Epílogo

El frío de Londres se colaba en los huesos de Remus. Se sentía aislado, como en una burbuja invisible que le separaba de todo el mundo. Él estaba marcado, marcado de por vida. De echo, ni siquiera era humano del todo. Y eso era lo que sentía cuando veía a una pareja por la calle, a un padre con su hijo, a unos amigos tomando algo en un bar. Algo que jamás tendría.

Pero hoy había sido un día particularmente duro. No duro como de costumbre, si no duro de verdad. A parte de seguir sin trabajo y de estar infiltrado en una manada de licántropos...

Ocurrió cuando salió a la calle a fumar. A Dora no le gustaba que lo hiciera dentro de casa. Estaba obsesionada con su más que improbable embarazo. Como si él pudiera hacerle un hijo.

Entonces les vio. No recordaba el aspecto del más bajo; pero el otro... Dios, por un momento, por un segundo, Remus creyó que veía a Sirius. Ese hombre era más musculoso, sus facciones más duras y sin tanto sufrimiento como las que el animago exhibió en sus últimos años de vida. Sus ojos no eran grises. Ni siquiera azules. Eran de un tono marrón apagado. Pero su pelo... su pelo era Sirius. Un poco largo, desordenadamente ordenado, negro, tan negro que absorbía la luz y luego la proyectaba en reflejos azulados.

No es que Remus no pensara en Sirius. Pues claro que pensaba en él. De muchas y variadas formas. Pensaba en el Sirius amigo, compañero, combatiente, amante, padrino, rebelde. Siempre, siempre Sirius. Pero a veces, como aquél día, se le hacía prácticamente insoportable. Le dolía en algún punto inconcreto del pecho, quizá algo más abajo, en el estómago; como un agujero enorme, una presión angustiante que le daba miedo, y ganas de llorar, de escaparse a no sabía dónde. Le echaba de menos. Dios, si le echaba de menos.

Le dijeron que el dolor duraría aproximadamente dieciocho meses. Que después de aquél tiempo llegaría un día en el cual se daría cuenta de que no había llorado su pérdida, y a partir de entonces se le haría más fácil sobrellevarlo, y le seguiría doliendo pero ya no tanto, y dejaría de estar enfadado con el mundo, y de Sirius sólo recordaría las cosas buenas. Porque ahora también recordaba las cosas malas; cuando Sirius se ponía tozudo y no había quien le hiciera cambiar de opinión; cuando para protegerse, como en un acto reflejo (probablemente fruto de su herencia Black) le echaba en cara todos sus defectos y le gritaba cosas que eran verdad, que era un cobarde, que tenía miedo a morirse, a cambiar, a sonreír, a combatir; cuando era cruel con quien se opusiera a sus absurdas tonterías; cuando se emperraba en decirle a Harry toda la verdad; cuando discutían como si llevaran cincuenta años de matrimonio, como si no valiera la pena aprovechar el tiempo perdido.

Y lo peor es que Remus echaba de menos todos aquellos defectos; cuando Sirius se cabreaba, y gritaba, y daba portazos, y se sentía atrapado en aquella puta casa de mierda de mi madre, Remus, joder, quiero marcharme de aquí. Lo echaba todo de menos. Todo de Sirius. Quería a Sirius tal y como era, con sus estúpidos e inmaduros comentarios y sus arranques de celos, te estás follando a alguien ahí afuera, lo sé, Lupin, es que lo sé, para qué mierda querrías estar con un pirado como yo que sólo te grito, mierda, Remus, dímelo y acabamos de una vez, si eres tan listo y tan clarividente como para esconder que te follas a un cualquiera sé valiente y admítelo, vamos, que hueles a otro, al menos ten la decencia de ducharte cuando vengas a verme, cabrón. Sirius, Molly me ha regalado una colonia y me la he puesto. Y entonces Sirius lo miraba y farfullaba una disculpa, y Remus ya había visto lo solo que se sentía así que a la mierda, y se echaba a llorar como un niño pequeño y dejaba que lo abrazaran fuertemente. Te quiero, Remus, te quiero tanto que a veces no puedo, no puedo de tanto quererte y me da miedo que te vayas. Me quedo, Canuto, tú sabes que me quedo, si yo... yo sin ti no soy nada.

Y no era nada. Seguía sin ser nada. Seguía siendo cobarde, con miedo a sonreír, a combatir, a cambiar, a morirse; y ahora que se había muerto Sirius, tenía miedo a morirse solo, a ser olvidado, a que nadie le recordase cuando se fuera.

Y por eso se había casado con Dora; porque Dora no iba a dejarle morir solo, no le olvidaría, le recordaría cuando él intentara matar a Bellatrix y Bellatrix lo matara a él. O quizás no; quizás Dora, como le decía cada vez que se peleaban, se había hartado de él y le abandonaría. Le daba igual; nunca la había querido... No, no le daba igual, porque la quería. No estaba enamorado de ella pero la quería, porque sin Dora estaba seguro de que habría reunido el valor suficiente para suicidarse, para tirarse de un puente, para dejarse matar por Bellatrix, o por Snape, o por Greyback, o por quien fuera. Sin Dora estaría muerto. Y a él le daba miedo la muerte. Le daba miedo que los Merodeadores se extinguieran, ya que Merodeador, Merodeador de verdad, sólo quedaba él; le fastidiaba que Peter siguiera vivo y él se muriese, y no, eso no iba a pasar, gracias a Dora él intentaría no morirse antes que Peter.

Y había otra cosa que tenía que intentar. Algo mucho más arriesgado y difícil que no morirse, y eso da una idea de lo arriesgado y difícil que era: Sirius, a los veinte años, después de ir a ver a Harry por primera vez y regresar a su recién estrenado hogar, le dijo que quería tener un hijo. Sirius quería ser padre.

Remus se preguntaba porqué nadie se creía eso cuando él lo contaba. Remus lo encontraba perfecta y absurdamente lógico. Porque Sirius era sobretodo, valeroso. Y siendo valeroso, por la fuerza hubiese sido un buen padre.

Pero no lo fue. No le dio tiempo.

Lágrimas calientes mojaban la cara de Remus. Apoyó la mejilla en la pared de nieve de casa. A veces, pese a Dora, quería morirse. En el fondo de su corazón, él lo sabía. Quería morirse. Odiaba vivir. Sirius se enfadaría, y le gritaría y le pegaría; pero era la verdad. No tenía nada por lo que vivir. Nada. Bueno, quizá Dora. Harry. Pero Sirius... Sirius llevaba demasiado poco tiempo muerto, y aunque hiciera mil años de su marcha, no iba a superarlo. Nunca, nunca, nunca. Sirius le dolía más que el resto de gente querida a quienes la vida abandonó: su madre, su padre, James, Lily... y su Sirius.

Poco a poco dejó de llorar, exhausto. Cuando se hubo calmado, entró en casa. Subió hasta un quinto piso y silenciosamente, abrió la puerta. No encendió la luz para no despertar a Dora, pero cuando llegó al dormitorio, la encontró leyendo bajo la pequeña luz amarillenta de la cómoda. Sus ojos grandes levantaron la vista y le sonrieron, algo preocupados.

-¿Dónde estabas?

Remus se desvistió lentamente, la corbata, el chaleco, la camisa, los pantalones.

-¿Dónde estabas?

Remus suspiró.

-No sé. Paseando.

-Pues hacía mucho frío- dijo ella.

-Ya...

Dora le sonrió, siempre atenta, bonita. Dejó el libro en la mesilla y apagó la luz. Remus sintió tres pequeños dedos acariciándole el pecho, trazando círculos invisibles. La habitación estaba tranquila y segura, azulada. Apenas se oía tráfico. Dora le siguió acariciando y lo besó en el cuello, y le tocó el pelo rubio y le mordió la oreja como un perro.

-Dora, me...

-¿Qué?

-Yo... nada.

Su mujer suspiró y se apartó.

Entraba una luz débil desde la ventana y Remus vio que Dora llevaba el pelo negro. Era extraño. Antes, cuando leía, era rosa. Como siempre. No sabía cuando lo había cambiado. Pero era negro, negro; lacio y poderoso, de fuego, como el del chico de antes pero más como el de Sirius Black. Sintió deseos de abrazarla. Le pasó una mano por el vientre y la estrechó contra su cuerpo. Estaba caliente. Luego, los dos se apartaron. Remus buscó sus ojos en la oscuridad.

-¿A qué viene...? ¿Porqué te has puesto el pelo negro?

Dora no respondió. Se sentó en el borde de la cama y le dio la espalda, de forma que Remus sólo veía a contraluz el perfil de su brazo y el camisón largo.

-¿Dora?- mierda.

Dora encendió la luz. Volvía a tener el pelo rosa. Se giró y lo miró. No lloraba.

-Eres un cobarde.

-¿Qué...?

-¿Crees que soy tonta? ¿Eh? ¡Eres un...!

Harry diciendo cobarde, Dumbledore diciendo cobarde. Sirius diciendo cobarde.

-¡No lo digas!- saltó él. Se alejó de su mujer como si ésta le hubiera disparado- ¡No lo digas!

Dora se reía. Tenía las sábanas fuertemente agarradas con el puño. Seguía sin llorar.

-¡Entonces eres un retrasado hijo de puta! ¿Porqué estás conmigo, eh? ¡Dímelo! ¡Es lo mínimo que te exijo, cobarde de mierda!

-¡Cállate!

-¡Lo sé todo, Remus! ¡Lo sé todo! ¡Sé qué relación tenías con Sirius! ¡Sí, no me mires con esa cara de gilipollas, maldito bastardo! ¡Todos lo sabían, todos! ¡Todos menos yo!

-¿Y por eso me haces daño?- Remus cogió un cojín y se lo tiró a la cara, pero Dora lo esquivó y se rió.

-¡Sí! ¡Sí, claro que sí! ¡Por eso has visto el pelo de mi primo y por eso me acuesto con otros hombres! ¡Yo te quería!

Remus bajó las manos y todo el cuerpo, y el alma, derrotado. Dora lo miraba y esperaba una respuesta.

-¿Te acuestas con otros hombres?- dijo él.

-¿Eso es lo único que se te ocurre? "Te acuestas con otros hombres", vamos, Remus, como si fuese aquí la única. Te quise, Remus. Te quise con locura.

-Yo nunca me he acostado con otra persona cuando he estado contigo, Dora.

-Oh, ¡qué noble! Eso expira todos tus pecados, Remus! ¡Enhorabuena!

Remus miró a su esposa fijamente.

-¿Cómo te has enterado?

-Porque media Orden lo sabe y la otra media lo sospecha. Los mortífagos también lo saben, Malfoy, Bellatr...

-¡No mientes a esa mujer!

-No sé qué me impide abandonarte. De veras, Remus, no lo sé.

Remus quiso recuperar algo de su orgullo y gritarle que se fuera, que no la necesitaba. Pero consideró que ya había mentido suficiente.

-Dora. Por favor. Antes de marcharte. Escúchame.

La chica vaciló un instante, una fracción de segundo que le dio a Remus la certeza de que Dora, pese a todo, aún era su esposa.

-Quiero que sepas porqué me casé contigo.

La mujer se paró en seco y enrojeció. Le recordaba tanto a Sirius cuando montaba en cólera...

-¡Porque te recordaba a mi primo!¡Por eso te casaste conmigo, Remus, maldita sea! Me cago en tus muertos!- el pelo le iba cambiando de color y forma a un ritmo vertiginoso, a medida que sus palabras se envenenaban más-. ¡Porque eres un cobarde que se acojona de estar solo!¡No puedes soportar ni un minuto de tu existencia sin alguien a tu lado!

Remus se dejó caer en la cama.

-Sí- se atragantó con sus lágrimas, que por fin salieron, cálidas, mojándole las mejillas y la barba rala y viajando hasta el cuello de la camisa. Dora lo miró con una mezcla de compasión e infinito desprecio. La mujer se puso una bata sobre el fino camisón y se quedó allí, de brazos cruzados-. Cuando murió Sirius... bueno, ya sabes cómo estaba.

-¡Joder si lo sé, Remus! ¡Por si no te acuerdas, fui yo quien te consoló, quien te llevó a la cama cuando estabas demasiado borracho como para recordar tu nombre, quien te hizo la comida, quien te...! ¡Yo te quería, Remus!- el grito final de Nymphadora se quebró en llanto, y Remus se levantó para abrazarla. Al principio ella se resistió débilmente, pero acabó cediendo ante la insistencia de su marido y le devolvió el abrazo, estrechándolo contra su cuerpo y murmurando sin cesar que le había querido.

-Lo siento- repetía Remus. Lo siento-. Estabas allí, y me comprendías, y... creo que llegué a pensar que me había enamorado de ti. O quería creerlo. Lo necesitaba- Remus no sabía cómo expresarle a Dora lo mucho que significó para él su apoyo durante los amargos días que precedieron la muerte de Sirius. Su constante presencia, su sonrisa como el sol, como un bálsamo de inocencia sobre su alma torturada. Dora había evitado que él cometiese una estupidez; Dora le había demostrado que había alguien a quien sí le importaba que muriese, alguien que lloraría su muerte, alguien que cada luna llena que viese pensaría: "Remus"-. Dora, sé que ya no me quieres. Lo sé.

-¡Por tu culpa, Remus, por tu maldita culpa!- la chica le pegó una serie de puñetazos en el plexo solar, rabiosa como estaba, con la cara roja y las lágrimas sacudiéndole el cuerpo-. Tu has hecho que yo dejase de quererte! Te lo has buscado, asqueroso! Me has engañado estos dos últimos años! Lo... di... todo... por... ti! ¡Por ti, Remus John Lupin!

-Lo siento. Lo siento, Dora. Por favor. Por favor, tienes que perdonarme. Dora. Te lo suplico.

Dora miró hacia arriba y se encontró con aquellos ojos cálidos, infinitos, que una vez amó tanto.

-Remus- la mujer volvió a bajar la mirada. Lo cogió de las manos y lo sentó en la cama, acallando sus temblores-. Remus, me... me he acostado con otros hombres- le recordó.

El hombrelobo se dio cuenta de que aquello, sorprendentemente, le dolía. Un malestar desagradable, entre celos y miedo.

-¿Me vas a dejar por alguno de ellos, verdad?- dijo, conteniendo el impulso e cerrar los ojos con fuerza, como quien espera un golpe mortal. Miró a su esposa fijamente.

-Lo he llegado a considerar- confesó. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano. El pelo ya no le cambiaba de color, si no que se había quedado en un color castaño, su color natural. Igual que el de Andrómeda Black, la prima de su querido Sirius, que nunca más le dirigiría la palabra-. Pero... Remus- sollozó-. Creo que estoy embarazada- y rompió a llorar, esta vez rechazando el abrazo que le ofrecía su marido.

Remus se quedó quieto, estático.

-¿No vas a dejarme?

-¿Cómo quieres que te deje, idiota?¿Cómo quieres que críe a un hijo sola? –Dora se apartó la cara de las manos, exasperada-. Me casé contigo porque pensé que me darías un hijo, porque te habías convertido en mi mejor amigo, porque te quería. Porque nunca había sentido nada parecido por nadie, nunca había tenido un vínculo tan especial que me uniese a otra persona- los ojos de la mujer se clavaron en los de su marido, y el pelo volvió a cambiar de colores bruscamente-. Por la maldita guerra, Remus, que no me deja pensar con claridad, ¡joder! Si no estuviésemos en peligro de muerte, Dios sabe que te dejaría! Pero no puedo estar sola ahora. No puedo.

-Ese niño...

-No te atrevas a preguntar si es tuyo- Dora se levantó de un salto-. No te atrevas, Remus. ¡No tienes derecho!

-Dora- dijo él, alarmado-. No te culpo por serme infiel.

Su mujer contuvo las lágrimas de nuevo.

-¡Deberías!

-No. Nunca te lo echaré en cara. Pero... pero, por favor, tienes que decirme si es mi hijo- acalló las protestas de la mujer-. Porque si lo es... si lo es...

-¿Qué? ¿Me dejarás, entonces?

-¡No! Pero... yo... seguro que... yo... ¡seguro que es como yo!- exclamó, atormentado. Se dejó caer en la cama de nuevo, ocultando el rostro entre las manos.

-No sé si es tuyo- dijo Tonks, llevándose la mano al vientre en un gesto inconsciente de protección-. Me es imposible saberlo. Hace tres meses que estoy en estado.

-Entonces.. podría ser mío.

Tonks se sentó a su lado, mirando al vacío.

-¿Qué hago?- susurró para sí misma-.¿Qué voy a hacer?

-Lo siento mucho.

-¡Deja de repetir eso!- gritó ella con fastidio-. ¡Yo también lo siento!

Se miraron. Remus se atrevió a acariciarle la mejilla. A veces, Dora le recordaba tanto a su primo, que le dolía. Y a veces, le recordaba a Lily. Ellas dos habían sido sus mejores amigas, las mujeres de su vida que le habían hecho la soledad más soportable.

-Perdóname- suplicó él en un murmullo apenas audible.

Ella lo miró entre lágrimas. A Remus le pareció que se miraban durante horas.

Nymphadora lo abrazó.

-Pues claro que te perdono, Remus. Aún eres la persona que más quiero en este mundo.

-Nunca podré amarte, Dora. Tienes que saberlo. Te quiero muchísimo, como quiero a Lily Evans, o a James Potter. Pero nunca me enamoraré de ti- dijo con franqueza.

-Cuando acabe la guerra, viviré sola, Remus. me merezco encontrar el amor- él asintió lentamente-. Pero hasta entonces, no te dejaré.

El hombre lobo levantó la vista, sorprendido.

-¿Qué?

-Te necesito- reconoció ella a regañadientes-. No puedo... te necesito. Ya te he dicho que eres mi mejor amigo, diablos.

Él asintió. La comprendía mejor de lo que ella creía.

-Criaremos a ese niño. A nuestro hijo- al hijo que nunca tuviste, Canuto. Se abrazaron lentamente, y se besaron -. Siento que las cosas no hayan sido como quisiste.

-Bueno- Dora sonrió a través de las lágrimas-. Tampoco está tan mal. Los matrimonios por conveniencia están de moda.

Él sonrió, y se formaron arrugas alrededor de sus ojos dorados, que habían recuperado parte de su brillo.

-Te quiero, Tonks.

-Diablos, yo también te quiero, Lupin

FIN

Notas: Esto está escrito después de ver la última película de Harry Potter. Quien diga que ha acabado, merece vuestros crucios!

Contestación de reviews:

Rosita-Chan: gracias, es argumento me costó lo mío... y me encanta que me digas que mis personajes no son ooc!

Kilia: muchas gracias por leer hasta el final!

Mila James: hahahah sí, la ducha en el dormitorio fue un puntazo, lo reconozco...

Isabellatrix Black Swan: tenia que colgar el capítulo.. lo siento, lo siento, lo siento...