LA SALA DEL AMOR (segunda parte)

Cuando Cormac levantó la cabeza de su plato y le vio, maldijo en silencio su mala suerte. Harry estaba sentado de espaldas a la puerta del restaurante así que, con un poco de suerte, no le vería. Sin embargo, el hijo de su madre caminó directamente hacia su mesa, como si ya supiera de antemano que iban a estar allí. Cormac templó sus nervios. No estaba muy seguro de que Harry no siguiera un poco enamorado de él todavía. Cinco años de idas y venidas no podían borrarse de un plumazo.

—Buenas noches.

Harry se volvió con brusquedad, derramando un poco de vino de la copa que tenía en la mano. Cormac se apresuró a cubrir con la suya la otra mano de Harry que reposaba sobre la mesa.

Enfundado en un elegante traje negro, Draco Malfoy proyectó una luminosa sonrisa sobre los dos magos cuya cena acababa de interrumpir. Le acompañaba otro hombre, algo más joven, de brillante pelo negro y unos hermosos ojos azules.

—Espero que estéis disfrutando de vuestra cena. Me han dicho que es un restaurante bastante decente —abrazó a su compañero por la cintura, aunque ni siquiera le miró—. Para Paul y para mí será la primera vez.

Harry se había quedado en blanco, sin lograr que le saliera una sola palabra.

—Está bastante bien —habló Cormac, tratando de igualar la sonrisa de Draco—. Nosotros ya hemos cenado aquí un par de veces.

Draco ni siquiera le miró. Sus ojos, gris helado y afilado, estaban fijos en su ex pareja.

—Me alegro de verte, Harry —dijo simplemente.

Y tras una pequeña inclinación de cabeza, él y su acompañante se dirigieron a su propia mesa. Draco sabía que le había estropeado la cena a Harry. Conociéndole, se comería la cabeza durante un buen rato. Y, con un poco de suerte, McLaggen acabaría marchándose solo a casa.

o.o.o.O.o.o.o

El lunes 19 de julio Harry recibió lechuza del Ministerio. Pero la ignoró. El martes recibió una nueva lechuza, que tuvo que regresar con la carta sin abrir. El miércoles la lechuza le persiguió desde su casa hasta el Callejón Diagon, donde Harry compró un par de pociones que necesitaba, y de allí hasta Essex, donde le esperaba su próximo trabajo. Finalmente, tuvo que coger la carta, so pena de que la maldita lechuza no le dejara trabajar en paz.

En ocasiones la simpleza es el camino más corto hacia el más profundo de los misterios. Creo que he entendido lo que ha querido decir con "encontrar en la felicidad del otro tu propia felicidad". Tan sencillo como difícil.

Por lo que he leído, usted ya ha decidido buscar su propia felicidad en otra parte. Sin embargo, no puedo evitar preguntarme, como estudioso del Amor, cuánto tiempo puede seguir una persona guardando afecto por un antiguo amor. He barajado diversas variables y los resultados son tan extensos que tengo ciertas dificultades para reflejarlos en las conclusiones de mi análisis. Así que he decidido tomar el camino más corto: usted. Mi pregunta es la siguiente: si uno o varios de los factores negativos que le llevaron a romper su relación desaparecieran, ¿le daría una nueva oportunidad?

Dpto. de Misterio, 22 de julio de 2010

Harry se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa. Se masajeó las sienes unos minutos, tratando inútilmente de dejar su mente en blanco aunque solo fuera por unos instantes. Había pasado unos días bastante jodidos desde el sábado en que Draco había aparecido en el Samaín con su acompañante. Verle otra vez de forma tan inesperada le había causado un pequeño shock. No había pasado página tan rápido como creía, a pesar de Cormac. Draco era una constante en su vida. Cuando estaba en ella y cuando no estaba. Lo había sido en la escuela, cuando ambos se maldecían por los pasillos. Y lo había sido después, cuando la adultez les había marcado a ambos con idénticas preferencias. Harry estaba convencido de que, aunque acabara en una relación con otra persona, fuera ésta con Cormac o con cualquier otro, Draco pasaría a formar parte de ese grupo de personas que siempre echaría de menos.

Finalmente, escribió:

Hemos tenido muchas oportunidades. Pero ninguno de los dos ha sabido aprovecharlas. Querer a una persona no siempre es garantía de que las cosas vayan a funcionar. Tal vez con el amor no basta. Puede añadirlo a las conclusiones de su análisis.

22 de julio de 2010

o.o.o.O.o.o.o

Cuando Blaise vio a Draco irrumpir en su despacho, llevando una nueva lista en la mano, no tuvo más remedio que armarse de paciencia.

—He estado pensando —dijo el rubio, al tiempo que se sentaba en uno de los silloncitos frente a la mesa de su amigo.

—Te felicito, entonces —sonrió Blaise.

Draco alzó una ceja, con expresión amenazante.

—He hecho una lista… —dijo, sin embargo.

—¿Otra? —le interrumpió Blaise.

—…con las cosas que Harry mencionó alguna vez que le gustaban o que disfrutaba haciendo —terminó Draco con otra mirada peligrosa hacia su amigo.

—Vaya, qué considerado de tu parte. Pero, ¿por qué ahora? —preguntó con fingida curiosidad.

Blaise sabía de sobras que Draco moría por lograr que Potter regresara con él. Pero, ¿desde cuándo su amigo hacía ridículas listas sobre cualidades y defectos o de lo que les gustaba o no a sus amantes? Claro que tampoco era muy acertado otorgarle a Potter el simple título de amante.

—Porque cuando Harry vuelva conmigo, que lo hará, quiero que vea que me importa su felicidad. Al fin y al cabo no es tan difícil hacerle feliz.

Blaise se mordió la lengua para no saltar que, si era tan fácil hacer feliz a Potter, ¿por qué no lo había hecho antes, en lugar de amargarle a él la existencia con sus disputas de pareja?

En su lugar, dijo:

—Me parece una excelente idea, Draco. Estoy seguro de que Potter lo apreciará.

Draco sonrió. No era tan idiota como para ignorar cuánto irritaba a Blaise que le interrumpieran cuando estaba trabajando. Casi tanto como a él mismo. Y también sabía que no apreciaba especialmente a Harry, a pesar de haberse mantenido prudentemente al margen de su relación con él. Y lo que le fastidiaba ser su paño de lágrimas cada vez rompían. Pero, ¿para que estaban los amigos, si no? Así que procedió a leerle a su mejor amigo toda la lista de cosas que consideraba que harían feliz a su, por ahora, ex pareja.

—Estoy seguro de que Harry va a ser tan feliz con todo esto, que su felicidad me hará feliz a mí. Y será imposible que volvamos a discutir o a separarnos.

Blaise suspiró.

—Merlín te oiga.

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Cuando Harry leyó la misiva que le llegó del Ministerio aquella mañana de lunes, sintió alivio y alegría. El inefable le citaba en la "sala de invitados" del Departamento de Misterios por última vez.

He aprendido más sobre el Amor en este último mes que en el año que llevo trabajando en esta Sala. Debo reconocer que gracias a usted. Estoy convencido que las conclusiones que voy a dejarle al colega que va a sustituirme le dejarán poco trabajo por hacer. Como inefable, permanecer más tiempo en la Sala del Amor sería una completa pérdida del mismo para mí. Así que he solicitado mi traslado a la Sala de la Muerte, que por el momento se me presenta como un reto mucho más interesante (y de paso, fastidio un poco al colega que creo ya le había mencionado).

Sé que durante su adolescencia, y por motivos en los que no voy a entrar, usted y sus amigos hicieron una breve pero arrasadora incursión en el Departamento de Misterios. No quedaron muchas profecías en pie, después de su paso por esa Sala; y me han contado que la vitrina de los relojes de arena, en la Sala de la Esencia del Tiempo, estuvo estrellándose contra el suelo y recomponiéndose durante semanas antes de que pudieran detenerla; y en la Sala de los Cerebros, echaron de menos algún que otro ejemplar… También sé que no guarda muy buenos recuerdos de la Sala de la Muerte. Sin embargo, me consta que no llegó a entrar en la Sala del Amor (entre otras cosas, porque sigue entera). Así que, si me promete portarse bien y no destrozar nada, me gustaría enseñársela.

Si le interesa, deje su respuesta al pie de este pergamino. De ser afirmativa le espero el próximo sábado a la seis de la tarde.

Dpto. de Misterios, 26 de julio de 2010

¿El sábado?, pensó Harry. El sábado era su cumpleaños. Comería en La Madriguera y, conociendo a Molly Weasley, cocinaría tanto que la comilona duraría horas. Sin hablar de la sobremesa… Harry no sabía realmente dónde estaría a las seis de la tarde. Seguramente preparándose para la supuesta fiesta sorpresa.

No obstante, el ofrecimiento del inefable le tentaba. Después de haber sido tan jodidamente pesado, era un detalle por su parte. Además, sentía curiosidad por conocerle. Y tal vez, ganas de decirle unas cuantas cosas a la cara. Seguramente podría arreglárselas para escabullirse al Ministerio entre la comida en casa de los Weasley y la fiesta de la que se suponía él no sabía nada.

Así que escribió:

Le agradezco muy sinceramente su invitación. Estaré encantado de visitar la que pronto dejará de ser su Sala. Sin embargo, el sábado es mi cumpleaños, así que intentaré escapar de mis compromisos entre las seis y las seis y media, si usted no tiene inconveniente en esta media hora que me doy de margen. De lo contrario, envíeme una lechuza.

26 de julio de 2010

o.o.o.O.o.o.o

El miércoles por la mañana Blaise se sorprendió de ver a Draco en la oficina. Lunes, miércoles y viernes su amigo solía estar en el Ministerio. Y en las actuales circunstancias, más valía tenerle bien lejos antes de verle aparecer con otra lista en la mano. Cuando comenzó a trabajar con él, Blaise había pensado que Draco gestionaba en el Ministerio asuntos relacionados con sus negocios. Y así era. Pero para ello no eran necesarias tantas horas como las que Draco pasaba allí. Después había pensado que su amigo se encontraba en el edificion ministerial con algún amante. Pero, aparte de Potter, los amantes no solían durarle tanto tiempo a Draco. Cuando en una ocasión Blaise le había preguntado sutilmente sobre ello, Draco le había respondido con evasivas. Y Blaise sabía entender perfectamente cuando alguien le insinuaba que algo no era asunto suyo.

—¿Una nueva lista? —preguntó.

Draco desestimó la pregunta con un vago gesto de su mano y dijo:

—Este sábado es el cumpleaños de Harry.

—¡No me digas que has recibido una invitación! —insinuó Blaise, exagerando su sorpresa.

Draco, que no parecía dispuesto a responder a ninguna de sus preguntas ese día, se limitó a poner una serie de objetos sobre la mesa donde Blaise estaba trabajando.

—¿Para mí? —preguntó el mago de piel morena con ironía— ¡Qué detalle por tu parte!

—No te hagas el idiota —gruñó Draco.

A pesar de todo, se le veía ilusionado. Demasiado ilusionado, pensó Blaise con preocupación. Repasó con la mirada los objetos que Draco había dejado sobre su mesa.

—Ni siquiera te ha invitado, Draco. Es más, ni siquiera Corazón de Bruja (y no es que yo lea esa revista), ha hablado de ninguna fiesta.

—Eso es porque las fiestas de cumpleaños de Harry nunca son públicas —le recordó Draco—. Sus amigos se encargan de que así sea.

—Entonces, ¿sabes dónde le han organizado la fiesta este año?

Draco negó rotundamente con la cabeza.

—No me hace falta —dijo—. Harry vendrá a la mía.

—Oh… —Blaise miró a su amigo con cierto escepticismo— Entonces McLaggen ya es historia…

—Lo será a partir del sábado —aseguró Draco, con tal convencimiento, que hasta Blaise estuvo tentado a creerle.

o.o.o.O.o.o.o

La Sala del Amor no era de color rojo. Ni tenía corazones flotando por la habitación como si de un permanente día de San Valentín se tratara. Para empezar, era circular. Y en comparación con el resto de salas que Harry ya conocía (tal como el inefable amablemente le había recordado), no demasiado grande. La pared estaba forrada con una estantería adaptada a su forma redonda, llena de libros, que en algunos tramos se convertía en vitrinas repletas de objetos diversos. Una de ellas guardaba frascos de pociones del más diverso colorido. Pociones de amor, supuso Harry. Otra contenía una amplia gama de objetos: amuletos, abanicos, pañuelos de encaje, anillos, copas, relicarios, espejos de mano y, en el último estante, un pequeño arco y un carcaj que contenía varias flechas. Con curiosidad, Harry sacó algunos libros al azar para comprobar que la temática que tenían en común era, como no, el amor: Romeo y Julieta de William Shakespeare; Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand; Cumbres Borrascosas de Emily Brontë o Seda de Alessandro Baricco. Curiosamente todos autores muggles. La tercera y última vitrina albergaba una serie de piezas de índole sexual: consoladores de diversos tamaños, algunos tan antiguos que estaban hechos de madera o piel; bolas chinas; aros para el pene; modernos vibradores… Justo frente a esta vitrina había un sencillo escritorio con un candelabro de tres velas, cinco libros perfectamente apilados, un tintero y una gruesa carpeta llena de pergaminos.

Sin embargo, lo que más llamaba la atención era la fuente que había en el centro de la Sala. Era de piedra y en toda su superficie había labradas runas de diferentes tamaños. El agua que caía del surtidor era tan cristalina que daban ganas de beberla. Cuando Harry, fascinado, estaba a punto de introducir la mano en el transparente líquido una voz le detuvo. Una demasiado familiar.

—Ni se te ocurra.

El movimiento de Harry se heló en el aire.

—¿Draco? —musitó.

—Hola, Harry. No sabes cuánto me alegro de que aceptaras mi invitación.

Harry no sabía de dónde había salido su ex pareja. O si ya estaba en la habitación cuando él había llegado. Pero ahí estaba. Sonriente. Seguro de sí mismo. Elegante. Endemoniadamente atractivo.

—El líquido que contiene esa fuente es la poción de amor más poderosa del mundo —explicó el rubio—. Sus efectos son permanentes. Ni siquiera hace falta ingerirla. Tan solo con que hubieras hundido tus dedos en ella, el efecto hubiera sido el mismo.

Draco avanzó unos pasos hasta Harry, quien le miró todavía atónito.

—Y, la verdad, quiero estar seguro de que lo que sientes por mí no está adulterado por ninguna poción.

Harry estaba tan confuso que no supo qué decir. Observó el avance de Draco sin mover un músculo.

—¿No vas a decir nada? —preguntó Draco.

Harry le miró con tanta intensidad que, por un momento, la seguridad de Draco se tambaleó.

—Creo que estoy a punto de tener un corte de digestión —masculló por fin Harry.

Draco alzó una ceja, sin comprender muy bien sus palabras.

—¿Te encuentras mal? —preguntó, preocupado.

Harry le respondió con otra pregunta.

—¿Has sido tú todo este tiempo? —Draco asintió— ¿Desde cuándo eres inefable?

Draco se encogió de hombros, dando a entender que no iba a responder a esa pregunta.

—¿Te has divertido?

—Es un trabajo interesante —admitió Draco—. Y no, no me he divertido a tu costa, si es eso lo que preguntas.

Sin embargo, Harry le lanzó esa mirada de desconfianza que Draco conocía tan bien.

—Lo juro por mi honor de mago —añadió, dando un paso más hacia Harry—. En realidad, he aprendido mucho sobre nosotros este último mes.

Harry esbozó una sonrisita escéptica. Se veía incómodo. Y Draco estaba seguro de que se sentía un poco traicionado también.

—Hablo en serio —aseguró con énfasis—. He comprendido muchas cosas que antes, sencillamente, pasé por alto.

—¿Cómo cuáles? —preguntó Harry, todavía en tono desconfiado.

Draco apretó un poco los labios, frunciendo imperceptiblemente el ceño.

—Tal vez he sido un poco egoísta. En ocasiones. No siempre, por supuesto. Soy un tipo encantador la mayor parte del tiempo.

¡Por el amor de Dios! A contrapecho, Harry tuvo que aguantarse las ganas de sonreír. Y Draco se dio cuenta. Tenía que aprovechar ese precioso momento en que el moreno había bajado la guardia. Agitó su varita y convocó uno de los paquetes que celosamente había guardado en el primer cajón del escritorio en el que trabajaba.

—Feliz cumpleaños, Harry.

Sorprendido, Harry tomó el pequeño paquete que Draco le tendía. Lo abrió con un poco de remordimiento, porque él había rechazado la invitación a la fiesta de cumpleaños de Draco y mucho menos le había comprado un regalo. Para tranquilizar su conciencia, casi inmediatamente pensó que seguramente solo era la manera que Draco tenía de devolvérsela, haciéndole sentir mal, demostrándole al mismo tiempo que no era un completo egoísta.

Abrió la cajita que apareció bajo el papel de regalo y en su interior descubrió un juego de llaves. Todavía más sorprendido, alzó la mirada hacia Draco, en una muda pregunta.

—La casa de campo de la que te enamoraste hace un par de años —explicó Draco muy ufano—. La he comprado para ti. Para los dos —añadió después con un cierto titubeo.

La mirada de Harry pasó de expresar una perfecta sorpresa a la incredulidad.

—Dijiste que no te gustaba —musitó—, que era una "casucha sin clase propia de muggles".

—Sí, bien… —Draco se aclaró un poco la garganta—… tal vez exageré un poco. Además, he hecho reconstruir las cuadras y ahora hay cinco caballos.

—¿Tenemos… —la voz de Harry sonó como un graznido—… caballos?

Draco sonrió, Harry había dicho "tenemos". Trató de no parecer tan satisfecho de sí mismo como se sentía.

—Creo recordar que eso es lo que querías —respondió—. Tus palabras exactas fueron: "Me gustaría vivir en esa maravillosa casa y tener un par de caballos con los que pudiéramos salir a pasear al atardecer…" Ahora tenemos cinco, ¿qué más quieres?

Harry se quedó unos momentos mirándole, dudando.

—No puedo aceptarlo —dijo después, tendiéndole las llaves a Draco—. Ya no estamos juntos, ¿recuerdas?

Sin inmutarse por el rechazo de Harry, que de todos modos ya esperaba, Draco agitó su varita de nuevo con una enigmática sonrisa en los labios. Un nuevo regalo apareció en su mano y se lo tendió al otro mago.

—Ábrelo —ordenó.

Aturdido, Harry lo hizo. ¿Se había propuesto reconquistarle a base de regalos? Esta vez en el interior de la caja, ésta más grande y alargada, había un pergamino enrollado. Intrigado, Harry lo desenrolló, leyéndolo a continuación. Sus ojos se abrieron como platos.

—¿Un palco en el estadio de los Chudley Cannons?

—Vitalicio —le hizo saber Draco con orgullo—. De tu exclusiva propiedad. No puedo evitar que seas un ferviente seguidor de esa pandilla de perdedores pero, si eso te hace feliz, podrás verlos perder cómodamente desde los acolchados asientos de tu palco.

—Pero… pero… —balbuceó Harry.

—Sí, lo sé —Draco hizo un vago gesto con su mano—. Fingen que están todos ocupados, pero es mentira. Luego te los venden por una fortuna como si te hicieran un gran favor.

—Draco…

—No me lo digas —le interrumpió el rubio con un poco de fastidio—. Tampoco puedes aceptarlo.

Con el pergamino en una mano y las llaves en la otra, Harry lucía verdaderamente apenado.

—¡Muy bien! —exclamó Draco con determinación— ¡A ver si te convenzo con el próximo!

Un tercer paquete fue convocado por Draco desde el cajón del escritorio. El más pequeño de los tres. Vació gentilmente las manos de Harry para que pudiera abrir el tercer y último regalo.

—Antes de que lo abras —advirtió Draco, de pronto, muy serio—, quiero que sepas que aceptar lo que contiene significa aceptar muchas cosas, Harry.

El moreno miró el pequeño paquete que tenía en su mano y después a Draco, nuevamente confundido.

—Sea cual sea la decisión que tomes, podrás quedarte con la casa, los caballos y el palco de los Cannons. Los he comprado solo pensando en ti —Draco guardó un pequeño silencio antes de continuar—. Pero lo que tienes en las manos ha pertenecido a mi familia durante generaciones y si no aceptas, deberás devolvérmelo. Ahora, ábrelo, por favor.

Con dedos nerviosos y un montón de mariposas en el estómago, Harry desenvolvió su último regalo. En el interior de la caja había un anillo. Y no cualquier anillo. Era una de las dos alianzas con las que los Malfoy habían desposado a sus parejas durante siglos. De pronto, Harry necesitaba una silla para evitar la vergüenza de que su culo fuera a dar en el duro suelo de la impresión.

—Draco… —jadeó—… yo…

—Tómate tu tiempo —le atajó Draco rápidamente—. No tienes que responderme ahora.

Harry asintió en silencio, derritiéndose por dentro.

—Pero no quiero ver a ese McLaggen cerca de ti mientras lo consideras.

Esta vez Harry sonrió un poco y volvió a asentir.

—También me gustaría que evitaras salvamentos temerarios, tiendas en llamas o dementores descontrolados.

La sonrisa de Harry se amplió todavía más.

—Es completamente egoísta por tu parte que yo sufra por culpa de tus… heroicidades —afirmó Draco de forma tajante—. Ya que yo he dejado de ser egoísta, tú tampoco deberías serlo.

—Está bien —concedió Harry suavemente.

—Y eso incluye no ser condescendiente con Weasley cuando se mete conmigo.

—De acuerdo, Draco —se odió un poco por ser incapaz de negarle nada en ese momento. Adorable manipulador…

—Porque cuando tengo razón, tengo razón —siguió el rubio inefable, envalentonado con su discurso—. Y me molesta mucho que no te pongas claramente de mi parte.

—Si tienes razón, te apoyaré. Lo prometo.

—Y no estarás aceptando invitaciones para cenar, merendar o desayunar de esa familia cada dos por tres.

—Son mi familia, Draco —trató de defenderse Harry.

—¡Pero yo también lo soy! ¡Quiero que estés conmigo, maldita sea!

Las mariposas desaparecieron abruptamente y en su lugar Harry sintió un grueso nudo en el estómago. Al parecer, no había hecho tan feliz a Draco como él pensaba. Esta vez fue él quien dio un paso adelante, cerrando el espacio que quedaba entre los dos. Apartó el flequillo que con la furiosa declaración de Draco había casi cubierto sus ojos.

—Hoy es mi cumpleaños, ¿verdad? —dijo— Y puedo hacer lo que quiera.

Los ojos grises de Draco se clavaron en él con tanta fuerza que las mariposas volvieron. Deslizó la mano desde el rubio flequillo hasta la encendida mejilla, acariciando con suavidad.

—Lo que quieras… —afirmó Draco con el corazón latiendo a mil por hora.

Harry siguió deslizando su mano por la puntiaguda barbilla de Draco y después bajó hasta su cuello, donde le detuvo el almidonado cuello de la camisa.

—¿Montar a caballo, por ejemplo? —insinuó.

—Montar… —exhaló Draco.

—...a caballo —recalcó Harry con una sonrisa demasiado insinuante como para estar pensando en caballos en ese preciso momento.

—Lo que tú quieras —repitió el rubio, con un desmedido deseo de complacerle.

—¿Todo… lo que yo quiera?

Draco tragó saliva. Harry estaba utilizando ese tono de voz suave y profundo que guardaba para sus momentos íntimos. El moreno se inclinó un poco sobre el rostro de Draco, tomándolo entre sus manos.

—Tal vez… el caballo después… —susurró.

Draco cerró los ojos, saboreando la caricia con esperanza y anhelo entremezclados. Los pulgares de Harry acariciaron sus mejillas y él trató de no parecer tan ansioso como se sentía. Cuando la lengua de su compañero lamió sus labios, tan despacio que más que caricia fue tortura, las manos de Draco buscaron los brazos de su compañero y los asió con fuerza, clavando los dedos a través de la fina túnica que Harry vestía. Quería más, pero se obligó a ser paciente. Dejó que Harry lamiera, mordisqueara y, finalmente, se abriera paso en su boca invadiéndola con el dulce sabor de chocolate mezclado con algún tipo de licor. Recordó entonces que Harry venía de La Madriguera, y su deseo de reclamarle a su lado, solo para él, se hizo más intenso. Sin embargo, se dejó querer y seducir al ritmo que Harry marcaba, antes de responder con la fuerza y las ganas que había fingido no sentir durante aquellos casi tres meses.

—Te deseo, ahora —jadeó Harry, respirando agitado contra la mejilla de su compañero.

Draco se separó un poco para poder verle a los ojos y encontrar la mirada que estaba buscando. Necesitando. Puro y vivo deseo reflejado en las verdes pupilas de Harry. Sin esperar respuesta, Harry se deshizo primero de la túnica de Draco y después de la suya. Sin dejar de besarse, lograron quitarse mutuamente la camisa de Draco, que fue a parar al suelo con algún botón de menos y la informal camiseta que Harry llevaba bajo su túnica.

—Suelo —ordenó Draco, quien a pesar del estado de excitación en el que se encontraba, fue capaz de recordar que la pared estaba llena de estanterías y vitrinas repletas de valiosos objetos.

Obediente, Harry se lo llevó de un empujón al suelo y, una vez allí, volvió a devorar su boca como si no hubiera un mañana, mientras sus caderas empujaban con brío contra las de Draco.

—Pantalones… —ordenó de nuevo el inefable.

Esta vez Harry no perdió el tiempo y sacó su varita del bolsillo trasero de los suyos e hizo desaparecer ambas prendas en un santiamén. Después, se dio unos instantes para contemplar a Draco en toda su gloria.

—Te he echado de menos —musitó, tendiéndose sobre él.

Draco sonrió, cerrando los ojos y dejándose mimar. Entregando su piel a la piel que adoraba la suya. Las manos de Harry recorrieron sus muslos, posesivas e impacientes.

—¿Puedo tenerte? —preguntó con la voz entrecortada por la excitación.

Draco sintió una oleada cálida y emotiva recorrer su cuerpo de la cabeza a los pies. Harry podía ser tan estúpidamente correcto en los momentos más inesperados…

—Es tu cumpleaños… —respondió, abriéndose para él.

Harry echó mano de su varita, que había quedado en el suelo junto a sus pantalones y pronunció el hechizo necesario. Draco se estremeció un poco, esperando ansioso a que Harry se acomodara de nuevo sobre él. Quería que le penetrara pegado a su cuerpo, piel con piel. Deseaba que no dejara de besarle mientras lo hacía y que entrelazara sus dedos con los suyos, de esa forma tan especial con la que sus manos también hacían el amor. Apretándolas, abriéndolas y cerrándolas al ritmo de sus cuerpos, deslizándolas una contra la otra.

Harry empujó despacio, resoplando, mientras Draco contenía la respiración. Tenía el rostro hundido en su cuello, pero Draco sabía cómo se vería cuando lo levantara. Enrojecido, sudoroso y con sus ojos verdes tan brillantes como esmeraldas bajo una luz intensa. Durante unos momentos Harry no se movió. Draco podía sentir su respiración tibia acariciándole la piel. Después, sus manos se deslizaron despacio desde las caderas de Draco hasta sus brazos, alcanzando finalmente sus manos. Las apretó suavemente antes de empezar a moverse.

El único sonido en la Sala, ajeno a los cuerpos que se movían rítmicamente en el suelo, era el de la cristalina poción cayendo cantarina como agua en la fuente. Tal vez hubieran follado en sitios mucho más cómodos, y a pesar de estar clavado en el duro suelo bajo el peso y las embestidas de Harry, en ese momento Draco no hubiera cambiado un solo detalle del escenario en el que se encontraban. Haciendo el amor en la Sala del Amor. Pero, además, tenía a Harry tan entregado como en los momentos más dulces de su relación. Era amor, se dijo. Lo que hacía que, a pesar de todas sus discusiones y peleas, siempre acabaran por volver a estar juntos. Aunque le había dicho a Harry que se tomara su tiempo, lo que en realidad quería Draco era el anillo en su dedo, ya. Sabía que no podía presionarle, pero aún así deseaba que Harry tomara una decisión cuanto antes. El hilo de sus pensamientos se perdió en cuando las embestidas de Harry se hicieron más bruscas y rápidas y su cuerpo presionó el de Draco de forma casi furiosa. El rubio cerró los ojos con fuerza mientras el orgasmo le golpeaba. Harry se aflojó sobre él apenas unos instantes después.

—Quiero que cenes conmigo esta noche —habló Draco, todavía jadeante.

¡Mierda!, pensó al instante de haber pronunciado esa frase. Debería haber dicho "me gustaría que cenaras conmigo". Harry odiaba que le ordenara hacer cosas. Y Merlín sabía lo dado que era él a dar órdenes. No obstante, el moreno no pareció molestarse por la forma en que había estructurado su frase. Harry estaba en el limbo, demasiado a gusto y satisfecho como para darse cuenta.

—Después de la comida de Molly no creo ser capaz de comer nada en lo que resta de día.

—¿Ni siquiera si haces un poco más de ejercicio? —insinuó Draco.

Harry levantó la cabeza del pálido pecho para poder mirarle y sonrió.

—Creo que también tardaré un poco en poder hacer algo más que no sea gandulear sobre ti…

o.o.o.O.o.o.o

Balanceándose suavemente en el columpio de jardín, Harry aspiró con deleite el aire nocturno. Olía a lirios y a hierba húmeda. Aunque la fragancia que predominaba sobre todas era el perfume del rosal trepador que se enroscaba en la pérgola que conformaba el porche de la casa. Draco dormía con la cabeza apoyada en su regazo y las piernas colgando por el brazo del balancín, en una postura que seguramente consideraría muy poco elegante. Los dedos de Harry se deslizaron por el suave pelo rubio, mientras sus ojos se perdían en el espléndido cielo estrellado de la campiña del condado de Hampshire. Un suspiro relajado escapó de los labios de Harry.

Casi dos meses había tardado en ponerse la alianza que ahora lucía en su dedo. Se había tomado su tiempo. Hasta poner a Draco prácticamente al borde del desquicio. Pero el rubio había aguantado el tirón y Harry finalmente se había rendido a su paciencia. De eso hacía ya tres años. Ron había tenido que tragarse una a una las palabras que, encabronado, había pronunciado después de que Harry no apareciera aquella noche en su fiesta de cumpleaños sorpresa. Nunca aprenderás, ¿verdad? le había reprochado cuando Harry les había hecho saber que Draco y él volvían a estar juntos. ¿Juntos? se había burlado después, ¿y por cuánto tiempo esta vez? Un año más tarde, cuando habían celebrado la ceremonia de enlace, la mayoría de sus amigos, Ron incluido, ya habían aceptado que por fin él y Draco habían encontrado el equilibrio en su relación. Blaise Zabini, el mejor amigo de Draco, le había estrechado la mano con vehemencia y le había dicho con una expresión de inmensa gratitud: Gracias, Potter. Muchísimas gracias. Harry nunca entendió a qué había venido tanto agradecimiento.

Draco se removió un poco y levantó un brazo, como si estuviera en la cama y buscara agarrarse a la almohada.

—¿Vamos a dormir, Draco? —susurró, inclinándose sobre él.

El rubio gruñó un poco pero no abrió los ojos. Harry volvió a recostarse en el respaldo del columpio para seguir disfrutando un poco más del plácido momento. Amaba aquella casa que Draco finalmente también había hecho suya, a pesar de que se negara a reconocer cuánto le gustaba. Amaba los paseos a caballo, cepillarlos, alimentarlos, cuidarlos. Amaba la tranquilidad que rodeaba su vida desde que vivían allí, donde cada uno tenía su rincón particular en el que el otro jamás interfería. Hasta amaba las peleas que de vez en cuando se desataban entre ellos —benditas peleas— porque, ¿qué sería de Draco Malfoy y Harry Potter sin unos cuantos gritos de vez en cuando, destilando adrenalina y feromonas a partes iguales? ¡Glorioso sexo de reconciliación! Harry suspiró de nuevo. Estaba pensando en regalarle a Draco un perro para su cumpleaños, que era dentro de una semana. Un setter inglés. Había preguntado en varias tiendas de mascotas y le habían dicho que esta raza era conocida por ser "el caballero entre los caballeros" en el ámbito perruno. Amistoso, tranquilo y de buen talante, además de hermoso. Un perro muy familiar que disfrutaba estando en casa con las personas, adoraba las visitas y era especialmente feliz con los niños. Harry no quería un perro que asustara a los hijos de sus amigos. Hasta tenía un nombre para él: Sly, de Slytherin evidentemente. Claro que en la cuestión del nombre dejaría que Draco tuviera la última palabra. Pero Harry estaba seguro de que Sly le encantaría. Se imaginaba a Draco sentado en su butaca, frente a la chimenea, leyendo uno de esos tomos super secretos que guardaba en su despacho bajo llave (cosas de inefable…) con Sly dormitando tranquilamente a sus pies…

—¡Por Merlín, Harry! O dejas de suspirar sobre mí, o voy a acabar con un resfriado de dos pares de narices.

Draco se incorporó con lentitud, haciendo crujir los huesos de su espalda.

—¿Por qué me dejas dormir aquí? —se quejó.

Harry se encogió de hombros.

—Eres tú que te acurrucas…

—¡Yo no me acurruco! —negó el rubio, poniéndose en pie y estirándose.

—¡Claro que no! —se rió Harry—. En cuanto me siento te falta tiempo para echarte encima de mí…

Draco le envió una mirada acerada.

—Ocho años juntos y parece que no me conozcas… —reprochó dirigiéndose hacia la puerta de entrada de la casa.

—¡Qué no le conozco, dice! —exclamó Harry, siguiéndole—. Y son tres, no ocho.

Draco se detuvo en el umbral de la puerta para mirar a su compañero con aire condescendiente.

—Potter, se supone que uno entra en Hogwarts habiendo aprendido a sumar…

—Y tú sabes que sólo cuento los tres años que hemos vivido juntos aquí —le respondió el moreno en el mismo tono perdonavidas.

—Por tu lamentable flojera mental —ironizó Draco.

Con los brazos en jarras y talante retador Harry preguntó:

—¿Quieres pelea, Draco Malfoy?

Una traviesa sonrisa empezó a asomar a los labios del rubio.

—Prefiero pasar directamente a la reconciliación, si no te importa.

Y diciendo esto, tomó a Harry por la pechera de la camisa y le introdujo en la casa de un tirón, cerrando la puerta tras ellos.

FIN