Viernes: Persuasión

-Estoy harta.

-Lo sé…

-Pero es que… -levantó la vista-, no puedo más. Siento que voy a explotar.

La mirada que Scorpius le dio no era para nada agradable. Prueba de ello, era que movió su mano y empezó a sentarse, rompiendo el contacto entre sus cuerpos.

-¿Seguirás hablando de esto incluso ahora? –preguntó, con la incredulidad y el enojo aflorando en sus facciones.

A Rose le parecía inaudita toda la situación. Hacía menos de un minuto hacían el amor como si la vida se les fuera de los cuerpos, y ahora volvían a discutir. Las peleas ya se habían hecho una constante en su relación durante el último par de meses.

-Lo siento por querer comunicarme con mi novio –gruñó, sentándose-. Creí que una relación se basaba en la confianza para compartir sentimientos.

-Estoy al tanto de ello –dijo, en un tono que derrochaba ironía.

Se acomodó en el borde de la cama y recogió sus bragas.

-Es solo que lo único que dices es "estoy harta", "odio esto", "no me gusta aquello", "estoy exhausta"… Pues, déjame informarte que yo me estoy hartando de tu actitud.

Mientras se las ponía, sabía que Scorpius gesticulaba exageradamente y fruncía el ceño para imitarla. No necesitaba verlo para saber qué mirada o qué mueca hacía. La mayoría del tiempo, le gustaba aquello. Demostraba cuánto lo conocía. Pero ahora, realmente lo detestaba y abría aún más el agujero de frustración que latía en su pecho.

-Como si fueras tan perfecto –terminó de abrocharse el sostén y se calzó los pantalones, con las manos temblorosas-. Claro, Scorpius es perfecto. Él puede reírse cuando quiere, quejarse como se le da la gana, tener sexo a su antojo, mirar a cuanta mujer se le cruce por la calle cuando está conmigo, pero, hey, es Scorpius Malfoy. Todo lo referente a él es perfectamente perfecto –lo miró y no pudo evitar reírse-. ¡Lo siento si no soy tan perfecta para ti!

Tomó su blusa y el suéter, y salió de la habitación, dejando como último recuerdo de su presencia un enorme portazo.

Al salir del departamento de Scorpius, Rose lanzó un pequeño gemido y apoyó la espalda en la puerta. Por primera vez en la vida, no le importaba nada. No le importaba si los vecinos la veían semidesnuda en el corredor del edificio, o que llorara en público. ¿Por qué iba a preocuparse por esos pequeños detalles?

Durante los últimos meses, su vida se estaba convirtiendo en un infierno. Y todo gracias a ella misma. No tenía poder de decisión, y aparentemente, con la única persona que podía levantar la voz y oponer resistencia, era con su propio novio. Lo cual era, en ocasiones bueno, un gran problema. Temía defraudar a las personas y por eso se encerraba en silencios o sonrisas corteses. ¿Cómo decirle a su madre que no quería ingresar al ministerio a trabajar con ella? ¿O comentarle a tío George que no le preocupaba en lo más mínimo trabajar en la tienda?

La realidad era que Rose Weasley no sabía qué hacer con su vida. Hizo algunos cursos en el Instituto de Idiomas Mágicos y en la actualidad trabajaba ayudando a tío George con la tienda, en la parte de finanzas. Tenía veintidós años y no sabía qué camino seguir. ¿Cómo iba a saberlo cuando toda su familia, amigos e incluso profesores opinaban? Sentía que no podía respirar. No tenía la claridad suficiente para sentarse y saber qué es lo que quería y lo que no para su futuro.

Respiró varias veces profundamente, controlando su agitación.

Era pleno febrero y estaba semidesnuda en el corredor de un edificio, llorando. Además de vergüenza pública, iba a conseguir una neumonía mortal.

Caminar por Londres muggle siempre la ayudaba. Sintiéndose lejos de su mundo, sentía que no tenía la presión de elegir según los demás.

-Desde que estás en la tienda, hay mucho más orden en los insumos –comentó una vez tío George, leyendo las tablas de distintos gastos e ingresos-. Serías de gran ayuda por aquí. En especial cuando abramos terminemos de instalar la sucursal en Hogsmeade.

La idea de trabajar con dinero no le molestaba, pero no quería trabajar con su padre y tío tan cerca. Tal vez sus prolongadas estadías en Hogwarts la habían hecho sentirse insegura al trabajar con algún familiar. Incluso estudiar con Albus se le hacía complicado aquellos tiempos. Para ella, estar en un negocio familiar, significaba mezclar negocios con la vida personal. Algo que, ciertamente, le molestaba.

El consejo de su profesor del Instituto de Idiomas Mágicos tampoco había sido muy esclarecedor:

-Tienes un buen instinto, Weasley. Sin saber el alfabeto completo, das en el clavo a la hora de suponer el significado de los manuscritos. Podrías ir a Egipto y Sudáfrica, a ayudar con las recopilaciones históricas de las primeras tribus mágicas.

Desde que tomó Runas Antiguas en Hogwarts, supo que adoraría la asignatura. Pero, ¿viajar? Los traductores de las lenguas muertas solo tenían trabajo en otros continentes, no en el Reino Unido.

Y ni siquiera quería pensar en su madre:

-Podrías trabajar conmigo en el Departamento de Aplicación de la Ley Mágica –claro, como la que limpiaba el suelo y debía lidiar con las miles de personas que se presentaban a reclamar con sus abogados sobre cierta citación o amonestación injusta-. O en el Departamento de Control y Regulación de Criaturas Mágicas. Perfectamente podría hablar con el señor Evans y ver si se te pueda dar un puesto.

-Mamá –Rose contó hasta diez para no levantar la voz-, ¿ya hablaste con él, verdad?

-Bueno… sí –admitió, alzándose de hombros-. Siempre hay que ser proactiva, hija.

Ella ya daba por asegurado que elegiría el ministerio y seguiría sus pasos.

El paseo por Londres muggle solo sirvió para tranquilizarla, pero no para tomar una decisión. Rápidamente se encontró envuelta en la absorbente rutina: levantarse, una hora para desayunar y ducharse, luego ir a la tienda y estar otra hora escuchando las reuniones sobre el manejo de la próxima sucursal de Sortilegios Weasley, después pedir las copias de los recibos de la venta del día anterior y organizarlas, almuerzo, volver a terminar de tabular los datos de ingresos del día anterior, conversar con los encargados de la creación de nuevos productos sobre el presupuesto de su sección (a veces eran los vendedores o en otras ocasiones los abogados, porque la tienda se llenaba de demandas por parte de padres enfurecidos), consultar a tío George si podía dar el visto bueno el presupuesto que ella había creado, firmar el presupuesto, terminar de ordenar los papeles, irse a casa, escuchar a su familia hablar de política o de otro familiar, lavarse los dientes, leer El Quisquilloso un par de minutos y dormir. Y así al día siguiente, y al siguiente, y el posterior a ése.

-¿Cómo está todo con Scorpius? –preguntó su madre, una noche mientras la ayudaba a firmar papeles del trabajo-. No te has quedado a dormir en su departamento durante dos semanas…

-Tuvimos una pequeña discusión –no tenía por qué mentirle, era obvio que no estaba en el mejor momento de su relación con él. Movió con más ímpetu su varita, imprimiendo la firma de su madre en los papeles-, pero nada que no tenga solución.

En su propio vocabulario, aquello significa: hasta que él se disculpe conmigo. O algo así. Rose no era de las personas que se acercaban a disculparse. No al menos luego de un largo periodo de tiempo. Admitir errores no le costaba, pero tragarse su orgullo y disculparse, sí. Era capaz de evadir a una persona de manera magistral con tal de no tener que verse obligada a disculparse cuando no estuviera lista. Y en este caso, ella sentía vergüenza de desahogarse honestamente con él y explicarle que sus quejas sobre su falta de decisión, eran producto de una herida más profunda.

-Oye, mamá…

-¿Sí?

No tenía que ser una Gryffindor para ser valiente. Solo debía confiar en sí misma.

-He estado pensándolo y –dejó de mover la varita y la miró. Los ojos castaños de la mujer le devolvieron la mirada, bajo un pulcro flequillo de cabello café-, y no creo que sea una buena idea que trabaje en el ministerio.

-¿Por qué? –preguntó, con una sonrisa.

-Porque… porque no quiero –dijo, en voz baja. Inspiró antes de volver a retomar un tono seguro-. Las leyes son importantes y las criaturas mágicas también, pero no me veo en ello en el futuro.

Inesperadamente, había salido mejor de lo esperado. Después de una serie de preguntas ("¿entonces quieres ir hacia el área de economía y ventas?") y decirle que todavía solo tenía una vaga idea de sus deseos laborales. Hermione Weasley era una mujer muy persuasiva, que usaba cualquier argumento a su favor para realizar lo que ella creía correcto, pero no era así cuando se trataba de la vida de su hija.

-Solo tú puedes tomar una decisión al respecto –dijo, volviendo a poner atención en los papeles-. Pero te advierto que no quiero una hija frustrada con su trabajo o una mantenida de por vida. No financiaré una vida de vaga, ¿entendido?

-Entendido –respondió, ocultando una sonrisa.

Algo le decía que si hubiera mantenido esta conversación con su padre, él sería capaz de ofrecerle un año sabático o varios, con tal que no se sintiera presionada a nada. Sus padres eran muy opuestos, pero congeniaban, extrañamente, bien.

Para ordenar toda la situación, Rose hizo una lista. Sí, algo muy Ravenclaw y maniático de su parte. Sin embargo, ver escritos en dos columnas los pros y contras, los gustos y no gustos, la hacían tener una perspectiva distinta.

Marzo ya iba llegando a la mitad, y fue cuando la pelirroja apareció en el departamento de su novio. O ex novio. No habían hablado hacía casi un mes.

-Oh, Rose –su rostro se iluminó al verla, aunque aparentó seriedad.

-¿Puedo entrar? –preguntó, usando el tono más suave posible. No necesitaba fingirlo, ya que la vergüenza le carcomía la conciencia.

-Claro.

El departamento de Scorpius era pequeño, pero acogedor. La luz del día se filtraba por todas las ventanas, otorgándole una apariencia limpia y positiva al lugar, a pesar que ningún mueble era de madera o de los materiales típicos que se asociaban a esos conceptos (para ella, el concepto de acogedor se relacionaba con la casa de los abuelos Weasley). Pero eso no era lo más destacable. La luz era primordial en el departamento debido a que Scorpius trabajaba en una editorial y leía todo el día. En el trabajo, en casa, cuando caminaba por la calle, incluso tenía que leer un par de páginas de alguna novela para poder salir a trabajar en paz.

Cuando caminó a la sala, Rose se fijó en que algunos libros estaban en el suelo o en el mueble del recibidor, abiertos y con algunas esquinas de las hojas dobladas. Se sintió muy mal. Scorpius solía ser más organizado respecto a sus libros y el hecho que estuvieran tan descuidados, era una señal que no estaba pasando por un buen momento emocional. Él no lo verbalizaría, pero estaba preocupado por ella. Y la conocía tan bien, que sabía que eventualmente volvería para disculparse y arreglar el quiebre más reciente a su larga relación.

Él sacó una pila de papeles que descansaba encima del sillón. Se trataba de una novela esperando a ser corregida y publicada.

-Fui al banco esta mañana. He aplicado para un puesto como traductora del Departamento de Relaciones Internacionales –informó, mirando a todos lados menos a él. No soportaba las leves ojeras bajo sus ojos. Scorpius la conocía muy bien, pero se preocupaba mucho cuando ella desaparecía-. Me informarán la semana siguiente si quedé o no.

Un segundo, dos. Quince segundos y contando.

-De seguro quedarás.

-Tío Bill moverá algunos contactos. Y el hecho de ser hija de dos héroes de la guerra me ayudará mucho… Pero quiero pensar que lo estoy haciendo por mí misma.

-Claro.

Scorpius se sentó a su lado y Rose extendió una mano, rozando su pulgar en el brazo de él.

-No quise desaparecer así ni agobiarte con mis quejas durante todo… durante este tiempo.

-Entonces, ¿por qué siempre tu solución es irte? –movió el brazo. Ella por fin le miró-. Solo me preocupo por ti, ¿sabes? Porque sé que si te mando una tonelada de cartas, eres capaz de matar a la lechuza. Te esconderías de mí y hasta te irías a vivir con alguno de tus primos para que no pueda encontrarte.

-Nunca he querido preocuparte. Ni tampoco quiero hacerte daño –sus pulmones empezaron a dolerle levemente con cada respiración-, pero… Pero últimamente estoy celosa de ti –confesó, sintiendo que las mejillas se le enrojecían-. Has cumplido muchas metas a tu corta edad –siguió, impidiendo que él la interrumpiera-. Ya trabajas, eres uno de los editores más exitosos de la editorial, tienes este departamento, te independizaste de tus padres… Tienes todo lo que quiero para mí.

-¿Te das cuenta que-

-¿Qué soy demasiado egocéntrica? Sí, lo sé. Y es una estupidez, porque no debería venir hacia ti y descargar mi frustración… Dejé que la vida fuera de Hogwarts me aturdiera, y no hice las decisiones correctas en los momentos indicados.

Debería haber pasado por aquella etapa hacía años atrás, no ahora. Y debería comportarse como una adulta, no como una adolescente hormonal.

-Creo que… soy demasiado influenciable y estuve en una posición peligrosa para mí, para nosotros.

Scorpius la miró a los ojos y lentamente se le acercó, hasta que su nariz rozó la de ella. Luego, depositó un beso en su frente y sintió que los largos y grandes dedos de él se deslizaban entre los suyos.

-Mira, si dejas que tus padres, amigos y hasta la mendiga de la esquina te persuadan; entonces deberías dejar que te dé mi opinión –hizo una mueca con la boca, la que significaba que estaba pensando muy bien cómo decir lo siguiente-. Te amo y te apoyaré en todo. Bueno, menos en prostituirte o algo así.

-¿Esto quiere decir que me disculpas y estamos bien?

-Vaya, amaneciste un poco lenta hoy, ¿no?

-Ja, muy gracioso.

Se besaron, sus bocas y cuerpos gritando desesperados por la distancia.

Aquel día, mientras Rose veía dormir a Scorpius, se dio cuenta que era la primera vez en muchísimo tiempo que no discutían ni alguno se levantaba poco después de hacer el amor, para escapar de la inevitable avalancha de quejas y mal humor.

Había cometido muchos errores y los estaba solucionando, pero sabía que estar con Scorpius era una de las mejores que había hecho. Y muy pronto, también seguiría tomando las elecciones correctas, pero sobretodo lo eran, porque seguía sus deseos y no simplemente lo bien visto según su familia o lo impuesto por la sociedad: aceptaría el trabajo en Gringotts, y dos semanas después, hablaría por primera vez con Scorpius el tema del matrimonio. Ambos acordarían que lo harían cuando tuvieran más estabilidad económica y personal. Y dos años después, cuando él la sorprendiera con un anillo de compromiso puesto en su varita una mañana, ella aceptaría llena de euforia.

Rose ahora solo se dejaba persuadir por ella misma y en ocasiones, por Scorpius. Pero solo si encontraba lógico lo que le recomendaba. Solamente en algunas ocasiones.

FIN


N/A: ¡Feliz navidad!

Capítulo corto y final algo flojo, pero me estaba aburriendo de cambiar todo lo que escribía. Ésta es la mejor versión de Persuasión.

Ya saben, todas sus opiniones del capítulo, en un review. Y también mi saludo de navidad xD.

Muchísimas gracias por todo el apoyo en este fic. Han sido en gran parte, la razón por la cual lo continué con mucho entusiasmo.

Un besito, y gracias por leer el fic,

¡Chau!

Atte.,

Sirenita.