Epílogo.

Despertar cada mañana y ver el rostro de Justin a su lado no era algo a lo que podía acostumbrarse. Ya no le agobiaba la idea de tenerlo siempre cerca ni de que vivieran juntos (aquella vez no por obligación sino por puro deseo de ambos).

Tenerlo a su lado era un regalo, una bendición. Brian había tardado en descubrirlo pero cuando se dio cuenta de que quería ser de Justin y que el crío fuera para él… Entonces había sido maravilloso.

—Buenos días —murmuró Justin besándolo con cariño.

Apenas llevaba un mes viviendo con él y aún no lograba acostumbrarse a aquellos besos mañaneros, aquellos que anhelaba cuando Justin pasaba la noche en casa de Daphne para hacer algún trabajo de clase.

—Buenos días, bella durmiente —respondió Brian con una sonrisa, pegándole un juguetón pellizco en el culo—. Levántate o llegarás tarde a clase.

—No quiero ir…

—Yo tampoco quiero ir a currar, pero es lo que toca. Hay que joderse.

—Finjamos estar enfermos —suplicó Justin muy cerca de sus labios y Brian, por un momento, saboreó la idea.

—Uno rapidito para empezar bien el día… luego, a clase.

Justin sonrió satisfecho antes de hundir sus manos en el pelo de Brian y dejar que las horas pasaran mientras conectaban a un nivel fuera de lo normal.

Ted, Emmett y Michael fruncían el ceño cada vez que Brian sonreía en presencia de Justin, porque habían visto sonreír a Brian, claro que sí. Pero no de aquella forma tan cariñosa y sincera.

También fruncían el ceño cada vez que salían al Babylon y rechazaba a todos los tíos que pasaban frente a él alegando su ya tan conocido no me interesa, estoy ocupado. Y el hecho que no lo dijera con resignación sino con una orgullosa sonrisa en el rostro, provocaba una mayor profundización en su fruncimiento de ceño.

Y, por supuesto, cuando Brian pasaba de ir de fiesta para quedarse en casa con su chico, ya fuera una cena romántica o ayudarle con los deberes.

Porque jamás llegaron a imaginar que en el momento en el que Justin se cruzó en la vida de Brian el rubio lograría convertir a su amigo en un ser humano con sentimientos, cálido y enamorado.

Lo que nunca sabrían era que ya no existía ningún dragón custodiando su corazón, ya no habría ninguna barrera que impedía a los demás conocer al verdadero Brian Kinney.

Porque desde aquella noche en la que se dejó domar por el crío… Desde entonces ya no había ni dragón, ni orgullo, ni miedo, ni frialdad.

Desde aquella noche, sólo había Justin.