SNAPE'S POCIONES & BREBAJES

EPILOGO


El fuerte chasquido de las protecciones, señalando una aparición en el piso superior, hizo que el corazón de Severus saltara. A pesar de estar pendiente de su reloj mientras removía con cuidado el caldero, Draco no pudo evitar sonreír. Le era imposible distraer la mirada para poder burlarse un poco de la expresión ansiosa en el rostro de su antiguo mentor. ¡Pero era tan fácil imaginarla! Esta vez Harry había estado fuera casi dos semanas, lo que presagiaba un reencuentro explosivo. Draco sabía que Severus no correría escaleras arriba y que seguiría tratando de aparentar una calma que no tenía, mientras continuaba dándole vueltas con un gran cucharón a la poción de su propio caldero. A decir verdad, no era necesario que Severus corriera escaleras arriba. Porque como Draco también sabía, y ya estaba tardando, sería Harry quien bajaría como una exhalación esas escaleras y en cuanto abriera la puerta, se lanzaría sobre Severus de un ágil salto, rodeándole con piernas y brazos. Los dos empezarían a devorarse hasta que Draco les recordara que él también estaba allí y que por favor, se buscaran una cama. Entonces, invariablemente, Severus miraría a Harry de forma severa, poniéndole de pies en el suelo otra vez y le diría: Harry, contrólate, por favor, cualquiera pensaría que tienes quince años. Cuando Severus se diera la vuelta Draco y Harry se mirarían, tratando de contener la risa.

Draco supo que Harry estaba allí cuando la puerta se abrió de forma intempestiva y Severus, el estoico y severo Maestro de Pociones, abandonó el cucharón a su suerte, sin preocuparse de que se hundiera lentamente dentro de la poción como un barco sin capitán.

—¡Joder, cómo te he echado de menos! —oyó que decía Harry.

Y mucho ruido de chupeteos, húmedos y ansiosos. Y el roce de prendas que anunciaban un movimiento frenético.

—No me gusta que estés fuera tanto tiempo…

La voz de Severus había sonado un poco enojada, pensó Draco, pero no pasaría a mayores. Porque ahora mismo, por mucho que disimulara, era el hombre más feliz del mundo.

—Hola Draco —saludó Harry, por lo visto acordándose por fin de que él también estaba allí.

Sin volverse, Draco levantó una mano y saludó. Por si acaso todavía no se habían calmado.

—Creo que vas a tener que bucear para encontrar tu cucharón, Severus —dijo después con ironía.

El pocionista gruñó una maldición y soltó a toda prisa a Harry para correr hacia el caldero. Esta vez Draco sí pudo mirarle. El rostro de Severus estaba sofocado, el coletero se había escurrido de su pelo y se sostenía de forma bastante precaria al final de su coleta. Pero lo más significativo era el enorme chupetón que lucía sobre su pálido cuello, todavía húmedo y brillante de saliva. ¡Qué Merlín amparara a Potter cuando se diera cuenta!

—Y dime, Harry, ¿cómo te ha ido? —preguntó Draco para evitar estallar en carcajadas.

—¡Buff! En Rumania se come muy mal —se quejó el joven—. Y ese maldito castillo tenía más maldiciones por metro cuadrado que gnomos en un jardín.

Severus le miró de soslayo, sosteniendo una sonrisa orgullosa en sus labios. El cucharón ya podía darlo por perdido, al igual que la poción. Y ni uno ni lo otro logró ponerle de mal humor. Harry se había sentado sobre su mesa y balanceaba las piernas con aire inocente.

—¿Algún problema con los vampiros? —preguntó el pocionista.

—Menos de los que esperaba —confesó Harry—. De hecho, el Ministerio rumano me ha encargado otro trabajo.

Severus se volvió hacia él con el ceño fruncido.

—Estaré de vuelta el mismo día —se apresuró a asegurar Harry—. Sólo se trata de un salón para recepciones oficiales que vomita quimeras en cuanto abren la puerta. Sospechan que regalo del embajador italiano, que no se sintió muy satisfecho por el trato que recibió durante su visita.

Harry trabajaba como rompedor de maldiciones. Aquella Noche de Walpurgis, cinco años atrás, la magia le había devuelto mucho más de lo que le habían quitado. Y el joven, demasiado Gryffindor le pesara a quien le pesara, había jurado utilizarlo para ayudar a los demás. Al principio, se había limitado a echar una mano a algunos vecinos. Una maldición en las estanterías de Flourish & Blotts por culpa de un cliente insatisfecho; una escoba que se había vuelto loca en Artículos de Calidad para el Quidditch. Incluso había logrado ahuyentar a un poltergeist que se había instalado en Ferguson Glassworks, que disfrutaba rompiendo por la noche todos los envases de cristal que lograban fabricar durante el día. El boca a boca había llevado hasta la botica a personas con una gran diversidad de problemas, solicitando su intervención para resolverlos. Así que, ni corto ni perezoso, Harry había vuelto a Hogwarts, donde ahora siempre era bien recibido, y se había empapado toda la Sección Prohibida de la biblioteca. Hermione no había cabido en sí de gozo. Y mientras la Directora McGonagall disfrutaba de poder echar una mano a su ex alumno cada vez que éste se lo pedía, Dumbledore languidecía en su residencia del Valle de Godric, sin poder decir esta boca es mía.

A lo largo de aquellos cinco años Harry había prestado sus servicios incluso a varios Ministerios europeos, como el rumano. El único Ministerio para el que se había negado a trabajar hasta el momento, era para el Ministerio inglés. Scrimgeour, manco y ajado por la edad, era cada vez menos capaz de sobrellevar y defenderse de las agresivas campañas y acusaciones que lanzaba sobre él cierta abogada. El nombre de Jeremy Stretton, un ex Ravenclaw que en ese momento ocupaba el puesto de Jefe del Departamento de Cooperación Mágica Internacional, sonaba cada vez con más fuerza como su inminente sucesor.

—Mientras peleas con tu caldero, voy a ducharme y después haré la cena —dijo Harry con una sonrisa, depositando un pequeño beso en la mejilla de Severus.

Disimuladamente, hizo desaparecer el aparatoso chupetón de su cuello. Y Draco pensó que, definitivamente, Harry prefería enfrentarse a vampiros y quimeras antes que al cabreo de su amante.

—¿Y qué hay para cenar? —preguntó el rubio.

—Comensales indeseados —gruñó Severus, aunque sabía que la indirecta iba a tener poco efecto. Menos cuando llegara Blaise.

Como Severus se temía, a la hora de la cena había cuatro platos en la mesa en lugar de dos. De hecho, él había esperado poder comer lo que fuera que Harry preparara, en la cama. Para poder concentrarse sin perder tiempo en saborear el postre. Al sentarse a la mesa dirigió una mirada huraña a Blaise y a Draco, quienes se hicieron convenientemente los desentendidos.

—¿Es que vosotros no tenéis casa? —preguntó con ironía—. Y un batallón de elfos domésticos, creo recordar.

—Pero ninguno cocina como Harry —sonrió Blaise—. Entre el hospital y Draco, ya llevo dos semanas sin una comida decente.

Draco se limitó a alzar elegantemente una ceja y a mirar a su pareja como si le perdonara magnánimamente la vida. Era verdad, tenían casa. Una mansión, para ser más precisos. Pero Draco ya no se sentía cómodo en la mansión Malfoy. La había heredado inesperadamente, así como el resto de propiedades y las cámaras de Gringotts.

Lucius Malfoy, tras varios intentos de recuperar su masculinidad perdida, había muerto desangrado sobre la mesa de un curandero al que había entregado una pequeña fortuna a cambio de llevar a cabo un milagro imposible. Draco prefería no saber cómo, pero Harry se había hecho con el testamento en el que Lucius desheredaba explícitamente a su hijo, y lo había destruido. Al no haber testamento, propiedades y fortuna Malfoy había pasado directamente al único familiar vivo: Draco Malfoy.

Draco se sentía mil veces más a gusto en la pequeña habitación que compartía con Blaise en el hogar de Severus. Le encantaba levantarse por la mañana con el aroma del desayuno que preparaba Harry cuando estaba en casa, y discutir con Severus sobre los planes del día mientras daban cuenta de él. Encerrarse con su ex tutor en ese sótano bendito que había llegado a amar como si fuera suyo. Y que ahora lo era. Porque desde hacía dos años Severus y Draco eran socios. Snape & Malfoy, Pociones y Brebajes. La comodidad de estar cerca de su trabajo era el contundente argumento que siempre utilizaba para justificar que él y Blaise no encontraran nunca el momento para trasladarse definitivamente a la mansión Malfoy. Iban y venían, era cierto. Especialmente los fines de semana, en los que dejaban a Harry y a Severus a sus anchas.

—Si no estáis cómodos en esa mansión, vendedla —les había sugerido Severus—. Y luego compraros algo a vuestro gusto. Por aquí cerca…

Y entonces Harry había aportado su pequeño granito de arena.

—Pero cariño, yo me paso mucho tiempo fuera. Con Draco y Blaise aquí no estás solo.

Draco pensaba que ni Harry se había dado cuenta de lo cerca que había estado de haber sido maldecido.

—He visto al pequeño Hugo hoy —estaba diciendo en ese momento Blaise—. Ha tenido su primer estallido incontrolado de magia y Hermione estaba un poco preocupada.

—Sin fundamento, espero —se preocupó a su vez Harry, dejando el tenedor a medio camino de su boca.

—¡Claro que no! Es un niño completamente normal —aseguró el medimago—. Supongo que se debe a que Hermione es de origen muggle y hasta ahora no había tenido la oportunidad de vivir de cerca esta experiencia. Pero lo ha leído —añadió en tono jocoso.

—Por supuesto, ¿hay algo que esa mujer no haya leído? —sonrió Draco, sin ser tan incisivo como seguramente lo habría sido en el pasado.

Pero con el tiempo Hermione había acabado cayéndole bien. Y en modo alguno quería ofender a Harry.

—¿Entonces Hugo está bien? —volvió a preguntar el padrino del niño.

—Perfectamente —reiteró Blaise.

Finalmente, el medimago había optado por especializarse en pediatría y gracias a sus altas calificaciones había sido admitido en San Mungo. Estaba a punto de ganarse una plaza permanente.

La conversación siguió animadamente durante toda la cena. Después, para celebrar que Harry estaba en casa, Severus se avino a sacar el whisky de fuego y los cuatro se sentaron frente a la chimenea, Draco y Blaise en el sofá y Severus en el gran sillón orejero, con Harry cómodamente instalado en su regazo.

Mientras saboreaba su bebida, Severus paseó la mirada por el pequeño salón. La guerra quedaba muy lejos. Voldemort era sólo un oscuro recuerdo que ni siquiera lograba quitarle el sueño. Draco era ya un verdadero Maestro en Pociones, como él. Y no había nada más placentero, profesionalmente hablando, que poder trabajar juntos. Y Blaise, con su alegría y entusiasmo de siempre, era un medimago verdaderamente intuitivo con los niños. Tenía un gran futuro en el área pediátrica del hospital mágico. La medibruja Rowell se lo había hecho saber a Severus de forma confidencial. El pocionista tenía la sospecha, la certeza más bien, de que ni Draco ni Blaise sentían el menor deseo de abandonar su hogar. Al menos por el momento. Y que por mucho que gruñera y se quejara, en el fondo le agradaba tenerles cerca. Y ese par de sinvergüenzas lo sabían.

Severus dejó escapar un profundo suspiro y los verdes ojos de Harry se posaron en él, brillantes y sonrientes. Aquella vieja casona no siempre había sido lo que ahora era, pensó el pocionista. Fue una casa; una vivienda; un domicilio. Más botica que otra cosa la mayoría de las veces. Severus sabía perfectamente en qué momento aquellos muros de piedra habían dejado de ser un inmueble práctico, moderadamente confortable, para convertirse en lo que ni siquiera había logrado tener en su niñez. Fue el momento en que Harry lo llenó con su presencia. Cuando convirtió un desayuno en agradable compañía y una vieja mesa de madera en pura pasión. Cuando Severus despertó con el aroma de Harry impregnado en su piel, o lo encontró en los cojines del salón y en la toalla del baño por la mañana. Cuando comprendió que al regresar de San Mungo, de comprar ingredientes o de algún corto viaje de negocios, en su casa había alguien esperando. Esperándole a él. No al pocionista; no al tutor; no al ex profesor. Sólo a Severus Snape. Fue entonces cuando se dio cuenta de que tenía, por fin, un hogar. Y supo que la felicidad estaba hecha de esas pequeñas cosas cotidianas, sencillas, las que pueden parecer insignificantes hasta el momento en que uno se da cuenta de que no las tiene.

—¿En qué piensas? —susurró Harry, haciéndole cosquillas con su pelo en la mejilla— Estás sonriendo…

Severus dio otro sorbo a su whisky y se reacomodó en el sillón, mirando con aire ausente hacia la chimenea, consciente de que Harry estaba pendiente de él.

—Pienso en tostadas crujientes con mermelada —dijo—, en sábanas suaves con olor a yerbabuena y en manos calientes que en invierno se esconden bajo mi capa.

Harry parpadeó, confundido. Su mirada se dirigió al vaso que tenía Severus en la mano, preguntándose si el whisky le habría sentado mal. Severus sonrió, y se inclinó para tomar los labios del joven en un tierno beso.

—Pensaba en ti, Harry. Sólo pensaba en ti.

FIN


Bien, Snape's Pociones & Brebajes ha llegado felizmente a su fin. Cuando empecé este fic hace tres años, sinceramente, no creí que jamás lo terminaría. Se me hacía muy difícil escribir a Snape como compañero de Harry, en lugar de Draco. A pesar de que a mí también me gusta leer snarry y otros pairings. Mucha culpa de que esta historia haya visto la luz la tiene Danvers, así que ya podéis darle las gracias de que sea tan pesada con "su Severus".

Por último, confieso que nunca esperé la abrumadora respuesta que ha tenido el fic. Chicas, las fans de Snarry sois la caña. Gracias a todas.