Llegamos por fin al final de la primera etapa de este viaje por la historia secreta de Severus Snape. Infinitas gracias a todos los que me habéis acompañado hasta aquí, os conozca o no. Si queréis seguir conmigo, nos veremos pronto (muy pronto, a la vuelta de Semana Santa) en la segunda parte.

Gracias, particularmente, a Sayuri Hasekura, Sely Cat, lisbeth snape, Patty-Sly, Feanwen, LilaSnape e Ivi Uotani Snape. Porque me han ido acompañando con sus comentarios capítulo a capítulo. Porque sin su apoyo no habría llegado hasta aquí, sin duda. Por estupendas. Por todo. Este capítulo va especialmente por vosotras.

PD: se me olvidaba decir que no soy doña Rowling ni poseo nada de lo que es suyo. Y, por esta vez, cedo la sinopsis del capítulo al gran Peter Gabriel, cuya canción "Come, talk to me" hace que sobren las demás palabras.


Capítulo XVI:

I can imagine the moment
Breaking out through the silence
All the things that we both might say
And the heart it will not be denied
'Til we're both on the same damn side
All the barriers blown away

I said please talk to me
Won't you please come talk to me
Just like it used to be
Come on, come talk to me
I did not come to steal
This all is so unreal
Can you show me how you feel now
Come on, come talk to me
Come talk to me, come talk to me

CAPÍTULO XVI: UN PRIMER ALTO EN EL CAMINO

El pecho del niño subía y bajaba con una cadencia plácida, su sueño al fin profundo y tranquilo después de horas debatiéndose entre terribles pesadillas. Con su pelo húmedo apartado de la frente era imposible no reparar en la cicatriz, que se veía hinchada y roja como si se la hubieran hecho el día anterior y no hacía casi once años.

Dumbledore se preguntó si esas pesadillas lo dejararían tranquilo algún día y odió reconocer que era poco probable. Las pesadillas, sin embargo, eran el menor mal del que lamentarse. Podrían haberlo perdido. Habían estado a punto de perderlo porque él, firme en su idea de no poner a Quirrell sobre aviso de sus sospechas, había arriesgado demasiado.

Habían estado a punto de perder a Maeve, que yacía unas cuantas camas más allá, también dormida, también rota.

Había sobreestimado su capacidad de controlarlo todo y aquéllas eran las terribles consecuencias de su error, otro más que sumar a una larga lista.

-¿Ya está tranquilo?

Severus estaba de pie, no muy lejos de él, mirando ceñuda y fijamente a través de una de las ventanas como si el cielo estrellado tuviese la respuesta a todas sus inquietudes y se negara a dársela. No se había movido de ahí en toda la noche.

-Según Poppy aún tardará muchas horas en recuperar del todo el conocimiento, pero se va a poner bien -dijo Dumbledore en voz baja, acercándose al otro mago- Es un muchacho fuerte, aunque no lo parezca.

-¿Qué le vas a contar? -preguntó Severus.

A base de años de práctica Severus podía convertir su rostro en una página en blanco, en la faz sin alma de una estatua. Pero a Dumbledore no podía engañarlo. Severus estaba física y moralmente exhausto. Y el director se dijo, amargamente, que eso también era culpa suya.

-Lo que pueda. Me temo que hay demasiadas cosas que todavía es muy joven para entender. Pero otras...

-¿Como por ejemplo? -le retó Severus con ironía

-Como por ejemplo que no sólo no querías matarlo como le dijo a Hagrid sino que lo has estado protegiendo a tu manera -replicó Dumbledore.

-¿Y te parece que ésa es una información relevante para el mocoso? -se mofó Severus.

-Me lo parece, sí. ¿Por qué? ¿Acaso te disgusta que se sepa que no eres un completo monstruo?

Severus respondió con una sonrisa sarcástica a la pregunta divertida y bondadosa de su superior.

-¿Importa algo lo que a mí me guste o deje de gustar? Porque eso sería una novedad que no sé si mi intelecto es capaz de encajar esta noche.

Dumbledore no contestó. No quería discutir con Severus. No después de lo que había ocurrido en la cámara de la Piedra.

-¿Estás bien? -le preguntó.

Severus se encogió de hombros.

-No es la primera vez que mato a una persona. Lo sabes tan bien como yo.

Sí, hijo. Lo sé tan bien como tú. Y sé, mejor que tú, lo mucho que te afectaba. Lo sé mejor que tú porque me dejaste leer en tu mente hace años y al hacerlo visité remordimientos que tú mismo ignorabas que tuvieras, empeñado como estabas en confinarlos a las cavernas e ignorarlos. Sé mejor que tú la clase de hombre que eres, Severus.

-Tecnicamente -observó Dumbledore después de carraspear- Quirrell ya estaba muerto cuando lo alcanzó tu maldición. No habría sobrevivido a las quemaduras que se causó al tocar a Harry. Así que no podemos decir que lo hayas matado.

Severus soltó un breve y cínico amago de risa.

-Le lancé esa maldición con intención de matarle. Y no trates de fingir que crees que fue por el hijo de Lily y mi sentido del deber y toda esa mierda. Me dejé cegar por la ira. Sólo pensé en... -calló y apretó los labios, demasiado turbado aún como para poder verbalizar lo que Dumbledore sabía que le atormentaba- Ni siquiera recordé que el Señor Tenebroso estaba con Quirrell, en alguna parte. Si me hubiera visto, Albus...

-Si te hubiera visto, habrías encontrado la forma de convencerlo de que castigabas a Quirrell por inútil a la vez que hacías teatro para engañarme a mí -bromeó el Director- Y él se lo habría tragado porque tú, Severus, eres un genio en ese campo igual que lo eres con las Pociones. Me atrevería a decir que incluso más...

-¿Acabas de llamarme genio del engaño y el fraude? ¿Se supone que debo tomármelo como un cumplido?

Dumbledore apartó los ojos de su colega y los dejó vagar por la enfermería en penumbra hasta la cama más apartada. Desde allí no podía estar seguro de si la joven profesora de Cuidado de Criaturas Mágicas aún dormía.

-¿No te has acercado a ver a Maeve? -preguntó.

-No es necesario. Poppy se basta y se sobra para un brazo roto y unos cuantos moratones.

Dumbledore resopló.

-Voy a reformular la pregunta, Severus. ¿No quieres acercarte a ver a Maeve?

Aquello consiguió que Severus apartara sus ojos de la ventana por fin, para clavarlos llenos de furia en los de Dumbledore.

-¿Qué demonios se supone que estás haciendo, Albus? ¿Darme tu bendición para interesarme por ella? -inquirió, con la voz ronca de rabia a pesar del sarcasmo con que pretendía distanciarse- Primero me haces alejarla de mí. Luego me la devuelves con la premisa de que debo mantener la distancia. ¿Y ahora me preguntas lo que quiero? ¿Ésto es lo que entiendes por una broma?

-Ésto -replicó Albus serenamente- es mi forma de reconocer que tal vez te pido demasiado. Si te lo quieres tomar como una broma ya no es cosa mía.

Severus lo miró en silencio unos segundos, apretando los dientes y los puños. Dividido entre la necesidad de aparentar que está por encima de todo y las ganas de arrojar la verdad desnuda contra mí como una bofetada, pensó Dumbledore, deseando con todas sus fuerzas que su colega se decidiera por lo segundo, que no se guardara ésto dentro como otro veneno de acción retardada.

-No se si puedo lidiar con ésto, Albus -admitió Severus al rato, vencido y a la vez retador. El perfecto guerrero, batallando incluso en medio de la derrota, se dijo Dumbledore- No se si... ¿Cómo crees que puedo convencer a mi cerebro de que Potter es la prioridad absoluta cuando...? -siseó, renunciando de nuevo a acabar la frase.

Dumbledore le sonrió. Sus ojos brillaban, claros y suaves tras el reflejo de las estrellas en sus gafas. Pero no era el brillo alegre de siempre.

-Yo tampoco lo sé, hijo -admitió- Quizá no sea humanamente posible. Quizá sea momento de replantearse la eficiencia y validez de ciertas estrategias.

Severus suspiró y devolvió su atención a la ventana.

-Vete a dormir, Albus. El cansancio te está haciendo chochear. Debe de ser la edad.

-Sólo si me prometes que tú descansarás también, muchacho. Ha sido una noche muy larga para todos.

El profesor de Pociones asintió sin mirarle y Dumbledore se marchó en silencio, saludando a Poppy con la cabeza cuando se cruzó con ella al salir de la enfermería.

Si algo disgustaba a Albus Dumbledore del cargo de Director era quedar exento de hacer rondas como un profesor más. Ya en sus muy lejanos años de prefecto le encantaba pasear por el castillo mientras los demás dormían. Hogwarts parecía extrañamente hermoso envuelto en la paz y el silencio de la noche. Sus corredores desiertos eran el entorno perfecto para reflexionar sobre mil cosas. Como, por ejemplo, cual sería el siguiente paso de Voldemort tras esta primera derrota. Como la mejor forma de proteger a Harry sin privarle de afrontar los peligros que serían su único entrenamiento frente a lo que estaba por venir.

Como Severus y Maeve.

Las cosas no estaban yendo como él esperaba en un principio pero, si era honesto consigo mismo, nunca había tenido demasiado claro cómo quería exactamente que fueran. Frente a lo que le esperaba cuando Voldemort consumara su regreso, Severus necesitaría recordar su mayor razón para no abandonar. Y no había mejor recordatorio de tal razón que tenerla siempre delante de él. En ese sentido, el regreso de Maeve ya había cumplido con creces su cometido. Todo lo que excediera de ese punto...

Era inconveniente.

Y peligroso.

E inevitable, al parecer.

El amor, como todas las magias poderosas, estaba vivo y tendía a hacer lo que le daba la gana. Y tal vez, se dijo Dumbledore con una amplia y casi optimista sonrisa, eso fuera lo mejor. Tal vez el amor que aún se tenían estos dos fuera mejor estratega que él, a la larga.

De regreso en su despacho, el director le ofreció un caramelo de menta a Fawkes -eran sus favoritos y no le importaba mimar demasiado al fénix ahora que pronto volvería a morir y renacer de sus cenizas- y conjuró pergamino y pluma para escribir una carta.


Severus permaneció inmóvil mientras Dumbledore se marchaba, mirando sin ver las estrellas que parecían especialmente numerosas y brillantes esa noche. Su mente le decía que se marchara a descansar. Su corazón gritaba por acercarse a Maeve, como bien había sugerido el maldito viejo. Su cuerpo exhausto era incapaz de tomar una decisión.

Un ruido llamó su atención, una voz que parecía gemir en sueños. Dejó que sus ojos buscaran la fuente del sonido, aun sabiendo perfectamente que venía de la cama de Potter y que en realidad no quería ver al mocoso.

Debía de estar teniendo otra pesadilla. Suspirando con hastío, y recordándose que no tenía por qué hacerlo ya que él se lo había buscado por arrogante y entrometido, dejó en su mesilla de noche el frasco de poción para dormir sin soñar que guardaba en un bolsillo de la túnica. Poppy sabría pillar la indirecta cuando lo viera al hacer su ronda.

Dormido y sin sus gafas, el crío no se parecía tanto al imbécil de James Potter y era posible reparar, en cambio, en que sus ojos cerrados tenían la misma forma que los de su madre.

Estuvimos a punto de llegar tarde, Lily. Estuve a punto de llegar tarde porque pensé en ella antes que en tu hijo. Pero no vas a reprochármelo, ¿verdad? Ya puse a tu Harry por encima de Maeve en una ocasión y no viviré suficientes años para dejar de lamentarlo. No podía permitir que le ocurriera algo por no haber sido capaz de protegerla. Ya pasé una vez por eso, contigo, y la única razón por la que sobreviví fue que la tenía a ella. Si la pierdo...

Cortó el hilo del razonamiento antes de pensar las patéticas palabras, pero daba igual. Sabía perfectamente -porque lo había sentido durante los minutos interminables en que la buscó por el castillo temiendo que Quirrell la hubiera matado- que si la perdía se volvería loco.

Cuando al fin claudicó y se acercó a la cama de Maeve Poppy estaba junto a ella, registrando sus constantes vitales y comprobando que el aparatoso vendaje del brazo derecho no se hubiera aflojado.

-Voy a necesitar más filtro de adormidera, Severus. Entre Maeve y Harry voy a quedarme sin reservas -murmuró la enfermera, que apartó un mechón de pelo del rostro de la joven y acarició después su cara- Pobre chiquilla. Tenía el húmero destrozado. Tuve que reducirle la fractura a mano porque la magia no funcionaba bien con ella -la voz de Poppy tembló. Severus vió cómo tragaba saliva, horrorizada. En alguien tan veterano y acostumbrado al sufrimiento ajeno como Poppy Pomfrey eso era espantosamente revelador- Aguantó el dolor sin una sola queja hasta que perdió el conocimiento.

-Debe de ser el famoso coraje de los Murphy -bromeó Severus.

Poppy lo miró con simpatía. La ausencia de sarcasmo no le había pasado inadvertida.

-¿Te importaría vigilarla un momento, Severus? -le pidió- No te supondrá mucha molestia porque dudo que se despierte... Estoy agotada. Está siendo una noche interminable y necesito descansar y tomar al menos un café bien cargado. Ya sé que ella y tú no...

-Está bien, Poppy -suspiró el mago

-Serán sólo unos minutos -insistió la enfermera, algo apurada- No te lo pediría si no fuera...

-Está bien -insistió él a su vez- No voy a morirme por ello. Ve a tomarte algo.

-Si ella o Harry se despiertan o necesitan cualquier cosa...

-Llamaré a la Guardia Nacional y a todas las fuerzas de Protección Civil del Ministerio -la interrumpió Severus, burlón- O mejor aún, los ahogaré con la almohada y así se acabarán de golpe todas sus necesidades. Vamos, Poppy.

La bruja le dedicó una sonrisa resignada mientras se alejaba.

Severus se dejó caer en la silla junto a la cama de Maeve y la observó en silencio. Era la primera vez que podía hacerlo detenidamente -sin reparos ni disimulos- desde que había vuelto a Hogwarts. Y era doloroso que tuviera que ser para verla así. Tenía los labios partidos e hinchados y extensos cardenales cubriéndole toda la cara. En su cuello podía distinguir, con una punzada de ira asesina, las huellas violáceas de los dedos de Quirrell. Su pelo estaba desmadejado, tieso en algunas partes por efecto de la sangre seca, pegado a su frente por el sudor.

Estaba absolutamente espantosa. Y aún así, Severus se estaba muriendo por tomarla en sus brazos y besar cada milímetro de esa cara magullada hasta que le dolieran los labios.

Si tan solo fuera posible...

Sacudió la cabeza para espantar los pensamientos que le acosaban. Había estado a punto de tirarlo todo por la borda horas antes, junto a aquel almacén del que la había rescatado hecha un guiñapo. Había estado a punto de desmontar punto por punto cada mentira que la había mantenido lejos de él los últimos años. No podía permitir que eso volviera a suceder. Amarla y echarla de menos no era justificación para desmantelar todo lo que había hecho por su bien. No tenía derecho a...

-¿Severus?

La voz había surgido como un susurro desde la almohada, tan áspera y débil que no parecía pertenecer a Maeve. Severus tuvo que mirarla bien para cerciorarse de que realmente se había despertado y le estaba hablando y no era todo producto de su imaginación.

-¿Eres tú?

-Lo era la última vez que lo comprobé -dijo Severus con sorna- Pero podría estar equivocado.

-Joder. Parece Severus y habla como él -gruñó Maeve, apenas audible- Mira que se lo dije a Poppy: "no me des la puta adormidera. No quiero esa mierda"... ¿Me hizo caso? No. Y ahora estoy alucinando...

Severus asistió a este discurso con cierto estupor y una ceja levantada. Al parecer, Maeve era capaz de ser ella misma incluso en las circunstancias más adversas. Su pecho se llenó de un intenso y plácido calor ante esa idea: la inequívoca tibieza del cariño.

-Para tu información, listilla, el filtro de adormidera lleva extracto de placenta de mooncalf. Eso hace que, a diferencia de los opiáceos muggles con los que sin duda lo confundes, los cuadros alucinatorios asociados a su administración sean menos frecuentes -replicó Severus- Y además, ya hace mucho rato que Poppy te dio la última dosis. De hecho, debería llamarla para que...

-No. No es necesario. No me duele nada ahora. Estoy bien.

Severus miró incrédulo su brazo izquierdo a la altura de la Marca Tenebrosa, justo allí donde Maeve lo había agarrado para evitar que se levantara. Ella retiró su mano pero no la mirada. Sus ojos -uno de ellos amoratado y mostrando un feo derrame- estaban clavados en él, curiosos e inquisitivos, como si aún trataran de discernir si era o no una alucinación.

-Quédate -musitó ella.

Y Severus, decidiendo que era incapaz de negarse sin ni siquiera planteárselo, volvió a acomodarse en la silla.

-¿Qué ha pasado? Poppy no quiere contarme nada. Me trata como si fuera a romperme o algo así -se lamentó Maeve- Me ha parecido ver que Harry está en esa cama, ¿está...?

-Descansando. Se pondrá bien -le aseguró Severus.

-¿Y Quirrell?

-Muerto.

Ella le miró con interés, detectando algo oculto en su lacónica respuesta.

-¿Muerto? ¿No vas a explicarme nada más?

-Podría darte docenas de detalles escabrosos pero me temo que Poppy me mataría por perturbar tu delicado estado nervioso -dijo el mago con un asomo de ironía.

Maeve intentó levantar una ceja y su rostro dolorido se resintió de ello. Resoplando, inició lo que parecía una absurda pelea con las sábanas.

-¿Qué demonios haces? -gruñó Severus

-Incorporarme, ¿no lo ves? Es un poco complicado con un solo brazo. Quiero ver a Harry.

-Ya te he dicho que está bien.

Con suavidad pero firmemente, Severus la obligó a recostarse de nuevo. Maeve volvió a resoplar.

-No estoy paralítica, ¿sabéis?

-Sólo porque Quirrell no te pegó el el sitio adecuado. Quédate quieta, ¿quieres? No pienso reñir con Poppy por tu culpa -declaró Severus- Potter está bien, insisto. Su cicatriz le ocasionó mucho dolor al ser tocado por el Señor Tenebroso y Quirrell también le dió una buena paliza, pero sobrevivirá. Ya sabes lo que dicen de la mala hierba...

Maeve no se molestó en llamarle la atención, viendo en su rostro que él sólo buscaba provocarla. Sonrió amargamente.

-No puedo creer que no me diera cuenta -susurró- Tenía todas las señales delante de mí y sin embargo me negué a creer que fuera Quirrell porque me parecía tan... insignificante. Qué estúpida... Pudo haberme matado. Pudo haber matado a Harry. Pudo haberle dado la maldita Piedra Filosofal a Riddle y...

Y nosotros tendríamos la culpa, por no compartir nuestras sospechas, por no haberte advertido contra él, por anteponer la estrategia a tu seguridad. Yo tendría la culpa, por no haberme sabido imponer al viejo liante.

Yo sería el culpable de tu muerte.

-Debimos avisarte -dijo Severus con brusquedad, interrumpiéndola en medio de su autoflagelación y sorprendiéndose más a si mismo que a ella- Dumbledore y yo sospechábamos de él hacía tiempo pero no estábamos seguros y...

Maeve lo miró con los ojos tan abiertos como le permitían sus hematomas.

-¿Sospechábais de él y no me dijistéis nada, cuando lo tenía todo el puto día pegado a mí? -se escandalizó- ¿Me lo estás diciendo en serio?

-Creimos -el plural casi atragantó a Severus de rabia- que advertirte a tí lo pondría a él sobre aviso.

-Creísteis- repitió ella, incrédula.

-Sí.

-Los dos.

-Sí.

-No te creo.

-Cree lo que te de la gana.

-No sé por qué pero sospechar cosas y callártelas en lugar de usarlas como un sable contra la gente no me parece tu estilo. Aunque en realidad ya apenas te conozco, así que igual te has "dumbledorizado" con los años. Todo se acaba pegando...

Severus suspiró dramáticamente y se pellizcó el puente de la nariz con los dedos de una mano.

-De acuerdo. Dumbledore lo creyó y yo le secundé. ¿Qué más da? El error ha sido de ambos. Debimos saber que no podríamos vigilarle siempre y que en algún momento podría...

Una pequeña convulsión agitó el menudo cuerpo de Maeve. Severus creyó al principio que ella también se estaba estremeciendo bajo el mismo horrible pensamiento que llevaba horas torturándolo: si el Señor Tenebroso no hubiera insistido tanto en acabar personalmente con Maeve Quirrell la habría matado antes de ir a por la Piedra, y todo lo que él habría encontrado en ese almacén al que lo guió el halcón habría sido su cadaver. Pero a esa convulsión le siguió otra mayor, y después el sonido inconfundible de una arcada. Severus consiguió acercarle a tiempo la palangana que reposaba en la mesilla y le sostuvo la frente mientras ella vomitaba, vaciando una vez más su estómago de bilis y sangre ingerida. No fue muy consciente de que la estaba tocando. Sólo sabía que estaba viva después de estar casi muerta por culpa suya. Y que no tenía fuerzas para fingir indiferencia mientras la dejaba retorcerse de naúseas sin ayuda.

-Es la adormidera. Puede producir vómitos -explicó, mirando hacia otro lado con disgusto pero sin soltarla- Una infusión de jengibre te vendrá bien.

-Qué gran enfermera se perdió Inglaterra -intentó bromear ella.

-Muy graciosa, Maeve. La próxima vez dejaré que te vomites encima.

Maeve asintió, respirando con dificultad entre arcada y arcada. Un rato después volvió a dejarse caer sobre la almohada y le miró con aire cansado y triste.

-Gracias -le dijo

-Sólo es una maldita palangana -replicó Severus, colocando el objeto en el suelo con una mueca de asco y alejándolo de sí todo lo que le era posible sin levantarse.

-Gracias por lo otro. Ya sabes. Eso de salvarme la vida.

-Hice lo que tenía que hacer; no me lo agradezcas.

-Eso es una mentira como una casa -gruñó Maeve- Lo que tenías que hacer era salvar la piedra, no perder minutos de ese tiempo tan valioso en ayudarme a mí, siguiendo a Saighead por medio castillo y trayéndome hasta Poppy. Pero tranquilo, chico, no voy a ir contando por ahí que no te da igual que me maten. Tu secreto está a salvo conmigo -concluyó, con ironía pero sin maldad, casi amable.

Un silencio pesado cayó sobre ellos mientras se miraban sin sus máscaras, como aquella noche en el bosque junto al cadaver del unicornio. No había hostilidad, no había indiferencia. Sólo dos personas demasiado cansadas como para fingir. Sumergida en el mar oscuro e insondable que eran los ojos de Severus, Maeve se sintió por un instante perdida, lejos de todos los asideros de racionalidad y odio a los que se había aferrado en los últimos meses. Y decidió, con una determinación que casi la asustó, que ya no lucharía más por volver a agarrarlos. Que tendría que lanzarse de nuevo a la corriente y esperar a ver dónde la llevaba.

-Echo de menos poder darte las gracias sin que parezca una cuestión de alta diplomacia, Severus -susurró, doliéndose de lo difícil que resultaba pronunciar aquellas palabras en medio del cansancio mortal que sentía. Sorprendiéndose a la vez de no vacilar ante la expresión atónita, tal vez burlona, de él- ¿Es necesario que estemos en guerra el resto de nuestra vida? Yo... Yo no quiero seguir así. Y eres muy libre de negarlo, pero después de lo que ha pasado antes creo que tú tampoco.

Ya estaba. Lo había soltado y no se había caído el mundo. Sin amo, sin temor, sin límites, se recordó para darse valor. El rencor era un amo demasiado exigente, demasiado tiránico. No iba a seguir rindiéndole vasallaje ni un solo día más.

-Pasaron algunas cosas entre nosotros, de acuerdo -admitió, forzándose a seguir mirandole y que la burla en sus ojos oscuros no la detuviera- Cosas que me dolieron. Y mucho. Pero... han pasado tantos años... -Maeve suspiró. El peso que llevaba meses aplastando su alma se aligeraba con cada palabra, aunque costara un mundo y fuera más dificil de pronunciar que la anterior- No quiero seguir guardándote rencor, Severus. No quiero pasar los años que tenga que estar en Hogwarts esquivándote para no sentirme mal. Quiero dejar de estar enfadada contigo. ¿Crees...? ¿Crees que podemos arreglar esto? Es decir, antes... Antes de que cometiéramos el error de... - su mano buena alisó nerviosamente las sábanas, mientras trataba de encontrar los términos apropiados con que expresar su rendición- Éramos amigos, Severus. Lo éramos, ¿no? Nos caíamos bien, nos entendíamos mejor que nadie, nos apoyábamos... Me considerabas tu amiga, ¿verdad? Dime que no malinterpreté también eso, por favor.

Severus sabía que tenía que contestar rápido y con contundencia antes de que la situación se le fuera de las manos. Pero no era capaz de pensar. No era capaz de encontrar las palabras dentro de su cerebro con los ojos de Maeve clavando ese ruego en los suyos. Maeve no podía estar diciendo aquello, no podía volver a ser tan absurdamente generosa con él, no podía estar de veras dispuesta a hacer borrón y cuenta nueva porque entonces todo se derrumbaría. Porque él no sabría negarse. Porque la necesitaba demasiado.

Sabía que tenía que asestarle otro golpe mortal que abortara aquel peligro y sin embargo todo lo que salió de sus labios fue:

-No. Eso no lo malinterpretaste, Maeve.

Ella cerró los ojos, con un alivio que le hizo ver hasta qué punto había temido que él contestara de otra forma.

-Lo echo de menos. Ya sabes, lo de estar en el mismo barco aunque nadie más lo supiera, lo de ser completamente francos y decírnoslo todo, lo de saber que nos teníamos el uno al otro -explicó, encogiéndose de hombros y tratando de sonreir a pesar de lo mucho que le dolían el corazón y la boca- Aunque lo demás no saliera como yo deseaba, eso estuvo bien. Y lo echo de menos. Te echo de menos a ti. Porque pareces más viejo y más vinagre y no sé muy bien en qué te has convertido a lo largo de estos años, pero en esencia eres el mismo Severus que fue mi amigo. Y en esencia yo soy la misma persona que tú llegaste a apreciar.

Severus sentía latir fuertemente su pecho y sus sienes. Maeve no podía estar perdonándole otra vez aun cuando él no le había pedido perdón y lanzándole una oferta de amistad. No podía estar haciéndole eso. Porque era demasiado bueno para ser cierto y a la vez demasiado terrible. Porque tendría que rechazarlo.

-Antes de que empieces a reirte de mí, deja que te haga una pregunta, ¿vale? -le pidió ella, con la voz temblorosa pero la mirada firme y valiente, resuelta a no huir de la de él- ¿Crees que podríamos firmar la paz e intentar... ser amigos?

Severus volvió el rostro, fingiendo estar de pronto muy interesado en los suaves ronquidos de Potter. No quería que ella le viera cerrar los ojos como si estuviera encajando un dolor inconcebible.

-No necesito amigos -repuso sin emoción.

-Ya sé que te sobran -se burló ella, antes de insistir- Me acuerdo del rollo del lobo solitario y toda esa mierda, así que te lo puedes saltar. No se trata de si necesitas sino de si quieres. De si piensas que es posible...

-No lo sé, Maeve -dijo él, con frialdad e ironía pero en mucha menor medida de lo que deseaba- Dímelo tú. Tú eras la parte ofendida. Y muy ofendida, si mal no recuerdo. Entiéndeme, Maeve: no dudo de tu buena voluntad ni de tu complejo de santa, pero ¿de verdad pasarías por alto que...?

-¿Que no te enamoraste de mí? -terminó Maeve por él.

Se sorprendió de lo sencillo que sonaba una vez verbalizado, con todo el dolor que le había causado llevarlo dentro. De lo poco trágico, lo anecdótico, lo normal que parecía dicho así. Esperó a que él la mirara otra vez. Esta vez sus ojos tenían algo diferente a la burla, algo indefinido y extraño a lo que Maeve no supo ponerle nombre. Pero algo nuevo, al fin y al cabo.

-Esas cosas pasan. Y tú... Bueno: tú nunca me dijiste que me quisieras. No me prometiste nada. No me engañaste, en realidad. Todo sucedió en mi cabeza -cuanto más cierto y triste y humillante era lo que decía, más ligera se sentía su alma al liberarse de ello. Casi sentía ganas de llorar por no haberse dado cuenta antes de que ésto, hablar, era todo lo que necesitaba- Tus formas fueron poco elegantes a la hora de decírmelo, cierto, pero si lo pienso bien es lo único que puedo reprocharte. Y al fin y al cabo yo ya sabía que eras un jodido cabronazo y aún así me caías bien; no debería echarte en cara que te limitaras a ser tú mismo.

Severus la miraba ahora sin parpadear. No había nombre en ninguna de las lenguas que conocía para definir lo que estaba oyendo.

¿Mis formas fueron poco elegantes, dices?

Recuerdo cada cosa que te dije, Maeve.

Te dije: "no te estoy evitando, simplemente considero que este "asuntillo" nuestro no da más de sí y no me interesa en absoluto prolongarlo". Te dije: "incluso tú deberías saber que los hombres somos, de vez en cuando, esclavos de nuestra fisiología. Y que eso no significa necesariamente algo". Te dije: "no negaré que eres complaciente en la cama pero, ¿te has mirado? Es casi como acostarse con un chico". Te dije: "vamos: no me digas que te habías enamorado. Tengo en cierta estima tu inteligencia y me defraudaría saber que al final eres tan jodidamente idiota como todas".

Te dije: "me aburres, Maeve, me aburres; como sucedáneo de Lily Evans has resultado bastante pobre e insatisfactoria".

Me lo jugué todo a la carta de tu orgullo, confiando en que después de eso no quisieras volver a hablarme ni quedarte en Hogwarts, y gané.Y no levanté la mirada de mi mesa al decirte todo eso, ni tampoco mientras cada paso que dabas para salir de la clase te alejaba una galaxia de mí. No quise mirarte porque sabía que no podría resistir el impulso de ir detrás de ti y negarlo todo.

Esas fueron las últimas palabras que crucé contigo hasta el final del verano pasado. Fuí desalmado. Fuí a hacerte daño. Fuí tan bastardo e hijo de puta como ni siquiera Tobías soñó ser en sus peores momentos.

Y ahora dices, en tu eterna e inconcebible generosidad, que "mis formas fueron poco elegantes".

Severus cerró los puños hasta que sintió las uñas perforar la piel de sus palmas. No seas así, Maeve. No me pongas tan dificil renunciar a que vuelvas a ser la mejor amiga que he tenido nunca. No...

-Te perdoné que fueras un mortífago -la oyó seguir, como en un sueño- Joder, te perdoné que participaras en lo que le ocurrió a mi familia. ¿Qué clase de persona sería si no pudiera superar ésto?

Serías normal. Serías humana. Serías una persona distinta a la Maeve de la que me enamoré. Y yo podría limitarme a hacer lo que debo hacer y fingir que esta conversación no ha tenido lugar.

Pero no puedo.

-Sabes dónde te metes, ¿verdad?

Maeve suspiró con fuerza, como si hasta ese instante hubiera estado conteniendo el aliento. Asintió. Simplemente asintió. Severus comprendió que no le iba a forzar a hablar y darle todo tipo de explicaciones. No le iba a insistir para que se explayara sobre sus sentimientos igual que ella, como si fuera el tipo sensible y dialogante que no había sido ni sería nunca. Maeve simplemente asintió, comprendiendo con las palabras justas lo que él le estaba diciendo. Leyendo entre lineas. Aceptando.

Como siempre había hecho en lo que a él respectaba.

-Sigo sin ser una persona fácil, Maeve -insistió Severus- Ésto -dijo, señalándose- no es un personaje. Soy así.

-Lo sé.

-Mi vida es complicada y en el futuro...

-Puede serlo aún más -le cortó Maeve. Sonreía y parecía, de pronto, diez años más joven. Severus se preguntó si a él le sucedería igual. Se preguntó si ella podría percibir, desde su lecho, la intensidad de las emociones que lo zarandeaban -Lo sé.

-Nunca podré tratarte como una amiga en público. No mientras exista la posibilidad de que tenga que volver al Señor Tenebroso. Será...

-Igual que entonces. Lo sé.

Severus resopló, tan exasperado con ella como consigo mismo.

-Eres una jodida mula cabezona y una...

-Insufrible mosca cojonera con un espantoso acento de Cork. ¿Vas a decirme algo que no sepa, chico?

Hacía años que Severus no experimentaba tan incontenibles ganas de reir y tantas dificultades para dominarlas. Estaba sucediendo de veras. Maeve, una vez más, había perdonado lo imperdonable y le daba una oportunidad. Podía recuperar su amistad, si se esforzaba. Podía volver a tener al menos una parte -y no la menos importante- de lo que ella había significado en su vida.

Casi tenía miedo de que todo se esfumara con la luz del sol como el oro de los duendes.

-Cuando se te haya pasado el efecto de la adormidera, vendrás a retractarte de todo lo que acabas de decir, estoy seguro -afirmó.

Sin embargo, sonreía un poco. No podía evitarlo. Sabía que Maeve no era de las que se retractaban con facilidad.

-¿Te apuestas algo?

-¿Con una irlandesa? Ni loco.

-Tomaré eso como un no.


Tras un largo rato en completo silencio, Severus lanzó un bufido cuando la oyó empezar a canturrear -Life is very short, and there's no time/ for fussing and fighting, my friend- y ella respondió con una risa suave. Los sonidos llegaron, atenuados pero inconfundibles, hasta la sala de descanso donde Poppy Pomfrey, la enfermera inagotable que JAMÁS descansaba en sus guardias, hacía tiempo fingiendo que tomaba un café. La bruja sonrió con la satisfacción del deber cumplido y miró su reloj de bolsillo, decidiendo que su coartada aún le permitía dejarles solos unos minutos más.


Londres, 20 de Junio de 1992

Lo primero de todo, una lección de estilo epistolar para tu padrino el hippy: que nunca, jamás, bajo ningún concepto, empiece una carta con las palabras "No quiero que te preocupes, pero.." a menos que quiera que quien reciba la carta se vuelva loco de preocupación ya en la primera linea.

¿Me quieres explicar lo que ha pasado? ¿A qué "grave percance" se refiere ese viejo chalado y qué entiende, exactamente, por "algunas magulladuras"? ¿Por qué se siente responsable? ¿Y qué coño quiere decir con lo de que "gracias a Merlín" velan por ti unos ojos más capaces que los suyos? ¡Que le enchufen los subtítulos, por el amor de Dios!

Por favor, escríbeme pronto para decirme que te encuentras perfectamente y que Albus sólo está con un viaje de ácido, o de lo que se metan los magos. Eso, o prepárate para que me presente en Hogwarts y arme un escándalo. No me vengas con lo de que es ilocalizable para no-magos y que jamás lo encontraría. No me pongas a prueba.

Sólo escríbeme y dime que estás bien.

Te quiere

TESS


-Prissy cree que la joven señorita debería meter ese abrigo en la maleta.

-Es un abrigo de invierno, Prissy. No pienso llevarme un abrigo de invierno para pasar el mes de Julio en Berlín.

-Pero podría hacer frío, joven señorita.

-Y podría impactar un meteorito gigante contra la puerta de Brandeburgo y mandarme al carajo junto con media Europa, pero entonces tampoco me haría falta el abrigo. No me lo voy a llevar.

Era la tercera vez que tenía esa discusión con la elfina y Maeve empezaba a cansarse. Nunca pensó que tener ayuda para hacer las maletas pudiera ser tan agotador. Aunque Poppy le había hecho tomar poción crecehuesos para su brazo, su condición de persona no-mágica hacía que en su organismo funcionara más lenta y erráticamente, así que todavía tendría que llevar el brazo en cabestrillo otras dos semanas. Prissy estaba aprovechando su invalidez transitoria para tomar las riendas de los preparativos del viaje a Berlín. Sería una elfina doméstica obediente y servil como la que más, pero lo demostraba poco.

-¿Sabes lo que te digo? -resopló Maeve- Que hagas lo que te de la gana, Prissy. Acabarás haciéndolo, de todos modos. Las maletas son todas tuyas. Yo voy a darme una vuelta.

Prissy casi se rompió las manos palmoteando de emoción.

Lo cierto es que era un día demasiado hermoso para quedarse en el interior del castillo, tan silencioso y vacío ahora que los alumnos habían vuelto a sus casas para pasar el verano. Maeve pasó la mañana con Hagrid en el zoólógico, asegurándose de que los recién llegados occamys encontraran su recinto totalmente satisfactorio y terminando de aclarar con su colega algunos detalles que debería tener en cuenta durante su ausencia. Luego aceptó comer con él en el exterior de su cabaña mientras Saighead planeaba sobre el bosque para ejercitarse y Castor y Pólux sesteaban cómodamente tumbados encima de Fang.

-Se te ve feliz, niña -le dijo Hagrid satisfecho. Después del terrible incidente con Quirrell temía que ella se encerrara en sí misma, pero eso no había ocurrido. Al contrario. Maeve sonreía incluso más que de costumbre, muchas veces por nada especial, como si estuviera recordando una broma privada- Hubo un momento durante el curso en el que me pareciste muy triste. Pensé que algo no iba bien. Pero ahora se te ve feliz. Me alegra que hayas solucionado el problema, fuera cual fuera.

Maeve abrazó fuertemente a Hagrid al despedirse y el grandullón sollozó como si se marchara otra vez para siempre y no sólo por cuatro semanas. Algunas cosas nunca cambiarían.

Otras, afortunadamente, sí.

Cerca del lago, leyendo bajo un árbol igual que como lo recordaba de años atrás, distinguió a su "problema solucionado". No habían hablado mucho desde su conversación en la enfermería y en público seguían tratándose con la misma apasionada hostilidad que de costumbre. Pero ya no tenía que sacar fuerzas de donde no las tenía para esgrimir contra él, también en privado y de piel para adentro, un odio inexistente. Podía acercarse a él para despedirse y desearle un buen verano. Podía recuperar al menos una parte -y no la menos importante- de lo que Severus Snape había significado en su vida.

Podían volver a ser amigos. Y algún día, por simple fluír natural de las cosas, dejaría de desear que pudieran ser más que amigos. Aunque ahora -devorando su perfil con los ojos y deseando más que nada en el mundo poder saludarle con un beso en los labios y hundir los dedos en su pelo- ese día le pareciera inalcanzable.

-¿Qué lees? -le preguntó, llamando su atención.

Severus no levantó la vista del libro, como si no le sorprendiera que fuera ella quien le interrumpía. Como si hubiera reconocido el sonido de sus pasos sobre la hierba mientras se acercaba a él.

-"Historia ilustrada de las pociones para la memoria" -contestó.

-Suena emocionante.

-Sí, mi corazón va a estallar en cualquier momento. Apártate por si salpica. A unos... dos kilómetros, creo que estaría bien.

-Yo también me alegro de verte, chico.

Severus cerró el libro con un muy mal fingido aire de fastidio y miró a Maeve, burlón.

-Bonito vestido.

Ella resopló, mirando algo disgustada el amplio y llamativo caftán de vivos colores que llevaba

-Sí, ya sé que es un horror pero no tengo mucha ropa que se pueda poner facilmente con el cabestrillo, ¿sabes? Además, me lo regaló la gente de Kinigi y...

-¿Disculpa?

-Oh, perdona. Kinigi está a unos pocos kilómetros de Karisoke. Hay una cooperativa de mujeres que tejen y tiñen ellas las telas y hacen, ya sabes -dijo, señalando su ropa- cosas de éstas. La hermana mayor de Ingabire trabaja allí e Ishimwe Umuoza pensó que sería un buen regalo para mi... Oh. Vaya.

Maeve se mordió el labio inferior al darse cuenta de la mirada curiosa de Severus.

-Tú no sabes quién es Ingabire. Ni quién es Ishimwe Umuoza. Ni Nzeli, ni Hobe, ni Radha Sinkiewitz... ¡Dios, ni siquiera sabes quién es Tess Lockwood! -gimió- Y ¿sabes qué? Es una sensación muy rara, porque...

-Los amigos suelen conocer lo que es importante para uno, ¿verdad?

Era exactamente lo que ella iba a decir. Se miraron un segundo, con la vieja chispa del entendimiento perfecto y puro incendiando el aire entre ellos. Sí, se dijo Maeve. Aún era posible. No iba a ser fácil pero podían conseguirlo, si todavía eran capaces de sintonizar sus pensamientos en la misma longitud de onda.

-Nos hemos convertido en un par de extraños, supongo -dijo él con algo similar al desánimo en su voz.

-No es nada que no pueda solucionarse con ganas y tiempo, Severus. Y a mí me sobran las dos cosas.

Severus no dijo nada durante un rato sino que se quedó mirando fijamente a lo lejos, al lago, al bosque, al mundo que se extendía más allá de Hogwarts y en el que Maeve se había extraviado durante años para volver convertida en una mujer nueva. Una mujer nueva que sin embargo, tal y como ella misma había dicho y de una forma palpable y esperanzadora, seguía siendo en esencia la misma. Luego se levantó.

-Vamos. Te acompaño al castillo. Después de todo, es obvio que ya no voy a poder leer a gusto -gruñó.

-Si estabas deseando irte -protestó Maeve, riendo- Seguro que el aire libre y el sol estaban a punto de desintegrarte.

Severus le lanzó una mirada iracunda que sólo sirvió para hacerla reír más. El mago desistió. Cuando ella estaba de buen humor no había manera de hacerla discutir. Siempre había sido así entonces y le alegraba ver que seguía siéndolo ahora.

-¿Con ganas de marcharte? -le preguntó.

-Sí. Aunque eso de la aparición conjunta a larga distancia no es que me emocione, precisamente. Albus y yo intentamos convencer a Minerva de hacer el viaje en avión, pero temimos que fuera a darle una apoplejía solo de pensarlo. Así que al final lo haremos con magia -explicó Maeve, muy poco entusiasmada- Te juro que si Minerva vuelve a recordarme una sola vez más que no se me ocurra bajo ningún concepto soltarme de Albus me va a estallar el cerebro.

-Piensa en lo que vas a disfrutar en Berlín con esas dos cacatúas demenciadas –la animó Severus con sarcasmo.

-Con un poco de suerte, Minerva estará tan ocupada en su congreso que la mayor parte del día sólo tendré que cargar con Albus. ¿Qué harás tú?

-Acepté la invitación del Hospital-Escuela "Tamsin Blight" de Leeds para dar uno de sus cursos de verano de Pociones Avanzadas.

-¿Aceptaste? -repitió Maeve, incrédula y burlona.

Severus lanzó otro de sus teatrales y prolongados suspiros de resignación.

-Obligarme a ello es uno de los privilegios de Minerva por haber ganado la copa de las casas.

El disgusto era aún evidente en su voz. Maeve compartía en parte su malestar. Pensaba que Slytherin había merecido, ya que no ganar, al menos no perder así, humillados en la fiesta de despedida delante de todo el colegio. No le parecía respetuoso, ni conciliador. Lo había discutido largamente con Dumbledore y probablemente seguiría discutiéndolo con él durante el verano. A Severus, sin embargo, no le había dicho nada. Y tampoco se lo dijo ahora. No quería que pareciera que trataba de hacerle la pelota para afianzar su recién renacida amistad.

-Y luego, hacia el final del verano -añadió el mago como quien no quería la cosa- puede que pase unos días en Wiltshire.

Por el tono de voz de Severus Maeve supo que él estaba espiando su reacción por el rabillo del ojo. Intentó no parecer afectada.

-¿Cuando recordarás que se te da fatal fingir, Maeve? -le dijo él- Te molesta y se te nota.

-¿Y qué? ¿Vas a dejar de visitar a Lucius Malfoy porque me moleste? ¿Puedes dejar de tener tratos con él porque a mí me moleste pensar que... ?

-No.

-Pues entonces. Deja de mirarme como si me fuera a echar a llorar, o algo así.

Siguieron un trecho en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos.

-¿Puedo hacerte una pregunta, Maeve?

Ella asintió y le miró con curiosidad. Parecía haberse puesto muy serio de repente.

-¿Cómo consigues mirar a Draco y no ver a su padre?

Maeve supo que él no le estaba preguntando realmente por Draco y ella, sino por su propio problema de proyección de viejos odios en persona de un niño. Supo también que no podía ayudarle. Nunca habían tenido la misma forma de afrontar el pasado y nunca la tendrían. Lo único que podría haber hecho por él en ese momento era abrazarle y decirle que, aun irracional e inmaduro como a veces era, le quería. Pero eso no podía hacerlo. Al menos, no de momento. Era demasiado pronto.

-No lo consigo, Severus -confesó- Simplemente trato de mirar hacia otro lado.

Habían llegado al desierto hall de entrada. Después del cálido sol del exterior el colegio parecía sombrío y helado. Pero Maeve sabía que el frío que sentía en los huesos nacía dentro de ella, cerca de la parte de sí que no quería separarse todavía de él.

-¿Podré escribirte? -preguntó, y se arrepintió de inmediato al ver la cara de sorpresa de Severus- Olvídalo. Lo he dicho sin pensar. Se supone que no somos amigos y las cartas son evidencias demasiado comprometedoras, en caso de...

En la cabeza de Severus flotaron los remitentes de los últimos diez años. Cartas profesionales y comerciales, cartas de Albus, cartas de Minerva, cartas de Lucius. No podía decirle cuantas veces había fantaseado con ver su nombre escrito en un sobre, con saber de ella aunque sólo fuera brevemente. No, no podía decírselo. Ni podía aceptar lo que no era aceptable. Sería peligroso. Sería estúpido.

Y sin embargo no pronunció la negativa tajante que debería.

-Ya veremos.

Era menos que una vaga promesa, pero era más de lo que había soñado poder ofrecerle meses atrás. Y a juzgar por el brillo en sus ojos verdes, también más de lo que ella esperaba.

-Hasta Agosto, Severus.

-Hasta Agosto, Maeve.

Severus la miró en silencio y amparado en las sombras hasta que hubo desaparecido del todo de su vista, hasta que ni siquiera los atroces colores de su túnica africana fueron visibles pasillo adelante.

Quizá nunca dejara de desear a la amante que había perdido. Quizá nunca pudiera mirarla sin recordar, como ahora, lo que era despertarse envuelto en su calor, lo que era vestirse con su piel y respirar su mismo aliento. Quizá estuviera condenado a amarla en silencio el resto de su miserable vida.

Pero podía volver a ser su amigo. Si había podido fingir que le era indiferente durante casi un año, disfrutar de su amistad como si fuera lo único que deseaba de ella sería increiblemente sencillo. Y tal vez algún día, si el señor Tenebroso dejaba de ser una amenaza y ella no había encontrado a nadie en el transcurso de los años...

Se esforzó por barrer esos pensamientos de su cabeza mientras regresaba al silencio de sus mazmorras, pero recordaba demasiado bien que tratar de cercar la esperanza era más dificil que contener el mar en las palmas de las manos.

Por primera vez en su vida, Severus Snape se enfrentaba al verano deseando ver qué le deparaba el próximo curso.

FIN

(de la primera parte)


Hasta aquí hemos llegado de momento, señoras y señores. ¿Decepcionados con el final? No penséis en él como un final sino como un comienzo. Para mí era importante que Maeve fuera capaz de perdonar y empezar de cero sin saber toda la verdad: esa generosidad la define y es lo que le permite poder amar a alguien tan difícil como Severus. De verdad que estaré encantada de saber vuestra opinión. Un abrazo a todos los que hayáis llegado hasta aquí.

Y próximamente...

Les ha costado un curso decidir que no pueden ser enemigos. ¿Necesitarán tanto tiempo para caer en la cuenta de que tampoco pueden ser solamente amigos? Veremos que tal tolera su unión la amenaza de herederos de Slytherin, basiliscos, fantasmas del pasado y.. Gilderoy Lockhart. Veremos si Hogwarts está preparado para aguantarles a los dos en el mismo bando. Y veremos si Poppy Pomfrey, como conspiradora, no termina dejando a Dumbledore a la altura del betún.

NOTAS:

-El verso de la canción que canta Maeve pertenece a "We can work it out" (podemos arreglarlo), de los Beatles (si es que me las ponen a huevo)