Cooperación Mágica Internacional, o cómo educar a niños mágicos.
Capítulo 1
Dramatis Personae:
- Hermione Granger-Weasley. Directora del Departamento de Cooperación Mágica Internacional y empeñada en ampliar horizontes mágicos.
- Madame Olympe Maxime: Directora de la Écôle de Beauxbateaux. Alguien grande en el campo de la educación.
- Prof. Minerva McGonegall: Directora del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Sucesora del Gran Dumbledore.
- Sra. Maria Joao Pinto: Ministra de la Federación Mágica de España y Portugal. Una señora competente, pero de maneras un tanto bruscas.
- Cecilia Pizarro: Una de sus funcionarias más capaces.
- Alberto Fdez. de Lama: El muy adorado y también muy muggle marido de Cecilia.
- Isabel, Mencía, Alberto y Cristina: los cuatro muy adorados y también muy mágicos pequeños tesoritos de Alberto y Cecilia.
Londres, febrero de 2010. Ministerio de Magia.
- Cooperación mágica internacional-. La bruja insistía una y otra vez. Madame Maxime, mujer cuya paciencia era inversamente proporcional a su tamaño, ya empezaba a pensar que era el momento de levantarse y marcharse. De hecho, aferró el asa de su bolsito mientras Minerva McGonegall, por su parte, sopesaba que si tuviera uno igual no necesitaría un baúl de viaje para desplazamientos de larga duración.
A Madame Maxime la habían hecho trasladarse hasta Londres desde su bonita escuela de Magia próxima a la Côte D'Azur con la vaga insinuación de reconsiderar la recuperación del Torneo de los Tres Magos. Una trampa, porque en su lugar se había encontrado con una encerrona preparada por aquella bruja, esa tal Granger-Weasley. Una chica demasiado joven, demasiado entusiasta, demasiado ignorante. Porque había que ser tremendamente ignorante para insistir en modificar el torneo hasta dejarlo irreconocible. Para empezar, estaba empeñada en persuadir a aquellos locos…
- Africa commence à les Pyrinees!-. Había exclamado airada Madame Maxime cuando escuchó la propuesta por primera vez. Minerva McGonegall le dirigió entonces una mirada entre reprobatoria y asentidora. Reprobatoria porque ella no lo habría dicho así, con tanta vehemencia. Pero asentidora porque estaba totalmente de acuerdo en que con aquella sociedad mágica era difícil llegar a algo.
- Como ya le he explicado, Durmstrang ha comunicado que, de momento, se retira de cualquier nueva edición del Torneo. Así que, si queremos reinstaurarlo necesitamos un tercer participante.
- Mais, Qui? – Soltó la señorona con su vozarrón-. Tienen millieurs d'écoles!
- Creo que pasan exámenes oficiales puestos por el Ministerio-. Intervino Minerva.
- Por eso es necesario reunirse con su Ministerio. Si finalmente acceden a tomar parte, resolverán cómo presentar sus candidatos-. Terció Granger.
- Pego sigo sin entendeg qué quiegue de mi…
- Quiero pedirle que viaje a Madrid, a una reunión preliminar. Y que intente convencerlos para que vengan al Congreso sobre Educación Mágica Anglo Americana, a título de invitados observadores. Este congreso tendrá lugar el próximo mes. Es una labor muy importante, Madame Maxime. Algo para lo que se necesita un negociador de gran…- Granger hizo una pausa para respirar hondo y dirigir una mirada significativa a Minerva McGonegall -. Calibre.
Madrid, febrero de 2010. Ministerio de Magia de la Federación Mágica de España y Portugal.
- La Ministra quiere verla. ¿Podría subir ahora?
- Estoy ahí en cinco minutos.
La Directora de Tributación Muggle mantuvo el teléfono en la oreja un segundo hasta que escuchó el clic revelador de que la secretaria de la Ministra había colgado. Entonces se tocó con la mano izquierda el lóbulo de la oreja, respiró hondo y se levantó de la mesa. El expediente que tenía sobre la mesa debería esperar.
Cecilia Pizarro, Letrada del Ministerio de Magia, se preguntaba para qué la querría la Ministra en su despacho así, sin avisar previamente, de manera tan perentoria. ¿Es que iba a cesarla? Cecilia sopesó que aquello tenía poco fundamento, y decidió que, puesto que no ganaba nada elucubrando, lo mejor era comprobar que estaba presentable. Hizo aparecer un espejo de mano y se retocó el maquillaje antes de enfilar el pasillo, camino del despacho de la máxima autoridad mágica de su país.
- Quiero pedirle que asista a una serie de reuniones internacionales. Usted tiene sobrada experiencia internacional, conocimiento de idiomas y habilidades negociadoras-. Dijo la Señora Pinto sin mover ni un músculo de su imperturbable faz.
Cecilia tampoco se permitió ni el más leve gesto de nada. Si, ella había trabajado en el área internacional hasta que su prole se hizo lo suficientemente numerosa como para preferir estar cerca de casa el mayor tiempo posible, por lo que pudiera pasar. Si, Cecilia también hablaba con fluidez varias lenguas, entre ellas el inglés. Y si, Cecilia era una negociadora terrible. De hecho, cierto Acuerdo Internacional con Sudáfrica se conocía en el argot jurídico internacional como El Compromiso del Piano, porque ella se mantuvo tan firme en la posición española que, hacia las cuatro de la mañana, los sudafricanos acabaron claudicando y firmando en el lobby del hotel en el que se reunían los términos exactos que ella defendía. Fue un alivio para aquellos exhaustos funcionarios rubricar el documento sobre lo primero que tuvieron a mano: un piano de cola, y marcharse ¡por fin! a dormir.
- Interpreto su silencio como una respuesta afirmativa-. Dijo la Ministra.
¿Y qué quiere que conteste? Pensó Cecilia. Si no me ha dejado opción…
- La secretaria del Departamento de Relaciones Internacionales le facilitará la documentación. La primera reunión es mañana a las diez. Y ahora, si me disculpa…- Y con su brusquedad habitual, la señora Pinto se levantó del sillón dando por terminada la reunión.
Cecilia encaró las escaleras que la llevarían a Relaciones Internacionales mirando el reloj con horror. Tenía menos de un día para prepararse la primera de una serie de reuniones sobre… ¿Sobre qué? La Ministra no había considerado oportuno informarla del asunto. Empezó a considerar que tal vez no fuera mala idea comprarse un Tarot. No es que tuviera muchas dotes de adivina, pero quizás podría serle de utilidad para anticipar estos encargos. O mejor, una bola de cristal para poner de pisapapeles sobre la mesa…
Madrid, domicilio particular de los Fernández de Lama - Pizarro.
¡BLAAM!
- ¡Imbécil!
- ¡Idiota!
- ¡Papáaaaaa!
Alberto se levantó como un resorte de su mesa de trabajo y salió disparado hacia el lugar de procedencia de los ruidos y gritos, que no era otro que el cuarto de su único hijo varón. Tardó en llegar aproximadamente dos segundos, durante los cuales fue capaz de imaginarse todo tipo de accidentes infantiles domésticos, tanto mágicos como no mágicos. Y de preguntarse dónde estaba la benjamina, de casi dos añitos de edad. Y hasta de temer que le hubiera pasado algo. Al fin y al cabo, seguía siendo su bebé…
- ¿Qué está pasando aquí? -. Dijo al abrir la puerta de la habitación mientras comprobaba con la mirada que estaban los cuatro allí y que parecían enteros.
- ¡Este niño! -. Bramó Isabel, la mayor. Y Alberto al mirarla a los ojos, que eran idénticos a los de Cecilia, sintió un escalofrío-. ¡Que ha perdido el cuaderno de Conocimiento del Medio!
Alberto padre parpadeó intentando entender. ¿Qué tenía que ver un cuaderno de segundo de Educación Primaria con el malhumor de una adolescente de doce y con el desorden que reinaba en aquella habitación? ¡Si parecía que había pasado un terremoto!
- ¡Ha sido todo culpa suya! -. Protestó Mencía. La segunda de sus hijas señalaba con dedo acusador a su hermano mientras su otra mano aferraba firmemente una varita.
- ¡Mentira! ¡Fuiste tu la que invocó el hechizo! -. Contestó el niño poniéndose colorado de furia.
- Pero ¿Se puede saber qué ha pasado? ¿Qué es todo este desorden? -. El padre intentó imbuir algo de calma y de cordura en su embravecida prole -. ¿Isabel? ¿Me quieres explicar? -. Esa era una de sus tácticas: empezar pidiendo explicaciones por edades.
- Que estaba haciendo el tonto con el dichoso cuadernito y lo ha colado por aquí-. La niña indicó con el dedo el hueco entre la cama y la pared. El niño dormía en una cama nido pegada a la pared, cuya parte superior hacía de sofá. Alberto padre había colocado una tabla en horizontal entre la cama y la pared, para que hiciera de mesilla, y había atornillado cuidadosamente el mueble al muro. Al parecer había quedado una holgura suficiente para que se colaran papeles. O un cuaderno del cole.
- ¿Y qué mas, Mencía?
- Pues que no podía recuperarlo ni sacando la cama de debajo. Así que nos ha llamado todo nervioso.
- ¿Ha sido así, Alberto? -. El niño, muy quieto y muy tieso en el centro del desorden, miraba con sus ojos también grises a su padre. Alberto respiró hondo. Su hijo, por fuera, era una copia varonil en pequeño de Cecilia.
- Yo… yo no creí que el libro de Mates sería capaz de derrotarlo y tirarlo por el foso del castillo…
Alberto padre intentó contener la sorpresa. Sin duda, su hijo tenía imaginación.
- ¿El foso?
- Aquí-. Esta vez fue la pequeñita, que permanecía callada y desapercibida. Seguramente, la niña consideró que era su turno.-. "Quento Beto ahiiii!"
Estaba clarísimo. Pensó Alberto padre. Su hijo había estado trasteando con dos libros del colegio y uno había ido a parar al hueco entre la pared y la cama.
- Bien. Entonces ¿Cómo ha llegado esta habitación a esta situación de zona catastrófica? -. Esta vez, Alberto padre dejó que sus hijos decidieran quién se erigía en portavoz. Tras un nanosegundo silencioso, Isabel y Mencía empezaron a hablar a la vez y casi a gritos.
- ¡De una en una!
Isabel, haciendo alarde de su primogenitura, dirigió una mirada suficiente a Mencía y empezó a contar.
- No podíamos sacarlo, así que Mencía decidió intentar un Accio…
- ¡Pero no sirve de nada! -. Interrumpió la aludida.- ¡El hueco es demasiado pequeño, y el libro se abre y tropieza con el borde!
- Y entonces Alberto ha decidido ayudar. Ha sacado su varita y… no sabemos qué ha hecho, pero nos han caído encima las baldas de peluches, y todos esos libros…-. Isabel hizo un círculo con la mano recorriendo todo el desorden.
Alberto padre respiró hondo antes de dar una orden.
- ¡A recoger! ¡Quiero esta habitación en perfecto estado de revista para cuando llegue vuestra madre!
- ¡Pero necesito el cuaderno para mañana!
Alberto volvió a respirar hondo.
- Muy bien. Voy a recuperarlo. Pero tu mientras te ocuparás de que Cristina no me incordie.
Y con esas se marchó en pos de unas herramientas. Cuando regresó, los niños le miraban sorprendidos.
- ¿Qué os pasa, que no estáis recogiendo?
- Estooo….. ¿papá? -. La mayor se aventuró a preguntar.
- ¿Qué?
- Que no lo hemos sacado ni con magia…
- ¿Y?
- Pues… pues… ¿Tú crees que vas a conseguirlo sin mamá?
Alberto dedicó a la niña una mirada desafiante. Su orgullo de muggle había sido herido. ¡Por su propia hija! Como si fuera una espada, desenvainó destornillador.
- ¡Yo tengo esto! ¡Y lo se utilizar! ¡A recoger inmediatamente!
Al cabo de veinte minutos, justo cuando Cecilia entraba por la puerta de la calle cargada con varios archivadores, un sudoroso Alberto volvía a colocar en su sitio el último tornillo. El cuaderno de Conocimiento del Medio estaba en la cartera del colegio muggle del niño y los peluches y los libros de regreso en sus baldas.
- ¿Qué hacéis aquí, todos reunidos? -. Preguntó Cecilia desde la puerta. Alberto la miró y le dedicó una sonrisa mientras la pequeñita gritaba "holaaaa mamáaaaa!
- Acabo de dar una lección a estos niños.
- ¡Ah! ¿Si? ¿Cuál?
- Que te cuenten ellos.
Cecilia dedicó una mirada interrogadora a sus cuatro vástagos.
- Que la magia no lo arregla todo… - Murmuró Isabel-. ¿Me puedo marchar a mi cuarto?
Cecilia ahora dirigió su mirada interrogadora a su marido, que asintió con la cabeza. Entonces se hizo a un lado y la dejó pasar. Mencía también aprovechó la ocasión y la siguió a toda velocidad.
- Y no vuelvas a colar cuadernos por el hueco de la cama-. Añadió Alberto mientras apuntaba con el dedo a su hijo.
- ¡Qué tarde has venido! Y pareces cansada -. Dijo a continuación a su mujer. Cecilia tenía en brazos a la pequeña y le estaba haciendo carantoñas.
- Me ha caído un muerto a última hora.
- ¿Qué clase de muerto?
- Uno educativo.
- ¿Educativo?
- Relativo a la educación de los niños y niñas mágicos…
- ¡Qué crueldad tienen los de tu Ministerio! ¡Si de eso ya tienes de sobra en casa!
- Eso mismo pienso yo.
Cecilia depositó a Cristina en el suelo y se dirigió a la habitación del matrimonio seguida por la niña y por su marido.
- Me han encasquetado participar mañana en una reunión con representantes franceses e ingleses, para no se qué de intercambios educativos.
- ¿Así? ¿De un día para otro?
- Exactamente. Me han colocado todo esto-. Cecilia señaló la pila de archivadores que había dejado sobre la cama-. Y se creen que me los puedo leer esta noche para no estar a por uvas-. Dijo mientras se quitaba los zapatos y los colocaba dentro del armario.
- ¿No te has quejado?
- He despotricado muchísimo con Nieves, la secretaria de Internacional. Pero no he podido quejarme. El muerto me lo ha colocado la mismísima Ministra-. Ahora Cecilia se había quitado el traje y, en ropa interior, procedía a colgarlo cuidadosamente de una percha.
- Como dirían tus hijas… ¡qué morro!-. Comentó Alberto mientras la obsequiaba con una mirada pícara.
- Pues si. Pero no estoy dispuesta a no dormir para leerme ese rollo. Lo miraré por encima y lo que se pueda, es lo que se ha podido-. Añadió ella mientras se enfundaba en unos vaqueros viejos y una camiseta de propaganda de los Murciélagos de Valencia que alguien, pensando que Alberto podría aficionarse al quidditch, le había regalado una vez.
- Peor, mucho peor…
- ¿Qué dices? -. Desconcertada, Cecilia se le quedó mirando con las zapatillas en la mano.
- Nada… me refería a tu atuendo.
- ¿Mi atuendo? De andar por casa… ¿No pretenderás que haga de esposa y madre de familia con la ropa de la oficina puesta?
- No. Sobre todo lo primero.
- ¡Ah! ¡Ya veo por dónde vas…!
- Cecilia, verte cambiar de atuendo es siempre una experiencia gratificante.
- Te recuerdo que tienes a una niña asida a la pernera del pantalón.
- Ya lo se. ¿A qué mas cosas no estás dispuesta a renunciar por el éxito de esa reunión? Porque has mencionado dormir, pero…
- No tientes la suerte, mi amor.
Pero Cecilia lo dijo con una sonrisa dulce y con un beso en la mejilla de su marido.