor. La vio acercarse y sacudió la cabeza tratando de borrar ese bochorno que tenía al sentirla tan cerca.
Sí, horas atrás ella había confesado que sus sentimientos hacia él eran mucho mayores a los de una amistad y eso le hizo dar saltos de felicidad poco antes de lanzarse a cazar aldeanos.
Sí, también él (más que nada presionado por la amenaza de muerte de la pelinegra) había admitido contra su terco orgullo que sólo ser un compañero para ella no bastaba.
Ambos habían confesado quererse. Y aunque estaba irritado por no saber actuar en esas situaciones no retrocedió, era el momento de hacerle saber lo que pensaba de ella si estaba en la gran ventaja de no haber mirones como la ocasión pasada.
Alzó sus orbes doradas, dispuesto a enfrentarla sin ningún tipo de temor e indecisión; ella le miraba con sus mejillas sonrojadas, destacando la resplandeciente luz de su mirada irónicamente oscura. Había sentido el impulso de tomarla por los hombros y encerrar su cuerpo en un fuerte abrazo para jamás dejarla ir.
¿Qué le pasaba? No sabía cuán intenso podía ser el sentimiento del amor en las personas.
¿¡Y ahora como rayos debía actuar!?
Kagome se removió a su lado, apoyándose en su hombro derecho para poder recostarse. Un vacío en el estómago retuvo todas las palabras que quisieran salir de su garganta, estaba a punto de un colapso por estrés… ¿Así se llamaba la cosa de la que ella siempre se quejaba, no? —InuYasha…—Murmuró ella contra la tela de su ropa, humedeciéndola con su cálido aliento. Sintió los escalofríos invadir su cuerpo con intensidad y el ansia de mucho más. — Perdona por haberte presionado antes… —Masculló, sonrojándose tanto como para competirle el color rojo a la piel de un tomate. ¿Acaso la sentía temblar? —Sé que te es difícil decirlo y que no debí forzarte, pero me sentía insegura de mí misma y de nosotros. Pensaba que solamente me querías como a una amiga y que había abandonado mi anterior vida en vano…
—Ka-Kagome, yo…—Intentó decir, pero ella lo silenció con sus dedos sobre el tacto de sus labios. Su sonrisa, aquella que siempre tenía sólo para él lo emocionó de una forma que nunca antes hubiese sentido su corazón. Tan sincera, tan amorosa que las palabras no alcanzaban para describir su belleza. ¿De verdad, esa mujer lo amaba a él? Estaba tan sorprendido que le dejó hacer, sintiendo acelerar más y más su corazón contra el pecho con riesgo de salírsele por la boca. Él también creyó que lo consideraba un amigo. ¿Tan estúpidos eran los dos? Había estado alterado y había perdido las esperanzas, pero ahora que confirmaba que eran recíprocos sus sentimientos podía decirlo.
—Sé que te es difícil decirlo, y no tienes porque esforzarte. —Profirió ella, sonsacándole una risa burlona de su parte. ¿Tan hiriente como para no sincerarse lo creía? ¿Qué maldita sea estuvo haciendo todo este tiempo para pensara de esa forma? —Pero te amo, InuYasha…—Él la miró con ternura.
—Yo también te amo, Kagome. —Dijo, atrayendo la atención de una ofuscada pelinegra. —Sólo soy feliz cuándo estoy a tu lado, me enseñaste a tener amigos y confiar. Era probable que me quedara solo para siempre, pero tu siempre tomabas mi mano…—Le dijo, dejándolo atónita y sonrojada.
Esas palabras, las mismas que pensara cuando estuvo dentro de la Shikon no Tama tres años atrás ahora era capaz de expresárselas con franqueza y era feliz. Fue una sensación de calor pensar en los recuerdos. No quería dejarlos ir sin rastro… Y llevó una mano a su pecho, asegurándose de que seguía latiendo antes de continuar.
—InuYasha…
—Creo que Kagome nació para conocerme a mí y yo… Nací para conocerla a ella. —Sus ojos dorados brillaron como nunca antes, distinguiéndose el brillo especial de un enamorado, los nervios habían quedado atrás y ahora sólo podía contemplar como aquellos luceros caoba parecían hipnotizarlo. —Te amo.
Murmuró bajo, callándola con un repentino beso. Casto contacto que no duró más allá de unos cuántos segundos; la pelinegra había quedado tan impresionada que tardó en reaccionar varios minutos. Kagome infló las mejillas, encendidas en un bello y atrayente rojo carmín mientras corría la sangre incluso hasta en sus orejas. Palideció por unos segundos pero luego enfocó los ojos en el ambarino, algo recuperada de su viaje extra terrenal.
Y antes de que InuYasha pudiera replicar el no corresponderle su beso ella se le abalanzó, tomando sus labios con fiereza y olvidando por completo que seguía amarrado tras esa cabaña. Era feliz, demasiado. Había esperado por tanto tiempo esa confesión que no le importaba perder el control y hacer que el ambarino se desmayase del susto que le provocó y el esfuerzo por sus palabras.
¡InuYasha le dijo que la amaba! ¡Dos veces!
Atesoraría ese día por el resto de su vida como único y especial aún si después venía Jackotsu recién traído de la muerte a decirle que en realidad él era gay… ¡No le importaría! Con tal de haberlo escuchado era inmensamente alegre… Aunque de verdad esperaba que a el hermano de los siete guerreros le diera por aparecer un día de estos.
Lo que Rin le había dicho al ambarino era tan cierto que se lamentó no haberlo hecho desde mucho antes…
Porque si la declaración al modo de InuYasha no funciona… ¿Por qué no hacerlo a su manera?
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N/DP: ¿En serio creyeron que cuando despertara, se besarían con ternura y sería todo miel sobre hojuelas? Alce la mano quien así lo creyó. *La inner levanta la mano al mismo tiempo que la autora O.o?*
Kagome por fin reclamó todo lo que tenía que decir. ¡Y ha exigido todo lo que me merecía! Canción: Flavor of Life Utada Akaru/dorama: Hana Yori Dango (creo -.-U) Y Miroku… a falta de cámara, dibujantes xD ¿Qué les pareció? ¿Muy largo? ¿Kagome nunca haría eso? ¿Un capítulo muy patitoso? (Sí es que la palabra existe, si no la palabra también se volverá patitosa por ser pirata ¬.¬) Realmente la confesión de Inu-chan se me salió algo de las manos, pero como de verdad nos morimos todos antes de que Inu esté completamente listo… Tuve que ayudarlo :3
Este es el capítulo final, tan solo nos queda el epilogo por venir, que conecta esta historia con "Galletas" Siempre dije que haría dos, uno para ese fic y otro aquí, pero estaba pensado que simplemente no hay que moverle allá, así que fusionaré las dos ideas aquí y quien guste está cordialmente invitado a pasar por el otro fic. No muerdo, pueden dejar reviews que aún los leo, aunque no responda por ser Guest xD
Simplemente no puedo parar de agradecerles por todo este tiempo esperando, más las nuevas y excelentes personas que se unieron en la travesía de la re-edición (?) mis más sinceras disculpas y agradecimientos… Como no creo que pase, pero todo puede suceder, al review número 200 le regalaré un one-short lemon que tengo planeado desde hace billones de años xD y al 210 (se vale soñar :3) un mini long-fic de temática muy especial posterior al manga, y quizás algo confuso y bizarro… o muy innovador (no digo de que se trata porque me ganan la idea xD)
Guest 1: Muchas gracias, sé que es trabajo duro leerse un fic en todo un día y mucho más el tomarse un tiempo para dejar un review. ¡Yo también me desesperé! Y eso que yo lo escribo O.o? Jajaja, por eso amu a Kikyou (?) Si sé que se le dice InuKag, pero pienso que deberíamos buscar un nombre más bonito xD ¡Deseo concedido, capítulo arriba!
LaDyAkAnEyRaNmA: Muchas gracias :3 See, es que son muy tiernos xD E inocentes… Deseo cumplido, capítulo arriba ^o^
Miko Kaoru-sama: Y espero que este también te halla gustado :3 Es que Inu es muy inocente, si se pone rojo de pensar en Kagome, de hijos ya ni te hablo xD (Pero calma, tenemos a Miroku para ayudar e.e) Un besote :3
LucDexam: Muchas gracias, es que son muy inocentes… ¡Deseo cumplido, capìtulo arriba! Espero que este también te emocione e.e
Guest2: Cierto, cierto. Será el mismo idiota inocente pero eso es lo que nos enamora xD ¡Muchas gracias por tu review!