Capítulo 5
Madrid, al día siguiente.
"...el temporal siberiano que tenemos encima en la península ha llegado hasta la capital. Está cayendo una nevada intensa que por lo pronto ya ha ocasionado trastornos en el tráfico en la carretera de la Coruña y…"
- ¡Agh!
Alberto apagó el radio despertador de un manotazo mientras Cecilia se sentaba en la cama de golpe, con los ojos muy abiertos. La espalda le ardía como si le hubieran puesto una brasa en contacto con la piel, y para colmo había estado soñando con el mago inglés, el del mordisco en el trasero con novia vetusta y estrambótica a juego.
- ¿Qué pasa? – murmuró Alberto con voz de ultratumba al verla así, tan tiesa y tan pálida.
- He tenido una pesadilla.- Comentó con voz cansina.
- Yo también. He soñado que decían que teníamos encima un frío siberiano de tres pares de narices.
- Eso no lo has soñado. Eso lo ha dicho la radio.
- ¡Oh! ¡Precisamente hoy que tengo que llevarme el coche! – Cecilia, que seguía sentada en la cama, observó cómo Alberto se perdía bajo el otro borde.
- Alberto… - Dijo con un hilillo de voz.
- ¿Si? – Contestó una voz todavía un poco ronca desde el suelo.
- ¿Qué haces metiéndote debajo de la cama?
Alberto soltó otro gruñido.
- Intento recuperar una zapatilla. ¿Cómo habrá ido a parar tan lejos?- Contestó su marido mientras estiraba el brazo. - Porras, no llego. ¿No podrías convocarla con uno de esos accios?
- Ya sabes que la magia no está para tonterías... Murmuró levantándose. Ahora toda la espalda le ardía, y cuando puso los pies en el suelo sintió que todo se oscurecía.
- No es ninguna tontería. Sin zapatilla me expongo a pisar cualquier terrible juguete que se haya quedado suelto por ahí. Y te recuerdo que Alberto no se qué ha hecho con un gormitti rojo que si lo tocas quema...
- Alberto... me estoy mareando...
Alberto levantó la despeinada cabeza a tiempo de ver cómo su mujer se iba al suelo.
- ¡Cecilia!
Antes de que diera la vuelta a la cama y llegara hasta ella, el teléfono ya estaba sonando.
- ¡Mierda! – Gruñó Alberto.- ¡Qué inoportunos! ¡Cecilia! ¡Ceciliaaaa!
El dormitorio se había convertido en un caos. El teléfono no dejaba de sonar, Alberto intentaba que su mujer recuperara el sentido, y por la puerta aparecieron sus hijos, despiertos con todo aquel escándalo. Afortunadamente, el teléfono paró.
- ¿Qué le pasa a mamá? – Preguntó Mencía desde la puerta.
- No lo se. Llama a tu tía Lucía. ¡Rápido!
Mencía se giró rápidamente y chocó contra Isabel, que aparecía en ese instante con el teléfono en la mano.
- ¡Papá! ¡Es la tía Amaia!
Alberto, nervioso, cogió el teléfono.
- ¡Cecilia acaba de perder el sentido! – Gritó por el auricular. La tía de su mujer permaneció en silencio un instante que a él se le hizo eterno.
- Escucha.- dijo por fin.- Tienes que traerla al hospital de Enfermedades Mágicas. Es una reacción alérgica. Hay que tratarla con una poción anti histamínica inmediatamente.
- ¿Qué...?
- Enviaré un equipo de medimagos a tu casa, para que se la traigan.
- Pero...
- Ya he dado la orden. Llegarán enseguida. Tranquilo, por favor. Ahora te tengo que dejar.
La tía de Cecilia colgó y Alberto, pálido, miró a sus hijos desolado.
- Mamá es alérgica a la escama de dragón. No puede usar guantes de piel de dragón si no se pone debajo unos de látex...- murmuró Isabel.- Es como... como cuando uno es alérgico a las picaduras de las avispas...
El padre miró a su hija mayor con estupor. El silencio quedó roto por los llantos de Cristina, que quería salir de la cunita.
xXxXxXxXx
- ¿Está dormida?
Cecilia, semiconsciente, fue capaz de identificar aquella voz tan familiar. Su abuelo Santiago.
- No. Pero tampoco está consciente del todo...
Ahora hablaba una mujer. También era una voz familiar.... ¿Su madre? No... había algo que... ¿Su hermana?... eso era absurdo. Almudena estaba en Roma... además, no era exactamente el tono... ¡Oh, cielos! Desvariaba. Un dolor agudo se le extendía, inexorable, desde la espalda hacia todo el cuerpo, ¡Cómo le dolía ahora! Quiso gritar, pero no fue capaz de mover los labios. Y entonces creyó morir de dolor...
Sintió otro agudo pinchazo en la columna vertebral y se sentó de golpe en la cama. Debía haberse tratado de una pesadilla, porque ahora no le dolía nada. Giró la cabeza y miró a su abuelo. Estaba sentado en una butaca, mirándola fijamente.
- ¿Abuelo? – Murmuró.
Pero él no respondió. Ni siquiera se alteró un poco. Era como si no le viera. Cecilia se extrañó mucho.
- ¡Abuelo!
Nada... se sintió extraña. ¿Qué estaba pasando? ¿Era un sueño?
- Cecilia...
Una voz suave, la misma voz de antes, le hablaba desde el otro lado de la cama. Cecilia giró la cabeza y ... ¡Oh!
- No es el momento, Cecilia. Vuelve a ti...- Cecilia pensó que desvariaba muchísimo. ¡Estaba viendo a su abuela! Pero... ¡Si llevaba muerta más de un año!. Cecilia cerró los ojos y negó con la cabeza.
- ¡Qué mal debo estar, que veo visiones!
La visión sonrió. Cecilia entonces se dio cuenta de que se trataba de una versión juvenil de su abuela, como si tuviera ¿cuánto? ¿veinte años? ¿treinta?
- Vamos, Cecilia. Vuelve a ti. ¡Tienes tanto por vivir...!
Cecilia dedicó una mirada perpleja a la alucinación.
- Haz caso a tu abuela.- Se sobresaltó al escuchar la voz de su abuelo.
- Pero... ¿tu la ves también? – musitó.
- Claro. Ya sabes que sí.
- ¿Qué....? ¿Qué me está pasando...?
- Mira hacia detrás...- Dijo la aparición. Cecilia se giró y lo que vio la dejó aún más perpleja. Estaba sentada en la cama... y a la vez estaba tumbada, con los ojos cerrados, respirando de manera casi imperceptible.
- Venga, Cecilia. Vuelve a ti.
Y la aparición extendió una mano que parecía muy sólida, aunque el poco sentido común que le quedaba a Cecilia le decía a gritos que no podía serlo, y la tumbó suavemente otra vez. Cecilia sintió algo extraño, y volvió a sumirse en un profundo sueño.
Cuando despertó la fiebre había remitido casi por completo y la alergia ya estaba controlada. Varios familiares estaban allí, pero entre ellos no se encontraba su abuelo. A su lado, despeinado, sin afeitar, estaba Alberto.
- ¡Cecilia!
XxXxXxXxX
Unos días después...
- Resulta.- decía Lucía a Cecilia.- que ya teníamos una ficha de este señor. Se llama Archibaldo Tumtums.
Sentada en un sillón ergonómico, con los pies en un escabel, Cecilia convalecía de su accidente mágico.
- ¡Vaya nombre!
- ¿A qué si? A mi me recuerda al fauno aquel de las Crónicas de Narnia…
- Creo que ese era más joven.
Las dos rieron.
- Bueno. Resulta que hace un par de años le atendió mi madre de quemaduras solares en el trasero.
- ¿Tomando el sol en bolas? ¿Ese carcamal?
- El mismo. Ahora un mordisco en el culo, el pobre. Afortunadamente, está perfectamente. Le dimos el alta al día siguiente.
- Una señora iba con él…
- La novia.
- ¿Qué?
- Que es la novia. Lo que estás oyendo. ¡No veas qué escenitas de tierno amor...!
Las dos volvieron a reír.
- Y después de lo del mordisco, él presumía de héroe y ella estaba que se derretía.
- Por sus prótesis de cadera, imagino.
Lucía soltó una carcajada.
- Bueno, ya sabes, Ceci, el amor es ciego.
- Y sordo, y mudo, y muchas otras cosas que podrían calificarse como discapacidades.
Alberto, todavía afectado por lo que había pasado, trajo una bandeja con picoteos y se unió a ellas.
- ¿Te encuentras bien? – Lucía observó que el marido de su prima todavía tenía profundas ojeras.
- Estuve a punto de romper las varitas de todos vosotros.- Contestó él.- Lo he pasado francamente mal...
- Ha sido un accidente.- Murmuró Cecilia con voz tranquila.
- Te pudo haber costado la vida.... ahora esto de la magia me parece sumamente peligroso...
Cecilia respiró hondo.
- Cualquiera puede tener un accidente.
- ¿Con dragones?
- No ha sido un accidente con un dragón, ha sido con piel de dragón porque soy alérgica, y aquel perro tenía restos en las uñas y me los introdujo cuando me arañó. Un muggle puede ir con el coche y sufrir un accidente, o ir por la calle y que le pase algo... nadie está exento.
Ante la expresión todavía asustada de Alberto, Lucía se permitió intervenir.
- No suelen pasar cosas peligrosas. Tal vez deberías visitar más a menudo los entornos mágicos...
Alberto le dedicó una mirada aprensiva.
- Bueno, yo lo he dicho con la mejor intención...
- No te preocupes. Eso él lo sabe. ¿Verdad, mi amor? – Cecilia apretó la mano de Alberto. El se dejó mimar, aunque no pareció del todo convencido de que la magia fuera tan inofensiva.
- ¡Cristina! – El grito los sobresaltó a los tres.- ¿Qué parte de la palabra No no entiendes? – Cecilia alzó las cejas. Ese era su tono de reñir a sus hijos. Alberto sonrió divertido. Desde el momento en que su madre enfermó, Isabel había asumido un papel intermedio entre suplente de mamá y hermana mayor archimandona. Lo cierto era que las dos mayores habían facilitado mucho la tarea al padre durante toda la convalecencia de la madre.
- ¿Desde cuando tenemos otro sargento de caballería en casa? – Preguntó Cecilia alzando una ceja.. Alberto asintió con la cabeza.
- Desde hace casi doce años, querida. Lo trajiste tu a casa, envuelto en una toquilla rosa. – Cecilia y Lucía sonrieron.
xXxXxXxXx
Mopsy conducía la escoba. Archie, detrás, agarrado firmemente a su cintura, soportaba estoicamente algún que otro pinchazo en... bueno, en salva sea la parte. Y eso que estaba prácticamente recuperado y que su chica había conjurado una expansión del hechizo cojín para escobas.
A diferencia de él, Mopsy era prudente volando.
- You have been so brave...
Un Whitie blanco ladró fuerte desde la cesta que colgaba de la escoba. Archie sonrió y pensó que tal vez era hora de sentar la cabeza. Con Mopsy y con el perrillo de malas pulgas que, a pesar de lo accidentado del viaje, finalmente había accedido a comprarle.
Si Mopsy decía que si, tal vez, aunque solo tal vez, se decidiera a volver de luna de miel a ese país de magos locos. Al fin y al cabo, si le pasaba algo, el servicio de salud funcionaba estupendamente. Y hablaban en un inglés como de la BBC.
FIN