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RETO: Un mes con ItaDei. Día, 03/4.


Si pudiera, lo haría
por ddeıSmıle


Si él tuviera poderes, ya lo habría hecho desaparecer.

Entonces su vida se volvería color arcilla.

Es decir, perfectamente suculenta.

Y sí, esa es exactamente la palabra que usaría, porque sin él en el camino, Deidara no tendría tantos problemas. Las discusiones por nimiedades en la mañana serían cosa del pasado; los platos por lavar al mediodía disminuirían; los postres de la merienda serían solo suyos; la cena pasaría en silencio y, para su regocijo, la noche vendría sin dolores de ciertas partes de su cuerpo.

Es más, no necesariamente tenía que desaparecer por completo. El asunto podía manejarse como en las historietas, donde coexisten universos paralelos con diferentes realidades. En una de un millón, podría Itachi existir.

Deidara estaba dispuesto a algo tan extremo como un hada madrina para que le hiciera el favor. A fin de cuentas, cumplía todos los principales requisitos: era mayor de edad, rubio, guapo y miserable. Las vaginas y títulos de realeza estaban sobrevalorados, ¿cierto?

De cualquier forma, fantasear con poderes, realidades alternas o historias sacadas de una película de Disney, no resolverían su problema, y explotarlo tampoco era una opción, el pelinegro era demasiado astuto como para caer con algo tan predecible. Sí, la vida era jodidamente injusta.

Así que, irremediablemente, Deidara tendría que acostumbrarse a todas esas cosas que tanto odiaba de él.

Como su manía de despertarlo al colarse entre sus piernas y descansar la mejilla sobre su pecho, solo para terminar en una lucha de lenguas y caricias torpes, interrumpidas por el frenético vaivén. Se quejaría y patalearía toda la mañana, incapaz de soportar la vergüenza que le causaba la sensibilidad en su cuerpo con la que despertaba y que el moreno siempre aprovechaba. Itachi sabría callarlo con su lengua, empotrándolo contra el refrigerador.

También los almuerzos compartidos que lo hacían sentir como parte de la familia que jamás tuvo. Renegaría sobre la limpieza de los platos, pero terminaría por cumplir, aún con el estómago satisfecho por el almuerzo que Itachi se habría esmerado en preparar para los dos. Estaba llegando al punto en el que también disfrutaba en demasía de los dangos, incluso si se quejaba por repetir el mismo plato casi todos los días. Variar el menú era uno de los tantos puntos en discusión.

Seguiría refunfuñando al darse cuenta que Itachi comía siempre la mitad de su merienda, sin embargo, en defensa del Uchiha, era Deidara quien interrumpía lo que fuera que estuviese haciendo para sentarse sobre su regazo y alimentarlo como niño pequeño. Jamás lo admitiría, claro está, por lo que prefería marcharse con la misma prisa con la que llegaba, anunciando que no volvería a compartirle ninguno de sus postres.

La cena carecería del silencio que tanto añoraba, incluso si el parloteo sin fin viniera más de sus labios que de los ajenos, pero, realmente, ¿quién se fijaba en esos detalles?, y para la hora de dormir, caería de nuevo ante los besos en su cuello, las manos ávidas que lo desvestían, las promesas susurradas, las caricias, besos, jadeos y gemidos, el placer torrencial que lo llevaba a caer exhausto solo para buscar refugio en el pecho del moreno.

Si él tuviera poderes, ya lo habría hecho desaparecer, porque aquella felicidad, y la posibilidad de perderla algún día, lo aterraba.


/malvados viscos

actualizado: 16/05/2020