Disclaimer: los personajes son de J.K. Rowiling


ABRAZOS DE ALCOBA

Primera Parte


El silencio que invadía la sala destinada a las operaciones siempre era un silencio extraño. Tal vez llamarlo silencio no fuera del todo exacto. Se podía escuchar el zumbido de los hechizos de diagnóstico o de curación y el susurro de las voces que los pronunciaban; el ruido metálico de tijeras, separadores, estiletes o bisturíes rasgando la carne cuando ello era necesario. Las palabras que intercambiaban los tres magos eran siempre las mínimas. Las estrictamente necesarias. El resto del tiempo el mutismo entre ellos era denso. Apretado. Como si una palabra de más pudiera suponer la muerte del paciente. Una eternidad más de condena para ellos.

Quizás llamarla condena tampoco fuera exacto. Sin embargo, Theodore Nott, Blaise Zabini y Draco Malfoy, se sentían condenados.

No siempre trabajaban juntos. En la sala había tres mesas de operaciones más, con su equipo correspondiente. Pero el auror que en ese momento estaban "remendando", había sufrido tantos y diversos maleficios que se había hecho necesaria la colaboración de los tres. Pansy estaba ocupada en la Sala de Curas con los heridos menos graves que, una vez sanados, volverían a marcharse inmediatamente para seguir luchando en esa guerra de la que ellos no veían más que las consecuencias.

—Listo —susurró Theodore, la expresión concentrada de su rostro aflojándose por primera vez esa mañana.

Blaise se dirigió con aire cansado hacia la puerta, la abrió y asomó la cabeza.

—¡Greg! —gritó— ¡Mueve tu culo hacia aquí!

Apenas medio minuto después Gregory Goyle irrumpió en la sala con una camilla. Draco levitó con mucho cuidado el cuerpo del dormido auror y lo depositó suavemente sobre ella.

—Dile a Millie que lo de siempre —ordenó—. Dormirá unas cuantas horas. Pero que me llame si hay algún problema.

Un gruñido, a modo de asentimiento, le hizo saber a Draco que su compañero había entendido. El mago entonces también se relajó. Se quitó la bata verde lima, color que detestaba, y la dejó caer descuidadamente sobre la mesa en la que hasta hacía unos minutos había estado su paciente.

—Necesito un cigarrillo —suspiró.

Los tres abandonaron la sala de operaciones para dirigirse al pequeño cuarto de descanso.

—El café está frío —se quejó Blaise— ¡Maldita sea! ¿Es mucho pedir encontrar café caliente después de tres horas intentando hacer sobrevivir a otro jodido auror?

Theodore se acercó a su compañero con resignada paciencia. Le arrebató la jarra de la mano e hizo desaparecer su frío contenido. Después la llenó de agua, que vertió en el depósito de la cafetera, hasta la señal que indicaba 12 tazas. Tiró el filtro usado y colocó uno nuevo, que colmó con seis cucharoncitos de café. A continuación pulsó el interruptor y casi inmediatamente la cafetera eléctrica hizo ese particular ruido, como a cañerías llenas de aire. El primer chorrito de café empezó a gotear dentro de la jarra de cristal a los pocos segundos.

Draco se había dejado caer en uno de los descoloridos sillones, fumando su ansiado cigarrillo, y Theodore lo hizo en el de al lado. Blaise los miró a ambos con el ceño fruncido.

—¿Hasta cuando? —preguntó, gesticulando exageradamente con los brazos, todavía de pie junto a la mesilla del café.

Los otros dos ni le miraron. Tampoco se molestaron en responder. ¿Para qué? A Blaise le gustaba dramatizar. Y conocía la respuesta tan bien como ellos. Finalmente, el joven de piel bruna optó por esperar su café sentado en el sofá de dos plazas de la sala, hojeando una manoseada revista muggle.

—¿Y por qué tenemos que leer esta jodida mierda? —se quejó a los pocos minutos, lanzando la revista sobre la mesilla que contenía el resto de publicaciones, igualmente muggles.

—Me duele la cabeza, Blaise —gruñó Draco—. Cállate, ¿quieres?

Éste rezongó por lo bajo y volvió a coger la misma revista. No tenía ganas de acabar en una discusión con Draco. No podían dejar que la situación alterara la convivencia entre ellos. Observó como el joven de piel pálida y platinado cabello cerraba los ojos, mientras dejaba escapar el humo del cigarrillo entre sus delgados labios. Estaban agotados, eso era todo. Habían tenido dos semanas increíblemente saturadas de trabajo. Apenas habían podido dormir más de dos o tres horas seguidas. Tenían dedos y muñecas entumecidos de tanto movimiento de varita y la boca seca de pronunciar tanto hechizo curativo.

—¿Huelo a café?

El poco agraciado pero sonriente rostro de Millicent Bulstrode asomó por la puerta del cuarto. La cafetera eléctrica dio sus últimos estertores, anunciando que el café estaba listo. Millicent, cuyas espaldas eran mucho más anchas que la de cualquiera de los tres hombres que se encontraban en la sala, se dirigió con alegría hacia la cafetera para servirse un café.

—¿Me pones uno, Millie? —preguntó Draco, arrastrando conscientemente su voz de esa forma perezosa y sensual a la que sabía que ella no podría resistirse.

—Claro, Draco —respondió Millicent inmediatamente.

Blaise frunció el ceño. A pesar de saber que no tenían nada que hacer con él, ni Millie ni Pansy eran capaces de negarle nada a Draco. No obstante su amistad, que se remontaba a su primer año en Hogwarts, Blaise odiaba cuando Draco se aprovechaba de la gente de esa forma. Especialmente porque la gente, siempre parecía dispuesta a cumplir el menor deseo del rubio.

—Aquí tienes, cariño —Millie le entregó su taza a Draco.

—Todos estamos cansados, ¿sabes? —gruñó Blaise, levantándose para conseguir su propio café.

—Envidioso —sonrió Draco sin la menor vergüenza. Después preguntó, dirigiéndose a Millie—: ¿Cómo están los huesos de Diggle?

—Completamente restaurados —respondió ella—. Podéis darle el alta cuando queráis.

—Luego me paso —dijo Draco, dándole después un buen sorbo a su café.

Ella se sentó en el brazo del sillón de Draco y el mueble crujió peligrosamente.

—Hoy hay mucho movimiento —comentó tranquilamente, al parecer, la única a la que el crujido no había preocupado—. Ha llegado un montón de gente y parece que esperan a más esta tarde.

—¿Heridos? —preguntó Blaise, imaginando al sillón deshaciéndose y a Millicent y a Draco espatarrados indecorosamente en el suelo. Estuvo a punto de soltar una risita.

—No. Al menos, los que han llegado hasta ahora. Los de esta tarde, vete tú a saber…

—Son de la Orden —dijo Greg, irrumpiendo en la sala—. Por lo visto les han pillado una casa segura y han tenido que salir zumbando —olió el aire como si fuera un sabueso—. Humm… ¿café?

Draco sonrió. Su aspecto estúpido, al que no ayudaban nada sus brazos de gorila y sus ojos pequeños y hundidos, proporcionaba a Goyle la tapadera ideal para ser el perfecto espía. La gente tendía a considerarle demasiado simple como para tomar las suficientes precauciones a la hora de hablar delante de él. Greg y Millie, cuyo propio físico no tenía nada que envidiarle al del antiguo guardaespaldas de Draco, eran los que mantenían informados al grupo de lo que se cocía en aquella casa.

—Pues como nos pillen ésta, estamos muertos —gruñó Blaise.

—Siempre podemos decir que nos obligaron —dijo Millie.

—Ya —se rió el joven de piel oscura—. Después de tres años, ¿quién iba a creernos?

—No está tan lejos de la realidad… —respondió ella.

—Si descubren esta casa, no preguntarán, Millie —aseguró Draco, desgraciadamente de acuerdo con el comentario de Blaise—. Y en ese caso, sólo nos queda rogar para que pasen directamente al Avada…

Esas últimas palabras extendieron un silencio incómodo por toda la sala.

—Pues a tenor de esta súbita evacuación y del trabajo que hemos tenido durante las dos últimas semanas, no parece que a los de Dumbledore les esté yendo muy bien —habló Theo por primera vez, en tono irónico—. Confiemos en que este lugar sea realmente inmarcable —añadió.

O eso les habían dicho cuando les "encerraron" allí; aunque la palabra empleada había sido "protegido". Y que estaban en una casa segura e inmarcable. De eso hacía ya tres años y desde entonces ninguno de ellos había vuelto a pisar el exterior. No sabían dónde se encontraban. Ni siquiera si seguían en Gran Bretaña, aunque sospechaban que sí. Mucho mejor que Azkaban, seguramente. Pero igualmente sin libertad.

El artífice de la situación en la que ahora se encontraban había sido Severus Snape, su antiguo Profesor de Pociones y Jefe de la Casa Slytherin. También mortífago a las órdenes de Voldemort y espía a las de Dumbledore. Snape había detenido a Draco tan sólo dos días antes de que éste fuera marcado, junto con todos los que ahora se encontraban allí y algunos más que no habían aceptado la "oferta". Según él, para evitar que cometieran el mayor error de sus vidas. Bien, la idea no había sido sólo mérito de Snape, sino también del Director de Hogwarts (quien demasiado a menudo parecía creerse el patrón de las causas perdidas), con el beneplácito del Ministerio.

Draco había accedido después de una larga conversación con Severus, en la que éste le había convencido de que era lo mejor para sus intereses; que no debía cometer los mismos fallos que su padre o el propio Severus. Sus más allegados, a excepción de Vincent Crabbe, le habían seguido. Ni Draco ni los demás sabían qué había sido de los otros Slytherins y con demasiada frecuencia se preguntaban por el destino de Vincent.

—Valoramos profundamente su decisión —les había dicho el propio Dumbledore en una reunión posterior, sus ojillos brillando de satisfacción—. Tal como ya les ha informado el Profesor Snape, vamos a protegerlos. Pero no crean que van a estar ociosos. En la guerra que se avecina toda ayuda será poca.

La respiración de todos se había detenido. ¿Tan rápido había llegado el momento de empezar a arrepentirse de haber optado por unirse al "bando de la luz"?

—Todos ustedes son inteligentes, hábiles y capacitados —les había dicho Dumbledore—. Y vamos a entrenarlos.

Un rumor desasosegado y decepcionado se había extendido rápidamente entre los jóvenes. ¡No iban a luchar contra sus propias familias, por mucho que no las apoyaran! El Director de Hogwarts había levantado sus manos en alto, tratando de calmar al grupo.

—No vamos a pedirles que luchen —les tranquilizó—. Más bien al contrario. Serán entrenados para salvar vidas.

Y así había sido. Durante un año habían aprendido todas y cada una de las disciplinas de la medimagia de la mano del sanador Augustus Pye: virus mágicos, heridas provocadas por criaturas, heridas debidas a artefactos mágicos, envenenamientos provocados por pociones y plantas, daños infringidos por hechizos. Y también algunos métodos de curación muggles, dado el interés que tenía el sanador Pye por este tipo de medicina. Pero sobre todo y ante todo, habían sido adiestrados para resolver cualquier problema derivado de maleficios y magia oscura. Snape había puesto su granito de arena instruyéndoles en la elaboración de pociones muy avanzadas.

El trato que habían recibido a cambio, no había sido exactamente el que habían esperado. Se sentían más prisioneros que integrantes de su nuevo bando.

—¿Gente de la Orden a la que no hay que sanar? —se burló Blaise, buscando un cambio de tema— ¡Eso sí que será una verdadera novedad!

Millicent se levantó del brazo del sillón y éste se tambaleó. Lo que quedaba del café de Draco se derramó encima de sus pantalones.

—¡Millie! —gritó, levantándose a su vez de un salto.

—¡Oh, cuanto lo siento, Draco!

Azorada, ella intentó limpiar la gran mancha que se extendía por la pernera del pantalón de su amigo. Pero él la apartó, tal vez con un poco de brusquedad.

—No importa —masculló el rubio entre dientes, fastidiado por la risitas de Blaise y Theo—. Iré a cambiarme. Luego me pasaré a darle el alta a Diggle.

Abandonó el cuarto de descanso, dejando tras sí las risas de Blaise y Theo y a una desolada Millie a la que Greg trataba de consolar de la mejor manera. Camino de su habitación o mejor dicho, del cuarto común que todos compartían, Draco vio venir a Snape por el corredor, directo hacia él.

—Te estaba buscando —dijo Severus, tomándole del brazo y llevándole hasta el pequeño despacho que tenía en la casa.

—¿Qué sucede, padrino? —preguntó Draco, intrigado.

El mago suspiró pesadamente.

—Puede que ya lo sepas —anticipó—, pero estos días la casa va a estar llena de gente. Y no me refiero a pacientes.

Draco se preguntó por qué Severus parecía tan nervioso. O molesto. O por qué tenía la impresión de que cojeaba.

—¿Estás herido? —preguntó el joven.

Severus suspiró de nuevo. Aunque en esta ocasión fue más bien un bufido. Bien, empezaría por el segundo asunto que le había llevado a la casa-hospital, en lugar del primero.

—Tuve una pequeña diferencia de opiniones con tu padre —confesó finalmente. Draco se enderezó en su asiento, de repente tenso—. No te preocupes, lo mismo de siempre: quería saber dónde estás.

El antiguo Profesor rebuscó en sus bolsillos.

—A pesar de que le he repetido una y mil veces que desconozco tu paradero, me ha dado esto.

Draco tomó el pequeño objeto que su padrino le alargaba. Cuando vio lo que era, no pudo evitar dejar escapar una exclamación de sorpresa.

—¡El sello de la familia!

Severus asintió.

—Me temo que Lucius ya no las tiene todas consigo —gruñó—. También me ha pedido que te transmita un mensaje. Claro que le he dicho que no esperara que pudiera dártelo.

Los ojos grises de Draco se clavaron en su padrino, ansiosos.

—Quiere que sepas que tu madre está a salvo, en lugar seguro, desde hace algunas semanas.

Aquella era una muy buena noticia para Draco.

—También quiere que sepas que a pesar de no haber aprobado tu decisión en un principio, reconoce que ahora se alegra de que la tomaras. Me dijo que vuestro abogado tiene instrucciones que te entregará si él llegara a faltar. Por eso te envía el sello.

Draco bajó la mirada al anillo de su padre, que sostenía en la palma de su mano. Jamás lo había visto fuera del dedo de su progenitor. Muy mal debían andar las cosas para que Lucius hubiera tomado aquella decisión.

—¿Tan mal están las cosas? —preguntó, dando voz a sus pensamientos.

Severus se tomó unos momentos para responder.

—Bueno, ya sabes que la posición de tu padre nunca volvió a ser la misma después de lo del Ministerio. El Señor Oscuro ya no confía en él como antes —el cambio de bando de Draco tampoco había hecho mucho en favor de Lucius, aunque Severus omitió mencionárselo. Apretó el puente de su nariz con cansancio—. Son tiempos difíciles, Draco.

El joven asintió. Sabía que su padrino no iba a contarle más de lo necesario. Sin embargo, no pudo dejar de hacerle notar:

—Por la cantidad de aurores y gente de la Orden que hemos estado atendiendo estas últimas semanas, no parece que sea al Señor Oscuro a quien le estén yendo mal las cosas precisamente…

Severus miró fijamente a su ahijado, como si no supiera qué contestar.

—Ellos también han tenido muchas bajas —dijo finalmente—. La guerra ha recrudecido, Draco. Y ahora es muy importante que todos demos lo máximo de nosotros mismos.

El joven dejó escapar una risa sarcástica.

—Llevamos tres años aquí encerrados, padrino. Perdón, "protegidos" —rectificó con ironía—. Hacinados en una habitación común, como si todavía estuviéramos en Hogwarts, sin ninguna intimidad. Tenemos que hacernos nuestra propia comida y lavar nuestra propia ropa. ¡Ni un maldito elfo para echar una mano! Y relegados a la más absoluta ignorancia, como si nadie se fiara de nosotros —casi gritó con exasperación.

Severus se masajeó el puente de la nariz de nuevo, negando con la cabeza. La pobre Arabella hacía lo que podía. Pero era una squib, al fin y al cabo, y ya tenía una edad. ¡Maldito Dumbledore y sus ideas!

—¿Qué más pretenden que demos de nosotros mismos, padrino? —preguntó Draco con acidez.

—Esta no era exactamente la idea que yo tenía, lo sabes —se Severus—. Pero no puedo hacer nada al respecto. El Ministerio…

—¡Sí, el maldito Ministerio y Dumbledore! —le interrumpió su ahijado, exaltado— ¡Hasta a los presos en Azkaban les sirven la comida! ¡Hay días que trabajamos veinticuatro horas seguidas, padrino! ¡Y hasta para obtener un maldito café tenemos que hacérnoslo en esa maldita cafetera muggle de la sala!

Severus sabía que el joven tenía toda la razón. No era justo que les tuvieran encerrados como a delincuentes, a pesar de que la excusa fuera la de protegerlos, cuando lo que hacían era salvar diariamente la vida a un montón de personas.

—Cálmate, Draco —rogó—. Piensa que cuando todo esto acabe, y con toda la experiencia que habéis adquirido, podréis trabajar en cualquier hospital mágico del mundo. Y lo más importante: nadie podrá achacaros ningún delito. No estáis marcados —le recordó.

—¡Eso si no nos matan antes! —replicó airado el joven—. Dicen las malas lenguas que os han pillado una casa segura… —continuó en tono jocoso.

El otro mago suspiró otra vez como si el aire pesara en sus pulmones.

—Sí, de eso quería hablarte. Además de los habituales, va a haber un montón de gente alojándose aquí hasta que podamos reubicarlos.

La casa-hospital, como era conocida, acogía además un continuo tránsito de personas que la utilizaban como refugio durante una temporada, o sencillamente estaban de paso de una misión a otra.

—Bien, a nosotros eso no nos afecta —dijo Draco, un poco más calmado.

—Me temo que sí —contradijo Severus—. Porque esta tarde llegará un grupo más que esperaba alojarse en la casa descubierta. Han estado luchando en el norte durante bastante tiempo y llegan agotados. Tal vez con alguna baja, todavía no lo sabemos.

Draco se encogió de hombros.

—Pues les curaremos, como a todos. ¿No es para eso por lo que estamos aquí? —cuestionó con amarga ironía.

—No es a eso a lo que me refiero. Si Arabella no ha calculado mal, nos faltarán camas —Severus tomó aire—. Tendremos que ubicar a un par de personas en vuestra habitación.

—¿Qué? —gritó Draco.

—No será por muchos días —aseguró Severus.

—¡Esa squib loca no ha contado bien!

—No grites, Draco.

—Pero qué coño… ¿has visto nuestra habitación?

—Sí, Draco. La he visto.

El joven le dirigió a Severus una mirada entre incrédula y furiosa.

—¡Iros todos a la mierda!

Draco se levantó y abandonó el despacho dando un portazo. Severus buscó la botella de whisky de fuego que tenía escondida en uno de los cajones del escritorio y le dio un buen trago.


A las nueve de la noche estaban todos, a excepción de Theo, en la sala que precedía la habitación donde dormían. Mosqueados y preparados para ofrecer un "buen recibimiento" al par de ilusos que se atrevieran a bajar hasta allí.

La casa donde se encontraban tenía dos pisos y un sótano. Desde el vestíbulo, en la planta baja, se accedía a todas las instalaciones del inmueble. Al entrar, a mano derecha, había unas escaleras por las que se subía al primer y segundo piso. Justo frente a la puerta de entrada, opuesta a ella, estaba la puerta que daba acceso al hospital. A mano izquierda había otra puerta, tras la cual se ocultaban otras escaleras, éstas mucho más estrechas, que descendían hasta el sótano.

En el primer piso había un amplio salón, donde se celebran reuniones a las que el grupo de sanadores jamás había sido invitado, y un par de habitaciones que habían sido reconvertidas en dormitorios, los únicos que contaban con su propio baño. Éstos eran utilizados por los dos miembros de la Orden del Fénix que estaban permanentemente en la casa. Un tercer cuarto, mucho más pequeño que los anteriores, era el claustrofóbico despacho que usaba Snape cuando se dejaba caer por allí.

El piso superior estaba totalmente destinado a dormitorios. Había seis, bastante grandes, con tres o cuatro camas en cada uno. Y un solo baño, al fondo del pasillo, que aunque era amplio, se hacía pequeño cuando todas las habitaciones estaban ocupadas.

El hospital contaba con una Sala de Operaciones con cuatro mesas quirúrgicas y su correspondiente equipo. Una Sala de Curas, con cuatro camillas separadas por cortinas. Una Sala de Pociones, donde se elaboraban las pociones necesarias, y se almacenaban ingredientes, pociones y material sanitario vario. La enfermería, una sala larga y algo estrecha, tenía quince camas. Y al final, separadas también por cortinas, había dos camas más, para pacientes especialmente graves o que necesitaran alguna atención especial. Hacia la mitad de la estancia había una mesa y un sillón donde podía descansar el sanador que le tocara guardia, si es que había algún paciente que necesitara de su presencia. Junto a la Sala de Curas había otra estancia no demasiado grande, reconvertida en Sala de Descanso, con un sofá y cuatro sillones, una mesa llena de revistas viejas, y una especie de aparador con armarios, sobre el que había una cafetera muggle, tazas, platos, cucharillas, un tarro con azúcar, otro con café molido y un tercero lleno de caramelos. Y filtros para la cafetera. Para todos había sido una verdadera aventura aprender a hacer café.

En el sótano estaba la cocina, donde los habituales de la casa y los visitantes ocasionales solían comer. Aunque a veces el grupo de sanadores lo hacía en sus propias habitaciones. Dado que allí no había elfos domésticos, cada uno se hacía su propia comida. Arabella Figg se preocupaba de que la alacena estuviera siempre bien provista y también echaba una mano en la enfermería, ocupándose del cambio de sábanas y limpiar un poco.

La entrada a las habitaciones del grupo de sanadores estaba situada frente a la puerta de la cocina, a la derecha de las escaleras. Todos tenían un poco la sensación de que Dumbledore (porque seguro que había sido él), había tratado de reconstruir su Sala Común de Slytherin. La decoración era muy similar. Tenían un gran chimenea que caldeaba la sala; una mesa para seis, en la que solían cenar todos juntos; dos sofás bastante cómodos y varios butacones, amén de una pared cubierta de estanterías llenas de libros. Y varios juegos de mesa para entretenerse. Al dormitorio se llegaba a través de una puerta situada entre las estanterías de libros. La habitación era demasiado grande para el número de camas que había, que eran seis: cuatro a un lado y dos al otro (¿en qué momento pensó Dumbledore que las chicas dormirían solas?). En el centro del cuarto había una estufa, que cuando el frío acuciaba, parecía que no existía. Al fondo de la habitación, a la derecha, estaba la puerta del baño.

Con el tiempo, la distribución del dormitorio había cambiado. Blaise y Pansy habían reconvertido sus dos camas en una, para poder dormir juntos cómodamente. Un tiempo después, Greg y Millie habían hecho lo mismo con las suyas. Draco y Theo habían declarado estar muy bien solos, cada uno en la suya. Aunque decidieron agrandarlas un poco para no ser menos. Y que la habitación se viera más llena.

A las diez, Pansy hizo té para todos. Si bien era cierto que a regañadientes, a pesar de que era su turno. Pero nadie se sintió lo suficientemente generoso como para echarle una mano. Theo regresó de revisar a los tres únicos pacientes que en ese momento tenían en la enfermería, después de activar el hechizo que le avisaría de cualquier contratiempo. Esa semana le tocaba atender cualquier incidente nocturno.

A las once se oyeron los primeros bostezos. El enojo empezaba a dar paso al sueño. Pero nadie quería rebajarse y subir a preguntar si el grupo que esperaban había llegado o no, y quienes serían sus provisionales compañeros de habitación.

Eran casi las doce cuando todos empezaron a desfilar hacia el dormitorio. Si el grupo llegaba y había que atender a alguien, ya avisarían. Y los dos que no tenían cama, que durmieran donde pudieran.


A la una y media de la mañana se abrió la puerta de la habitación. El primero en entrar fue Snape, que como en una película de terror muggle de serie B, llevaba un candelabro en la mano que iluminaba su rostro de forma fantasmal.

—Entren —ordenó a las dos personas que le seguían—, veré qué cama está libre.

Los recién llegados lo hicieron en silencio, mientras Snape observaba las camas. Todas ellas dobles, vaya usted a saber por qué. Esperaba que los chicos hubieran dejado una libre para los inesperados invitados. Severus dejó escapar un improperio al darse cuenta de que no era así. Bulstrode y Goyle ocupaban una cama; Zabini y Parkinson otra. Pero tanto Nott como su propio ahijado estaban cómodamente instalados cada uno en una de las dos restantes.

—¡Serán idiotas! —renegó el mago, contrariado.

Después se volvió hacia los dos hombres, quienes al parecer tampoco estaban muy contentos ante la situación que se les presentaba.

—Lo arreglaré —dijo, dispuesto a sacar a su ahijado de la cama y meterlo en la de Nott.

—Déjelo, Snape —le detuvo uno de los hombres—. Estoy tan cansado que podría dormir en el suelo —se volvió hacia su compañero—. ¿A ti te importa, Nev?

El aludido negó con la cabeza.

—Lo que quiero es ducharme —susurró—. ¿El baño?

Severus señaló una puerta que quedaba a su derecha.

—Que descansen —les deseo después secamente.

Dejó el candelabro sobre la mesilla que le quedaba más cerca, la de su ahijado, y salió de la habitación rogando para que a la mañana siguiente todo siguiera igual de tranquilo y pacífico.

—Voy primero, si no te importa —dijo el hombre que habría preguntado por el baño.

—Adelante —susurró el otro—. ¡Joder! ¡Qué frío hace aquí! —murmuró después.

Arropado hasta la cabeza, Draco había seguido con curiosidad la escueta conversación entre Snape y los dos recién llegados. Por sus voces, aunque susurrantes, parecían jóvenes. Mejor. No quería compartir su cama con un asqueroso vejestorio. También se había sentido aliviado de que quisieran ducharse antes de acostarse. Si como Severus le había contado, el grupo llevaba semanas luchando en el norte o donde fuera, ello significaba bastante poca higiene. No había más que ver cómo llegaban los heridos a su hospital. Por un momento, deseó haber consentido en compartir cama con Theo. Pero a esas alturas de la noche no creyeron que el anunciado grupo llegara ya. Pensaron que era bastante probable que los hubieran reubicado en algún otro lugar. Y ambos estaban demasiado bien acostumbrados a dormir solos y a sus anchas, aunque les costara calentar las sábanas en una cama demasiado grande para una sola persona.

El primer hombre salió del cuarto de baño a los pocos minutos, y por lo que Draco pudo adivinar, se dirigió a la cama de Theo. Oyó la puerta del baño abrirse de nuevo y supo que el otro hombre había entrado.

—Er… disculpa —susurró la voz del que ya se había duchado.

Draco oyó perfectamente el gruñido de Theo. Ahogó una risita contra la almohada. A Theo le gustaba dormir atravesado en la cama, una de las razones por las que no había querido compartirla con él.

—¿Podrías moverte un poco, por favor? —se oyó de nuevo la tímida voz del recién llegado.

Theo se incorporó de un salto en la cama.

—¿Quién coño eres? —preguntó con voz adormilada

—Er… soy Neville. Neville Longbottom…

¡La puta! masculló Draco, ¡El revienta calderos! Bajó un poco las sábanas de forma que pudiera ver al recién llegado. La cama de Theo estaba junto a la suya. Nott se había sentado y mirara al supuesto Longbottom con una expresión tan estupefacta como la que se le estaba quedando a Draco. ¿Ese era Longbottom? ¡Merlín bendito! La última vez que le había visto todavía no tenía pelo en la cara. Y por lo que podía entrever, el ex Gryffindor llevaba una barba de varios días que le daba un aspecto bastante interesante. Además, era mucho más alto de lo que Draco recordaba. Y delgado. No se apreciaba ni un gramo de grasa en su cuerpo. Bajo la camiseta de manga corta que llevaba se adivinaba un torso esculpido en músculo. Y un trasero bastante sugerente cubierto por unos bóxers inmaculadamente blancos. Vio como Theo se apartaba rápidamente para dejarle sito.

—Vas a helarte —oyó que decía—, entra. Pero no quiero encontrarme con tus pies si los tienes demasiado fríos.

A pesar de la poca luz, Draco estaba por jurar que Longbottom había enrojecido. ¡Pies fríos! se rio Draco para sus adentros. Como Longbottom se descuidara un poco, Theo iba a calentarle los pies, las manos y lo que hiciera falta. ¡Afortunado cabrón! Visto lo visto, a Draco tampoco le hubiera importado tener a Longbottom en su cama. Aquel era uno de esos momentos en que el rubio sanador recordaba lo mal que le sentaba la abstinencia. Se preguntó quién le habría tocado en suerte a él…

Cuando se oyó de nuevo la puerta del baño, Draco dio un respingo. Con las sábanas a la altura de los ojos, observó con curiosidad la figura del hombre que salía. Sus pies descalzos no hacían ningún ruido sobre el suelo de piedra. Como Longbottom, sólo vestía una camiseta de manga corta, ésta oscura, y unos bóxers de similar color. No tuvo tiempo de observarle tan meticulosamente como a su compañero, porque rodeó la cama con rapidez, seguramente acuciado por el frio que reinaba en la habitación. Poco importaba. Tampoco habría sido capaz de reconocer a Longbottom si éste no se hubiera presentado. Así que era poco probable que reconociera al tipo que se estaba metiendo en ese momento en su cama. La luz de los candelabros se apagó y la habitación se quedó a oscuras y en silencio.


Como cada día, el primer despertador sonó a las siete de la mañana. Era el de Theo. Cinco minutos más tarde sonó el de Draco, quien maldijo mentalmente el artilugio muggle. Él y Theo eran los más madrugadores y quienes se encargaban de despertar a los demás. Draco se incorporó y echó un vistazo al otro lado de la cama. El hombre que había llegado de madrugada parecía dormir profundamente, sin haberse enterado de ninguno de los dos despertadores. Longbottom se había removido un poco y entreabierto los ojos, pero había vuelto a quedarse dormido inmediatamente.

—¿Quién es? —susurró Theo, levantándose.

Draco se encogió de hombros. El hombre estaba acurrucado al extremo de la cama y lo único que asomaba era una espesa mata de pelo negro.

—Hey, Greg, siete y diez, mueve el culo —susurró Theo, sacudiendo a su compañero.

—Voy a la ducha —Draco hizo una mueca de desagrado—. Me toca el desayuno.

Theo le siguió después de sacudir a Zabini. Cuando salieron, los demás ya estaban despiertos. Pansy y Millie compartían risitas y confidencias mientras esperaban su turno de ducha.

—¡Así que finalmente llegaron! ¿Quién es? —preguntó Pansy, señalando la cama de Theo.

—Longbottom —respondió éste con una sonrisita—. Irreconocible, ¿verdad?

—¡Joder! —la bruja se cubrió inmediatamente la boca con las manos al darse cuento de lo subido de tono de su exclamación— ¿Estás seguro? —Theo afirmó con la cabeza— Pues a él si que no le habría reconocido.

Draco miró a Pansy con curiosidad, mientras se abrochaba la camisa. ¿A él no? ¿Acaso insinuaba que sí sabía quien dormía en su cama?

—Quién te lo iba a decir, ¿verdad, Draco? —Blaise pasó su brazo por los hombros de su compañero, zarandeándole un poco— Debe ser el karma o algo así.

El tonito burlón de Blaise puso a Draco en alerta. Con su mejor cara de póquer, dirigió una mirada desinteresada hacia su cama. Sólo pelo negro, quizás algo enmarañado. Y en ese momento vio una cosa más. Una que había pasado por alto aquella mañana durante su primer vistazo: las gafas de montura redonda y negra que descansaban sobre la mesilla de noche, junto al candelabro. ¿Potter? se pateó mentalmente. ¿Había dormido con Harry Potter? Draco se deshizo con brusquedad del brazo de Blaise y terminó de abrochar su camisa. Después cogió el mismo jersey que había llevado el día anterior y se lo puso. Cosas de tener que lavarse la ropa él mismo. Salió de la habitación sin decir una palabra para preparar el desayuno.

—¿Qué mosca le ha picado? —preguntó Blaise con aire inocente.


Ninguno de los recién llegados aquella noche presentaba un cuadro médico preocupante. Había moretones, rasguños mal curados que se habían infectado y alguna torcedura que no había sanado adecuadamente. En ese momento los cuatro sanadores se encontraban en la enfermería, en la sala dedicada a diagnósticos y a curas. En una de las camillas Draco tenía sentada a otra de las personas que no había esperado volver a ver. Examinó detenidamente la inflamada línea que el hechizo había dejado en al pantorrilla de su paciente.

—¿Te duele? —preguntó, palpando con cuidado.

Granger arrugó un poco la nariz.

—Más en el centro —respondió.

Draco intentó subir un poco más la pernera del pantalón de la chica, que era muy estrecha, sin mucho éxito.

—¿Podrías quitarte los pantalones, por favor?

—¡Sí, hombre! ¿Qué coño te has creído, hurón?

Draco ignoró al pelirrojo energúmeno que no había hecho más que gruñir desde que había puesto un pie en la enfermería y le enseñaba los dientes desde el momento en que había posado la mano en la pierna de su novia. Le alcanzó una bata a Granger y le indicó el biombo tras el cual podía cambiarse. Weasley le dirigió una mirada amenazante. Merlín, dame paciencia, musitó el rubio para sí mismo.

Granger no tardó en salir enfundada en la bata, que le llegaba hasta un poco más abajo de las rodillas. Draco le pidió que se tumbara boca abajo, de forma que tenía una buena visión de la pantorrilla herida. Weasley se apresuró a tirar de la bata todo lo que pudo.

—Ron… —suspiró Hermione en tono cansino.

—Weasley, sería de gran ayuda que te apartaras —dijo Draco, procurando mantener un tono profesional—. Necesito un poco de espacio.

—Te estoy vigilando —le advirtió el pelirrojo, dando un solo paso atrás.

Draco se mordió la lengua. Se preguntó si habría tenido que hechizar a la comadreja, si la herida de Granger hubiera estado en un lugar más comprometido.

—Ron, ¿por qué no vienes conmigo y dejas a Malfoy trabajar en paz?

Draco se volvió, sorprendido por la inesperada intervención.

—¡Y una mierda! —masculló el pelirrojo en respuesta.

—¡Llévatelo, Harry, por el amor de Dios! —suplicó Hermione.

De reojo, Draco vio como Potter arrastraba a Weasley hasta la puerta de la enfermería, quieras que no. Intercambió una rápida mirada con Theo, que trabajaba en la camilla cercana a la suya. Su compañero, habitualmente serio y circunspecto, apenas podía contener la risa. Un poco mosqueado, Draco devolvió su atención a la pantorrilla de Granger.

—¿Sabes qué hechizo te hirió? —preguntó.

—No —respondió ella—. Solamente que quemaba mucho.

Draco se rascó la barbilla.

—Hay varios que producen ese efecto… —palpó de nuevo la inflamada línea, hasta encontrar el centro del impacto, que era mucho más blando— ¿La cerraste tú? —Granger asintió.

¡Aficionados!

—Pues me temo que voy a tener que volver a abrirla para tratar la infección.

—Haz lo que tengas que hacer —se conformó ella, escondiendo el rostro entre sus brazos—. ¿Me va a doler?

—Un poco —reconoció Draco—. ¿Preparada?

Ella hizo un movimiento afirmativo con la cabeza y Draco procedió. Agradeció que Potter se hubiera llevado a Weasley porque, de seguir allí tentando sus nervios, el corte no habría sido tan preciso. Cuando terminó con la curación y cerró de nuevo la herida, la cubrió con una gasa impregnada de poción cicatrizante.

—Lista —dijo.

Granger levantó la cabeza con expresión sorprendida.

—¿Ya? ¡Pero si apenas me ha dolido!

—¿Y no te alegras? —preguntó Draco en tono jocoso— Ya puedes ponerte los pantalones —indicó a continuación—. No tengamos a Weasley sufriendo por más tiempo.

Le tendió la mano y la ayudó a bajar de la camilla. Ella le sonrió.

—Hemos oído hablar de vosotros —confesó Hermione—. Los que han estado aquí cuentan que sois muy buenos sanadores.

—¿De veras? —dijo Draco con fingido desinterés para ocultar su sorpresa— Sólo procuramos hacer bien nuestro trabajo.

—¿Has terminado, Malfoy? —gruñó Weasley desde la puerta.

Hermione puso los ojos en blanco y le sonrió de nuevo a Draco.

—No se lo tengas en cuenta. Es un poco sobreprotector.

Weasley podía irse a la mierda. Pero Draco se sentía algo desconcertado por la aparente simpatía de Granger.

—Ven a última hora de la tarde y te cambiaré el apósito —se volvió hacía el celoso novio en actitud burlona—. Con tu permiso, Wealsey, claro está.

Una determinada mirada de Granger detuvo al pelirrojo de contestar. Potter, a su lado, parecía estar haciendo grandes esfuerzos para no reírse en las narices de su amigo.

—¿Puedo hacer algo por ti, Potter, además de dejarte dormir en mi cama? —preguntó Draco, imprimiendo a su voz un tono profesional.

Como si acabaran de darle un mazazo, Potter se recolocó las gafas por lo menos un par de veces, sin saber qué hacer o decir.

—Er… no —dijo finalmente—. Pero gracias.

A Draco le pareció que Granger tardaba una eternidad en volver a ponerse los pantalones, fulminado por un enrabietado pelirrojo, mientras que Potter rehuía su mirada cada vez que se encontraba con la suya.

Finalmente los tres amigos abandonaron la enfermería, aunque solamente Granger le sonrió. Una vez más.


—¿Y esa cara de satisfacción? —preguntó Blaise maliciosamente cuando Draco ingresó en las habitaciones privadas del grupo a la hora de cenar.

—¿Sabíais que se habla de nosotros? —les informó el rubio, sin caer en la provocación de su amigo.

—Espero que bien —suspiró Pansy.

—Pues eso parece, si hay que creerle a Granger…

Draco se sentó a la mesa e inmediatamente arrugó la nariz.

—¿Qué se supone que es esto? —preguntó, contemplando la masa informe que contenía su plato.

—¿Quirche de champiñones y queso? —respondió Millie, tímidamente.

Draco hizo de tripas corazón, como el resto de sus compañeros. Todos sabían que Millie daba lo mejor de sí. Lástima que lo mejor de la voluntariosa bruja no estuviera en la cocina…

—Fantástico, Millie. Hacía tiempo que no comíamos una… quirche

Ella le sonrió, agradecida.

—¿Y a qué hora bajarán nuestros huéspedes hoy? —preguntó Pansy, revolviendo en su plato sin ganas.

Ante la falta de respuesta, insistió.

—¿Draco?

Éste se encogió de hombros.

—¿Cómo quieres que lo sepa? Deberías preguntarles a ellos…

A excepción de él y Theo, el resto se miraron con una pequeña sonrisa en los labios. Blaise y Pansy compartían cama y una relación que venía de sus tiempos de escuela. Greg y Millie habían desarrollado su afecto durante los tres años que llevaban allí, por afinidad y necesidad. Draco y Theo eran los únicos homosexuales del grupo y los demás habían esperado que con el tiempo acabaran consolándose el uno al otro. Pero Theo a veces podía ser más raro que un perro verde, con sus singularidades y manías. Y Draco… Draco siempre daba la impresión de que nadie era suficientemente bueno para él. Tal vez la inesperada, y cada vez menos detestada, llegada de Longbottom y Potter pudiera cambiar un poco las cosas.

Tras la cena, todos remolonearon dedicándose a diversas actividades a la espera de Potter y Longbottom. A las nueve Theo abandonó a sus compañeros para realizar su ronda, dejando en suspenso la partida de ajedrez en la que él y Draco se habían enzarzado. Para matar el tiempo, el rubio tomó un libro al azar y fingió que leía. Se sentía algo nervioso. Sin razón, por supuesto. Reconocía que la llegada del grupo de Potter había causado cierta… expectación. Volver a ver viejas caras que nunca habían sido amigables había dado lugar a cierto desasosiego también. Le desconcertaba que Granger se hubiera convertido en Miss Sonrisas o que Longbottom ya no fuera ese chico torpe y bobalicón que hacía explotar calderos. Tampoco ninguno de los demás recién llegados había dado muestras de resentimiento o animadversión hacia ellos. Y Potter había dormido pacíficamente en su cama, a pocos centímetros de él, sin que mediaran hechizos y maldiciones entre ellos. Lo único que seguía sosteniendo la salud mental de Draco en esos momentos, era que Weasley seguía siendo Weasley, y casi estaba dispuesto a dar las gracias a los dioses por ello.

A las nueve y media Theo estaba de vuelta. El único paciente que quedaba en la enfermería era el auror que habían tratado dos días antes y el joven sanador había tardado poco en reconocerle y dejarle durmiendo tranquilamente por el resto de la noche. Casualmente, se había encontrado con los dos ex Gryffindors cuando se dirigían hacia las habitaciones privadas del grupo de sanadores.

Las conversaciones se interrumpieron cuando ambos entraron en la sala y tanto Potter como Longbottom se mostraron bastante incómodos por ello.

—Os importa si… —Potter señaló la puerta del dormitorio y después se rascó la cabeza con un gesto nervioso— Es que mañana nos vamos muy temprano.

—¿Os vais? —preguntó Draco, con demasiada rapidez quizás.

Un inesperado silencio tomó de pronto el salón. A nadie del grupo le pasó desapercibida la encubierta decepción en la pregunta de Draco. Ni la expresión ceñuda en el rostro de Theo. Ese pudiera ser, parecía que finalmente no sería.

—Por un par de días. Quizá tres… —respondió Potter.

Suspiro colectivo. El Elegido y el ex revienta calderos, volverían.

—No hay problema —sonrió Blaise socarronamente—. Como si estuvierais en vuestra casa.

—De todas formas, nosotros solemos acostarnos pronto —aseguró Pansy.

—Yo ya tengo sueño… —corroboró Millie, dándole un codazo a Greg, que estaba a punto de protestar.

Potter y Longbottom se miraron el uno al otro como si sospecharan que aquello fuera una especie de burla.

—No les hagas caso —intervino Theo, tomando a Logbottom gentilmente del brazo—. Te acompaño.

Longbottom enrojeció hasta la raíz del pelo, pero se dejó llevar con bastante alegría. Potter les siguió con una pequeña sonrisa asomando a sus labios. Tras ellos desfiló el resto del grupo.

Continuará...