Disclaimer: Los personajes de la serie Inuyasha no me pertenecen, los uso como inspiraciòn para mis fics, sin motivos de lucro. Bla-bla-bla, Rumiko es la propietaria y la autora original Bla-bla. Por favor, no demanden ¿vale? Gracias!


Prólogo

Inuyasha y Kagome, estaban ligados al mañana. Con la convicción de dejar que sus días juntos se acumulasen y los vínculos entre ellos se fortaleciesen con el tiempo. Días que ya no serian eclipsados por la oscuridad, ni las sombras del pasado.

O, al menos, eso creía ella.

- ¡Hey, Kagome! - dijo la voz de un Shippo, ahora más crecido, detrás de ella. Se giro, sonriéndole cálidamente.

- Hola, Shippo. ¿Cómo me encontraste?

El kitsune se encogió de hombros, haciendo un puchero arrogante. Kagome le contemplo con cierta nostalgia, conteniendo el anhelo de un abrazo. Las facciones de Shippo habían abandonado las redondeces de la niñez, reafirmándose con los rasgos angulosos de la pubertad. Su cabello, de un rojo incandescente, lo llevaba atado en su acostumbrada coleta alta, que le rozaba la nuca.

- ¿Y donde más ibas a estar, sino? – pregunto, restándole importancia con un ademan de la mano. – Últimamente pasas más tiempo aquí que en la aldea.

Oh, cierto. Kagome dio un paso atrás, apoyando su espalda contra la gruesa corteza del roble milenario cuya copa se alzaba por encima de las demás cabezas del bosque de Inuyasha: Goshinboku. – Ya, si…- se apresuro a añadir la pelinegra cuando el silencio se extendió demasiado. – Es que, necesitaba pensar. – se esforzó por sonar lo mas despreocupadamente posible pero, aun si Shippo no fuese un youkai con los sentidos súper-desarrollados, hasta un hombre con media neurona habría notado la tensión que le atrofiaba los músculos, obligándola a prensar los labios en una línea recta para que los dientes no le rechinaran.

- Vamos, Kagome. No finjas. Se perfectamente lo que ocurre…

- No sé de qué me hablas, Shippo. – Joder, había dicho aquello con mas apremio del que debía…

-…todos estamos conmocionados por la pérdida de Kaede-baba. – Los ojos verde jade de Shippo se tornaron acuosos por la tristeza. Kagome quiso consolarle, pero el zorro parpadeo un par de veces y las lágrimas desaparecieron. Se aclaro la garganta. – Si necesitas desahogarte, bien, creo que está de sobra decir que cuentas conmigo ¿verdad?

La aludida no respondió. Aunque el alivio se manifestó casi instantáneamente en su rostro. Entonces, Shippo había confundido sus cavilaciones con la pena de luto, desde luego, aquello tenía sentido. La anciana Kaede había fallecido en la víspera del solsticio de verano. Le habían encontrado acostada en la cima de una colina de margaritas, a la entrada de la aldea, bajo un cielo azul despejado. Sus manos estaban entrelazadas sobre su vientre rechoncho, aferrando el yumi de sacerdotisa, y su rostro arrugado lucia pleno y en paz. Había tenido una vida tranquila después de la destrucción de Naraku, era la bunica de los hijos de Sango y Miroku y la sensei de Kagome; a quien había estado instruyendo en el arte Shinto para que le sucediese en sus labores al partir al otro mundo. Y ella, claro está, había puesto lo mejor de sí para satisfacer las exigencias de obaa-chan. Si bien, su desempeño con el arco continuaba siendo un tanto esmirriado.

Ciertamente, el fallecimiento de Kaede-baba representaba un aumento significativo en la carga de responsabilidades de Kagome. Ella tendría que asumir el papel de suma sacerdotisa de la villa, encargándose de la protección de los aldeanos y el cumplimiento de los rituales que conllevaba su nuevo cargo (danzas ceremoniales, matrimonios, etc.). Pero, si era honesta, hacia mucho que no se preocupaba por ello. Los lugareños la conocían y la respetaban, y habían pasado más de dos años desde que algún youkai perturbase la armonía en la aldea. Salvo, quizá, por Lord Sesshomaru, cuyas visitas a Rin seguían siendo motivo de revuelo. Del resto, todo estaba…normal.

Un eco, como de chap, chap, chap resonó en sus oídos…

- ¿Kagome? ¿Me estas escuchando? – el Kitsune, estaba chasqueando los dedos delante de sus ojos, intentando sacarla de su ensoñación. La pelinegra contesto con una sacudida de cabeza.

- Lo siento, Shippo. Me distraje, ¿Decías algo?

Un segundo más tarde deseo no haberle cuestionado nada.

- Si. – asintió el muchacho, mirándola con determinación. - ¿Dónde está Inuyasha?

⁰⁰⁰⁰⁰⁰⁰⁰⁰

La noche cayó en el Sengoku, coronada por una resplandeciente luna llena en un cielo escarchado de color tinta. Kagome, refugiada en las habitaciones del templo, estaba por quitarse su chihaya cuando una chispa eléctrica le lamio, de arriba abajo, la espina dorsal. Un fuerte aroma especiado inundo sus fosas nasales y sus instintos de miko se despertaron, alertándola acerca de la fuerza demoniaca que acababa de abordar el lugar. Una fuerza que compartía vestigios de esencia humana.

No se atrevió a volverse, hasta que él pronuncio su nombre.

- Kagome. – Kami, esa voz. Ronca, como el murmullo de un ruiseñor. Antaño, solo bastaba oírla para que todo su cuerpo se sacudiese por la excitación. En la actualidad, su corazón era el único incapaz de resistirse al sonido, el asqueroso traidor. Rebotaba como una pelota de goma contra su pecho.

- Hola, Inuyasha. – le saludo en tono monocorde. Reenfocándose en la tarea de deshacer el nudo de su hamaka. Con las manos, se ayudo a deslizar la prenda, exponiendo sus torneadas piernas con gran facilidad al, ya de por sí, dotado campo de visión del hanyou. A continuación, se desembarazo de la camisa blanca con hombros sueltos de su uniforme, quedando semi-desnuda, a no ser por el largo cabello azabache que le servía de manto a sus sugerentes senos.

El ojidorado midió sus movimientos palmo a palmo, con las manos enfundadas en las mangas de su aori rojo. Le vio doblar cuidadosamente el chihaya en un extremo del cuarto y luego vestirse con un yukata rosa desvaído. Se sentó en el futon, que él había conseguido para ella en una de sus "redadas" con Miroku, y se puso el pelo de medio lado, cepillándolo pacientemente con una peineta que tenia perlas incrustadas, otro regalo suyo, que le había sido otorgado por un terrateniente cuya villa era azotada constantemente por un Mononoke de aspecto repugnante. No fue un gran desafío, dos estocadas con la Tessaiga y el bicho era polvo. Keh, trato de no sentirse frustrado por la falta de oponentes más fuertes y repuso su atención en la chica, situada en el interior de la alcoba. Kagome se trenzo las hebras azabaches tarareando una nana que le había oído murmurar en otras ocasiones. Se sintió como un completo imbécil esperando que le permitiera entrar mientras ella le ignoraba adrede. Bufó, irritado, y fue a tumbarse en su rincón frente al hogar. Kagome no le miro ni una vez, la muy perra.

Pasaron uno, dos, cinco minutos…una eternidad. Reacomodo su posición en el suelo, reposando su cabeza en un puño y tamborileando con su mano libre. La pelinegra avivo un fuego que había encendido en el agujero central de la habitación, donde reposaban leños y un caldero soportado por un tripie que hervía acariciado por las llamas. Olisqueo el aire, el agua condimentada presagiaba una sopa con vegetales y carne de dragón. Gruño para camuflar el rugido de su tripa impaciente.

- Shippo ha preguntado por ti hoy. - la voz de Kagome sonaba calmada al punto de la exasperación. Inuyasha conocía ese tono, era el clásico "te-hablo-por-pura-obligación-así-que-no-te-ilusiones-miserable". Alzo la mirada, buscando patrones de enfado en la suave cara de ella, y lo que encontró fue una expresión impasible rodeada por el halo sobrenatural del fuego, que además resalto dos puntos platinados que titilaban al contraste con la luz, ubicados unos centímetros por debajo de la yugular de la chica. Inconscientemente, se relamió los labios y sus incisivos latieron. Aquella era la marca de emparejamiento, el símbolo de su unión. Si se concentraba un poco, podría revivir el sabor de la sangre de Kagome en su lengua. Picante y dulce a la vez. Kuso. No, no, no y mil veces no.

- ¿Qué le dijiste? – su proceder fue algo brusco, pero no pudo remediarlo. Tenía que distraerse antes de que su jodida mente tejiera una red de pensamientos indebidos. Joder. Se estaba volviendo como el pervertido de Miroku.

⁰⁰⁰

En el lado opuesto del templo, instalado en su cabaña matrimonial. Un monje pelinegro que jugaba con sus hijas de seis años, estornudo. Él hombre sorbió por la nariz y vislumbro el techo de la casa con el ceño fruncido. Entretanto, las niñas tiraban de sus ropajes de monje, rogándole para que les hiciese de caballito.

¿Quién andará pensando mal de mí?

⁰⁰⁰

- Pues que no tenía idea. – replico la pelinegra. – Y es la verdad. Hace dos años que no me cuentas nada. Ni siquiera me tocas. – murmuro la ultima parte para sí misma, empero, sus palabras no escaparon al agudo oído del semi-demonio.

Inuyasha clavo sus orbes doradas en ella. Repitiendo mentalmente. Dos años. Quiso explicarse, pero lo que vino después le dejo de piedra.

- Es porque no soy Kikyou. – no fue una pregunta. Y cuando los ojos café de ella encontraron los suyos, finalmente, lo supo. Ella tenía tiempo reflexionando al respecto. El vacio en sus ojos, habitualmente cálidos, le saco de quicio.

- ¿¡Es que eres estúpida o que! ¿¡De dónde mierda se te ocurrió eso!

- ¿¡Que yo soy estúpida! – Kagome se puso de pie de un salto, con los puños en los costados. – Oh, no lo sé. ¡Puede que haya sido porque la nombres en sueños o te ausentes días enteros en su tumba y luego no te dignes a darme la cara!

Silencio. Inuyasha a penas pestañeo. Estaba totalmente perplejo. Vale, si había estado soñando con Kikyou y si verificaba regularmente su tumba pero…

- Lo sabía. Al final, siempre fui su reemplazo.

Esa fue la gota que colmo el vaso.

Se oyó un estrepito cuando Inuyasha atropelló la olla con el caldo, que se volcó, apagando el fuego de la hoguera. Kagome chillo por la sorpresa y el espanto. Estaban a oscuras, mas los ojos del hanyou centellaban como relámpagos en un vendaval, uno que iba a impactar directamente hacia ella. El demonio perro la asió por las muñecas, atrapándola entre su cuerpo y la pared. No había pasión, ni romance en su tacto, solo una creciente y desesperada rabia que contagio a la pelinegra poco a poco, en forma de ráfagas magnéticas que le atenazaron la piel. Inuyasha la forzó a encararle. Y Kagome retrocedió seis años atrás, en una noche de julio, cuando esos mismos ojos de topacio se toparon con los suyos en la penumbra, a la sombra de un árbol que había estado brillando bajo la tenue luz de ánforas blancas. Almas.

El terror envió un escalofrió por su torrente sanguíneo. En esa ocasión, Inuyasha había tenido el mismo semblante decidido que en este momento, iba a decírselo, ahora, las palabras que tanto le habían aterrado en aquel entonces y que le habían hecho escapar…

No, no, por favor, no lo digas.

- Si, Kagome. – dijo él. Sin titubeos, sin remordimientos. Nada más que una tranquilidad mortal. – Si hubiera podido, me habría marchado con Kikyou.

Kagome dejo de luchar, de respirar, de bombear sangre en su sistema nervioso. Su mente se puso en blanco, su tez perdió el color. ¿No lo vio Inuyasha? Todo su ser colapsando a pedazos justo en sus narices. Sin embargo, ella aun estaba allí, sostenida por él, mirándolo fijamente. E Inuyasha le miraba a ella, sin tapujos, todo él imponencia y decisión. Por fin, lo había aceptado. Se lo había dicho. Un torrente de emociones estallo dentro de ella. El hanyou se aparto y, desprovista de una base que la aguantara, Kagome se desplomo encima de sus muslos.

Silencio.

Percibió que él se daba la vuelta. La estaba abandonando, claro, ya no tenia ningún deber para con ella ¿cierto?, la mentira había caído y él se iba…pero, pero ella aun tenía que saberlo…no podría rebajarse mas ¿verdad?...

- Espera…- su voz sonó hueca. Extraña, inclusive para ella. – Tengo…tengo que saberlo. – No supo a ciencia cierta si le escuchaba o no. Hizo su pregunta. – Dime, ¿era ella en quien pensabas cuando me tomaste?

Recibió un "Vete a la mierda" por respuesta.

Inuyasha se fue. Y, su partida fue como el paso de un Tsunami, que lo que dejan son puros escombros sobre los que no vuelve a construirse nada.

Kagome tardo aproximadamente diez minutos en limpiar el desastre del caldo y una fracción de segundo para que aflorase su resolución.

Se metió en el futon y avisto la luna a través del tragaluz que tenia la estancia. Pensando que Inuyasha estaba más cerca de cumplir su deseo de lo que creía.

¿Owari?


!Hola! Aquì vamos de nuevo. Esto, he estado un tiempo fuera del panorama de los fics. Y aunque habia comenzado algunos pss, no los continue por falta de tiempo e inspiraciòn. Pero nada como un nuevo proyecto para reencontrarse con los horizontes ¿cierto? espero respuestas, criticas, lo que sea. Serà muy bienvenido. Sè que hay algunos que estan asqueados de esta serie, yo soy una eterna fanàtica. Asì que, bien, para los que se tomen la molestia de leer, pss, espero que me sigan en esta nueva aventura, una continuaciòn desarrollada tres años despuès del final del manga original.

Repito, todo sin fines de lucro.

!Y para los que no saben!

Bunica: abuela o nana. En rumano, si no me equivoco.

Chihaya: Es el uniforme de las sacerdotisas. El kosode blanco, con la hakama roja y toda la cosa ^^.

Yukata: Es un kimono que usaban los japoneses para dormir. Como un pijama.

Ummm...a ver ¿se me escapa alguna palabra?...ne, ne, creo que eso es todo.

En fin. Saludos! Y muchas gracias por leer.