CAPÍTULO 197

EL PASO DEL TIEMPO

Picos de Europa. Julio de 2017

-… Y que sepas, mamá, que no me gusta nada, nada y que me lo paso fatal.

Para rematar tan contundente declaración, la benjamina de la familia Fernández de Lama cruzó los brazos con ganas y miró con fijeza a su madre. Ceci, por su parte, no dio ninguna muestra de inmutarse. Total, era la misma cantinela de todos los años. Y es que su hija menor, desde el Minuto Uno a contar desde el momento en que tuvo conciencia de que le llegaría el turno de acudir a campamentos mágicos, había expresado con mucha vehemencia su total desacuerdo. Y ni siquiera haber compartido estancia en las dos ediciones anteriores con sus hermanas mayores (el primer año con las dos y el segundo con Mencía) le había hecho cambiar, siquiera una pizca, su opinión. No esperaba Ceci que las cosas cambiaran cuando, a pesar de las múltiples parientes femeninas en distintos grados que pululaban por allí meneando sus varitas, agitando sus calderos y revoloteando sus escobas, la única referencia fraternal era Beto.

- Debe ser, Ceci…- Fue Alberto, su marido, el que metió baza para romper el duelo de miradas madre-hija.- … que tengo parientes mágicos y no lo sabía.- Alberto remató la frase lanzando una mirada elocuente a su hija, la cual había mutado su expresión de determinación por otra de curiosidad.

- Debe ser…- Corroboró la madre. No tenía idea de por dónde iban los tiros, pero a aquellas alturas de la película, confiaba plenamente en Alberto y, desde luego, no pensaba apartarse de su estrategia, fuera la que fuera.

- Lo digo porque…- El padre se inclinó un poco para hacer más elocuente la escena.-… siempre nos llegan unos informes que no se ajustan a lo que dice Cristina. "Una niña muy participativa y colaboradora, que se implica en todas las actividades…" - citó poniendo cierto tonillo exagerado, como si estuviera leyendo con mucho aspaviento un texto imaginario…- son cosas que no se ajustan para nada con lo que dice nuestra princesita bebé.

- … que ya no tiene nada de bebé.- Aclaró Ceci.

- Es una niña grande aunque todavía no es mayor. Pero sigue siendo mi princesita número tres.

- No obstante, tienes toda la razón. Debe haber otra niña que se llama exactamente igual que la nuestra.- Ceci, que ya entendía perfectamente por dónde iba la cosa, decidió apoyar activamente la estrategia.

- Porque no se explica de otro modo.- Asintió Alberto.- Deben estar mandando a los padres de esa otra niña, que por cierto debe ser un encanto, los informes de la nuestra.

- Y a nosotros, los de la otra.- Corroboró Ceci.

En ese instante, Cristina entrecerró los ojos y los miró alternativamente, primero a su madre, luego a su padre.

-Mami… papi… ¡Estáis bromeando!

-No, qué va.- Negó Alberto conteniendo una risilla.- No hay otra explicación posible. Deberíamos empezar a preguntar por esa otra "Cristina Fernández de Lama". ¡Fíjate, Ceci, qué casualidad! ¡Yo que pensaba que en mi familia éramos todos tan mágicos como un tarugo de madera!

-¡Papá!- Cristina protestó y su padre se echó a reír a carcajadas. Ceci, como siempre más contenida, se limitó a sonreír de medio lado.

- Si es que papá tiene razón.- Añadió cuando Alberto dejó de carcajearse.- Me montas unos pollos tremendos siempre y luego resulta que aquí me dicen que te lo pasas bien.

Cristina iba a protestar, pero llegó Marta, su amiga brujilla del alma, y acabó optando por irse a jugar con ella a los columpios mientras Ceci y Alberto departían un rato con los otros padres.

El tiempo pasaba rápido. Aquella mañana, mientras se arreglaban para ir a visitar Picos, Ceci había rememorado la primera vez que dejaron allí a Isabel. Su primogénita ya tenía diecinueve años, estudiaba Sanación combinada con Medicina y en esos momentos dormía a pierna suelta encima de la cama. Lo mismo que hacía su segundogénita de dieciocho años y estudiante de ingeniería mágica: dormir a pierna suelta. Ella misma, que tenía cuarenta y dos años, se sintió de repente un poco mayor. Y eso que, en términos brujiles, era poco mas que una mozuela, como habría dicho la tía Celia, una extravagante pariente de su abuela. Miro a Alberto, que por entonces andaba peinándose en el baño, deparó en las canas que entreveraban sus rizos y cayó en la cuenta de que llevaban juntos más de media vida.

-¡Mamá! ¡Papá!

Por si no tenía bastante con la benjamina, ahora aparecía el único varón del clan, seguido de su inseparable amigo Gabi, que llevaba mitones y se cubría la cabeza con la capucha de la camiseta mientras lanzaba miradas que debían pretender parecer cool a las niñas. Alberto se levantó antes que ella y saludó a los chicos con palmaditas en la espalda. Su hijo estaba flaco y larguirucho, y de seguir a ese ritmo acabaría el verano un poquito más alto que su padre.

-¿Me has traído lo que te pedí?- Inquirió Beto un poco expectante.

- Al menos, dale antes un beso a tu madre.- Corrigió Alberto la impaciencia adolescente. Beto no se hizo de rogar mientras Gabi lo miraba un pelín azorado. El amigo del alma, para algunas cosas, pasaba por una etapa más rebeldona que su hijo. Y es que en el fondo, el inquieto Beto, recordaba un tanto al tío Jaime en la edad del pavo. Sincronías del Universo, que fue pensar en él y verlo aparecer entre la maraña de progenitores, acompañado de su mujer y de los dos mayores, aunque tuvo que dejar el saludo hasta que se hubieron llegado hasta ellos y sentado alrededor de la mesa de terraza, en vista de la impaciencia de Beto por recoger la bolsa que, mágicamente reducida, llevaba ella en su bolso.

-¡Ceci!

Los chicos se despidieron y las que hicieron acto de presencia fueron Almudena y Lucía, cuyos hijos mayores ya andaban también de acampada mágica.

-¿Qué has hecho con Stefano?- Preguntó Ceci a su hermana, una vez tanto ella como su prima hubieron saludado a los presentes y sentado a su lado.

-Lo he dejado charlando con Fer. Andaba recuperándose de la Aparición. El truco ese de los chicles que te dijo tu amiga la diseñadora le alivia mucho, pero algo zumbado siempre se queda, el pobre…

Almudena se refería a Teresa Saavedra, una famosa diseñadora bruja casada con un Juez Oidor.

- ¿Los niños?

- Como los tuyos y los de casi todo el mundo. Cada cual por su lado y completamente ajenos a los padres.- Contestó Almudena con una carcajada.

- Cuando éramos pequeños nos encantaba que llegara el fin de semana…- Comentó con cierta melancolía.

- Ayudaba que el segundo fin de semana venía la abuela Sara cargada de regalos…- Observó Lucía. – Un poco como mi madre. Andaba por ahí, con mis hijos revoloteando…mira, por ahí viene Amparo…

Ceci dejó escapar un imperceptible suspiro mientras su prima agitaba la mano para llamar la atención de su otra prima, que pareció aliviada de ver caras conocidas entre tanto marasmo.

Al poco tiempo, no menos de diez miembros de su familia ampliada estaban sentados en corrillo, en torno a tres mesas de terraza (dos de las cuales había hecho aparecer el tío Jaime). Y era previsible que aún se sumaran algunos más.

Ceci se vio fuera de la conversación a múltiples bandas, como si estuviera en otro plano, observando. Sentía un regusto agridulce al saborear la mezcla de recuerdos con la constatación palpable del presente, y por primera vez, aquellos Campamentos que vivió a los dieciséis, estrenándose de novia de Alberto, se le antojaron muy lejanos. Sus primas, su hermana y ella misma, ya no eran aquellas adolescentes despreocupadas y repletas de expectativas vitales, ni estaba su abuela como piedra angular y aglutinante del clan. Y ya puestos a echar de menos, sus dos hijas mayores ya campaban por sus fueros. En esas estaba, batallando contra la melancolía, cuando sintió una mano suave, y por qué no decirlo, que emanaba mucha magia, posarse en su hombro.

- Los Vilamaior tienden a agruparse…- Exclamó con jovialidad la propietaria de la mano.

- Ya sabes…- Tomó la palabra Jaime.-… es como lo de la cabra, que tira p'al monte.

- ¡Hombre! Eso de compararnos con cabras…- Reprendió la voz.- Y dejadme sitio, que voy a conjurar una silla.

Se hizo hueco de inmediato y la tía Amaia se sentó entre Ceci y Almudena.

- Creo que voy a hacer como Almudena.- Tía Amaia continuó hablando.- conjurarme un buen sombrero y unas gafas de sol. Llevo por lo menos dos horas saludando gente…

- A ti te conoce todo el mundo.- Observó Lucía.- Como a Ceci, que cada dos por tres alguien pasa saludando…

- Oh, no compares.- Objetó la aludida.- A tu madre la aprecian. A mí me saludan por mi cargo.

- Bueno, supongo que alguno también te apreciará.- Replicó Lucía con una carcajada.

- Claro que si.- Intervino Jaime.- Y en cualquier caso, nosotros te apreciamos, Ceci.

- Muy amable. No esperaba menos del clan.

- Faltaría más.

Ceci agradeció que la conversación marchara enseguida por otros derroteros, porque no sentía el más mínimo deseo de protagonizar. Aunque percibió que la mínima interrupción que había supuesto la incorporación de la tía Amaia había producido un sutil cambio en su estado de ánimo. En esos momentos, la hermana mayor de su madre comentaba animosa que al próximo verano tendrían allí a Alicia, y aquella observación le dio otro empujoncito a su alicaído ánimo. Pasaba el tiempo, había renovación de individuos pero un sustrato permanecía. Eran, como había dicho su tía, "los Vilamaior". El poso de magia antiquísima y unos pocos valores imperecederos, que se mantendría de generación en generación.