Capítulo 10
La Llave de la Mansión

La mente de Draco no dejó de maquinar ni por un momento mientras se vestía y salía de su cuarto, desesperado como estaba por encontrar una idea que obligara a Harry a ir a la Mansión durante ese fin de semana. Sin embargo, cuando terminó de bajar las escaleras y puso un pie en el enorme salón del comedor, se quedó congelado y con la mente en blanco. Tal vez pensar en eso ya no resultaba tan necesario.

Sin saber qué decir y perdiendo momentáneamente la capacidad de moverse, Draco descubrió que ante su grande y ostentosa mesa no sólo estaban Astoria y Scorpius esperándolo, sino que ahí, junto a la familia Malfoy, también estaban sentados Harry y sus tres hijos. Lo primero que vino a su mente fue que probablemente también estuvieran los otros invitados, así que hizo un rápido escaneo al lugar. Sin embargo, Draco se dio cuenta de que ya no quedaban rastros ni de su tía Andrómeda ni de Ted, situación que lo alegró infinitamente.

Sonrió.

Los presentes, quienes se habían silenciado al verlo entrar al comedor, le dedicaron amplias sonrisas en diferentes grados de alborozo. Todos, a excepción de James. El hijo mayor de Harry ni siquiera lo estaba viendo; el chico tenía la taciturna mirada clavada en su plato todavía vacío.

Draco intentó recomponerse de la sorpresa y entró caminando lo más digno que pudo hacerlo.

—Buenas noches —saludó, intentando difuminar aquella terca sonrisa que parecía negarse a abandonar sus labios y congratulándose de haberse puesto una túnica que sabía, se le veía muy bien. Mientras se dirigía hacia su lugar en la mesa, sus ojos fueron directamente a buscar la mirada de Harry. Éste lo estaba observando con interés y una afectuosa sonrisa pintada en la cara, dedicada totalmente para él.

Un escalofrío recorrió la piel de Draco al darse cuenta de que lo sucedido en su despacho no había sido un sueño como había temido, y que Harry, en efecto, estaba dispuesto a continuar "aquello" en el punto donde se quedó.

Que ellos dos tenían "algo".

Un escalofrío de expectación recorrió su piel aún por debajo de la tela de su túnica.

Luchando para no poner cara de idiota, Draco quitó sus ojos de Harry y, con rapidez, echó un vistazo a los demás. Scorpius lo miraba con una expresión enigmática, casi pícara, y una curiosa media sonrisa. Los dos hijos menores de Harry, Albus y Lily, lo observaban con extrañeza, como si creyeran que al señor Malfoy definitivamente le faltaba un tornillo en la cabeza.

Draco llegó hasta su lugar y se sentó.

—Justo acababa de mandar a Mandy a buscarte, cariño —le dijo Astoria desde el otro extremo de la mesa—. Y me informó que ya te estabas duchando, así que decidimos esperarte para comenzar a cenar.

—Gracias —dijo Draco, mirándola y encontrándola bastante sonriente. Demasiado sonriente, pensó Draco con suspicacia. Por supuesto. Seguramente la malévola y aprovechada mujer ya había leído "lo ocurrido" entre él y Harry en la "tan abierta" mente de éste. Draco meneó la cabeza, prometiéndose hablar con Harry al respecto. Ya le valía al hombre que aprendiera un poco de Oclumancia si es que no querían que Astoria se enterara todo el tiempo de lo que ocurría entre ellos. Astoria era una pervertida abusadora, pensó Draco mientras añadía, mirándola con ojos divertidos—: Lamento la ausencia y la demora.

—No te preocupes, querido —respondió Astoria, sonriendo más al captar que Draco había comprendido que ella "ya sabía"—. La tía Andrómeda y Teddy te dejaron sus saludos y te agradecen el magnífico almuerzo. Y Harry —dirigió su mirada hacia éste—, accedió al fin a cenar con nosotros, honrándonos con su presencia y la de sus adorables hijos en nuestra mesa.

—Es un placer tenerlos a todos aquí, como bien mi esposa lo señala —les dijo Draco a los Potter, dirigiéndose especialmente a los chicos—. Su padre es un gran hombre y un estupendo profesor, y Astoria y yo estamos muy complacidos de contarlo entre nuestros amigos.

Lily y Albus le agradecieron sus palabras; la primera, algo tímidamente, el segundo, con una enorme sonrisa. Ambos realmente parecían contentos por estar ahí. James, en cambio, sólo se removió en su silla; todavía parecía algo molesto y abochornado. Draco suspiró, confiando en que Harry no tuviera demasiados problemas con su actitud el día que James se enterara de lo que ocurría entre su papá y el señor Malfoy.

Pero entonces, la mirada de Draco se volvió a encontrar con la de Harry, y pudo leer en sus ojos la resolución de llevar todo a buen puerto. Draco le sonrió con discreción intentando contagiarse con su optimismo, y, echándoles una última mirada a los invitados de cabello negro y pelirrojo, tan contrastantes todos ellos con los rubios habitantes de la Mansión, Draco pensó que era extraño tener tanta gente en casa que no tuviera sangre Malfoy.

Como si la reminiscencia de una pesadilla muy vieja lo golpeara, Draco recordó cuando su casa había estado ocupada por gente que tampoco habían sido de su familia; tiempos horribles que deseaba poder olvidar por completo algún día.

Astoria, luciendo muy satisfecha, aplaudió una vez y varios elfos aparecieron con la cena alrededor de la mesa. Comenzaron a servir los alimentos a ambas familias, los Potter y los Malfoy. Familias que, Draco esperaba, algún día formarían una sola.

Su propio anhelo lo impresionó tanto que casi no pudo decir palabra mientras todos a su alrededor cenaban y charlaban con sincera alegría.

***

En cuanto terminaron de comer y antes de que comenzaran las despedidas y agradecimientos, Draco se llevó a Harry aparte. Mirando para todos lados y asegurándose que nadie los espiaba, arrastró a Harry hasta un pasillo cercano.

—Antes de que se vayan, quiero darte tu regalo —le susurró sin mirarlo a la cara.

—No, Draco, no es necesario… —murmuró Harry, levantando las manos con intención de abrazarlo.

—No digas tonterías. Acompáñame, lo tengo en mi despacho.

Harry y él caminaron por la casa sin hablarse, atravesando largos pasillos iluminados por antorchas y enormes candelabros. Llegaron a las amplias escaleras y comenzaron a subirlas, andando justo uno al lado del otro, apenas rozándose, apenas tocándose, compartiendo un silencio que decía más que mil palabras. A Draco, cosa extraña, su Mansión nunca le había parecido más luminosa en toda su vida como en esa noche.

Al llegar a su despacho, los dos entraron y, todavía en silencio, Draco caminó hasta el escritorio mientras Harry se quedaba de pie junto a la puerta. De un cajón, Draco sacó una cajita. Apretó los labios durante un momento, y finalmente, se la tendió a Harry.

—En pocas horas será tu gran día. Feliz cumpleaños, Harry.

Harry le sonrió y cogió la cajita. Era un joyero forrado en terciopelo verde, el cual, Harry abrió con lentitud. Arqueando las cejas y con una enorme sonrisa, observó su contenido durante algunos segundos. Entonces, tomó entre sus dedos el hermoso colgante con forma de llave de estilo antiguo que Draco le había comprado apenas esa mañana. Era una joya excepcional elaborada por duendes, hecha de la más fina plata y adornada con pequeñísimos zafiros negros. El cordón del cual pendía era una sencilla trenza de cuero negro, que no hacía más que resaltar la belleza de la llave.

Harry estaba anonadado. Levantó el colgante hasta la altura de los ojos, admirándolo.

—Es precioso, Draco. —Lo miró a los ojos—. Gracias.

Draco dio un paso hasta él y, suavemente, le quitó la joya de la mano. Le pasó el cordón de cuero por la cabeza y, una vez colocado alrededor de su cuello, Draco apretó el broche hasta que quedó a la medida. Dio un paso hacia atrás para admirar el efecto. Y tal como Harry había observado, el resultado era "precioso".

Harry, con una enorme sonrisa, pasó los dedos por la llave plateada, como si la acariciara. Cerró los ojos un breve momento antes de decir:

—Está encantada, ¿cierto? —Abrió los ojos y miró directamente hacia los de Draco—. Puedo sentir tu magia en ella.

Draco sonrió antes de explicar:

—El colgante tiene esa forma por una razón, y sí, como bien has deducido, le he colocado un encantamiento… La persona que lo tenga puesto tiene acceso libre a la Mansión. Podrás entrar por la chimenea del salón a la hora que quieras, o, incluso, aparecerte ahí o dentro de los terrenos… —Suspiró y se llevó una mano a la barbilla, como si estuviese cavilando algo—. Aunque, pensándolo bien, tal vez debería modificarlo para que puedas aparecerte directamente en mi cuarto —añadió en voz baja y sugerente.

Harry sonrió más y se acercó a él, tomándolo entre sus brazos. Lo besó brevemente, y Draco presintió su agradecimiento en ese gesto.

—Draco, es un regalo increíble —jadeó Harry cuando dejó de besarlo—. No puedo creer que me tengas semejante confianza. Es —miró hacia abajo, tocando de nuevo la llavecita plateada con los dedos, casi con reverencia—… es como si me estuvieras dando la llave de tu casa.

—Lo has entendido —murmuró Draco, intoxicado por la cercanía de Harry, por su calor y aroma. Pensó en confesarle que le había comprado ese regalo aún antes de que las cosas resultaran así entre ellos, y que lo había hecho con la esperanza de que quedara claro que, para él, Harry no era sólo el tutor de Scorpius, sino, un amigo de la familia.

Pero cuando Harry se acercó y lo besó de nuevo, Draco decidió que las explicaciones no importaban más. Sin embargo, aquel delicioso beso no duró ni la milésima de lo que Draco hubiese anhelado. Harry se separó aún antes de que Draco comenzara a disfrutar.

—Tengo que irme —musitó Harry, y el pesar era evidente en su voz—… los chicos me esperan.

Draco suspiró.

—Lo sé. —Dio un par de pasos hacia atrás para evitar la tentación de volver a besarlo—. Anda, vete. Pero —añadió, señalando el colgante y cerrándole un ojo— recuerda que puedes venir cuando quieras. A la hora que quieras.

Harry sonrió traviesamente.

—¿Eso significa que no tendré que esperar hasta el lunes? —preguntó con el tono incrédulo de un niño pequeño a quien le han dicho que puede comer el postre antes de las verduras.

Draco arqueó una ceja y negó levemente con la cabeza.

—No, no tienes que esperar hasta el lunes —respondió anhelantemente, intentando que Harry comprendiera sin palabras que él, al menos, no podía esperar hasta ese día.

Harry sonrió mucho más y Draco supo que le esperaba un placentero, movido y feliz fin de semana; todo ello sin salir de la cama. Harry volvió a besarlo con urgencia y, después de suspirar profundamente, salió del despacho de Draco caminando con lentitud. Draco lo miró irse y después de unos segundos, se dejó caer pesadamente en su sillón.

Harry y él realmente tenían algo. Meneó la cabeza. ¿Por qué le resultaba tan difícil de creer? Sin poder evitarlo, sonrió ampliamente y aunque sabía que aún les quedaba muchísimo camino que recorrer y muchas cosas que hablar antes de poder afirmar que lo que había entre ellos era una relación, tenía el presentimiento que ya nada iba a resultar tan duro a partir de ese momento en adelante.

Cerró los ojos y se acomodó en el respaldo, suspirando y rememorando los momentos pasados con Harry un par de horas antes justo en ese lugar. Ante sus ojos se abría un mundo de emocionantes expectativas y estaba seguro de que mientras el chico Lupin se mantuviera alejado de ellos, nada jamás saldría mal. Se sentía estúpidamente lleno de esperanza y felicidad; era como estar parado en medio de un corredor rodeado de puertas cerradas tras las cuales no tenía idea de qué se ocultaba pero, sabía que fuera lo que fuera, ninguna de ellas lo conduciría a un mal lugar.

Levantándose de la silla para bajar a tomar su acostumbrado té nocturno con Astoria, Draco se sentía tan esperanzado que podía apostar su fortuna a que la primera de aquellas puertas se abriría ante él esa mismísima noche.

***

Sin embargo, aquella noche no fue como las demás.

Astoria y él tenían la reconfortante costumbre de reunirse después de cenar en su pequeño saloncito —el de la planta baja que daba al jardín— a beberse la última taza de té del día antes de subir a sus respectivas habitaciones a dormir. Y a lo largo de todos los largos años que tenían de casados, jamás Scorpius los había acompañado. Simplemente, porque aquella era la hora de los dos.

Pero esa noche, cuando Draco bajó a reunirse con Astoria —un tanto ansioso por averiguar si su tía Andrómeda se había enterado de algo de lo que sucedió durante la tarde y de la cara de derrota que seguramente Ted Lupin tuvo al marcharse—, se encontró con la enorme sorpresa de que Scorpius estaba acompañando a su madre.

La llegada de Draco pareció interrumpir la charla entre los dos. Astoria y Scorpius se quedaron inmediatamente en silencio y se giraron a verlo con una sonrisa pícara y cómplice. Draco arqueó una ceja, algo disgustado de presentir que él había sido el tema de conversación entre su esposa y su hijo hasta el momento en que entró al salón.

—Ven, querido —dijo Astoria, señalando con un gesto de la cabeza hacia el sillón donde Draco solía sentarse—. Qué gusto verte por aquí, por un momento creí que… estarías demasiado ocupado en tu cuarto como para bajar a tomar el té —finalizó con tono sugerente.

La endiablada mujer alzó las cejas y no dijo más. Draco los miró a los dos entrecerrando los ojos, pues era evidente que Scorpius también intentaba disimular una sonrisa. Draco suspiró, no pudiendo evitar sentirse extremadamente aliviado al darse cuenta de que su hijo sabía que era lo que estaba pasando entre su tutor y su padre. Dándose por vencido al hecho de que tendría que someterse a un interrogatorio, Draco se acomodó en su sitio de siempre poniendo cara de fingido fastidio. Mandy apareció de repente y le sirvió su taza de té.

Durante los breves segundos que la elfina demoró en verter el líquido hirviente en la taza de porcelana y en pasársela a su amo, nadie dijo nada. Draco tomó la taza y Mandy, haciendo una pronunciada reverencia, desapareció.

Astoria y Scorpius intercambiaron una mirada mientras Draco simulaba que no los veía y le sorbía un poco a su té.

—Creo —dijo Draco al fin, depositando la taza sobre la mesita que tenía enfrente—, que no tiene caso continuar fingiendo que…

—¿Que tú no sabes que nosotros ya sabemos lo que "ya sabes", papá? —preguntó Scorpius con gran descaro y sin dejar de sonreír. Draco no dijo nada durante un momento, e hizo su mejor esfuerzo para no permitirse traslucir la diversión que le causaba el singular despliegue de camaradería demostrado por Scorpius. Eso sí que era extraño tratándose de un adolescente de dieciséis años hacia con su viejo padre.

—Y… ¿mi tía Andrómeda no se infartó ante mi ausencia? —preguntó Draco a Astoria cambiando prestamente el tema.

Astoria soltó una discreta risita mientras mordisqueaba una pasta.

—Oh, no, claro que no. Le dijimos que habías sufrido un colapso por el exceso de ejercicio físico al jugar con los chicos... Ella no se enteró de que tú ni siquiera jugaste a esa cosa muggle, claro, así que comprendió el porqué te encontrabas desvanecido en tu habitación.

Draco meneó la cabeza mientras se pasaba una mano por la cara. Bueno, eso era mejor que enterar a su tía de que se había emborrachado por culpa de los descarados coqueteos de su nieto hacia Harry y que luego éste lo había consolado haciéndole la mamada de su vida.

Mejor así.

—Supongo que tampoco se enteró de… —Draco meneó las manos, incitando a Astoria a que le narrara más. No quería ni siquiera molestarse en pronunciar el nombre del ahijado de Harry o de que su familia se enterara de lo celoso que se había sentido durante aquella tarde.

—¿De lo de Ted? —preguntó Astoria arqueando una ceja, y Draco asintió. Como casi todas las esposas, ella tenía ese extraño don de saber qué era exactamente lo que Draco quería decir a pesar de que éste sólo balbuceara tonterías. Y, Draco sabía, sin usar Legeremancia con él—. ¡Por supuesto que no! Tu sobrino fue bastante discreto después de que Harry lo pusiera en su sitio —dijo con molestia—. ¡Vaya con el jovencito! Era tiempo de que Harry le cantara las cuarenta… No volvió a decir ni pío y ni siquiera se separó del lado de su abuela hasta que se fueron de aquí.

Pero eso no era exactamente lo que Draco deseaba saber, así que se atrevió a mirar hacia su hijo. Scorpius lo estaba mirando con el gesto más divertido que Draco no recordaba haberle visto en la cara desde que era un niño.

—No, papá —le dijo el chico, regalándole una gran sonrisa llena de calidez—. El profesor Potter no tuvo ojos para él, lo único que hacía era buscarte con la mirada. Y sí, te aseguro que Teddy tenía una expresión de derrota y frustración que no podía con ella —le contó, compartiendo una sonrisa cómplice con su padre—. No volvieron a intercambiar palabra después de que bajaron de donde sea que hubieran estado y, te lo aseguro, el profesor parecía muerto de la mortificación. Me preguntó por ti y en cuanto estuvo limpio de su ropa, corrió a buscarte a tu despacho —dijo y sonrió mucho más. Draco apuró al té, temeroso de que el chico supiera qué era lo que había sucedido allá arriba—. Y, bueno… —continuó Scorpius—, al bajar él, mi tía abuela y Ted ya se habían ido. Entonces, el profesor nos dijo a todos que dormías, ya que habías bebido de más y te sentías indispuesto.

Astoria volvió a reír.

—Es una suerte que lo que Harry "bebió" no embriague a nadie, ¿no crees, querido? Imagina, ¿qué hubiéramos hecho con los dos así de ebrios?

Astoria y Scorpius se rieron con ganas mientras Draco se negaba definitivamente a mirarlos a los ojos y mucho menos a responder a aquello. Sin duda alguna, esa mujer era el vivo demonio.

*

No se equivocó, por supuesto, al creer que esa noche se abriría la primera de las puertas que lo conducirían a su nueva vida. Porque si había algo bueno y rescatable en intimar con un Gryffindor, era que éste sería tan predecible que se volvía sujeto digno de confianza.

Después de la desastrosa hora del té con Astoria y Scorpius, en la cual ambos le dieron su bendición al respecto de su floreciente relación con Harry —siempre y cuando el burlarse abiertamente de él porque había estado tan ebrio que no había podido corresponder a las "atenciones" del tutor, se pudiese considerar "una bendición"—, Draco había subido a su cuarto, se había duchado otra vez (intentando no pensar en por qué demonios lo estaba haciendo), se había colocado su mejor loción y se había acostado con un pijama nuevo.

Temblando bajo las sábanas como un colegial, había permanecido cerca de media hora con los ojos abiertos, preguntándose por qué se sentía tan nervioso y queriendo morirse de vergüenza por ello.

¿Y si Harry no iba esa noche? O peor aún, ¿y si no iba a visitarlo ninguna noche? ¿Qué tal si era de ésos magos que no gustan de dejar solos a sus hijos, o qué tal si les había confesado la verdad a los tres chicos y éstos habían reaccionado con asco e indignación, y ante sus desesperadas súplicas, Harry decidía no volver jamás a ver a Draco o…?

El sonido de una aparición lo hizo abrir más los ojos. La cara de Mandy estaba ante la de él, toda ella retorciéndose del miedo al saberse expuesta a una reprimenda por parte de su amo.

—Amo Malfoy, señor… —chilló la criatura—, dice él que viene a verlo, señor. Ha entrado por la chimenea del salón, a pesar de las protecciones, y él tiene una llave en la que Mandy siente la poderosa magia Malfoy, señor. Él no entiende que el amo está dormido, él quiere subir, el señor Harry Potter, señor.

La sonrisa de Draco desconcertó tanto a la elfina que la obligó a guardar silencio.

—Mandy, permítele subir. De hoy en adelante, Harry Potter y sus hijos son parte de la familia Malfoy, ¿comprendes? Son libres de entrar y salir de esta casa cuánto les plazca. Y tú, deberás atenderlos como si fueran tus amos.

Mandy lo miró incrédulamente durante un segundo, murmuró algo que sonó parecido a "Menos mal que el amo Lucius ya no está entre nosotros, el pobre señor", hizo su acostumbrada reverencia y desapareció.

Draco se mordió los labios, ansioso y temeroso como adolescente que sabe que está a punto de tener sexo por primera vez, el corazón hinchado de gozo pulsándole fuerte dentro del pecho. Se sentó, alisó las sábanas de seda y esperó.

Más le valía a Potter que toda aquella expectación y problemas causados valieran mucho la pena. Draco sacó cuentas y creyó que la noche sería demasiado corta como para cobrárselo. Tal vez con unas cien o doscientas noches apenas los intereses quedarían saldados. O mil.

Bueno. Serían muchas, eso sí.

Entonces, la puerta de su cuarto se abrió y Harry asomó la cabeza. Draco miró, gracias a la luz proporcionada por el único candelabro que continuaba encendido, que el hombre estaba infinitamente mucho más nervioso que él. Draco pudo haberse reído ante la ironía. Magos de su edad muertos del pánico ante una cita.

Sin embargo, no se rió. La visión de Harry entrando a sus más privados terrenos, justo a media noche y con aquella expresión de avidez en los verdes ojos, bastó para mudar su burla y sus nervios en algo más denso y delicioso.

Deseo desnudo y llano.

Harry caminó un par de pasos hasta su cama y se detuvo, inseguro. Draco observó que llevaba el cabello mojado y se había cambiado de ropas. Una ráfaga de calor llegó directo a su entrepierna al imaginarlo tomando una ducha antes de haber acudido ahí.

—No pude esperar al lunes, Draco —le susurró, suplicando el permiso de llegar hasta él. Pidiéndole perdón por la intromisión. Deseando asegurarse de si eso era lo correcto, de no haber malinterpretado las intenciones tras el regalo de Draco.

—Veo que no —contestó Draco también en voz baja—. Es la medianoche del sábado. De tu cumpleaños, Harry —añadió al recordarlo, sonriendo con calidez—. ¿Quieres celebrarlo? —preguntó con voz ronca mientras tomaba las sábanas y las levantaba, indicándole a Harry con ese gesto que esperaba que se uniera a él en la cama—… ¿conmigo?... ¿Ahora? ¿Aquí?

Fue visible, a pesar de la penumbra y la distancia, que Harry tragó pesadamente saliva.

—Creo que —masculló él, sonriendo encantadoramente—, nadie, jamás, me había hecho una mejor fiesta de cumpleaños.

Terminó de recorrer el espacio hasta la cama de Draco y con dedos temblorosos, comenzó a desabrocharse la camisa. Draco lo imitó, abriendo de uno en uno los botones de su pijama superior y mirándolo con picardía.

—Espero, Potter, sinceramente espero, que no te estés refiriendo al almuerzo que te preparó Astoria.

Harry sonrió mientras arrojaba su camisa al suelo; y Draco tuvo de nuevo, ante él, la gloriosa vista de aquellos pectorales bronceados y perfectos.

—Eso fue bueno, no lo niego —respondió Harry, abriéndose el pantalón con movimientos lentos y provocativos, los cuales, Draco descubrió, resultaban demasiado hipnóticos—. Muy hermoso y emotivo. Pero no. No es a eso a lo que me refiero.

La respuesta sarcástica que Draco estuvo a punto de soltar, murió en sus labios cuando Harry al fin se despojó de su pantalón.

Y mientras un desnudo y soberanamente bueno Harry Potter se reunía junto a él bajo las frescas sábanas de seda blanca, Draco sólo podía pensar en que tenerlo de aquella manera valía la pena cualquier problema, cualquier escándalo, cualquier terrible momento de celos e, incluso, cualquier esposa e hijo haciendo mofa de su tormentoso romance con el tutor.

Harry, temblando de ansia contenida, lo besó, dulce e insistente, y Draco no pensó más, ni en el duro pasado ni en el incierto futuro. Y cuando Harry lo preparó y le hizo el amor, Draco, simplemente, supo que su vida entera, los años anteriores y los que estaban por venir, estaban todos volcados en ese preciso momento presente.

Jamás en su vida sería tan pleno y tan feliz.


Epílogo

—Vamos, Harry… —ronroneó Draco mientras mordía aquel cuello ancho y apetecible—. Dímelo ya.

—N-no —jadeó Harry, echando la cabeza hacia atrás y arqueando el cuello. Merlín, esa visión era una de las favoritas de Draco. Adoraba ver a Harry así, tan expuesto, con su hermosa y varonil manzana de Adán invitándolo a morder, a probar, a lamer…—. No insistas, Draco… no puedo.

En las tres semanas que llevaban juntos, Draco había aprendido a conocer el cuerpo de Harry casi tan bien como el de él. Sabía cuáles eran sus puntos débiles, aquellas partes que, con un simple beso, lo ponían a punto de turrón. Y en ese momento, en su lucha por sacarle algo de información, ahí estaba Draco, atacando el cuello de Harry a mordidas, sabiendo que eso lo volvía loco de placer.

—Dra-Draco, para… ya… tengo que volver con los muchachos.

—No voy a dejar que te vayas hasta que me digas —amenazó Draco, dándole una mordida en la clavícula, tan profunda, que hizo que Harry soltara un aullido—. Sólo falta una semana para que termine la tutoría… Ya debes saber la calificación que le vas a dar a Scorp… Yo sólo quiero que me digas cuál es, nada más —presionó.

Harry se rió y trató de empujarlo, pero Draco lo abrazó más apretadamente y puso una mano abierta sobre la entrepierna del tutor. Harry siseó al sentirla, y Draco podía percibir, bajo su palma, la carne ardiente y palpitante de la erección del otro.

Harry se quedó muy quieto, esperando que Draco comenzara a acariciarlo. Pero éste no hizo nada, sólo se quedó con la mano inmóvil y abierta sobre el pantalón del profesor.

—Draco… —suplicó Harry, empujando sus caderas hacia la mano de Draco.

—No. Hasta que me digas —afirmó impasible.

Harry gimoteó de frustración.

—De acuerdo. Pero no sé para que lo preguntas si ya lo sabes. Una "E". Scorpius se la merece con creces. ¿Contento?

—Algo así —jadeó Draco, besándolo por última vez y alejándose de él. Harry lo miró con gesto ofendido y Draco sonrió ampliamente.

—Vaya, profesor. ¿No me dijo usted que tenía que regresar a clase? —se burló, caminado alrededor de su escritorio y sentándose ante él—. Después de todo, no le pago para que se escape a follar con el padre de su alumno.

—Claro que no, señor Malfoy —murmuró Harry, acercándose a Draco y sentándose encima del escritorio—. Eso lo hago gratis.

Le cerró un ojo, y Draco no pudo evitar sonreír.

—De acuerdo, pero no en horas de trabajo. ¿No le basta con "asaltarme" todas las noches en mi propio cuarto? —preguntó con un fingido tono de molestia. Como si no hubiera sido él quien había "re-encantado" el colgante de Harry para que pudiera aparecerse ahí mismo en vez de en salón.

—Nop, no me basta —afirmó Harry, mirando a Draco con gesto depredador y mordiéndose los labios. El miembro de Draco dio un respingo ante la visión, pues sabía exactamente lo que esa mirada significaba—. Creo que nunca me cansaré de tu culito aristocrático.

—Los niños te están esperando…—lo apremió Draco cuando Harry se inclinó para besarlo—. Seguramente se aburrirán y escaparán de la biblioteca.

No era la primera vez que Harry se lo follaba justo ahí en el escritorio de su despacho, y los simples recuerdos de esas ocasiones, ya lo estaban haciendo dudar.

—No harán tal cosa. Te aseguro que ahí mismo encuentran actividades en qué entretenerse —dijo Harry y soltó una risita que, Draco sabía, "significaba" algo.

Draco se movió hacia atrás para evitar el beso y miró a Harry a los ojos, intentando parecer severo.

—¿Qué quieres decir con eso?

Harry sonrió más.

—¿Todavía tienes ese libro tuyo, el encantado?

Draco asintió, presintiendo algo. Abrió mucho la boca y liberó un jadeo.

—¡¿No me digas que Albus y Scorp…?! —no pudo finalizar la pregunta. Harry asintió, poniendo cara de sabihondo. Draco entrecerró los ojos y, levantándose con agilidad, caminó hasta la estantería donde había guardado el libro.

Lo sacó de su lugar y lo abrió.

Al principio, pensó que el otro libro, el de la biblioteca, tal vez estuviese cerrado, porque no se escuchó nada a través del que él tenía en las manos. Pero entonces, cuando estaba a punto de cerrarlo de nuevo, un largo y profundo gemido brotó de sus hojas. Draco casi lo dejó caer al reconocer la voz de su hijo.

"Dios, Albus… Qué bien lo haces. Ohhh, sí, así. Me gusta cuando pasas tu lengua así… ah, sí, de esa manera."

Draco aguzó el oído y juraba que podía escuchar sonidos de humedad y succión. Se llevó una mano (la que no sostenía el libro) a la boca para no soltar una palabrota. ¡Albus se la estaba chupando a su heredero!

"¿Así, Scorp?", se escuchó la voz de Albus, muy baja y enronquecida.

"Sí…", gimió Scorpius. "Así, así. También… también… ¿podrías hacer lo que hiciste la otra vez? ¿Me-meterme… tus… tus…?"

"¿Mis dedos?", preguntó Albus con voz divertida pero apasionada.

"Sí", suspiró Scorpius para horror de Draco, "Eso se sintió… muy bien."

Draco gimoteó, mirando a un regodeado Harry que parecía decirle "Te lo dije" con el gesto. Bufando, Draco cerró el libro, creyendo que ya todo estaba esclarecido. Y de más.

—No digas nada —le advirtió a Harry mientras lo fulminaba con la mirada. Le dio la espalda y colocó el libro en su lugar. Se sentía molesto porque había tenido la secreta esperanza de que al menos Scorpius fuera el activo en su naciente relación con Albus, pero al parecer, los Malfoy tenían una maldición que los obligaba a ponerles el culo a los Potter—. Maldita sea —masculló con rabia.

—Oye… —susurró Harry detrás de él. Draco sintió los fuertes brazos del tutor rodeándolo y apretarlo con intenso cariño—. No te hagas problemas con eso. Lo importante es que sean felices, ¿no? Qué más da quién va arriba y quién va abajo.

Harry giró el cuerpo de Draco hasta que quedaron frente a frente, abrazándolo con más fuerza. Draco se permitió que lo mimaran de esa forma, después de todo y como Harry había dicho, Albus y Scorpius parecían muy entretenidos por sus propios medios, por lo que no había prisa en echar al profesor de ahí.

Más resignado, Draco suspiró hondamente, apoyando la cabeza contra el pecho de Harry. Casi podía gemir de lo bien que se sentía la manera en que aquellos brazos lo hacían sentir querido y protegido. Y luego se preguntaba por qué los Potter eran los activos.

—¿Puedo hacer algo para que te sientas mejor? —le preguntó Harry con voz suave—. ¿Quieres que baje a la cocina por un té? ¿Que te sirva un vaso de whisky o de coñac?

Draco sonrió ampliamente, ocultando el gesto en las profundidades del abrazo de Harry. Recordando la manera en que, un par de días antes, Harry les había contado a sus tres hijos la verdad de su relación con el señor Malfoy. Saboreando la vehemencia con la que Harry le había prometido que, al regresar a su trabajo en Hogwarts como profesor, regresaría a la Mansión Malfoy cada fin de semana para pasárselo con él.

¿Cómo no sentirse seguro ante tal demostración de cariño y dedicación? ¿Ante tal valentía y nulo miedo al escándalo?

—Sí, en realidad, sí hay algo que puedes hacer —dijo Draco de repente, incorporándose para mirar a Harry a los ojos.

Harry parecía genuinamente preocupado, y eso regocijó el corazón de Draco a niveles inimaginables. Si Scorpius encontraba en Albus lo mismo que Draco tenía en Harry, entonces, Draco sabía que tendría que alegrarse por él.

—Quiero que me muestres —dijo Draco, poniéndose serio—, por qué es que ustedes los Potter son la perdición de los Malfoy. —Bajó la voz hasta convertirla en un ronco susurró que hizo que Harry se estremeciera—: Recuérdame, estocada tras estocada, por qué es que adoro tenerte dentro de mí.

Harry siseó de deseo contenido.

—¿Aquí? ¿Ahora? —susurró, mirando a Draco a los labios como si no pudiera contenerse de besarlo ni un momento más.

—Aquí. Ahora.

Harry sonrió de lado, con ese gesto fascinante y sexy que parecía guardarse sólo para aquellos momentos íntimos con Draco. Lo besó con brusquedad, comenzando a desnudarlo como si fuera la primera vez que lo hacía, y Draco sólo pudo gemir con intensidad cuando Harry lo depositó con fiereza sobre la madera de su escritorio y, apenas con una exigua preparación, comenzaba a penetrarlo.

Y mientras lo hacía, Draco sólo podía pensar que tenía que haber sabido, cuando solicitó un tutor para su hijo, que su dinero jamás podría haber estado mejor empleado.

Sonrió y se preguntó si la "E" obtenida por Scorpius no podía significar también "Existencia Excepcional", porque, que lo partiera un rayo sino era justo eso lo que estaba viviendo.

Fin


La autora ofrece una ardorosa disculpa por la demora, y asegura que la RL no le había permitido antes colocar este capítulo final. Sabe que los lectores no están para leer acerca de sus problemas y desdichas, así que sólo le resta confiar en que la perdonarán y que disfrutarán de esta última entrega y de cualquier otra cosa que ella consiga escribir en el futuro.

Un agradecimiento enorme y eterno por sus lecturas y por sus siempre lindos y calurosos comentarios ^^