Hi, Arrghh again, siento el atraso. Les amo

ADVERTENCIA: Contiene lemon.

Capitulo 5

Las palabras del que fue su hermano menor, y mayor razón de vivir no dejaban de girarle en la cabeza, estaba sentado en la orilla de su cama, mientras miraba fijamente el cristal de la ventana. Afuera estaba nublado, y Arthur ya creía que era un asunto divino contra él, o por lo menos, el clima lo estaba deprimiendo solo un poco más.

-Es hora de dejar el pasado como es ¿no? Simplemente pasado... -La voz del francés sacó al inglés de sus pensamientos, haciéndole voltear sus ojos verdes hacia el que acaba de pronunciar aquellas palabras.

-Desearía que pudieses entender, que tan doloroso es todo esto para mi. Lo que me hiere no es el pasado, los errores que ya cometí están hechos. Me duele el presente, Francis... Me parte el alma -La voz de Arthur se quebraba, mientras su mano zurda iba a parar directamente en su pecho, y una gesto de dolor se formó en su rostro -Duele, como si hubiesen arrancado un gran trozo de mí – De nuevo no había podido evitarlo, las lágrimas volvían a caer por sus mejillas.

Francis suspiró pesadamente, la situación le hartaba no por ver como el pobre chico frente a si lloraba inconsolablemente cada vez que recordaba el tema, cosa que era de todos los días, si no que sentía las manos atadas ¿qué podía hacer? No podía matar a ese tal Alfred, era el hijo adoptivo de un hombre influyente y peligroso, solo sería una misión suicida. Ya encontraría algo que hacer, pero no iba a dejar que Jones le pusiera un solo dedo encima, eso si lo podría jurar por todo lo que poseía.

-Relajate Arthur... Mira, te preparé ese té que tanto te gusta – Francis le extendió una taza blanca de porcelana, la cual el inglés recibió con la cabeza gacha, sosteniéndola luego con ambas manos, y manteniendo firme la vista en ella. Francis volvió a suspirar en cuanto vio que una nueva lágrima rodaba por la mejilla de Arthur, y terminaba por caer dentro de la taza limpiamente.

-Hey, francés, ¡que aquí estabas! -La puerta de la habitación se abrió de golpe y tras ella Antonio sonreía de aquella manera despreocupada que tanto le caracterizaba y justo en su hombro se asomó una cabeza albina, dejándose ver el rostro de Gilbert, algo desganado – Coño, tío... Creo que hemos hallado algo que te va a gustar, pero tendrás que acompañarnos -Continuó el español, dándole el turno de hablar a su acompañante.

-Ajám, solo que a mi no me parece la gran cosa... -Murmuró de manera infantil el alemán, alzando la voz luego – Pero podríamos hacerlo interesante, anda, deja al cejón un rato y vayámonos.

Francis miró de reojo al rubio sentado a su lado, el que solo mostraba resignación en el rostro. En completo silencio Arthur dio un sorbo a su taza de té. El francés había captado, tal vez era mejor dejarlo solo esta vez, había heridas que por más que se empeñase, ese chico debía curar solas.

-Procura no salir de casa – Sentenció el mayor, mirando a su "protegido", el aludido solo asintió con la cabeza. Tras esto el llamado Bad trio se retiró de la habitación, haciéndose preguntar a Arthur desde cuando todos ellos tenían la libertad de entrar como quisieran a su habitación.}


El día se veía de una exacta tonalidad gris, y a su camino se cruzaban varios charcos de agua, los cuales salpicaban al ser pisados e ignorados por el chico fríos ojos azules. A su lado, un nervioso jovencito, que lucía de su misma edad intentaba seguirle el paso.

-Alfred, ve más lento, tenemos todo el día, si sigues así vas a chocar con alguien... Alfred... ¿Me oyes? Alfred... -Le llamaba insistentemente, más parecía que el otro ignoraba su existencia -¡ ALFRED! -Dijo casi en un grito, obligando al aludido a volearse.

-¿Venías conmigo? -Cuestionó Alfred apenas al voltearse, observando al chico de ojos tímidos, escondidos tras unas gafas, y el cabello rubio un tanto más largo de lo normal.

-Soy Matthew, Matthew Williams ¿Me recuerdas? Vine a acompañarte... Tu padre me dijo que lo mejor sería que vinieras acompañado de alguien -El chico hablaba un poco bajito, pero cada vez fue bajando más el tono al notar como el compañero simplemente le daba la espalda y seguía andando como si no hubiese escuchado nada. Suspiró pesado y supuso que aquel día, sería uno bastante largo y lleno de problemas.

Ambos se detuvieron luego una no tan larga caminata frente al que lucía como una cafetería normal y corriente. Alfred empujó la puerta con la mano y antes de ingresar se detuvo, volteando a ver a Matthew.

-Te recomiendo que vuelvas a casa, esto puedo hacerlo por mi mismo ¿va? Dile a mi padre que ya estoy bastante grande... -Vio que el aludido iba a abrir la boca y se limitó a decir con autoridad- No hay peros, solo vete.

Matthew solo se limitó a oír y agachar la cabeza, sin embargo no se movió de su lugar, y vio como de un solo movimiento la silueta de Alfred se perdía tras la puerta de aquel local. Vaya problema, de seguro Morello le daría una buena reprimenda por haber dejado a Alfred entrar allí solo, pero ya no sabía que era peor, o los ojos azules del rubio atravezandole fríamente o los gritos de su jefe. Optó por quedarse allí, si escuchaba un ruido o algo entraría al instante. Aunque de lo poco que conocía de ese chico Jones, estaba seguro que era capaz de cuidarse por si mismo.


Llevaba un buen rato sentado en aquel bar escondido dentro de una cafetería. Claro, no había otra opción puesto que en aquel entonces corría bajo Estados Unidos, la famosa ley seca, que prohibía el consumo y venta de bebidas alcohólicas. Bien había recordado que el francés una vez le habló de lo famosa que era entre los mafiosos aquella cafetería, "El semillero" era su nombre, y logró encontrarlo en su camino. No le costó mucho pasar desapercibido dentro de su nueva prisión para salir a vagar un rato por las calles. Le alagaba que Francis se preocupara así por él, pero ya estaba bastante grandecito como para que al menos pudiese dar una vuelta en la calle a plena luz del día, aunque debía admitir, sus ánimos no estaban como para disfrutar de aquel clima tan deprimente.

El alcohol era el pequeño mal hábito que había adquirido dentro de prisión, y lo peor de todo es que Arthur era bastante débil ante él, en todo sentido. Y ahora, allí sentado frente a la barra y con un vaso de whisky en las manos, se dedicaba a mirar fijamente la colección de botellas frente a sí, aquel pequeño bar estaba metido en una sala subterránea de la cafetería, bajando unas escaleras en el fondo del local, donde seguramente en aquel lugar se indicaba que estaban las bodegas.

-Oh God... -Exclamó el chico de ojos verdes mientras movía un poco su vaso en forma circular, haciendo que los hielos del whisky sonaran. El barman, que se encontraba encorchando las botellas de vino le quedó mirando. Arthur le devolvió la mirada, el hombre era joven, de aspecto bastante serio, tenía el cabello rubio peinado hacia atrás y unos ojos azul claro algo fríos. Tragó seco y volvió la vista a su vaso.

Mientras y en aquel mismo lugar, pero un piso más arriba, Alfred caminaba tranquilo hacia la caja del lugar, con las manos en los bolsillos. Una chica de cabello largo y castaño, con una flor adornando el mismo, alzó la vista y se encontró con él. Ya temiendo de que se trataba, esbozó una sonrisa nerviosa.

-B-buenas tardes – Dijo, intentando detener su tartamudeo.

-Buenas ¿dónde se encuentra...? - Cuestionó el rubio, mientras alzaba una ceja, no terminó la frase porque estaba consciente que la chica sabía perfectamente a que se refería.

-Oh claro, viene a chequear el inventario, vaya por las escaleras que están al fondo y encontrará la bodega... - Le contestó la chica, indicándole con la mirada el lugar exacto al que debía dirigirse. Alfred solo inclinó la cabeza en agradecimiento y comenzó a andar escaleras abajo.

El barman acomodó su ultima botella de vino en el estante, y volteó la cabeza hacia las escaleras, oyendo el crujir de las mismas que avisaban que un visitante estaba descendiendo. Arthur al notar aquello también volteó, puesto que estaba de espaldas. Vio unos pies, más bien unos zapatos finos bajar, era algo divertido la manera en que la silueta se iba descubriendo de a poco por la forma de caracol de las escaleras. Mientras se iba preguntando porque le causaba tanta curiosidad saber quién era el personaje que estaba llegando. Era obvio que tenía que ser otro hombre involucrado en negocios extraños, finalmente los que llegaban ahí eran gente de contactos, puesto que si no eran de confianza, cualquiera podría dar aviso a la policía. Entrecerró los ojos, pero luego abrió la boca con una mezcla de impresión y miedo, aquel que bajó mostró su rostro. Aquellas facciones, ojos azules, cabello ligeramente despeinado... No era otro que aquel que no dejaba de invadir su mente.

-Alfred... -Susurró poniéndose de pie casi de golpe. No pensaba, su mente se mantuvo en blanco ¿Qué debía hacer? Si salía corriendo de seguro parecería un idiota y Alfred notaría su presencia, pero si se quedaba sentado causaría el mismo efecto en el menor. Miró nervioso al barman, quién también lucía algo tenso, y esto no fue una gran ayuda para la casi nula esperanza que tenía de salir bien de allí, el último encuentro fue desastroso, y ahora no tenía al francés para que le salvara. Bien, ya era hora de comenzar a enfrentar esto solo ¿no?

Miraba las cosas con atención, y fue bajando despacio las escaleras, no era un trabajo muy importante realmente, pero gustaba de darle pequeños gustos a su padre, de que al menos seguía parte de los viejos ritos. Ir a cobrar dinero. Entrecerró ligeramente sus azulados ojos para vislumbrar entre el humo de los cigarros que se acumulaba en medio de la sala, creando una nube blanca y espesa. De reojo casi notó algo extrañamente familiar, no dudó un instante en voltear la cabeza y allí, a unos cuantos metros. Qué sorpresa, Alfred ya suponía que se encontraría con el que alguna vez fue su hermano pero, ¿tan fácil? Ni se tuvo que molestar en tender una trampa, al parecer su presa le estaba esperando en bandeja de plata. Realmente, su objeto principal había cambiado radicalmente, ya no le importaba el dinero, ni nada. Arthur estaba ahí, frente a él y había pocas y nulas posibilidades de que escapase, porque obvio, el inglés no era así.

Sus ojos verdes de abrieron por la sorpresa y, debía admitir, una cuota pequeña de pánico. Alfred había volteado hacia él casi automáticamente. Frunció ligero el entrecejo y comenzó a caminar, directo a las escaleras, apretando los puños, pero era algo ya predecible, una mano sujetó firmemente su brazo y creyó oír en un susurró "¿dónde pretendes ir?". No, no tenía escapatoria, y al parecer ya se había preparado para aquello desde un principio, y no quiso ni pudo oponer resistencia cuando su cuerpo fue prácticamente arrastrado hasta una puerta, metida entre las paredes menos iluminadas del lugar. Estaba mareado, era el efecto del alcohol y el miedo, y le estaban jugando bastante mal, solo volvió a oír vagamente que su opresor le indicaba al barman que no quería que nadie le molestase. Tragó en seco. Era su fin.

La joven de la caja había esperado unos minutos. Ya tenía la costumbre de contar cuanto se demoraba cada cobrador en llevarse el dinero. Pero esta vez sentía algo diferente, tal vez porque nunca había visto antes al chico de gafas, o tal vez, recordaba una fiesta, sin embargo estuvo ocupada en otra cosa, no estaría para ella demás bajar a ver que tanto hablaban. Bajó rápidamente las escaleras y solo pudo ver a su compañero limpiar compulsivamente un vaso cervecero.

-Lud... ¿Estás bien? - Preguntó la chica, tal vez era costumbre en su amigo limpiar de manera minuciosa, pero esta vez lo notó algo más nervioso.

-Elizabeta – Dijo el hombre con un acento notablemente alemán – Algo no va bien. ¿Recuerdas al chico delgado, el rubio que llegó hace un rato? El hijo de Morello lo ha tomado y se lo llevó arrastrando a la bodega, y no lucía feliz.

-¡Oh! Pobre chico... ¿Te preocupe que le haga algo?- Cuestionó Elizabeta mientras miraba nerviosa la puerta que daba a la bodega.

-Solo no quiero cadáveres ni problemas con la policía -Intentó sonar calmado, aunque no quería admitir, algo de lástima le dio el pobre inglés. Hace bastante que conocía la existencia y el comportamiento de Alfred.

La puerta se había cerrado tras de ellos y sintió como su cuerpo era azotado contra unas cajas, sin embargo no cayeron, ni él. Arthur se afirmó de las mismas con el poco equilibrio que le quedaba.

-Ya de por sí pensaba que eras un imbécil, por atreverte a seguir con vida y por estar junto a ese francés de mierda, ahora pienso que eres el rey de los estúpidos, te has venido a meter en mi territorio ¿Tanto ansías reencontrarte conmigo, hermanito?- Soltó Alfred mientras terminaba de acorralar al inglés contra las cajas, este solo le miraba con una mezcla de miedo y enojo. -Pero he de admitir que me alegraste el día, me ahorraste la molestia de buscarte, no sé si te lo dejé claro, Kirkland, pero tú no te darás el lujo de vivir tranquilamente sin haber pagado lo que me hiciste.

Esta vez, ya no más, Alfred solo lograba intimidarle por la notoria fuerza que tenía, pero solo era eso. Arthur ntentó transformar el miedo que sentía por fuerzas para enfrentar al menor. Tal vez ganaría un par de moretones, pero solo era eso, golpes. Ya no podía dañar más su corazón. Era imposible romper algo que ya sentía hecho polvo.

-Así, oh vamos, señorito Jones ¿piensas golpearme? ¿No tienes nada más que un par de puños? Realmente no lo creo, detrás de ti solo hay más gente como tú, que se valen de su poder físico, y de reinar a partir del miedo. Me das lástima, pero entiendo en parte tu venganza, quieres descargar toda esa ira que tienes hacia ti mismo, contra ti... Hazlo, pero la con... - No pudo seguir hablando, el inglés había quedado petrificado cuando dos dedos, índice y anular de la mano de Alfred se adentraron en su boca de golpe, llegando casi a rozar su garganta.

-Tranquilo, mis puños no será precisamente lo que vas a sentir. - Dijo sonriendo, ya se estaba formando las ideas de todo lo que le haría al mayor, se lo merecía. Lo dejaría marcado, sería la forma perfecta en que el inglés no le olvidase por ningún momento, así sea impregnando su propio olor en la nívea piel de su presa. La respiración de Alfred se aceleraba, cada vez más las imágenes se le venían haciéndole sentir ansioso, deseoso, sediento.

De un solo tirón y con una mano, el de ojos azules había despojado al inglés de su corbata, sus otros dedos seguían dentro de la boca de Arthur, reteniendolo, a pesar de que el mismo se removía inquieto. Pero sabía, ambos sabían que no había escapatoria, casi estaba escrito como en un libro lo que ocurriría, pero Arthur se negaba a aquello, a manchar ese sentimiento que aunque se negase, seguía intacto en medio de su pecho. Alfred quitó los dedos pero en un movimiento rápido atrapó las muñecas del mayor, levantándolas sobre la cabeza del mismo, y amarrándolas firmemente con la corbata. Arthur emitió un quejido, le dolía, pero ya no podía hacer nada. Sus piernas intentaban golpear las del menor, en un intento en vano de librarse. Inútil. Lo sabía.

-Alfred... Sé que te vas a arrepentir de esto, déjalo antes que empeore... Déjalo como estaba, no más daño, para mi ni para ti... -Los labios de Arthur temblaban al pronunciar las palabras. Pero algo en la mirada de Alfred le dio a entender que por más palabras que dijese, no había vuelta atrás, lo supo y lo aseguró en cuanto su camisa había sido abierta de un solo golpe. Los botones salieron volando por todo el lugar, y la tela dejó ver el torso blanco y desnudo del inglés.

-Be mine … - Susurró Alfred, y en ese momento abandonó todo resto de la fidelidad que le quedaba por todo, por su venganza, por su padre, por los sentimientos que aún guardaba por Arthur, solo hizo caso a sus instintos porque, ya había tiempo de arrepentirse.

Los dedos de Alfred recorrían el torso desnudo de Arthur, deteniendo sus dedos los pezones del mismo, los cuales por el contacto y el frío al ser descubiertos estaban endurecidos. El mayor no tardó en reaccionar y removió su cuerpo, al tiempo que sus mejillas se teñían de rojo, al menor no le quedó otra opción que usar una de sus manos para detener las muñecas inquietas del inglés. Este finalmente se quedó quieto, luego que el de lentes optara por situar su rodilla justo entre las piernas del más bajo.

Maldijo a Alfred, a su propia debilidad y por sobre todo a su cuerpo. Arthur sencillamente odiaba aquello, que pareciera estremecerse por cada roce o caricia que incluso sentía con algo de suavidad. No, tal vez solo su mente le engañaba para no tener tan horrendo recuerdo de ese momento. Sus labios se entreabieron para soltar un ligero "ah", en cuanto los labios de Alfred se posaron sobre su cuello, mordiéndole, marcándolo. Se sentía un objeto, una propiedad, y sus piernas comenzaron a temblar, las manos del menor ahora se deshacían de su cinturón y el notorio sonrojo iba aumentando al igual que la pequeñas lágrimas que se alojaban en el borde de sus ojos.

Los ojos azules de Alfred se movían inquietos, turnándose en observar las marcas que él mismo dejaba en la piel de su presa, y deteniéndose de vez en cuando para observar la expresión de su rostro. Sintió los músculos de todo su cuerpo tensarse, porque le provocaba, y tener el cuerpo del inglés bajo suyo le hacía casi delirar, pronto comenzó a sentir que su propia ropa le estorbaba. Pero antes de ello debía ocuparse de dejar a su presa lista para servir. Tomó con fuerza y con la única mano libre que tenía una de las piernas de Arthur, logrando quitarle el zapato, luego repitió la acción con la otra pierna hasta finalmente deshacerse del pantalón y ropa interior del inglés.

Arthur pudo sentir como la mano que no le estaba reteniendo, se encargaba de acariciar sus muslos, muy cercano a su entrepierna y que finalmente se adentraba, rozando su intimidad, llegando a palpar con la yema de los dedos su entrada. Alfred no podía estar haciendo aquello ¿verdad? Su cuerpo solo reaccionaba, ser acaloraba, se estremecía, sus labios solo comenzaban a soltar jadeos, pero su mente se tornaba un revoltijo de sensaciones, sobretodo miedo, de la relación que se rompía con las acciones del menor, ensuciando la que fue una hermandad. Ahora era algo indescriptible, un odio mezclado con deseo, tal vez la necesidad de un roce dañino. Finalmente lo sintió, un dedo irrumpiendo en su interior, seguido casi de inmediato por otro, se movían inquietos, como con apuro, podía oír perfecto la respiración del menor, agitándose ansiosa, buscando dilatarle lo más pronto posible.

Alfred sentía que ya era el momento, o eso se obligó a pensar. Retiró los dedos y soltó las muñecas del mayor, usando ambas manos para empujar el cuerpo del mismo contra las cajas, y tomándolo de los muslos, se encargó de separar su piernas, lo suficiente para poder situarse pegado a él. Liberó por un instante una de sus manos, logrando soltarse el cinturón y desabrochándose el pantalón para liberar la que ahora era una prominente erección. Iba a ser suyo, en ese instante, no perdería la oportunidad. Nuevamente sujetó al inglés de las piernas, alzándolo lo suficiente para tener libertad de penetrarle, y así lo hizo, se adentró lentamente, y solo porque la tensión en el cuerpo del más pequeño no le permitía hacer mucho más. Pudo sentir como Arthur arqueaba la espalda y dejaba salir un gemido de sus labios, no supo descifrar si era dolor o placer, qué le importaba en realidad, él lo estaba disfrutando, nada más valía la pena.

Y así comenzó le vaivén, en un inicio lento, y con el tiempo fue acelerándose. Las muñecas de Arthur se removían, enrojecidas por el roce de la corbata, pero su cuerpo se tensaba, casi retorcía haciéndole avergonzarse de si mismo por aquella reacción. Alfred sin embargo estaba ajeno de lo que podía sentir el inglés, solo se ocupaba de si mismo y de que, ya estaba pronto a acabar. Y entonces, en ese mismo instante, en que las embestidas hacían que el cuerpo delgado de Arthur prácticamente rebotara contra las cajas detrás de sí, cuando sus gemidos comenzaban a sonar como quejidos, entonces su cuerpo se tensó por completo, había llegado a su climax sin embargo, y a pesar del sonrojo de su rostro, la expresión en el mismo era algo vacía.

Alfred demoró un poco en separarse del ahora tembloroso cuerpo de Arthur, dejándolo caer muy lentamente al suelo. No quiso mirarlo mucho más, algo le estaba comenzando a quemar dentro del pecho. Llevó ambas manos a su rostro y pudo sentirlo húmedo ¿lágrimas? Imposible... Tal vez...


CHAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAN! Perdón la demora, lo siento, lo siento LO SIENTO!

Tuve millones de asuntos que me atrasaron en todo... pero aquí está, y ya prometo actualizar seguido hasta que lo acabe.

PORFA REVIEW. Y solo porque me hacen feliz... Me encanta leer reviews!

GRACIAS POR LEER, les ama... Arrghh 3

Perdón si salió muy pornocho. xD