Disclaimer: Nada de esto es mío, pero eso ya lo saben.

Subversivos

Todd, Neil.
Neil, como la libertad.

No hay nada en el mundo que pueda vaciarse de su furia, abstraerse de su ira y huir retornando al fuego chamuscado en el lodo de una cueva donde un montón de incrédulos se dejaban creer que eran más sujetos y menos objetos dentro de un sistema que no contempla poetas muertos ni transgresiones de la palabra.

En el fondo, la ira incontenible no es más que un antifaz de angustia y decepción, y de esa tragedia que es el desamparo y que, como el frío, repta por sus dedos.

– ¡Cobarde! ¡Eras un maldito cobarde! –grita, exclama, se deshace un poco y cae de rodillas. Desde sus ojos rueda a través de sus mejillas lo tangible de la muerte, y no hay dignidad que valga no llorar por un amigo, por un maestro torturado ante la idealización de la vida, por un cobarde del futuro y un valiente anhelante de la libertad, que sin esperarlo –y eso es lo que a Todd le jode más que la vida, la muerte o la impotencia– fue a por ella como iba a por todo , casi anticipándose a la risa, casi un niño, un poco eterno.
Que nadie ese atreva a decir nunca que Neil no fue artífice de su vida, dueño de su aire, señor de su futuro, amo de su vida. Libre. No de esa manera que ha intentado enseñarle a Todd como si fuera su hermano pequeño, porque Neil no nació para esas libertades, y esas libertades serían para él una insatisfacción tan grande que acabarían los vestigios de anhelo ahondándose en su pecho, azul, frío, una muerte más terrible y dolorosa que la cobardía de morir perdiendo una guerra sin presentar la batalla.
Las libertades de Neil son como un sueño eterno.
Neil, como la libertad, no era un término medio. No se puede ser medio libre o medio amar, no se puede medio ser. No existía entre sus sonrisas (en el repertorio completo) la escala cromática donde una gama interminable de grises son matices porque alguien los exilió de ser colores basándose en un pormenor genético.

¡Sólo debía luchar! Neil tenía la obligación (ética, moral, todas) de luchar, y Todd le hubiera seguido al fin del mundo, convencido de que el Capitán y Neil no eran sólo un saco de transgresiones sin llevar a cabo, eran la comprobación de que palabras e ideas pueden cambiar al mundo.
¡Ni hablar de Charlie! Qué no hubiera dado Charlie por esa mitad de su alma que era Neil cuando tenía la dignidad de ser.

–Mierda, Neil –se restriega los otros porque ya no quedan lágrimas que llorar –Debiste pensar en Charlie–, sí, en Charlie. El roto sin el descosido.

Todo está tan mal, Todd quiere hacérselo saber –porque está convencido de que Neil lo oye– pero casi no vale la pena asumir una derrota semejante. Han perdido el norte, qué más da.

–No te lo perdonaré nunca –dice, y sin embargo ya le está perdonando. Por siempre Neil será la inocencia brillante de sus ojos y una sonrisa de oreja a oreja, como la libertad, que es lo que Neil le ha dejado. A él, justamente, que siempre fue el más temeroso y ahora puede (y debe) jugar a ser el más temerario.
Neil le ha dejado un saco de ideas (y otros tantos de furias, angustias, y tormentas) y con él Todd va a cambiar el mundo.