Hola a todos/as, los que habéis seguido "Perdidos" y a los que no, os recomiendo que os lo leáis primero. Como avise, ya me tenéis aquí de nuevo… y por petición popular con esta pequeña secuela del fic… Aprovecho de nuevo para daros las gracias a todos los que seguisteis "Perdidos" y que semana tras semana me animabais con vuestros comentarios, crucios y demás. Este fic está dedicado a vosotros por ser tan geniales. Y en especial a mis mortifagas (ellas saben quiénes son, por ser tan geniales y las mejores amigas que una puede tener), a mi VampiLolita a la que quiero un montón, a Mi hermana maligna Amia Snape y a mi gemela benigna June Magic

Si después de todas los apuros que les hice pasar a nuestro Sev y nuestra Herms en una isla desierta, creíais que ya lo habíais visto todo, estáis muy equivocados…

La vida diaria de una pareja que empieza puede dar mucho juego… si no que se lo digan a Severus… lo maravilloso era llevar una relación cuando se estaba perdido y lo jodido que puede ser volver a la vida real y mas cuando la panda de tarados que te rodean a ti a sobre todo a tu pareja no entienden el significado de la palabra "Intimidad"…

Empezando juntos.

La tenue luz de la mañana comenzaba filtrarse a través de las cortinas del bungalow. El arrullo de las olas al abatir suavemente contra los pilares de la construcción, y que los primeros días de su estancia en aquel lugar habían sido continuo motivo de sus protestas y su mala leche, ejercían ahora un efecto soporífero en él.

Se removió perezosamente debajo de aquellas finas sábanas de seda del color de la vainilla, como el aroma que inundaba el aire de aquella isla. Todo en aquel jodido lugar, le había parecido demasiado tranquilo, demasiado idílico, demasiado… incómodo… para alguien tan acostumbrado a la frialdad y la oscuridad de su vida… Aquello le había parecido tremendamente incomodo… insufrible. Como la mujer que se acurrucaba en ese momento contra su pecho. Porque eso era ella ante todo, una insufrible sabelotodo. Y al igual que ella, ese lugar tenía algo que una vez te acostumbrabas, hacia que jamás quisieras dejarlo.

Pero por desgracia aquellas vacaciones habían llegado a su final, ese día tendrían que volver a la asquerosa realidad. A Londres, a los chismorreos que sabían estaba moviendo esa cucaracha asquerosa de Skeeter, a un incierto porvenir, al jodido entorno de la Gryffindor, a su mundo, con un montón de problemas que los aguardaban como un tiburón a su presa. Pero al menos ahora había una diferencia en su vida… ya no estaría solo… la tenía a ella, como había dicho ese viejo loco. "Para lo bueno y lo malo".

Miró de reojo y con una medio sonrisa a la joven que dormitaba junto a él. La sabana apenas cubría su ahora bronceada piel, sus largos rizos castaños se esparcían sobre la cama como un manto suave, tomó uno de sus sedosos rizos con cuidado de no despertarla, y comenzó a juguetear con él entre sus finos dedos. Adoraba ese pelo, suave, sedoso, indómito, como una telaraña que le tenía atrapado sin remedio. Verla dormir, ese era uno de sus placeres recién descubiertos… Tras todo lo que había visto en sus años como mortífago, y posteriormente en su etapa como espía, el insomnio, sus noches habían sido una tortura de pesadillas e insomnio. Ese era el principal motivo por el que en Hogwarts siempre alargaba sus rondas por los pasillos hasta la madrugada y se levantaba al amanecer. Ahora después de tantos años su presencia había ahuyentado las pesadillas, y aunque su seguía manteniendo la costumbre de despertar al amanecer, ella resultaba un delicioso aliciente para permanecer en la cama, solo para disfrutar de su calidez, el sedoso tacto de su piel desnuda, el delicioso aroma de sus cabellos…

Pese a las tres semanas que llevaban juntos, aún le costaba creerse lo que le había ocurrido… que después de cómo había sido su asquerosa existencia, cuando lo mínimo que podía esperar de la vida era un avada por la espalda o como mucho dedicarse a atemorizar descerebrados por los pasillos del maldito colegio, la tuviera a ella.

Sonrió con suficiencia… ciertamente había sido y era un maldito cabronazo…. Pero ahora era un cabronazo con suerte. Y pensar que todo había sido por un sueño. ¡Un jodido sueño! De no ser por ello, él estaría con total seguridad, tirado en su apestoso sillón de la calle de la Hilandera, y más probablemente castigando su hígado con alguna botella de su reserva especial de whisky… o con lo primero que hubiera encontrado.

Y en lugar de eso estaba allí, en aquella isla de la Polinesia Francesa, simplemente tumbado en aquella cama, y con ella durmiendo a su lado… y aún no podía creerse que fuera suya… enteramente.

Aquellas últimas semanas habían sido simplemente increíbles y maravillosas, dedicándose únicamente a disfrutar el uno del otro y de la naturaleza de aquel lugar aún por descubrir, de la más absoluta paz y tranquilidad, nada que ver con su agitada existencia. La perspectiva de plantearse una vida en común en aquel refugio perdido era demasiado tentadora, tal vez podrían mandarlo todo a la mierda y establecerse allí, construyendo una nueva vida lejos de todo. Pero los sueños se acababan y la realidad era otra, tenían que volver a la vida real, a las responsabilidades y problemas que habían dejado colgados, tras el año en coma y su posterior escapada.

Suspiró de nuevo mirando como el fino dosel de la cama se agitaba con la suave brisa del mar. Parecía mentira, veinte años enfrentando a la muerte y riéndose en la cara del Señor Tenebroso, encajando crucios como si tal cosa, y ahora por primera vez en su vida tenía miedo. Terror de no poder de aguantar el jodido entorno de su pareja, de no ser capaz de cumplir las expectativas que ella pudiera tener sobre él, a cagarla de nuevo… porque al fin y al cabo seguía siendo un jodido murciélago bastardo, y no iba a dejar de serlo. Pero este jodido bastardo tenía derecho a ser feliz, por primera vez en su vida.

Miró de nuevo a la que, pesara a quien pesara, ya era su mujer, y luego su vista viajo hasta la foto que estaba apoyada sobre un florero, en la mesita de noche. El único testimonio, junto a las alianzas de platino que lucían en sus manos, de aquella boda improvisada, celebrada a penas dos días antes… Aun no se explicaba cómo había sido capaz de proponérselo, así de sopetón, y más sin estar bebido. Y mucho menos entendía cómo fue posible que ella aceptara, sin ni siquiera pensarlo un momento.

Todo había sido rápido e improvisado. El Gran Chaman de la isla, un brujo que parecía la versión isleña de Dumbledore, sólo que pasado de kilos, con el rostro y el cuerpo cubiertos de tatuajes rituales y que se pasaba el día colocado con unas hierbas raras que ni la Trelawney, se había ofrecido con entusiasmo a oficiar el matrimonio mágico por el rito mahorí.

Hizo una mueca de desagrado al recordar las amenazas que tuvo que proferir, después de que varias jóvenes del personal del hotel se la llevaran para "prepararla", y aquellos jodidos montones de músculos tatuados trataran de hacerle disfrazarse como un maldito jefe tribal. No era ya suficientemente humillante que en esa mierda de clima no pudiera llevar sus túnicas y su capa negra, y que le tocara conformarse con vestir solo su pantalón negro y camisa verde botella, para que encima trataran de encoscarle esa asquerosa guirnalda de florecillas blancas, no se pondría una de esas coronas de hojas, y mucho menos uno de esos sayos, encima siendo de color rojo… antes moriría que ponerse esa cosa. Y su retahíla de maldiciones y amenazas tuvieron que resultar muy, muy convincentes cuando el par de gorilas tragaron saliva a coro y desistieron de sus intentos.

Y así, conteniéndose de lanzarle un crucio a más de uno, le habían escoltado ante aquel altar de piedra, a los pies de un volcán, en medio de una vegetación exuberante, donde ya les aguardaba aquel viejo panzón emitiendo unos sonidos que mas que cánticos parecían aullidos de hiena y que le ponía aun más de los nervios. Miraba nervioso a los pocos testigos que esperaban a la novia, Alan y Cathlyn una pareja de magos americanos que tenían un exitoso negocio de pociones, y con los que habían trabado amistad durante su estancia, algunos miembros del personal del hotel, por supuesto, el musculitos del guía, el mismo a quien tuvo que hacer grandes esfuerzos por no maldecir de todas las formas posibles por la manera en que continuaba mirándole el culo a su sabelotodo, que resultó llamarse Hiti Hiti, "Manda huevos el nombrecito", y que se ofreció como reportero fotográfico de "evento".

Pero los nervios y la mala leche se le pasaron de golpe cuando la vio llegar, parecía una princesa indígena, la larga y sedosa cabellera castaña suelta, adornada con una corona de hibiscos rojos, que acentuaban más el delicioso rubor de sus mejillas. Ataviada con un simple pareo blanco, anudado sobre el pecho que le llegaba por debajo de las rodillas y varias guirnaldas de flores colgadas del cuello, ungida con aceites perfumados de Monoi.

Y así se quedo toda la jodida ceremonia, mirándola embelesado como un completo imbécil. Se limitaba a contestar todas las preguntas del Gran Chaman de manera automática, mientras ella le sonreía dulcemente. Fue mágico, perfecto, lejos de todo lo que hubiera supuesto una ceremonia convencional en Londres. Excepto por… ÉL.

Dio un gruñido y frunció el entrecejo, mirándose a sí mismo en aquella foto animada, como no podía evitar torcer el gesto alzando la ceja izquierda, mientras su ya esposa lo miraba de reojo con gesto socarrón, sosteniendo a esa asquerosa bestiezuela entre sus brazos. ¡Claro que era normal que tuviera esa cara en esa jodida foto! ¿Quién no lo estaría si tuviera que soportar a ese puto cerdo hasta en el día de su boda? No pudo evitar soltar una sonora maldición cuando al pedir los anillos, lo vio aparecer correteando hacia ellos y con esa cestita tan hortera en la boca. Pase que ella se había encariñado con ese jodido bichejo, pero llegar a hacerse la foto de bodas con él, eso ya era pasarse.

Lo último que le faltaba era que su pareja llevaba días emperrada en llevarse a ese asqueroso cerdo de regreso a Londres. "Ni lo sueñes." Le espetaba una y otra vez, siempre que ella lo sugería como quien no quiere la cosa, a lo cual la chica se cruzaba de brazos y arrugaba su naricilla. No dudaba que ella lo hacía solo para molestarle… porque sabía mejor que nadie que no pensaba tolerar a ese bicho cerca de él. Ya había tenido suficiente con aguantarlo en su sueño, y con todos los días que llevaba merodeando por el bungalow en busca de las caricias y las golosinas que le prodigaba la Gryffindor. Había momentos, cuando miraba al jodido animalejo, en los que no podía evitar pensar en si sería una reencarnación del viejo alcahuete… Siempre entrometiéndose en su vida… Dio un respingo…. Desde luego, y conociendo a Dumbledore, nada le extrañaría.

Aún con gesto de disgusto apartó la mirada de la foto para volver a posarla sobre su compañera, encontrándose con unos ojos melados que lo observaban llenos de dulzura.

-Hola. - Susurró la joven aun adormilada.

-Hola. - Contestó él con un gruñido.

-¿Recordando la boda? - Preguntó de nuevo mientras se estiraba perezosamente, Snape se encogió de hombros. - ¿Arrepentido quizás?

Severus rodó los ojos con fastidio. ¿Cómo podía estar arrepentido? Ella sonrió con socarronería.

-Sólo me preguntaba… como fui capaz de aguantar toda la ceremonia sin maldecir a ese jodido montón de músculos. - Gruñó refiriéndose al maldito guía. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro de Hermione, ese era su murciélago, celoso como el que más. - Ese condenado niñato me ha puesto de los nervios todas las jodidas vacaciones…

Ella lo miró alzando una ceja al más puro estilo Snape.

-¿Mas que Piggy? - Preguntó con cierto tono burlón, él frunció el ceño e hizo una mueca torcida.

-Ese mierdecilla ha pasado las tres puñeteras semanas mirándote como si fueras un pastel de crema que quisiera devorar.

Ella rió con malicia mientras se incorporaba ligeramente apoyándose en un codo para inclinarse sobre él, la fina sabana resbaló por su cuerpo desvelando sus turgentes senos. Snape los miró con una sonrisa maliciosa.

-Pues este "Pastel"… - Susurró acariciando con un dedo el fino vello del pecho de su compañero, siguiendo la fina línea hasta su abdomen. - …Es oficialmente propiedad exclusiva del señor Severus Snape. - Depositó un suave beso en el puente de su prominente nariz.

-Mmmmm - Ronroneó el ex mortifago. - Esa ha sido una afirmación afortunada, señora Snape. - Ronroneó él atrayéndola más hacia su cuerpo, deslizando una mano por sus caderas. Ella sonrió con picardía.

-Aun me resulta extraño… - Susurró, él alzó una ceja con gesto escéptico. - Todo lo que nos ha ocurrido. Voy a extrañar esta paz… esta falta de preocupaciones. - Suspiró con gesto melancólico. Él soltó aire con aburrimiento.

-Sí… al menos aquí no tenemos importunando a esa manada de patanes que llamas amigos…- Ella lo miró alzando una ceja. - No sé si es peor eso… o ese condenado animal que nos persigue. - Ella frunció el ceño. – Pero supongo que les sorprenderán los… cambios. - Ella suspiró.

-Pues tendrás que acostumbrarte…- Rió la joven. - Ginny me pidió que nos alojáramos en Grimmauld Place hasta después de la boda. – Snape rodó los ojos con fastidio. Adiós a su vida de paz y tranquilidad, con esa pandilla de zopencos cerca la intimidad con su mujer sería misión imposible. – Ella lo miró con gesto de reproche. – No pongas esa cara, eres tu el que dice que tu casa no está en condiciones de ir a vivir allí. ¡Eres un exagerado!

-Más bien me quedo corto. – Gruñó el profesor casi para sí y con una mueca de disgusto. Si había un calificativo que resultaba apropiado para su vieja y apestosa casa de la calle de la Hilandera, este era "Zona de guerra"… Aunque tendrían que acabar afrontándolo, ahora le pesaba haber sido tan descuidado con esa casa, solo había sido su refugio en los cortos periodos en los que no residía en Hogwarts… y como en toda casa de soltero la suciedad y el desorden llegaban a su máxima expresión. A veces ni él comprendía como alguien tan pulcro en su aseo personal, sus pociones y sus libros, pudiera ser tan dejado en lo referente a las tareas domésticas. Pero en fin… nadie era perfecto, ni siquiera él. Aunque le pesara tener que aguantar a los Weasley en pleno, sabía que lo más inteligente seria retrasarle el trauma a su joven esposa… al menos unos días.

-No sé si alguno de los chicos sufrirá un colapso cuando lo sepa…- Murmuró Hermione pensando en sus amigos y cambiando oportunamente de tema de tema.

-Bueno… - Rezongó con gesto socarrón. – Si el que lo sufriera fuese ese Zanahorio, tampoco sería una… grave pérdida. - Ella se incorporó ligeramente y lo miró indignada, él sonrió con sarcasmo. - Siempre he dicho que se debería usar algún tipo de método de control de plagas con esos Weasley… - Los ojos castaños de Hermione se abrieron desmesuradamente. - … Y si además tenemos en cuenta que ese es… el más… "prescindible" de la "especie"…

Hermione bufó, se sentó de golpe y tomando un almohadón se lo estampó bruscamente en la cara, mientras su marido se limitaba a cerrar los ojos con una sonrisa satisfecha.

-¡Jodido murciélago! - Espetó la chica haciendo mal disimulados esfuerzos para contener la risa. Snape sopló apartándose el pelo de la cara. -No cambiarás nunca.

Con velocidad felina, el ex profesor se incorporó bruscamente, y tomándola de las muñecas la tumbó de espaldas sobre la cama, inmovilizándola con el peso de su cuerpo.

-Por supuesto que no… Sabelotodo. - Siseó en su oído, con su tono sedoso. Ella rió traviesa. – A ti te gusto así.

-¡Murciélago! - Jadeó de nuevo. Era consciente del calor de sus mejillas, de la respiración agitada de ambos, se mordió los labios en un gesto provocativo. Snape alzó una ceja y emitió un leve gruñido antes de que su boca ansiosa se apoderara de la suave piel de su cuello. ¿Podía haber una mejor manera de comenzar el día? Y más cuando su pequeña escapada llegaba a su fin. Ella suspiró y se onduló bajo su cuerpo en una clara declaración de intenciones.

-¿A qué hora está programado el traslador? - Gruñó Severus mientras lamía su oído y una de sus manos soltaba una muñeca de ella para apoderarse de otros lugares "más interesantes" de su anatomía. Ella ronroneó como una gatita mientras se presionaba más contra la creciente erección que palpitaba contra su muslo.

-A medio…- Jadeó mientras él se posicionaba entre sus piernas. - … día.

- Mmmmmm. Aún hay tiempo. – Gruñó antes de devorar sus sonrosados labios con avidez.

Mientras el sonido de los susurros, jadeos y gemidos llenaba aquella tranquila habitación, una pequeña sombra se deslizaba furtivamente entre el equipaje a medio hacer de la joven señora Snape…