uno

Joven generación

"Luz que en cercos temblorosos
brilla, próxima a expirar,
ignorándose cuál de ellos
el último brillará;

eso soy yo, que al acaso
cruzo el mundo, sin pensar
de dónde vengo ni adónde
mis pasos me llevarán."

Gustavo Adolfo Bécker


China, año 215 a. C.


El Emperador Chin Shih-Huang contempla la gran quema de libros. Todo el conocimiento de China arde en una inmensa hoguera.

-Hijo del Dragón -uno de sus consejeros se aproxima a él-, sus órdenes han sido cumplidas. Todos los maestros y filósofos han muerto, y todos los libros están siendo quemados, a excepción del I Ching.

-Bien -dice el Emperador, con voz fría, sin apartar la mirada del fuego-. ¿Será esto suficiente para conjurar la amenaza?

-La sabiduría del Emperador es infinita. Su decisión es la mejor que podía tomar. Ellos nunca sabrán lo que fue escrito en su parte del libro del Destino.

-Retírate.

El Emperador se queda solo.

-He destruido la sabiduría de China, he sumido a mi pueblo en la ignorancia y he dado muerte a todos sus sabios... para evitar que los que aún no han nacido destruyan el mundo.

Luego de una pausa, Chin Shih-Huang recita las terribles frases que lo han llevado a tomar medidas tan extremas, por las cuales el fundador de la dinastía Chin, el unificador de China e iniciador de la construcción de la Gran Muralla será recordado como un tirano inmisericorde durante los milenios siguientes:

-Doce guerreros perfectos son los pilares de la paz del mundo y van por la vida sin saber que llevan sobre sí todo el dolor de la humanidad. Cuando el primero de ellos tome conciencia de su verdadero ser, hará despertar a los demás y el mundo será destruido en una guerra definitiva...

Silenciosamente, el Emperador regresa a su palacio.

-Esta profecía se perderá. Nadie la recordará jamás. Ninguna mente inquieta reflexionará al respecto ni sentirá curiosidad por la identidad de los doce guerreros. Si nadie lo recuerda, nadie despertará a los guerreros. Entonces esta masacre y la destrucción de los libros habrán valido la pena.

Caminando por los jardines del palacio, el Emperador llega sin proponérselo hasta el lugar donde se encuentran las estatuas de los doce animales sagrados que componen el zodiaco chino.

-Llamó el Emperador de Jade a los animales para encomendarles el destino de la humanidad; sólo doce se presentaron. Cada uno recibió un don y un año, de esta manera se crearon los ciclos. Cuando los ciclos terminen, los doce animales sagrados pondrán fin a su misión protectora despertando dentro de los corazones de los guerreros.

Las estatuas permanecen mudas e indiferentes. Con un suspiro, Chin Shih-Huang les da la espalda.

-Eso, por supuesto, si los doce guerreros despiertan.

Una vez que se aleja, una esbelta figura sale de entre los arbustos donde se había ocultado al verlo llegar. La joven, una sirvienta del palacio que siempre mantiene la cabeza baja para ocultar el poco común color de sus ojos, se yergue en toda su estatura ante las doce estatuas, mirando de frente a los animales sagrados con la majestad de una reina.

-Aunque el mundo entero olvide, yo no olvidaré.


Más de dos mil años después
Londres, Inglaterra


-¿Estás segura de que deseas hacerlo?

Lilith Mayfair miró a la muchacha por encima de los anteojos.

Marcela Mousset sonrió con nerviosismo. La jefe del Departamento de Arqueología de la Fundación Graude siempre la ponía nerviosa, aunque fuera sin intención.

Lilith había sido una célebre niña genio, y aún era mucho más joven que sus estudiantes, incluso era más joven que Marcela, pero nadie era capaz de dirigirse a ella sino era con mucho respeto. Aquella carita de niña podía transformarse en una máscara de furia al menor síntoma de menosprecio.

-Puedo hacer un muy buen trabajo, doctora Mayfair.

-¿Sabes que eres muy joven como para tomar el mando en una expedición tan grande? -incongruente que hablara de juventud ella, entre todos los seres vivientes, quizá lo decía con ironía.

Marcela decidió que lo mejor que podía hacer era aguantar a pie firme.

-Pero soy su mejor estudiante y ya estoy a punto de graduarme...

Las largas y pulidas uñas de Lilith golpearon rítmicamente la superficie del escritorio, síntoma de que quería meditar. Marcela calló automáticamente y se quedó como hipnotizada. Lilith debía ser la única arqueóloga del mundo que se daba el lujo de mantener las uñas así de largas, y ese intrincado dibujo en el esmalte...

-De acuerdo -sentenció Lilith luego de unos segundos-. Irás a las excavaciones de China.

Marcela sonrió como si hubiera visto el cielo abierto, empezó a tartamudear sin saber cómo dar las gracias hasta que Lilith enarcó una ceja y la joven comprendió que lo más prudente era retirarse enseguida antes de que cambiara de opinión.

Cuando la joven salió, Lilith buscó el expediente de Marcela y lo estudió una vez más, sonriendo casi imperceptiblemente. El sonido del teléfono la sacó de sus pensamientos. Al atender, una imagen familiar apareció en la pantalla del aparato.

-Maestro, qué sorpresa...

El Patriarca hizo un ademán, como pidiéndole que acortara las formalidades, tenía el aspecto preocupado de alguien que necesita un consejo con urgencia. Lilith Mayfair, amazona de plata de Perseo, hizo todo lo que pudo para no sonreír. Era bueno saber que seguía siendo indispensable, a pesar de estar tan lejos del Santuario.

Sin que él dijera nada, ella ya sabía de qué se trataría la conversación: en los últimos años, todos los problemas de los Caballeros de Atenea tenían un mismo origen.

-¿Y cuál es la nueva hazaña de Ginsei?


China


Dos años después, Marcela Mousset contempló con asombro el último hallazgo en las excavaciones. Tras duros trabajos en aquel valle de China, cada día aportaba un descubrimiento tan fascinante como el del día anterior, el mundo entero estaba pendiente de lo que se estaba logrando allí, nada más tenía que hacer verdaderos malabares para que el gobierno chino le permitiera seguir investigando... y que los campesinos de los alrededores dejaran de lanzarle maldiciones por perturbar a los muertos.

Pero las doce placas de oro con los signos del zodiaco chino que había encontrado ese día superaban cualquier cosa que la joven arqueóloga hubiera visto en toda su vida.

Sola en su tienda de campaña, terminó de limpiarles el polvo con un pincel y acarició suavemente el metal.

-Anterior a Cristo sin duda alguna -murmuró para sí-. Oh, Dios, podría jurar que tienen por lo menos tres mil años de antigüedad... ¿Tres mil? Marcela, amiga mía, esto podría ser un libro anterior a la gran quema del 215...

Se inclinó para examinar el texto con atención. En ese momento, su pendiente con forma de rata tintineó contra la primera placa de oro. Marcela frunció el ceño al darse cuenta repentinamente de que su pendiente tenía una gran semejanza con el grabado que adornaba la parte superior de la pieza.

-¿Será posible que mi pendiente sea chino? Jamás se me había ocurrido compararlo, qué extraño... Aunque yo no parezco china...

En efecto, Marcela tenía el cabello rubio, ligeramente ondulado, piel muy blanca y ojos azules, no había nada oriental en ella. Sin embargo, en su opinión, todo podía ser.

Había sido abandonada casi 24 años antes, en la puerta de un convento en Francia, el primer día de febrero de un año de la Rata, y lo único que llevaba consigo era una cadenita con un pendiente de oro en forma de rata y con ojos de lapislázuli, la piedra de acuario. Las monjas le habían dado un nombre, le habían inventado un apellido y se habían hecho cargo de su educación, pero nadie había logrado averiguar algo sobre su origen.

Luego de dudar un poco, se quitó la cadenita y colocó el pendiente junto al dibujo de la rata. Nadie escuchó el grito de terror de la joven.

Al día siguiente, se informó la desaparición de la arqueóloga francesa y las doce placas de oro. Había señales de lucha, de hecho, la tienda de campaña había sido destruida completamente. Se habló de un posible secuestro o de un acto terrorista, pero nunca llegó petición alguna de rescate. La Fundación Graude acusó al gobierno chino de la desaparición. El gobierno chino acusó a la Fundación de haber enviado una mercenaria a robar tesoros milenarios. Las monjas del convento donde había sido educada empezaron a orar por su regreso.

Ese año, Lilith de Perseo regresó al Santuario como consejera de Atenea Saori. Por aquel entonces, Ginsei acababa de cumplir 16 años.


El Santuario


Saori miró fijamente a la muchachita que estaba frente a ella en una actitud desafiante que le venía grande a su edad.

-Si he entendido bien, hija mía, quieres ser entrenada por los doce Caballeros de Oro y no por un solo maestro.

-Eso es lo que acabo de decir, ma'.

-Cuando estemos en el salón del trono, debes dirigirte a mí como "madre".

-De acuerdo, te llamaré "madre", ma'.

-¡Ginsei!

-Oig, pero qué carácter...

-Ginsei, te he permitido muchas libertades desde que eras pequeña y, créeme, estoy empezando a arrepentirme.

La adolescente se echó hacia atrás un mechón rebelde que le estorbaba y enfrentó a su madre sin temor alguno, pese a la amenaza que se traslucía en la voz de la diosa. Ella sabía que terminaría cediendo.

-Soy la princesa del Santuario o al menos eso es lo que tú me dices a diario. Si algúuuuuun día voy a dirigir el "negocio familiar", se supone que tengo que aprender a manejarlo, ¿no? ¿No crees que debería aprender todo su funcionamiento y no sólo una parte?

-Si lo pones así, deberías empezar por limpiar los pisos.

-Madre querida, estoy hablando en serio.

-Hija queridísima, yo también.

Aquello no marchaba, Ginsei echó mano de sus más bajos recursos y le dedicó su más tierna sonrisa.

-¡Anda, di que sí! No te arrepentirás, seré la mejor amazona que hayas tenido en cualquiera de tus reencarnaciones.

Saori supiró. Cuando Ginsei se ponía así, era señal segura que insistiría día y noche hasta obtener lo que le interesaba.

-Ginsei, bien sabes que se ha dispuesto que seas la discípula del Caballero de Virgo.

-Y todavía me estoy preguntando por qué. No es que no me simpatice...

-Tu Maestro no está en obligación de serte simpático...

-Pero no quiero aprender sólo sus técnicas. Quiero saberlo todo. Debo hacerlo, porque si he de ser la princesa del Santuario, debo ser tan buena o mejor que el resto.

Saori parpadeó. Por una vez en la vida, parecía ser que Ginsei estaba hablando en serio. Desconcertada, miró a su consejera.

Lilith era sólo un año mayor que Ginsei y hacía un muy fuerte contraste con la princesa. A Ginsei no se le escapaba el hecho de que su madre deseaba que la amazona de plata se convirtiera en una buena influencia para ella, por lo que se había hecho el firme propósito de ser una mala influencia para Lilith, pero nada parecía afectar a ésta, que le prestaba tanta atención a Ginsei como al sonido de la lluvia. Sin embargo, en esta ocasión las sorprendió a ambas con su opinión.

-Pienso que su Alteza hace muy bien al solicitar que los Caballeros de Oro la entrenen. Si se me permite hacer una sugerencia, podría pasar un mes con cada uno y luego evaluar los resultados, tal vez descubra que sus habilidades se adaptan mejor a las enseñanzas de uno en particular.

Saori suspiró.

-Está bien, pónganse de acuerdo con el Caballero de Aries, Ginsei empezará su entrenamiento por la primera Casa.

Ginsei estuvo a punto de abrazar a Lilith, pero ésta se encontraba a una distancia bastante prudente.

-¡Gracias, Lilith! -exclamó la princesa en cuanto Saori se retiró.

-No me lo agradezcas. De aquí a un par de meses estarás deseando matarme por haberte apoyado en esto.

-¿Entonces por qué lo hiciste?

Lilith le dedicó una sonrisa digna de una esfinge.

-Porque dijiste UNA cosa inteligente: debes hacerte digna de ser quien eres.

Ginsei frunció el ceño.


Hyoga, caballero de Acuario, tuvo repentinamente un mal presentimiento. Recorrió su casa silenciosamente, sin encontrar nada anormal hasta que llegó a la puerta principal. Había alguien ahí.

-¿Puedo ayudarte en algo? -preguntó, bastante sorprendido.

No era para menos. Aquella persona vestía una armadura color de oro, muy estilizada (casi como si fuera fluida) y adornada con numerosas incrustaciones de lapislázuli. Se trataba de una mujer joven, de cabello rubio y grandes ojos azules, pero su mirada era extraña, inquietante.

-Busco la Casa de Aries.

-Es la primera... ¿Cómo es que llegaste hasta aquí sin pasar por ahí primero?

La desconocida miró el lema de Acuario, grabado sobre el dintel de la puerta.

-"Yo sé" -leyó en voz alta, hasta ese momento fue que Hyoga le notó el acento, debía ser francesa-. ¿No deberías saberlo tú?

-Dímelo y lo sabré.

Ella sonrió.

-Llegué aquí primero. Me materialicé frente a tu puerta porque somos equivalentes.

-¿Equivalentes? ¿A qué te refieres?

Ella sólo sonrió y empezó a bajar las escaleras. Hyoga la alcanzó.

-¿Quién eres?

-Soy Marcela, del Año de la Rata, guardiana del primer signo del zodiaco chino.

-¿Y qué vas a buscar a Aries, si se puede saber?

-Al Jabalí.

-Aries es un carnero.

-Me refiero a Mircea.

-¿A Mircea?

-¿Por qué repites lo que digo?

-¿Qué relación tienes con el aprendiz de Kiki?

-Mircea del Jabalí, él es el único que falta de despertar -Marcela miró a Hyoga y sonrió ligeramente-. Si yo fuera tú, iría a prevenir a los otros caballeros.

-¿Debo suponer que piensas lastimar al chico?

-No... sólo voy a entregarle esto.

Mar tenía una placa de oro.

-Eso parece chino.

-Es chino, muy antiguo, muy valioso, muy peligroso.

El caballero de Acuario ya se había convencido de que la joven estaba loca.

-¿Qué es?

-Una parte del libro del Destino. Chin Shih-Huan intentó destruirlo junto con todos los demás libros en el año 215 a. C., pero los sabios tuvieron tiempo de ocultar las partes más importantes antes de que él los mandara enterrar vivos. Yo lo encontré.

-Ah, ¿y dice algo interesante?

-Dice el Destino.

-¿Me permites verlo?

-¿Lees chino?

-"Yo sé".

Eso la hizo reír, y le entregó la placa. Hyoga la examinó detenidamente. Tenía la figura de un jabalí en la parte superior y estaba cubierta de escritura por todas partes. Trató de descifrar lo que decía, pero se trataba de un dialecto demasiado antiguo para sus escasas nociones de chino. "Este es un trabajo para Shiryu" pensó.

Ya estaban a punto de llegar a Capricornio. Ban lo ayudaría a detener a esa loca sin lastimarla demasiado. Pero las cosas no salieron como él esperaba, Mircea venía subiendo la escalinata con unos cuantos paquetes, algún encargo de su Maestro. Hyoga le hizo señas de que se regresara. Mircea obedeció inmediatamente... y entonces Marcela le arrebató la placa a Hyoga y corrió para alcanzar al muchacho, al que sujetó por un brazo.

-Espera, Mircea. Tengo que entregarte algo.

-No debo hablar con desconocidos -respondió él, muy serio.

Marcela sonrió y le ofreció la placa.

-¿Reconoces este símbolo?

Mircea contempló con asombro la figura del jabalí, inmediatamente se quitó la cadenita que siempre llevaba consigo y acercó el pendiente al grabado para compararlos mejor. Hyoga tuvo la impresión de que debía hacer algo para impedirlo, pero no tuvo tiempo. La placa se pulverizó en las manos de Marcela y ese polvo, convertido en un remolino, envolvió a Mircea, para luego transformarse en una armadura dorada, con incrustaciones de rubí.

-Mircea del Año del Jabalí, guardián del doceavo signo -dijo Mar, suavemente.

Mircea la miró asustado.

-¿Qué es todo esto?

-Es hora de que nos vayamos.

-¡Yo no voy a ningún lado! ¡Explica qué es lo que quieres!

-Debemos cumplir con la misión que se nos encomendó hace miles de años, acompáñame. Los ciclos terminaron y nosotros debemos poner el final a todo.

-¡No entiendo nada! -Mircea retrocedió, aquella armadura lo ponía incómodo, no la sentía sólida, sino como una segunda piel y vio con horror que había cubierto incluso sus manos-. ¡Quítame esta cosa!

-El prudente Jabalí -murmuró ella y lo sujetó por un brazo-. Deja que te muestre el camino.

El muchacho gritó cuando los ojos de ella se iluminaron con un fulgor azul, Hyoga intervino entonces.

-¡Polvo de diamantes!

Un corte se abrió en la armadura de Marcea, a la altura de su hombro izquierdo, revelando algo de piel y una herida que dejó de sangrar casi de inmediato. Ella se quejó suavemente, como si estuviera dormida y miró de reojo a Hyoga, el corte en la armadura se cerró por sí solo.

-Tú estás muerta -dijo Hyoga, retrocediendo-. ¿Qué buscas entre los vivos, fantasma?

-No seas tan melodramático, estoy tan viva como tú. Solamente sano con algo de rapidez.

-¡Aléjate de Mircea o te enviaré al infierno o al lugar de dondequiera que vengas!

Marcela se encogió de hombros y trató de sujetar nuevamente a Mircea, pero él se hizo a un lado. En eso, llegó Ban, atraído por el ruido. Eso hizo que la extraña joven frunciera el ceño.

-Parece ser que este no es el momento adecuado -dijo, y desapareció.

Ban, boquiabierto, miró a Hyoga como pidiendo una explicación.

-Creo... creo... -tartamudeó Hyoga-... creo que debemos ir a hablar con Lilith.

Lo habitual habría sido hablar primero con Seiya, Shun y Shiryu, pero de un tiempo a esa parte, Saori había cambiado bastante el protocolo para las emergencias a pesar de las protestas de los Caballeros.


Ginsei bajaba las escaleras rumbo a la Casa de Aries, preguntándose cómo serían las cosas cuando empezara su aprendizaje. Probablemente la llevaría a entrenar a Jamir, pero nunca había nada seguro con Kiki, podría ocurrírsele llevarla a Tazmania, solo por variar.

A la altura de la Casa de Piscis se encontró con Lilith, cosa que casi la hizo gritar. Lilith se había quedado en el palacio cuando ella salió, ¿cómo había llegado ahí antes que ella?

-¿Lilith?

La amazona estaba sentada en las gradas y no se dignó responder.

-¿Cómo llegaste aquí, Lilith? -insistió Ginsei.

-Caminando. O tal vez puedo teleportarme y no se lo he dicho a nadie. O tal vez no me estás viendo a mí sino a mi doble astral. ¿Qué te dice tu cosmos, princesa?

Ginsei tomó aire, molesta.

-Si he de guiarme por el cosmos, ni siquiera sé si estás aquí, sabes perfectamente que nunca he podido hacerlo. ¿Cómo lo haces? Nadie puede teleportarse dentro del Santuario.

-Podría decírtelo, pero tendrías que ser mi estudiante, y yo no permitiría que mi discípula siguiera otras técnicas que las mías antes de ganarse su armadura.

-Tú eres una amazona de plata y yo seré una amazona de oro, no puedes ser mi maestra.

-Eso es lo de menos, la única razón por la que no soy la amazona de Escorpión es porque no tengo deseos de desafiar a Jabu mientras él pueda cumplir dignamente con lo que le corresponde. El día en que cometa el primer error, competiré con él por la armadura dorada y él tendrá que volver a ser el Caballero del Unicornio, cosa que nunca debió dejar de ser.

-¿Sabes que eres una persona extraña?

-Soy la mejor amazona del Santuario, y, con mucho, la persona más inteligente de este lugar. La propia Atenea me pide consejo, y si alguien puede hacer de ti una guerrera digna, esa soy yo.

-No lo discuto. Pero hay un problema.

-¿Cuál?

-Tú no me agradas ni un poquito.

Lilith sonrió.

-"Tu Maestro no está en obligación de serte simpático", eso lo dijo tu madre. Y, conociéndote como te conozco, sé que a ti te tiene sin cuidado ser o no ser la amazona de Géminis. ¿Qué es lo que quieres en realidad, Ginsei?

La muchacha de cabello plateado y ojos grises guardó silencio. El sol estaba poniéndose y hacía parecer de fuego la cabellera roja de Lilith, pero la luz dorada se volvía de plata fría al reflejarse en el cabello de Ginsei. Alguna vez alguien las había visto juntas a esa hora y había comentado que parecían el sol y la luna.

La expresión irónica de Lilith se suavizó poco a poco, sacudió la cabeza de modo que por un instante pareció estar rodeada por una nube de chispas de cobre y sonrió como una niña.

-Vamos, puedes decírmelo. No soy la mejor amiga del mundo, pero tú sabes que sé guardar secretos.

Ginsei se sentó junto a ella, apoyando los codos en las rodillas y la cara entre las manos, con la mirada fija en las interminables escaleras.

-¿Quién soy yo?

-Si no ha pasado nada extraordinario últimamente, eres Ginsei Kido, tienes 16 años y eres hija de la actual reencarnación de la diosa Atenea; además eres la princesa del Santuario y se espera de ti que algún día obtengas la armadura dorada de Géminis.

-¿Y qué más?

-Que yo sepa, no hay nada más.

-Ahí está el detalle. Eso no puede ser todo lo que soy.

-¿Piensas que entrenar con los Caballeros de Oro te ayudará a definir tu lugar en el orden universal?

-Yo... pensé que podría conocerlos un poco mejor. Sólo los veo en ceremonias oficiales y casi nunca me hablan...

Lilith enarcó una ceja.

-Sabía que no lo entenderías -dijo Ginsei.

-Quieres averiguar si uno de ellos es tu padre.

Ginsei asintió, segura de que Lilith soltaría la carcajada en cualquier segundo, pero eso no sucedió.

-Es muy natural -murmuró la pelirroja-, si tu madre no te ha dicho nada al respecto...

-¿Tú sabes quién es él?

-No. ¿Cómo iba a saberlo? Sólo tenía un año cuando naciste.

-Bueno, es que como siempre pareces saberlo todo...

Aquello, aunque había sido dicho con algo de ironía, hizo que Lilith se sintiera halagada, pero no lo demostró.

La princesa del Santuario había nacido siete meses después de la batalla del Hades y la identidad de su padre era una pregunta que no parecía tener respuesta, gracias al silencio de Saori. En general, se rumoraba que el padre debía ser uno de sus cinco caballeros principales, pero ¿cómo asegurarlo cuando todos lo negaban y ella no hablaba al respecto? Alguien había señalado alguna vez que la fecha de nacimiento de la niña planteaba más dudas aún. Ginsei había sido una criatura de bajo peso y muy débil, pero eso ¿se debía a un nacimiento prematuro o a la tortura que sufriera su madre dentro del ánfora que drenaba su sangre? En otras palabras: ¿había sido concebida antes o después de la última guerra sagrada? Y si la respuesta era "antes", la lista de sospechosos se ampliaba mucho.

Nunca en todos los ciclos de reencarnaciones había sucedido algo semejante. Atenea, la diosa que había hecho voto de castidad en la Era Mitológica jamás había tenido descendencia. Y esta vez era madre de una niña, a la que había puesto un nombre japonés que signfica "estrella plateada", como si solamente fuera hija de Saori, o como si el padre fuera japonés, o como si... Lilith se permitió una media sonrisa. Cabos sueltos era lo que sobraba.

-Bien, ve e investiga, princesa, pero creo que estás empezando mal. Kiki sólo tenía diez años por aquel entonces.

-Bueno, eso es cierto...

-¡Lilith! -Ban subía las escaleras a toda velocidad. La pelirroja se puso en pie y saludó al Caballero de Oro con una humilde reverencia que le pareció a Ginsei el colmo de la hipocresía.- Lilith... uh, princesa Ginsei -dijo Ban, dándose cuenta de la presencia de la chica de cabello plateado, sólo para olvidarla un segundo después-. ¿Lilith, puedes venir un momento?

-Por supuesto. Con su permiso, Alteza.

Ginsei se quedó sentada viéndolos alejarse a paso vivo, por alguna extraña razón, ya no tenía tanta prisa por llegar a la Casa de Aries.


Isla de la Reina Muerte


Ikki de Leo terminaba de recorrer por tercera vez todos los lugares a los que Fénix solía ir cuando se escapaba, la chica acababa de volver del Santuario para pasar unas cortas vacaciones en la isla y ya estaba dando problemas. Ikki se sentía un poco culpable (cosa que lo enfurecía) porque tenía la impresión de ser el causante del disgusto de ella al haber aceptado al hijo menor de Shun como su discípulo.

A Fénix le había tomado meses convencerlo que podía ser una amazona y a la primera oportunidad la había enviado al Santuario para que estudiara con Jabu, aún sabiendo que ella quería ser su discípula y no la de otro caballero, pero para aceptar a Terry había bastado con que Shun se lo pidiera. Claro que esa no era toda la verdad; sin embargo, Ikki no sabía cómo explicarle a Fénix las razones por las que Terry estaba ahí, ocupando lo que ella consideraba "su" lugar. ¿Cómo darle a entender que el muchacho había sobrepasado la paciencia de Shun y estaba terminando de desmoronar lo que al principio había sido una familia perfecta?

Ikki pensaba que Shun no podría reponerse de la muerte de June en tanto la complicada relación con sus hijos no se lo permitiera; la posibilidad de mantener alejado a Terry del resto de la familia por un tiempo no era en sí una solución, pero tal vez a Shun le ayudaría el tener una preocupación menos, y quizá Ikki podría enderezar al muchacho que ahora lo esperaba en la puerta de la casa, con una mirada preocupada en los grandes ojos verdes.

En los ojos empezaba y moría toda semejanza entre Terry y su padre; e Ikki, a pesar de lo molesto que se sentía por la desaparición de Fénix, no pudo evitar preguntarse por enésima vez a quién se parecería ese muchacho de cabello castaño y rasgos firmes. Tal vez a la familia de June, cosa imposible de confirmar porque June, al igual que casi todos los miembros de la Orden, había sido una niña de procedencia desconocida. Claro que eso no era lo importante, lo que le molestaba a Ikki de su sobrino y discípulo era su carácter, tremendamente frío y calculador a pesar de la mirada inocente y dulce; el Caballero de Leo estaba convencido de que en Terry fallaba la regla según la cual los ojos son el espejo del alma, por lo que esa mirada se constituía para él en el peor defecto del muchacho, lo hacía verse hipócrita cuando soltaba algún discurso lleno de veneno, de otro modo Ikki habría podido aceptar el cinismo de Terry como algo normal, e incluso como una señal de carácter.

A Terry, por su parte, le tenía sin cuidado la opinión de Ikki, por lo que no se molestaba en fingir buenas cualidades delante de él.

-¿Nada? -preguntó (con algo que en cualquier otra persona habría pasado por ansiedad), aunque era obvio que Ikki no la había encontrado.

-Nada -gruñó Ikki-. Si aparece sana y salva, voy a matarla.

Terry se pasó una mano por el cabello, con cara de tengo-que-decirte-algo-y-no-sé-cómo-empezar.

-Dilo de una vez -dijo Ikki, adivinándole el pensamiento.

-La señora Paula estuvo aquí hace un rato. Dice que alguien preguntó por Dulce en la mañana y que eso la dejó preocupada, vino a decírtelo cuando se enteró de que la estabas buscando.

Ikki suspiró. Terry era el único ser humano que era capaz de llamar a Fénix por su otro nombre.

"Dulce María" había sido una pésima elección que había hecho algún habitante de la isla cuando la encontraron, seis años antes, entre los restos de un naufragio. Aquella niña no recordaba quién era ni cómo había llegado ahí y al principio había aceptado el nombre que le escogieron, pero desde el momento en que se obsesionó con ganar la armadura del Fénix, había exigido que la llamaran así. A partir de ese momento, llamarla "Dulce" sólo servía para enfurecerla, cosa que parecía ser la especialidad de Terry.

-Descríbelo -indicó Ikki.

-Un joven de unos 20 años, 1,75 de estatura, cabello leonado, ojos grises. Vestía una armadura o algo parecido, de color dorado...

-¿Una armadura dorada?

-O algo parecido, la señora Paula no estaba segura que fuera como la tuya. Y lo más extraño: dijo que su nombre era Ismael del Tigre.

Ikki frunció el ceño.

-Voy a salir a buscarla otra vez. Tú quédate aquí por si regresa.

Terry asintió, pero no obedeció. Tan pronto como Ikki estuvo fuera de la vista, se encaminó hacia el lugar secreto de Fénix. Lo había descubierto desde la primera vez que se habían encontrado y no le cabía duda de que estaría ahí.

Efectivamente, Fénix estaba sentada en el borde mismo de un acantilado que daba sobre las rocas que habían destrozado aquel barco en el que había llegado. A los 17 años (o al menos esa era la edad que le calculaban), era una joven que prometía llegar a ser realmente hermosa, pese a la dureza de su expresión, que la hacía parecerse tanto a Ikki. Tenía los ojos azul oscuro y el cabello de un negro azulado, en el que varios mechones rojos destacaban como fuego. Alta y atlética, realmente parecía estar en su ambiente teniendo como fondo una tormenta a punto de estallar.

A Terry no le desagradaba la muchacha, pese a su absurda (en opinión de él) insistencia en competir por la armadura del Fénix. Le agradaba que nunca se hubiera dejado engañar por su aire inocente e incluso apreciaba el bajo concepto que tenía de él, como si fuera un elogio. Sin embargo (o tal vez precisamente por eso) no perdía la oportunidad de atormentarla.

-Tu padre te ha estado buscando.

Silencio.

-¿Alguna razón en especial para esta rabieta?

Silencio.

-Haciéndole enfadar no conseguirás que él te permita competir por la armadura del Fénix.

-Cosa que te conviene a ti.

-Ooooh, ¿entonces es conmigo el problema?

-¿Sabes que te odio con toda mi alma, Terry?

-No se me ha escapado ese pequeño detalle.

-Me alegra que te quede claro. Ahora dime: ¿por qué quieres la armadura del Fénix?

-Puesto que debo ser caballero de Atenea "por tradición familiar", pienso que esta armadura debe pertenecer a alguien de la familia, y el tío Ikki no tiene ningún hijo.

-El ser adoptada no me hace menos hija suya.

-Dije "hijo".

-¿Estás diciendo que la armadura debe pertenecer a un varón?

-Digamos que pienso que hay armaduras más apropiadas para ti.

-¿Como la de Andrómeda?

-Tú sabes bien que esa pertenece a Andy. Me refería a la de Leviatán, la Ballena, esa te quedaría perfecta.

-Idiota.

Fénix se puso en pie de un salto y se dio la vuelta. Hasta entonces notó Terry lo extrañamente que estaba vestida. Con algo que parecía... ¿una armadura dorada? Sólo que no era como ninguna armadura de las muchas que conocía. Era algo flexible como una segunda piel que la cubriera del cuello a los pies, incluyendo las manos, estaba adornada con numerosas incrustaciones de malaquita y parecía ser una sola pieza, como si hubiera sido fundida sobre ella; llevaba también una cadenita de oro que Terry conocía muy bien, siempre la tenía consigo, era la que llevaba el dije con forma de gallo y ojos de malaquita.

-¿Vas a alguna fiesta de disfraces, Dulce María? -tan disimuladamente como le fue posible, Terry empezó a ponerse en guardia.

Fénix sonrió. Mal síntoma.

-No me llames así -señaló con tranquilidad.

-Es tu nombre -sonrió Terry, ahora realmente preocupado.

-No lo es y nunca lo ha sido. ¿Sabes quién soy, Thiérry Kido?

Un cosmos rojo como fuego empezaba a rodearla. Al escuchar su nombre completo, Terry dejó de sonreír y empezó a elevar su cosmos él también, su cosmos era de un color parecido al de Fénix, más bien como un metal al rojo que como fuego, pero igual de luminoso que el de ella.

-Soy Fénix del Signo del Gallo.

Terry frunció el ceño, se le ocurrían tres o cuatro frases hirientes, pero no le pareció el momento oportuno para usar ninguna. Una imagen estelar se formaba en el cosmos de su prima y él se esforzó por interpretarla, en busca de una pista sobre lo que estaba ocurriendo. Efectivamente, se trataba de un gallo, un gallo chino de cola larga, para ser exactos, y el muchacho se sorprendió a sí mismo dándose cuenta de que un ave de corral podía verse agresiva, había olvidado que existían los gallos de pelea.

Fénix atacó. Un solo movimiento, extrañamente elegante. Pareció que lo fuera a golpear con el filo de la mano izquierda, pero, una fracción de segundo antes de tocarlo, una especie de espina se formó de la armadura dorada y eso fue lo que se clavó en su pecho.

Sintió calor antes que el dolor se extendiera desde la herida a todo el cuerpo, como una corriente de fuego en sus venas. Fénix retiró la mano, la espina desapareció y la sangre que la cubría resbaló de la mano de la chica, sin dejar una sola mancha en la superficie dorada.

-Espolón venenoso... -susurró ella sin dejar de sonreír. Terry cayó de rodillas. -Espero que lo disfrutes -añadió Fénix, alejándose.

Apoyándose en ambas manos, Terry consiguió ver qué camino tomaba. Iba a reunirse con un muchacho más alto que Ikki, vestido con una armadura similar a la de ella, pero adornada con diamantes en lugar de malaquita.

-Me... imagino... que ese debe ser Ismael del Tigre... -murmuró para sí. Todo empezó a ponerse borroso a medida que el dolor se hacía más intenso. -Ojalá... a tío se le ocurra... buscarla aquí... porque... creo... que... estoy en... problemas...

Poco a poco fue deslizándose hacia la inconsciencia. El resto fue oscuridad.


El Santuario


-¿Y dices que no puedes quitarte esa cosa?-preguntó Lilith.

Mircea sacudió la cabeza.

-Ya lo intenté todo.

-¿Probaste quitarte la cadena? -Lilith señaló el dije en forma de jabalí.

Mircea lo hizo... y la armadura desapareció.

-Asombroso -murmuró Ban.

-Simple lógica -corrigió la amazona-. Si la cadena y el dije activaron la armadura, debían desactivarla también. El asunto es cómo. Hasta que lo averigüemos, creo que será mejor que alguien más guarde la cadena.

Sin pensarlo dos veces, Mircea se la entregó a ella.

-Siempre la he tenido conmigo, en el orfanato donde crecí me contaron que ya la llevaba puesta cuando me encontraron. Yo era un bebé entonces.

-Hum.

Lilith se sentó frente al ordenador de la Casa de Acuario y se conectó con la base de datos de la Fundación para pedir el expediente de Mircea.

-Bueno, según esto, te encontraron un 22 de marzo... único sobre viviente de una aldea yugoslava, bombardeada durante la guerra de los Balcanes. El informe médico señala que debías tener pocas horas de nacido, pero no se encontró rastro de tu madre. Curioso, el bombardeo del 21 de marzo fue el más intenso de todo ese año.

-Nací en medio de un desastre, ¿y?

-Que varios de los aprendices más adelantados de esta generación tuvieron su origen también en desastres, como Fénix, que fue encontrada después de un naufragio y Mihoshi, que fue rescatada de los escombros de un edificio en Japón, después de un terremoto... ustedes tres fueron los únicos sobrevivientes en los tres casos... qué extraño.

Siguiendo una inspiración, Lilith pidió a la computadora que localizara a Fénix y Mihoshi. No hubo resultado.

Antes de que nadie pudiera opinar, una alerta ingresó al sistema. Ikki daba aviso de la desaparición de Fénix y de que alguien había atacado a Terry.

Horas después, Ginsei y Mircea interrogaban a Lilith al respecto. Mitsumasa, el hijo mayor de Seiya, se acercó para escuchar.

-Terry no había vuelto en sí a la hora del último reporte de Ikki al Sistema Central, él piensa que la persona que atacó a Terry se llevó a Fénix –concluyó Lilith.

-¿Pero por qué tratar de matar a Terry? –preguntó Ginsei con cara de duda.

-Tal vez trató de defenderla -sugirió Lilith.

-Ah, vamos -sonrió Mitsumasa-, el Terry que yo conozco habría pagado para que se la llevaran...

Como si Lilith y Ginsei se hubieran puesto de acuerdo, cada una se llevó un dedo a los labios al escuchar eso, Mitsumasa sintió un escalofrío, si querían hacerlo callar por un comentario con el que sin duda estaban de acuerdo las dos... era porque...

-Me admira la opinión que tienes de mi hermano menor -dijo Andy, acercándose al pequeño grupo.

Andy, la hija mayor de Shun, era muy parecida a su madre, excepto porque tenía el cabello castaño y lo usaba más corto; ella era famosa en el Santuario por su dulzura de carácter y Mitsumasa, que era uno de los que más la apreciaban, deseó que la tierra se lo tragara.

-¡Andy! ¡Lo siento, no quise...!

Ella levantó una mano, haciéndolo callar.

-Conozco a mi hermano, Kido.

Lo había dicho con la misma voz calmada de siempre y sin que la tranquilidad de su expresión se alterara en lo más mínimo, pero para Mitsumasa fue peor que un golpe: a menos que estuviera enfadada, Andy nunca llamaba a nadie por su apellido. Para ella, él siempre era "Mitsumasa", el llamarlo "KIdo" era señal de lo mucho que la había herido su comentario.

-Princesa Ginsei, Lilith, Mircea, he venido a despedirme. Mi padre y yo iremos a la Isla de la Reina Muerte por mi hermano y no sé cuándo volveremos.

-Espero que Thiérry se reponga pronto -dijo Lilith, una de las pocas personas del Santuario que podía pronunciar correctamente el nombre de Terry-. Es un buen soldado.

-Sí... eso... -murmuró Ginsei.

-Sip -Mircea le guiñó un ojo-. Dile que vuelva pronto, porque todavía tenemos una pelea pendiente y pienso ganarle.

-Gracias, se lo diré.

-¿Tu padre aceptará que los acompañe? –preguntó Mitsumasa.

-No creo que sea necesario -respondió Andy.

-Pero... si alguien consiguió herir a Terry, no estaría de más que vaya con ustedes, para asegurarme de que todo esté bien.

Como siempre, Mitsumasa se encontró incapaz de sostener la mirada de Andy, demasiado serena y lejana, pese a que la sonrisa de la muchacha suavizaba mucho sus efectos.

-Ya Misha se ofreció a acompañarnos, mi padre estuvo de acuerdo... –la cara de Mitsumasa al escuchar eso era un verdadero poema, pero Andy no pareció advertirlo-. Pídele permiso a tu padre, yo le hablaré al mío sobre tu petición, y Atenea decidirá.

Luego de despedirse de los cuatro con una reverencia, Andy siguió su camino y Mitsumasa fue a buscar a Seiya.

-Esos dos... -murmuró Mircea, sacudiendo la cabeza.

-¿Alguien podría explicarme por qué Andy siempre habla... tan raro? -preguntó Ginsei.

-¿"Raro" cómo? -dijo Lilith.

-Pues... eso -Ginsei se paró muy recta, con las manos unidas como para orar y remedó el tono solemne de Andy-. "Pídele permiso a tu padre, yo le hablaré al mío sobre tu petición y Atenea decidirá", es ridículo, ¿no? Y siempre le dice "padre" a Shun, jamás la he escuchado decirle de otra manera...

-A veces le dice "padre mío" -interrumpió Mircea.

-... y a Terry siempre le dice "hermano menor" y casi nunca lo llama por su nombre. ¿Y has visto sus ojos? Siempre tiene la mirada tan fija como si estuviera ciega.

Lilith se encogió de hombros y abrió la boca para contestar, pero alguien se le adelantó.

-Andreia nació un 19 de septiembre, igual que el predecesor de su padre como Caballero de Virgo, ese día el Caballero de Libra dijo haber tenido una visión acerca de Maitreya, el Buda Futuro del que hablan las leyendas, muchos pensaron entonces que la pequeña podría ser la reencarnación de Shaka.

Un hombre de cabello rojo, recogido en una larga trenza, había llegado sin hacer ruido al caminar, dos marcas violeta destacaban en su frente.

-Shaka mantenía los ojos cerrados para concentrar su cosmos renunciando a uno de sus sentidos, tal vez Andy mantiene la mirada fija para lograr algo parecido, o tal vez es sólo una manera de las muchas que puede adoptar un cosmos excepcional para manifestarse. O quizá está ciega y no nos hemos dado cuenta -Lilith lo había dicho con tanta seriedad que Ginsei y Mircea no supieron qué contestar.

Luego de disfrutar el desconcierto de los jóvenes por unos segundos, Kiki se echó a reír, rompiendo la tensión. No sentía mucho agrado por la amazona de plata, pero disfrutaba ver a alguien tomándole el pelo a sus conocidos tanto como hacerlo él mismo.

-Nadie discute que Andy será la próxima amazona de Virgo, tal vez está practicando -señaló-, tiene un carácter muy similar al de su padre y toda una vida de serenidad, reflexión y una penitencia llamada Terry deben adelantar la santidad de cualquiera.

-¡Eso sí! -dijo Mircea, riéndose él también.

Ginsei se unió a las carcajadas, Lilith permaneció seria aunque sus ojos brillaban con algo de burla.

-Ya está bien de risas, Shun y su familia están pasando por muy malos momentos -señaló.

Los demás callaron inmediatamente.

-Así ha sido desde hace 17 años -aceptó Kiki-. Ginsei, Mircea, ¿ya están listos ustedes dos? Debemos irnos.

-¡Sí! -Ginsei recogió su mochila y se despidió de Lilith-. Cuida a mi madre, ¿quieres? Y vigila que el Santuario no se incendie durante mi ausencia.

-Yo no me preocuparía por eso. Tu presencia es un ingrediente necesario para cualquier desastre –replicó Lilith.


Biblioteca del Vaticano


Miguel apoyó la mejilla en la palma de la mano y repasó por enésima vez el texto que leía, con un resultado similar a los anteriores. No podía concentrarse y su mirada simplemente resbalaba sobre las letras sin conseguir nada de información. Deprimente.

Cerró el libro reprimiendo un gesto de impaciencia y contempló a sus hermanos.

Todos estaban leyendo volúmenes tanto o más antiguos que el que acababa de apartar.

-¿Te sientes bien? -preguntó Rafael, sin levantar la vista.

-Un poco confundido -respondió Miguel-. Me resulta difícil comprender una leyenda si ni siquiera puedo saber de qué se trata.

-Por algo se trata de una leyenda perdida.

-Por otro lado, estas son cosas en las que se supone que nosotros no debemos entrometernos –señaló Ragüel.

-Órdenes son órdenes -replicó Azrael-. Tú sigue leyendo hasta que encuentres algo.

-¿Y si no encontramos nada? -insistió Miguel.

-Iremos a la Biblioteca del Congreso, es un poco más grande que esta -respondió Rafael, exasperado.

-También podríamos ir a bucear a las ruinas de la Biblioteca de Alejandría -intervino Uriel, siempre con ánimo de reír.

-¡Basta! -exclamó Miguel, levantando ecos en toda la biblioteca y haciendo que muchas personas voltearan a mirarlos, el joven se sonrojó y habló más bajo-. Creo que no estamos buscando en el lugar correcto.

Seis pares de ojos lo miraron interrogantes. Miguel no se sentía a gusto cuando sus hermanos hacían eso, era como si esperaran siempre que él tuviera todas las respuestas.

-Creo que debemos ir a China e investigar el lugar donde desapareció la arqueóloga. Si los Tecnomagos estuvieron por ahí, no puede haber sido sólo por casualidad.

-¿Iremos los siete? -preguntó Rafael, cerrando su libro.

-Bueno... creo que al menos uno de nosotros debería ir a vigilar a Lilith al Santuario.

-¿Y eso por qué? -preguntó Raziel.

-Porque estuvo mucho tiempo negándose a ir, alegando que era más útil en el departamento de Arqueología de la Fundación Graude que en el Santuario en tiempo de paz, pero volvió sin ningún problema dos días después de la desaparición de la arqueóloga. Eso es algo que debimos notar desde el primer momento. Lilith nunca se mueve sin tener un buen motivo.

-Eso es fácil notarlo ahora, ¿cómo íbamos a saber que la arqueóloga se esfumaría en el aire y que luego los Tecnomagos rondarían el lugar? -señaló Uriel.

-Además, Lilith regresó al Santuario porque el Patriarca se lo pidió -dijo Azrael.

-Aún así -dijo Miguel-, tengo la impresión de que nos estamos quedando atrás de algo y que debemos movernos más rápido antes de que ocurra algún desastre realmente serio.

-Cualquier desastre, ya se puso en camino desde el 31 de octubre de 2001, hace 17 años... Incluso antes, a decir verdad. Más bien comenzó el año en que nació Atenea, cuando Lilith nos engañó asegurando que ya había reencarnado -dijo Azrael.

-Esos son detalles -murmuró Miguel-, lo importante ahora es lo que vamos a hacer. Tal vez sea sólo idea mía, pero... me siento como si mis vidas anteriores fueran el recuerdo de algo que leí, no de algo que viví -los otros asintieron, ellos se sentían igual-. Eso podría significar que no hemos tenido tiempo suficiente para asimilar lo que significa realmente nuestra misión, pero ahora que los planes de Lilith parecen estar en marcha, esta... inseguridad que sentimos puede ser nuestro mayor punto débil: no tenemos la seguridad de no equivocarnos...

-Al contrario, Miguel, el poder cuestionarnos a nosotros mismos puede ser nuestra mayor fortaleza -dijo Rafael.

-Sin embargo, en este momento sólo nos hace perder el tiempo. Propongo que tres de nosotros vayamos a China, otros tres continúen la investigación aquí y que el restante vaya al Santuario. ¿Votos a favor?

Los otros seis levantaron la mano derecha.

-Está decidido entonces. Quiero ir a China. ¿Quién viene conmigo?

Rafael se puso en pie inmediatamente. Gabriel tardó un poco más en decidirse, pero luego lo imitó.

-Sobre lo de quién va al Santuario, no hay discusión, ¿verdad? -indicó Miguel.

Azrael suspiró y se puso en pie.

-Un día de estos va a reconocerme, si no es que no lo ha hecho ya, siempre soy yo el que la vigila.

-Yo no me preocuparía tanto -dijo Raziel al tiempo que tomaba otro libro para seguir buscando-, ¿quién podría imaginarse que Keres, el Patriarca del Santuario de Atenea, es también Azrael del Rayo Añil, uno de los Siete Ángeles?

Azrael hizo una mueca.

-Tú no te preocuparías, pero tú no eres yo.


Isla de la Reina Muerte


Terry abrió los ojos lentamente, la luz resultaba un asunto doloroso en ese momento. Tardó un buen rato para caer en la cuenta de que estaba vivo. Y que estaba acostado en una cama, en una habitación que no conocía, y que había alguien junto a él, leyendo en voz alta.

-"... se inició la Edad de Oro. La buena fe y la justicia eran las únicas leyes. No se conocían todavía los motivos que impulsaban al hombre ni los suplicios. En este siglo feliz se desconocían aún esas amenazas materiales que sirven de freno a la maldad. No se sabía de ningún criminal que temblase en presencia de un juez, porque las gentes no necesitaban jueces. Nadie había pensado en hacer naves de los árboles sin hojas para ir hacia lo desconocido. Cada cual vivía en su tierra nativa. Las ciudades, sin fosos ni murallas, eran seguros refugios. Y si se consideraba inútil al soldado, ¿quién podía pensar en trompetas, cascos y espadas?..."

-¿Las Metamorfosis? ¿Ovidio...? -preguntó Terry, sorprendiéndose de lo débil que sonaba su voz.

-Si ya despertaste...

La persona que leía entró a su campo de visión.

-Padre.

-Me da gusto verte, Thiérry. Nos diste un buen susto.

Shun acercó una mano a la frente de Terry para apartar un mechón de cabello, pero, al ver que el muchacho fruncía el ceño, desistió de su intento.

-¿Cómo te sientes?

-Humillado. ¿Dónde estoy?

-En el hospital.

-¿Qué fue lo que me hizo esa loca? Dijo algo de un espolón venenoso.

-Había veneno en tu sangre. Al principio se creyó que te había picado una serpiente o un escorpión, pero por el tipo de herida y el lugar donde estaba... dio la impresión que te hubieran atacado con un arma blanca. Por fortuna, no eres una persona corriente, cualquier otro habría muerto mucho antes de llegar a Urgencias.

-Genial.

-No suenas muy convencido, hijo.

-¿Podemos dejar la charla de positivismo para otro día? No estoy humor para eso.

-¿Te duele?

-No tanto como mi orgullo. ¿Dónde está Dulce María? Voy a matarla.

La sonrisa de Shun se desvaneció.

-No hemos sabido de ella. ¿Recuerdas quién te atacó?

-Déjame ver si te puedo dar una descripción... 1,70m de estatura, cabello negro con ridículos mechones teñidos de rojo, ojos azules y muy mala actitud... ¿qué más? ¡Ah, sí! Se llama Dulce María y es mi prima.

-¿Qué le hiciste para que te atacara?

Terry abrió mucho los ojos.

-Padre...

Shun bajó la mirada.

-¿La insultaste o te burlaste de ella? Es lo único que se me ocurre en este momento... Thiérry, nada me haría más feliz que equivocarme con esto. ¿Estoy equivocado?

Terry se mordió el labio inferior.

-Le dije varias cosas desagradables, pero...

-¿Pero? -la voz de Shun estaba llena de pena y decepción.

-Dijo que su nombre era Fénix del Gallo y... creo que se marchó por su propia voluntad con un sujeto que se hace llamar Ismael del Tigre.

El Caballero de Virgo sacudió la cabeza.

-¿Por su propia voluntad?

-¡Es cierto, padre!

-Descríbeme a esa otra persona.

Cuando Terry terminó, Shun se encaminó a la puerta.

-Informaré a los demás. No te vayas.

-¿Acabo de escapar de la muerte y tú crees que puedo irme a dar un paseo?

-Entonces recuéstate.

Terry parpadeó sorprendido, no se había dado cuenta de en qué momento se había sentado. Se dejó caer sobre las almohadas y reflexionó un rato acerca de la famosa capacidad de recuperación de los caballeros de Atenea. ¿Tendría que ver con el cosmos, con la cercanía a Atenea o sería hereditario?

-Qué buen tema para una tesis de doctorado -murmuró.

En ese momento se abrió la puerta. Terry vio primero un enorme ramo de rosas blancas y, detrás del ramo, a su hermana mayor.

-¿Y eso? ¿Vas a poner un puesto en algún mercado?

-Son para ti.

-Ah.

Andy acomodó las rosas, sin molestarse por no escuchar una sola palabra de agradecimiento. Luego se sentó en la silla que estaba junto a la cama y cerró los ojos.

-Veo que sigues enojado, joven padawan. La ira lleva al lado oscuro.

-Veo que has estado hablando otra vez con esos dos idiotas, Mitsumasa y Mihail.

-Veo que sigues tan perceptivo como siempre.

-¿Fue Mitsumasa el que te consiguió las rosas?

-Bien, Sherlock. ¿Qué más deduces?

-Que estás demasiado alegre. Y algo me dice que no es por mí. ¡Sabes que no me agrada ese sujeto para cuñado! Tiene un CI aún más bajo que el de su padre. Es un verdadero milagro que no sea un vegetal... ah, corrijo, es un vegetal. Después de todo, usa las técnicas de las rosas.

-Su meta es ser el próximo caballero de Piscis y le ha tocado inventar él mismo sus "técnicas de las rosas", como las llamas tú. El conocimiento de las formas de combate tradicionales de Piscis se perdió con la muerte del predecesor de Marin, Afrodita de Piscis nunca llegó a tener discípulos y, de todos modos, la forma en que creaba las rosas era un secreto que se transmitía solamente al designado como sucesor de Piscis. A pesar de todo, creo que va por buen camino, tiene afinidad con la tierra y las plantas, eso le ayuda.

-Tú eres de los que creen que la Humanidad va por buen camino... ¿cuándo vas a despertar y ver cómo es realmente el mundo?

-Buena pregunta. ¿Y si el día en que yo despierte, resulta que la realidad no existe y que tú y el resto del universo fueron sólo un sueño que tuve mientras dormía? O quizá el que debe despertar eres tú.

Terry se encerró en su silencio, mientras su hermana se concentraba en su meditación. Permanecieron así casi una hora. A pocos centímetros, pero en distintos universos.

Continuará...


Notas de la autora:

El emperador Chin Shih-Huang que se menciona en el flashback es un personaje histórico. De su nombre se deriva la palabra "China", inició la construcción de la Gran Muralla y efectivamente ordenó la quema de los libros y mandó enterrar vivos a todos los sabios de China, con la idea de que un pueblo ignorante no se rebela contra quienes lo gobiernan y para que la historia comenzara oficialmente con su reinado. El único libro que se salvó del fuego fue el I-Ching o Libro de las Transformaciones, al cual el Emperador respetaba como una fuente de sabiduría.

Huang T'ien Sang Ti ("Supremo gobernante del cielo imperial"), también conocido como Yu Huang ("el Emperador de Jade"), es el soberano de los dioses chinos en la religión taoísta, a él se refiere la leyenda del zodiaco chino, la cual está un poco deformada para adaptarse a este fanfic 0_oU por supuesto, los animales del zodiaco no tienen la misión de acabar con el mundo, ni existen los doce guerreros perfectos... (espero)