De ingleses depresivos y americanos arrogantes

Symmary: Para Arthur Kirkland, el era un martirio al que amaba. Para Alfred F. Jones, el era su pesadilla más grande y su persona más cercana. Porque no hay que entenderlos, simplemente dejarlos ser. Three-shot.

Y ahí comienza otra vez, pensó el varón de ojos verdes, su incesante discurso de burdas incoherencias.

El ingles suspiro suavemente mientras miraba con ojos escrutadores y molestos al rubio norteamericano, que no dejaba de hablar de aspiradoras gigantes que acabasen con la contaminación mundial ¿Cómo podía hablar tantas idioteces y al mismo tiempo ser una de las potencias mundiales? Arthur Kirkland, la personificación del Reino Unido de Gran Bretaña y el Norte de Irlanda, no lograba comprenderlo.

Tenía claro que ese… niño solo buscaba soluciones a los problemas, pero solo lograba hacer que tanto él como Austria y Alemania comenzasen a echar fuego por la boca por la cantidad de sandeces que soltaba por segundo.

Arthur, obviamente, no lograba imaginar, porque había resultado así, siendo que él había puesto todo el empeño del mundo en lograr que aquella nación fuese… no el estúpido incompetente, arrogante y burdo parlanchín que tenían delante.

Bien sabia que algunas cosas que hizo durante su crianza no fueron las mejores, también sabía que no había pasado mucho tiempo con el niño, dadas sus otras obligaciones con su propio país y otras colonias, pero tenía muy claro que su ausencia no pudo haber sido lo que creo esa… esa… esa cosa glotona y soberbia.

- ¡América! – Salto Austria, haciendo notar que su paciencia había volado bastante lejos ese día - ¡¿quieres hacer el favor de callarte y hablar algo coherente, por favor?! ¡¡Estamos en una junta de naciones!! ¡¡No en una convención de la guerra de las galaxias!! ¡Haz el favor de hablar de cosas reales y no de súper robots o cualquiera de esas idioteces! – protesto. Cuba, que estaba al otro lado de la mesa, aprovecho la situación para lanzar insultos contra el norteamericano y agredirle.

Naturalmente, América siendo, pues, América, comenzó a alardear y a responder aquellos 'ataques' con más incongruencias. Al poco tiempo, el caos comenzaba a reinar, como era natural en aquellas juntas.

Reino Unido suspiro, no estaba su humor para aquel martirio. No estaba de humor para los gritos y las peleas inútiles que eran habituales en aquellas juntas. Y estaba aun de menos humor para el francés que se acerco a el de manera sugerente al verle tan alicaído.

- ¿qué sucede, mon cher? Te veo desanimado – le pregunto sentándose a su lado. El francés solía notar siempre cuando estaba de mal humor o se sentía deprimido. Era la maldita confianza que habían creado durante los siglos, y aunque no hubiesen sido siglos de amistad y flores y pajaritos danzando por el aire con sus preciadas hadas, Inglaterra sabía que Francia era el único de los presentes que podía comprenderlo a cabalidad.

- solo me duele la cabeza, sapo – escupió utilizando el insulto como broche de oro en su frase.

- auch, touchè mon cher… - se burlo el francés - ¿perdiste tu tiara, princesa de hielo?

Arthur fulmino a Francis Bonnefoy y dejo caer su taza de té bruscamente contra el plato.

- Francis, hazme un favor y metete un calcetín en la boca – gruño mientras se levantaba de salía de la caótica reunión con paso elegante.

No tenía idea porque estaba de tan mal humor. Simplemente se había despertado esa mañana, y el solo recordar que debía hacer presencia en esa poco productiva reunión causaba que su sistema anímico decayese con estrepitosa eficacia.

Aunque no era la reunión en si su mayor problema. No. Esa era técnicamente sobre llevable, a pesar de los gritos, los lloriqueos de Italia, los insultos de la otra Italia, las risas estúpidas de España y Rusia siendo, pues… Rusia.

Lo que le tenía realmente molesto era ver a América. Aunque eso no era nada nuevo desde 1783, cuando el… el… pequeño idiota había preferido la independencia a estar con él.

Sabía perfectamente que no era una persona alegre, ni una persona muy amable. También tenía claro que no era precisamente el rey de las relaciones internacionales y que más bien era un mal hablado y grosero.

Ese pensamiento le hizo sentirse un poco mejor, porque trajo recuerdos de sus días de pirata. Esos días en los que el campaba a su gusto, en donde no había nadie que pudiese hacerle frente. Recordaba su supremacía marítima, sus victorias.

Esos habían sido buenos tiempos para Inglaterra, sí señor. Pero habían acabado tal y como habían comenzado y ahora el tenia que vivir en el presente, rodeado de gente que no le comprendía y de gente que se burlaba de él (como eran sus hermanos Irlanda de Norte, Irlanda del Sur, Gales y Escocia) sin consuelo más que sus amigas hadas.

Si tan solo América siguiese conmigo…, pensó, Al menos ahí no estar tan solo…

Se sentó en una de las sillas que estaban en aquel pasillo y miro al techo. Realmente, si se ponía a pensar, estaba muy viejo y lo peor era que se le notaba. China era mayor que él, pero no parecía tan cansado ni mucho menos. Inclusive se había reinventado a si mismo y se veía unos siglos más joven y lleno de vitalidad. Francia, quien había estado prácticamente toda su vida junto a él, se veía igual que cuando era un mocoso que se llamaba Galia junto con Bélgica y otras pequeñas regiones de Europa. Tal vez solo había madurado un poco. Solo un poco.

Pero sobre su tumba iba a admitirlo.

Y él no seguía igual. Había envejecido mucho emocionalmente. Estaba cansado, agotado, para ser más precisos. Desde la WWII hasta el minuto, su vida había sido una carrera vertiginosa para mantenerse a par con las otras naciones jóvenes, como el mismo América o Japón, que a pesar de ser también su amigo no conocía cada una de las facetas del ingles.

Y todo volvía a América otra vez. Era imposible evitarlo. Desde su descubrimiento hasta el día de hoy su vida estaba ligada a la de él y aunque quisiese no podía. A veces pensaba que no era él, el colonizador, sino que había sido América quien, desde un principio, le había dominado por completo con su mirada azulina y su sonrisa dulce y encantadora.

Ese pensamiento le mortifico una vez más. Era un martirio. Era un martirio recordar cosas sobre los Estados Unidos de América. Era un martirio pensar en el. Era un martirio estar tan unido a él.

Era un martirio tenerle tan presente en el corazón, y sin embargo, era una de las pocas cosas que lo mantenían con vida. El tener que seguirle, el tener que regañarle, el tener que hacerle pensar y el tener que soportarle eran, paradójicamente, lo único que le hacían sentir vivo y sutilmente satisfecho.

EEUU podía ser su martirio. Pero Inglaterra era un maldito masoquista, y ese martirio era también lo que más amaba en aquel mundo. Y por nada del mundo cambiaria eso.

Aunque lo llevase al borde de la locura.