: ) ¡Hoola! Pues vengo a dejar otro fanfic. Últimamente no sé que me pasa, empiezo un fanfic y dejo sin terminarlo y eso que son historias relativamente de un capítulo y cortas x'Du. Tengo dos fanfics a mitad y uno en mente que me gustaría hacer pero no consigo la "forma"...

Bueno, dejo de liarme =3=. Dejo esta vez un fanfic de una de las pequeñas familias que a veces se alude: "Francis, Arthur, Matthew y Alfred". Es un fanfic AU, es decir, de universo alterno : ) y el protagonista, por lo menos en este capítulo, es Matthew.

Es cortito, pero me quedé con ganas de explicar cosas como la relación y amor que sienten uno por el otro porque aunque la familia se basa en "papas e hijos" no se tiene muy claro aún y me gustaría jugar un poco con los diferentes papeles x'D. Pues eso, quizá haga una segunda parte, no creo que mucho más.


Se desconoce cuando fue el comienzo de aquel extraño juego. Antes de que pudieran percatarse, todos formaban parte de una pequeña familia algo extraña tanto para los demás como para ellos mismos.

Por unas causas y por otras, Francis y Arthur habían decidido en compartir un piso ambos con el cuidado de los pequeños Matthew y Alfred. Sí, como una pareja con sus dos hijos.

Tanto Matthew como Alfred se sentían bien en la casa, así que no impusieron ninguna queja y tan sólo, disfrutaron de la compañía de los dos europeos.

A pesar de que convivían juntos y en general, ambos padres amaban por igual a los americanos, sí era cierto que podían notarse sus preferencias. Por ello mismo, solía vérsele a Arthur jugueteando con Alfred con soldaditos de plomo o contándole cuentos de fantasía y a Francis en la cocina con Matthew enseñándole a hacer pastelitos o probándole preciosos conjuntos en el salón que solían llevar muchos lacitos y volantes.

Pero aunque Matthew pasaba más tiempo con su "padre" –habían decidido que a Arthur lo llamarían mamá y a Francis papá- él amaba por igual a ambos y a veces le apenaba no disfrutar con Arthur tanto tiempo como su hermano mayor.

- Oye…-empezó a decir el pequeño canadiense mientras los dos hermanos jugaban con caballitos de madera que Arthur les había traído para distraerlos en la habitación. Los dos niños vestían con su usual blusa blanquecina con pololos debajo y el lacito rojo en el cuello.- ¿Tú prefieres a mamá antes que a papá?

Lo miró curioso, queriendo saber cuál era la opinión de su hermano y si ambos pensaban lo mismo.

- ¿eh? –se sorprendió el otro desistiendo en intentar encajar la cabeza rota del caballo en su cuerpo.-Bueno… yo estoy más tiempo con mamá, así que, prefiero a mamá.

Le deslumbró con una sonrisa sincera y Matthew hinchó los mofletes preocupado. Se sintió culpable por no sentir lo mismo por Francis, él que tanto le había dado y enseñado.

E intentó no darle más importancia con el transcurso de los años. De lo que no se percataba era de que de forma inconsciente se intentaba acercar más a Arthur, buscando su atención. Pero aunque Arthur le estimaba y le hablaba, quien siempre terminaba en sus brazos era Alfred.

Se preguntaba por qué Alfred y no él. De los dos era el que más alboroto creaba, era desobediente cuando se encaprichaba o deseaba algo, y solía corretear de un lado a otro molestando casi siempre a Arthur. El inglés lo regañaba y solía ser muy frío con él en esas ocasiones, pero al final siempre terminaba abrazándole, jugando a su lado o mimándole. Era como si portarse mal fuera la solución para llamar su atención.

Un día, Alfred se puso a pintar las paredes y como Arthur llegó del trabajo antes de lo esperado, el pequeño se puso nervioso y como solución a su trágico problema correteó hasta él, que le observaba distante y en silencio agarrando el osito de peluche que Francis le había comprado, y le puso el lápiz de colores en la mano. Cuando Arthur llegó hasta la escena del crimen, Alfred se había escondido en una de las habitaciones y él, perplejo y aún sin comprender la situación, miraba su mano recapacitando demasiado tarde de que tenía el arma del culpable.

- ¿Matthew?-le preguntó Arthur asombrado al verlo allí solo y con gesto asustado. No tardó en fijarse en las pintadas de la pared y aún menos en delatarle erróneamente.- ¿¡Matthew, qué has hecho?!

A parte de enojo, había aún asombro en él. Sin duda, era toda una sorpresa que el inocente Mattthew hiciera ese tipo de cosas.

Como no sabía qué hacer ni cómo explicarse, sintiéndose oprimido y asustado, aspiró por la nariz todo lo que pudo y apretando los morros hacia arriba comenzó a desbordar lágrimas a la vez que salía de él un llanto infantil.

- Eh… eh…-se alarmó Arthur alzando las manos en son de paz y acuclillándose en frente de él para estar a su altura.- Eh, Matthew, no llores…-acercó la mano y con los dedos comenzó a frotarle los ojitos para limpiar sus lágrimas. Había una media sonrisa enternecedora por la escena.- No te voy a regañar, tranquilo. No importa. Sólo espero que no lo hagas más.

Como Alfred les espiaba desde la habitación asomando su pequeña cabecita por la esquina, enseguida correteó como una furia hasta ellos y alzando los puños y entrompando los labios, gritó:

- ¡eh! ¡Quién ha rallado las paredes he sido yo, no Matthy! ¡No le abraces a él!

Enseguida la sonrisa tierna de Arthur se esfumó y con el ceño ligeramente fruncido, se despegó del canadiense para mirar a Alfred entrecerrando los ojos.

- ¿Así que has sido tú y encima tienes la cara dura de echarle las culpas a tu hermano?- le dijo con un enojo mayor de lo normal mientras se alzaba y se acercaba a él con desafío.-Esta no te la voy a perdonar fácilmente, pequeño demonio.

Enseguida le agarró de la oreja y se la estiró. Y sin decir más, comenzó a llevarle hasta la habitación, teniendo que inclinarse para no lastimarle del todo con el estirón.

- ¡castigado en la habitación hasta que recapacites todo lo que has hecho, jovencito!-gritaba por el pasillo mientras la mirada llena de asombro del pequeño Matthew les seguía, sosteniendo aún el osito entre sus brazos y el lápiz en una de las manitas.

En ese momento comprendió que Arthur no amaba más a Alfred, su hermano mayor tan sólo buscaba o conseguía la manera perfecta para obtener su atención. Con los puños se limpió las lágrimas y esbozó una pequeña sonrisita tierna, feliz por saber algo así.