Hola de nuevo!! qué rápido he venido con otra historia sobre Rose y Scorpius eh?? pero es que mi mente se ha puesto a trabajar y no podía resitirme! Antes que nada, quiero decir que este fic está basado en la película "Quiéreme si te atreves", así que si veis que os suena la historia o cosas que pasan, ya sabéis por qué xD. Después decir que todos los personajes (excepto algunos que yo pueda inventarme) pertenecen al maravilloso mundo que creo J. y no yo, más quisiera! xD en fin, espero que disfrutéis con este primer capítulo (que es un poco corto, creo que los demás serán más largos) y que si queréis y os apetece dejéis un review. Me gusta saber lo que opináis para mejorar!! Saludos =)

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CAPÍTULO 1

Capaz o incapaz

Rose Weasley se recostó sobre el mullido sillón escarlata. Miró por la ventana, distraída. Allí fuera el tiempo era revuelto, lleno de truenos y lluvia, de ruido y de caos. Era algo similar a lo que sentía ella en esos momentos, bueno, a decir verdad, a lo que llevaba sintiendo durante mucho tiempo.

Alargó la mano para coger un papel que descansaba en la mesilla. En él había una frase, corta y escrita por ella misma, tal vez para cerciorarse de que toda su situación no era producto de su imaginación absurda, y que si la veía con sus propios ojos sería real de verdad. La leyó lentamente, en un susurro: "¿Capaz o incapaz?". Esas eran las palabras que habían marcado su vida y que seguramente seguirían haciéndolo. Pero, para entender todo aquello, había que remontarse a un tiempo pasado, cuando tan sólo contaba con la tierna edad de once años…

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Era un día soleado y maravilloso, pensó Rose para sus adentros, feliz. Por fin iba a empezar su primer curso en Hogwarts, y sintió que todas esas mariposas que ahora le revoloteaban por el estómago era una sensación increíblemente placentera. Miedo, nervios, excitación. Quería ver todo aquello de lo que su primo James le había hablado tanto.

No tardaron mucho en llegar a Kings Cross, pues su padre poseía un coche del ministerio que, aunque de apariencia muggle, poseía más prestaciones que el coche no mágico más caro del mundo. Rose, con ayuda de sus padres, ayudó a bajar el enorme baúl de coche y la jaula de su lechuza, que ahora picoteaba los barrotes. Tal vez también esté nerviosa, pensó la niña pelirroja.

La estación era un cúmulo de gente en constante movimiento. Rose creyó que no había visto a tantas personas en su vida, o tal vez es que la cabeza le daba vueltas y todo iba demasiado deprisa en su mente. De pronto, vio como su segunda familia saludaba a ella y a los suyos con entusiasmo.

-Bueno, chicos ¡Ya estamos todos!.- dijo Ginny, entusiasta.

James, Albus y Lily también se encontraban allí. El primero parecía tranquilo, pues ya iba a empezar su segundo año en Hogwarts, mientras que Albus se retorcía las manos con nerviosismo, al igual que Rose.

-Ahora sólo tenéis que hacer lo que hace James ¿De acuerdo?.- explicó Ron a los dos principiantes, que asintieron presurosos. Habían visto hacer eso una vez, cuando, de pequeños, acompañaron a sus primos a la estación. Pero el que ahora ellos fueran los protagonistas y tuvieran que atravesar el grueso muro de ladrillo entre los andenes 9 y 10, no ayudaba a estar tranquilo.

James se despidió de sus padres y tíos y, junto con su carrito, atravesó la pared. Parecía muy fácil, sólo había que concentrarse, se autoconvenció Rose, que era la siguiente. Inspiró hondo, y tras recibir varios abrazos y besos, cogió carrerilla y, simplemente, lo traspasó. Cuando lo hizo, volteó la cabeza y vio como el sólido muro de ladrillo volvía a estar intacto, y por él no tardó en aparecer Albus, con las mejillas coloradas y riendo feliz.

Ambos primos miraron al inmenso tren escarlata que se presentaba ante ellos. Por el andén, cientos de alumnos andaban de acá para allá, dejando sus maletas o hablando entre ellos. Los mayores ya llevaban las túnicas de Hogwarts, mientras que los de primero miraban confusos a todos lados. Exactamente como Albus y Rose, de no ser porque James les estaba guiando hacia el interior del tren.

Pronto se encontraron sentados en un vagón desocupado, mirando por la ventana, anonadados con todo lo que veían y lo que soñaban ver con su llegada al colegio.

Rose miró su reloj de pulsera: ya era la hora de partir, y el tren no se retrasaba, según había oído. No se equivocaba, pues sintió como un suave traqueteo la balanceaba y como el paisaje de la estación daba paso a las montañas. Bien, ahora sólo quedaba esperar, en pocas horas estaría en su ansiado Hogwarts.

-¡Se me ha olvidado coger el dinero!.- oyó exclamar a su primo Albus, que se revolvía los bolsillos en busca de algún knut. Rose miró hacia la puerta, donde una señora regordeta y de sonrisa amable esperaba con un carrito lleno de todas las golosinas imaginables. Pero, antes de que a Rose le diera tiempo a decir algo, la camarera ya se marchaba por el pasillo.

-Yo tengo.- la pelirroja mostró unos cuantos sickles de plata que le había dado su padre antes de partir.- Voy a buscarla.- se levantó decidida, pues ella también se moría de hambre, y abrió la puerta del compartimento.

-¿Piensas ir con eso?.- Albus señaló el objeto que Rose portaba entre sus manos.

-Claro.- respondió ella, resuelta. ¿Qué clase de pregunta absurda era esa? En los momentos importantes, Rose siempre llevaba "eso", ya debería conocerla.

Y "eso" no era más que una pelota de mediano tamaño hecha de tela. Se la había regalado su abuela Molly para consolarla cuando de pequeña se cayó de un columpio y se magulló de pies a cabeza. Desde entonces, no se había separado de ella. Quería demasiado a su abuela y, aunque la pelota estaba algo vieja y desgastada, no le importaba.

Rose caminó por los pasillos del tren en busca de la amable camarera, cuando oyó unas voces alborotadoras en el vagón de su derecha. La puerta estaba abierta, y se acercó para averiguar. Dentro, un grupo de niños señalaba a otro entre risas. Además, no paraban de repetir una frase:

"Sucio mortífago" "Sucio mortífago" "Sucio mortífago".

Rose frunció el ceño, contrariada. No sabía exactamente qué o quién era un mortífago. Pero sabía que no era una palabra nada buena, por lo que les había oído hablar a sus padres. Decidida, entró en el compartimento mientras los niños que se burlaban salían a toda prisa de él, casi haciéndola caer.

La pelirroja miró al niño del cual se burlaban, que ahora recogía con premura los libros esparcidos por el suelo y algunos caramelos que, desde luego, se habían convertido en incomibles. Era rubio y ya estaba vestido con el uniforme de Hogwarts. Además, Rose ya creía saber de quién se trataba, pues su padre se lo había señalado en el andén de la estación, diciéndole cosas del tipo: "Rosie, gánale a Scorpius en todo".

-Tú debes de ser Scorpius Malfoy.

El aludido depositó los libros en de nuevo en el asiento y alzó la vista ante la intrusa.

-No, te equivocas. Soy el sucio mortífago.- murmuró, con voz queda. Después se volteó y su mirada gris se perdió al otro lado de la ventana, ignorando a Rose. Ella, por su parte, se quedó observándole, curiosa. Parecía bastante triste, y no creía que nadie se mereciera eso en su primer día de colegio, así que hizo algo para contentarle.

-Toma.- Rose le tendió la pequeña pelota regalo de su abuela, y el niño rubio la tomó extrañado, para después sonreír, agradecido.

-¿Me la prestarás de vez en cuando?.- preguntó la pelirroja, asustada ante la posibilidad de no volver a ver más su apreciado amuleto. Scorpius, que así se llamaba, frunció el ceño.

-¿Me la das y me la quitas? Si la quieres de verdad juega y demuéstramelo. ¿Capaz o incapaz?

Sí. Definitivamente, así empezó todo.

Rose parpaedó varias veces, intentando procesar la información, para después, sonreír con malicia. Salió del compartimento y se dirigió a otro que estaba dos metros más allá, mientras Scorpius le seguía curioso, pelota en mano.

La pelirroja abrió de golpe la puerta, y los niños que anteriormente se burlaban de Malfoy, la miraron extrañados. Mas no les dio tiempo a decir nada.

-¡Mocomurciélago!.- pronunció Rose apuntando a cada una de las cabezas de aquellos alumnos, haciendo que éstas se llenaran de asquerosos mocos al instante. Los niños gritaron y se palparon la cara, asqueados, mientras uno por uno fueron saliendo y corriendo por el pasillo, seguramente yendo a avisar a alguien.

Rose rió con ganas, sujetándose la tripa de dolor. Divertida y a la vez sorprendida de que aquél hechizo practicado durante el verano con su tío George hubiera surtido efecto. Scorpius la miraba sorprendido, pero también comenzó a reír.

-Capaz.- dijo Rose, risueña, limpiándose las lágrimas de los ojos.

Pero no todo fue tan bonito, pues pronto una muchacha de aspecto severo y mirada aviesa la tomó por el brazo y la condujo a trompicones hasta un compartimento vacío.

-Te quedarás ahí castigada durante el viaje. Y ponte la túnica.- dijo la prefecta, una de las encargadas de vigilar a los alumnos durante el trayecto a Hogwarts.- y tienes suerte de no haber sido todavía asignada a ninguna casa, te quitaría muchos puntos por esto.

Ese sería uno de los muchos castigos que Rose recibiría durante su estancia en Hogwarts, a causa de su atrevimiento.

Y es que el juego se puso en marcha solo. Cuando Scorpius tenía la pelota podía ponerle cualquier reto a Rose. Ella lo hacía y recuperaba la pelota. Entonces le tocaba a ella ponerle un reto. Era fácil, y muy divertido. ¿Un juego de idiotas? Tal vez. Pero era su juego.



La mañana siguiente se le antojó la más importante de su vida. Era el primer día de clases, y Rose no sabía exactamente a qué se enfrentaría. Aquello no era como el colegio muggle al que su madre la llevaba antes de asistir a Hogwarts. No. Aquello era muy diferente, enseñaban magia, y Rose sentía que tenía mucho que aprender. Quería llegar a saber tantos hechizos como sus padres, poder hacer cualquier cosa con magia.

La noche anterior había sido bastante emocionante, y es que la cena de inauguración de un nuevo curso en Hogwarts no era para menos. De primeras, el castillo vislumbrado desde el pueblo de Hogsmeade ya era impresionante, pero más lo era por dentro. Después de haber estado todo el viaje sola en un compartimento, Rose se moría por reunirse con Albus y el resto de sus primos en la cena. Primero les llevaron en barcas a través del lago, guiados por un gigante llamado Hagrid. Ya era guardabosques en la época de sus padres, Rose lo sabía bien. Había oído bastantes historias sobre él.

Pero lo más impresionante estaba por llegar, pues el Gran Comedor se extendía ante sus ojos en todo su esplendor. Miles de velas iluminaban la estancia, y cuatro grandes mesas se extendían de cabo a cabo. Al frente, todos los profesores, ya sentados cuando los alumnos de primero caminaban hacia el sombrero seleccionador.

-¡Rose Weasley!.- Minerva McGonagall, la por entonces directora del colegio, pronunció su nombre alto y claro. La pelirroja, hecha un manojo de nervios, salió de la cola y se aproximó al viejo y raído sombrero. La directora no tardó en colocárselo en la cabeza, y en seguida el sombrero empezó a hablar, algo que sobresaltó un poco a Rose. Nunca había vivido nada como aquello, además toda esa gente la estaba mirando. Incluido Scorpius Malfoy, que la sonreía desde la fila. ¿A qué casa iría él?

-Vaya, posees el intelecto de tu madre.- comenzó a decir el ajado sombrero.- pero también eres valiente, y tienes genio como tu padre. Eres toda una Weasley.- Rose sintió enrojecer hasta las orejas.- Sin duda estás en.... ¡GRYFFINDOR!

La pelirroja oyó unos atronadores aplausos provenientes de la mesa de los leones, y se apresuró a sentarse junto a sus nuevos compañeros. Albus ya había sido seleccionado allí, y casi todos sus primos, excepto Dominique y Molly, que iban a Ravenclaw.

Y ahora se encontraba allí, desayunando antes de ir a su primera clase de Encantamientos. Ah, sobra decir que Scorpius fue asignado a Slytherin, era de esperar, dado que toda su familia había pertenecido a esa casa. Y Rose no compartía la clase de Encantamientos con las serpientes. Era una pena, le hubiera gustado ver a Malfoy en su clase, no sabía por qué se temía que era un chico interesante de conocer.

Y si bien esa clase no la compartía con él, si lo hacía en otras. Y Rose no pudo imaginarse cuan desafiante iba a ser su primera clase juntos.