Aclaración: Naruto no es mío, es de Masashi Kishimoto, si fuera mío Konoha ya tendría corriendo a, por lo menos, tres niños de cabello oscuro con ojos jade; y dos niñas rubias con byakugan. ^^

Advertencias: Universo Alterno.

Hacia Ningún Lugar

Terminó de acomodar todo dentro de su maleta y la cerró muy lentamente; como si, inconscientemente, quisiera echarse atrás en el último momento.

Paseó la vista por su habitación, deleitándose con la misma perspectiva de siempre. Color azul pálido, revestida por una guarda no muy ancha. Una delicada lámpara adornando el techo se alzaba sobre ella, más no le importaba. Ya estaba harta de verla. Una enorme cama en la cual había despertado casi todas las mañanas que llevaba en sus 18 años.

Soltó un suspiro y se cargó el bolso de mano al hombro. ¿Quién iba a decir que terminaría de esa forma? No lograba comprenderlo, ni siquiera un poco. Bueno. En realidad, tampoco comprendía lo que estaba haciendo. El hecho de que sus padres y hermanos despertaran al día siguiente y no la encontraran en su cama durmiendo. Ni en la inmensidad de su casa, ni en el barrio, ni en la ciudad… Pero ya lo había decidido y no se permitiría retractarse de la idea que había nacido en ella pocos días atrás.

Tomó la valija y, silenciosamente, salió de su habitación, despidiéndose con la mirada de todas las cosas que la habían visto crecer a lo largo de su vida.

Se dispuso a bajar al primer piso con los ojos clavados en cada escalón. 37 escalones en total, cada uno cubierto con una alfombra gris, la cual nacía en el primero y terminaba abarcando el suelo del segundo piso.

Al tocar el piso de madera de su sala, arrastró sus zapatillas, la cual hizo un fugaz y agudo ruido. Sonrió de lado. Su madre siempre la había regañado, insistiéndole en que no haga eso, ya que el piso se dañaría y su padre se enojaría mucho.

Y ella como buena niña que era, le había hecho caso. Como siempre…

Abrió la puerta de la entrada y salió a la calurosa noche de verano. Caminó con pasos silenciosos hasta la mitad de la calle y volvió la vista hacia la fachada de su casa.

Tal vez, era por eso que estaba tomando esa decisión.

Tal vez, se había cansado de seguir órdenes, de ser la niña obediente, la que siempre hacía todo bien.

Cerró aun más los dedos alrededor de la maleta que sostenía con su mano derecha y, más motivada que nunca, emprendió viaje hacia el lugar que la llevaría lejos de su vida monótona y aburrida.

La estación de trenes.


Terminó de acomodar todo dentro de su maleta y la cerró muy lentamente; como si, inconscientemente, quisiera echarse atrás en el último momento.

En realidad, no sabía a quien quería engañar diciendo o pensando que lo que iba a hacer no era lo que él quería desde hacía ya mucho tiempo.

¡Era el sueño de todo adolescente!

Viajar, recorrer, conocer lugares y gente nueva, hacer amigos, independizarse. Y, por sobre todo, alejarse de las molestas voces que siempre te decían lo que debías hacer.

A la edad de 18 años, toda persona sueña con alejarse de sus padres. No escuchar sus molestas órdenes, no hacer TODO lo que ellos te digan que hagas. Simplemente, no tenerlos las 24 horas del día detrás de ti, supervisando cada mínima actividad que hagas.

Porque si salías con amigos, debías tener extremo cuidado. Porque si salías a bailar, NO debías emborracharte. Porque si conocías a una mujer, no involucrarte hasta saber que era de fiar. Porque no importaba tener 18 años y haber cumplido la mayoría de edad, para ellos siempre ibas a ser su bebé.

Argh, se le erizaba la piel de solo pensar eso.

Es por eso que, harto de todas las situaciones incomodas que sus padres le habían hecho pasar, había entrañado un plan.

Se iría de casa, disfrutaría u tiempo a solas; y, para cuando volviera, esperaba que sus padres no lo trataran más como si fuera un nene de 8 años.

Eso sí, si es que volvía…

Con mochila, dinero y música sonando bien fuerte en sus auriculares, salió de su pequeña casa y, regalándole una sonrisa sincera, se despidió de ella. Tomó rumbo sur hacia un lugar bastante alejado de su allí. Aunque ese pequeño detalle no le importaba en lo más mínimo. Tenía todo el tiempo del mundo para llegar hasta la estación de trenes.


Miró todos los horarios que se alzaban frente a ella y no se decidió por ninguno. ¿A dónde se supone que iría? ¿Encontraría alguien para sociabilizar? ¿Dónde se quedaría? Tras esos pensamientos, comenzó a arrepentirse de haberse ido de casa.

Pero solo un instante bastó para que sacudiera la cabeza, alejando esas ideas de su mente.

No. Esto era lo que más quería. Ser libre por una vez. Aunque sea, por una mísera vez. Sin tener a nadie que le dijera que todo lo que hacía estaba bien o mal. Ni que la juzgaran por lo que hiciera o no.

Con paso decidido de acercó hasta una ventanilla en donde una señora mayor le sonrió con cortesía.

- Hola, ¿en que puedo ayudarte?

- Q-quisiera un boleto de tren hacia… hacia… - volvió a mirar la cartelera en donde se alzaban los destinos y suspiró sonoramente – un boleto hacia ningún lugar.

La mujer quitó la expresión de cordialidad para sustituirla por una de confusión.

- Disculpa, ¿Cómo dijiste?

- Quiero ir hacia ningún lugar en especial… no lo se, deme un boleto hacia el lugar más alejado de aquí, hasta la última ciudad en donde lleguen sus trenes.

La femenina detrás del vidrio verificó algo en una computadora y, tras pocos segundos, miró a la muchacha.

- Bueno, nuestro destino más lejano es Mendoza. ¿Te interesa la idea? – no necesitó respuesta, los ojos de ella brillaron con ilusión mientras extendía una tarjeta de crédito. Todo estaba más que decidido.


Llegó un poco cansado a la estación. No recordaba que ésta se encontrara tan lejos de su casa. Sabia que había una brecha considerable de kilómetros, ¡pero no tanto así!

En fin, paseó la vista por el lugar. Se encontraba bastante deshabitado. Considerando que era martes y casi madrugada, no esperaba que muchas personas se presentaran para viajar.

Se acercó a una ventanilla siendo atendido por una mujer de edad avanzada. Con una enorme sonrisa de cortesía pintada en su rostro.

- Buenas noches, ¿en que puedo ayudarte? – preguntó ella amablemente.

- ¡Hola! Ehh… la verdad, no tengo muy seguro a donde ir, solo se que quiero a algún lado muy lejos de aquí… - expresó el muchacho, con sus ojos azules brillando con emoción.

La señora se sorprendió enormemente. Desvió la vista del chico y enfocó con sus ojos azules, a la tímida muchacha que antes le había dicho lo mismo, la cual estaba sentada en una de las bancas, esperando pacientemente que pasaran los cinco minutos que la separaban de la llegada de su tren.

Hizo que sus ojos volvieran hacia el individuo que tenía frente y rió, perspicaz.

- Así que ¿no quieres ir a hacia ningún lugar en especial?

- Exacto. ¿Qué me recomienda?

- Bueno, nuestro destino más lejano es la ciudad de Mendoza… ¿Te interesa la idea?

Y antes de que pueda seguir preguntando algún otro lugar, el adolescente sonrió asintiendo, al tiempo que sacaba su billetera de su pantalón.

Tras entregarle su ticket observó con ilusión como el chico iba y se sentaba al lado de la tímida muchacha que había atendido antes. Cada uno metido en su propia mente. Aunque no por mucho tiempo.

"Pasajeros del tren de las 2.00am con destino a Mendoza, por favor, presentarse en el anden tres a la brevedad. Muchas gracias."

Ambos se levantaron al mismo tiempo y, con sorpresa, enfocaron su vista en el otro.

La mujer mayor los miraba desde la ventanilla, apoyada sobre sus manos, sonriendo con ilusión.

Ese viaje iba a ser más que interesante para esos dos. Oh, sí, estaba segura de eso.


00.58 antes de ir al boliche. Con mis amigas negras durmiendo, yo tenia que hacer algo, no?

Espero que les gustee (:

Reviews?

Hikari x Takeru.