N/A: Sí, Helena, ya lo sé. ¡Ya era hora! Ojalá esta segunda parte de tu regalo compense la espera, aunque mucho tendría que valer para conseguirlo, me temo... ^^

Parte 2

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-Draco no acepta su invitación esa noche. Tampoco lo hace la siguiente, ni la siguiente más. No obstante, sin necesidad de acordar la cita, aparece en el bar cada tarde, donde Harry ya le espera para conversar durante horas entre jarras de cerveza y whiskies de fuego, cambio de graduación siempre provocado por frustradas carreras de auror o largas estancias entre los barrotes de la cárcel. Y justo cuando Harry ya no espera nada más de la velada que disfruta, se encuentra con la espalda contra la puerta de su casa, Draco arrodillado entre sus piernas y esos finos labios engullendo la erección de la que ha hecho gala desde el primer trago.

No es la mejor mamada de su vida pero, cuando Harry enreda sus dedos en el pelo rubio y recuerda a quién pertenece, se excita tanto que no puede evitar correrse con un grito ahogado. Luego, con ímpetu gryffindor, arrastra a Draco hasta su dormitorio y le promete el mejor polvo de la historia. Y, como Draco se pasaba las clases del profesor Binns por el forro de la túnica, cuando Harry se desploma sobre su pecho, empapado y exhausto, concuerda en que, en realidad, lo ha logrado.

Y como ya se sabe, aquellos que no conocen la historia están obligados a repetirla. Las veces que sea necesario.

**

No sabía que la amaba tanto. Si lo hubiese sabido, la habría cuidado más, habría pasado más tiempo a su lado… se lo hubiese dicho. Como en un estúpido cliché de película, ha necesitado toda una sesión de cardenales, una intubación y cinco costillas rotas para darse cuenta. Y ahora sólo ruega porque tenga una segunda oportunidad para hacer las cosas bien, para amar a Susan como se merece.

- ¿Señor Zabini?

La voz de la enfermera le hace sobresaltarse. Lleva toda la noche en el hospital y apenas ha dormido pero, pese al susto, no suelta la mano pálida e inmóvil de su pareja. Interroga con la mirada a la mujer que le observa con esa compasión que él tanto odia.

- Los padres de la paciente están aquí y no se permiten a más de dos personas en la habitación. Me han pedido que se marche.

Muggles… Están tan acostumbrados a eso que llaman "violencia de género" que no han dudado en sospechar de él desde el primer momento. Nunca les ha gustado para su hija y Blaise lo sabe. Demasiado misterioso, demasiado callado, sin un trabajo conocido ni título reconocido bajo el brazo. Pero Susan conoce al slytherin, al político amateur, al mago. Jamás le ha mentido a ella y eso es lo único que él ha creído necesario.

Cuando se inclina para dejar un beso en su frente, lo siente por primera vez. Es sólo un leve destello de consciencia, un pequeño parpadeo, pero Blaise lo aprovecha como una gota de agua el sediento. Se filtra en su memoria, no tan oscura e intransitable como en los últimos días, y ve entre la bruma un golpe, dos, una voz grave, un insulto, otro y… un rostro. Deteniendo con toda la delicadeza que puede la legeremancia, besa a su novia en la mano, acaricia su pelo y sale de la habitación. En cuanto llega a recepción, deja el pase en posesión de su "suegro" y luego abandona el hospital sintiendo su mirada acusadora en la espalda, con paso seguro y sin mirar atrás.

**

- Justo ahí… justo ahí… ¡ni se te ocurra parar, niño-que-vivió! Ahí, sí… mmmm… ahmmm… eres bueno, Potty… ¡SÍII!

Harry saca la lengua como cada vez que algo requiere de toda su concentración, y trata de que sus embestidas no se desvíen de ese punto en el que Draco pierde la razón y la vergüenza. Pese a todos los años que han pasado desde su escarceo juvenil, tiene que reconocer que no hay momento en que aquel Draco del colegio esté más vivo que cuando hacen el amor. Y lo hacen. Mucho. Prácticamente cada día. Incluso han trasladado las copas de la barra del bar a la americana de la cocina de Harry por disfrutar cada momento como quieren, sin estar pendientes de los curiosos reporteros que ninguno de los dos, tras diversos intentos intimidatorios, ha conseguido esquivar.

- ¡Por todas las órdenes de Merlín que te cuelgan de la bendita túnica, dame más!

Y Harry se lo da. Mucho más. Todo lo que tiene. Porque sabe que aquello no es sólo lo que parece, un polvo salvaje robado al tiempo. Los papeles del divorcio de Draco están tirados por algún lugar de la moqueta, firmados por él y por Astoria, y el muy rubio le ha pedido que salga del armario con él, yéndose a vivir juntos. Desde entonces, Harry no ha dejado de imaginarse una mansión de boca enorme que le persigue para devorarle. Aunque no ha dudado en aceptar y comerse la de Draco, mucho más bonita para su gusto, no puede dejar de pensar en lo que ese sí significa y lo poco que siente suya Malfoy Manor. Si lo piensa detenidamente, hasta siente que se le empieza a poner floja.

Pero en ese momento, Draco hace un movimiento ondulante con sus caderas que consigue absolutamente lo contrario.

- ¡MALDITA SERPIENTE MORTÍFAGA! ¡VAS A ACABAR CONMIGO, HURÓN PERVERTIDO!

Y, en el paroxismo del orgasmo, Harry vuelve a sentirse también un alumno de quinto.

**

- Estás loco… No podemos hacerlo, Blaise.

- Vamos, Draco… ¿Cuánto tiempo llevas deseándolo?

- Da igual, no voy a arriesgarlo todo.

- Nadie nos descubrirá.

- Harry nos descubrirá. Ahora vivo con él, ¿crees que no se dará cuenta?

- No, si somos discretos.

- No puedo hacerle esto.

- Di que no lo deseas.

-Blaise…

-Di que no lo deseas, Draco…

- Yo… No puedo…

- Draco…

- ¡Sí, maldita sea! ¡Lo deseo!

Blaise sonríe. Hay cosas que nunca llegan a morirse.

**

Las cosas no marchan bien. Y no es sólo porque Scorpius haya montado toda una escena al volver a casa y encontrarse a su padre de pareja del salvador del mundo mágico. De hecho, Harry y Draco sólo viven en Malfoy Manor cuando Scorpius vuelve de la universidad en vacaciones. El resto del tiempo, lo pasan en una casa de campo el doble de grande que el antiguo apartamento de Harry, no tan entrañable como éste, pero sí mucho más cercana a un hogar de lo que sería la mansión devoradora de Potters. De todas formas, aún conservan el apartamento del Soho y Grimmauld Place para sus escapadas al mundo muggle. Y viven considerablemente bien, atendiendo a los negocios sobre sus herencias que Draco maneja con bastante habilidad, y que Harry observa prosperar con relajado interés.

Pero algo no funciona. Y tampoco es que Harry no parezca Harry sin hacer algo suicida cada fin de mes, o sin simplemente hacer nada por volver a trabajar, rechazando cada invitación de Slughorn para dar clases en Hogwarts o cada petición del Ministerio de volver a contar con él. El problema es que Draco oculta algo. Y Harry, que no se ha considerado nunca muy astuto para esa clase de cosas, puede imaginar cada vez más claro lo que es.

Draco está tenso, de esa forma que lo estaba en sexto año. Vuelve a estar en control de sus emociones y ninguna de las que ofrece parece del todo sincera. Cada vez necesita más tiempo a solas y se muestra irritable si Harry intenta acompañarle en esos paseos vespertinos que se vuelven ya habituales. La primera semana, Harry piensa que es un pequeño agobio del adaptarse a vivir juntos. La segunda, que es por la actitud de su hijo. La tercera, le justifica diciendo que una mala época la tiene todo el mundo. Pero al mes, Harry no puede negarse más que Draco le está traicionando.

Las técnicas de auror no olvidadas le hubiesen ayudado a seguirle sin ser visto hasta donde quiera que Draco fuese la mayoría de tardes. Sin embargo, Harry sabe que el papel de espía es demasiado bajo para interpretarlo con dignidad, y para no hacer ninguna escena desmedida al conocer las respuestas que tanto se buscan. Es Kreacher el que sigue a la pareja de su amo, ese sangre pura estirado y pariente de su señora que, cada dos o tres días, decide caminar hasta un recogido apartamento cerca de la City, para visitar a un tal Blaise Zabini.

Harry no hace escenas al saber la verdad. Ni siquiera piensa en ir a la dirección que el elfo le tiende en un papel, o quedarse a recibir una explicación repleta de excusas de ésas que Draco fabrica tan bien. Simplemente se va, dejando sobre la mesa la preciada información de Kreacher, como aviso velado de que nunca va a volver.

**

-¡Harry, ábreme!

-….

-¡Quita la barrera, por Merlín! ¿Cuántos hechizos has levantado a la vez?

-…

-Déjame que te lo explique, al menos. ¡Tengo derecho a que me escuches!

Harry se agazapa aún más en el sillón, mientras los gritos de Draco resuenan entre las cuatro paredes del frío salón principal de Grimmauld Place. No ha tardado nada en ir a buscarle. A veces se odia por ser tan predecible. Seguro que es la primera dirección a la que Draco ha acudido, y ahora se arroga el derecho de una audiencia para justificarse. Pero no, él no piensa abrirle ni dirigirle la palabra en todo lo que le queda de vida.

Por desgracia, la unión mágica que han hecho desde que se han ido a vivir juntos, les franquea la entrada en todo lo que ambos consideren hogares.

-¿Cuánto tiempo más pensabas dejarme ahí fuera con el frío que hace?

Los ojos de Harry se tiñen de avadas al instante, pero Draco ha sabido prepararse.

-Y no me digas que me vaya a calentar con Blaise, porque luego te arrepentirás de lo que hayas dicho. Conozco la letra de Kreacher, ¿has mandado un elfo doméstico a perseguirme?

La arrugada nota se balancea entre los largos dedos de Draco. Harry la mira con el ceño fruncido y resopla por respuesta.

- Haberme dicho que querías venir y hubieses venido.

El "no me van los tríos" que el Harry de quince susurra al oído del Harry adulto, muere cuando éste le da una colleja al más crío y toma el mando del asunto.

- Nunca me has invitado.

- Trataba de protegerte.

- ¿Me estás tomando el pelo?

- Ven conmigo mañana y te mostraré de qué, exactamente.

- ¿Y si no quiero ir contigo?

- Aparece allí a las seis. A esa hora nos reunimos.

**

Luchando contra todos sus demonios interiores, Harry acude. Y a los diez minutos de estar en el piso franco de Blaise, desea haber tenido la razón y presenciar un tormentoso idilio entre Draco y el italiano. Cuando un hechizo descubre el desván oculto donde yace un muggle secuestrado y golpeado hasta la inconsciencia, le parece que ser cornudo es muchísimo mejor que ser cómplice de asesinato. Luego se sienta en una silla y coge aire, a la espera de que uno de los dos empiece a explicarle todo aquel escenario, mientras Blaise cubre de hechizos de privacidad cada pared.

- Vamos a matar al Ministro, Harry.

Es lo primero que dice su… ¿pareja? A estas alturas, Harry ya no sabe ni con quién está hablando. Draco, que seguramente ha percibido su desorientación, se arrodilla frente a él y apoya las manos en sus piernas.

- Es un plan perfecto. Está todo calculado. Nos infiltraremos en el Ministerio en muy poco tiempo y nadie saldrá perjudicado.

- Menos el señor Weasley, querrás decir…

- Alguien tiene que pagar por sus… ¿cómo es esa palabra que usan los muggles? Pecados.

- ¡Creí que ya lo habíamos hecho! Le derrotamos políticamente y las leyes son mucho más justas en este momento.

- No se trata de las leyes, Harry.

Y Harry lo ve. En pequeñas motas de azul oscuro sobre el gris brillante de los ojos de Draco. Un odio modelado por dos décadas de cárcel, un padre dementorizado, una madre viuda y una esposa abandonada. Labrado a fuego lento año tras año en los que Scorpius creció sin tenerle a su lado. Harry no sabe qué mueve exactamente a Blaise, pero con Draco lo tiene muy claro. Y de repente, se encuentra abrazándole y dándole su apoyo para aún no sabe qué, justo antes de ver marcadas en la pared del fondo dos iniciales, probablemente con el hechizo utilizado para grabar la marca en los mangos de las escobas.

A.W.

- Dime qué vamos a hacer.

**

Adam Mckencie es un hombre fornido, de piel pecosa y rasgos viriles. Sus manos son anchas como espátulas, sus piernas contundentes y sus pectorales superan la media de contorno inglesa. Sus ojos hablan de una inteligencia contenida, uno no sabe muy bien si por voluntad propia o por ausencia de mayor engranaje, pero cuando usa gafas podría pasar por un pseudo intelectual o un friki de la informática. Le sientan bien las gabardinas de cuero y los jerséis de cuello vuelto. Está sano y no tiene antecedentes. Cualquiera diría que es un espécimen valioso para la raza humana, sino fuese porque ha pasado maniatado e inconsciente en un desván de Londres las últimas tres semanas. Y porque controlar su cuerpo para un hombre de veinte kilos y diez centímetros menos, exige un gran sobreesfuerzo.

Cuando Blaise recupera poco a poco su fisonomía no puede evitar sentir que le duele hasta el pelo. Se tira en la cama del apartamento y deja que los presentes le mimen un poco, hasta que se siente con fuerzas de darles lo que están esperando.

- Adam Mackencie ha aprobado.

Draco y Harry se miran de formas muy distintas. Draco lleva escrito en su sonrisa de medio lado un claro "te lo dije", y Harry abre la boca en un silencioso "estáis chiflados".

- Debo añadir que es el número dos de su promoción. Y no ha sido el uno, porque me habéis hecho fallar en el conjuro para ahuyentar un boggart. ¡Eso lo sabría cualquier muggle estúpido!

- No queremos levantar sospechas acertándolas todas, ¿recuerdas? Y son cuatro vacantes, jugábamos sobre seguro.

- Por eso estabais tan tranquilos hasta que os lo he dicho…

Draco sonríe mientras coge los resultados en la mano. Ciento setenta y tres aspirantes habían participado en el examen de acceso al primero de los departamentos del Ministerio que contrataría a no magos, a raíz de la reciente política de conciliación con los muggles. Era la primera "oposición" que convocaba el mandato Weasley, y estaba destinada únicamente a candidatos sin magia, pero muy versados en el mundo mágico. Se exigían también conocimientos informáticos, pero Blaise, que llevaba viviendo en el mundo muggle varios años, se había familiarizado mucho con ratones y teclados. Convirtiéndose con multijugos en Adam Mckenzie había ido pasando los exámenes uno a uno, hasta convertirse en el segundo candidato con más nota de los aprobados.

- Para que luego me digáis que no soy lo mejor.

Draco le da un abrazo y Harry palmea su espalda. Y a una misma voz, con la coordinación de los cómplices de asesinato y las parejas enamoradas, los dos le felicitan.

- ¡Bienvenido a la BIM, Blaise!

**

Draco es el cerebro. En la cámara acorazada de Gringotts que ha heredado, sólo unas gotas de la sangre familiar podrían haber abierto el pequeño apartado donde Lucius había escondido lo que nunca debía ser encontrado. Los planos del Ministerio, extraídos en su época de contacto directo con Fudge, han sido una valiosa ayuda en el asunto que su hijo se trae entre manos. Extendidos en la mesa del pequeño apartamento, bajo la tenue luz de un flexo, le dicen a Draco por dónde se puede abandonar el edificio sin ser visto, o por dónde se puede entrar a él sin ser detectado. Arrullado en el tacto rugoso de su pergamino, Draco planea como buen estratega mil y una formas de matar al Ministro sin que nadie dentro del Ministerio pueda notarlo. Cuando llega a la más perfecta de todas, se siente plenamente satisfecho consigo mismo.

Harry es el chivato. No es que esté muy contento con el papel que le ha tocado y, de hecho, prefiere que no se lo recuerden. Es fácil enumerar los hábitos de Arthur, el número de aurores que vigilan su despacho, la contraseña de éste o el momento del día en que puede estar solo. Harry ha sido tratado muchos años con la confianza del sucesor, la cercanía del hijo y el respeto del héroe. Y, sólo por eso, a veces duele traicionarle. Es en esos momentos, cuando Harry trata de no pensar en Ron, en Ginny, en la señora Weasley o incluso en Hermione. Rechaza el recuerdo de Arthur como padre, y lo sustituye con el del mandatario tirano que no ha dudado en firmar exilios, ejecuciones y dementorizaciones, embebido en su gloria. A veces funciona. Otras, necesita que Draco vea ese dolor en sus ojos y lo borre a base de sexo obliviatizante. Aunque sea encima de ese mapa de pergamino que tanto parece gustarle.

Blaise es el ejecutor. Ya se ha acostumbrado al difícil cuerpo de Adam y ahora aprende a tomar conciencia de él para desaparecerse sin dejar la mitad de sus miembros por el camino. Las tardes que no pasa perfeccionando esa técnica o el plan junto a Draco, las pasa al lado de Susan quien, tras salir del hospital, se recupera en su casa. La policía ya tiene la identidad del agresor, un varón blanco y rubio de veinticinco años. y los padres de la chica permiten la presencia del inocente novio, con una arrogancia un tanto culpable. El resto del día, Blaise trabaja en la BIM en turno de mañana, donde esparce información a sus compañeros sobre la vida que Draco le ha inventado en el mundo muggle, destaca día a día en su grupo y, al poco tiempo, cuando se rumorea que se va a rifar un ascenso en el departamento, se gana ser llamado al despacho del Ministro.

**

- ¿Estás bien?

Draco sale del cuerpo de Harry y besa su nuca húmeda, antes de acostarse a su lado y echar la sábana sobre sus cuerpos. Se lo pregunta porque Harry apenas ha emitido sonido alguno mientras follaban, algo muy raro. En realidad, Harry no ha hecho mucho más que ponerse a cuatro patas y amoldarse a su ritmo. Si no fuese por las contracciones que Draco ha sentido alrededor de su erección un segundo antes de correrse, dudaría también de que Harry hubiese alcanzado el orgasmo. Con el cuidado de alguien que se acerca a una fiera dormida, Draco acaricia su espalda mojada y besa su hombro inmóvil, acurrucándose contra su cuerpo al no percibir ningún peligro grave.

- ¿Qué te pasa? ¿Es por lo de mañana?

Una especie de gruñido gutural se pierde en la almohada y Draco decide que es hora de ver ya los ojos de su amante. Cuando le da la vuelta, se encuentra justamente lo que esperaba. La estúpida conciencia gryffindor vestida de verde.

- Harry… dijimos q nos evitaríamos esto.

- No me pidas que no sea yo. Ha sido un mal político y ha abusado de su poder pero…

- No te atrevas a disculparle. Ha matado.

- Lo sé. Pero no siempre ha sido así. No puedo olvidar que me acogió como un padre cuando era niño. Era un buen hombre. Y no lo disculpo, pero su carácter vengativo no surgió de la nada, había perdido un hijo.

- Y lo arregló cargándose a los padres de otros hijos.

- Draco…

- No, Draco no. Dijiste que me entendías.

- Y te entiendo. Pero no impidas que sienta remordimientos, no soy un asesino.

En cuanto lo dice, se arrepiente, pero no es arrepentimiento lo que llega a los oídos de Draco.

- ¿Y crees que yo lo soy?

- ¡No! No… Pero es que siento que no voy a poder. No puedo ser Ministro sobre el cadáver de Arthur. No podría vivir con eso. Lo siento.

Draco sabe que tenía que haberlo intuido. Primero, porque conoce perfectamente a Harry. Segundo, porque hace tres días que su pareja no se presenta en el apartamento ni participa en el plan, abduciendo que ya no necesitan más información. Y tercero, porque por mucho que el chiflado Sombrero Seleccionador quisiera ponerle en Slytherin, su pareja sigue siendo un puñetero gryffindor. Aún así, Draco no puede evitar sentirse dolido y sucio, inadecuado ante tanta rectitud al otro lado del colchón. Sin poder hacer nada más, se da la vuelta en la cama y con un gélido buenas noches cierra una conversación que desearía nunca haber tenido.

**

Adam Mckenzie llega puntualmente a la hora acordada al despacho del Ministro. Los dos aurores que le escoltan piden permiso para entrar y, en cuanto lo hacen, Arthur les ordena que le dejen a solas con el flamante nuevo delegado de la BIM. Está confiado y tranquilo, seguro de sí mismo, ante la presencia de un simple muggle impresionado. Blaise dirige el pesado cuerpo de Adam hacia su mesa, con una elegancia que probablemente en manos de su verdadero dueño nunca alcanzaría.

- Bien, señor Mckenzie, tengo que reconocer que su labor en la Brigada de Investigaciones Muggles ha sido francamente brillante.

- Gracias, señor Ministro.

- Es usted la viva muestra de que abrir el Departamento a trabajadores muggles ha sido todo un acierto.

- Me halaga, señor.

- ¿Sabe que la idea de conformar la BIM partió en su día del mismísimo Harry Potter? ¿Sabe de quién le hablo, verdad?

- Era materia de mi examen, señor.

- ¡Ah, claro, claro! Gran examen el suyo, diría yo. Quiero que sepa, hijo, que este ascenso no es fruto de la casualidad sino de su valía y su constancia.

Blaise escucha el discurso que, con toda probabilidad, Arthur ha memorizado frente a cualquiera de los espejos de su nueva mansión, rodeado de cien pelirrojos correteando por los largos pasillos de mármol impoluto. Está deseando hacer lo que tiene que hacer, pero sabe que es cuestión de tiempo. Todas las veces que ha practicado la desaparición siendo Adam, ha fallado estrepitosamente si no se tomaba sus minutos en reconocer su cuerpo, en concentrarse hasta en el último centímetro de piel y huesos para conseguir transportarlo. Mientras el Ministro habla, se encarga de retraerse hacia su interior y concentrar su energía en la varita escondida en la manga de su camisa. Sólo necesita que ese inútil se levante, pero no parece que tenga ganas de hacerlo. Maldito Draco y sus cambios de planes… Blaise se pregunta si un imperio despertará las alarmas de los aurores que, sabe, no han abandonado la puerta en ningún momento. Pero la suerte parece querer sonreírle por fin cuando Arthur se incorpora para tomar unos pergaminos de la estantería, y lo tiene ahí, de espaldas y a su merced. En entonces cuando Adam Mckenzie se levanta también.

- Había pensado hacer un acto público con su Primer Ministro presente y varios invitados que…

Antes de que suceda, todo se vuelve una variada gama de color en los ojos de Arthur, hasta que una oscuridad negra y espesa le arrastra hacia la nada. Una de la que ya no espera volver.

**

Son las nueve de la mañana cuando Harry se levanta. Draco ya se ha ido hace tres horas. Ha sentido cuándo se marchaba, incluso cómo dejaba un tenue beso en su frente, pero no ha tenido el valor de abrir los ojos y desearle suerte. Después de toda una noche en vela pensando sobre ello, todavía no sabe si quiere que la tenga. Lo que sí sabe Harry es que, en cuanto Arthur haya muerto, algo irreparable se estropeará entre ellos. Y cree que ninguna venganza vale lo que significa eso.

Tiene claro que se enterará en cuanto pase. Que algún Weasley, o Hermione, el Jefe de Aurores o tal vez un miembro del Wizengamot, le mandará una lechuza contándole el terrible suceso. Por eso regresa a Grimmauld Place, porque no quiere enterarse por la sonrisa satisfecha de Draco mezclada con la velada disculpa de sus ojos al mirarle. Ni siquiera sabe si podrá volver a mirarle.

Son las nueve de la mañana cuando Draco, bajo un intenso hechizo glamour, paga al muggle del coche amarillo llamado "taxi" la cantidad acordada por dejarles en Picadilly Circus. A él y a su amigo Adam. Se ha pasado las dos últimas horas borrando cada golpe que Blaise le ha dado a lo largo de estas semanas, curando cada herida abierta y haciéndole un borrado de memoria a la altura del mejor de los maestros.

Cuando le deja muy cerca de una de las tantas comisarías de policía que le buscan, Adam sólo es un muggle borracho, fugitivo y con un último recuerdo, la brutal agresión a Susan Mayers que, por arte de magia, le acosa hasta cuando está despierto. El resto es fácil; entrar a la comisaría en cuestión, declarar haber visto su retrato robot e identificarle por los alrededores, llevan a su inminente detención. Draco espera hasta que le ve subir al coche a trompicones y esposado, como le ha prometido a Blaise, y luego vuelve al apartamento para borrar cualquier huella de sus presencias en el último mes. Pasa una hora completa mirando la pared impoluta, donde ya no está su A.W.

Son las nueve de la mañana cuando Blaise consigue que Arthur, con pulso más que dudoso, firme el pergamino mágico que condena su vida pública, pero no toda su vida. Los magos sangrepuras han inventado hechizos curiosos que, aunque prohibidos la mayoría en la actualidad, pueden resultar muy ventajosos. Blaise es muy consciente de ello y por eso, desde los quince años, se los ha estudiado todos. También es una ventaja, a su parecer, que ese pelirrojo colorado y hacedor de pequeños Weasley sea sangrepura por mucho que parezca lo contrario. Nada de eso hubiese sido posible entre mestizos.

Arthur Weasley acaba de firmar una cláusula de fidelidad de más de quince siglos de antigüedad, usada en las uniones entre clanes primitivos. Toda promesa hecha bajo esa cláusula es irrompible. Ahora sabe que si vuelve a aparecer en público o pone un pie en alguna institución mágica, estará muerto. Por desgracia, si no hubiese firmado, el resultado sería el mismo. La modificación de memoria posterior es un extra que Blaise se permite como venganza a esa repentina idea absurda de Draco de no querer matarlo. Antes de dejarle en los terrenos circundantes a su mansión, se consuela borrándole todos los recuerdos felices y dejándole sólo los amargos. Otro curioso hechizo de algún clan africano.

**

El lugar de encuentro es el mismo bar donde todo empezó. La hora, las siete en punto. Por si alguna parte del plan sale mal, los tres han acordado verse unas horas más tarde, tras haberse creado unas coartadas convincentes. A lo que el mundo respecta, Draco ha compartido un día romántico con Harry. Y Blaise ha regresado de Italia a mediodía, cosa que puede asegurar la señorita encargada de los trasladores internacionales en Roma, que le ha visto tomarlo. Un viaje a Londres con gastos pagados, evita las preguntas de su primo cuando Blaise le pide que viaje con su aspecto y con su nombre.

Todo ha salido perfecto. El mundo mágico convulsiona primero ante la pérdida de su Ministro a manos de un muggle, que en un par de horas es capturado en Londres. Poco después, un desconcertado Wizengamot anuncia que Arthur sigue vivo, porque el pergamino de su juramento no ha ardido, cosa que ocurre con cada muerte o renuncia del mandatario. Las fuentes oficiales le declaran en paradero desconocido. A última hora de la tarde, la renuncia del ministro llega en lechuza por escrito y el pergamino del juramento arde en llamas, delante de los escépticos que no le dan credibilidad al documento. El vacío de poder está servido y listo para que sólo un hombre se lo coma con patatas. Pero ese hombre todavía no ha aparecido en el bar a las ocho y cinco.

- ¿Pero tú le dijiste que no íbamos a matarle?

Draco alza la nariz y frunce el ceño.

- Anoche se puso insufrible.

- ¡Por Merlín Bendito, Draco! ¡Ve a buscarle ahora mismo!

Y Draco, que quiere a ese Ministro más que nadie, sale a buscarle de inmediato.

**

Por qué Harry se sienta siempre en ese sillón de Grimmauld Place cuando está triste, preocupado o enfadado, es todo un misterio para Draco. Pero cuando llega allí y le ve, parece estar sufriendo a la vez esos tres estados de ánimo. Todo lo que al rubio se le ocurre hacer es arrodillarse delante de él y apoyar la cabeza en su regazo. Si eso no consigue ablandarle ni un poquito, es que el tema requerirá tratamiento más avanzado. Tras unos segundos de titubeo, Harry suspira y acaricia su pelo.

- Estaba preocupado por ti.

- ¿Por qué no viniste?

- Ya sabes por qué no lo hice.

- Harry…

- No, no quiero explicaciones. Has hecho lo que debías pero no quiero saber, Draco. No quiero escuchar nada.

Draco levanta la cabeza y apoya la barbilla en sus rodillas. Es entonces cuando ve a su lado, en la pequeña mesa de té, todas las cartas del Wizengamot que debe haber recibido a lo largo del día, y que aún no se ha atrevido a abrir. Por un momento, Draco sólo le mira absorto, pensando que tiene suerte de tenerle, que esos terribles remordimientos y esa ausencia de ambición de Harry son lo mejor que le pueden pasar a alguien como él.

- ¿Ni siquiera quieres escuchar que Weasley no ha muerto?

Incluso era predecible que sus enormes ojos se abriesen hasta lo imposible.

- ¿Qué estás diciendo?

- ¿Crees que matar a ese imbécil me compensaría perderte? Ya me ha quitado muchas cosas en esta vida, y tú no vas a ser la siguiente. Sé que nunca me lo hubieses perdonado, Harry.

- Pero… ¿Y qué habéis hecho?

Draco se lo cuenta, obviando en lo posible la maldición de Blaise, y Harry parece renacer de una decepción insalvable. Agarrando su cara, le besa con alivio y mucha esperanza. Draco no deja pasar el momento.

- ¿Vas a abrir esas cartas?

La pregunta es clara, pero esconde una mucho más inequívoca y trascendente.

- Draco, yo…

- Ah, no. Todo este plan no tiene sentido si tú te echas atrás ahora. Tú puedes hacer del mundo mágico un lugar mejor, Harry. Todos confían en ti. Yo confío en ti. Además, ¿cuánto tiempo hace que no te implicas en nada?

- Estoy bien así, Draco. Mi nombre ha estado siempre en los periódicos desde los once años. Y ahora, por fin, la gente parece haberse olvidado de mí.

Draco mira el montón enorme de cartas con la ceja levantada, y no necesita rebatir nada.

- ¿Quieres pensar una excusa un poco más ingeniosa o lo dejamos aquí?

Harry se muerde el labio, mira las cartas y parece tan asustado como un alumno de primero recibiendo su primer vociferador. Draco coge su mano y besa la palma, para después apoyar su mejilla en ella y acunarla.

- Ey, mírame. No estás solo. Jamás pienso dejarte.

Es lo más sincero que ha dicho nunca. Y debe ser que esas cosas se notan, porque los ojos de Harry se humedecen y asiente con toda la seguridad que antes le faltaba.

- ¿Te importa si las abro mañana?

La pregunta tiene un tono tan dulce, que Draco salta como un resorte para sentarse en sus caderas y besarle.

- Creo que el Ministerio podrá sobrevivir sin ti otra noche. Además, hacerse de rogar no es nada malo.

Harry sonríe y acaricia su espalda. En su cara se dibuja el agradecimiento que no está haciendo palabras, incluso tiene cierto deje juguetón que promete mucho más que un dar las gracias.

- ¿Debería hacerme de rogar ahora?

- No, Harry. Ahora no sería nada conveniente - contesta Draco mientras empuja su pelvis contra la de Harry… desinteresadamente.

Harry desinteresadamente se endurece. Y el rincón de las penas, los enfados y las depresiones, pasa a acoger el mejor polvo de la historia.

Hasta nuevas repeticiones.

FIN

PS: Desde que conocí la invención de Helena Dax llamada BIM me postulé como candidata. Como no me concedieron un puesto en la Brigada, decidí utilizarla para mis fics ^^ Todo el crédito es suyo. (Perdona por usarla un poquito aquí, Helena ;-P)