El tiempo no lo cura todo

Capítulo 1: Separación y nueva vida.

Dicen que el tiempo cura todo pero para Shunrei no fue así.

Desde que lo vio, sólo a él había entregado su corazón. Para siempre. Era el destino, pensaba ella; el destino que no se podía evitar, un camino del cual no se podía desviar. Ese destino la había colocado en la vida del Dragón y la había convertido en su eterna enamorada.

Enamorada es muy distinto que amante, pensaba amargamente, sólo de vez en cuando.

Habitualmente estaba contenta con su papel de muchacha enamorada, la que sufre, la que reza, la que espera, siempre, siempre espera...

Ella estaba dispuesta a esperar para siempre, se había hecho la idea de permanecer siempre viviendo sola en Rozan, su único hogar, esperando anhelante esos días en que Shiryu volvía a Cinco Picos para entrenar, descansar, curar sus heridas.

Y aunque jamás, pero jamás le había hablado de sus sentimientos, su instinto de mujer le decía que Shiryu sentía lo mismo. Eso le bastaba casi todo el tiempo, excepto...

Excepto cuando bajaba al pueblo y veía a las jóvenes de su edad con novio, marido, hijos. Expresándose su amor sin miedos. Sin dolor. Era tan sencillo, en apariencia. Le habían dado consejos para precipitar las cosas, para presionar a Shiryu a declararse, pero ella tenía miedo, miedo de que no resultara como ella quería y alejarlo definitivamente de su lado.

Y así llegó a los veintidós años. Aún era joven, sí, pero sentía que el tiempo se le escurría entre las manos sin lograr hacer nada de su vida.

Desde la muerte del Viejo Maestro que Shiryu venía cada vez menos a Cinco Picos. Tres veces al año, como mucho. Y eso la desesperaba.

-Antes venías más seguido. Tal vez te cuesta llegar – le dijo esa última vez. Él no contestó.

-Si quieres, podría mudarme a otro pueblo para que no te resulte difícil visitarme – continuó ella después de un rato. Él siguió en silencio.

-Podría vivir en Japón... – insistió ella, acercando su mano a la mano de él. Pero Shiryu continuó en silencio.

Él la quería, claro está. Desde que la vio se convirtió en la única mujer de su corazón, por siempre y para siempre. Pero no podía... no debía... no tenía derecho a pedirle que fuera suya. Nadie sabía lo que le deparaba el destino, es verdad; pero él estaba seguro de que las batallas y los riesgos no disminuirían, y la amaba demasiado para pedirle que pasara por ello.

Ya había puesto en riesgo una vez su vida, en aquellos tiempos – tan lejanos, eso parecí ahora – de la lucha de las Doce Casas. No quería volver a pasar por eso.

Ella se merecía una vida normal, marido, hijos, las cosas que son buenas y bellas en la vida humana. Había reflexionado mucho a ese respecto y ya había tomado una decisión. Pero era incapaz de llevarla a cabo. Lo dilataba, lo dilataba... la idea de no volver a verla, renunciar a ella, era superior a sus fuerzas.

Sin embargo, sentía que era la única manera de hacerla feliz. Renunciar a ella. Aunque fuera dañándola y rompiéndole el corazón.

-No podré volver a este lugar. Mi novia se pone celosa – le dijo. Sintió como un plato que Shunrei sostenía – ella estaba lavando la loza – se precipitaba al suelo.

-¿Novia? – murmuró ella, sintiendo que el aire le faltaba.

-Te escribí una carta contándote. Es una chica del Santuario, se llama Ione. Algún día tienes que ir a Grecia a conocerla. Es muy linda, buena luchadora, alegre...

-Jamás recibí esa carta – Shunrei recogió los pedazos del plato y los miraba, sin decidirse a tirarlos a la basura.

-Se habrá perdido. El servicio de correo no es muy bueno en estos lugares. Venia solamente para recordar al viejo maestro, pero creo que ya no volveré. Ione me pidió que me quedara más tiempo con ella en Grecia.

-Entonces pasarás más tiempo con ella – dijo Shunrei, aún mirando los trozos del plato. Eran cuatro. Con ellos en la mano se acercó a Shiryu.

-Tendrás que botar eso, está roto – dijo él, sin mirarla a los ojos. Ella se sentó a su lado.

-No creo que lo haga. Se puede reparar – respondió ella, intentando juntar los trozos como un rompecabezas. Ninguno de los dos se refería al plato, realmente.

-Es mejor que me vaya de una vez – dijo él, levantándose -, Ione dijo que quería que volviese pronto.

-Sí... vuelve a ella. Supongo que no volveré a verte. ¿Puedo escribirte? – ella seguía sentada mirando los trozos de loza en la mesa.

-Es que no sé dónde estaré viviendo. Ione quiere que nos mudemos juntos a Alemania y yo prefiero ir a Japón. Mejor deja que yo te escriba primero. Adiós, hermana.

Luchó contra el deseo de abrazarla y besarla por primera y última vez. Si le había roto el corazón, era para evitar que sufriera más, para evitar que la vida se le destrozara a la única mujer que podría amar.

No se alejó con la suficiente rapidez; pudo sentir el sollozo de Shunrei. Quiso volver, decirle que todo era una farsa, que Ione no existía, que ella sería siempre su única razón de vivir... pero no, ya había elegido y no podía volver atrás.

-Sólo espero que seas feliz, Shunrei – murmuró mientras descendía la montaña.

Ella lloró hasta que se quedó sin lágrimas; se dio el gusto de gritar, maldecir y patalear. Se sentía estúpida, inútil, indigna, ridícula; ella lo había esperado tantos años, sólo para que él se enamorara de una chica guerrera de las que se encuentran por montones. Era injusto. Y lo peor era que, a pesar de todo, sabía que jamás podría dejar de amarlo.

Por un momento pensó en suicidarse, o seguirlo y luchar por él, o simplemente pedir a los dioses que maldijeran a esa Ione con una enfermedad vergonzosa y deformante; pero Shunrei no era así. Estaba hecha para sacrificarse y cuidar a los demás. Así que, al llegar la mañana se serenó, se dio un refrescante baño en el río y decidió que ese sería el primer día del resto de su vida.

Reanudó su vida, decidida a dejar a Shiryu atrás. Se mudó al pueblo. Consiguió trabajo en una granja. Participó en las fiestas de los aldeanos. Conoció a alguien... Kito era el herrero del pueblo, casi recién llegado, como ella. A Kito le gustó esa joven de apariencia tranquila apenas la conoció. E intentó conquistarla por todos los medios a su alcance.

Shunrei fue muy sincera con él. Le contó que había amado mucho a otro hombre y que no se sentía aún con la capacidad de amar a otro. "Aprenderás a amarme" – le dijo Kito, acariciando la larga trenza de la muchacha.

Y dejó que él intentara conquistarla. Él era inteligente, gracioso, amable con todos, generoso, atento; quizás su único defecto era la incapacidad para darse por vencido. Sin embargo, eso mismo fue que Shunrei se sintiera obligada a darle el "sí".

Se casó al día siguiente de cumplir veinticuatro; un año y medio después de haber visto a Shiryu por última vez.

Kito era un amante hábil y cuidadoso, pero para Shunrei esa noche, si bien no hubo dolor, tampoco placer, aunque ella intentó corresponder lo más que pudo a la pasión de Kito. Su marido.

Poco tiempo después, en charlas con las mujeres del pueblo, supo que su problema era común; las mujeres que llevaban más tiempo de casadas le indicaron que debía fingir el placer para no avergonzar al marido y evitar su furia. Shunrei, a partir de entonces, así lo hizo, no sin preguntarse si con Shiryu también habría tenido que fingir.

Kito era un buen marido, en la medida de lo posible. El mejor del pueblo, indicaban algo envidiosas las otras mujeres, cuando notaban que Kito ayudaba a Shunrei en algunas labores de casa, o cuando le pedía consejos en aspectos considerados exclusivamente masculinos.

Pero no era Shiryu, pensaba ella de vez en cuando antes de dormirse.

Un año después nació el primer niño, Bao. Era el vivo retrato de su padre. "Hijo que se parece al padre, honor para la madre" – comentó la madre de Kito, que había ido a ayudar en el parto y decidió quedarse a vivir con ellos.

La madre de Kito, Tai, era una mujer aún joven, amable y bromista. Kito era su hijo menor, el preferido, por lo tanto Shunrei y su hijo también lo serían.

El nacimiento de Bao fue como un bálsamo en la vida de Shunrei. Por primera vez se dio cuenta de que no había sido feliz hasta ese entonces. Jugaba todo el día con el bebé, le hablaba, y a veces se permitía fantasear con que ese niño no tenía ojos negros, sino de un color distinto, y era hijo de otro... de ese hombre que ya estaba en su pasado y jamás esperaba volver a ver.

Menos de dos años después nació la segunda hija, Mei. También se parecía a Kito. Tai palmoteó, felicitó a Shunrei y se ocupó de consolar a Bao que lloraba porque nadie le daba toda la atención que él quería.

Mei era mal genio, no como Bao que siempre se estaba riendo; pero Shunrei sabía como llevarla.

Después nacieron los mellizos Chen y Chang; Kito pensaba que su familia era la mejor del mundo, y empezó a considerar una mudanza para mejorar el futuro de sus hijos.

Habló con su madre y su esposa sobre las ventajas de mudarse a la ciudad. Él no era un simple herrero ignorante, los padres le habían dado estudios y podía trabajar en la ciudad, en una metalurgia. Estaba en el campo por opción personal, pero ahora pensaba que los niños estarían mejor en la ciudad, tendrían más oportunidades de estudio y estarían más capacitados para competir en el mundo moderno.

Shunrei y Tai estuvieron de acuerdo. La mudanza se hizo muy rápido y al mes siguiente la familia estaba viviendo en Pekín.

Kito consiguió un muy buen trabajo, los niños entraron al colegio, los años pasaron muy, muy rápido.

Kito se destacó en su trabajo como técnico en metalurgia; tenía una habilidad única por los años pasados como herrero en el campo. Le pedían los trabajos más delicados que él ejecutaba con una maestría increíble.

Shunrei se dedicaba ser dueña de casa y a oír con disimulo las noticias que hablaban sobre los combates en que participaban los misteriosos "Santos de Athena".

Los hijos de Shunrei idolatraban a los misteriosos Santos, por su valor en combate, las técnicas, y especialmente las armaduras. Shunrei jamás les dijo que ella los llegó a conocer en su vida anterior.

-¡El mejor de todos es Shiryu, mamá! – decía Bao. Ella sólo sonreía.

Un buen día Kito llegó feliz diciendo que le habían ofrecido un trabajo en Japón. En la fundación Grad.

Como todos gritaron de alegría, nadie advirtió que Shunrei empalidecía y aguantaba las lágrimas.

-No sé si seré capaz de aguantar verlo – pensaba, una vez en la cama, a medianoche, después de cumplir con sus deberes de esposa -. No quiero ver como se luce con su esposa Ione frente a mí. No quiero.

Pero aunque no quería, como buena esposa obedeció a su marido, y la familia se mudó a Japón. Como el cargo de Kito era importante, la fundación les entregaba una casa en una villa espacial donde vivían sus funcionarios, cerca del terreno de la Mansión Kido.

-A veces vienen los Santos de Athena a descansar a la Mansión – les comunicó Kito a sus emocionados hijos, el primer día de su nuevo trabajo -, y dicen que de vez en cuando se les puede ver entrenar en los jardines.

-¿Crees que podamos verlos, papá? – preguntó Chen.

-Nadie lo sabe; pero les tengo noticias sensacionales: ¡Estamos invitados a recorrer la Mansión Kido! Es un privilegio que tienen los nuevos trabajadores. Iremos mañana en la mañana.

-¿Y crees que veremos a un Santo de Athena? – preguntó Bao.

-No, pero veremos al señor Tatsumi, el asistente de la señorita Kido. Él es quien da la bienvenida oficial a los nuevos funcionarios y les toma el juramento de fidelidad a la Fundación y a sus secretos.

Al día siguiente la familia asistió a la Mansión; Shunrei quiso fingirse enferma, pero su marido insistió tanto, y era tan importante para él, que ella accedió. Se miró al espejo y se tranquilizó al pensar que había cambiado mucho desde que estuvo en ese lugar, hace casi veinticinco años; en ese entonces era una chiquilla preocupada por su amor de niñez; delgadísima, con ojos inocentes y enormes, rostro de porcelana, sonrisa tímida, y una larguísima trenza. Ahora era una madre de treinta y seis años, aún con piel de porcelana pero con pequeñas arrugas, pelo hasta los hombros y un rostro maquillado como mujer de mundo.

-No me parezco a lo que fui – se dijo, tranquilizándose -. Aun si Tatsumi me mira con atención, dudo que me reconozca. No hay peligro.

Esa tarde Shiryu acababa de llegar a la Mansión Kido después de una estadía de tres meses en Australia, vigilando una aparente insurrección de un dios oceánico. Ikki, que era quien lo había ayudado, no quiso quedarse en la mansión y siguió el viaje hasta Grecia, para encontrarse con su hermano. Hyoga estaba en Alaska y había pedido ayuda, pero después avisó que no era necesario; así que Shiryu tenía, al menos, un mes de descanso.

Ya se había dado una ducha y estaba en su habitación secándose el largo pelo y buscándose canas – una costumbre que le había pegado Ikki – cuando sintió ruidos fuera de su pieza.

-Deben ser los nuevos funcionarios – se dijo; él sabía de la nueva costumbre esa, de permitir a los funcionarios recorrer la Mansión Kido y luego prestar juramento de fidelidad. Así lograban que se sintieran importantes y disminuían los riesgos de que traicionaran a la fundación.

Continuó secándose el pelo, cuando sintió una mujer que hablaba con voz fuerte: ¡Deja esa espada, Bao! ¡Te vas a cortar un brazo! ¡Y tú no le hagas zancadillas a tu hermano cuando va corriendo, Chang!

La voz lo estremeció; era idéntica a... pero no, no podía ser. Imposible. Ella estaba en Rozan...

Mei, por favor ayuda a Chen y mírale esa rodilla... – decía la mujer, ahora más calmada.

Shiryu se quedó paralizado. La voz era idéntica a la de Shunrei. ¿Acaso al fin estaba teniendo alucinaciones auditivas?

Se asomó a mirar, rendido a la curiosidad, pero ya no había nadie en el pasillo. Se rió de sí mismo y volvió a ocuparse de sus asuntos. Decidió ir a la cocina a prepararse algo de comer.

Tatsumi esperaba a Kito y su familia en la Biblioteca. Ahí tenían té y dulces para ellos. Hablaron de cosas de la fundación, Tatsumi le preguntó a Kito por sumadre, mujer e hijos... cuando le presentó a Shunrei, él no dio muestras de reconocerla. Ella se sintió aliviada, y se incorporó tranquila a la conversación.

Pero Bao estaba aburrido, muy aburrido. Y tal como su padre, le gustaba salirse con la suya.

-Chen, vamos a ver si hay algún Santo de Athena – susurró en el oído de su hermano.

-¿Le avisamos a mamá? – preguntó el menor.

-Claro que no, tonto; es un secreto, mamá no nos dejaría, sabes que siempre dice que nos quiere "donde sus ojos nos vean".

-¿Qué están planeando ustedes? – interrumpió Mei.

-Chen tiene que ir al baño urgente y yo lo compañaré – dijo Bao, levantándose y llevando a Chen.

-No les creo... – murmuró Mei, dispuesta a hablar con su mamá apenas pudiera, ya que no podía interrumpir la conversación de los adultos.

Muertos de la risa y escondiéndose de los empleados de la enorme mansión, Chen y Bao llegaron a la planta baja, algo perdidos. Un guardia los vio y los persiguió. Los chicos corrieron, pero el guardia fue más rápido, y después de darles un pequeño sermón a los apabullados niños, los encerró en la cocina hasta que llegara su madre a buscarlos.

-¡Qué mala suerte! – dijo Bao, sentándose en el piso – No pudimos ver a ningún Santo, y más encima nos pillaron. Mamá nos dejará un año sin salir...

Chen no respondió. Estaba ocupado mirando a un hombre de pelo largo que también lo miraba con curiosidad mientras comía una ensalada.

-Aaaaaaa – dijo Chen, con la boca abierta, mientras un pequeño hilo de saliva le corría por una comisura.

-¡Por todos los cielos, es el Santo del Dragón! – gritó Bao, levantándose de un salto, señalando con el dedo a su ídolo, hasta que se dio cuenta de lo maleducado que estaba siendo y dejó de apuntar.

-Hola – les dijo el Santo de Atena, el Dragón, saludándolos como a viejos amigos - ¿puedo ayudarles en algo, niños?

-¿Usted es el Dragón Shiryu? – le preguntó Bao, acercándose con actitud de adoración. Chen lo seguía, sin atreverse a hablar.

-Supongo que es inútil negarlo – dijo Shiryu con una sonrisa, algo avergonzado - ¿Y quienes son ustedes?

-Oh, disculpe los malos modales, señor – dijo Bao, enderezándose para después hacer una reverencia – mi nombre es Kun Bao, y este es mi hermano menor. ¡Saluda, Chen!

Chen sonrió e hizo la mejor reverencia que pudo, considerando que sus rodillas temblaban.

-¿Y qué hacen acá en la cocina? ¿Quieren que les prepare algo de comer?

La idea de comer algo preparado por su ídolo dejó sin habla momentáneamente a los chicos, que negaron con la cabeza.

-Comimos muchos dulces en la biblioteca – se atrevió a decir Chen después de un rato.

-Ah, entonces son los visitantes de la mansión.

-Sí, señor Dragón – dijo Bao -, nuestro padre es nuevo funcionario. Estoy seguro de que realizará el mejor trabajo. Claro que nunca como usted, señor.

-Estoy seguro de que su padre es un excelente trabajador- concedió Shiryu – Pero, díganme, ¿qué hacen acá en la cocina si no tienen hambre?

Chen y Bao se miraron con aire cupable.

-Nos escapamos para conocer mejor la mansión – dijo Bao.

-Queríamos ver a algún santo – confesó Chen.

-Y un guardia nos pilló.

-Y nos encerró acá.

-Y ahora nuestra madre nos castigará para siempre...

Shiryu no pudo reprimir una sonrisa.

-No creo que los castigue – les dijo -, se nota que ustedes son chicos buenos, y que sólo fue una travesura. Pídanle perdón y todo se arreglará. ¿O es muy severa su madre?

-¡Oh, no! Es la mejor madre del mundo – dijo Chen, entusiasta.

-Ella siempre nos perdona, aunque igual nos reta cuando nos portamos mal, como cuando nos pegamos o les pegamos a nuestras hermanas – confesó Bao.

-Entonces no se preocupen – repuso Shiryu, e iba a preguntarles sobre sus estudios, pero la puerta se abrió y entró la madre de los chicos.

El mundo se detuvo entonces para Shiryu, porque a pesar del tiempo transcurrido y del cambio físico él reconocería a esa mujer en cualquier lado.

-Shunrei... – murmuró

Continuará...

Nota de la autora: ¿Qué les pareció? Es que se me ocurrió que siempre sale que Shiryu es demasiado fiel a Athena como para renunciar a ser caballero, y entonces renuncia a Shunrei por su deber. Igual he leído algunos fanfics muuuy entretenidos sobre eso.

Así que escribí lo que pasaría, según yo, si Shunrei siguiera con su vida y formara una familia.

Y por supuesto, después tenían que reencontrarse con Shiryu.

No estoy segura de lo que va a pasar después, así que me dedicaré a pedirles a las musas una buena idea.

¿Tienen una buena idea???? ¡Socorro!!!!

Gracias por leer.